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“Fiesta De Máscaras” por Mousekat1005

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Es extraño que nosotros los seres humanos seamos nosotros mismos con una máscara mientras que cuando no la llevamos las creamos. Es algo curiosos, ¿por qué hacerlo? ¿Por las apariencias? ¿Por el qué dirán? Detesto eso, pero no se puede hacer nada cuando tu familia es de la ‘alta sociedad’ y tienes qué guardar las apariencias, aunque a tus padres no les importe mucho. Fui criado por mi abuelo porque no quería que mis padres ´me echaran a perder´. Al mi abuelo caer enfermo me mudé de nuevo con mis padres y hermana menor. Ellos son bastante normales, liberales y ´modernos´, mientras que yo soy más de ‘la vieja escuela’, siento que no encajo en mi familia, pero por dentro sí lo hago. Lo que soy por fuera es un simple cascarón hecho por mi abuelo; estoy cansado de ser quien soy, pero no hay remedio, si cambio, por mínimo que sea, siento que mi abuelo me castigará severamente, como en mis primeros años.


 


Hoy puedo ser yo mismo según Akashi, mi mejor amigo; ha dicho que puedo desenvolverme en esta fiesta como se me venga en gana, al final de cuentas nadie me reconocerá, esto a menos que diga mi nombre.


 


Arreglo los últimos detalles de mi disfraz; un conde, eso ha dicho la dependienta al entregarme el traje. Quedaba bastante bien, se adapta con elegancia a mi cuerpo, como si yo fuese ‘aquel’ personaje. Tomo la máscara del estante; esta vez no me vendo los dedos, ni cargo mi lucky ítem y mucho menos llevó mis gafas, me ha costado una barbaridad colocarme las lentillas de contacto ya que jamás las había utilizado, pero debía ser una persona diferente, al menos por fuera.


 


—Estoy listo… padre —reprimo el ‘nanodayo’; esta noche está prohibido que salga de mis labios, y debo practicar.


 


—Te ves hermoso Shintaro —mi madre saca un par de fotos con la cámara, sonriendo a todo lo ancho de su cara, como la mujer amable y jovial que es.


 


Si aun viviera con mi abuelo ni siquiera hubiera pensado en aceptar ir a la fiesta.


 


Mi padre y yo nos dirigimos al auto, subimos y, en cuanto el motor es encendido los nervios afloran, mi cuerpo baja de temperatura aun bajo una camisa de manga larga de algodón y un saco de terciopelo. ¿Cómo debo de comportarme? ¿De qué tengo qué hablar? Esto es un asco, solo debo ser yo mismo pero… ¿quién soy yo en realidad? Sacudo la cabeza y me concentro en la ciudad que se mueve fuera, tan rápido que se difumina.


 


—Shintaro —mi padre llama. Giro el rostro para mirarle y prestar total atención —. Um, no sé cómo decirte esto hijo, sé que es tu primera fiesta y tal vez estés nervioso. No lo estés, todo va a salir bien ¿de acuerdo? Déjate llevar por el momento, olvida todo lo que te ha enseñado mi padre sobre los buenos modales y toda esa porquería.


 


—Padre —me alarmo por el vocabulario, rara vez se expresa así, pero nunca frente a nosotros, siempre encerrado en su habitación con mi madre o en su despacho trabajando.


 


—Lo siento. Lo que quiero decir es —aparca fuera de la reja de la enorme mansión de los Akashi —; sigue tus instintos —me mira, con esos ojos azules —; imita lo que los demás hagan, sigue la corriente. Sé tú mismo —aconseja con serenidad.


 


—Yo… lo intentaré padre —inclino la cabeza con respeto y salgo del auto.


 


—¡Diviértete! ¡Me llamas cuando quieras que te recoja! —Grita con la ventanilla abajo.


 


Avergonzado me coloco la máscara; suspiro y comienzo a andar cruzando el enorme jardín adornado con lucecillas color amarillo y esas estatuas imponentes junto con los enormes arbustos de un verde oscuro cortados perfectamente en forma de largos cuadrados. Detengo mi andar al pie de la escalera de mármol, delante de mí se extiende una gran y elegante casona de color blanco iluminada con grandes reflectores que la hacen ver más imponente. Inhalo todo el oxigeno que mis pulmones permiten y lo retengo unos segundos; debo ser un hombre nuevo, ser diferente, comportarme diferente. Exhalo y comienzo a subir los escalones.


 


Dentro está lleno de personas, Akashi ha dicho que invitaría a algunos clubes de baloncesto de otras escuelas, así que supongo ya he visto a la mayoría, aún cuando no los recuerde. Paseo la vista por todo el lugar, las máscaras me impiden saber quién es quién, si les conozco o no. Me abro paso entre la multitud, siendo cuidadoso de no golpear a alguien. Una mano me toma del brazo para detener mi andar, giro el cuerpo y siento reconocer a la persona.


 


—Creí no vendrías —y al escuchar su voz lo compruebo.


 


—Una disculpa, colocarme el traje ha sido más complicado de lo que esperé —mentira. Las malditas lentillas de contacto han consumido la mayor parte de mi tiempo.


 


—Bueno, al menos me has mentido —se acomoda el saco con elegancia —. No me defraudes y ve a hablar con unas cuantas personas —se gira dispuesto a irse, pero le detengo.


 


—¿De qué? —Pregunto un tanto angustiado


 


—No lo sé. Comienza con un saludo y deja que la conversación fluya. Sé que puedes hacerlo —se aleja y se pierde entre la masa de personas, dejándome a la deriva. No podría hacerlo, estaba seguro.


 


Sacudo la cabeza alejando mis inseguridades; una persona diferente, tengo que ser una persona diferente. Un hombre con una charola para a mi lado y yo tomo una de las copas alargadas. Doy un trago; um, VEUVE CLICQUOT del 62, bien añejado y con un excelente burbujeo. Un poco de alcohol me viene bien, me armará de valor.


 


Con la barbilla en alto comienzo a caminar para encontrar a una persona que me transmita confianza. Beethoven resuena por toda la estancia, la charla con este chico es amena y pasable, pronto otros se nos han unido; charlamos de los estudios y de baloncesto. Por supuesto, ¿de qué más se puede hablar con un montón de jugadores de este deporte?


 


Pronto el alcohol de cinco copas y media se me sube, el oxigeno dentro de este lugar ya no es suficiente y el calor comienza a abrazarme; demasiada gente es sofocante. Sin decir una sola palabra me alejo y subo las escaleras, esperando que la segunda planta esté deshabitada.


 


Afortunadamente se encuentra desierta, mis pasos inconscientes me llevan a la terraza principal, enorme e iluminada. Recargo mi peso en el barandal de mármol, dejo la copa a un lado y cierro los ojos, dejando que el viento me golpee el rostro acalorado. Las mejillas bajan de temperatura, aún se puede apreciar Beethoven y los murmullos lejanos de los invitados.


 


Un sollozo hace que me sobresalte y al girarme golpee la copa con el codo, esta cae pero no escucho el cristal haciéndose trizas y la verdad es que no me importa, ni siquiera me interesa si le ha caído a alguien en la cabeza, no cuando siento ver a un ángel en la oscuridad el cual me mira con unos ojos metalizados llenos de lágrimas. Por algún motivo me rompe el alma verle así, tan vulnerable, escondido entre las sombras, en medio de la pared y de un pequeño árbol de copa circular, encerrado en aquella maseta color ladrillo.


 


—Ho-hola —me atrevo a hablar en un tono bajo con miedo a alterarle —. Lamento…invadir tu espacio.


 


—Está bien —responde en un susurro, tan suave que es seda para todo mi cuerpo.


 


—¿Qué haces aquí? —Doy un par de pasos, lentos, cuidadosos, temeroso de asustarle, pero él parece no inmutarse de mi movimiento.


 


—Quería,,, estar solo —de nuevo susurra y hace que mi corazón lata con fuerza —. Tanta gente a veces es molesto.


 


—Concuerdo contigo —ahora son dos metros los que nos separan, me he perdido en sus ojos, tan claros y puros que podrían hacer cualquier cosa conmigo; de cerca con más hermosos —. ¿Puedo preguntar qué te sucede?


 


—Ya lo has hecho —responde con simpleza y provoca que suelte una risilla


 


—Tienes razón, disculpa —me hace sentir un idiota; nunca nadie lo ha hecho, siempre soy yo el que les hace sentir de esa manera —. Entonces, ¿me contarás?


 


—El amor es un hijo de puta —expresa con molestia girando el rostro.


 


—Oh. Bueno, no puedo darte la razón o no porque yo no he sentido algo como eso —y era verdad. Por más que tratará, por más que los libros lo describieran, no lo sentía, tal vez porque no soy normal o porque el cascarón que ha hecho mi abuelo es inmune a ese tipo de sentimientos.


 


—Y no te deseo que lo hagas. Es horrible —habla mirando hacia el cielo, tal vez tratando de notar alguna estrella.


 


—Muy bien. Iré a por un par de copas y cuando vuelva me cuentas, ¿bien? —Su respuesta es un leve asentimiento sin dejar de ver el cielo.


 


Esta confianza es extraña, pero no es que importe mucho pues ambos somos un par de desconocidos, y está bien. Aquí va otra de las tantas curiosidades de la humanidad; ´Las personas están más en confianza entre menos se conozcan’. Un extraño puede saber más de ti que tu propia familia y amigos. Algo bastante extraño ¿no? ¿Cómo puedes tenerle más confianza a alguien que apenas y conoces que a quienes te han visto crecer, a aquellos que consideras tus amigos? ¿Será porque tememos a que nos juzguen? ¿A qué queremos que nos conozcan tal cual somos? Tal vez nunca lo sepamos.


 


Pido una botella de champagne y un par de copas; ese tipo necesitará más de un trago para soltarse. Echo un vistazo a la espera de encontrar a Akashi, pero nada, sigue habiendo demasiada gente como para reconocer a nadie.


 


Subo las escaleras con parsimonia, no creo que el chico se haya ido, se puede notar que necesita desahogarse con alguien y me sorprende que ese ‘alguien’ sea yo; bueno, inconscientemente me he ofrecido para escucharle, y si lo necesita, consolarle.


 


Él sigue en el mismo lugar con la diferencia de que se ha sentado con la espalda apoyada en la pared y las piernas recogidas entre sus brazos, su mirada sigue perdida en el manto negro sobre nuestra cabeza, como si con eso pudiera disipar el dolor que le atormenta.


 


—Toma una —le indico colocando las copas frente a su rostro. Él obedece. Dejo mi copa en el piso y procedo a abrir la botella, al salir el corcho hace ese sonidito, ´puf´, y sale volando a quien sabe dónde. Vierto el líquido en las dos copas y estiro una en su dirección —. Salud por el amor hijo de puta —la última palabra me sabe horrores, pero no importa, porque el que la ha pronunciado es alguien ajeno a mí.


 


—Salud —chocamos los cristales y damos un trago. Saboreo lo que queda en mis labios y atrapo a mi acompañante mirándome con atención —. Lo siento —se disculpa y aparta la mirada, concentrándose en la punta de sus zapatos.


 


—No te preocupes —tomo lugar a su lado adoptando la misma posición que él mantiene —. Allá abajo sigue animado —menciono de lo más despreocupado dando otro sorbo al champagne.


 


—¿Quieres volver?


 


—Oh, no. No mal interpretes mis palabras —me apresuro a decir porque, sinceramente, no quiero apartarme de su lado.


 


—Lo siento.


 


—No deberías disculparte por todo —le indico ya algo hastiado por sus disculpas.


 


—Um, sí —da un trago —. Por lo general no soy así.


 


—Tal vez en realidad si lo eres —lleno de nuevo mi copa y le ofrezco más a mi compañero quien acepta estirando su brazo.


 


—No entiendo


 


—Bueno, tengo esta extraña hipótesis de que si llevamos máscaras físicas —señalo mi rostro —; dejamos ver nuestro verdadero ‘yo’. Es raro porque si no la llevamos creamos las imaginarias, ¿para qué? No lo sé, hay tantas respuestas que es difícil escoger solo una —un nuevo trago me hace cerrar los ojos y disfrutar del sabor que han dejado mis últimas palabras en el paladar.


 


—Woh. Gran hipótesis —admira con asombro.


 


—Gracias. ¿Sabes? Yo tampoco soy así, siempre me he limitado a contar lo que se me pide, soy más de ‘corto y conciso’; no soy una persona de muchas palabras —me encojo de hombros como restándole importancia al asunto. Al girar para llenarle la copa noto su expresión la cual se encuentra entre la admiración y el asombro —. Um, ¿pasa algo?


 


—No, solo que me pareces… interesante; creo —levanta los hombros. Le dedico una media sonrisa antes de verter más champagne en su copa.


 


El tiempo pasa y ambos hablamos de tantas cosas, de la vida, de la familia, del mundo, ha pedido que le cuente más de mis hipótesis y yo con gusto lo hago, porque nadie se ha interesado tanto como él. Me siento bien, en confianza, escuchado, cosas que ni Akashi me ha hecho sentir. Él ríe, y yo río con él.


 


—Tienes una linda risa —señala bebiendo lo que queda de liquido en su copa.


 


—Gracias. No suelo hacerlo muy a menudo.


 


—¿En verdad? Deberías hacerlo, es bastante linda. Yo ´rio todo el tiempo, tal vez por eso mi novio ha terminado conmigo —su tono cambia a uno melancólico, como el del principio y no me gusta, prefiero el alegre y lleno de vida, porque me hace sonreír y alivia algo dentro mío.


 


—Oye, tu novio debió ser bastante imbécil —gira la cabeza para mirarme y se le forma una gran sonrisa, hecha totalmente para mí.


 


—Todo el mundo me lo decía —recarga su cabeza en sus rodillas sin dejar de mirarme ni borrar la sonrisa de sus labios.


 


—Entonces, ¿por qué sigues con él?


 


—Porque le amaba, aún lo sigo haciendo y si me pidiera volver con él aceptaría sin dudarlo —sus palabras se encuentran tan llenas de seguridad que sé dice la verdad —. Tal vez tú no lo entiendas, porque nunca lo has sentido, pero así es el maldito amor hijo de puta —asiento sin decir nada pues me ha dejado sin palabras. ¿Cómo un ángel como él se puede expresar así?


 


—Así que… por eso te he encontrado así. Porque te duele el haber terminado con tu novio —trato de entender.


 


—Yo no quería terminar —cierra los ojos y la voz se le entrecorta —. No obtuve una explicación, simplemente llegó y terminó conmigo, así, sin más —suspira y se levanta, tomando la botella y bebiendo directamente de ella —. No entiendo qué hice mal —solloza.


 


—Tal vez tu no hiciste nada —me coloco a su lado, le arrebato la botella y también bebo; él se sonroja mirándome con la boca abierta —. Hay mucha gente defectuosa en este mundo —él suelta unas risilla antes de quitarme la botella de las manos y beber.


 


—Me pareces bastante divertido —señala.


 


—No soy así —me encojo de hombros, trato de quitarle la botella pero él me lo impide alejándola de mi alcance —. Oye, dame eso.


 


—Quítamela —me reta con una sonrisa malvada; retándome.


 


Frunzo el ceño y doy un par de pasos hacia él pero retrocede sin borrar aquella expresión juguetona. Sonrío y comenzamos a correr en círculos, yo detrás de él tratando de atraparlo; al conseguir mi objetivo estampo su espalda en la pared, le arrebato la botella y bebo lo que queda del liquido, guardo un poco bajo mi lengua y me acerco para besarle, vertiendo el líquido. Ambos jugamos con el sinhueso, palpando todo a nuestro alcance.


 


—Disculpen —Akashi aparece y nosotros tenemos qué separarnos, limpio mis labios con el dorso de la mano y doy media vuelta para encarar a mi amigo.


 


—¿Sucede algo?


 


—Todo mundo se está marchando. Les aconsejo volver a sus casas  —los dos asentimos y Akashi se marcha.


 


—¿Me permite llevarle a la entrada? —Uso el tomo más formal que poseo y le extiendo la mano.


 


—Será un placer —finge hacer una reverencia como las princesas y toma de mi mano, con aquella sonrisa que me contagia.


 


Cuando bajamos las escaleras se abraza a mi cintura y yo le rodeo los hombros. Saco el celular para llamar a mi padre.


 


—Hola… Sí, la fiesta ya terminó, ¿podrás recogerme?... De acuerdo, le esperaré en la entrada —cuelgo. De reojo puedo notar cómo me observa, con admiración y devoción, con esos hermosos ojos metálicos, tan puros y transparentes —. ¿Pasa algo con la mitad de mi rostro? ¿Tal vez cilantro en mis dientes? —paso mi lengua por ellos. Él ríe.


 


—Sí pasa. Eres muy atractivo —elogia restregando su mejilla en mi pecho.


 


—¿Cómo puedes saber eso? ¿Y si me he desfigurado en un incendio o tengo hinchado alrededor de los ojos? —Suelta un par de risillas las cuales resultan música para mis oídos.


 


—Porque lo siento y no creo que tú tengas algo de eso —nos detenemos en la reja, él se gira hacia mí. Sus ojos brillan bajo la lámpara, es tan sublime y hermoso como un ángel —. Está noche ha sido maravillosa —sus palabras me hacen volar; siento tanta felicidad y me regocijo ante su intensa mirada.


 


—¿Sabes? No podré seguir tu recomendación.


 


—¿Huh?


 


—Está noche he enamorado de ti, Kazunari —retiro su máscara, sus mejillas se encuentran roja, acerco mis labios a los suyos y les beso.


 


—Y tú me has enamorado más, Shin-chan —sube mi máscara hasta colocarla como tiara, rodea mi cuello y se para de puntas para poder besarme. El cuarto de luna es testigo de la reconciliación, porque sí, yo he sido ese novio imbécil que terminó con él sin explicación alguna y también es verdad que no sentía amor por él, hasta que le vi tan vulnerable y devoto hacia mí.


 


Las palabras de mi abuelo hacia el amor que es debilidad ya no tienen validez, no cuando Takao ha demostrado tanto para mostrar ese amor que profesa con fervor, con pasión; ahora creo que ese sentimiento puede ser más que sólo sufrir.


 


—¿Volverías a aceptar ser mi novio? —Y la pregunta ya no quema mi garganta como la última vez que la pronuncie. ‘Novio’, ah, qué bien se escucha.


 


—Ya te lo he dicho, ¿recuerdas?


 


—Dilo de nuevo. Lo quiero escuchar salir de tus labios —cierro los ojos para disfrutar del momento, para que las palabras me acaricien. Los labios de Takao se acercan a los míos para rosarlos con cada palabra que pronuncia.


 


—Claro que volveré contigo, Shintaro —levanto la comisura de los labios en una sonrisa.


 


—Juro no volver a dudar de lo que sientes por mí —doy credibilidad a mis palabras mirándole directo a los ojos mientras nuestras frentes permanecen unidas.


 


—Gracias, Shin-chan —unimos nuestros labios en un tierno ósculo, demostrando esa devoción el uno por el otro —. Espero que la máscara física siga aquí —toca mi pecho indicando el corazón.


 


—No prometo nada, pero te aseguro ir quitando las imaginarias para llegar a la verdadera. No puedo cambiar de la noche a la mañana —beso su frente y me abrazo a su cuerpo.


 


El auto de mi padre aparca frente a nosotros y yo no hago nada por alejar a Takao. Mi padre sonríe entre orgulloso y con ternura provocándome un sonrojo.


 


—Um, Takao, ¿te parece si te llevamos? —Le señalo el auto y al instante se sonroja.


 


—Oh. Este… yo…


 


—No te preocupes, a mi padre no le molesta —le empujo un poco por la espalda.


 


—De acuerdo —abro la puerta trasera y él sube; saluda con un tímido ‘Buenas noches’ y yo subo a su lado. Le tomo de la mano y beso sus nudillos provocándole vergüenza, pero a mí ya no me importa; ‘Sé tú mismo’ dijo mi padre y seguiré su consejo, porque ‘yo mismo’ soy el hombre ideal para el chico que se encuentra sentado a mi lado, éste que se aferra con fuerza a mi mano por el temor de que sea un sueño, pero no lo es mi pequeño; confía en mí.


 


—¿Se han divertido? —Mi padre nos mira por el retrovisor; sonriendo.


 


—Ha ido bien —responde Takao con una sonrisa, me aprieta la mano indicando que lo nuestro es lo ‘bien’.


 


Takao y mi padre se enfrascan en una animada charla, yo sólo participo cuando dejan un pequeño hueco para mi opinión, pero no importa mucho porque mi atención es puesta en el hombre a quien desde esta noche amaré.


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