“Eres, lo que más quiero en este mundo eso eres…
Mi pensamiento más profundo también eres…
Tan solo dime lo que es, aquí me tienes.”
Ambos nos encontrábamos parados, mirándonos frente a frente en medio de mi habitación, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche.
Esas hermosas esmeraldas verde mirándome con vergüenza pero esperando lo que ambos queríamos. No podía esperar un segundo más, necesitaba tener esos labios junto a los míos.
“Eres, cuando despierto lo primero eso eres…
Lo que a mi día le hace falta si no vienes…
Lo único precioso que en mi mente habita hoy.”
Besos con delicadeza y amor nos dábamos el uno al otro, no había ninguna prisa, pues la noche seria especial para nosotros.
Acaricie su espalda lentamente hasta posar mis manos en su cintura, acercándolo más a mí, mientras él rodeaba mi cuello con sus brazos, profundizando nuestros besos.
No me pregunten como me encontraba besando a mi mejor amigo ni de cómo me enamore de él, porque no lo sé. Solo sé que lo amo más que a nadie, que lo necesito más que a nada, que quiero que siempre este conmigo y que solo me ame a mí.
“¿Qué más puedo decirte?
Tal vez puedo mentirte sin razón…
Pero lo que hoy siento, es que sin ti estoy muerto
Pues eres…”
Dimos pasos torpes hasta caer en mi cama. Y el simple hecho de verlo acostado debajo mío me daban más deseos de besarlo, de tenerlo, de amarlo…
Empezamos de nuevo con los besos, pero esta vez más apasionados. Baje hasta su cuello mientras quitaba su chaqueta naranja y su camiseta roja, dejando ver su torso desnudo. No deje un rincón de ese blanco pecho sin besar o lamer, lo que causaba jadeos por parte de mi dulce novio, que se convirtieron en pequeños gemidos al momento que ataque sus botones rosas.
“Eres, el tiempo que comparto eso eres…
Lo que la gente promete cuando se quiere…
Mi salvación, mi esperanza y mi fe…”
Fui bajando de poco en poco una de mis manos hasta toparme con su pantalón y un pequeño bulto debajo de estos. Pude sentir como su delgado cuerpo se estremecía a la vez que tocaba su entrepierna encima de su ropa, que en menos de un segundo me libre de ella, dejándolo completamente desnudo frente a mí. Pero él no se quedó atrás, besándome con ternura mientras quitaba mi camiseta negra y posando sus manos en mi pecho. Ni siquiera me di cuenta de cuando se había puesto encima de mí mirándome aun con vergüenza pero con cierto deseo. Bajo hasta mi zona baja, quitándome un poco el pantalón junto con mi ropa interior.
“Soy, el que quererte quiere como nadie soy
El que te llevaría el sustento día, día, día, día…
El que por ti daría la vida ese soy.”
No pude evitar soltar los suspiros de placer al sentir sus manos y su boca en mi miembro, sus gemidos ahogados y viéndolo subir y bajar. Joder, se sentía tan bien. Estuvo varios minutos así mientras yo acariciaba sus rizos pelirrojos, no lo resistí más y en cuanto pude lo volví a dejar abajo mío. Dirigí mi mano hacia su entrada en introduje un dedo, después el segundo y el tercero… Arrancándole uno que otro sonrojo o gemido.
Lo estaba alargando demasiado, pero eso era lo que quería. Disfrutar cada una de las reacciones de mi acompañante, explorar y marcar cada centímetro de su cuerpo, deleitarme con la hermosa vista que solo yo podría tener.
¿Quién imaginaria que algún día esos dos niños de nueve años que fueron amigos desde el preescolar estarían haciendo esa clase de actos a sus ahora diecisiete años?
Saque mis dedos de su entrada y tome sus delgadas piernas, separándolas con cuidado. Él solo me miraba, estaba nervioso igual que yo, obviamente era nuestra primera vez. Pero el momento había llegado, era ahora o nunca, ya no podíamos echarnos para atrás. Solamente le sonreí y bese su frente.
Empecé a entrar en él lo más gentil que pude, pero me punzaba horrible el corazón al verlo gritar y soltar unas lágrimas de dolor. Decidí entrar de una sola estocada ocasionándole más dolor que de inmediato yo borraría. Bese cada una de las lágrimas que corrían por sus mejillas para después besar sus suaves labios mientras acariciaba sus muslos, tratando de tranquilizarlo. No me movería hasta que se acostumbrara, es verdad que he soñado tanto tiempo por este momento y me moría de las ganas por seguir pero lo último que quiero es hacerlo sufrir.
“Aquí estoy a tu lado, y espero aquí sentado hasta el final
No te has imaginado, lo que por ti he esperado
Pues eres…”
Unos minutos después empezó a mover sus caderas dándome el permiso de continuar. Di estocadas suaves y lentas recibiendo a cambio unos dulces gemidos que me empezaron a volver adicto al oírlos. Fui subiendo la intensidad escuchando de nuevo gritos, pero esta vez de placer.
No había duda de que ese chico era como una droga, mi droga. Sus piernas alrededor de mi cadera, sus brazos abrazando mi cuello y sus dedos entre mi cabello jalándolo, sus labios con un sabor a mandarina y esas dos gemas verdes que tenía por ojos, su respiración agitada y su voz gimiendo mi nombre. Mierda, era perfectamente adictivo, y lo mejor es que solo yo podía disfrutar de esa droga llamada Kyle.
Los cuerpos danzaban, las respiraciones se unían y los corazones latían. Todo era tan perfecto para ser real. Ambos nos amábamos, ambos estábamos entregándonos el uno al otro sin ocultar nada, ambos queríamos estar juntos… Y así sería por siempre.
*~*~*~*
Se encontraba acostado y metido junto a mí en las sabanas de mi cama, abrazándonos y ocultando su cara en mi pecho mientras yo acariciaba su cabeza.
- Stan… ¿Me necesitas?
- Por siempre.
- ¿Te iras?...
- Nunca.
- ¿Qué es lo que te importa?...
- Tú.
- ¿Me quieres?
- Más que a nada.
- ¿Qué soy para ti?...
No iba a necesitar preguntarme más, le daría todas las respuestas de una vez en una sola acción. Tome su barbilla obligándolo a que me viera directo a los ojos, solo me limite a sonreírle y a acercarme una vez más a sus labios… …
“Lo que yo amo en este mundo eso eres…”