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Bittersweet Lemmon por Radhe

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7 – Ilusión – Shion y Aioria 


En la tenue luz del bar, Aioria había tenido la momentánea ilusión de que aquel era Mu. Se le parecía en el color del cabello, la altura y la complexión, sin embargo los ojos eran diferentes, dorados y brillantes. Se decepcionó profundamente, pero luego se dio cuenta de que la sonrisa en la cara del extraño era real. Aquel era un bar gay y aquel sujeto lo estaba invitando con su mirada. 

Aioria pensó que no importaba, sería sólo cosa de una noche, le ayudaría a olvidar la mala experiencia. Se acercó al otro y con un desplante de valor le acomodó el cabello tras la oreja. Shion sonrió, aquel hombre le gustaba, alto y atrevido, era lo único que pedía de la noche. 

Le hizo una invitación con la cabeza y abandonaron el lugar simultáneamente, había un hotel a unas pocas cuadras y necesitaban aclarar los términos. 

–¿Puedo penetrarte? – le soltó Aioria mientras le acariciaba el brazo. 

–Sí, siempre y cuando utilices condón – Shion le sonrió con soltura, pero con firmeza, aclarando su inflexibilidad sobre aquel punto. Aioria asintió, eso estaba bien. 

En cuanto subieron a la habitación cada uno se desnudó a sí mismo, con lentitud y provocación. Aioria se sorprendió de lo tranquilo y controlado que estaba a pesar de que la excitación era fuerte, se dio cuenta que era porque aquel no era Mu, con él había estado tan nervioso y torpe porque lo quería. En cambio al extraño de aquella noche no, y por eso pudo hacer su trabajo extraordinariamente bien; las tres veces utilizaron preservativo y Shion se fue hasta que llegó la mañana. 

Recostado en la cama del hotel Aioria pensaba que era una lástima que sus emociones lo debilitaran en lugar de fortalecerlo, también lamentaba haber estado pensando en Mu, que había sido tan cruel con él; en lugar de hacerlo en el agradable extraño que le había regalado tanto placer.     

 

8 – Extraviado – Shion y Dohko

–Llegas tarde –fue el escueto saludo que le dirigió Dohko a Shion cuando éste atravesó la puerta del departamento que compartían. 

–Más bien llego temprano –se rió– a penas son las seis de la mañana…

Dohko frunció los labios, herido y molesto a partes iguales. 

–¿Dónde pasaste la noche?

–No estaba extraviado, eso te lo aseguro –se burló Shion, molesto –. Dohko, ¿a qué viene este interrogatorio? Tú y yo tenemos una relación abierta, permíteme que te lo recuerde, y dudo que realmente quieras que te explique qué estaba haciendo anoche. 

El chino bajó la cabeza, era verdad; él no quería una jodida relación abierta, no quería dormir con otras personas ni que Shion lo hiciera, pero éste no le daba opción. Desde el principio se lo había dicho: ‘Yo no creo que una sola persona pueda llenar las necesidades de otra’. Sí, el rubio tenía ideas extrañas y ultramodernas sobre las relaciones interpersonales, Dohko odiaba esas ideas, pero si no las aceptaba entonces sería dejado de lado. Tenía que aguantar y tragarse el coraje.

Shion se sintió mal al verlo sufrir, no quería eso, no quería nada; sencillamente no podía acallar su instinto cuando tomaba lugar, no podía negarse al placer y al cortejo; no quería hacerlo. Pero tampoco había querido ver a Dohko así, tan destrozado. Se acercó a él y lo abrazó, se alegró de haberse bañado, era mejor oler a jabón barato que a sexo. 

–Tranquilo, tranquilo, Dohko. Sabes que es a ti a quien quiero, que sin importar dónde o con quién esté un momento, siempre volveré a ti. No debes pasar esas noches solo, sabes que no tiene caso esperarme…

Con las primeras palabras Dohko se sintió consolado, con las siguientes le volvió la desolación. Shion no entendía nada, no comprendía el infierno que le hacía pasar, pero no era por maldad sino por ignorancia, por eso el chino buscó su boca y le arrancó la ropa. Porque en ese momento era suyo, aunque nunca fuera a serlo por completo.     

 

9 – Vanidad – Hades y Afrodita  

Afrodita estaba sentado en una de las esquinas del bar, el resto de la mesa estaba vacía. Fumaba y miraba con atención, aquel era –después de todo– su propio establecimiento; aunque nunca actuaba como propietario, se negaba a trabajar y fingía acudir como un cliente mientras vigilaba a sus empleados. 

Sin invitación un hombre se sentó a su mesa, era un hombre muy alto, el cabello largo y profundamente negro, llevaba un traje hecho a medida y aunque no podía verla, Afrodita supo que debía llevar la pistola debajo del saco. 

–¿Lo tienes, Afrodita?

El dueño apretó los párpados un momento, controlando el impulso de ser grosero. Aquello estaba mal, estaba totalmente mal, pero sabía que  no podía hacer nada. Sacó el sobre de entre su propia ropa y lo colocó sobre la mesa. Hades, pues ese era su extorsionador, lo tomó sin demasiada expresión y lo hizo desaparecer bajo el saco. 

–Quiero también otra cosa.

E hizo chocar la punta de sus pies debajo de la mesa. El sueco no pudo controlarse, hizo una mueca de desesperación y repulsión y le espetó:

–¿De nuevo?

Hades no se ofendió, se rio. 

–Todas las veces que yo quiera. 

Se levantó sin más y Afrodita se vio obligado a seguirlo, podía distinguir a los hombres de su enemigo desperdigados por todo el bar; si insultaba la vanidad de aquel hampón no dudaría en quemarlo todo. Lo guió al almacén y se sacó la ropa; cuando había invertido todo lo que tenía en aquel negocio no había esperado caer en las manos de la mafia, pero la ciudad era así y él no iba a darse por vencido por aquellos detalles. 

Hades se precipitó dentro de aquel hermoso cuerpo, le gustaba el muchacho, incluso su desdén y su negativa le resultaban atractivos, seguro algún día lo haría aceptar sus intenciones y podría llevárselo de allí. Mientras tanto iba a seguir disfrutando aquellos encuentros forzados en el obscuro almacén.  


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