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Bittersweet Lemmon por Radhe

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19 – Tonelada – Shura y Radamanthys

 

Al entrar al consultorio se había sentido nervioso, el doctor frente a él era joven pero tenía una inusitada apariencia de severidad, quizá más que nada debido a su seño, en el que sus rubias cejas se unían. Con ansiedad se sentó frente a su escritorio, recibió el sobre cerrado con los resultados de sus exámenes y les echó una mirada superficial, demasiado afectado como para poder interpretarlos. 

–Los resultados no son concluyentes aún, se necesita una prueba más específica para corroborar el diagnóstico. Será necesario tomar una nueva muestra de sangre, puedo hacerlo ahora mismo, si gusta. 

Shura estaba mareado, estaba como flotando, fuera de sí, el cuerpo entero le temblaba y el sudor le corría por la frente, ¿era una broma?, ¿un castigo? 

–¿Qué? 

A pesar de que el tono del facultativo había sido amable, estaba un tanto impaciente, aquellas noticias siempre ponían tonta a la gente y él quería irse ya a desayunar. Le quitó las hojas de las manos, buscó el resultado deseado y se lo señaló. 

–Aquí, el resultado para VIH es positivo. Es necesario corroborar antes de iniciar tratamiento. ¿Tomo la muestra ahora? 

Shura sintió como si una tonelada cayera sobre él. Abstraído por la condena de aquellas palabras asintió sin darse cuenta. Dejó que el médico le levantara la camisa, le pusiera un torniquete en el brazo y le sacara la muestra de sangre. Luego salió del consultorio en un estado semiconsciente, sin poder reaccionar en absoluto. Se sentó en el borde de la calle y tras media hora de estupefacción finalmente comenzó a llorar.

 

 

20 – Abismo – Shura y Aioros 

Después de llorar por horas en plena calle, Shura vagó por la ciudad, terminó en casa de Aioros, que había sido su amigo desde la infancia, el griego era un hombre exitoso, libre, responsable… siempre estaba diciéndole que dejara de tontear o que por lo menos utilizara protección, lamentaba tanto no haberle escuchado. 

–Quizá –dijo entre estertores–, quizá sea una falsa alarma. 

Aioros le puso una taza con café en las manos y negó suavemente con la cabeza, lamentaba ser tan rudo con su amigo en un momento como ese, pero no iba a dejar que se evadiera.

–Las probabilidades de que la primera prueba haya estado equivocada son del 2%, en general es una prueba bastante segura. 

Shura volvió a hipar, consternado. No podía ser, no podía haberse condenado, no por algo que le había sido tan necesario. 

–Trata de calmarte, amigo mío; los tratamientos han avanzado mucho, son bastante efectivos y la esperanza de vida es larga. 

Eso no lo calmó, desde luego, todo lo contrario, lo hizo jadear en busca de aire. ‘Esperanza de vida’, estaba desahuciado, era lo único que entendía y además cómo podría continuar así, sabiendo que era un peligro para todos, que era tóxico, venenoso. No podía ir por la vida regando aquella muerte, no podía seguir viviendo, no en aquel abismo de soledad. 

Aioros intentó consolarlo, pero era inútil, el español no podía pensar más que en aquello, en que no podía seguir viviendo.

 

 

21 – Flor – Afrodita y Shura 

 

Shura llevaba el ramo de flores en los brazos, un ramo grande, variado y aromático; en el borde del muelle aquel olor le distrajo un poco del otro, el de tabaco; hasta tiró las flores al mar no lo percibió con claridad, giró la cabeza y vio a una persona, la obscuridad no le permitía discernir sus rasgos, sólo podía ver la punta encendida del cigarro. 

–¿Vas a suicidarte? 

Preguntó el extraño y pudo percibir que era un hombre. Sus palabras le conmocionaron, porque sí, eso era lo que estaba planeando, arrojarse al mar. Había llevado las flores porque esperaba que no hubiera tumba a la cual llevar más. Sus planes eran saltar, nadar hasta donde dieran sus fuerza s y luego esperar a que las olas terminaran con su desdicha. 

Afrodita había estado mirando el mar sin auténtico interés, tenía sus propios problemas atorados en la cabeza, percatarse de aquel sujeto y su dramático gesto resultó una distracción que agradecía. Se le acercó y miró hacia el oleaje, estaba agitado, pero no demasiado. 

–Desde aquí no te vas a morir, ni siquiera hay rocas contra las que puedas golpear. 

Su voz y su gesto eran una burla, en cierto sentido su apariencia lo era también. Sin embargo Shura supo que no podría saltar, se había congelado al saberse observado, no podía… no podía moverse. Afrodita se le acercó aun más. 

–Ahogarse es una muerte muy fea. No tiene estilo. Si quieres puedo darte una sobredosis, eso te hará sentir bien antes del gran final. 

Ya estaba a su lado. Shura no podía creer sus palabras y menos pudo creerlo cuando el extraño extrajo de sus ropas un paquetito envuelto en papel y reveló un polvillo blanco que adivinó como cocaína. El sueco tomó una pisca con la uña de su meñique y lo esnifó con naturalidad. 

–Esa es la dosis mínima, pero si la usas todas vivirás una o dos horas antes de que el corazón se te pare. Será un rato de mucho placer. 

Le ofreció el paquetito. Shura lo tomó entre sus manos temblorosas,  le temblaban las piernas y terminó por sentarse en el borde del muelle, estuvo mucho rato contemplando aquel polvo blanco, hasta que el viento arreció y le arrancó el paquete de las manos. 

Afrodita rompió a reír, en parte por la droga y en parte por la situación. 

–Ya sabía yo que no ibas a hacerlo, ven, te invitaré una copa. 

Shura negó con la cabeza 

–Tengo VIH.

La confesión no surtió el efecto esperado, Afrodita se arrodilló junto a él y se encogió de hombros.

–Yo lo tengo desde hace seis años, los medicamentos ayudan. Ahora ven, estrena tu nuevo estado con un conocedor.

Shura lo siguió mansamente, conmocionado. Se negó a drogarse, pero bebió bastante y cuando Afrodita lo guio al hotel no se resistió. Utilizaron protección para todo, hasta para la felación, el sueco se movía con la paz del que no tiene miedo. Shura durmió feliz entre sus brazos. 


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