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I can't love you por yuujilover

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Notas del fanfic:

Esta es una historia original, la trama y los personajes son creación mia y me pertenecen. 
Cualquier reproducción total o parcial de esta historia fuera de los medios en los que ha sido publicada por mi es plagio. 
Por favor, si quieres usar la historia ponte en contacto conmigo. 

Notas del capitulo:

Hola.
Les doy la bienvenida a mi nueva historia. Espero que la disfruten mucho ~

— ¡Tía! No te puedes ir así. ¡Se está cayendo el cielo!

— Eso es lo que menos me importa ahora. Voy con el tiempo justo para tomar el bus. El siguiente tardará media hora más. Y mi hermana es tan hija de puta que es capaz de llegar a casa antes que yo solo por joder. 

— El carro viene en camino, te llevaremos a casa. No te vayas a así, acabarás hecha una sopa.

— Te lo agradezco de verás, Kimmy. Pero tengo que irme ya.

— Al menos podrías decirle a tu jodida hermana que si piensa irse a donde le da la gana te deje el auto. 

Sonreí con ternura y le di un abrazo apretado al pequeño cuerpo de mi mejor amiga. 

— Nos vemos mañana. Saluda a Rudolph de mi parte. — Besé su mejilla y eche a correr bajo la fría lluvia. 

— ¡Ten cuidado! — le oí a gritar a la distancia mientras corría tanto como los tacones de 11 cm me lo permitían. 

¡Jodido pronostico del clima! Nunca más en lo que me resta de vida pienso hacerte caso.

Eran solo 5 minutos a paso de tortuga entre la cafetería y la estación del bus a la entrada del campus.

Corriendo incluso con zapatillas altas no eran más de 2 minutos, y eso, 2 minutos fueron más que suficientes para terminar empapada de los pies a la cabeza. Es que eso no era una lluvia normal, era un maldito torrencial. El diluvio. ¿¡Donde estaba Noé con su arca?! 

Me refugie bajo el pequeño techo de metal de la estación del bus y mire a la distancia. Había salido 7 minutos antes...había llegado a tiempo ¿o no? 

Eche un vistazo al reloj en mi muñeca con cierto nerviosismo...parado. Inservible. Mojado. Absolutamente mojado. 

Entonces recordé el pequeño bolso cuyo golpeteo en mi cadera era tan familiar que no solía prestarle demasiada atención. Mi bolsito estaba ahogado. Y con él todo su contenido, mis llaves, pañuelos desechables, dinero y ¡mi maldito móvil!

"¿¡Por qué a mí?!" grité mirando al cielo en un arranque de histeria. Quería echarme a llorar.

— Con este clima el bus se retrasa un poco, pero no debe tardar. — giré el cuello en un movimiento exagerado al escuchar la aterciopelada voz que se había hecho oír por encima del ruidero del agua. A mi derecha un chico que me miraba fijamente y al que no había visto, era guapo ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? mis mejillas ardieron. A mi izquierda, la calle vacía. Tan desierto que parecía una ciudad fantasma. 

— Oye — le hable al chico. — ¿Quien dijo eso?

Él se encogió de hombros y sonrió con disimulo. — ¿El qué?

Y de nuevo la aterciopelada voz...había sido...ella. 

¡Eres una chica! quise gritar presa de la sorpresa. Su voz, solo eso era lo que la delataba como tal. La mire con atención y una curiosidad morbosa que me hizo sentir vergüenza de mi misma. 

Vestía unas zapatillas Adidas color blanco con negro. Pantalones anchos, mucho, por lo menos de tres a cuatro tallas más grandes de la que de verdad necesitaba. Camiseta igualmente ancha color blanco con un estampado abstracto y colorido...sin señal del abultamiento en el pecho que lucía liso como el de un chico. Usaba una sudadera tan grande como el resto de su ropa de color cerúleo uniforme, cargaba al hombro un bolso deportivo grande. Y sobre la cabeza una gorra de béisbol con la visera hacia atrás. Bajo la gorra se adivinaba un cabello oscuro y liso. 

Su rostro era bello, fino y delicado. Los ojos grandes y oscuros de largas pestañas. Nariz pequeña. Labios rosas y carnosos. Piel perfecta y acaramelada. Era incluso....más bonita que yo. 

Sin maquillaje, sin ropa de chica. 

De mi estatura con todo y tacones. 

Vestía bien y era guapísimo... ¿guapísima? era difícil pensarlo de aquella manera. Nunca había visto a nadie como ella. 

Sus labios se movieron mientras se acercaba a mí y un nerviosismo que bien pudo confundirse con pánico se apodero de mí. 

Se sacó la sudadera mientras seguía hablando y la puso sobre mis hombros. 

— ¿Qu-que ha-haces? — tartamudee como una idiota. 

— Te he preguntado si tenías frío. Dado que no respondiste y estás temblando como una hoja supongo que sí. 

La verdad es que no, no tenía frío. Sin embargo sabía bien a que se debía mi actitud estúpida. 

Nunca se me había dado bien hablar con chicos, mucho menos con aquellos que eran extremadamente atractivos y me ponían tonta. 

A mis 21 años jamás había tenido una cita con un chico que me gustara de verdad, el problema ahora era que ni siquiera estaba hablando con un chico. Me sentía una completa retrasada. 

— G-gracias.

—No hay de qué. Tú la necesitas más que yo. —y me regalo la sonrisa más preciosa que hubiera visto en la vida. Las perfectas filas de blancos dientes tras sus rosados labios, los pómulos redondeados, el hoyuelo en su mejilla izquierda y sus ojos entrecerrados. Ella sonreía y todo su rostro lo hacía también. 

Me quede embelesada contemplándola durante largos segundos hasta que su sonrisa se desvaneció y ella movió los labios de manera hipnótica.

Sí, me estaba hablando y no me enteraba de nada.

— Lo siento ¿qué dijiste? —pregunté avergonzada luego de salir del ensimismamiento. 

— Que tu bus no tarda más en llegar. Señalo al otro lado de la calle, a unos 300 m. estaba mi salvador...tal vez. No tenía idea de la hora. 

Aviste el bus en el justo momento que un tremendo Mercedes negro de vidrios polarizados aparcaba frente a la parada.

— Debo irme —dijo simplemente. 

Tarde en procesar la información ¿Se iba? ¿¡A dónde?!

Observé en cámara lenta sus movimientos, alguien desde dentro del auto abrió la puerta, ella tomo la manija para abrirla al completo. Quise preguntarle su nombre y su número de teléfono, en su lugar, solo di voces:

— ¡Gracias! ¡Voy a devolvértela! — hizo un gesto con la mano sin mirar atrás, subió al auto y cerro de un portazo. 

Aproximadamente un minuto después el bus hizo su parada correspondiente y lo aborde.

 

 

 

Después de unos 45 minutos estaba en la entrada de mi edificio. Había dejado de llover pero eso no contribuía a que yo me encontrara más seca. Estaba calada hasta los huesos y los dientes me castañeaban sin control.

Tenía su sudadera y aunque me sentía considerablemente cálida necesitaba una buena ducha y ropa seca. 

Subí los pocos escalones hasta el portal del edificio, marqué el código de seguridad y enseguida se abrió, una vez dentro, Henry, el conserje del edificio dio un brinco tras su escritorio apenas verme.

— ¡Señorita! — gritó visiblemente preocupado por mi estado.

Suspiré. —Hola Henry. ¿Ha llegado alguien de mi familia? 

— No, señorita. Es la primera en llegar. Excelente. 

— Gracias Henry. — le dije al tiempo que marcaba el código en el ascensor y entraba en él; justo antes de que las puertas se cerraran me metí entre ellas y se abrieron de nuevo. 

— Henry...

El hombre había vuelto a su cómoda silla, y se levantó del mismo modo que cuando me vio llegar.

— ¿Si señorita?

— ¿Qué hora es?

— 7.10

— Gracias Henry. 

Y me volví al elevador directo a la última planta del edificio. 

 

 

***

 

 

Recibí un mensaje de texto a las 9 de la noche del día anterior, no contenía nada más que la localización de un lugar y una hora. A las 9.30 a.m., tras haber encendido el móvil, envié una respuesta para confirmar. 

Active el modo silencio y me estiré para alcanzar mis calzoncillos tirados en el suelo igual que el resto de la ropa. 

Consideré la opción de darme una ducha y desayunar algo antes de marcharme, entonces la miré, aún desnuda bajo las sabanas y completamente descubierta de la cintura para arriba. El lento subir y bajar de su pecho acompasado a su respiración relajada. Seguía dormida y resultaba tan angelical que no pude evitar sonreír. 

Podría haberla despertado y despedirme de ella, sin embargo no lo hice. Me vestí y tome mis cosas en completo silencio.

Baje a la recepción del hotel, pedí un taxi, liquide la cuenta y pague un buen desayuno para ella. 

Una vez estuve dentro del auto y tras haberle dado indicaciones al conductor me puse a lo mío. 

Saque mi agenda y el manos libres del móvil. 

Revise el buzón de voz, había 8 mensajes nuevos.

Escuche cada uno con atención y tome nota de los nombres y números de teléfono para devolver las llamadas. Cinco de los nuevos mensajes eran de personas que conocía, los otros tres eran de personas nuevas.  

Todos los mensajes eran bastante breves y concisos, como se suponía que fueran. Tras haber tomado notas y clasificarlos de manera prioritaria devolví cada una de las llamadas. 

Al finalizar tenía 3 nuevas citas para esa semana, otras 3 la siguiente semana y 2 más para días específicos del siguiente mes. 

Las más ansiosas por supuesto habían sido de los clientes nuevos, sobre todo la agendada el viernes. 

Solía tener ese tipo de propuestas aunque no eran muy usuales. Casos típicos de una amiga que busca una cita para la otra amiga que está sola por x o y razón. 

Por supuesto antes de aceptar las ofertas tenían que darme cuenta con todo y detalles del porque querían contratarme para salir con otra persona. La mayoría de las veces eran asuntos razonables: "acaba de pasar por un divorcio", "le rompieron el corazón", "Tiene 30 años y nunca ha salido con nadie". En situaciones similares solía aceptar las ofertas siempre, en cambio si se trataba de algo al estilo de "es jodidamente virgen" sin importar la edad, las rechazaba. 

Nadie podía elegir sobre la sexualidad de otra persona y en caso de que fuese esa persona quien solicitara de mis servicios mediante un intermediario, entonces amablemente pedía que fuese ella misma quien se comunicara. 

Me sentía satisfecha, tenía prácticamente todo el mes agendado y cabía la posibilidad de recibir unas cuantas ofertas más, de la clase de las que se dan de improviso como mi cita de la tarde, aunque ciertamente esa fuera más un asunto...personal. 

La señora Arquette. Señora ante cualquier chico de la agencia, para mi simplemente Darla. 

Darla Arquette era mi cliente más frecuente, aunque ciertamente no sabía si llamarla "cliente" era adecuado. Tal vez simplemente amante. Hacía un tiempo que teníamos un acuerdo, conveniente para ambas según Arquette, sin embargo se sentía como si la única con beneficios fuera yo. 

Arquette hacía un depósito mensualmente a la cuenta de banco usual, a cambio me llamaba las veces que quisiera: día, noche, tardes y jornadas enteras. 

Algunas veces nunca llamaba. 

El procedimiento común, ya fuera mediante la agencia o siendo un negocio propio era siempre el mismo. Una vez agendada y conociendo el tipo de cita y servicios, se pedía el pago total, un deposito o transferencia bancaria. Este se confirmaba unas 24 horas después como máximo y entonces se llamaba al cliente para acordar hora y lugar. 

Cualquier cita con un cliente nuevo se agendaba por lo menos 2 días después de que se hiciera la solicitud de servicios. Era sencillo, sin pago no hay trato. 

Los clientes frecuentes podían llamar de un día para otro sin ningún problema, algunas optaban por dar el pago en efectivo aunque se consideraba de mal gusto. Dar un pago en efectivo significaba el fin de la fantasía. 

Sin embargo mi relación con Arquette era todo menos usual.

Llevábamos poco más de dos años viéndonos de manera frecuente.

Mi primera cita con ella fue un simple servicio de acompañamiento. 

Arquette me contacto mediante la agencia. Era un cliente conocido y de los más apreciados por los dueños y los chicos. Era elegante, refinada, pagaba muy bien y además era guapísima. 

No podías ser parte de esa agencia sin haber escuchado alguna historia sobre la señora Arquette. Ser elegido por Darla era un sueño entre todos mis colegas. 

En cambio yo, ni en sueños lo habría pensado; así que me mantenía al margen. 

Por supuesto, cuando conocí a Darla cambiaron un montón de cosas en mi vida, recordando aquello parecía increíble que después de tanto tiempo siguiéramos viéndonos. 

Y más que cualquier otra cosa era increíble que aquella conexión que hubo desde el primer día siguiera intacta. Tal vez era gracias a eso que nos entendíamos tan bien en la cama y podíamos pasar horas enteras charlando de temas varios. 

Darla era una persona importante y querida para mí, además me inspiraba tal deseo que era difícil de controlar. 

Ver a Darla, caminar a su lado mientras charlábamos, llevármela a la cama, su compañía, estar con ella siempre era un deleite. 

Mi móvil vibró en el bolsillo de mis vaqueros interrumpiendo mis cavilaciones; una sonrisa se dibujó en mi rostro. Solo había una persona a la que respondía las llamadas en el acto, solo una a la que sus llamadas no eran desviadas a una contestadora y por supuesto, no era Darla Arquette. 

— Buenos días — dije con alegría a través del auricular del manos libres. 

— Te has ido otra vez...y otra vez dejaste dinero y mucha comida. — me reí. 

— ¿Estás molesta? 

— No, es que aún no sé cómo reaccionar. A veces creo que la puta soy yo... —me carcajeé con fuerza.

— ¿Acabas de llamarme puta? — hubo un corto silencio a través de la línea, mismo que me hizo incluso más gracia. 

— No...es que...bueno, a ti te pagan por sexo...en mi país eso es prostitución...

— Y en el mío. —Silencio, me reí otra vez — Me acuesto contigo porque quiero, porque me gustas. Dejar dinero después de eso supongo que no es la mejor manera de halagar a alguien...

— ¡Menos si te vas sin despedirte! —me interrumpió.

— Estás molesta. 

— ¡No lo estoy!

— Vale. 

Y el silencio fue solo interrumpido por el suave ruido que hacía al masticar y posteriormente tragar. Sonreí para mis adentros.

—...gracias por la comida.

— No hay de qué.

— y también por el dinero...

— No hay de qué. — suspiró con fuerza.

— No te entiendo, Danielle. Llamas un día cualquiera y me llevas a uno de estos hoteles de lujo donde te gusta follar. Me follas hasta que no puedo más. Y luego te vas sin más. ¿El dinero es una manera de compensar tu falta de...joder ni siquiera encuentro una palabra adecuada. 

— No le des tantas vueltas al asunto. Te doy el dinero porque sé que lo necesitas y me creas o no, siempre olvido dártelo frente a frente. No te veo como mi puta personal, ni mucho menos. Me gusta acostarme contigo, Anna. Me gustas. —la oí suspirar de nuevo. 

— También me gustas ¡Y lo sabes! Joder, sí que lo sabes. Si no fuera porque me gustas tantísimo no me prestaría para este juego extraño. — sonreí.

— Perdona. 

— ¿Cuando voy a verte otra vez?

— Jo, dijiste que no podías más pero ya tienes ganas de marcha. Que insaciable eres, mujer. — me burlé de ella y me imaginé sus bonitas mejillas sonrosadas mientras hacía morros y luego me mordía. 

— No se puede hablar seriamente contigo. 

— Prometo que será pronto. También tengo ganas de ti otra vez. 

Y silencio, profundo y aplastante. Eran esos los momentos que Anna aprovechaba para besarme, pero entonces noté que me estaba poniendo muy moñas, peligro. No tenía que haber dicho eso. 

— Aliméntate bien, puedes pedir que te pongan las sobras para llevar. Si necesitas cualquier cosa, solo llama.

Y colgué sin esperar respuesta alguna. El corazón me palpitaba de tal manera que pareciera querer salírseme del pecho. La había cagado, a lo mejor ella lo interpretaba de otra manera, deseaba con ganas que no fuera así. Siempre había tratado de ser lo más clara posible en cuanto a "nosotras". No hay un "nosotras" era lo primero. 

No quería que las cosas se pusieran raras, yo no podía ofrecerle nada más que buen sexo y tratar que su calidad de vida mejorará un poco. 

No había romance, ni compromisos, ni nada. Anna apenas había cumplido los 18 cuando la conocí, y no habían pasado más que unos cuantos meses desde entonces. Era verdad que era muy madura pero seguía siendo joven e inexperta y no quería herirla ni darle falsas ilusiones.

Bufé, enfadada conmigo misma. 

— En la siguiente calle puede dar vuelta a la izquierda y me va a dejar en la parte de atrás del edificio. 

El taxista asintió. 

Ingresé por el estacionamiento al edificio, así me ahorraba tener que saludar al conserje. No era que tuviera algo en contra del pobre hombre pero no es que yo fuera precisamente santo de su devoción. Me saludaba cada vez que pisaba el lobby del edificio, su tono de voz era diplomático pero en su mirada había reprobación pura. En realidad no me importaba, pero mejor ahorrarle disgustos al hombre. 

Aún me parecía extraño entrar a aquel edificio tan...silencioso y pulcro. 

Había visitado lugares así pero vivir ahí era completamente diferente. 

Era un edificio de 31 pisos, de estos para gente pija. En cada piso había solo 2 lofts de tamaño exagerado. 

Aun trabajando toda mi vida jamás me habría permitido vivir allí, había sido un regalo de Darla a la que no le gustaba para nada mi antiguo apartamento. 

Así que cada día me encontraba recorriendo 30 pisos en un elevador que siempre estaba impecable gracias a gente invisible. Y es que era impresionante que nunca te cruzaras con alguna persona de limpieza y peor aún, con algún vecino. A veces pareciera que yo fuera el único inquilino y era acojonante. 

Pase por el apartamento luego de 2 días sin poner pie ahí solo para vaciar mi maleta y llenarla de nuevo, además de darme una buena ducha. 

Pase un buen rato en la tina de hidromasaje y a las 4 de la tarde estaba lista para marcharme.

Tomaría un desvió del lugar en donde me reuniría con Darla solo para pasar por uno de mis sitios preferidos. 

Era una cafetería de ambiente que estaba de moda. Aunque no siempre lo había sido, anteriormente era una cafetería con un ambiente hogareño y las bebidas más ricas que hubiera probado. Los dueños seguían siendo los mismos, las recetas las mismas. Solo había una diferencia entre la antigua cafetería y esta nueva, los ríos de gente que entraban día a día. 

Así que a partir de las remodelaciones no era extraño pasarte por ahí y encontrar el lugar abarrotado, aún más cuando estábamos en pleno julio y las lluvias llegaban de la misma manera con la que el sol te abrazaba. 

Por suerte para mí, aquel día no había una larga fila fuera de la calle esperando por una mesa, aunque los encargados del negocio, una pareja de hombres de 50 y pico años y que llevaban más de la mitad de sus vidas juntos me dijeran "siempre hay una mesa para los amigos" cada vez que se me ocurría aparecer por ahí. 

Aquella era nuestra versión de "The planet" la cafetería en donde las protagonistas de The L Word solían reunirse, y de donde por cierto tomaron la idea y gracias a la cual su negocio había entrado en auge después de una década de apenas sobrevivir. 

En cuanto crucé la puerta me encontré con un sonriente Emiliano, mismo que abandono sus deberes de cajero para salir a saludarme.

— ¡Danielle, querida! — beso mis mejillas y me estrechó entre sus brazos. — ¿Por qué nos tenías tan abandonados? ¡Ignacio, ven aquí! — le gritó a su pareja, el barista del lugar y creador de más de la mitad de los productos en su extenso menú. 

Ignacio abandono la cafetera en medio de una preparación, por lo que su empleada de más confianza, Adelaide, corrió hacia la máquina con la cara descompuesta. Solté una carcajada mientras Ignacio me achuchaba y veía a la pobre Adelaide sufrir por los descuidos de sus atolondrados jefes. 

Tuve una charla corta con la pareja, quienes me recriminaban por desaparecer y me hacían prometer que no los abandonaría de nuevo.

Les felicite por el negocio y me deje achuchar por ambos hasta que tuve que instarles a volver a sus respectivos trabajos. 

Emiliano corrió a terminar de atender a la irritada chica que había dejado varada frente a la caja, no sin antes dedicarme un guiño encantador.

Ignacio me miró por unos segundos largos con una sonrisa radiante. 

— Estamos a muy poco de festejar nuestro primer aniversario — dijo finalmente haciéndome enarcar una ceja. — Desde que somos un lugar nuevo, querida. — asentí en silencio. — Tenemos planeada toda una semana de festejos, la primera noche será solo para mujeres. Pero aún no decidimos que sería bueno para amenizar la velada, por eso queremos pedirte ayuda. 

— ¿Yo?

— ¡Pues claro! Es una noche para mujeres, ¿Quién mejor que nuestra mujer favorita para ello? 

— Jajaja, de acuerdo. Estaré encantada de ayudarles. — Ignacio aplaudió, complacido.

— ¿Latté de taro? — Sonreí — Con un brownie. Ahora mismo lo llevo a tu mesa. 

El hombre desapareció tras la barra dejándome una agradable sensación. 

Me dirigí hasta la terraza techada donde había mesas libres. Salude a lo lejos a varias personas que conocía y algunas otras que me conocían pero de las cuales no sabía ni su nombre. 

Una vez estuve cómoda en el pequeño sillón de cuero saqué el móvil dispuesta a sumergirme en cualquier tontería que encontrara en Internet por un rato, sin embargo mi fondo de pantalla me absorbió, era una foto de Anna y yo dándonos un beso.

Llevaba algún tiempo ya con esa fotografía saludándome todos los días desde la pantalla del móvil, pero acababa de darme cuenta de lo mal que estaba. 

¿En qué momento había empezado a salir con Anna? Porque daba igual que aquella imagen hubiese sido capturada en el restaurante de un hotel ¿En qué momento me había permitido compartir la hora de la comida con ella? ¿En qué momento había empezado a besarle y abrazarle después del sexo en vez de fumarme un cigarrillo? ¿Cómo había sido tan descuidada? La había cagado, de manera particularmente apestosa. Necesitaba dejar de verla por un tiempo.

Fui directo a los archivos del móvil, para borrar una a una de las fotografías que tenía con Anna. 

Anna y yo besándonos, borrar. Anna y yo abrazándonos, borrar. Anna besándome la mejilla, borrar. Yo besando la mejilla de Anna, borrar. Anna y yo sonriendo, borrar. Una completamente mal capturada en donde nos estábamos riendo, borrar. Anna, Anna, Anna, borrar, borrar, borrar. 

Una a una, montones de fotos que me hacían sentir cada vez peor. Avergonzada de mi misma decidí borrar todas las fotos del móvil, para no mirarlas más. Entonces en un momento justo pasaron varias cosas a la vez, el móvil me vibro en la mano mientras alguien hablaba justo detrás de mí, pegue un bote tremendo y lancé el teléfono por los aires para verlo aterrizar en el suelo con un golpe seco. Me quede mirándolo, asustada hasta que comenzó a vibrar de nuevo y me sentí ligeramente aliviada. La persona que habló detrás de mí coloco una taza sobre la mesa y fue a por mí móvil para devolvérmelo. Adelaide me tendió el teléfono con una sonrisa en el rostro mal disimulada. La miré con los ojos entrecerrados y le arrebate lo que me pertenecía cuando comenzó a vibrar una vez más. Otra foto de Anna apareció en la pantalla, Adelaide enarcó una ceja.

— Es linda ¿Es tu novia? — fruncí el ceño al tiempo que rechazaba la llamada y ponía el móvil en mi bolsillo. 

— Yo no tengo novia — la chica elevó sus cejas de una manera exagerada. ¡Coño! Es que andaba demasiado estúpida, un simple "no" era la respuesta adecuada. En cambio lo que había dicho se traducía en "YO no tengo novias, nunca". 

Adelaide era guapa, pelirroja de bote y con el cabello largo siempre atado en un moño descuidado. Los castaños ojos grandes le daban un aspecto amable y sus facciones eran difíciles de olvidar. 

— Ya. Pediste brownie de doble chocolate también ¿Cierto? — asentí, ella se dio la vuelta sin más.

Me perdí en el movimiento de sus caderas al caminar, hasta que el jodido móvil comenzó a vibrar una vez más. 

Eche un vistazo rápido a la pantalla, en ella ponía "número privado" y suspiré con alivio justo antes de responder.

— ¿Diga?

— Estoy fuera de la ciudad y ha empezado a llover. Voy tarde. ¿Podemos comer en el hotel? 

— Cariño, a ese hotel no voy a otra cosa más que a comer. —le dije en tono sugerente.

La suave risa de Darla a través de la bocina, me hizo sonreír. 

— ¿Quieres esperarme ahí? Llegaré directo a la habitación. 

— Lo haría con gusto de no ser porque no tengo idea a donde me llevaras esta vez...

— Oh...maldito clima, me cambia los planes. — Se quedó en silencio unos segundos— Te veo en la parada del bus frente a la universidad que está a unas calles de la cafetería de Iggy. Tenemos que pasar por ahí forzosamente y así no pierdo más el tiempo. ¿Te queda bien? 

— Justo estoy en la cafetería, me queda perfecto. 

— Te veo en una hora más o menos.

— Muy bien.

Y cortó.

***

Llegué a la parada del bus unos 40 minutos después de la llamada de Darla y media hora después de eso no había señales de ella, sin embargo había comenzado a llover a cantaros. Había pasado un buen tiempo desde que hubiera tal aguacero que las calles se hubieran quedado desiertas. Y estaba mortalmente aburrida, sintiéndome bastante harta por el molesto golpeteó del agua sobre el techillo de metal de la estación del bus cuando un sonido familiar pero bastante diferente a lo que había estado escuchando durante los últimos 15 minutos me llamó la atención, una chica en tacones altísimos y vestido corría de una manera muy graciosa hasta la parada del bus. En cuanto estuvo protegida de la lluvia miró a la distancia y yo me sentí ligeramente aturdida por su imagen.

Empapada de los pies a la cabeza, con el vestido de escote recto que no mostraba nada y tirantes, color escarlata resaltando la pureza y blancura de su piel. Sus pechos eran grandes en proporción a su delgado cuerpo, sus piernas eran largas y calzada con los tremendos tacones blancos me entraron ganas de follármela vistiendo solo esos zapatos. 

Su cabello largo y oscuro escurría agua pero decoraba su rostro como un par de densas cortinas.

La nariz pequeña, los labios sonrosados y carnosos, las tenues pecas en el puente de su nariz que seguramente habían quedado al descubierto cuando la lluvia se llevó su maquillaje. Los ojos tan grises que parecían plata líquida, el maquillaje de ojos ligeramente corrido también por el agua que le daba un toque adorable a su imagen increíblemente sensual. Las pestañas enmarcando aquellos ojos eran inmensas y apuntaban al suelo tirando las pequeñísimas gotas que pendían de ellas para caer por su rostro y acariciar sus labios y seguir corriendo por su delicado cuello hasta perderse entre su escote. Entonces desee poder convertirme en una gotita de agua. 

Ella dejó de ver a lo lejos y elevo su delicada muñeca para echarle un vistazo al reloj que la decoraba. La vi poner los ojos en blanco y de repente, como si se hubiera dado cuenta del peor de los crímenes abrió los ojos hasta que estos parecieron salirse de sus órbitas, miró al cielo y gritó

— ¿¡Por qué a mí?! — Me entraron ganas de reír, no por la situación de la pobre chica que parecía estar a punto de echarse a llorar, más bien por lo despistada que era. 

— Con este clima el bus se retrasa un poco, pero no debe tardar. — dije subiendo mi tono de voz un par de octavas para hacerme oír, ella volteó a verme de inmediato y sus mejillas se encendieron, enseguida volteó a su izquierda.  

— Oye — me llamó — ¿Quien dijo eso?

Me encogí de hombros y traté de disimular la inmensa carcajada que estaba a punto de soltar

— ¿El qué? — dije como si no fuera la cosa.

Su expresión confundida cambió en un segundo a una de sorpresa absoluta y esta vez fue ella la que me miró fijamente de los pies a la cabeza una y otra vez, deteniéndose más tiempo del necesario en mi pecho. Sí, cariño. Soy una chica. Se quedó completamente perdida y sonrojada. En ese momento supe que podía intentar cualquier cosa y ella iba a acceder. Sin embargo, antes de dejarle mi número y pedirle que me llamara, le pregunté si tenía frío.

No respondió, se quedó muda y la situación era tan hilarante que solo quería ponerme a reír. 

— Te prestaré mi sudadera, es una de mis favoritas así que devuélvemela, eh. — dije mientras me aproximaba a ella y me sacaba la sudadera.

— ¿Qu-que ha-haces? — los dientes le castañeaban tanto que estaba segura de que se estaba congelando.

— Te he preguntado si no tenías frío. Dado que no respondiste y estás temblando como una hoja supongo que sí. — me miró a los ojos por un segundo largo y deseé llamar a Darla y cancelar para darle un poco de calor a la pobre chica. 

— G-gracias. 

—No hay de qué. Tú la necesitas más que yo. —y le di mi mejor sonrisa. Sus labios se entreabrieron, y me miraba tan fijamente que no sabía dónde meterme o que decir.

El fuerte rugir de un motor me hizo desviar la vista de ella. A lo lejos un mercedes negro y alucinante venía seguido de un autobús.

— Viene un bus, espero que sea el tuyo. — de nuevo, no respondió.

— Lo siento ¿qué dijiste? —preguntó con las mejillas coloradas. Me reí bajito.

— Que tu bus no tarda más en llegar. 

Señale al otro lado de la calle mientras el auto de Darla aparcaba frente a nosotras.

— Debo irme — dije, dándole un último vistazo para asegurarme de grabarla bien en mi memoria y sin esperar una respuesta avancé hacia el auto donde Darla abrió la puerta desde dentro. 

— ¡Gracias! ¡Voy a devolvértela! — gritó con la voz más firme que le había oído en los últimos minutos. Le hice un gesto con la mano mientras abordaba el auto y le sonreía a la incluso más espectacular mujer que me esperaba ahí dentro. 

 

 

Notas finales:

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