Lo amaba. Rayos, no podría dejar de hacerlo, pero necesitaba alejarse, por su bien. Los golpes y los insultos habían llegado a un nuevo nivel en donde las palabras no eran más que dagas envenenadas que poco a poco le arrebataban la vida a Eidan, los golpes eran cada vez más fuertes y no se detenían hasta verlo sangrar o inconsciente. Su amor ya no podría cambiarlo, lo había hecho intentado todo para que lo haga y que no haya servido le dolía, le dolía mucho.
* * *
Era más que obvio que Richard no iba a permitirlo, cuando se enteró de los planes de huida del castaño estalló en rabia, no iba a dejarlo, no estaría nunca más solo, ya nadie iba a abandonarlo. Ese día Eidan se arrepintió de no ser discreto y cuidadoso, ese día la idea de terminar todo eso se había apoderado de él.
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En el hospital estaba más tranquilo, sabía que su verdugo no le haría nada estando allí. Aunque en apariencia Richard se notara culpable, el oji-marrón ya no le creía, verlo llorando con la voz rota, pidiendo perdón y que no le dejara ya no le afectaba ahora solo podría mirarlo de la manera más fría que podía, los ojos azules, hinchados de tanto llorar y los hipos que soltaba de vez en vez ya no lo conmoverían, sabía que volvería a los mismo.
Tarde o temprano lo haría.
Después de unos días en el hospital le dieron el alta, aunque Eidan no lo quería. Durante esos días una amiga suya había ido a visitarlo al llegar le preguntó a Richard “¿Qué sucedió?” él, la única respuesta que dio fue “se cayó de las escaleras” era más que obvio que era mentira, ¿Quién se tragaría eso? Su, es el nombre de la amiga, le preguntó a Eidan lo que había pasado realmente. Necesitaba una aliada, solo no podría lograrlo, como era de suponerse al contarle la verdad a Su ella se puso histérica iba a golpear al bastardo, pero sería caer en lo mismo y sería muy tonto hacerlo. Lo sabía, ella siempre lo apoyo y una prueba más era que le ofreció su casa y él gustoso aceptó. El fin se acercaba.
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Richard vivió en una casa ruinosa que desde fuera parecía que el viento la derrumbaría, era irónico, así también era su familia. Su padre los golpeaba a él, a su madre y a su hermanita. No entendía como su madre se pudo enamorar de alguien tan cruel y sádico como su padre, llevaba a una puta a folla en su propia casa, frente a ella en su propia cama, o lo que esas cuatro tablas con paja pudieran ser, como pudo perdonar el que ese mal nacido haya vendido a su hermanita de solo 6 años a otro hijo de puta para drogarse y que luego el muy maldito, después de violarla y golpearla, la llevara a la casa en peor estado del que salió, y pida su dinero devuelta argumentando que “ella es una inútil, no sabe hacer nada”, como perdonar a una persona que mató a punta de golpes a su hija por la “devolución” NO ERAN OBJETOS. Joder, eran sus hijos, como pudo… Cierto. Las drogas.
Su vida fue un maldito infierno y sólo se liberó cuando en una pelea de pandillas habían disparado a ese monstruo al que debía decirle “padre”. A partir de ese momento su madre era la que llevaba hombres a la “casa” hasta que un día no volvió más, “mejor así” pensó en aquel momento. Creyó que su infierno había acabado… pero también lo había acabado a él. Sus relaciones eran como su familia, ruinosas; lo engañaban, lo dejaban, lo menos preciaban, tanto mujeres como hombres. Lo habían dejado de todas las formas posibles: dulces, dolorosos y crueles, no soportaría una más, por eso optó por el “tenme miedo y no te atrevas a dejarme”.
- Ya no lo soporto – la sala quedó en silencio, aquel día Richard estaba de “buen humor” y Eidan debía aprovechar eso.
- ¿Qué?
- Richard, me voy – tenía miedo, mierda era inevitable pero por una vez en su vida debía ser valiente.
- No. No puedes dejarme – se acercó rápidamente al castaño sobresaltándolo y encendiendo cada una de sus alarmas. El peli-negro notó esto y como su linda cara adoptaba una mueca de terror, sin darse cuenta se había convertido en su padre, aquel monstruo que tanto daño había causado, a quien tanto odiaba aún después de muerto, ahora; él era igual. Por eso, al ver que ya nada le quedaba se detuvo. Eidan estaba en la entrada y a unos pocos metros, Richard.
- Richard quiero que me escuches – el temor siguió presente pero al ver que Richard asentía suavemente con la cabeza, pudo tranquilizarse un poco.
- Sabes que lo he intentado todo, he hecho lo que pude. Te tengo miedo, todos estos años he tenido miedo, siempre cuidando lo que hacía, lo que decía para no llevarme una golpiza. No te culpo, sé que en el fondo tú no querías esto, me golpeaste y cuántas veces me enviaste al hospital, quiero creer que es porque estabas ciego, que aún me amas… pero no puedo seguir así. Te amo. Y mucho, pero también me amo a mí y… aunque en el fondo me duele, esto es lo mejor para los dos.
El silencio fue casi eterno, ninguno decía nada tan sólo…se miraban. Se miraban como no lo hacían desde hace tanto… desde que todo empezó. Las lágrimas comenzaban a desbordarse de los ojos de Eidan.
- Por favor. Por favor ya no me mires así – decía entre sollozos, no lo estaba haciendo fácil, sentía su pecho comprimirse – Ya no…no lo hagas – Eidan se esperaba una reacción más violenta, gritos, quizás golpes. Pero no eso.
Richard se fue acercando poco a poco, mirándolo con todo el amor y tristeza que sentía en esos momentos, él lo amaba. Amaba mucho a Eidan, como nunca quiso a alguien y aunque cometido un gravísimo error eso no cambiaría. Nunca.
- Eidan. Te amo, enano – No. Aquello hizo que el corazón del oji-marrón volviera a comprimirse dolorosamente. Años deseando escuchar esas palabras, años de soñar que las escuchaba con el mismo tono dulce – Te amo, mi amor – los brazos de Richard volvían a sentirse cálidos, como antes; inevitablemente el cuerpo del menor se tensó y eso fue como un puñal para Richard, que por acto reflejo comenzó a acariciar los cabellos del más pequeño hasta tranquilizarlo.
- ¿Por qué ahora? Richard – Escuchar su nombre en boca del castaño, en un susurro casi inaudible, entre sollozos y en esos momentos hizo que el más alto callera en la tristeza. Lloró en silencio, como cuando era niño. Eidan también lo abrazó y así pasaron mucho tiempo. Quien los separo fue el mismo Richard, su mirada seguía siendo cálida, seguía diciéndole cuanto lo amaba.
- Eidan. Déjame besarte una vez más, déjame hacerlo… por última vez – Fue lento, fue dulce, duró lo que tenía que durar expresando el amor profundo que sentía el uno por el otro – Te amo mucho enano. Te amo.
Eidan ya no tenía nada más que hacer allí, cogió sus maletas y con paso lento abrió la puerta del departamento y salió. Antes de que la puerta se cerrase logró escuchar un “Adiós, mi lindo enano”
FIN