Los días pasaban y nada había cambiado, Bill era un chico callado, cerrado en su universo, a veces uno se olvidaba que estaba presente, sin embargo eso no le quitaba lo impertinente, parecía que había tomado el salón de clases como su cuarto.
Tom no le encontraba sentido a su comportamiento, desde que llegó le dio mala espina, apenas y recordaba su voz, ni siquiera recordaba que en las últimas semanas le hubiera dirigido un “hola”, siquiera por mera cortesía.
Esa mañana tenían clase de historia, algo que al rastudo ponía de mal humor, el solo imaginar que le quedaban dos semanas para entregar el proyecto en grupo lo deprimía, mas sabiendo que en vez de avanzar con eso parecía que retrocedía, la tarde la pasaría en casa de uno de sus compañeros intentando darle forma a su tarea- una tarde más perdida en vano- se dijo a sí mismo. Su mal humor se intensifico cuando vio entrar a Bill, venia tan campante como si le estuviera haciendo un favor a la vida presentándose en el salón de clases.
Lo mismo de siempre, era llegar, verlo, dirigirle una mirada fría y caer en su pupitre a dormir, pero al parecer hoy el joven de cabello negro traía una nueva diversión, del fondo de su mochila saco un paquete de ositos de goma que se dedicó a devorar durante toda la hora de clases, Tom no entendía como le hacía para que no lo descubriera, lo hacía de una forma tan natural, que parecía que ni siquiera se esforzaba por ocultarse, con un poco de nostalgia recordó como con Nathan intentaron abrir una bolsa de frituras y fueron enviados a la dirección, definitivamente Bill era un chico bastante raro.
- De nuevo he perdido mi tiempo- Tom estaba frustrado y estresado, la tarde no había ido nada bien, se había peleado con sus demás compañeros por el proyecto, él lo hacia todo y ellos ni siquiera le ponían un ápice de atención, así que explotó y dejó bien claro que el no movería un dedo más si ellos no mostraban interés.
Era de noche, caminaba hacia su casa, esa tarde había llovido lo que no ayudaba con su estado de ánimo, paso cerca de una tienda en la que solían reunirse varios jóvenes a beber, por un impulso giró su cabeza hacia los que se encontraban sentados en los taburetes a fuera de la tienda, grande fue su sorpresa al encontrarse con Bill, acompañado de gente que a leguas se notaba no andaba por buenos pasos, pero lo que más le sorprendió fue ver que su compañero se la estaba pasando bien, parecía que se llevaba bien con esos tipos.
Bill enseguida lo reconoció y esbozo una sonrisa que Tom no pudo identificar como alegría por verlo, enseguida el de cabello azabache lo llamo con su mano, el rastudo no entendía sus intenciones, ¿acaso quería que se les uniera?
Tom hizo un amago de dirigirse hacia ellos, Bill se puso de pie, su rostro cambio a uno prepotente.
- Largo- Bill lo ahuyentaba con su mano como si fuera una mosca posada en la miel- vamos vete, sigue tu camino- sus acompañantes echaron a reír, parecía que la pasaban fenomenal molestando al joven que se había aparecido.
- ¿Que no escuchas?....vamos, vete, no hay nada aquí para ti- un joven alto con el cabello casi tan largo como el de Bill se levantó para seguir ahuyentándolo- ve a casa mocoso, ve a tomar tu lechita- los rufianes y Bill estallaron en carcajadas.
Tom no iba a quedarse para ser la burla de nadie, si Bill prefería quedarse con ellos perfecto, pero él tenía cosas más importantes que hacer.
Era martes y tenían clase de matemáticas, al parecer al Sr. Matews de nuevo le habían cortado el gas y por supuesto tuvo que bañarse en agua fría, siempre que algo así pasaba se desquitaba con sus alumnos.
- A ver jovencitos- su voz sonaba de ultratumba- hoy revisare sus libros…y pobre del que no lo haya traído- cada vez su voz se asemejaba más a la de un psicópata, parecía que disfrutaba el atormentar a sus alumnos.
Tom se dio cuenta como algunos de sus compañeros se tensaban, mucho se temía que varios no podrían sentarse derechos en algún tiempo. Su maestro tenia formas de castigo del siglo xv, cada vez que se le ocurría hacer revisión de libros y alguno de sus alumnos no lo llevaba, lo pasaba a la pizarra y le daba un buen azote en el trasero con una vara, adjudicando que en su tiempo así se aprendían las lecciones. Lastimosamente nadie se atrevía a denunciar su abuso porque sabían que tomaría represalias contra ellos y los reprobaría.
Bill dio un pequeño suspiro entre sueños, atrayendo la atención de su compañero- ¿acaso no duerme lo suficiente?- se preguntó Tom y repuso en la proximidad de su maestro, le dio un codazo al durmiente que se encontraba a su lado para alertarlo. Bill dio un resoplido de frustración llamando la atención de su compañero, se notaba que estaba agotado como si no hubiese dormido en días, Tom se dio cuenta que tenía un corte en la mejilla derecha, que se camuflaba por el maquillaje que solía llevar, bajó su mirada hacia el escritorio de Bill y reparo en que no llevaba su libro de matemáticas, lamentaba la suerte de su compañero, parecía tan frágil que se imaginó que en cuanto la vara tocara su cuerpo se desmayaría.
Unos cuantos alumnos pasaron con resignación hacia el pizarrón odiando su suerte, el Sr. Matews estaba cerca del pupitre que compartían Tom y Bill, y guiado por un impulso el rastudo rápidamente deslizo su libro hacia su compañero tomando él su lugar en el azotadero.
Al de cabellos azabaches le dio gracia el acto de “valentía” de Tom y a la vez no pudo dejar de pensar -idiota- ojeó el libro de matemáticas e inevitablemente volvió a dormirse.