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Unexpected Plan (Plan Inesperado) por LunaScarlatta

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Notas del fanfic:

La existencia de esta historia se debe a esas chicas que shippeaban el Rei/Sora de SMILE: Yuki-chan's Life. Desde que empecé a publicar la primera versión hace dos años, me llevan pidiendo un capítulo especial en el que Rei y Sora tuvieran relaciones sexuales. Lo cierto es que yo por aquella época no veía ni leía yaoi, así que no me gustaba la idea de escribir un capítulo con esa temática, y menos aun con Rei y Sora como protagonistas. De hecho, sigue sin gustarme la idea de Rei y Sora haciéndolo.

Sin embargo, después de insistirme mucho con el ship con la nueva versión de SMILE: Yuki-chan's Life, sí he escrito un capítulo así, se llama Inesperado y lo podéis leer aquí.

 

Debido a que me han pedido más de Inesperado, y como ya dije no voy a escribir una historia sobre Rei y Sora, he decidido escribir una historia aparte con una pareja que tenga algunas similitudes. Inesperado tuvo un éxito inesperado, valga la redundancia, ya que nunca esperé que fuera a gustar tanto lo que escribí. No dejaban de pedirme más y el resultado ha sido Unexpected Plan.Como en el caso de Inesperado, se trata de una historia de temática homosexual, y sí, tendrá escenas sexuales.

 

¿Qué podéis esperar de esta historia? Drama, comedia, romance, y mucha, mucha ternura y mucho amor. Veréis un poco de todo y yo espero con toda sinceridad que la historia os guste, porque aunque la he armado en pocos días, creo que va a ser una historia bastante bonita.

Notas del capitulo:

En este capítulo veremos cómo Nozomu y Kazuma se conocieron.

Kazuma Toudo simplemente no creía en el amor. No, demasiado dolor había pasado por su corazón. A sus veinticinco años ya había experimentado el matrimonio. El problema era que no había resultado. Había sido algo inevitable. Aunque hubiera intentado hacer algo... El desenlace hubiera sido el mismo. Después de todo, él era un simple camarero. Desde aquello, ocurrido cinco años atrás, Kazuma ya había dado por perdida toda su confianza en que el amor pudiera ser completo para dos. Tantas parejas felizmente casadas sin sospechar que su vínculo era tan frágil como un vaso de cristal. El más mínimo error y ese lazo que los unía se rompía sin dejar rastro. Claro que a veces la prueba de ese vínculo quedaba en los hijos, ¿pero eso significaba que hubiera amor? Podía recordar con claridad cómo su esposa se marchó. Ni siquiera quedó rastro de ella. Tampoco algo que probara que habían estado juntos. Simplemente no dio tiempo. Había sido todo demasiado precipitado.
Kazuma suspiró y se miró en el espejo una última vez antes de terminar de afeitarse. Aún tenía ese aspecto de poco cuidado. Sus ojos miel se mostraban cansados y su cabello castaño oscuro seguía queriendo ocultarlos. Aunque debía admitirse que tenía buena apariencia, ya que se ocupaba de estar al menos presentable. Tenía que hacerlo al trabajar de cara al público. Se enjuagó la cara y se peinó el cabello hacia atrás de la mejor manera que pudo. Terminó de vestirse, bostezó y empezó su trayecto hacia el trabajo con las manos metidas en los bolsillos.
La verdad es que no tenía muchas ganas de tener que lidiar con los clientes a una hora tan temprana, pero no podía hacer otra cosa. Un compañero estaba enfermo y él tenía que sustituirlo a falta de personal. Es decir, le tocaría hacer turno doble ese día. La sola idea de lo cansado que iba a estar después del trabajo sólo hacía que se cansara un poco más. Apenas había logrado dormir esa noche...
Volvió a suspirar sólo de pensar en ello cuando alguien chocó contra él. Kazuma se giró para ver a esa persona. Se trataba de un chico alto, de piel de porcelana, con el cabello de color blanco y muy corto, que cargaba una mochila negra y vestía una chaqueta blanca abrochada hasta arriba y pantalones a juego.
Se tambaleó buscando el equilibrio sin ser capaz de mirar a Kazuma a los ojos.
—¡Lo siento mu...! —Nada más ver a Kazuma su gesto se volvió de terror y empezó a correr de nuevo.
Éste frunció el ceño sin entender muy bien qué acababa de pasar. ¿Tanto miedo daba? Al girarse para continuar su camino, vio a varios hombres vestidos de blanco correr también en la dirección en la que se había ido el muchacho. ¿Qué demonios estaba pasando ese día?
Al llegar al restaurante se fue a los vestuarios y se puso su uniforme de camarero. Lo cierto es que por las mañanas solía estar tranquilo porque no iban muchos clientes, pero podía pasar que llegara alguno problemático, y no era demasiado agradable que lo primero que tuviera que hacer en el día fuera negociar con un cliente que se había levantado con el pie izquierdo.
Y así transcurrieron las horas. El día no sólo fue aburrido sino que, como se temía, tuvo que lidiar con un cliente borracho que estaba molestando al resto. No estuvo especialmente ocupado el resto de la jornada y quizá eso fue lo que provocó que se cansara un poco más. Se sentía desganado.
—¿Qué ocurre, senpai? —preguntó alguien al verlo prácticamente tirado sobre la mesa de la sala de descanso.
Kazuma se giró a verlo. Se trataba de Rei Himura, un chico de veintitrés años que había entrado a trabajar como camarero dos años atrás tras ser despedido de su anterior trabajo de repartidor de comida a domicilio. Era el único en todo el establecimiento que superaba en altura a Kazuma, y sólo era por un centímetro. Pero Rei, a diferencia de él, seguía teniendo el aspecto de un adolescente. Su carita, aunque masculina y nada delicada, era hermosa y aniñada. Su edad podría resultar confusa ante estos rasgos. Además tenía una apariencia sumamente cuidada: cabello cortado en su justa medida (ni muy largo ni muy corto), barba afeitada y un cuerpo propio de un deportista. Kazuma sabía que todo esto se debía en gran parte a que tenía novia. El muchacho estaba tan contento siempre e irradiaba tanta felicidad que era imposible que tratara de ocultarlo. Él también había sentido aquello durante su corto matrimonio.
—Nada. Me siento cansado. Anoche no pude dormir —respondió.
—Oh...
Rei no quiso decir nada más. Sabía por qué su compañero no había dormido nada pese a que quizá ni el mismo Kazuma se había dado cuenta. Los dos años que llevaba trabajando allí, en la misma fecha, había pasado algo similar.
Kazuma suspiró y se echó hacia atrás.
—¿Sigues con tu novia?
—¿Eh? —Rei se sonrojó de súbito—. Sí, sigo con ella. —Se formó una sonrisa tierna en sus labios—. De hecho... estoy por pedirle que se case conmigo.
Kazuma abrió los ojos de golpe y se giró hacia él.
—¿No deberíais esperar un poco más? Quiero decir, sois muy jóvenes.
—Aun así —dijo enterneciéndosele el rostro aun más—, ya llevamos juntos tres años. Creo que debería hacerlo. Me siento preparado.
Kazuma no dijo nada. Apartó la mirada y salió de la sala de descanso con la excusa de sacar la basura. Tomó la bolsa y la llevó al exterior del establecimiento hasta el contenedor. Por algún motivo, había mucho alboroto a esas altas horas de la noche y los mismos hombres vestidos de blanco de esa mañana corrían de un lugar a otro. Kazuma no pudo evitar fruncir el ceño y volvió a entrar en el restaurante.
—Himura-kun, ¿sabes si ha pasado algo hoy por aquí? —preguntó molesto por el hecho de no entender lo que ocurría.
El joven negó con la cabeza.
—Sólo sé que por aquí rondan un montón de gente de blanco. Parecen estar buscando a alguien, pero no tengo ni idea de si ha pasado cualquier cosa.
—¿Hay policías?
—Yo no he visto ninguno —admitió—. Pero sin duda aquí pasa algo extraño.
Kazuma se apoyó en el quicio de la puerta. Tenía la sospecha que el chico con el que chocó esa mañana debía tener algo que ver. Iba vestido como esas personas y parecía que lo seguían a él. Sin embargo, no tenía por qué ser así. Quizá simplemente había sido casualidad que estuviera allí en ese momento. Pero parecía tener prisa. Aunque eso no significaba que lo persiguieran a él.
Recordó la mirada de terror que puso al mirarlo e hizo una mueca de fastidio. ¿De verdad daba tanto miedo?
—Oye, Himura-kun. ¿Crees que parezco intimidante? —preguntó ante la idea.
—¿Tú? —Rio—. ¿Por qué no te miras al espejo un poco?
—Antes un chico huyó de mí. Parecía asustado.
El joven se le quedó mirando.
—Quizá se deba a que no sonríes si no hay clientes delante. Creo que si lo hicieras, resultarías más atractivo a las mujeres —dijo tirándole de ambas mejillas intentado formarle una sonrisa.
Kazuma se frotó la cara dolorida.
—Bueno, no todos somos tan sociables como para tener una amante distinta cada noche.
—¿Eh?
Kazuma puso los ojos en blanco.
—A tu novia le gusta mucho hablar.
—Ah, así que era eso. —Empezó a reír, nervioso—. Es cierto, tuve una temporada un poco especial...
—¿Un poco especial? ¡No podía dormir por las noches por tu culpa! —dijo una voz femenina.
Ambos se giraron para toparse de golpe con una chica menuda y de aspecto infantil, con el cabello castaño claro y dos enormes ojos avellana. Iba vestida de maid, con una cofia adornando su cabeza.
—¡Yume-chan! ¿Qué haces aquí? ¡Y además con ese uniforme! ¿No podías habértelo quitado antes de salir del trabajo? —exclamó Rei.
—Quería darte una sorpresa.
—¡Esa no es razón!
Kazuma observó en silencio cómo discutían aquellos dos. Se les veía felices. En parte se sentía celoso de tanta ingenuidad y deseaba que nada hubiera pasado. Poder estar así con su esposa. Pero el amor no duraba. De un modo u otro el lazo se acababa rompiendo.

Kazuma salió del supermercado de 24 horas y suspiró. Había comprado comida precocinada. No tenía ganas de ponerse a preparar nada y además era tarde. Abrió la palma de la mano y miró el recibo y el cambio bajo la luz de la farola. Todo correcto. Pero cuando iba a guardar las monedas en su bolsillo, una se cayó y rodó por el suelo, metiéndose en el callejón de detrás del supermercado. El muchacho se agachó a cogerla, cuando, tan sólo a unos pocos metros, vio que se encontraba el chico de esa misma mañana sentado en el suelo sacando algo de su mochila. Kazuma se quedó observándolo durante unos instantes, asimilándolo, y el chico parecía hacer lo mismo. De repente, el menor se levantó y empezó a correr.
—¡Espera! —Logró agarrarlo del brazo.
Pero el chico se giró, y cuando Kazuma quiso darse cuenta, se encontraba en el suelo completamente dolorido por el impacto. El joven empezó a correr, y dándose cuenta de que iba a escapar, el mayor logró agarrarlo del tobillo y hacerlo caer de bruces. Rápidamente le puso la rodilla sobre la espalda, inmovilizándolo.
—Tú eres el causante de este revuelo, ¿no es así, chico? —dijo. El chico no respondió, se limitaba a quejarse del dolor y a retorcerse, intentando soltarse—. ¿Por qué te buscan?¿Has robado algo?
—¡No! ¡Y suélteme! ¡Déjeme ir! —gritó.
—Veamos qué tienes por aquí. —Kazuma tomó la mochila negra.
—¡No! ¡Suelte eso! ¡Es mía!
—A ver... —Empezó a buscar en el interior de la mochila algún objeto que pudiera haber sido robado, pero sólo había algo de ropa blanca, una lata de atún y una cartera. Cogió ésta última para mirar la identidad del chico, buscando alguna pista—. Nozomu Suzuki, dieciséis años. ¿Te has escapado de casa, chaval? —El menor sólo murmuraba cosas inteligibles—. ¿Debería entregarte a esos hombres de blanco para que te lleven de vuelta? —Entonces dejó de oponer resistencia y empezaron a oírse sollozos—. Eh, ¿qué te pasa? —Dejó de hacer fuerza contra él y Nozomu se levantó de golpe, envuelto en lágrimas, dispuesto a empezar a correr, cuando Kazuma, tiró de su muñeca y lo obligó a sentarse con él en el suelo—. ¿Qué ocurre? —Quizá no tenía mucho sentido que preguntara, al fin y al cabo era normal que se sintiera asustado. Un hombre desconocido lo estaba reteniendo contra el suelo y lo estaba interrogando en contra de su voluntad—. Lo siento —se disculpó al darse cuenta. Pero no lo soltó. El chico seguía sollozando y le temblaban las manos.
—Deje que me vaya, por favor —suplicó.
—No puedo hacer eso.
Kazuma sentía cómo el corazón se le iba rompiendo lentamente. Aquel muchacho estaba asustado de verdad. Pero no podía dejarlo ir sin más, pues no sabía si necesitaba protección o si de lo contrario tenía que entregarlo a la policía. Parecía tan frágil... Tan delicado. Era muy delgado y con esa piel tan clara y suave realmente parecía un muñeco de porcelana.
—¿Te has escapado de casa? —preguntó. Nozomu asintió. Parecía haberse rendido, pero las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas y trataba de hacer el menor ruido posible—. ¿Tienes algún motivo de peso para haberlo hecho? ¿O ha sido por algo infantil?
—M-me obligaban a hacer c-cosas que no quería —dijo hipando a causa del llanto.
—¿Cosas como qué?
Nozomu no dijo nada. Pero por cómo empezaron a salir las lágrimas de sus ojos otra vez, a Kazuma le quedó claro (o eso creyó) que no se trataba de ninguna chiquillada.
—¿Quieres ir a la policía? ¿Al hospital? —El chico negó las dos veces—. ¿Tienes dónde quedarte? ¿Comida? ¿Dinero? —Volvió a negar.
Kazuma suspiró y se levantó, obligándolo a levantarse también y colgándose la mochila de Nozomu al hombro.
—¿A-adónde vamos?
—A un lugar donde estarás a salvo.
—No se referirá a su casa, ¿verdad? —Kazuma no respondió—. No pienso ir. ¡Suélteme! —dijo intentando zafarse.
—No intentes volver a hacerme lo de antes, estás avisado.
—¡Pues suélteme! ¡No me fío de los hombres!
El mayor se giró hacia él y lo agarró de las muñecas, haciéndole estirar los brazos hacia arriba.
—Sabes que tú también eres un hombre, ¿verdad?
—¡Pero yo no soy como el resto! —se defendió.
—¡¿Y cómo se supone que somos los demás?!
—¡Violentos! ¡Brutos! ¡Insensibles! —exclamó.
—¿Te das cuenta de que tú has sido el primero que me ha tirado al suelo?
—¡Ha sido en defensa propia!
—¡De qué!
—¡Me iba a entregar a esos hombres!
Kazuma lo soltó, enfadado. Tenía razón.
—Está bien. Tú ganas. Pero entérate, si fuera algo de lo que has dicho, no hubiera decidido ayudarte —aseveró—. Así que deja de quejarte y deja que te ayude, maldita sea. —Nozomu abrió la boca—. No tienes que confiar en mí. Y puedes irte si quieres. Pero tú dirás qué prefieres: si quieres venir conmigo o quedarte en la calle.
El chico bajó la mirada y metió las manos en los bolsillos. Kazuma se quitó la chaqueta y se la tiró.
—¡¿Y eso a qué viene?! —exclamó, molesto.
—Póntela. Evitará que te puedan reconocer.
Nozomu se quedó mirándolo fijamente y finalmente accedió a ponerse la chaqueta y la capucha. Era de una talla mucho mayor que la suya, pero como le había dicho él, serviría para evitar que lo reconocieran aunque sólo fuera un poco. Lo cierto es que no le era demasiado agradable, ya que cada una de las partes de la chaqueta estaban impregnadas con el olor de ese hombre. Pero debía aguantarlo. Lo que le pasara en la casa de la persona frente a él no podía ser peor que lo que le obligaban a hacer esos hombres de blanco. Seguía a Kazuma en silencio, observándolo sin bajar la guardia en ningún momento. Era un hombre corpulento, a diferencia de él, y unos diez centímetros más alto. Su cuello ancho parecía demostrar que bajo su ropa se encontraba un cuerpo fuerte, quizá de hacer deporte o quizá por su propia constitución. La piel era un poco más oscura que la suya; su cabello castaño oscuro peinado hacia atrás caía haciendo algunas ondas hasta su cuello y una de sus orejas tenía marcas de haber llevado pendientes en algún momento. El adolescente apartó la mirada, molesto. A él le hubiera gustado conservar un poco de largura en su cabello pero no le había sido posible debido a la situación en la que vivía.
Llegaron al apartamento de Kazuma. Era más grande lo que Nozomu hubiera esperado de un hombre soltero. O quizá no estaba soltero.
—¿Vive con alguien? —preguntó el chico.
—Vivía. Ya no está aquí —respondió Kazuma quitándose los zapatos en la entrada.
—¿Y dónde está? ¿Es una mujer? —La idea de que hubiera una mujer en aquel lugar lo tranquilizaba un poco.
Sin embargo, Kazuma no contestó. Se quedó callado y se dirigió a la cocina. Nozomu lo siguió manteniendo una cierta distancia.
—Eh, respóndame.
El mayor le lanzó la mochila y él la atrapó en el aire.
—El baño está en el pasillo, a la derecha, tras pasar el dormitorio. Ve mientras te preparo la cena.
—Pero... ¿no ha comprado comida precocinada? —preguntó Nozomu.
—No la compré porque no tuviera nada que comer, la compre porque no quería cocinar.
—No es necesario que me prepare nada, tengo una lata de atún...
—Estúpido. No soy capaz de dejar que comas sólo eso —aseveró Kazuma volviéndose hacia él—. Si decido ayudarte, te ayudo en todo, y si eso implica ponerme a hacer algo que no me apetecía, lo haré. ¿Lo comprendes?
—¿P-por qué hace esto?
Kazuma se detuvo un momento antes de seguir con el preparado. ¿Por qué lo hacía?
—Pues... no estoy seguro. Por satisfacción propia, supongo. Oye, mira, simplemente no tengo tanta sangre fría. Eres un menor de edad huyendo de algo que parece peligroso y no parece que puedas protegerte ti mismo.
—Sé aikidou —se defendió.
—Lo sé, ya me lo demostraste antes.
—Por eso mismo, no necesito la ayuda de un hombre.
Kazuma golpeó la encimera. Ya estaba harto.
—Te he dicho que eres libre de irte. Tú eres el que ha venido por su propio pie y ha aceptado mi ayuda. Deberías dejar tu misandria¹ por un momento. Y si no, ahí tienes la puerta —dijo un tanto alterado.
Nozomu tardó en responder, pero fue tan bajo que casi era inaudible:
—N-no es misandria.
—¿Entonces qué es?
—Androfobia².
El mayor, que había vuelto con la cocina, abrió los ojos de golpe y se detuvo un instante. Giró la cabeza hacia el chico y lo miró directamente.
—¿Qué te obligaban a hacer? ¿Y durante cuánto tiempo? ¿No había mujeres mientras te hacían esas cosas?
—L-las... Las mujeres no dan miedo —afirmó intentando que no le temblara la voz—. Siempre se... se portaron b-bien conmigo. Los hombres... los hombres no.
—¿Y qué pasa con tus padres?
—Mi madre murió cuando tenía cuatro años... Y mi padre... mi padre...
—¿Huiste por él? —preguntó. El menor asintió—. ¿Querías conseguir la emancipación y él no te lo permitía?
Nozomu no respondió. Mantenía sus ojos llorosos mirando al suelo y los dedos clavados en el quicio de la puerta, temblando como un flan y reteniendo lágrimas, intentando hacer el menor ruido al respirar. Realmente le rompía el corazón a Kazuma verlo así, tan indefenso y asustado.
—Escucha, como ya he dicho, no tienes que confiar en mí. Pero dada tu situación, no tienes más remedio. Mira —respondió sacando el teléfono móvil de su bolsillo y tendiéndoselo—, llévatelo al baño contigo. Si te hago cualquier cosa, puedes llamar a la policía. Desde ya te digo que no será necesario porque no voy a hacerte daño. Pero si esto te hace sentir un poco más tranquilo, puedes llevártelo. —Nozomu vaciló, pero cogió el teléfono con cuidado de no rozar siquiera la mano de Kazuma—. Las toallas están en el cajón de la cómoda que hay en el dormitorio. Coge una y ve a bañarte, estoy seguro de que tienes ganas de meterte en el agua.
El adolescente tragó saliva y preguntó con timidez:
—¿P-podría usar agua caliente?
Kazuma no podía creerlo. Volvió a dejar el preparado y lo miró directamente, sorprendido. Incapaz de resistirse, empezó a reír sin remedio.
—En serio, tú... —dijo entre carcajadas—. No puede ser... ¿Qué clase de pregunta es esa?
Nozomu se ruborizó y levantó la barbilla, increíblemente molesto, y se encaminó hacia el baño con paso ligero, intentando alejarse de allí cuanto antes, mientras que el mayor seguía riéndose en la cocina.
—¡Pues pienso usar agua caliente! —gritó cerrando la puerta del baño de un portazo.
Kazuma empezó a reír en silencio. ¿Cómo no iba a poder usar agua caliente? ¿Acaso no había sido él mismo el que le había dicho que fuera a bañarse? Kazuma tomó aire, tranquilizándose, y sonrió. Rara vez se había reído tanto y lo cierto es que le hacía falta desde hacía algún tiempo. «Nozomu Suzuki, gracias» se dijo. Progresivamente su sonrisa se fue borrando poco a poco tras pensar de nuevo en lo que el chico había dicho. ¿Quizá lo trataban tan mal que no podía usar ni agua caliente para bañarse?
Dejó la sopa de miso en el fuego terminando de prepararse y fue al dormitorio a cambiar las sábanas.
Mientras tanto, Nozomu se metía en la bañera llena de agua caliente. Era reconfortante. Su cuerpo, lleno de cicatrices desagradables y tan delgado como para que se le marcaran los huesos, sentía sanar levemente. No había agua helada que le causara dolor. Era la primera vez en mucho tiempo que disfrutaba del baño. Parecía algo totalmente nuevo. Era completamente agradable.

Kazuma cenó lo que había comprado mientras Nozomu salía del baño, puesto que tardaba más de lo que creía. Pero no se preocupó. Supuso que si estaba tardando tanto era quizá porque realmente no le permitirían bañarse con agua caliente en el lugar del que se había escapado. ¿Con qué clase de gente habría estado? ¿Y durante cuánto tiempo? ¿Qué tipo de cosas le habrían hecho a ese chico para que llegara a padecer androfobia? Escuchó abrirse la puerta del baño y se levantó rápidamente. Sirvió la comida caliente sobre la mesa y se asomó al pasillo. El muchacho se hallaba allí de pie, vestido con un chándal blanco y con una expresión indescriptible en su rostro ruborizado. Miraba el suelo y se movía con lentitud.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Nozomu se sobresaltó de repente y miró a los ojos a Kazuma, retrocediendo con un brazo extendido hacia delante.
—¡No se acerque!
—No me acerco, descuida.
Parecía que le molestaba estar en la misma habitación que él.
—¿Vas a comer lo que te he preparado o te vas a quedar ahí?
—No tengo hambre...
Sin embargo, su estómago lo delató gruñendo en ese mismo momento. Se dobló por la mitad, apretándose el vientre como si eso pudiera borrar de los recuerdos de Kazuma lo que acababa de oír. Éste no pudo evitar empezar a reír. No era más que un crío aún.
—E-eso no quiere decir que tenga hambre.
—Ya, claro. —Kazuma se cruzó de brazos—. Y yo soy Superman. Anda y a comer. —Nozomu le dirigía una mirada de reproche—. No me mires así. Ni que hubiera envenenado la comida.
—¡¿Y quién me dice que esto no es una estrategia para matarme y vender mis órganos?! —exclamó aun sabiendo que sonaba absurdo.
Kazuma dejó caer los hombros y los párpados. ¿De verdad había dicho eso? Suspiró.
—Ve a comer, mocoso. No me he puesto a cocinar para tirar ingredientes.
No obstante, cuando el chico se sentó a la mesa (cabe decir que de mala gana), miraba la comida con recelo. Arrugaba la nariz y no parecía tener intenciones de comérselo.
—¿Vas a comer sí o no? —preguntó Kazuma apoyado en la puerta de la cocina.
El adolescente lo miró y, con vacilación, se llevó el primer bocado a los labios. No dijo nada, pero el rostro se le iluminó y, aunque parecía tratar de aparentar tranquilidad, se le notaba un poco ansioso.
—Está bueno, ¿verdad? —dijo el mayor con una sonrisa torcida. Nozomu hizo una pausa, pero al final acabó por asentir, avergonzado. La sonrisa de Kazuma se hizo un poco más tierna—. Me alegro.
El joven se sonrojó un poco más de lo que ya estaba y fingió no ver al otro durante el resto de la cena. Lo cierto es que casi estaba siendo amable. Lo estaba protegiendo, le había dado de comer y le había permitido darse un baño caliente. ¿Sería una buena persona? No, eso no podía ser. Todos los hombres eran malos... excepto él mismo... Sí. Él era el único diferente. El único distinto. Sin embargo, mentiría si dijera que no le estaba agradecido. Al menos de momento. A saber si después no pasaría algo que le hiciera arrepentirse de ese sentimiento. De pensar que quizá él también era diferente. Pero en el fondo, muy en el fondo, deseaba tener razones para confiar en él. Saber que existía un hombre distinto a los que había conocido lo consolaría increíblemente. Necesitaba que fuera así. Pero aún era pronto para saber si la persona que lo observaba comer desde el umbral de la puerta era o no alguien digno de su confianza. No, debía mantenerse alerta.
Tragó saliva y se levantó para dejar los platos, el vaso y los palillos en el fregadero, pero Kazuma avanzó hacia él.
—Deja eso. Lo hago yo.
Nozomu se pegó a la pared que tenía detrás.
—No se acerque.
—No me acerco, pero suelta eso en la mesa —dijo Kazuma.
El adolescente miró lo que llevaba en las manos y soltó los objetos sobre la mesa, acercándose con cautela. El veinteañero retuvo una carcajada y se acercó lentamente mientras el menor se alejaba rodeando la mesa por el otro lado sin apartar la vista de él, manteniendo una distancia, hasta el umbral de la puerta. Kazuma rio disimuladamente y tomó los platos y empezó a fregarlos.
—Eres muy mono cuando quieres, ¿sabías? —A Nozomu se le tensó el cuerpo y Kazuma no pudo evitar reír un poco más—. Tranquilo, no lo digo de esa manera. No me van los hombres.
Entonces Nozomu lo vio: llevaba un anillo en su dedo anular izquierdo. Así que estaba casado. Pero no quiso hacer preguntas, pues ya había dicho que había una persona que ya no vivía allí. Quizá había tenido algún problema con su esposa, y al chico le parecía poco prudente preguntar.
Kazuma terminó de fregar y sacudió las manos. Se apoyó en la encimera.
—¿No vas a dormir?
—¿Dónde? —Nozomu se sintió perplejo.
—¿Dónde? Pues en la cama, claramente.
—P-pero...
El otro no pudo reír una vez más.
—Ve a dormir. No te preocupes por mí, no voy a hacerte nada.
Dudoso de su afirmación y sin ser capar de entender muy bien, el joven caminó lentamente hacia el dormitorio y se tumbó en la cama. Las sábanas eran suaves y olían a suavizante de la ropa. Era sumamente placentero. Incluso él mismo olía a gel de baño. Eran fragancias tan agradables... Ya había olvidado lo mucho que le gustaba aquello, y en su lugar recordaba el olor a hospital, medicinas y lejía. Se sentía cautivado en ese momento por lo que estaba experimentando en aquel sitio. Si no fuera por el único hecho de que allí vivía un hombre, quizá se hubiera planteado relajarse al máximo. Pero sus pelos estaban inevitablemente de punta.
—Lo siento, se me había olvidado coger el futón —dijo Kazuma entrando por la puerta. Los músculos de Nozomu se tensaron y se pegó a la pared, vigilando cada movimiento del joven. Éste rio y sacudió la cabeza mientras sacaba el futón del armario—. Tranquilo, no voy a dormir aquí, y tampoco voy a hacerte nada. —Logró sacar el futón—. Venga, duérmete —dijo saliendo por la puerta.
El chico vaciló, apagó la luz y volvió a tumbarse en la cama.

Las ganas de ir al baño despertaron a Nozomu y se dio cuenta entonces de que no sabía dónde estaba el aseo. Salió del dormitorio con cuidado y completamente alerta. Sabía dónde estaba el baño y la cocina, así que eso lo ayudaba a orientarse más o menos. Abrió la puerta más cercana. La habitación era grande, y desprendía un olor a cerrado y a polvo. Había una cama de matrimonio. Ya le parecía bastante extraño que, si ese hombre estaba casado, tuviera sólo una cama individual. Pero eso despertó una duda más... ¿Por qué si tenía una cama doble dormía en un futón? Entonces, al fondo de la habitación, vio algo que parecía responder por sí solo la pregunta...
Tras encontrar el aseo y satisfacer su necesidad, se lavó las manos y caminó con sigilo hacia la puerta más cercana al vestíbulo, lo que suponía él que era la sala de estar. Tragó saliva y abrió un poco la puerta, lo suficiente para asomarse. Allí Kazuma dormía a oscuras metido en el futón, susurrando un nombre en sueños:
—Shizuka...
Nozomu lo miró con compasión. Aquella persona que lo estaba ayudando y de la que tanto desconfiaba era en realidad un hombre viudo que no había superado aún la muerte de su esposa.

Notas finales:

1. Odio o aversión a los varones.
2. Fobia a los varones.

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Espero que os haya gustado el primer capítulo de esta historia.

Si podéis dar vuestra opinión sobre él o hablarme sobre fallos que veais, estaría muy agradecida.


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