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Eternidad por Yume Subaru

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Notas del fanfic:

Shot que participa en el undead project: we never say goodbye.
A decir verdad tenía pensado algo dulce y bobo, pero la palabra "eternidad" no salía de mi cabeza y se convirtió en esto. 

 

Eternidad


«Aunque sea por solo un segundo quiero regresar a ese día, aunque sea por solo un segundo quiero abrazarte […]

Mi corazón sufre, como una flor, por ti.
Mientras me lamento, mientras sufro una muerte solitaria, yo…

Rezo por ti […].

Gracias mi amor... por ser la reina de mi soledad.»

  

 


Detrás del cementerio del templo hay una modesta casita a la que Mizuki va cada que la escuela le permite. Al pie de la casita está un frondoso árbol, y en el verano, la frescura que ofrece es el cielo. A Mizuki le gusta ir en esa época, sentarse en el suelo, comer sandía, ver las ramas del árbol moverse, y de vez en cuando escuchar alguna vieja e increíble historia de su tío. En la noche, su madre va a recogerle y regresa feliz, dando brincos aquí y allá, por haber pasado un agradable día.

—¿Por qué el tío no vive con nosotros en la ciudad? ¿Por qué se ve siempre tan triste? —preguntó cuándo empezó a notar que el tío tendía a ver con nostalgia el horizonte, como si estuviera en la eterna espera de alguien que no iba a llegar.

Su madre, igual que siempre, se negó a responder.

 

—Gracias…

—No hay de qué, Mao-nii, he preparado bastante y sería un desperdicio tirar la comida.

Mizuki entra a la casa y deja su bolsa en el suelo. Busca un vaso para servirse agua. Detrás de él, su tío entra llevando un cazo de comida caliente y un pedazo de torta con melocotones. No había sido difícil darse cuenta que su tío era muy apreciado por los vecinos, que tendían darle comida y que Mao correspondía con amabilidad y con verduras que él mismo cosechaba. Mao parecía llevar una vida tranquila y dichosa, pero él no podía creerle.

—Mao —Él cortó un pedazo de torta y se lo tendió. Mizuki lo aceptó con una sonrisa, y dejando el plato a un lado, se acercó al hombre—, te quiero.

Mao sonrió enormemente y besó la coronilla de su cabeza, sin decir nada, tomó su parte de torta y se dirigió a la salida. Mizuki le siguió. Sentados en la banca del patio, comieron en silencio. Una corriente de aire caliente pasó, moviendo las ramas del árbol y tirando hojas.

—Mao —el hombre volteó en su dirección, Mizuki se estremeció al ser consciente de esos ojos vacíos—, ¿no es solitario estar aquí?

—No —respondió, pellizcando sus manos. Sus labios se apretaron y de pronto dio la impresión de estar tragando púas y el dolor fuera a romperlo, sin embargo, Mao recuperó demasiado pronto la compostura—. No es solitario porque Mizuki me acompaña.

Mizuki notó por primera vez que la mirada de Mao se perdía no en el horizonte, sino en algún punto del cementerio, y en ese momento él no parecía siquiera un poco triste, sin embargo, había un aura extraña alrededor de su tío que le provocó ganas de llorar aunque no supo porqué.

No, sí que lo sabía.

En la escuela le enseñaron los tipos de células. Mizuki recordaba especialmente la estructura porque le recordaban a Mao. Él, como la membrana, había recubierto su corazón para no sentir más. Lo había hecho porque, con seguridad, él era infeliz.

 

 

Años después, cuando Mizuki presentó su examen a la universidad y aprobó, a la primera persona que quiso decirle no fue a sus padres o a sus amigos. Subiendo los escalones del templo de dos en dos como cuando era un crío, corrió a casa de su tío, y en la puerta, gritó con júbilo:

—¡Lo hice!

Mao se acercó a él y le abrazó.

—Bien hecho —pronunció con orgullo y Mizuki sonrió feliz. Incluso siendo casi un adulto, Mao seguía siendo su persona favorita en el mundo. Aún le gustaba visitarle y sentarse junto a su tío a esperar nada—. Cuídate mucho en adelante, sigue siendo un mocoso alegre aunque tengas cuarenta. Se amable con los demás para que sean amables contigo. Sigue adelante con tu pecho lleno de orgullo.

Sin entender por qué de pronto los consejos sonaban a despedida, Mizuki asintió, grabando el mensaje en su corazón, y grabando también la expresión de auténtica felicidad de Mao. El hombre sonreía y sonreía.

 

Cuando el verano llegó, Mao enfermó; tan enfermo que tuvieron que darle cuidados intensivos, aun así, Mao se negó en rotundo a ir al hospital.

—¿Mao? —Mizuki casi pudo llorar al verlo muy quieto y con los ojos cerrados. La incertidumbre de la muerte ahondaba en su corazón.

—Estoy bien —dijo, abriendo los ojos y limpiando sus lágrimas—, no llores. Solo tengo sueño. Voy a dormir, ¿sí?

Mizuki asintió e hizo caso omiso de su corazón rebotando cuando Mao volvió a cerrar los ojos. Tan quieto, tan en paz, como si estuviera… Negó con la cabeza y movió los brazos para espantar una gran mariposa negra que, sin saber de dónde había salido, se posó en la almohada de Mao. La espantó tres veces, pero la mariposa se empeñaba en volver, la última vez,  se apoyó en la frente de Mao. En sueños, el hombre sonrió como pocas veces.

Espantándola lejos de la habitación, siguiéndola por el patio y luego más allá, en el cementerio, Mizuki se detuvo frente a la tumba donde la mariposa se posó. “Aki” leyó en la piedra. La persona había muerto muchos años atrás y aunque no le había conocido ni escuchado su nombre, tuvo la sensación de que le era familiar. La tumba estaba limpia y llena de flores —las mismas rosas blancas que Mao cuidaba—, podía adivinar que cada cierto tiempo, Mao la visitaba. Levantando la mirada en dirección a la casita, cuando volteó nuevamente a la tumba, la mariposa había desaparecido.

Regresó confundido, se asomó a la habitación de su tío, seguía dormido con la misma calmada sonrisa en los labios. Con temor a despertarlo, fue a la cocina y preguntó a su madre por Aki. Su abuela, que entraba en ese momento, tomó un pedazo de sandía y le pidió que le acompañara al patio.

—Aki era amigo de la infancia de Mao, a donde iba uno siempre iba el otro. Su amistad creció con ellos, era una amistad extraña. —La anciana mordió la sandía y masticó con lentitud. Arrojó las semillas y sonrió al añadir—: Tu tío estaba enamorado de ese chico, pero también era un cobarde, tenía miedo de sus sentimientos, así que consiguió una novia e iba a casarse con ella. Pero tú sabes, no se puede engañar al corazón.

—¿Qué pasó entonces?

—Lo que tenía que pasar —respondió con obviedad—: Aki también amaba a Mao, y si mi tonto hijo era feliz con una mujer, él lo iba a aceptar. Pero Mao no era feliz con ella; cuando se dio cuenta, buscó a Aki. A tu abuelo no le gustaba mucho, y debo reconocer que a mí tampoco, pero nunca había visto a mi hijo tan feliz. Así que dejamos que hicieran lo que quisieran. Fueron buenos años aquellos.

—Pero Aki-san murió, ¿cómo pasó?

—Fueron a pescar al mar. ¿Sabes que Mao nunca aprendió a nadar? Una ola los atrapó y hundió el bote. Aki ayudó a Mao a salir pero él no salió nunca más, no con vida. Mi hijo se culpa por la muerte de ese chico y se recluyó en este lugar, a vivir cerca de su tumba. Le lleva flores, va a orar, limpia la cripta con tal amor que duele verlo. Aún después de tantos años, Mao le sigue añorando.

—Eso es muy triste…

Mizuki se preguntó si Mao, cuando se sentaba en el patio con la mirada perdida era porque, seguía esperando que Aki saliera alguna vez del mar. Limpiando sus lágrimas, reaccionó a la pregunta de su abuela:

—Entonces, ¿cómo supiste del nombre de ese chico?  Mao siempre se negó a hablar de él.

—Seguí una mariposa negra…

Una sospechosa mariposa negra.

—Mizuki, es hora de la medicina, despierta a tu tío.

Mizuki abrió la puerta de la habitación. El hombre seguía igual que como le había dejado, cuando se acercó, su rostro tenía una expresión de absoluta paz; su cuerpo estaba frío. Apretó los labios tratando de procesar lo sucedido. Cuando abrió la boca, un sollozo escapó. Salió corriendo, tratando de no empezar a llorar escandalosamente, aunque sus mejillas ya estaban empapadas y el nudo insoportable en su garganta le impedía hablar. Al encontrarse con su madre y su abuela en el patio, cierta calma apareció en su corazón al ver el brillante cielo azul. Allí, volando juntas, una mariposa blanca y la otra negra revolotearon cerca como si saludaran, y luego, subiendo y bajando con las corrientes de aire, se fueron alejando hasta perderse en la distancia.

—Adiós —pronunció—. Adiós, Mao, Aki, tienen la eternidad por delante.

Había algo en su corazón que le decía que aquella mariposa negra era Aki que se había hecho presente para acompañar a Mao, para reunirse con él, ahora para siempre.



«Hola, hoy es un buen día.»

 

Notas finales:

Gracias, totales  (´ ▽ ` )/


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