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Bajo el cielo de noviembre por Selly

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Notas del fanfic:

¡BooBear esta de regreso! 

Notas del capitulo:

¡Hola, pandas!

BooBear está de regreso

Déjenos decirles que estamos sumamente contentas no solo porque estamos de regreso sino por las personitas que todavía nos recuerdan, por mi parte estoy muy agradecida de que todavía contemos con fieles personitas como ustedes, y que a pesar de que borramos la página y dijimos que todo se había ido al demonio pudimos arreglar nuestros problemas y regresar con muchos ánimos para ustedes, venimos con una nueva idea que estoy segura les encantará ya que si no mal recordamos no hay tantos Fanfiction con la temática que nosotras tocamos y que nunca habíamos hecho hasta ahora, agradeciendo a nuestra genio en ideas Selly que nos dio esta hermosa introducción a la historia, Kendallia nuestra maestra en ortografía que checo que todo estuviera en orden y en parte a mí que simplemente di las ideas que fueran necesarias, básicamente el Staff regresa como estuvo desde un inicio, procuraremos ir haciendo las cosas lentas en la página, pues no queremos que se repita lo de hace 4 meses.

Una vez más muchas gracias para las que no nos han abandonado, por ustedes es que estamos de vuelta, por ustedes es que hacemos esto, no se nos hacía justo dejarlas con ese horrendo intermedio de GYM, ni ALAYLM, en cuanto podamos volveremos con las historias, mientras tanto queremos que vean esta nueva idea que con mucho esfuerzo y dedicación hemos preparado para ustedes.

Sin más que decir, ¡Gracias por todo!

 

 

Nuestra nueva y sensual página:

https://www.facebook.com/BooBearL-1706991089531587/?fref=nf 

Prometemos dar mucho amor <3

 

 

El sonido tintineante del granizo estrellar contra los cristales de la habitación más los murmullos fuera de su cuarto le despiertan de la nube de fantasías en las que se encontraba, arrugando entre sus rígidas manos las sabanas de seda que yacían frías bajo su cuerpo esbelto, eran apenas las 3:50 y no había podido pegar pestaña, con el incesante tormento en esa helada época de noviembre cubriendo Corea se le hacía irritante y todavía más injusto que no pudiera disfrutar ni un solo día del año algún rayo de sol que se asomara por su ventana.

Si no puedo caminar para verlo, al menos ponlo cerca de un lugar al que pueda deslizarme

Pensaba molesto, regañando a algo que quizá no estaba seguro de que existiera pero como todo cualquier humano, tenía que creer en algo más poderoso que él con el cual quejarse.

Apoya los brazos en el congelado colchón, impulsándose hacia los lados, dejando sus inactivas e inútiles piernas colgando del costado de la cama, toma una bocanada de aire y aprieta los ojos, como si mentalmente estuviera recitando un mantra. Sujeta bien el brazo derecho de los barandales auxiliares de la cama, mientras la mano izquierda se estira a su máximo, intentando alcanzar el infernal artefacto que le traslada de un lugar a otro, respira y exhala en cantidades exageradas, esto era peligroso y no debería de estarlo haciendo pero lo inquietante y desesperante que podía ser Lee TaeMin nadie se lo arrebataba.

Estira sus dedos hasta el borde de la silla, apenas rozando los antebrazos, empezaba a sudarle la frente. ¡No daba crédito a aquello!

Ese infernal aparato se negaba a cooperar y TaeMin necesitaba ir urgentemente al sanitario, estaba orinándose, ya no podía más, su vejiga explotaría.

Renegado, regresa a la posición inicial, apoyándose en el colchón, respirando con dificultad por el inútil esfuerzo por algo que sabía bien no lograría. Aprieta con coraje el botón rojo a lado de su lámpara de noche, al instante recibiendo una respuesta por las bocinas.

—    ¿Ha despertado ya, señorito Lee? – la suave voz proveniente de las bocinas descuelgan con delicadeza el teléfono inalámbrico de la planta baja -

—    Quiero ir al baño y no alcanzo la silla – su contestación era seca y poco amable, pero el inminente coraje de no haber podido hacer las cosas solo le dejan un mal sabor de boca –

—    Enseguida subo por usted – El pitido al otro lado del transmisor terminan la llamada, no hacía falta mencionarle que no tardara, él sabía que Bárbara no tardaría si quiera 20 segundos en llegar –

17 años y durante ese lapso no había movido ni un solo musculo de sus inútiles piernas. Fue a los 15 meses de haber nacido que le diagnosticaron parálisis muscular, su sistema nervioso estaba fallando y los dedos de los pies se empezaban a poner rígidos, no sentía el empeine y ni una mísera parte de la planta de los pies, la andadera en la que era colocado no había sido más que un ridículo esfuerzo por comprobar una teoría exacta. Sus piernas estaban en estado vegetativo.

“Si continuas haciendo actividades que pongan en riesgo tu salud, podrías quedar totalmente inmóvil”

No había más que decir, el Dr. Henksi había sido muy optimista y severo con TaeMin e incluso él mismo lo sabía. Esa agonizante sensación de estar pasmado todo el tiempo, tomando los barandales de la silla en un vago esfuerzo por poner los pies sobre la tierra pero simplemente estar flotando en una nube sin sensaciones. De nueva esa agonía picándole el corazón, aquel que todavía podía sentir, al menos ese Dios al que aclamaba no había sido tan infeliz para castigarle todo el cuerpo, porque la apabullante nostalgia de estar siempre sentado le carcomía el alma. 

Bárbara seca sus manos húmedas en el trapo de algodón que llevaba, moviéndose por la habitación hasta jalar la silla de ruedas hasta un lado de donde se encontraba TaeMin, sus movimientos eran rápidos y certeros, con la debida practica y el duro trabajo de mover al menor por toda la casa se le hizo costumbre tener que ayudarle, porque ella sabía muy bien que la necesitaba, que no importara el humor y los gruñidos que sacara esté, ella siempre lo ayudaría.

—    Agárrate bien de mi espalda y yo me encargo del resto – indica con suavidad, quitando las sabanas frías de su cuerpo para tomar la cintura estrecha y aferrarse a las inmóviles piernas colgantes –

Siente la presión sobre su cintura, como los delicados dedos le ejercen fuerza en la piel hasta casi clavársele en las costillas y con ayuda de sus manos se aferra a la espalda larga en un ejercicio por no caerse y terminar desparramado en el suelo. Aprieta la tela de la camisa entre sus dedos y respira hondo, hundiendo su inexistente barriga, incapaz de no lastimarse al momento de dar el sentón sobre la silla cuando Bárbara lo deja caer. Inhala e exhala frecuentemente, se había agotado de solo agarrarse a la camisa de su nana.

Acomoda el flequillo castaño que le interrumpe la vista y suspira, acomodando los brazos en las enormes llantas, haciendo buen uso de su fuerza para deslizarse fuera de la habitación, en dirección al sanitario. Aquella mañana tenía que estar listo a las nueve en punto, tenía cita con el doctor, la última de ese mes, luego podría regresar a su rutina diaria en casa. Escuchar música, leer un libro, tomar clase en casa, para finalmente terminar durmiendo en una fría cama al fondo del pasillo de la interminable casa.

—    Gracias. – Un apenas audible agradecimiento escapa de sus gruesos labios rosados, ni tan si quiera volteándose a ver a su siempre auxiliante nana –

—    De nada –

No hacía falta complementar con un regaño o una indignación, ella lo sabía, TaeMin sentía coraje al no poder hacer algo que podía no verse tan complicado, cada cosa que parecía incluso pequeña a su alrededor, en su situación se complicaba bastante de lo que a una persona normal le costaría, era por eso que no le presionaba o le regañaba por su irritante actitud hormonal que solía tener, simplemente ignoraba el hecho de que ella era mayor y que por tanto le debía algo de respeto, se sentía feliz de que por el momento le respondiera, cuando llego no emitía ningún sonido y que ahora fuera él quien tomara la iniciativa era buen síntoma.

Las cosas verdaderamente cambian

-

 

¿Qué hacía ahí? No lo sabía. Pero el sonido de arranque de las motos le emocionaba, aumentaba la adrenalina al momento. Sostiene con dedos ansiosos el casco negro que le ofrecieron al entrar, a su lado estaba Jong In, competidor y buen amigo de MinHo.

Toquetea por segunda vez el casco negro antes de colocárselo y dirigirse a las motos estacionadas en el frente del bar que frecuentaba.

—    Esta es la final, si haces una vuelta más te puedo asegurar que dentro de unas semanas nos llamaran para ir a competir en Japón, empezaríamos en una carrera clandestina pero si el jurado de ahí dice que eres bueno, te dará una oportunidad – animaba Jong In, palmeando la espalda de su amigo –

—    Lo sé, además necesito el dinero, anoche rompí la nariz de Marco y estuve bajo fianza, mi madre me ha amenazado con echarme a la calle si meto nuevamente la pata – MinHo participaba en peleas y carreras clandestinas, la mayoría resultaban fatales, pero ninguna como la de aquel día. Todos estaban amontonados en un círculo mientras terminaba la última vuelta, pero la moto derrapa y cae de ella, por poco matando a uno de los espectadores, cabe decir que era Marco Bocco, competidor y merecedor del premio en lucha –

—    Eres un fiasco, Choi, pero te puedo asegurar que esos cien mil yenes te garantizaran unas buenas vacaciones lejos de este mundo por un tiempo –

Curvea los labios y monta la motocicleta, haciendo el estruendoso sonido de arranque hasta llegar a la línea de salida.

Sudor, adrenalina y competencia, tres caracteres juntos que amenazaban con sacar las más sucias estrategias del moreno. Ahora no importaba que sucediera alrededor, solo la competencia.

—    ¡Suerte! – grita Jong In desde las gradas, levantando los pulgares en gesto aprobatorio –

Hace sonar el motor una y otra vez, para que una vez la bandera que sostenía la chica a su lado en manos, diera abajo saliera disparado a dar la primer ronda. Estaba claro lo que tenía que hacer, acelerar, empujar, y ganar. Pero bajo esa nube acelerada y rellena de emociones que le aceleraban el corazón estaba la poca consciencia resguardada que le apuntaba las imágenes exactas de cuándo llegará el momento en el que la moto se derrape, su cuerpo salga desplazado hacía enfrente y caiga en el pavimento, totalmente derrotado, como un caballero sin escudo, era lo que realmente le preocupaba, quedar invalido.

MinHo no le tenía miedo a la muerte, simplemente era dejar de existir para la oscuridad y entregarse a la energía donde quedaría vagando, pero le aterraba que su muerte se retrasara y terminara en estado vegetativo, le era frustrante estar quieto en tan solo segundos, sería incapaz de soportar estar recostado en una cama todo el tiempo. Eso era lo que realmente le aterraba.

Maniobra de manera perfecta para dar la curva, apenas rozando las paredes que amenazaban con destruir su carrera, pasando de largo por estas, burlándose de la misma, alzando los brazos en triunfo y rompiendo el listón rojo que le garantizaba un millón de dólares. Aparca la moto enfrente del bar, gritando con emoción y sacudiéndose el sudor de la frente.

Jong In corre hasta él, abrazándolo con euforia mientras alzaba el papel que les confirmaba el viaje a Japón para la carrera clandestina de Tokio.

—    ¡Gran carrera, amigo! – elogiaba feliz, alzando y moviendo el papel de un lado a otro –

—    Vamos a beber, quiero un trago –

Las luces dentro del bar eran violetas y el sonido irritante de los vasos estrellarse contra la pared le daban un toque peligroso, era un sitio secreto para personas como él. Fuertes y alocados.

Golpea la barra de bebidas y azota un billete contra la madera cuando el empleado se acerca con suma seriedad y ni una pinta de gracia por su anterior entrada con el moreno bajo. Toma el billete en mano e inspecciona a la luz su autenticidad, asintiendo al instante y tomando un vaso para limpiarle de adentro con el trapo viejo que sostenía en mano izquierda.

—    ¿Qué te ofrezco, MinHo? –

El incesante parche del barman le resultaba curioso, más para el tipo de peinado de los 90´s que mantenía, podría decirse que era una réplica nazi de Adolfo Hitler, pero las arrugadas manos y el raquítico cuerpo que se podía apreciar sobre el traje viejo de empleado causaba cierta repulsión y más nauseabundo ver que esas manos que le parecían escalofriantes estuvieran limpiando el vaso en el que segundos estaría tomando.

—    Lo de siempre –

Una bebida anaranjada, con un toque fuerte de Ron, burbujeante, servido bien frío, aquella arma mortal era la que últimamente le estaba dando por tomar, además de que el picor en su lengua cuando el gas de la bebida rozaba su lengua le gustaba.

Y de nuevo estaba esa preocupación que le amargaba el momento. Su hermana.

Voltea a la esquina de chicos alocados y drogados que bailoteaban y bebían sin parar, entre ellos estaba su amigo, que ya mantenía un coqueteo con el chico de pelo negro que se le restregaba de manera sensual a la rodilla.

—    Avísale que me fui – menciona al barman, en referencia a su amigo. Asiente y recoge el vaso aún con la mitad de bebida en el –

Toma su chaqueta de cuero, abriéndose paso entre el gentío de rebeldes bailando, él tenía su razón para sentirse preocupado y querer seguir luchando por su vida, aquello tenía nombre. Eriko.

El transito parecía ir tranquilo, por el momento no se escuchaban los desesperados claxon retumbando en la carretera ni alguno que otro conductor lunático asomándose por la ventana y gritando palabras altisonantes. Mira de reojo su reloj de muñeca, las manecillas marcaban las doce en punto, estaba bien, llegaría a tiempo.

Pasa entre los espacios que había entre los coches, arrancando a toda velocidad por las frías calles de Corea, en dirección al hospital central, estaba a cuarenta minutos de donde estaba la carretera donde se realizaban las carreras clandestinas

Al llegar y por el aspecto de motociclista rebelde que pintaba no era de menester los ojillos curiosos que se le pegaban a la espalda cuando terminaba de pasar por los cuartos, incluso los enfermos se levantaban para observarle, pero él no estaba ahí por ellos, solo ansiaba ver a Eriko.

—    Se encuentra estable, le dejamos la televisión encendida por si eso le calma – vestido blanco más debajo de las rodillas. Sonia, la enfermera que atendía a su hermana –

 

No responde solo entra como alma que lleva el diablo a la habitación, sin pedir permiso y sin tocar, quedando a metros de distancia de ella que se removía inquieta en el colchón, tambaleando la cabeza de un lado a otro, con las pupilas mirando al techo y las manos erguidas, dejando entrever los dedos raquíticos que poseía.

—    ¿Cómo estás? – Sabía que no habría respuesta pero el estado en el que se encontraba le ponía melancólico – ¿Sonia te ha tratado bien? – se sienta a un lado de la camilla, tocando con la yema de sus dedos las manos heladas – Estas muy fría, recuéstate un rato, yo me quedare aquí hasta tarde – le tranquiliza, sobando la cabecilla tierna que se mecía de un lado a otro, con los ojos desorbitados –

Mirarla le hacía todavía más complicado no llorar, ver el estado en el que se encontraba su hermana no era lo peor, sino que el maldito camino que él había escogido para sacar dinero que le mantuviera fuera algo que pusiera en peligro su vida. No se imaginaba si quiera dejarla sola al cuidado de unos mediocres médicos, hasta él mismo sabía que dejarla ver televisión era malo.

Estúpidos.

Niega molesto, apagando el infernal artefacto, recostándose a un lado de Eriko, sin dejar de abrazarla, cantando una de las melodías que a ella tanto le gustaban, parando por momentos los frenéticos movimientos de su cabeza y manos temblorosas, estando en paz aunque sea un segundo de su vida.

Como lo dice en The Fault In Our Star “El mundo no es una fábrica de conceder deseos” – pensaba MinHo, cerrando los puños con ira, conteniendo esa lagrima bajo sus parpados.

--

Revolotea los ojos por enésima vez, pasando por alto las insistencias de su madre que le miraba suplicante y a la vez con una mirada seria que le exigía.

—    TaeMin ya lo acordamos, no puedes echarte atrás por ahora –

—    Mamá, estoy bien, no necesito un psicólogo – le perseguía por todos lados con la silla de ruedas, aunque sus brazos ya estuvieran cansados y acalambrados por estar horas moviendo las enormes llantas no quería dejar eso en un punto final – Además, en unos meses más me traerán mi silla eléctrica –

—    ¿Y eso que tiene que ver con que contrate una ayuda para mi hijo?

—    Que es mucho gasto, la silla cuesta alrededor de 40,000 yenes, ¿es que no tienes consideración por mi papá? – No era exactamente la mejor excusa que se pudo haber venido a la mente pero la idea de traer a un psicólogo para que le animara no le entusiasmaba ni mucho menos le interesaba –

—    Por Dios, TaeMin, soy tu madre, ¿lo recuerdas? No nací ayer, vendrá mañana el doctor y más vale te comportes como se debe – puntualizo, dejando con el ceño fruncido al menor que resignado regresa a la sala por su libro, saliendo al patío – TaeMin, ven acá ahora mismo – demanda su progenitora – Sabes muy bien que no debes estar afuera –

—    Mamá el doctor no me prohibió estar fuera, solo si hacía mucho frío y justo ahora está pegando el sol muy bien –

—    He dicho que no, estas helado – toca los delgados brazos, blancos cual papel por el viento que soplaba –

—    Mamá.. –

—    No insistas no cambiare de opinión –

Pega un golpe a la puerta de la entrada, regresando a regañadientes, tirando el libro en el sofá y bajando la mirada. Estaba furioso, no podía ir sin el permiso de su madre a ningún lado, si ella no estaba, Barbará no le dejaba salir por cualquier motivo y si salía ella tenía que llevarlo a todos lados.

Era frustrante.

No podía estar fuera por el frío, no podía realizar ningún tipo de ejercicio, no debía comer grasas tres días seguidos, para bañarse era única y exclusivamente en tina y con ayuda de su nana para salir, se sentía encadenado, las manos incluso las percibía atadas a una soga.

—    Cariño, este viernes puedo llevarte al parque si gustas, pero por hoy quiero que te quedes en casa, ¿me has entendido? –

—    Sí. – cruzado de brazos y con la mirada abajo deja que las suaves manos le acaricien el pelo –

—    Esperaremos unos minutos más a que traigan la camioneta para irnos con el doctor –

No responde porque se encuentra molesto ni mucho menos la encara porque sabe que es capaz de soltar cualquier estupidez que la haría enojar y sería merecedor de un castigo. Mira de reojo a Barbará que niega rotundamente y le regaña con la mirada, haciendo un gesto en señal de educación, pone los ojos en blanco una última vez y vuelve a la sala, postrado como ostra, aburriéndose en su cueva húmeda.

--

Despierta de golpe cuando el toque en su espalda le alarma y toma con fuerza el cuerpo menudo de su hermana que yacía dormida tranquila a su lado, viendo temor en la mirada de la enfermera que alejaba sus manos de su espalda ancha

—    Disculpe, la hora de visitas a cabo, tiene que retirarse –

Talla sus ojos, aferrándose a la mano pequeña que seguía tranquila

—    Adiós, Eri –

Esas eran quizá las despedidas más difíciles que tenía.

Resguarda las manos bajo la cazadora, empezaba a bajar la temperatura y no había traído nada más que la chaqueta, su casa estaba a una hora y media de donde se encontraba, si se retrasaba un poco más llegaría empapado a casa por la evidente lluvia que se venía.

—    Puedo prestarle una sombrilla si gusta –

—    Estoy bien, gracias – murmura, encarando a Sonia que asiente apenada, alejando la sombrilla roja que llevaba en manos –

Enciende un cigarrillo y espera unos momentos fuera del cuarto de Eriko, necesitaba calmar los nervios que sentía, su hermana se alteraba demasiado con los truenos, no quería dejarla. Saca el humo por las fosas nasales, apretando su cabeza con la mano libre, se le había olvidado por instantes que en unos meses se iría a Tokio, Eri quedaría a manos del maldito medico Kim.

Debo darle una bonita platica motivacional para que la cuide bien – murmuraba en mente –

El chillido de unas llantas mal lubricadas y el estante de libros cayendo al suelo, generando un estruendoso sonido captan la atención del moreno.

—    TaeMin deja de hacer berrinches, ¡Tienes 17 años! Dios, madura – tras de él chico extremadamente delgado, causante del tiradero en el pasillo venía una mujer bien vestida y de mediana edad – En cuanto lleguemos a casa hablaremos seriamente –

No estaba seguro si esa mujer pretendía llamar la atención por el tono que ocupaba o por la altura que utilizaba, pero por el momento ya tenía un par de ojos observándoles, entre ellos los de MinHo.

—    ¿Es que ha sido mi culpa que se haya caído el puto estante? –

—    No hables con groserías y mejor vete a formar al consultorio, de seguro ya debe de estar esperando el doctor –

—    Mamá, todavía no es la hora y además ha sido culpa del idiota que acomodo las revistas, estaban todas sobresalientes – defendía ya molesto el castaño menor –

MinHo que observaba atento, reía por lo infantil que se veía la escena, un chico de unos 15 o 17 años peleando con su madre por unas cuantas revistas caídas, lo que en sí le daba gracia era el ceño fruncido del chico en silla de ruedas, se veía tan tierno y delicado, como el pétalo de una rosa. Aún con la sonrisa divertida pintada en el rostro observa al chico deslizarse hasta un pasillo lejos de donde él estaba, cruzado de brazos y con el entrecejo aún molesto.

Apaga el cigarrillo, tirándolo al cesto en un hábil movimiento, pasando desapercibido por los acompañantes del menor que revisaban en recepción, parándose a un lado de la silla.

—    Si frunces un poco más el ceño te saldrán arrugas cuando seas más grande – Este alza la vista, ahora cambiando su expresión a una confusa y hasta indiferente –

—    Bueno ¿Y es que tú y yo nos conocemos de algo? – responde atrevido –

—    ¿Tiene que haber algo entre nosotros para poder hablarte? Porque podría besarte justo ahora – toquetea con los dedos los barandales de la silla –

—    Idiota. – exclama indignado –

—    Llámame como quieras pero tengo razón –

—    Hueles a cigarro –

—    Sí, que buen olfato tienes –

—    Es asqueroso – voltea el rostro, evitando contacto visual con ese engreído moreno –

—    Soy MinHo –

Le mira extrañado, ¿Por qué le diría su nombre? No era que le interesara y por educación no podía tratarse pues la forma con la que se dirigió a él no había sido la más respetuosa de todas.

—    TaeMin – tampoco sabía porque había respondido –

—    Es nombre de nena – ríe burlón –

Y por supuesto que eso no le había dado ni una pizca de gracia a TaeMin

—    ¿Coqueteas así con los chicos? – alza una ceja expectante –

—    Sí –

—    ¿Y te ha funcionado? –

—    Algunas veces –

Le mira enfadado, tomando las llantas de la silla y alejándose del mayor.

—    Hey, espera – toma los barandales y la regresa –

—    ¿Qué haces? ¡Suéltame! – grita –

—    Shh.. calla o vendrá tu mami y te regañara por hablar con desconocidos –

Y eso había sido suficiente para que explotara. Si había algo que le sacaba de sus casillas a Lee TaeMin era ser tomado como un pequeño.

—    ¡Déjame, bruto! –

—    Creí que era un idiota –

—    Mira, ¿Por qué no te largas? – señala la salida, ya irritado de la actitud que tomaba MinHo –

—    Eso hacía pero cuando montaste tu escenita me entretuviste un rato –

—    ¡Largo!, además ¿Qué demonios haces aquí? ¿Molestando a los pacientes? – ironiza –

—    Vine a ver a mi hermana – ahora era él quien fruncía el ceño –

—    Yo le doy tu saludo, ahora largo –

TaeMin ladea el rostro, mirando a su madre que llevaba un buen rato en recepción.

Pero,¿ que estará haciendo?

—    No creo que te entienda – la gruesa voz le saca de la burbuja –

—    ¿Cómo sabes qué no? –

—    Solo me entiende a mí – responde orgulloso y con la frente en alto –

—    Así o más engreído – voltea el rostro, evitando su mirada –

—    Tiene parálisis cerebral –

Eso sí que no se lo esperaba…

Por un momento el corazón se le estrujo, la mente se le despejo y su ritmo cardiaco fue disminuyendo, helándose completamente. Había sido tan cruel y descarado que nunca se le paso por la mente que si estaba ahí era por un asunto importante, incluso había tenido la intención de llamar a seguridad para que se llevaran al moreno fastidioso, pero justo ahora se sentía melancólico.

—    ¿Cuántos años tiene? – pregunta a la nada, bajando la mirada apenado –

—    7 –

Dios.. Tan pequeña – pensaba con lastima –

—    Lo siento - ¿Qué más podía decir? El daño ya estaba echo –

MinHo se separa de la silla, acariciando con suavidad las hebras cafés.

—    Bueno, yo me tengo que retirar, largo camino y debo irme en moto – vuelve a meter las manos en los bolsillos de la chaqueta – Hasta pronto, TaeMin -  

Queda pasmado, mirando en dirección donde había desaparecido el moreno alto. Era cierto que le había disgustado la manera indignante con la que le trato al principio pero lo de su hermana… le hacía pensar demasiado.

Por primera vez, TaeMin se sintió dichoso de solo estar paralizado de las piernas.  

Soy muy afortunado.


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