Objetivo VI: Epílogo
Dino se removió en la cama al escuchar su celular sonar, hizo una mueca y lo ignoró, pero Kyouya, que descansaba a su lado, despertó somnoliento y contestó la llamada.
La voz energética de su primogénito se escuchó potente, un poco desesperado. Dino despertó por completo al pensar que sólo significaba problema. El chico sólo se reportaba cuando pasaba hechos transcendentales en Italia.
—Vuelve a repetir, pero tranquilo —dijo Kyouya.
Del otro lado se escuchó un gran suspiro y dos respiraciones profundas, mientras los pasos apresurados de su hijo hacían eco en la habitación de ellos.
—Mamá —Kyouya hizo una mueca de disgusto—, el bebé no deja de llorar. ¿Qué hago?
Dino suspiró aliviado. Sólo era problema de crían de su nieto.
Él se sentía raro aún a la idea de tener un nieto, pero allí estaba el bebé en su mansión en Italia, siendo criado por su descendiente. La mujer que fue madre de ese niño era una hermosa japonesa, perteneciente a los Yakuza, exactamente una de las hijas menores de un clan, que murió a los pocos días que naciera el pequeño.
El llanto de bebé que en ese momento se escuchaba más potente. Sólo se escuchaba a la mano derecha de su hijo, decirle que sólo tenía hambre.
—Ya comió, Donatello.
Kyouya suspiró, mirando aburrido a Dino.
No era la primera vez que recibían una llamada de Italia a esa hora, y tampoco no importaba las veces que ellos le dijeran a sus hijos que Japón no estaba a dos hora de Italia, incluso los niños ya sabían eso por los anteriores viajes que hacían al país.
—¿El pañal está sucio? —preguntó Kyouya, comenzando con su conocía rutina.
La respuesta fue negativa.
—No tiene hambre y el pañal está limpio —mencionó Dino pensativo.
—Sólo está aburrido —concluyó el ex guardian de la nube.
Y sin más su amante colgó el teléfono. No era un asunto de gravedad.
Dino esperó a que Kyouya estuviera recostado para apoyar sus manos en la cadera del guardián y atraerlo así él. Kyouya no se quejó, pero tampoco mostró agrado. Y al mirarlo Dino comprobó que este a estaba durmiendo otra vez, siempre le sorprendía la facilidad que Kyouya podía seguir durmiendo, a diferencia de él que no podría volver a dormir, pero también era demasiado temprano para salir de la cama.
Dino se sentía cómodo en esa cama y en esa casa, siempre categorizó el templo de Kyouya como su segundo hogar —el primero era Italia y su mansión—. El estar allí con él le había caer en una paz infinita, que en Italia tenía a duras penas, por su cargo de líder de la Fagmilia Cavallone, pero a sus 70 años podría darse el lujo de estar más tiempo en Japón, ya que no tenía más el cargo de jefe, sino que su primogénito estaba asumiendo ese cargo junto con el rol de padre para su nieto.
Aún estaba fresco el recuerdo de la tercera decisión más importante de su relación, cuando hablaron mucho de su retiro de sus respectivos cargos. La decisión no fue fácil, era dejar en cierre una etapa, por si no decir toda, de su vida. La mafia Italia era el aire que respiraban, pero también reconocían que la siguiente generación tenía que tomar sus respectivos roles.
Dino propuso dejar su cargo cuando si hijo tuviera la edad de 18 años, era el tiempo adecuado para que el asumiera su rol, y también sabía que la familia necesitaba con urgencia un nuevo líder con fuerzas joviales, pero no de desprendería de todo como antiguo jefe sino que guiaría a su pequeña pole con su sabiduría para que no cometa errores que él en su principio cometía.
Kyouya en cambio tuvo que esperar un poco más para hacer su renuncia de guardián de la nube, y aunque no fue una renuncia formal, ya que nadie podría quitarle el puesto de la décima nube de Vongola, porque las generaciones tenían que retirarse cuando el jefe decidiera que era momento de darle paso al siguiente jefe. Y eso sucedió hace cinco años atrás, cuando Tsuna cayó en una enfermedad que lo tuvo por mucho tiempo en el hospital, su joven hija, la primera de su matrimonio con Kyōko, fue quien asumió el cargo con ayuda de Reborn.
La sucesora de Kyouya era su pequeña princesa, que fue entrenada por él dese los seis años. Kyouya podría consentirla mucho, pero a la hora de entrenar ese consentimiento se acaba y era momento de acostumbrarla en ese mundo. La princesa pronto se convirtió en la guerrera de la mansión Cavallone, como normalmente se le reconocía en ese mundo. Kyouya siempre se sentía orgulloso cuando su hija hacía demostración del por qué era respetada y admirada.
Y los gemelos con el tiempo no sólo siguieron de apariencia idéntica a Kyouya, que en una ocasión uno de los nuevos amigos de su hijo confundió a Kyouya como «el tercer hermano», sino que su sed de batalla era idéntica al adolescente Kyouya. Él tuvo muchos problemas con él para entrenar a esos dos muchachos. Y rogó nunca más pasar por entrenar a dos versiones jóvenes de su esposo, pudo soportar dos veces pasar por el mismo suplicio de temperamento irracional, pero tres ya no se sentía con las fuerzas.
Kyouya se acercó más a él. Sonrió. Con los años Kyouya se colocaba encima de él y dormía con su pecho, siempre le agradó sentir la respiración pausada y el roce de su piel con la piel de Kyouya, en busca de su calor.
El sol comenzó a salir por el horizonte.
Dino sabía que aún quedaba muchos años más para amanecer de la misma manera, y disfrutaría cada día de la compañía de Kyouya como si fuera el último. Cada recuerdo de los casi cincuenta años en relación era una joya invaluable para él.
Fin