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Love in Revenge [KyuMin] por RoseQuin

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Años más tarde...

Yokohama era caluroso y húmedo, y para cuando SungMin llegó al orfanato desde
su barato hotel, estaba calado. Él SungMin de unos meses atrás habría protestado
continuamente y no habría salido de su lujoso hotel con aire acondicionado más
que en una limusina. Pero ese SungMin había desaparecido tras descubrir que las
tres personas más importantes de su vida eran un fraude.

En primer lugar,había encontrado a su prometido en el despacho, manteniendo
relaciones con su secretaria. Cuando, horrorizado, había acudido a contárselo a su
madre, ésta le había explicado que no podía esperar fidelidad de un hombre con
dinero y éxito, y que debía pasar por alto las infidelidades de su prometido.

-Yo siempre lo he hecho con las de JongHee -dijo con total naturalidad.

Saber que su padrastro había tenido amantes y que su madre había transigido con
ello lo sorprendió aún más que la deslealtad de Kangin. Y no había podido aceptarlo.
Por más que se hubiera convertido en un consentido al casarse su madre con un
hombre rico, él tenía principios.

Al día siguiente, le devolvió su anillo a Kangin y a continuación tuvo una
desagradable conversación con su padrastro, que lo acusó de ingenuo y mojigato.

-Los ganadores no siempre cumplen con las normas -explicó con arrogancia-.
Kangin es un ganador. Y siendo su esposo podrías haberlo tenido todo. Ahora
tendré que encontrar otro candidato que pueda mantener tu tren de vida.

La insinuación de que JongHee le había «proporcionado» a Kangin repugnó a
SungMin. De un día para otro, dejó su trabajo en Sendbill y esa misma tarde
contestó un anuncio para ir de viaje con una chica cuya amiga se había echado
atrás en el último momento.

Una semana más tarde, SungMin volaba con tan sólo el dinero del finiquito y un
nuevo orden de prioridades .Cuatro meses más tarde, era una persona
radicalmente distinta. Una persona de verdad que vivía en el mundo real.

-¡Min, Min! -los niños del orfanato corearon su nombre al verlo llegar.

Él sonrió. Tras los besos y abrazos de rigor, los niños le suplicaron que cantara algo
y él accedió. Siempre le sorprendía lo poco que costaba hacerlos felices.
Se sentó bajo un árbol rodeado de ellos y comenzó a cantar una vieja canción
popular coreana. Los niños lo escucharon en completo silencio y sólo cuando acabó,
se pusieron en pie y aplaudieron antes de suplicarle que cantara otra.

Y él lo habría hecho de no haber sido interrumpido por una llamada del móvil.

-Perdonen -dijo mientras lo sacaba de la mochila-. Vallan a jugar un rato.
Imaginaba quién podía ser.

Su madre lo llamaba cada semana como si no supiera que su hijo estaba indignado
con ella, y SungMin no se sentía capaz de cortar todo vínculo con ella.

-¿Sí?

-SungMin, soy tu madre.

SungMin frunció el ceño. Algo no iba bien. Su madre sonaba tensa.

-Hola, Omma, ¿qué pasa?

-Tienes que volver a casa -dijo tras un inicial titubeo.

-¿Por qué? -preguntó SungMin-. ¿Dónde estás?

-No puedo decírtelo.

-¿Por qué no?

-Tu padre no quiere que nadie lo sepa.

-Lee JongHee no es mi padre -dijo SungMin con frialdad.

-Lo es más que el malnacido que me dejó embarazada -replicó su madre-. ¡No,
JongHee! Deja que hable con él.

SungMin oyó ruido de fondo.

-¡Escúchame, desagradecido! -JongHee dijo al otro lado de la línea-.Si hubiera
dependido de mí, no te habría avisado, pero tu madre te quiere,aunque no sé por
qué. Mi compañía se ha ido al garete y mis acreedores me persiguen, así que
hemos dejado Corea. El banco se ha quedado con la casa de Gangman.

-Pero... pero si todas mis cosas están en ella -protestó SungMin.

-Por eso te ha llamado tu madre. Para que vuelvas antes de que cambien las
cerraduras y vacíen la casa.

-¡No pueden hacer eso!

-¿Y quién va a detenerlos?
SungMin gimió. No quería perder sus recuerdos de infancia, las fotografías, algunos
cuadernos...

-Te paso a tu madre -gruñó JongHee.

-No te preocupes por tus joyas, cariño -dijo su madre en tono meloso-. Las he
traído conmigo.

-Las joyas me dan igual, Omma.

-¡Pero si valen una fortuna!

Tenía razón. JongHee le había regalado a lo largo de los años todo tipo de relojes,
anillos con diamantes y cadenas caras. Y SungMin se dio cuenta de que con lo que
obtuviera de su venta podría contribuir a mejorar las condiciones del orfanato.
Sería una estupidez desaprovechar esa oportunidad por puro orgullo.

-¿Podrías mandármelas, Omma?

-¿Adónde? Cada vez que llamas estás en un país distinto.

-Sigo en Japón. Aunque quizá sea mejor que las mandes a casa de Sunny.
¿Recuerdas sus señas?

-Claro. Te he llevado allí infinidad veces. Entonces, ¿volverás a Corea?

-Sí, en cuanto reserve el billete a Seúl.

-Me alegro mucho. Me daba mucha lástima que perdieras tu preciosa ropa.

SungMin suspiró: «Me alegro de que conserves tus prioridades, Omma».

-No puedo decirte dónde estamos, pero no te preocupes -su madre bajó la voz-.
Tenemos suficiente dinero. JongHee tenía una cuenta en un paraíso fiscal. Si
necesitas cualquier cosa, pídela.

SungMin se estremeció. La idea le repugnaba.

-Tengo que irme, Omma.

-¿Me llamarás cuando llegues a Seúl?

-Claro.

SungMin sacudió la cabeza con tristeza mientras colgaba. Su madre no tenía
remedio.


KyuHyun reflexionaba sobre lo difícil que era vengarse de camino a la mansión de
su enemigo. Durante dieciséis años, lograrlo había sido el motor de su vida.
Finalmente, la oportunidad se había presentado al derrumbarse el mercado
hipotecario. En ese momento, KyuHyun había vendido las acciones de Sendbill que
había ido adquiriendo en secreto a lo largo de los años y, en una sola semana,
había logrado arrebatar varios millones a aquel bastardo sin principios.

En cuanto el sector inmobiliario supo que Lee estaba arruinado y que su banco
había embargado su lujosa mansión, KyuHyun hizo una oferta irrechazable. Y en
ese momento iba hacia el hijo. Sin embargo, no sentía la satisfacción que había
esperado alcanzar cuando llegara aquel momento.

La razón era que su enemigo había logrado abandonar el país y debía estar
disfrutando de los millones que habría guardado en algún paraíso fiscal. Imaginar a
Lee JongHee en las Bahamas le indignaba. Los hombres como él no merecían vivir.
Pero al menos tenía la satisfacción de saber que había arruinado su reputación y
que ya no aparecería con su espléndida sonrisa en la televisión ni en las revistas de
sociedad.

La casa que había visto por primera vez hacía varios años apareció en su campo de
visión. Apenas una hora antes, había escuchado una detallada descripción del lugar:
las terrazas que se abrían a magníficas vistas de la ciudad y del puerto, los altos
techos, los grandes salones. Pero nada podía compararse con el impacto provocado
por el magnífico edificio, de paredes blancas y contra ventanas azules.

KyuHyun detuvo el coche ante la verja de seguridad, una verja inexistente en el
pasado y que no le había impedido llegar hasta la puerta misma de la casa. Suspiró.
En el fondo se arrepentía de no haberse dejado llevar por sus impulsos asesinos.
Pero de haberlo hecho, se encontraría en la cárcel en lugar de sentado en un coche
de lujo y vestido con un traje de hombre rico.

Dio al control remoto y esperó a que se abrieran las puertas. Luego condujo
lentamente. Rodeando una magnífica fuente de mármol, pasó junto al garaje de
seis plazas hasta llegar al pie de la escalinata del porche. Con las llaves en la mano,
subió al rellano y se volvió para contemplar la vista. El terreno era espectacular, de
una magnificencia propia de un palacio, con setos perfectamente recortados,
césped inmaculado y árboles estratégicamente situados para dar la sombra
adecuada. De acuerdo con la descripción, el jardín trasero era aún más
impresionante. Contaba con una gran terraza, pista de tenis y piscina climatizada.

-Junto a la piscina hay una casita con cocina, salón y dos dormitorios, más grande
que muchos apartamentos -fue la descripción del encargado del banco.

Y posiblemente mayor que su piso. A pesar de ser un exitoso agente inmobiliario,
seguía viviendo en un modesto apartamento que sólo usaba para dormir.

Por contraste, la mansión de Lee era una casa construida a mayor gloria de su
propietario. Y desde ese momento le pertenecía a él. Pero KyuHyun seguía sin
sentir el placer que había imaginado experimentar con aquel triunfo. ¿Habría sido
más importante el recorrido que el objetivo? ¿Echaría de menos compartirlo con
alguien?
Su madre nunca había acumulado el rencor que a él lo había consumido tras la
muerte de su padre. No había culpado a Sendbill, y había contado a KyuHyun que
llevaba años sufriendo una depresión, a la que atribuía las malas decisiones
económicas que había
tomado.

Tras dos años de duelo por su amado esposo, Cho Mihye se había vuelto a casar
con un granjero. KyuHyun nunca había comprendido su actitud. Él había estado a
punto de morir de dolor tras el suicidio de su padre, del que se culpaba
parcialmente.

Le espantaba saber que una de las razones de pedir dinero había sido conseguir
que su hijo tuviera la educación que a él le había faltado, y que fuera a la
preparatoria. Incluso había pagado su alojamiento y le había comprado un viejo
coche.

KyuHyun se enfurecía consigo mismo por no haberse dado cuenta de que su padre
no podía permitírselo, por no haber reconocido la verdad tras las mentiras piadosas
de su progenitor. Por eso, el día que lo enterró, él mismo estuvo al borde del
suicidio.

Sólo el deseo de venganza lo había mantenido vivo. Tras la escena con Lee, había
dejado su sueño de estudiar Derecho y había buscado empleo como agente
inmobiliario en una de las oficinas más prestigiosas de la ciudad.

Los años siguientes había dedicado muy poco tiempo a su vida social y mucho a
hacerse lo bastante rico como para poder arruinar a Lee JongHee. Con veinticinco
años era el agente inmobiliario más poderoso de Seúl, con diversas agencias en los
barrios más exclusivos.

Volviéndose hacia la puerta se dijo que la noticia de que había comprado aquella
casa se filtraría a los periódicos y por una fracción de segundo pensó en conceder
una entrevista con la vana esperanza de que, cuando Lee la leyera, lo identificara
como el joven de cabello largo que lo había amenazado años atrás con vengarse.

Pero sabía que era una pérdida de tiempo. De hecho, Lee y él habían coincidido en
la venta de una propiedad y el magnate no le había reconocido. Los hombres sin
conciencia no parecían recordar a sus víctimas. ¡No era más que un frío y
calculador bastardo!

En cuanto abrió la puerta un sonido lo dejó paralizado. Alguien cantaba. Escuchó,
una voz proveniente del primer piso. KyuHyun frunció el ceño. Podía tratarse de la
radio. Escuchó. No, Había alguien en la casa, y tuvo la certeza de que se trataba de
okupas*.

No era la primera vez que se encontraba en esa situación y no titubeó. Subió la
escalera lentamente. A menudo eran vagabundos que querían darse una ducha o
dormir en una cama.

Cuando llegó al primer piso prestó atención. El ruido de agua le hizo suponer que se estaba duchando.

Camino sigilosamente hacia la puerta que le quedaba delante. Giró el picaporte
lentamente. No. No estaba allí. Sacudió la cabeza al observar la ostentosa
decoración del que debía ser el dormitorio principal.

Pudo imaginar el dolor que le habría causado a Lee dejar aquel lugar y una vez más
le dio rabia que no supiera quién había pasado a ser su dueño. De esa manera, su
venganza habría sido más completa. Quizá se sentiría mejor cuando se mudara, tal
y como pensaba hacer al día siguiente.

Pero primero tenía que expulsar al intruso.

Avanzó por el corredor y asomó la cabeza en una puerta a la izquierda. Se trataba
de otro dormitorio, muy "rosado". La cama matrimonial había sido usada, las
almohadas estaba desordenadas y las sábanas revueltas. El agua provenía de una
puerta cerrada, pero el canto había cesado.

KyuHyun cruzó la habitación y observó una pila de ropa en el suelo, al lado de la
cama. Cuando posó la mano sobre el picaporte se planteó llamar antes, pero
decidió pillar al invasor por sorpresa. Si estaba desnudo, peor para él.

Sin pararse a medir las consecuencias de lo que iba a hacer, KyuHyun giró el
picaporte y abrió la puerta.

Desde luego que estaba desnudo. Y tenía un cuerpo que cortaba la respiración: era
bajito, linda figura, con abdomen liso, pecho fuerte y un trasero redondo lechoso.

No vio entrar a KyuHyun porque tenía los ojos cerrados mientras se enjabonaba el
cabello, así que él pudo observarlo cuanto quiso y, al descubrirse prácticamente
salivando, se dijo que llevaba demasiado tiempo solo.

Su vida laboral ocupaba todo su tiempo, y sólo sucumbía al impulso hormonal una
vez al mes. Aunque no fuera una belleza clásica, nunca tenía dificultad en
conquistar a alguien atractivo en la pista de baile y llevarlo a su cama. Pero jamás
había sentido el menor interés por mantener una relación duradera.

Las relaciones no formaban parte de su vida desde que la muerte de su padre había
destruido en él la capacidad de amar o confiar en los demás. Pero en aquel instante
su cuerpo estaba reaccionando sin importarle los razonamientos de su mente.

La frustración aumentó a medida que contemplaba el desnudo joven y se le
ocurrían todo tipo de fantasías. Cuando el chico alzó el rostro hacia el chorro de
agua y giró la cabeza de un lado a otro para aclarase el champú, KyuHyun clavó la
mirada en sus perfectas facciones, y aunque seguía con los ojos cerrados, supo que
una criatura como aquella sólo podía tenerlos tan espectaculares como el resto del
cuerpo. Pero si los llegaba a abrir en aquel momento, probablemente recibiría un
susto de muerte y gritaría a pleno pulmón.

«Debería haber llamado a la policía en lugar de entrar», se dijo KyuHyun. Tenía
suficiente experiencia con okupas* como para saber que eran capaces de cualquier cosa, y el chico podía inventar cualquier historia, desde que él mismo la había
invitado a que había intentado forzarlo.

Para evitar esa posibilidad, salió sigilosamente, cerró la puerta y esperó en el
exterior a que acabara de ducharse. Cuando el agua llevaba cerrada el tiempo
suficiente como para darle tiempo a vestirse, llamó con los nudillos.

-¿Quién es? -preguntó él.

-La cuestión es ¿quién eres tú? -preguntó él a su vez.

-Lee SungMin -dijo él.

-¿Quién? -¿habría oído bien? No era posible.

-Lee SungMin -repitió él.

La sorpresa dejó a KyuHyun sin habla y la idea de haber fantaseado con él le
produjo horror, sobre todo al recordar que, creyendo que era un trota mundos sin
dinero, había sentido la tentación de insinuarle que se podía pasar unos días en la
casa con la condición de que permaneciera desnudo.

La furia se apoderó de él.

-¿Es que no sabes que esta casa ya no pertenece a tu padre? -preguntó,
indignado-. No tienes ningún derecho a estar aquí.

«Y menos a despertar en mí el deseo de seducirte», añadió para sí.

-Tiene una explicación -dijo él con voz cantarina-, pero es un poco difícil hablar
a través de una puerta.

-Pues sal y explícalo -gruñó KyuHyun.

-No puedo. Estoy desnudo, ¡y no pienso salir envuelto en una toalla!

KyuHyun sonrió para sí. Si él supiera que lo acababa de ver tal y como había
llegado al mundo... No era de extrañar que no lo hubiera reconocido. Sólo lo conocía
de la televisión, donde aparecía cada vez que celebraba un cumpleaños. Unos años
antes, al cumplir los veintiuno, la celebración había sido tan multitudinaria y
ostentosa, que había sido noticia en todos los periódicos. Sin embargo, no
recordaba haberlo visto recientemente.

Siempre había pensado en él como el prototipo del niño rico y mimado, y estaba
convencido de que su belleza debía de ser producto de la cirugía estética y del tinte
rubio. En eso, evidentemente, se había equivocado: era una belleza natural.

¡Tenía que dejar de pensar en él de aquella manera!

-¿Qué te parece si me esperas abajo en diez minutos?
Aunque era una sugerencia sensata, KyuHyun no pudo evitar que le irritara.

-Que sean cinco -masculló, antes de dar media vuelta e ir hacia la puerta del
dormitorio.

-------------b25;-------------

Notas finales:

Okupa: Son personas, por lo general vagabundos, que viven en casas abandonadas y se aferran en ellas y es muy difíciles desacerse de ellos. Son como las garrapatas de las casas. Por eso KyuHyun actua así.


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