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My other life's Memories. por Matsumoto Yuki

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Notas del capitulo:

¡Después de bastante, traigo el segundo capítulo de esta historia!

 

Disfrútenlo.

Apenas el joven que no había visto en toda su estadía en ese establecimiento paró frente a un pasillo, fue a regañarle.

 

Apresurada caminó, a todo lo que daba ese traje que le obligaban a usar para ejercer su labor. Para su buena suerte, el jovencito no se movió en todo ese rato. Tenía una sonrisa un tanto rara en el rostro.

 

— ¡Jovencito! —Gritó una vez estuvo al lado del susodicho. Sinbad dio un salto de la impresión, no estaba atento. — ¿Acaso no escuchaste mi advertencia? —Preguntó con las manos en la cintura, tratando de intimidarle.

 

De inmediato se dio cuenta de que ese no era uno de los jóvenes de bajo perfil que se quedaban callados, era un… Revolucionario.

 

Una vez se dio vuelta por completo, algo en su apariencia se le hizo familiar. Tan así, que su dura expresión se relajó, ladeando levemente la cabeza.

 

— ¿Qué? —Sinbad por su parte tenía una expresión de pocos amigos. Más cuando visualizó de manera más concreta las facciones ajenas, no quedó ajeno. La conocía. —Yamuraiha… —Susurró.

 

A la rectora casi se le salió un “¿Nos conocemos?” Más lo que salió… —Mi Rey… —Yamuraiha se extrañó de sus propias palabras. Eso no podía estar pasando.

 

— ¡Yamuraiha! —Gritó feliz Sinbad. De repente se sintió rebosante de energía. Además de encontrar al joven que había aparecido en su sueño, encontraba a una de sus generales.

 

—Mi Rey… Digo, Sinbad, ¿Qué es esa apariencia? —Rió un tanto la anterior maga, cruzando sus brazos por debajo de su pecho. — ¿Y su coleta? —Preguntó.

 

—Ni me lo recuerdes… —Bramó el ahora menor, paseando su diestra por su corto cabello. —Mamá hizo que me lo cortara.

 

—Señor… Su madre… —Pareció sorprendida Yamuraiha, más luego negó, y vio a los al rededores. —Jovencito, es su primer día si no me equivoco, ¿No? Déjeme llevarlo a su clase. —Volvió a entrar en su papel de rectora.


Sinbad captó de inmediato y se encogió de hombros. —Tch. Lo que digas. —Cedió, como el niño problema que era, lo haría. Antes de seguir a Yamu vio para atrás. Ja’far no estaba, por alguna razón. Le dio algo de pena, pero ya podría hablar con él.

 

Yamuraiha se encargó de llevarlo por los pasillos menos concurridos, aunque fuese el camino más largo. Tenían mucho de qué hablar, era seguro.

 

—Yamuraiha. —Habló Sinbad cuando ya estuvo seguro de que no había peligro en hablar de sus vidas pasadas.

 

— ¿Sí? —Respondió la joven, sonriendo.

 

— ¿Por qué parecías sorprendida por lo de mi madre? —Preguntó, un tanto inocente.

 

La rectora no supo si responder o no. Titubeó bastante, a decir verdad, pero se decidió. —Bueno, es que en su vida anterior ella había muerto después de que conquistara su primer calabozo, ¿No? Al parecer actualmente no se rige por completo del ciclo anterior… —Pensó en voz alta lo último.

 

Pero Sinbad se quedó helado. No dio un paso más.

 

— ¿Qué…? —Él no sabía ese pequeño detalle. Se notó de inmediato.

 

—Oh… Mi… Mi Rey… —Yamuraiha de repente sintió cómo se tensaba un tanto el ambiente. —Lo lamento…

 

—Eh… —Sacudió de inmediato la cabeza Sinbad, tratando de despejarse. —Ah, no, no es nada. Lo importante es que actualmente está viva. —Declaró, y reanudó nuevamente su camino.

 

—Pero, ¿Por qué no lo sabía? —Preguntó Yamu, enarcando una ceja. Se acercaban de a poco a la sala correspondiente a su antiguo Rey.

 

—Bueno… No lo sé… Desde hace dos años nada más que comencé a ver en sueños mi otra vida. Y en el último parece que morí. —Rió un tanto Sinbad, rascando su cabeza.

 

— ¿¡Murió!? —Se alteró Yamu, bastante sorprendida.

 

—Sí… —Quería guardárselo para sí mismo, pero al parecer, no podría. —Un tipo llamado Judar me atravesó con una daga de hielo el pecho. —Soltó finalmente.

 

— ¿Qué…? —Ahora Yamuraiha fue quien se extrañó, caminando más lento.

 

— ¿Qué pasó? —Preguntó Sin, entrando a asustarse un poquito.

 

—Pero, mi Rey. —Paró en seco Yamu. —Eso nunca sucedió.

 

El ambiente pareció congelarse. Sinbad quedó boquiabierto.

 

—Pe-Pero Yamu… Yo lo vi, en mi sueño. —Replicó el joven.

 

—Le estoy diciendo que eso nunca pasó. —Reclamó la mayor.

 

—Y según tú, ¿Cómo morí?

 

—Pues no lo sé, aún no lo ha hecho en mis visiones. —Hizo un pucherito. —Pero según lo que he visto y sé, Judar murió antes que usted.

 

— ¿Qué? —Que repentinamente sus visiones de la realidad alterna no congeniaran desconcertó a ambos.

 

Eso tenía fallas, y enormes, a decir verdad.

 

En medio del silencio que se formó a raíz de lo impactante de los sucesos descubiertos, sonó una campana.

 

A Yamuraiha se le erizó la piel. — ¡Quedan cinco minutos! —Soltó de repente, comenzando a correr y tomando de la mano a su Rey.

 

— ¿¡HEE!? —Ese giro de acontecimientos, no podía con ellos.

 

—Lo lamento mi Rey, pero esta realidad es la que cuenta, y actualmente soy su rectora. No puedo peligrar mi posición por aclarar estos desconciertos. —Explicó, mientras corría.

 

—Sí, sí, ¿Pero a dónde me llevas? —Preguntó, enredado.

 

— ¿A dónde más? ¡A su clase! —Poco después de terminar esa frase, llegaron a un ascensor.

 

Cuando abrió sus puertas estaba vacío, así que entraron de inmediato ambos. Apenas cerraron las puertas, se reanudó la conversa.

 

—Bien, mi Rey, tenemos que aclarar esto, pero no podemos acá. —Declaró la mayor, apoyándose contra una de las paredes.

 

—Oye… Yamu… ¿No hay una cámara en esa esquina? —Preguntó Sinbad, temiendo por la confidencialidad de lo que hablasen.

 

—Así es. —Aceptó la rectora. —Pero sólo capta imagen, no sonido, así que estamos bien. —Sonrió. —De todas formas, tenemos que juntarnos.

 

— ¿Dónde?  

 

— ¿Cuántos años tienes?

 

—Diecisiete.

 

—Pues  a beber.

 

— ¿¡Qué!?

 

—Oh, vamos, tenía una resistencia asombrosa. —Suspiró Yamu.

 

—Eso sería antes. —Frunció el entrecejo Sinbad. Entonces la mayor elevó una ceja, y no pudo evitar carcajearse. —Bueno, actualmente también. Pero está el factor mamá.

 

—Cierto… —Carraspeó con la lengua la mayor. —Se ve raro que personas de nuestras edades salgan juntas.

 

—Exactamente.

 

—Entonces, ¿En mi casa? —Propuso. Sí, se venían recién conociendo, pero prácticamente, para ellos, se conocían de toda la vida.

 

—Haré lo posible.

 

—Bien, está decidido. —Las puertas del ascensor se abrieron en el cuarto piso, dejando ver un pasillo. —Ahora vamos.

 

Sinbad fue el primero en salir, y se adelantó un tanto. —A todo esto… ¿Encontraste a tu Sharrkan? —Bromeó el Rey, ganándose una mueca sonrojada por parte de la mayor.

 

—Si será… —No le pegaba nada más por el respeto que le mantenía.

 

Entonces lo encaminó hasta la segunda puerta hacia la derecha, y se serenó.

 

Tocó sólo una vez la puerta.

 

Y no pasaron ni cinco segundos cuando ya estaba abierta.

 

— ¿Diga? —Atendió una mujer de largos cabellos rubios, con blusa rosa pálida y jeans blancos pegados a las piernas.

 

—Artemyra, como esperaba, siempre puntual. —Saludó Yamuraiha con una sonrisa.

 

—Oh, nueva rectora. ¿Qué se le ofrece? —Preguntó, esta vez menos rígida.

 

— ¿Recuerda que le comenté que habría un alumno intercambiado, y como iba en segundo de prepa le tocaría a usted acogerlo? —Fue de lleno.

 

— ¿Es el jovencito detrás de usted? —Osó de preguntar, echando una ojeada.

 

—Así es. Su nombre es Sinbad, por favor, cuide de él. —Pidió, haciéndose a un lado, y dejando ver por completo a Sinbad.

 

Menuda belleza… —Pensó inmediatamente Sin.

 

Pero entonces una mirada que parecía cuchillo se clavó en él, y quedó prácticamente congelado.

 

—Si ha de tener un mal comportamiento, él tendrá que cuidarse de mí. —Declaró de inmediato la profesora.

 

—Es lo que me esperaba. —Admitió Yamuraiha, y dejó pasar a Sinbad. —Pórtese bien, joven.

 

—Lo que diga… —Susurró, a la vez que Artemyra lo apresuraba a entrar.

 

Presenció entonces cómo su única conocida en esa proclamada cárcel se alejaba sin tenerle compasión, dejándolo junto a esa peligrosa belleza de mujer.

 

—Bien, tendrás que presentarte frente a toda la clase. —Declaró Artemyra, apoyándose contra la puerta, y esperando.

 

¿Toda la clase ya está aquí…? —Debía aceptarlo, la admiraba. Aún quedaban 5 minutos según sus inferencias, pero había logrado tenerlos ya en la sala, y ordenados. De seguro todos le tenían miedo. —Buenas, soy Sinbad. —La hizo corta. Nada más porque no le interesaba decir mucho sobre él.

 

— ¿Eso nada más? —Preguntó decepcionada la profesora.

 

Los demás estudiantes veían la escena sin querer interferir mucho, al parecer.

 

—Eso nada más. Sinbad a secas. —Respondió Sinbad, asintiendo.

 

Artemyra suspiró. —Anda ya, que me he emocionado en vano. —Comenzó a caminar hasta su respectivo escritorio, y se sentó, en la silla. Tomó entonces el libro de clases, y con un lápiz que había en él, comenzó a señalar a la suerte de la fuente. —A ver a ver… —En un momento, la corrida paró. — ¡Arba!

 

Una joven dama de largas trenzas castañas se elevó de un momento a otro de su asiento. Estaba a mitades de la sala.

 

— ¿Sí, señorita Artemyra? —Preguntó, con bastante respeto. Sinbad no pudo evitar pensar que era una chupamedias.

 

—Arba, serás tú la encargada de poner al corriente al novato. —Soltó, como una orden. — ¿Está claro?

 

—Como el agua. —Asintió Arba, y se sentó nuevamente.

 

Sinbad no supo qué hacer. De hecho, se quedó viendo como idiota de un lado para otro. Temía morir siquiera por respirar. Un par de risas se escucharon.

 

— ¡Callados! —De inmediato lo controló la profesora. — ¿Y tú qué esperas? ¿Una invitación? Anda a sentarte al lado de Arba.

 

—Va… —Soltó con desgano. Realmente no quería, se movía por temor. Notaba que esa mujer mataba con su lengua afilada y mirada de cuchilla.

 

El desdén en los pasos del novato, se notaba. Aunque iba viendo muy bien a sus compañeros. Los más destacables; La jovencita a un lado de la tal Arba. Un o una rubia que se sentaba por detrás, sonreía, como divirtiéndose, era lo que más le llamaba la atención. Y un pelirrojo que parecía dormir despierto, con la mirada en nada.

 

—Rapidito florecita. —Lo apuró la profesora, y por fin llegó.

 

Se sentó en el banco desocupado a la derecha de la castaña, y dejó su bolso en el suelo. Suspiró.

 

—Está bien, como el novato Sinbad a secas se presentó, y no hay más distractores, a comenzar la clase. —Dio dos palmadas la rubia mayor y encendió la pizarra táctil que había en la pared. —Último ejercicio hecho, tú, adelante. —La velocidad con la que cumplían sus órdenes era impresionante.

 

Aunque ya Sinbad realmente no prestaba atención de quién iba para el frente o no. Con sólo ver los ejercicios de matemáticas, se había desganado aún más.

 

Resopló. Entonces escuchó una reservada y suave risa. La tal Arba reía, a su lado.

 

—Tranquilo, Sinbad. No siempre es así. —Susurró, tratando de pasar inadvertida. —Sólo está poniendo las cosas firmes para que sepas quién manda. —Le ofreció una sonrisa.

 

Aunque eso no fue suficiente para serenar al niño problema. Sólo rodó los ojos, y fingió seguir la clase. —Como digas. —Rezongó.

 

—Hahaha… ~ Esta clase será entretenida… Y larga, muy larga. —Confesó, comenzando a escribir. Lo presentía, de seguro tendría que pasarle sus apuntes al novato.

 

—Ajá…

 

 

Dicho y hecho, esa había sido la clase más larga en toda su vida. La tal Artemyra se la había hecho imposible, llamándole la atención, pidiendo su cuaderno para ver sus apuntes, sacándolo a la pizarra… Apenas había sobrevivido, y gracias a la que ahora consideraba; un ángel.

 

—Creía que ya no existían los monstros… —Cayó rendido encima de la mesa el peli púrpura. Un suspiro se le salió, bastante cansado. —Muchas gracias por prestarme tus apuntes Arba… Sino… Creo que hubiese muerto. —Soltó con sinceridad.

 

La castaña rió. —No es para tanto, la señorita Artemyra no es tan mala. —Le restó importancia al asunto. —Más importante, ella es Sheba. —Cambió bruscamente de tema, señalando a la peli rosa a un lado suyo. La nombrada dio un pequeño salto.

 

—A-Ah… ¡Sí! ¡Mucho gusto, Sinbad! —Intentó darle la bienvenida Sheba, estirando una mano en dirección al nombrado, para poder estrecharla. Pero él sólo se le quedó mirando.

 

— ¿Y a mí qué?

 

El Fatality fue rotundo. Sheba pareció perder el color por unos segundos.

 

— ¡Sí será…! —Segundos más tarde, la ira la cubría.

 

—Ya, ya, Sheba. Es una broma. ¿Verdad que es una broma? —Intentó arreglar las cosas Arba, interponiéndose para que a su amiga no se le fuera lo señorita y se lanzara a Sinbad.

 

Entonces el joven se enderezó, y sonrió.

 

—Pero claro que es una broma, ni se imaginan lo feliz que estoy de poder sentarme al lado de tales bellezas. Le ganan hasta a las estrellas. —Soltó Sinbad, con una muy diferente postura en comparación a lo anterior.

 

Una débil corazonada retumbó en ambas.

 

—O-Oye… Yo tengo prometido… —Susurró en eso Sheba, poniéndose a la defensiva de manera inmediata.

 

— ¿Sí? Vaya pena… A las mujeres buenas se las ocupan tan rápido… —Respondió, como con lástima. —Será mejor que me vaya antes de que tal belleza me cautive. —De a poco se fue levantando. Como final, ofreció una de sus cautivadoras sonrisas. —Hasta luego, jovencitas.

 

Sin más se fue, y dejó un tanto descolocadas a las jóvenes.

 

—… —Arba había quedado muda, pensando.

 

—Qué raro… ¿No? Y se fue… —Sheba se había quedado viendo la puerta.

 

—Sí… —Asintió la castaña. —Espera. —Paró en seco, levantándose bruscamente de su asiento. — ¡Se fue! —De una extraordinaria manera salió corriendo de allí, con una mueca de preocupación en el rostro.

 

Los que quedaban en la sala a la hora del receso, quedaron mudos. Eso era raro de ver, en especial viniendo de la calmada Arba.

 

— ¿Sí…? —Aunque sin dudar, Sheba era la más descolocada allí.

 

 

La sala quedó atrás y ya realmente no importaba. Sólo tenía que mantener a raya a ese niño nuevo… ¿Dónde había ido? Arba bajó de manera inmediata por el ascensor, en el primer piso vería mejor.

 

Aunque su sorpresa fue desconcertante cuando, al salir del ascensor, vio a Sinbad terminando de bajar por las escaleras.

 

No se veía agitado ni nada. De hecho, estaba muy calmado. Y algo concentrado, quizás buscaba a alguien. — ¿No está cansado…? —De repente, Arba notó que se estaba yendo a por las ramas. Nada de eso. — ¡Sinbad! —Lo llamó, corriendo hacia él.

 

Cuando el peli morado se dio media vuelta, ya estaba la castaña a un lado de él. Le dio una palmada en el hombro.

 

— ¡Chico, que no puedes salir así de la sala! Tengo que mostrarte las cosas primero… —Susurró.

 

—No te preocupes, Arba. Ya tengo a alguien que me enseñe lo necesario. —Le cortó de inmediato, intentando sonreír.

 

— ¿Es que acaso quieres desafiar las órdenes de la señorita Artemyra? —Cuestionó la mayor.

 

—Eh… —Eso era prácticamente declarar que no quería vivir más. Pasó saliva, desviando su mirada.

 

— ¿Eso quieres? —Presionó Arba.

 

—N-

 

— ¡Sinbad! —Un albino se acercó corriendo a la escena. Aunque a mitades como que perdió impulso, se encontraba un tanto desconcertado al ver esa escena. — ¿Arba…?

 

— ¿Ja’far-kun? —La castaña también perdió la compostura.

 

— ¿Se conocen? —Osó de preguntar Sinbad, quien sentía que perdía un poco de protagonismo ahí.

 

— ¡Claro! Hicimos un proyecto, juntos. —Declaró Arba, sonriente.

 

— ¿Sí? —Sinbad no comprendía. — ¿Cómo? Si están en años y cursos diferentes…

 

— ¡Sin, ya te lo había contado! —Soltó quejoso Ja’far. —En la semana científica, se pueden hacer grupos de trabajos sin importar curso y año.

 

—Ah… Así que ella es la impresionante genia de segundo, ¿No? —Preguntó, un tanto aburrido.

 

Ja’far enrojeció por completo, mientras la aludida reía un tanto.

 

—No es tan así, sólo tengo un desempeño óptimo. Ja’far también es bastante bueno… —De repente, una conversa entre ambos surgió.

 

Ahora que lo pensaba, no parecían muy distintos. Ambos tenían ese aire de élite, un desempeño escolar admirable, temple mayoritariamente serio, se veían responsables… Sólo él desencajaba en esa escena de nerds. Y en cierta forma, le cabreaba.

 

Y sus voces seguían de fondo, adulándose mutuamente.

 

—Oigan. —Frenó toda conversa Sinbad, sin disimular su molestia. — ¿Me van a enseñar la cárcel, o no?

 

Un par de risas incómodas, y se pusieron en marcha.

 

En los pocos minutos de receso, no habían podido mostrarle casi nada, sólo cosas generales como el comedor y la sala de profesores. Y es que todo estaba inesperadamente lejos.

 

Luego del taller de ética y moral, vino el segundo receso.

 

Cosas como la biblioteca, el laboratorio, auditorio y anfiteatro habían aprovechado de mostrarle tanto Ja’far como Arba. Secretamente, eran de los lugares que más les gustaban.

 

Pero caso contrario era el del recién llegado, que lugares como esos no llamaban ni en lo más mínimo su atención.

 

El albino, consciente de eso, le hizo saber que a la hora de almuerzo le mostraría las canchas, gimnasio, y demás, a lo que Arba aceptó.

 

A raíz de eso, Sinbad pasó por una tortuosa espera a la hora de clase, ansioso por ver las magnitudes del área deportiva. En toda la hora, no prestó atención a nada de lo que decía el profesor de química. Pero tampoco es como si desde un principio quisiese hacerlo.

 

De hecho, apenas tocó la campana, tomó de la mano a la castaña y salió corriendo de allí, arrastrándola consigo.

 

Otras de las cosas que había conocido, era dónde se hallaba la clase de Ja’far. Para su sorpresa, quedaba en el ala de enfrente, cruzando el patio y subiendo hasta el tercer piso.

 

Y hasta allá fue donde arrastró a la pobre Arba, a quien a ratos se le enredaban las piernas.

 

Ja’far se sorprendió al ver a Sinbad ahí a penas salió. O a decir verdad, no tanto. Sabía de la excitación que recorría a su amigo al tan sólo pensar en deporte, adrenalina. Pero lo que sí lo dejó sin palabras, fue el hecho de que lo tomó del brazo, y prácticamente le obligó a bajar hasta el patio.

 

Una vez estuvieron en el centro de aquel, les miró con determinación. No tenía una pizca de cansancio, todo lo contrario a sus prisioneros.

 

—Al gimnasio. —Demandó, sin compasión, y allí tuvieron que llevarle.

 

Había valido la pena después de todo la espera.

 

Implementos de calidad, objetos que nunca había visto, y un aireado lugar de ejercicio lo había dejado maravillado. Qué decir del verde de las enormes canchas. Una de tenis, otra de fútbol, otra de basquetbol. Piscina. Metros planos.

 

Todo.

 

Se preguntaba si no era que estaba en un campus de Universidad, porque eso, sí que era impresionante.

 

La variedad… Le había dejado sin habla.

 

De regreso a la parte central, y posteriormente casino, Sinbad no podía dejar de hablar de las maravillas que podría hacer en una instalación como esa. Ya no parecía tanto una cárcel. Tenía pasto donde revolcarse, lugares donde correr y desestresarse.

 

Había -incluso- dejado boquiabierta a Arba, quien no tenía ni idea de sus gustos tan exagerados por el deporte.

 

—Creo que… —Le susurró a Ja’far, cuando estaban en la fila para escoger su almuerzo. —Debí esperármelo.

 

El albino tan sólo asintió, y la joven rió de una manera un tanto incómoda. Debió haber sido obvio que si detestaba tanto las cosas referentes a materia fuerte, donde se debía reflexionar y usar el pensamiento lógico matemático, preferiría el instinto humano y su necesidad de desfogue. En otras palabras, adrenalina.

 

—Es todo un aventurero. —Aceptó Ja’far, orgulloso, mientras veía a su amigo prácticamente hablarle a la nada sobre las maravillas de ese Liceo. Porque ninguno de los dos le escuchaba.

 

Entonces, en medio de su burbuja, un hecho la reventó.

 

Un silencio invadió el comedor cuando tres individuos se adentraron en él.

 

Nadie les veía, nadie decía nada.

 

Y ellos, sin siquiera importarles las reglas comunitarias, como la tan fácil de hacer fila para recibir el almuerzo, se dirigieron sin titubear hasta los primeros puestos.

 

Todos abrían paso, sin abrir la boca, como si estuviesen adiestrados para eso.

 

Pero algo llamó la atención del trío.

 

Un joven, al que no habían visto nunca, no se había apartado. De hecho, era el primero en la fila, y ajeno a lo que sucedía, había sacado una bandeja para iniciar su pedido.

 

¡Sin…! —Tanto Ja’far como Arba se lamentaron. No creyeron que al primer día vendría y boom, se encontrara con ellos. Pero era un hecho, tenía la peor de las suertes el joven. En especial porque lo habían pasado por alto, y había olvidado contárselo.

 

—Oh ~ Al parecer, este es nuevo. —Soltó un peli rosa, un tanto juguetón.

 

Sinbad recién ahí captó al trío llamativo detrás de él. Ignoró por completo las expresiones de horror de su amigo y conocida, al igual que el intento por no involucrarse de los demás.

 

— ¿Eh? —Eso tenía mala pinta.

 

— ¿Qué deberíamos hacer? —Habló otro joven, esta vez con el cabello más oscuro. —No muestra señales de arrepentimiento.

 

El que parecía mayor ahí, más que nada por su dura expresión, frunció el entrecejo. —Tú, niño nuevo. —Porque si no lo había visto en todo el año, debía ser nuevo. — ¿Cómo te llamas?

 

Sinbad les miró con algo de aburrimiento. Suspiró, y les ignoró. — Don élite. —Al menos así le llamo en su mente. —Señorita, quiero uno de esos. —Apuntó un plato que nunca en su vida había visto, más ni ella se movía.

 

Vio el terror plasmado en su rostro, y entonces volteó levemente. Estaba ahí, casi pegado a su espalda, el joven pelirrojo.

 

Dio un respingo, pero de la sorpresa.

 

—Te hice una pregunta, gusano.

 

Eso cabreó aún más al joven, quien tuvo que apretar la mandíbula. — ¿Y si no te respondo? —Bramó, altanero.

 

Una sonrisa de auto suficiencia se dibujó en el rostro ajeno, y se irguió, orgulloso. —Tendrás que atenerte a las consecuencias.

 

— ¿Es eso una invitación? —Ambos rebosaban una confianza… Difícil de penetrar.

 

—Si es lo que deseas. —Rió para sí.

 

Sinbad no perdió tiempo, y comenzó a arremangarse las mangas. Alertas hubieron en todo el casino.

 

—Oi… —El joven pecoso se puso un tanto nervioso. —No quieres hacer esto. —Advirtió, al ver cómo su hermano también entraba a ponerse en guardia.

 

—Tranquilo, Koumei. —Ordenó el pelirrojo. —Hay veces en que hay que arreglar las cosas como los hombres que somos.

 

Koumei no quedó para nada convencido con ello, aunque la advertencia iba para el otro. Caso contrario fue el de su hermano pequeño.

 

— ¡Dale duro, En-Nii! —Le hizo barra.

 

Las puertas se abrieron de par en par, dejando que se escuchase el característico sonido de unos tacones apresurados.

 

— ¡Nadie le dará duro a nadie! —Entró, irrumpiendo en la escena, la rectora.

 

— ¿Eh? —Ambos jóvenes no se esperaban dicha interrupción.

 

Mientras que otros, como Ja’far, Koumei, e incluso Arba, la agradecían.

 

— ¿Quiénes son esta vez? —Preguntó, tratando de ver los rostros de los involucrados. —Los Ren. Cómo no me lo esperé. —Rodó los ojos. —Kouen y… —Se fijó en el otro implicado. — ¿Usted otra vez, joven? —Ahí estaba su Rey. Tapó la mitad de su rostro con una mano, tratando de no alterarse.  

 

—Tch. —Sinbad desvió la mirada.

 

Yamuraiha suspiró y dirigió su mirada al pelirrojo. —De esto se enterarán sus apoderados. En repetidas ocasiones les he dicho que no pueden hacerlo. Ahora, fórmense. —Ordenó, con su poder de rectora como respaldo.

 

Sólo eso logró calmar las aguas. Kouen se encogió de hombros, y caminó con elegancia poco propia de su edad, seguido de sus hermanos.

 

El más infantil, Kouha, mostró a la joven su lengua, en señal de burla.

 

—Tú, vendrás conmigo. —Apuntó a Sinbad, y comenzó a caminar.

 

—Pero… —Vio su bandeja vacía, a Yamu, y luego nuevamente su bandeja vacía. — ¡Bah! —Al cabo que ni quería comer.

 

Ja’far y Arba se resignaron a ver cómo la joven se llevaba a Sinbad. Suspiraron.

 

— ¿Por qué no se lo dijimos antes…?

 

 

 

— ¿¡Por qué no te lo dijeron antes!? —Se atrevió a elevar la voz Yamuraiha cuando estuvieron solos.

 

— ¿¡Qué cosa!? —Cuestionó Sinbad, sin entender el por qué de todos esos sucesos.

 

— ¡Los Ren! —Bramó, cansada. —Son la crème de la crème. Se creen los amos sólo por el hecho de que sus apoderados son los mayores donadores del establecimiento.

 

— ¿Qué?

 

— ¡Tienen demasiada influencia! —Explicó. —Por tanto son prácticamente «intocables». Claro, a excepción de cuando se trata de los profesores. Los docentes son estrictamente exigentes cuando de rendimiento académico se trata.

 

—Como si eso sirviera…

 

— ¡Mi Rey! Por favor, prométame que no se meterá con ellos. —Un pequeño brillo especial había en los ojos de la joven ante ese pedido. Sinbad se desconcertó.

 

— ¿Por qué…? —Se atrevió a preguntar.

 

—Los conozco desde hace mucho. —Yamuraiha desvió la mirada, frunciendo el entrecejo. Entonces susurró. —Quizás demasiado…

 

—No me digas que-

 

— ¡Nos vamos al casino de profesores!

 

Sin más, la antigua maga, tomó a su antiguo Rey de la muñeca, y se dirigieron a las instalaciones reservadas para los docentes y funcionarios del establecimiento. Se ahorró explicaciones. Con decir Los Ren, Sinbad ya se había ganado un pase para almorzar allí, fuese lo que fuese que la rectora le comprara.

 

Apenas terminó su almuerzo, la campana sonó, y la sorpresa se plasmó en su rostro. ¿Tanto tiempo le había llevado todo ese rollo? Ahora que lo pensaba, si sumaba su ida al área deportista del Liceo, sí, tenía sentido.

 

Yamuraiha le advirtió que le tocaría orientación y consejo de curso, por tanto que se apresurara, o si no, Artemyra le martirizaría toda la clase, si no lo había hecho antes.

 

Por suerte, esta vez no fue como en la clase anterior. En orientación se mostró más comprensiva y calmada, predominando el diálogo y libre expresión. En consejo de curso, se sentó dejando su debido tiempo a la directiva. Para la sorpresa del nuevo, o quizás no tan sorpresa, Arba era la presidenta. La joven que recordaba como Sheba, era su secretaria. A los demás, no los conocía ni le importaba.

 

Se pasó esa hora por completo jugando a mantener el lápiz equilibrado sobre su labio, mientras inclinaba la silla para atrás. Cualquiera de sus amigos de su antigua casa le habría aplaudido esa hazaña, pero ahí, en ese momento, nadie pareció notarla.

 

El aburrimiento le consumió como nunca. A tal punto, de que la campana llegó a ser su más grande anhelo, que cuando se cumplió, le alabó.

 

Poco le importó que Arba estuviese dando una información de último momento, o que Artemyra le dijese que esperara. Simplemente soltó: —Ya soy libre.

 

Nadie lo detuvo.

 

Había quedado de encontrarse con Ja’far en la salida así que allí se fue, esperando apoyado contra una pared. No podía decirse si estaba feliz o cansado, pero cualquiera podía ser correcta.

 

Aunque al poco rato, su semblante cayó de una manera horrible.

 

Veía cómo se acercaba, a paso seguro y orgulloso, Don élite.

 

Prácticamente se gruñeron cuando se vieron. Pero claro, el tal Kouen tenía mucha más clase como para hacerlo de verdad. Tan sólo le miró con desprecio, denigrando su existencia por completo, y lo pasó de largo.

 

Eso dejó un mal sabor en la boca de Sinbad, quien luego se fijó en sus hermanos.

 

Oye… —Se fijó. —Ese va en mi clase. —Y recién caía en cuenta. El revoltijo de pelo andante era el joven desaliñado de su clase, mayoritariamente callado y que parecía dormir despierto.

 

Luego de ese trío pelirrojo, vio pasar a un joven y una joven de azabaches cabellos. Podría apostar que eran hermanos, tanto por su parentesco, como por el lunar que tenían bajo el labio.

 

Se entretuvo con el pensar que si tuviera una hermana, esta tendría igual de gruesas las cejas. Rió para sí, hasta que entonces… Lo escuchó.

 

—Judar-chan, deberías de hacerle caso a la rectora. —Una voz jovial, de dama. Sinbad quedó choqueado, a la vez que giraba con lentitud su rostro para buscar el origen de aquella voz. Pero lo que más le importaba, era el nombre.

 

—No seas latera, vieja. —Ahí estaba, frente a él, el chico de sus sueños.

 

« Judar. »

 

Frunció el entrecejo al notar que la mujer a su lado era pelirroja también.

 

De repente, sus  piernas comenzaron a moverse solas, siguiendo en tambaleos, al joven pelinegro que se alejaba a paso medio.

 

—Kougyoku, Judar, apresúrense.

 

Bastó eso para bajar a tierra firme a Sinbad.

 

Don élite llamaba a la joven, y a Judar. Un pequeño pánico le entró cuando vio entrar a todos, pelirrojos, azabaches y a Judar en una misma limosina, que esperaba aparcada.

 

Sinbad quedó boquiabierto, eso no podía ser cierto.

 

De repente, alguien tironeó de su manga, llamando su atención.

 

Al volver su mirada, se encontró con un alegre albino.

 

— ¿Nos vamos?

Notas finales:

¿Qué les pareció? ¿Os gustó? Espero que sí. Debería poner en advertencias "Spoiler" [??]

 

Bien, ¡Hasta la próxima!


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