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No lucky? por devilasleep11

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Notas del capitulo:

HEY AMORES MÍOS!!!!

Espero que hayan tenido una hermosa semana :3 que lo que es yo he estado de allá para acá... 

Debería ser una puta vaga como siempre... pero no puedo ;-; además que todo se me ha juntado por aplazar las cosas ;-;

Pero que bueno esto me pasa por no organizarme xD

En fin como siempre ya estoy dando la lata con mis problemas xD 

Les dejo mi sensual grupo en Face... que pronto... prontito tendrán una sorpresa hermosas y sukulenta :3 -------> El segundo círculo del infierno de Devil

YA QUE EMPIECE EL CAP DE UNA MALDITA VEZ!!!

 

::| Capítulo especial I: "Bésame" 

 

I

 

Hoy he sido testigo de algo particularmente extraño. Mientras iba de camino a la azotea, para ahí esperar a Luffy que tenía algún tipo de compromiso con sabe Dios qué proyecto escolar por lo que había acordado quedarse unas horas para terminarlo, me topé frente a frente con una escena increíble, o por lo menos para mí lo era.

Kid y Law estaban allí. Ambos se encontraban más que ruborizados. Aunque no era un rojo súbito, se notaba que estaban avergonzados. Sonreí a la soledad a mi lado, cómplice del momento. Aunque se empeñasen en negar que se gustaban, se notaba a kilómetros que no era así, sólo bastaba que ambos mirasen con sinceridad para que se diesen cuenta de cuán nervioso estaba el otro.

Entonces, a pesar de que la brisa golpeaba la puerta, puse mi oído contra ella a ver si podía escuchar algo. Y para mi buena suerte así fue.

Kid dijo:

“Necesito aclarar lo que siento por ti…”

Dios, hasta yo me ruboricé al escucharle. La voz de Kid siempre me había encantado y ahora que la conocía en su faceta enamorada era aún más encantadora; podría decir que Law tenía una suerte envidiable.

Aunque nadie lo creyese, yo sabía que en el fondo aquella mezcla de sensualidad y salvajismo del pelirrojo no era más que una fachada de papel crepé. En el fondo la miel esperaba hacer erupción. Sólo que ésta buscaba un detonante, y al parecer, por aquella expresión tan deliciosa que ponía al ver a Trafalgar, su volcán interno lo había encontrado.

¿Qué aclarar ni que ocho cuartos? ¿Qué acaso no se había dado cuanta ya que se derretía por Law?

No, no era eso. Mi intuición me decía que sí se había dado cuenta, lo que ocurría era que no quería admitirlo.

Otra cosa que me descolocó: Eustass Kid estaba siendo cobarde.

Diablos, Trafalgar, ¿qué le haz hecho al chico?

Trafalgar dijo entonces:

“¿Eso quiere decir que, a pesar de todo, sigues pensando como el día en que salimos?”

¿Qué? ¿De qué hablaba? Demonios, me estaba perdiendo la mitad del chisme todo porque Kid no me había contado qué ocurrió el día en que salió con Law.

Kid contestó después de una pausa y de morderse coquetamente el labio inferior. ¿Es que acaso Trafalgar no notaba que estaba a un solo pasó de abalanzarse a comerle la boca como un desquiciado?

Qué desesperación con ese par de idiotas:

“Sí. Mi respuesta es la misma… mis pensamientos me llevan a ti… de todas las formas y más después de lo que ocurrió ayer…”

Tuve que ir adivinando cada palabra, puesto que la grave voz de Kid bajó un par de niveles, casi como si murmurara, menos mal que justo en ese momento no hubo brisa que interrumpiese.

Aunque de todas formas aún no entendí de qué hablaban. Ver a Kid tan inseguro era un manjar que no podía perderme por nada en el mundo. Si yo quería ir y abrazarlo y devorarlo a besitos, ya me imaginaba cómo estaba Trafalgar. Y por lo que vi, Law tuvo que morder con fuerza y apretujar sus puños para aferrarse a un gramo de cordura.

Entonces creo que pasó una eternidad y Law seguía sin ver al pelirrojo a los ojos, ni siquiera se dio el tiempo de replicar, simplemente desvío la mirada y se quedó sin entender, creo yo, qué hacer.

Cuando por fin se atrevió a levantar la mirada ya era muy tarde, los ojos de Kid reflejaban la lluvia que en el fondo había en su corazón y en su iris, aunque no podía verlo claramente por la rendija que dejaba la puerta mal cerrada, la lluvia se doraba y hacia que aquella mirada brillase porque ya había escampado dentro de ella.

Kid entonces tuvo la valentía de decir:

“No sé si me gustas o no… y  aunque quiera, no puedo dejarte pasar.”

Entonces vi que se giraba hacia la puerta. No sé cómo, pero me escondí de tal forma que ni noto mi presencia, tal vez porque iba tan inmiscuido en sus problemas que el hecho de que estuviese ahí, o no, le valía muy poco.

Sin embargo, aun así no pude evitar sentir cómo los latidos de mi corazón amenazaban a que me descubriesen.

Unos minutos después fue Law quien salió con la expresión descompuesta. Parecía que tenía tantas cosas atoradas en la garganta que iba a vomitarlas en cualquier momento, sin embargo, lo único que salió de su boca fue un suspiro mientras arrugaba el entrecejo y se colocaba bien la mochila en la espalda.

Par de imbéciles… pensé una vez me encontré sólo. Me quedé tumbado en la esquinita que me refugió de ser encontrado y desollado vivo.

¿Por qué, mientras más cerca está una persona de su amor, más cobarde se vuelve? Las cosas podían ser simples, no había que darle tanta vuelta, decir lo que se siente no es tan complicado.

Lo digo, pero no lo practico. Ya se me ha olvidado las veces que, teniendo las palabras allí en la punta de la lengua, éstas se esconden en mi paladar y luego descienden por mi campanilla y se hacen un ovillo en mi garganta, allí arden hasta que deciden seguir hasta volver a su casa: en mi corazón se convierten en púas que se entierran hasta que el dolor se hace insoportable.

Es por ello que, cuando de repente le vi subir, con su extraña cabellera dorada, con su deliciosa piel morena, con sus ojos de cansancio… es por eso que, cuando apareció frente a mí, todas las espinas dolieron, escocieron, torturando mis llagas.

Algo dentro de mí le esperaba, sabía que a esas horas siempre subía a la azotea para tomar un poco de aire. Sabía que si aguardaba, pacientemente, le encontraría tan encantador e inmisericorde como todos los días.

Le vi pasar por aquel pequeño pasillo que daba a la puerta. Yo, en mi rincón oscuro, no me perdí ningún detalle de su anatomía, de su semblante.

Sin embargo, antes de entrar dijo con su deliciosa voz, aquella que amaba escuchar en clases, algo tranquila, algo sensual, algo desinteresada:

“No deberías esconderte…”

El corazón me dio un vuelco. Él me conocía, conocía mi esencia, sabía que estaba allí, no había forma de engañarlo. Yo también le conocía, tanto como para saber que, cuando me vio aparecer desde la oscuridad, su frecuencia cardiaca aumentó, sus ojos claros brillaron, los míos se convirtieron en pozos.

Antes de decir cualquier cosa me abalancé a sus brazos. Necesitaba el consuelo, que sus pétalos curasen las heridas que me provocan sus espinas, aunque fuese una mentira; él no podía aceptarme y mucho menos podía curarme las heridas. No podía enseñarme a querer sin que doliera.

Hice aquello que Kid no se atrevió hacer: le besé apenas tuve oportunidad, le besé con hambre, con necesidad; disfruté de sus labios esponjosos, los lamí a gusto y él correspondió a mi impulso, rodeando mi cintura con sus brazos, acariciando con su lengua el interior de mi boca.

Dolía, pero era tan delicioso que no podía parar, mis manos se aferraron a su nuca para no perderme en la exquisitez, para no caer en la necesidad.

Demonios, sí dolía, dolía querer tanto a tu profesor, dolía que éste te diese esperanzas que luego destrozaría, como si fuese su pájaro de cartón, como si me diese alas mecánicas que luego desarmaría con el destornillador que tenía en la punta de la lengua que ahora tanto me empeñaba por atacar.

Dolía amar de esa forma a Marco Phoenix.

 

II

 

Llevo mucho tiempo viéndole de esta forma. Todo comenzó de una manera tan fugaz que ni yo mismo sabría cómo contarlo, más que nada porque no sabría por dónde empezar. Ahora que me toca, que me besa, que me destroza, no sabría cómo terminar tampoco.

Pero tal vez un buen inicio sería hace unos años, el día en que nos conocimos, aquel día en que después de verme en una pelea, en vez de entrar en esa posición de profesor, simplemente me tomó de la mano, magullada de tanto que habían chocado mis nudillos contra la boca del pobre diablo que me molestó, y la curó. Tal vez ése sería un buen comienzo para mí, para mis sentimientos hacia él.

Sólo bastaron unos meses persiguiéndole “inocentemente” para que notase mi presencia, puesto que hasta el momento él no era mi profesor de física.

En un comienzo parecía que no tenía ningún interés en un mocoso como yo, mucho más pensando en que era un chico, además de que habían muchas tipas que hubiesen matado, y matarían aún, por la posición que ocupo en su vida, aunque sea desgarradoramente triste.

Sin embargo, necesité de solo una mirada, un brillo en esos ojos casi azules, para abalanzarme a sus brazos, para saber que me codiciaba tanto, o más, de lo que yo le codiciaba.

Aquella mirada me llegó como regalo del cielo, puesto que en ese tiempo estaba a punto de darme por vencido; él parecía no estar interesado, pero un día, cuando me encontraba solo en la azotea, ésta misma que ahora es testigo de nuestros besos esporádicos y necesitados, le vi entre el vaho de mi propia respiración. El invierno le sentaba de maravilla, yo siempre esperaba que esas fechas llegasen para verle en toda su gloria.

Fue entonces que me senté a su lado. En un comienzo sólo sería eso: yo saltándome las clases mientras él miraba los patios desde la altura. Pero él no dejó que fuese únicamente aquello.

Al principio conversábamos de cosas triviales, sin embargo, luego se implantó un silencio entre nosotros, una ausencia de sonido que se me hizo particularmente extraña, más pensando en que hablamos largo y tendido.

Entonces levanté mis ojos por primera vez en todo ese tiempo. Tenía un dije de nerviosismo en la mirada que no podía ocultar. A quien tanto perseguía, a quien le había dedicado tantas pajas y tanta lujuria, ese mismo sujeto estaba a mi lado, ahogándome con el olor a su colonia, aplastando cada remota duda de si le quería realmente o no.

Mis ojos se encontraron con los suyos, dos pozos de agua diáfana y tranquila, que en esos momentos bullía de tal forma que el vapor calentó mis mejillas. En su iris claro danzó el deseo, como si este fuese el que, en sus constantes brincos, le diese el brillo malicioso a esa mirada.

Entonces me levanté sin quitarle un segundo los ojos de encima, estaba embelesado; sólo me dediqué a devolverle la misma lujuria, a darle tumbos a su alma. Le dije lo que sentía mientras me acercaba como felino, a tientas, pensando en que el suelo podía desaparecer debajo de mis pies en cualquier momento.

Él no contestó, simplemente aceptó el beso que le di.

Desde ese día armamos un hábito entre los dos, como si construyésemos un puente con palitos de helado. Aunque nunca hemos tenido nada más allá que toqueteos locos y besos ardientes, nuestra relación se ha basado en eso: encontrones con ganas de ser más que eso.

Marco, por su lado, nunca ha aceptado nada ni ha pronunciado palabras cariñosas, se deja llevar por la marea, por su codicia, se entretiene descubriendo nuevas formas de hacerme sufrir, y lo peor es que no está enterado.

Lo que sí me hiere no es que no diga nada, lo que me sabe a hiel es la incertidumbre: a veces me quiere, a veces no; a veces se preocupa tanto por mí y otras veces su mirada es gélida y dolorosa.

No le entendía del todo; tal vez por eso sigo a su lado, soportando, siendo un descolorido más, siendo una persona más.

No sé cómo hacerlo peor, construyendo casas de cartón, sosteniendo el mundo, este mundo, sobre mis hombros.

Quisiera que me dijese algo después de esta esporádica demostración de pasión, pero eso no ocurrirá. Él me besa, cuela sus dedos por mi ropa, así delicadamente, que no me dé ni cuenta de sus ansias, que no me exalte y terminemos haciendo algo que deseo, algo que luego él negará en su mente.

Las congojas y mi corazón hicieron una reunión entre mis pulmones cuando mi boca se separó de la suya, cuando mi lengua le soltó la mano a la suya, cuando mi cuerpo desconoció su calor.

Nos miramos a los ojos.

-          Ay, Marco. ¿Te divierte este juego?

Esas palabras se me escapan sin querer, como si el cazo dentro de mí se hubiese rebalsado.

Él, como siempre, guardó silencio.

Un te amo ya es demasiado utópico, ya no tengo esperanzas de que algo así ocurra, pero no puedo evitarlo, los pies a su lado me tiemblan como si la tierra se sacudiese.

Sin embargo, esta vez pasó algo que no esperaba: acercó su rostro al mío, depositando un beso tan tierno y casto, corto como una estrella fugaz. Ya los pies no me temblaron si no que despegaron del suelo.

Mi ingrávido cuerpo creó un círculo en el aire, en el oxígeno que me tomaba en sus brazos,  como si de pronto me hubiese tirado a sus manos jubilosas.

Entonces no necesité que me dijese nada, no necesité que sus cuerdas vocales hiciesen el aire vibrar y que mi oído recepcionara aquella vibración. No, sólo necesité que en su mirada se dibujara una quimera.

Así eran sus sentimientos, quimeras creadas para hacer que mi vida se frenará en un solo instante, para dejarme sin armas, sin pensamientos propios.

En ese claro cielo, el bosquejo de un te quiero se divisaba a lo lejos, casi como un pajarillo volando, acercándose; aunque aún venía por el horizonte, lo importante es que venía, a paso lento pero venía.

Las esperanzas deshicieron cualquier atisbo de duda. Sabía que luego mataría cruelmente estas esperanzas, pero los momentos en el que podía tenerlas eran los más deliciosos del mundo.

-          Debo volver, tengo una reunión con los demás profesores…

Me separé por completo de su cuerpo, haciéndole entender que le liberaba. Él torció su boca en señal de protesta, pero igualmente no dijo nada.

Se encaminó hasta las escaleras, la poca luz que brindaba aún la puerta entreabierta hacia la azotea atravesó el aire cortando su cuerpo en dos.

-          ¡Marco! – Exclamé con el corazón hecho un ovillo.- ¿Puedo ir hoy a tu departamento?

Tenía tantas ganas de estar a solas con él. Aunque no sería la primera vez que iba al lugar, que le veía despertar y llegar tarde oliendo a alcohol, esta sería la primera que le entregaría mi cuerpo.

Aquella ocasión, la primera vez en su casa, fue cuando le seguí como todo un acosador. Nunca, por muy solos que hemos estado, él ha osado a tocarme un solo cabello de mi cabeza, no de la forma erótica que siempre he soñado. No quiero que me vea tampoco como algo que pueda usar y luego desechar. Quiero que piense en mí y su corazón se acelere como lo hace el mío, quiero que piense en mí y que simplemente el aire solitario de una brisa robe su suspiro fugitivo.

Marco, por su parte, solamente alzó una mano y dijo, con la voz atenuada por el hollín que en ésta guardaba:

-          Haz lo que quieras…

 

III

 

Después de que viese a Luffy en la entrada de la escuela, nos dirigimos a casa en donde, como siempre, nos esperaban las luces apagadas y el silencio de las habitaciones. Aunque mi hermanito me contase mil historias divertidas de su día, no hice más que tirarme al sillón y mirar un punto perdido de la sala. Dentro de mí, las imágenes, las palabras dichas, las que se quedaron en las gargantas, revoloteaban como cuervos.

Estuve así inclusive cuando Luffy llegó con un enorme trozo de carne y se sentó a mi lado a comer, no sé si me observaba, la verdad no era consciente de mi entorno, ni siquiera sabía si algo hubiese cambiado en la sala, yo seguía con mi mirada perdida, debatiéndome en si debía ir finalmente y seguir mi instinto o quedarme en casa, volver a mis sentidos, sonreírle a Luffy y revolverle el cabello. La televisión comenzó a sonar de fondo. ¿O es que yo llevaba su tiempo sonando? ¿Cuánto tiempo estuve pensando? No lo supe, la verdad ni siquiera ahora recuerdo con exactitud qué era lo que estaba pensando. Tal vez sólo contaba los pecados compartidos con unos pocos y casi ninguno con quien se robaba mi aire.

Dios, si sólo Marco se atreviese a hacerme sin adjetivos, me formara a puntos ingrávidos con caricias simples que no cuestan nada, que hiciese correr a todo mi cuerpo como río, que se hiciese responsable del ardor de mi piel. Que me elevase hasta lo alto y que llegase a mi hora propicia, a aquella en que no navegaría por mi cuerpo sino por las lágrimas, que no comprenderían que la vida es como es, que el amor es como es y que no hay nada. Que llegase a salvarme a la hora de que el río se formase ya de mis ojos e hiciese con sus manos una presa.

Aun así no había ríos en mis ojos, nunca los hubo, mi dolor es interno, como si fuese una herida que sangra dentro de mi piel y me llenase de sangre, que me inflase y apretujase el alma.

Tal vez ese tipo de cosas pensaba, tal vez pensaba en cómo sus ojos formaban, palmo a palmo, paso a paso, punto a punto, una línea fina, una cuerda sobre el abismo, y me dijese que caminase por ella, que no mirase abajo y llegase al otro extremo, a ver si al final de la cuerda podía encontrarle a él con los brazos abiertos esperando un suave abrazo.

He ahí mi debate, como si en vez de querer hacer el amor con él simplemente me preparase a ir a una guerra, como soldado fiel con su chaleco antibalas, preparado para soportar sus indirectas de franco tirador que dejan mi mente en blanco.

Si tan sólo pudiésemos despertar al vecindario con nuestro cariño, dejarnos sin habla, que un gemido se comiese al ruido, al silencio posterior. Rompiendo la relatividad de todo y de nada. Si tan sólo tuviese la oportunidad de tener en mi piel un adorno de sus dientes, una marca, un trofeo. Si tan sólo uniese lunares en mi piel hasta terminar escribiendo un “mío”, cogiendo a cupido por sus zapatos alados y darle una buena lección, que no es importante decir “te amo”, sino que simplemente mirarse a los ojos, tomarse de las manos y firmar la declaración con el sello de unos labios sobre otros.

De verdad no sé cuanto tiempo estuve pero cuando por fin termine mi constante mortificación, Luffy mojaba del segundo piso de la casa con una toalla enmarcando su rostro. Olía a jabón, él me miró con esos ojitos que desarmaban mis intenciones y me daban cierta  paz.

Si embargo, la calma que embalsamó mi alma se esfumó al ver cómo arrugaba el entrecejo y se encaminaba hasta a mí.

No me dio tiempo para prever lo que siguió:

Luffy hizo de su puño un macizo bloque de piedra, de la misma forma en que yo le enseñé de pequeño, y lo aplastó contra mi cara. Como no estaba preparado, el golpe me mandó a volar del sillón, me estampé contra el suelo y antes de que me recupera de la sorpresa Luffy gritó:

-          ¿¡Desde cuándo eres tan patético!?

Mis ojos se abrieron de par en par ni siquiera alcancé a pronunciar un ¿qué?, cuando volvió a arremeter contra mí.

-          ¿Desde cuándo eres un cobarde? Ve y enfréntale como hombre…

¿Luffy se había dado cuenta de lo que me estaba ocurriendo? Siempre pensé que él no conocía de mi relación con Marco, la verdad es que nadie ni siquiera lo sospecha, saben que me gusta pero no que tengo con él esta extraña quimera que me araña las entrañas.

 No supe por qué, ni cuándo, ni cómo, pero de un momento a otro me encontraba abalanzándome contra Luffy en una batalla de la que ni él ni yo comprendíamos nada; golpes iban y venía. Terminamos con la sala destrozada y los dos en el piso hechos un par de vagabundos con la ropa desarreglada empapados en sudor y sin aire.

Me dolía el costado, justamente donde Luffy me había golpeado tan fuerte que casi creí que podría haberme roto algo, pero por eso mismo él tenía el labio tan hinchado que parecía una coliflor.

-          No soy cobarde… - No sé a qué venía eso, la verdad ni siquiera entendí por qué nos pusimos a pelear.

-          No actúes como uno entonces…

-          ¿¡Qué!? – Me levanté ligeramente y le miré, él no me devolvió la mirada, si no que siguió observando detenidamente el techo como si allí se encontrasen escritas las palabras que tenía pensado decirme.

-          Yo sé de ti y del profesor de física… Marco. Lo sé desde hace un tiempo.

No dije nada. En su voz tampoco había titubeos, no había nada,  sólo simplicidad, ninguna segunda intención, no había asco ni mucho menos me estaba juzgando, sólo me informaba que él era consciente de mí y aquella piña.

-          Luffy, no es tan simple… él y yo…

-          A ti te gusta…

No me dejó continuar, ni siquiera su tono de voz fue de pregunta, sino que simplemente afirmó aquello y yo tuve que aceptarlo, al fin y al cabo era cierto, a mí me gustaba Marco desde hace tanto que ese sentimiento ya se había convertido en algo más que solo gustar, se había transformado en un surrealista y deforme engendro, en algo maravilloso y lacerante.

-          …

-          Y has estado viéndole… Lo sé, no es como si no entendiese del todo… No soy idiota… - Por un segundo casi me pongo a reír, pero luego comprendí que hablaba en serio, que en realidad ese niño que siempre me seguía había crecido y podía comprender lo que me ocurría, no sé si por experiencia propia, no lo creí, pero si desde el fondo de su corazón comprendía que sufría y no quería verme así. Comprendía que me veía con él, que tal vez sabía que me besase con él, quizá así se enteró, me vio devorando aquella boca tan deliciosa, ¿qué sé yo? Prefería que ello quedase como un enigma sin resolver.

-          Luffy…

-          Has estado mal toda la tarde y es por él, ¿no? Si le quieres, ¿por qué dudas? Sé que no es sencillo, Ace, pero si no haces nada y si no dices nada, ¿qué más puedes esperar?

Tuve que morderme el labio para que mi cuerpo no saltase del piso y se pusiese a correr hacia unos brazos fríos, hacia el clímax de una historia que aún no encuentra y no sé si encontrará final, o tal vez se dirija hasta el desenlace.

¿Desde cuándo Luffy debía darme un consejo para que no cayese al abismo de la incertidumbre?

¿Desde cuándo me comportaba así? Mi personalidad no era esa. No era un bebe llorón que se quedaba estancado cuando se notaba que debía saltar al precipicio, pero había tenido que venir mi hermano pequeño para que me despertase de ese extraño estado de petrificación.

Suspiré y traté de que mi corazón se calmase. Luffy era un chico bueno, un buen hermano, pero es que nunca podía darme por mí mismo cuenta de que era verdad:

-          Soy patético… - Murmuré al fin, más para mí que para que Luffy me escuchara.

Tenía miedo, miedo a todo, a perderle, a quedarme solo, a que no pudiese nunca mas sentir sus suaves besos, que sus manos no buscasen un trocito de piel para rozarla, como si no esperase que cada huella dactilar se quedase en mi carne chamuscándola, como si estuviese siendo marcado al rojo vivo. Tenía miedo, pero, ¿quién no le teme a amar?

-          Es cierto Luffy, soy patético, pero retroceder también es avanzar, aunque en un sentido distinto…

Luffy al fin me miró y sonrió, aunque estuviesen hinchados sus labios, enmarcaron perfectamente a sus dientes permitiéndome ver aquel sol que podía iluminar el abismo y que me dejaban ver a la esperanza muriendo en el fondo y a la realidad mostrando su cara llena de matices. ¿Quién podía decidir qué pasaría? ¿Acaso no sería doblemente vencedor, aunque Marco no me aceptase, por atreverme a avanzar?

Mi plantita al final no había dado frutos milagrosos, por eso era hora de dejar de soñar y de compadecerme. ¿Qué me costaba agarrar el pincel y colorear el lienzo gris?

Antes de que me diese cuenta me encontraba corriendo en la acera. Si podía hacer lo que quisiese, esto era. Quería ser valiente.

 

IV

Cuando toqué a la puerta no estaba nervioso, pero sí ansioso. Para ser exactos y no tanto, sentía que ardía por dentro.

Abracé una oportunidad que no tenía.

Cuando sentí los pasos al otro lado sí tenía ya al nerviosismo zamarreándome las manos. Tenía las mejillas coloradas por el frío que las atacaba, sé que la derecha estaba ligeramente inflamada.

Parecía un delincuente después de una pelea o la pobre víctima de un asalto. Claro que Marco creería lo primero.

La puerta se abrió para darme paso a su preciosa visión, estaba desarreglado, cómo si hubiese llegado y puesto el pijama. Aunque claro, tal vez en algún momento me hubiese esperado, pero ya era tarde y por lo general no iba a esas horas, pero hoy el viejo se quedaría toda la noche bebiendo con unos amigos y no volvería a casa. Claro que también me sentí mal por dejar solo a Luffy, pero él sabía cuidarse solo, aunque yo lo tratase como un crío, sabía que ya había crecido, en el fondo debía aceptarlo.

Marco, al verme, agrandó los ojos.

-          Ace… - llamó a mi nombre como si de pronto ese acto me conjurara frente a su puerta, con sólo un delgado chaleco que me cuidase de la fría entrada de la noche.

-          No deberías dejarme elegir, Marco

Por cómo temblaba mi voz me di cuenta que, si por dentro ardía, la verdad es que parecía que todo mi cuerpo vibrase con el frío.

Y como siempre, las cosas pasan demasiado rápido como para que yo las asimilase. De pronto me vi envuelto en una gruesa manta en la cálida sala de Marco con una taza de café delante. Miraba cómo Marco se paseaba de aquí para allá en esos pantalones demasiado holgados, con aquel chaleco que parecía tejido por su abuela con una lana reutilizada.

La sala de la piña era acogedora, siempre lo había pensado, y su sillón era cómodo. Estaba viendo un programa de comedia que daban en el canal 8. Cuando dejé de prestarle atención a su afanoso andar ordenando o viendo cómo iba el agua que había puesto a calentar para hacerse un café o algo, miré la televisión, riéndome de uno que otro chiste.

Marco vivía en el decimoprimer piso de su edificio, desde la ventana que estaba cerca del sillón se veía entre el vaho la azotea del otro edificio y de fondo la negrura de una noche sin luna ni estrellas, no tenía echada las cortinas, por lo que era visible para mí el exterior y viceversa.

Arriba de su televisión, ya pasada de moda, tenía un cuadro; al lado de la mesilla que sostenía el artefacto que no paraba de transmitir risotadas, se encontraba otra con un teléfono, ahí tenía las llaves, de seguro que en la mañana no se acordaría que allí las dejó.

Me acurruqué entre los pliegues de la manta y arrancando mis zapatos subí mis pies fríos al sillón. Le pegue un par de sorbos a la taza de café que marco había puesto en la mesa de centro que se disponía entre medio de la tele y yo.

Debajo de la mesilla, que soportaba valientemente aquel armatoste viejo, había una que otra caja llena de papeles o sabe dios qué cosa, estaban apiladas de mala forma pero parecía que fuesen a terminar desparramando su contenido.

Como era un departamento para uno, y la verdad es que era bastante pequeño, podía ver perfectamente a Marco detrás de la barra y la isla en la cocina apagando la estufa. En donde la tetera que estaba rota no sonaba un vez que el agua se hubiese calentado.

Todo en el departamento de Marco contrastaba fielmente a como era mi diario vivir. Parecía como si viviese en un pasado cálido y sencillo, sin las comodidades de la perezosa tecnología, eso era un punto de él que me encantaba.

No había dicho nada cuando llegué, no había reprochado nada, ni mucho menos me había preguntado por qué llegue en tan lamentable estado a su departamento. Así era Marco, no era muy hablador, pero sólo había que ponerle una cerveza en frente para que se pusiese a cotorrear como una comadre.

Cuando volvió a su salita cerró las cortinas y se sentó en el suelo; debía estar helado, a pesar de la estufa que tenía al lado de la mesita del teléfono, justo en el rincón. Era eléctrica y se movía de un lado, otro girando con lentitud, calentando tenuemente el ambiente.

-          Eres demasiado imprudente… - Soltó de pronto. Yo por mi parte casi escupí mi café. ¿Estaba replicándome?

-          Tú me diste la opción de venir… - dije con simpleza alzando los hombros, sintiendo cómo se me calentaban ligeramente las mejillas.

-          Pero no debes venir a esta hora y mucho menos así de desabrigado. ¿Acaso quieres enfermarte?

-          Dios, Marco, ¿eres mi madre?

-          Pues estoy seguro que ella pensaría igual que yo…

Para mí el tema de mamá era bastante complicado, pero en su voz calmada y sin intensiones de ponerse en el lugar de ella no me importaba en lo más mínimo que saliese a la conversación.

-          Si hubieses llegado más temprano, como una persona normal, te hubiese dado pastel…

Parecía como si se estuviese casi burlando de mí, pero esos ojos juguetones sólo querían entablar conversación, cosa rara. Yo por mi parte inflé las mejillas e hice un berrinche. ¿Cómo era posible que tuviese pastel y me lo negase? Él sonrió antes de pararse nuevamente, yo le seguí con la mirada.

Aunque anduviese con ese horrendo atuendo, a mis ojos parecía igual de atractivo que con las camisas ceñidas al cuerpo que usaba en la escuela, aquellas que dejaban a toda imaginación el cuerpo bien formado del hombre, de su piel morena y deliciosa. Pero ese chaleco se le veía igual de coqueto.

Se dirigió a la cocina por mi pastel, trajo una gran rebanada, la cual comí sin miramientos. Era un pastel de fresas que estaba delicioso. Mientras conversábamos de trivialidades, Marco me contaba de sus anécdotas escolares, yo le informaba de los rumores idiotas de los alumnos, nos reíamos de vez en cuando, era raro pero en realidad él y yo podíamos llevarnos bastante bien, casi como si fuésemos amigos, nuestras personalidades coincidían demasiado.

Él me preguntó por aquel rumor sobre Kid y Law, yo le conté que en realidad era algo complicado de explicar, pero que se notaba que en el fondo había una llamita de esperanzas, después de todo, cuando el río suena es cuando piedras trae.

Era esta dulzura la que siempre me destrozaba, era esto, el hecho de que fuese tan agradable hablar con él, el hecho de que en unos minutos mis pies estuviesen cálidos y que él se riese como un jovenzuelo.

Parecía idiota. ¿Qué clase de profesor deja que su alumno le visitase a tales horas de la noche, cuando debería estar preparándose para dormir?

No quería saber la razón.

Cuando terminé, él recogió mi plato y lo llevo hasta la concia, iba a seguirle pero en realidad ni tiempo me dio de levantarme cuando él se sentó a mi lado una vez regresó. Yo estaba caliente, como si ardiese, la habitación estaba caliente y el tacto de su cuerpo a mi lado en el pequeño sillón era como el infierno. Traté de mirar la televisión pero no pude.

-          ¿No deberías volver a casa? – Dijo sin mucho ánimo mientras tomaba el control y se disponía a cambiar de canal hasta encontrar algo divertido o emocionante que ver.

-          ¿Me estás echando?

-          Tu abuelo debe estar preocupado… - Su voz era apenas un susurro cuando le bajó el volumen a la tele hasta 1.

-          Já… Si claro, preocupado de que le sirvan otra ronda…

-          ¿Cómo así?

-          Fue a beber, de seguro no llega hasta mañana…

-          Vaya eso explica que se quede dormido hasta en las reuniones de profesores… - Se quedó en silencio mientras esbozaba una sonrisita algo burlona. Yo por mi parte me carcajeé un poco, pues el viejo parecía más un animal nocturno, no estaba hecho para ningún trabajo administrativo y aun así era el director de un colegio, deberían tenerle prohibido tratar con niños.- De todas formas deberías volver…

-          Quiero quedarme, Marco…

Su nombre resbaló de mis labios con un deje incontenible de deseo. Fue grave y demandante, como si le necesitase, cosa que en realidad pasaba.

-          No es buena idea... – Marco no me miraba, yo por mi parte contemplaba su perfil, su mirada perdida a pesar de que debería estar mirando televisión, a pesar que debería estar ignorándome, para herirme nuevamente, pero no. La duda era más suya que mía, la duda le tenía aún más atrapado a él de los pies que a mí.

-          Nunca dije que lo fuese… - Comprendía a qué se refería: Si me quedaba, eso significaba que debía tener un lugar para dormir y ése sólo era su cama o aquel sillón en donde no cabría mi cuerpo. Si me quedaba, estaríamos los dos en una cama pequeña, rozando nuestras pieles, deseando otro roce accidental más. Si me quedaba, eso quería decir que la bestia que siempre mantenía a raya podía escapar y devorarme.

Él giró su cabeza un poco para verme por fin, sabía que no debía, pero aun así no pudo evitarlo. Sus ojos claros se encendieron como faroles, como linternas de fuego frágil y serpenteante. Yo por mi parte dejé la taza de café vacía sobre la mesita de centro, junto a la medio terminar que él había dejado.

Cuando comenzamos a movernos atraídos por nuestra fuerza gravitacional ya era demasiado tarde como para echarse atrás. Marco no era una persona que insistiese mucho, pero en esos momentos no quería hacerlo tampoco, no me iba a tirar a la calle ni mucho menos dejaría que se fuese la oportunidad. Conocía perfectamente que me codiciaba como nadie y cuando por fin nos encontramos lo suficientemente cerca, lo suficientemente embelesados como para no notar que la manta se había escurrido por mis hombros, como para notar que en la tele daban aquella película de acción que tanto le gustaba. Demasiado locos para parar.

Entonces, como aquella tarde, nuestras bocas se encontraron; primero algo tímidas, sabiendo que ese beso sería el preludio a un mar de placeres inimaginables que no dependían de la realidad sino de la delicia.

Tanteamos cada surco, empastamos cada grieta en los labios del otro con saliva, él degustó el dulzor del pastel en mi boca, yo degusté el sabor amargo del café en la suya. Lamí como quise su paladar y mordisqueé cada porción de ella que podía.

Mi cuerpo, moviéndose por inercia, se subió a sus muslos, encerrando a sus caderas entre mis piernas, mis brazos pasaron por sus hombros y mis manos se encontraron en su nuca en donde su cabello rubio les hacía cosquillitas.

Mi mente gritaba que me besase más, que me devorase más, que levantase por fin mi camiseta del colegio y tocase mi piel como lo quería, que no dudara al llegar al borde de ella y mi pantalón.

Sentía que podía perder la cabeza, más cuando entre sus labios esponjosos mi boca se vio atrapada y succionada. De mi garganta se escapaban los gemidos de la necesidad que presaba ya en mis pantalones. Siempre había necesitado sólo un roce de aquella boca para tenerme así de duro pidiendo atenciones. Clavé mi miembro a su cuerpo, el suyo que estaba medio despierto se despertó del todo. Me abrazó haciendo tan íntimo el contacto que si no fuese por la ropa podríamos haber fundido nuestra piel.

Nuestro beso clandestino era sucio e inmoral ante los ojos de la sociedad, pero con las cortinas echadas nada importaba, en ese reducto de cuatro paredes éramos dos personas que se necesitaban, que se urgían, que se codiciaban de tal forma que la excitación llegaba a ser insoportable.

Los ruidos de nuestros besos sonaban tan fuerte en mi cabeza, tanto que me erizaban la piel, cada toque de su saliva y de la mía, cada paso de baile entre nuestras lenguas, cada espacio para llenarlo con más.

“Bésame, Marco. Bésame. Yo te quiero tanto, me gustas tanto, tan…”

De pronto sentí que el mundo perdía densidad,  lo que es peor, sentí que ya no tenía fuerzas. Ocurrió lo más vergonzoso que me podía ocurrir.

Tal vez he pasado por alto el detalle de mi enfermedad, pero en esos momentos ni siquiera pensé que podría hacer gala de su insultante aparición:

Me quede dormido en los brazos de Marco cuando por fin tenía mi oportunidad de oro. Maldita narcolepsia.

 

No supe de nada más hasta que me desperté al día siguiente.

Lo único que recuerdo con exactitud es que cuando desperté me encontraba en lo que creí era la habitación de Marco. Desde la cama alcancé a ver su silueta en el umbral, sus ojos me miraban con fijeza.

De alguna forma sentí que mi pasión era justificada por la forma en que me miraba a las luces tenues de un sol tímido que no calentaba a las plantas escarchadas fuera.

Antes siquiera de que me levantase y le dijese algo él habló.

-          Te quedaste dormido anoche y te traje a la cama. Es bastante tarde y debo ya irme a la escuela… Llamé a Luffy para que te viniese a buscar. Espéralo aquí, ¿vale? Sería mejor que ninguno de los dos fuese hoy a clases.

¿Qué clase de profesor era el que decía algo así? Aunque claro, no podíamos decir que Marco fuese el ejemplo de profesor. Cuando las imágenes volvieron a mi mente y me coloree de arriba abajo ya era demasiado tarde.

Salí de la cama a toda prisa mientras le pedía perdón por el incidente. Me sentía tan avergonzado que no sabía cómo actuar. Entonces por primera vez vi un ligero sonrojo en las mejillas de Marco que no supe interpretar hasta que habló mientras buscaba las llaves para irse.

-          Fue mejor que así sucediera…

Claro que para él era lo mejor. Estuvo  punto de follarse a un menor de edad, peor aún, que era su alumno.

-          Además no deberías estar de pie… Maldición, ¿dónde dejé las llaves?

-          Están al lado del teléfono… - murmuré parándome en seco, dándome cuenta que en realidad no andaba con mi uniforme, si no que con un abrigador pijama. Entonces me di la vuelta para contemplar en la isla el desayuno hecho para mí, el cual olía delicioso, y el reloj que estaba al lado del refrigerador marcaba las 9:00 de la mañana.

¿Me estuvo esperando hasta que despertase? ¿No podría perder el empleo por ello? ¿Me había cambiado de ropa? ¿Se había aguantado las ganas de comer de mi cuerpo indefenso?

Al momento en que por fin caía a la tierra, Marco se despedía y salía como alma que lleva el diablo dejándome entre la cocina y la sala, parado como si me hubiesen plantado allí.

Maldita dulzura la suya. Maldito el sonrojo en mis mejillas. Maldito el tiempo.

¿Cómo debía comportarme después de eso?

Me dejé caer al suelo, sentándome allí sin siquiera pensar en la comida. Solo miraba la puerta que se había cerrado quitándome la visión de aquel cuerpo perfecto, de aquella aura asombrosa.

Si sólo anoche no me hubiese dormido, ¿qué hubiese pasado? ¿Se habría entonces despedido con un beso?

 No me importaban los problemas que podía tener aquel día, ni con el viejo, ni las preguntas que de seguro haría Luffy. Lo único en lo que pensé fue en lo maravilloso que sería la realidad si tan sólo aquellos labios apurados me hubiesen rozado ligeramente y antes de darse la vuelta me hubiesen sonreído.

“Bésame… Marco…”.

Notas finales:

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

¿A alguien más que yo le encanta esta parejita tan preciosa?

Es que simplemente no podia dejar de hacer un apartado de ellos en mi historia, y es que son perfectos... son después del KidLaw lo más precioso *0* 

AAAYY Ace y Marco tan dramáticos... y ese Ace... tirándole asi los calzones a la cara a Marco!!! Amo esa mezcla se suripantez y babosería C: ADEMÁS QUE SE QUEDA DORMIDO!!!!!! PUTA BIDAH!!!!! DDDDD: 

Dios que este cap no lo tenía contemplado en la historia para nada... al igual de lo que seguirá... o.O

Pero de todas formas espero que amen todo como irá saliendo; como yo ya lo amo sin escribiro aún ;-;

BUENO, BUENO, BUENO!!

Espero que les haya gustado este capitulo como a mi me encanto escribirlo :3

ESPERO SUS HERMOSOS  Y COQUETOS REVIEWS!!!!

Devil~       (~*^*)~ 


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