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No lucky? por devilasleep11

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Notas del capitulo:

LO SÉEEEE!!!!!

LO SIENTO, LO SIENTO!!!! Q^Q

Soy una pésima escritora que deja de lado a sus lectores ;-; 

Bueno creo que les debo una explicación para mi desaparición xD

Pues que estuve en semanas de pruebas, de informes, de presentaciones y todo lo terrorífico que puede ser la universidad, de hecho pense que podría tener el capítulo antes, pero no... la universidad me absorbió por completo...

Una vez leí por ahí a alguien que  prclamaba que si ella con todo podía tener un capítulo cualquiera puede... pues yo no puedo... de hecho esa es la gran razón por la que no estuve escribiendo durante un año... la universidad a mi en esas semanas me come y me la paso estudiando de día y de noche... No soy superdotada xD

Espero que me entiendan y puedan perdonarme ;-;

Un aporte al delicioso KidLaw de este mundo-->El segundo círculo del infierno de Devil

Y QUE EMPIECE EL CAPÍTULO!!!!

::| Capítulo especial III: “Para mi tú… Para ti yo…”

 

Recordaba en mi piel cada momento en que hizo que mi cuerpo delirara. Mi mente trabajaba con una minuciosidad implacable…
Ese día, después de pensarlo con ahínco, con afán y algo de fanatismo al masoquismo, le esperé.
El tiempo que estuve rondando por el colegio, hasta que su hora de salida llegó, sólo rondaba en mi mente la buena excusa que le debía dar luego a Luffy por desaparecer de repente y dejar con Zoro un mensaje diciendo que no me esperase para cenar. Sé que Luffy comprenderá, sé que hasta intuirá el porqué de que ni siquiera llegase a dormir. Sé que se hará la cena, rica en proteínas, tal vez sólo de proteínas, y se irá dormir tarde, se quedará viendo una película de acción tal vez, o llame a algún amigo a quedarse con él; de seguro cuando llegue el viejo ya estará en el séptimo sueño.
Usé estos pensamientos para no tener que utilizar mi cabeza en nada más, ni en las palabras de quien esperaba, ni en su esperanza vacía, ni en sus silencios que son el fin de la vida, de mi vida.

Miraba la punta de mis pies mientras en el horizonte el sol ya se había puesto. Me encontraba esperando en un rincón cerca de la entrada, allí podía ver cómo salían los demás profesores, pero ellos no se dignaban a mirar a mi dirección, por lo que ninguno me advirtió siquiera. Él debía salir en cualquier momento.

Sólo recuerdo entonces que escuché mi nombre escapar de aquella boca venenosa, fue un dulce murmullo, demasiado cerca; recuerdo cómo mis vías respiratorias se volvieron inútiles, como si unas manos invisibles se ciñesen a mi tráquea y me asfixiaran. Levanté lentamente la cabeza para encontrarme con sus ojos brillantes y su rostro apaciguado.

Sentí el corazón retumbar ante aquellos faroles tan potentes, inclusive más cegadores que la sonrisa de mi hermano menor. Era increíble, pero esa fue la primera vez que vi verdadera ansiedad en su mirada, casi desesperación junto con una ternura tan plausible que sentí que estaba derritiéndome con sólo estar en la dirección de sus pupilas.

Le regalé una sonrisa que luego se disfrazó con discreción en desinterés, para que no notase que estaba perdiendo el control de mi centro de gravedad, que estaba deseando que me llevase hasta su departamento para por fin escucharle toda la noche decirme lo que sea, que me diese lo que quisiese darme, y resignarme por fin a que no podía esperar más de lo que cayese de la mesa: como perro debía acostumbrarme a comer de las migajas.

Puede sonar horrible, doloroso, pero lo estaría haciendo con consciencia, no estaría sufriendo por sufrir como lo hacía en esos momentos.

Emulé entonces sus pasos hasta la parada de autobuses. Me contó que no había traído el auto y por ende tuvimos que esperar en un paradero repleto a que pasase el autobús que nos dejase cerca de su departamento.

Sentí que era algo sinceramente ridículo, si es que buscaba que nadie se enterase de lo nuestro, por qué entonces paseaba tan despreocupadamente a mi lado en momentos así, sin temor al qué dirán ni de las miradas desaprobatorias.

Y me di cuenta en ese instante que nadie, ni una sola alma en ese paradero, se dignaba a darle mayor importancia a que un estudiante anduviese con un adulto; éste podía ser cualquiera, podíamos tener una relación común, o inclusive ser hasta desconocidos si lo queríamos.

Siempre he estado pendiente de la forma en que todos podrían juzgarnos, pero no era, ni es así. Por lo general las personas no reparan mucho en quién tienen al lado; es solo cuando haces muy evidente la situación, o sea, cuando armas un escándalo, cuando se percatan de que en vez de blanco eres negro.

Me sentí atacado por un ejército invisible, como quien se hace bolita frente a fantasmas. Lo increíble es que me di cuenta que quien juzgaba, quien me apuntaba con el índice mirándome en menos, era yo mismo; en cambio Marco se erguía a mi lado como un árbol maduro, de tronco firme y sin miedo a los piedrazos.

Tal vez era por mi propia culpa y juicio que él nunca se atrevía a tomarme la mano en público, tal vez era por esas razones que tantas veces se negó a formar conmigo un camino diferente, novedoso, ilusorio.

Mordí mi labio inferior ante la ansiedad que me produjeron mis propios pensamientos, y es que era impotente ante esas acusaciones y ante la verdad detrás del grueso velo.

Estábamos casi detrás de un tumulto enorme de personas, todas mirando como pollos hacia un solo lado, en cambio yo miraba el suelo, destinado a conocer cómo se siente el vacío entre él y yo.

Entre nuestros cuerpos parecía que se había instalado un mar completo: él en la otra orilla, yo allí pidiendo un poco de valor al cielo degradándose de oscuro. Pensaba cosas como: si tan sólo tuviese el suficiente descaro para tomar su mano, si tan sólo tuviese la valentía de acercarme a él, drenar el agua del mar y juntar continentes, si tan sólo pudiese…

Antes de darme cuenta mi cuerpo se había movido por sí solo y mi mano congelada se encontraba entrelazada con la suya, cálida y amable. Quise mirarle, ver qué clase de expresión tendría implantada, pero la oscuridad venía cayendo con su velo maldadoso y por la mala luminosidad del paradero no conseguí verle a la perfección, además que en esos momentos miraba como todos hacia donde deberían venir los autobuses.

Estuvimos así como quince minutos más sin que nadie se percatase de cómo mis mejillas se habían coloreado, de cómo mi cuerpo temblaba, de cómo mis labios urgían por un beso, cómo necesitaba de su atención. Nadie nos miró, nadie dijo nada, nadie… y es que sentí que éramos los únicos en el mundo, hasta me hubiese atrevido a besarle si es que no fuese porque la máquina que nos llevaría hasta su departamento llegó como bala y como balas nos subimos empujando a una que otra persona.

Me encontré siendo apretujado por un chico, más o menos de mi edad, una señora gorda, y un trabajador. Marco se encontraba detrás de todos ellos, como si se hubiese implantado una barrera esta vez entre nosotros, solo que en nuestro caso le hicimos un agujero por donde nuestras manos se encontraban, por donde nuestras falanges se destinaban y acurrucaban entre ellas.

No quise pensar que era por el tumulto de personas que nos daban calor dentro del autobús que mis manos ardían, quería pensar que había sido porque mutuamente nos brindábamos la calidez necesaria.

De vez en cuando entre nuestro trayecto Marco apretaba mi mano para que le mirase, me interrogaba con discreción sobre cómo me encontraba a lo que yo le respondía con una tenue sonrisa.

No hubo momento en que mi corazón bajase de frecuencia, no hubo instante en que no sentí que el piso de lava me derretía. Nos pasamos todo el camino de la misma forma hasta que el autobús comenzó a vaciarse y entonces nos bajamos al fin.

Su departamento estaba a unos cinco minutos del paradero en que dimos por terminada la travesía apretujada. Así que caminamos como sentenciados a una gloriosa pena de muerte.

Marco iba unos pasos más adelante. Recuerdo cómo su cadera se mecía ante mis ojos, en la ya casi oscuridad y a la precaria luz de los postes. He de decir que siempre ha tenido esa cosa al caminar, como un bamboleo hipnótico; y su trasero, demonios, en esos pantalones algo ceñidos se me hacía tan tentador, como las ganas de que mi mano se moviese y le tocase, más que tocase le apretujase.

Me he preguntado muchas veces si es que los novios sienten ese tipo de cosas por sus novias. La verdad no tengo ni idea, pero es lo que yo siento y sentía por Marco cada vez que mis ojos eran atraídos por la parte baja de su espalda. Uno de mis sueños indecentes era poder tenerle así entre mis brazos y amasar con mis manos su cuerpo por completo, crearlo de nuevo a cada roce de mis dígitos por él.

Y gracias a alguna divinidad lejana a la que se le ocurrió hacerme el favor, lo hice.

 

-          Señor, disculpe tengo una consulta…

Mi espalda se eriza al escuchar esa voz. Me tenso de tal forma que hasta el viejo adelante mío, después de dirigir la mirada a la puerta que se había recién abierto, me miró extrañado.

No quería voltear a ver, pero sabía quién era a la perfección, esa colonia era sin dudarlo algo que nunca confundiría, y es que, aunque cualquier otro podría usarla, en su cuerpo se torna una esencia especial, deliciosa, tanto que tengo cada vello de mi cuerpo de punta, y lo que era peor, la cara se me calentó de forma que supe estaba ruborizado.

Marco ha venido a la oficina del viejo a dejar unos papeles, los deja en la mesa del viejo quien parece contento, al parecer Marco siempre le ha caído muy bien, después de todo es el hijo de uno de sus amigos de copas, se enteró tiempo después de haberle contratado.

Si tan solo supiese lo que hace su profesor diligente cuando se encuentra a solas con su nieto…

Nunca he sabido nada más allá de la estima del viejo por Marco ni mucho menos la relación que éste tiene con el padre de la piña esa, tampoco es como si me interesase demasiado lo que él haga, sin embargo, esa miradita que tiene cuando le mira con orgullo es algo irónica desde mi perspectiva.

Al parecer, lejos de mi sonrojo porque el hombre que me roba el aliento se encuentra en la misma sala que yo, me encuentro con esa cara de escepticismo que tanto molesta al viejo, por lo que su cerebro vuelve a recordar el porqué estaba allí.

Marco hasta este momento no me ha mirado, sé muy bien porqué, porque se siente algo culpable, porque también si me mira estoy seguro que no se aguantará las ganas de tomarme entre sus brazos, yo por dentro estoy deseando que me tome, que me haga suyo…

-          Si tan solo fueses la mitad de bueno que es Marco no me tendrías tan preocupado, ahora entiendo por qué Barbablanca siempre está tan feliz si tiene un hijo ejemplar… - Hago rodar los ojos ante sus palabras.

-          No señor… yo… - Le veo tensarse de a poco, como si estuviese sintiendo vergüenza, pero como no se vuelve no puedo decirlo a ciencia cierta.

-          No seas modesto. Mira a ese chico… es tu alumno, ¿no? – Pregunta con una sonrisa, invitando a mirarme, por lo que no tiene mayor alternativa que hacerlo.

-          Sí, le va bien en mi materia… - Marco entonces se gira por fin hacia mí con una dulce sonrisa en su rostro. Se ve hermoso, como la aureola boreal en el cielo nocturno.

-          Oh… eso es inesperado…

-          Sí, usted sabe mejor que nadie que Ace es bueno en el colegio, sólo que es un poco animado…

Las palabras del rubio de ojos claros hacen que mi abuelo suelte una carajada estruendosa, después de todo Marco no podía encontrar una manera más políticamente correcta de decir que era un torbellino andante y que siempre encontraba la forma de arruinar todo.

Sin embargo, al parecer sí creía en sus palabras, y es lo que hace que el viejo suspire y le mire entre extrañado y comprensivo; ambos en el fondo saben que hay algo que los amarra irremediablemente a mí, y por ende, yo también estoy ligado a ellos con una fuerza irrompible.

-          Marco, ¿qué tienes ahora? – Le pregunta despegando los ojos de mí por un segundo.

-          Bueno ahora estoy en hora libre… - Confesó el chico, de seguro que el viejo ya lo sabía, sin embargo igualmente preguntó sabe dios por qué razón.

-          Entonces no te importaría que deje a este mocoso “animado” a tu cuidado por la próxima hora, ¿no?

Marco abre los ojos de par en par y se remueve en su lugar; en sus ojos se nota que no quiere que el viejo note que está siendo víctima del pánico, pero sé que el viejo zorro se ha dado cuenta, lo que es peor, yo también estoy demasiado nervioso.

Una sonrisa picarona llega a su boca mientras me levanto a protestar.

-          ¡No! Yo… eh… Está bien… iré a la sala de detención… No es necesario…

Hablo demasiado rápido, hasta como si las palabras se atropellasen unas con otras, después de todo si ambos nos quedábamos solos, ¿qué nos podíamos decir? ¿Qué podíamos hacer? Sería como morir de amor.

Marco al escucharme parece sorprenderse un poco, después de todo no es normal que yo rechace así su compañía, pero al parecer también hay cierto alivio en su expresión. Sin embargo, pronto vuelve a ser el Marco tan sereno de siempre, ese que me deja con las ganas de besarle y descomponerle en las múltiples caras, en las múltiples mascaras que construyen su verdadero yo.

-          Señor yo… - Al parecer Marco también se va a negar, a lo que el viejo zorro, con esa miradita pícara aun en el rostro, se apresuró a decir:

-          Ay, es tu hora libre no tengo derecho de tocarla, lo sé… – Le da una palmadita en el hombro mientras se levanta de su mullido asiento. – ¿Puedo pedirte entonces, como favor, que lo lleves a la sala de detención?

Marco me mira, espera a que me niegue, pero no puedo hacerlo, después de todo deseo estar a solas con él también, deseo que no se pueda controlar, deseo estar a su lado; puede que suene a que me contradigo, y es que aún sigue persistente esa parte de mí que se niega a que me lleve. Desvío la mirada y dejo que decida, sabiendo que en realidad no va a negarse a la petición del viejo, conociendo a la perfección que le cuesta negarse a sus encargos.

De algo el viejo astuto se ha dado cuenta; tal vez se ha dado cuenta que me gusta Marco, quizá piensa que le admiro y estoy siendo tímido, lo que sea que piensa estoy seguro que está alejado del por qué me niego, del por qué estoy tan tenso, de por qué Marco pierde de vez en cuando la compostura.
Al final terminamos saliendo de la oficina juntos. El viejo cerró la puerta deseándonos suerte a modo irónico. Y luego me preguntan por qué a veces soy un desconsiderado con el pastor que deja a sus ovejitas en la boca del lobo, aunque la oveja quiera ser devorada hasta la medula.

Sin decir nada, Marco comienza a caminar hacia la sala de detención que está al otro lado del colegio, por lo que por lo menos estaríamos como diez minutos juntos, y por el paso al que va el rubio de ojos claros sería más o menos el doble de ese tiempo. Me dispuse a seguirle, no detrás si no que al lado, como copiloto de su tranquilo andar.

Su olor me embriaga y hace que mi corazón se acelere, me deja con el alma destilando pasión, como si me hubiese empapado de él. Tengo las manos algo sudadas y el calor invade mi cuerpo como si mi sangre se hubiese reunido en mi pecho y mi corazón la hubiese expulsado en un solo latido, calentándome hasta la punta de los dedos enfrascados en un puño que, como nudo, me costaba deshacer más estando así de conmocionado.

Es entonces que mi recuerdo vuelve a tomar vida, como humo que se materializa frente a mis ojos:

Entramos en su apartamento. Él estaba ciertamente nervioso, se le notaba al estar buscando las llaves y luego no encajarlas en la cerradura; yo por mi parte mantenía las manos en los bolsillos teniendo marcado a fuego la sensación de la suya envolviendo mi palma, entrelazando los dígitos.

El apartamento era como siempre, igual de sencillo, aunque estaba un poco más ordenado de lo normal. Entré pidiendo permiso y escuché la puerta siendo cerrada a mis espaldas. Tenía el estómago pegado al diafragma y las náuseas provocadas por las mariposas tenían a mi cabeza dando vueltas entre ellas y la fiebre. Estaba y estoy enfermo de amor.

A penas el ruido hizo eco en la entrada me dispuse a sacarme la mochila y esperar a que Marco prendiese las luces de la sala, que iluminaban casi todo el departamento, ya que era pequeño.

Sin embargo, la oscuridad se aferró nosotros, y a mí se me aferraron a su vez dos fuertes brazos.

La mochila cayó de mis manos, el sonido que provocó en la silenciosa estancia no fue suficiente como para despejarme de los latidos de mi corazón, el cual se disparaba luego de haberse detenido inicialmente, como quien reúne fuerzas antes de esforzarse al máximo.

-          Ace… - Susurró a mi oído, bajito, tan bajito; grave, tan grave; delicado, tan delicado; apasionado…. Tan apasionado…

Hizo que me estremeciese de pies a cabeza, que el mundo se me fuese abajo con sólo mi nombre saliendo de esos labios; dedicó mi vida al infierno, me entregó como sacrificio al diablo y éste incendió mi cuerpo convirtiéndome en sinónimo de fuego.

Su cuerpo en mi espalda era como estar ceñido a un volcán lleno de lava, además en mi trasero sentí perfectamente cómo algo me pinchaba a pesar de que estoy seguro que él estaba tratando de que no se notase, eso fue lo que hizo que mi cuerpo se derritiese y que la sangre dejase de revolucionar mis venas y arterias para converger en mi miembro, el cual se sacudió de tal forma que me mordí el labio inconscientemente.

Mis manos fueron hasta sus brazos, esperando que con eso me dejase dar la vuelta y poder ver su expresión, poder ver esos ojos deseándome, codiciándome, queriendo hacer de mí un amasijo de placer.

Sin embargo, el no aflojó su abrazo, sino todo lo contrario.

-          ¿Marco…? – Mi voz sonó algo temblorosa, después de todo mi respiración se estaba acelerando y mi garganta se estaba secando a pesar de que tragaba altas cantidades de saliva, produciendo fuertes ruidos al ascender y descender mi tráquea.

-          ¿Podemos quedarnos así un momento…? – Suplicó casi sin aliento, cosa que me pareció conmovedora. Entonces noté que las manos que se aferraban a mis hombros temblaban ligeramente: Marco estaba descomponiéndose poco a poco.

Dejé que me abrazara mientras todo el dolor hasta ese momento se disolvía como azúcar en agua, al final sólo quedaba un dulce néctar que estaba dispuesto a tomar sin control, sin tapujos, sin remordimientos.

Entonces, mientras mi alma se tomaba el veneno que me llevaría a la muerte misma, fue que mi boca tomó el mando de mis acciones, y entonces articuló sin pensarlo dos veces, antes que los minutos siguiera avanzando y el abismo se hiciese cada vez más grande entre nosotros.

-          Marco… ¿Podrías decirme el significado de esto?

Y como siempre un muro de silencio nos dividió a pasar de estar tan juntos, a pesar de tener su calor allí a viva piel; él estaba demasiado lejos ya que el muro era demasiado grueso, tal vez era de acero, macizo e inamovible, no lo sé, pero con todas mis fuerzas comencé a golpear en contra del muro.

-          Por favor, Marco… - Dije por lo bajo, con el corazón en una mano y con los sueños en la otra. Sin embargo, mi voz estaba firme puesto que le gritaba al muro de silencio, lo bombardeaba con el sonido de mis lamentaciones. –Si no me dices, no lo comprenderé… Si no me dices, me haré una idea equivocada.

El muro parecía no querer ceder, aunque le atacase con todas mis fuerzas, no tenía la fuerza suficiente muy capaz o simplemente no tenía nada más que dar, como si se hubiesen agotado mis fuerzas, es ahí cuando te das cuenta que los milagros no existen y que debes ser tú quien tome la iniciativa, cuando no puedes debes resignarte a abandonar la contienda y entender que a veces hay cosas que pueden superarte y que a veces retroceder no significa fracasar.

-          Marco…

Le llamé nuevamente como si le rogase a que contestase, y es que mi alma se aferraba al muro, lo arañaba hasta que las uñas se hicieron rojas y se hincharon las últimas falanges de mis dedos. Parecía un moribundo tratando de domar a la adversidad.

Eso hasta que sentí cómo me tomaban por los hombros obligándome a levantarme, a darme cuenta que al otro lado del muro no había nada porque todo lo que deseaba estaba en ese lado, conmigo, brindándome alivio.

Marco no respondió, si no que hizo casi nulo el agarre que tenía sobre mí e hizo que me girase; la luz de la luna se colaba por la ventana de la sala puesto que las cortinas estaban descorridas.

El satélite de plata revotó en sus ojos y me iluminaron. En ese momento su iris me dijo cantadito y risueño que no tenía nada que temer, que mis respuestas habían sido contestadas una y mil veces. Sentí el aire escapar por mis pulmones.

Entonces Marco me sonrió tímidamente en un inicio, sus labios temblaban un poco, sus manos en mis hombros eran como vapor caliente que de pronto bajó por mis brazos, acarició mi piel indirectamente puesto que la ropa estorbaba, aunque hiciese frío afuera, llegó así, volátil, hasta mis manos.

Las arrulló entre las de él y entonces las subió hasta llegar a la altura de sus labios.

Me besó los nudillos mientras yo moría de amor, estábamos casi en la entrada de su departamento, pero sólo bastó que sus pupilas brillasen solo para mí, bastó con que su sonrisa enamorada acudiese a sus labios, bastó con que hubiese susurrado bajito un “no estas equivocado” para gatillar mi locura, mi desesperación, y antes de darme cuenta mis manos habían pasado por sus hombros hasta quedar juntas en su nuca, mi boca se cosió a la suya con hilo curado.

Le devoré los labios como si no hubiese mañana, como si para eso estuviese hecho. El vértigo se instaló en la boca de mi estómago y a su vez la felicidad en medio de mi pecho derrocó a la angustia y a su fiel sirviente la duda.

Sus manos se fueron hasta mi espalda, haciendo que ésta se extendiese de tal forma que pronto estaba pegado a su cuerpo.

Ni siquiera me di el tiempo de darle un beso suave, por el contrario, nuestras lenguas se encontraron tan pronto que hasta ellas estaban sorprendidas. El sabor de su cavidad bucal en ese momento nunca se me olvidará, y es que me pareció tan dulce, tan increíblemente irresistible que las piernas me fallaron por completo,

Mis dientes encontraron sus labios y los mordisquearon; su lengua encontró mi paladar y le dio una caricia lujuriosa, aquel músculo travieso en su boca se enredaba cada vez que tenía oportunidad a la mía volviéndome realmente loco, desesperando mi consciencia, liberando de feromonas mi alma, haciendo de todo mi cuerpo un amasijo de perversión y ganas de más.

Lo que era peor es que sus manos no se quedaban quietas nunca y me envolvían como columnas de fuego, combustionando mi carne a su hambriento paso. Eso hacía que cada vez estuviésemos más pegados, más, más, más… Tanto que mi cadera con la suya hacían fricción y sacaban chispas.

Marco estaba excitado. Yo estaba extasiado.

Cada que se movía en busca de otra caricia y su miembro se juntaba con el mío por sobre la tela sentía que la piel se me escaparía por tan erizada que estaba, como si en cada puntita tratase de desligarse de mis músculos para convertirse en una extensión de quien le hacía sentir tan bien.

Entonces mis manos bajaron por su cuerpo interponiendo una distancia antes de que me volviese realmente loco y terminase haciendo algo antes de tiempo. Es por ello que tan pronto el aire viciado, de  intercambiarse de él a mí y viceversa, se hizo insuficiente a la demanda, terminamos separándonos más fácilmente.

Estaba tiritando, y por lo que alcancé a notar cuando llevó sus manos y las posiciono en mis mejillas calcinándolas, él también temblaba.

Sus dedos pulgares encontraron mis labios húmedos y algo hinchados de tanto ser chupados, de tanto ser mordidos, sin embargo, aunque quedaban muchas chupadas y mordidas más, eso apenas era un beso. Si eso seguía su curso natural e ilógico, como todo lo bueno en este mundo, pronto nos encontraríamos pidiendo, mejor dicho, exigiendo otro tipo de placer.

Abrí la boca luego de sentirlos recorrer cada marco de mis labios, desde la costura al centro y de ahí a la otra costura. Introdujo uno, el de la mano derecha, en mi boca afiebrada, mis labios se moldearon a su alrededor formando una U.

Mi lengua la rodeó y luego mis mejillas se hundieron ligeramente para hacer notoria la presión que se siente cuando se succiona. Sus ojos brillaron esta vez en lujuria pura, más aún cuando sacó su dedo de mi boca y lo lamí desde la base hasta donde terminaba, allí en mis labios, cerrándose en un sonoro beso. En ningún momento le quité los ojos de encima, incitándole, coqueteándole tan descaradamente que hasta la prostituta más desvergonzada se hubiese escandalizado.

Él mordió sus labios antes de arrastrarme hasta la habitación.

Entramos allí a pasos torpes, puesto que nos íbamos besando de vez en cuando. La habitación nos vio aparecer y hasta se alegró, en la oscuridad pareció que brindaba la luz que no pedimos, puesto que yo le veía a la perfección y estoy seguro que él también me miraba con claridad.

Estaba algo nervioso, he de admitirlo, después de todo era la primera vez que experimentaba sensaciones tan poderosas, y lo que era peor, era la primera vez que estaba dispuesto a entregar mi cuerpo completo a otra persona, a que hiciese de mí lo que quisiera, que me desarmase y que decidiera la forma en que me armaría después, si es que decidía armarme nuevamente.

Antes de echarme en la cama descendió por mi cuerpo, lo recuerdo con tanta claridad que hasta ahora mi carne reciente la deliciosa sensación de ser desvestido, de que en cada oportunidad que tenía Marco, quien camina ahora a mi lado, tocaba ligeramente un pedazo de piel, volviéndola en seguida en una zona erógena.

Entonces, mientras él se daba el lujo de alborotar mi cuerpo, yo me di el lujo de llevar mis manos famélicas, que fueron hasta su espalda hasta encontrar el surco justo en el medio, el cual les brindó el camino para que respaldarán hasta la parte baja y más allá. Encontré su delicioso trasero el cual me tenía hace tanto tiempo encaprichado, mi palma abarcó todo lo que pudo y entonces mis dedos siguieron sus instrucciones precisas y apretaron con fuerza.

Marco pareció sorprenderse en sobremanera con mi actuar hasta el punto de ni siquiera saber qué decir cuando se separó de mí al terminar el exquisito beso que nos estábamos dando.

Por mi parte, simplemente sonreí como idiota, estaba sintiéndome tan excitado que mi miembro pulsaba sintiendo a la perfección cómo la sangre le recorría desde la base hasta la punta y se devolvía.

Entonces Marco, como venganza, me aventó a la cama después de sacarme toda la ropa de la parte superior regando con ella el suelo.

Brinqué ligeramente en la cama por eso, sin embargo, estaba tan expectante a sus atenciones que no me importaba si era un poco brusco, hasta parecía que mi cuerpo esperaba que lo fuese.

Subió a la cama trazando un camino con sus rodillas, avanzando hasta meterse entre mis piernas, cosa que yo pospuse hasta que llegué a la cabecera de la misma. Me sonrió coquetamente mientras se aflojaba la corbata, relamió sus labios como ave de rapiña hambrienta mientras sus pupilas descendían por mi cuerpo, tragando mi imagen, archivándola en su mente para siempre en los estantes llenos de información importante, esa que sé que nunca podrá olvidar, aunque lo intente, sé que fracasará en el intento.

-          Sé mío…

Dijo desabrochando los primeros botones de su camisa, sus ojos me lo suplicaban. Aunque me tuviese a su completa disposición, me quedé paralizado al verle desnudándose en frente de mí, aunque me hubiese gustado hacerlo yo, no pude evitar que mis sentimientos brotaran de tal forma que creí que estaba al borde de las lágrimas.

-          Eres tan injusto… - mordí mi labio perdiendo todo en una sola partida, después de todo yo era quien deseaba más, quien añoraba estar en esta situación, y ahora que estaba en ella, entregándome, así como así se me hacía hasta doloroso, el corazón me quemaba en medio del pecho y el aire que salía de mí era tóxico y horriblemente caliente.

Cuando Marco se sacó por fin la camisa y dejó al descubierto su torso bien formado y delicioso sentí que podía morir de éxtasis. Quería recorrer cada parte de su cuerpo entre besos, y no sólo mis labios, también mi lengua quería acariciar su piel acanelada.

Marco suspiró entonces y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre uno de sus brazos, el cual se fijaba a la cama gracias a la mano al lado izquierdo de mi cabeza. Quedó a solo unos centímetros de mí, tan cerca, su olor me embriagó, me dejó desesperado porque siguiera besándome, porque no hubiese pronunciado palabra alguna.

-          No me has entendido… - era extraño ver a Marco perder la paciencia, y por lo general eso ocurría por mi culpa, sin embargo, más que haberla perdido parecía buscar una forma clara y acotada de describir sus sentimientos sin que yo lo malentendiese. - Yo soy tuyo Ace, así que por favor, permíteme tenerte...

Como él siempre hacía, no le di respuestas con palabras, si no que más bien tomé su mano libre y la posicioné sobre mi pecho casi sobre mi corazón, entonces hice que esa misma mano descendiera por todo mi cuerpo, llegué a mi vientre y seguí guiándole, llegué a mi ombligo y seguí bajando, más abajo, hasta allí donde el deseo se hacía evidente, sus mejillas entonces se tornaron de un ligero sonrojo y yo le sonreí trémulamente.

¿Cómo no querer ser suyo con semejante declaración? ¿Cómo negarme a sus ganas de dárselo todo con un beso o con una caricia, o con una simple mirada?

Y es que en esos momentos no habían dudas que valiesen la pena desarrollar, por lo que cuando él me devolvió la sonrisa más radiante del mundo, esa que hacía que su rostro se viese tan joven y lleno de vida, y se agachó a besar mi cuello, a esconderse en el hueco entre éste y mi hombro y lo regó de besos y salvajes chupetones que hicieron brincar mi alma de placer, ya no tenía forma de replicar, ni siquiera de pensar en si todo aquello que me estaba destinando era cierto o no.

Los besos fueron río abajo, siguiendo caminos inesperados llegaron a mi pecho y lo marcaron propiedad de él, sus labios encontraron entonces mis pezones y los atraparon entre ellos, uno a la vez obviamente; su lengua los deleito con su textura, las oleadas de placer me hicieron retorcer debajo suyo, más si solo lamía y después sin misericordia, cuando ya estaban lo suficientemente duros, los succionaba.

La vorágine del acto era simplemente impactante, ni siquiera sabía que solo por juguetear un poco con mi pecho iba a conseguir tal respuesta de mi parte. Pronto estaba deseando que bajase, que siguiese recorriendo mi cuerpo con su boca voraz, sin embargo, de vez en cuando también tomaba la iniciativa y no sólo era él marcando y haciéndome de su propiedad, si no que yo también le dejaba estremeciéndose después de atacarle y besarle, después de llevar mi mano hasta su entrepierna y agarrar sin cuidado su virilidad erguida.

Entonces él dejó mi pecho, lo que significaba el placer, y esto porque en ese momento mientras descendía por mi abdomen que cada vez se tensaba más, Marco desabrochaba mis pantalones, los cuales pasó por mis piernas dejándome solo en ropa interior. Fue un acto un tanto torpe, pero él se veía desesperado, como si le urgiese tomarme en ese mismo instante, y obvio por el bulto que veía en sus pantalones parecía que en cualquier momento explotaba la cremallera y el botón.

Veía cómo sus ojos parecían devorarme, cómo ansiaba marcar cada parte de mi cuerpo. Creí que entonces simplemente bajaría mi ropa interior, tal vez se burlaría de mí por estar tan desesperado, sin embargo no fue eso lo que ocurrió.

Miro al hombre que ahora camina serenamente a mi lado como si nada de lo que recuerdo hubiese acontecido, su cara apacible me irrita en cierta forma, no puedo creer aún que ese mismo sujeto haya lamido mi ropa interior hasta que la había dejado completamente húmeda, yo me retorcía en el placer, he de admitir, aunque por más que le suplicase que dejase de hacerlo el seguía lamiendo y chupeteando por sobre mi ropa mi endurecimiento.

Lo que es peor es que si ahora lo recuerdo siento cómo en mi entrepierna mi miembro se agita, más aún teniéndole tan cerca. Tal vez no es solo él, sino que también soy un pervertido.

Recuerdo que cuando hubo tenido mis genitales por completo empapados se dispuso a continuar a irse más atrás aun, sin embargo, antes de que siquiera alcanzara a concretar la décima parte de su cometido huí como buen cobarde, y es que si seguía me correría antes de tiempo, por lo que antes de darme cuenta que la forma en que me alejé fue la más estúpida de todas, ya estaba a cuatro patas apoyado con las manos y las rodillas sobre el colchón, con Marco sujetando mi ya baja ropa interior y mi miembro destilando liquido pre seminal como si no hubiese mañana.

Le escuche reírse por lo bajo mientras yo me coloreaba de carmín. Creo haberle reprochado por su comportamiento hasta ese momento, pero no me duró casi nada el enfado puesto que sólo basto que me girase lo suficiente como para verle morder su labio inferior y que agarrase uno de mis glúteos, deseando seguir con su labor.

En ese instante Marco acercó su cara a mi trasero y antes de adentrarse a devorar mi entrada, me mordió como salvaje una nalga. No negaré que recorrió de arriba abajo un escalofrió delicioso que, seguido de los lametones algo rudos, preparándome para lo que venía, hizo que mi cuerpo por completo se revolucionase.

Tal vez Marco tiene una manía o fetiche con lamer y besuquear, porque estuvo un tiempo bastante considerable haciéndome gemir y ronronear contra las sábanas mientras atendía mi entrada con su boca dadivosa. Si de solo pensarlo comienzo a sentir que palpita aquella parte de mi cuerpo.

Lo que creo que era más maravilloso era su lengua, cómo de vez en cuando se metía y entraba, cómo dibujaba círculos alrededor, todos y cada uno de sus movimientos parecían llevarme al cielo y traerme de vuelta a la tierra en un par de segundos.

Entonces fue que supliqué con todas mis fuerzas:

-          Ma-Marco… mmmn ya… no más… hazlo. ¡Aaahh! Por favooor… Dame nngh khu… dame duro…

Ya no estaba en mis cabales, eso es claro, pero pronto escuché una cremallera bajarse con ese típico sonido de “zuiip”. Cuando sentí la punta de su miembro rozar mi húmeda entrada  y resbalar por ella para que entonces su miembro jugase un enfermizo juego de tortura: hacía como si se fuese a meterlo y luego se resbalaba, se iba a meter y pasaba nuevamente de largo casi como si se estuviese masturbando contra mi entrada.

Finalmente decidió terminar con mi sufrimiento y se fue introduciendo poco a poco, al parecer siempre con el temor a hacerme daño. Sin embargo, aunque dolía un poco, me encontraba tan o más desesperado que Marco por ser por fin uno solo con él.

Sus manos mientras se ceñían a mis caderas con fuerza, ya que imagino lo duro que debe ser controlarse y no meter semejante miembro de una sola vez en una cavidad sin usar. Aun así, Marco en ningún momento me hizo daño, y las lágrimas que me sacó posteriormente fueron de puro y duro placer.

Cuando hubo terminado de entrar en mi cuerpo Marco se quedó un rato besuqueando mi espalda haciendo que mil rayos atravesarán mi medula espinal y desencadenarán las corrientes eléctricas que producían el estremecimiento de toda mi complexión.

Llegó el momento en que ni yo soportaba el placer de sus besos y sus caricias y quería además sentir que podía alcanzar el cielo con las manos y el infierno con los pies, por lo que di rienda suelta a las afiladas caderas de Marco arremetiendo contra ellas.

Marco sonrió entonces complacido por mi aprobación y comenzó un lento pero seguro vaivén. Me sentía completamente lleno con su miembro entrando lentamente y saliendo de la misma forma, aunque no parecía tener nada especial, una vez ya me hube adecuado a la perfección a su miembro comencé a mecerme al mismo ritmo de Marco. Gemía y jadeaba por lo bajo más que nada porque mi rubio profesor atrapó mi miembro entre sus manos y me estimulaba. Volví entonces a mecerme contra sus caderas, volví a rogar porque le diese más a mi cuerpo, que me llenase del bendito placer.

Entonces le escuche reír nuevamente por lo bajo. Aconteció entonces otra cosa que no esperé, Marco hizo con su miembro una especie de circulo dentro de mi entrada golpeando todo dentro mío a su paso y entre todo el golpe dio de lleno con aquel dulce lugar que me hizo perder la cordura.

Gemí, chille y destilé lascivia y lujuria mientras Marco se abría paso en mi cuerpo dando de lleno contra aquel punto tan delicioso y surrealista. No sé cuántas veces llamé su nombre, no sé cuántas veces sentí que estaba a punto de correrme y entonces Marco con gentileza cambiaba de posición o de intensidad para seguir embistiéndome luego como salvaje haciendo la cama rechinar.

Solo sé que estuve a cuatro, en sus muslos cabalgando, acostado sobre mi espalda con una pierna sobre su hombro mientras me embestida casi de lado, en cada una de las posiciones encontraba nuevas formas de producirme el mayor placer. No había forma de frenar nuestro remolino de placer, entre besos, caricias, arañazos, chupetones, los aplausos entre mis caderas y las de él, mis gemidos, sus gruñidos graves y excitantes en mi oído.

Era como si todo se resumiese en ese solo instante en que su miembro acariciaba mi próstata, en que sus manos encontraban y hacia rodar mis pezones entre el dedo índice y pulgar, entre que me besaba o lamía juguetón el lóbulo de oreja, todas y cada una de esas cosas fueron marcando para siempre mi vida. ¿Cómo vivir y resistirse si ahora sabía lo delicioso que era hacer el amor? 

Todo era delicioso y surrealista hasta que de pronto escuché de su boca algo que me conmovió un poco: soy completamente tuyo…

Claro que fue eso, entre respiraciones alteradas y gravedades del averno mismo, entre pequeños gemidos de auxilio, de liberación. Sin embargo, para mí fue suficiente como para elevar mi corazón al máximo y con ello el placer de mi cuerpo; es como si hubiese necesitado solo eso para que me evaporase, para que me volviese un millar de burbujas y entonces me hubiese aferrado con fuerza a su espalda, tanto que de seguro hoy aún tiene las marcas de mis uñas sobre sus escapulas.

Y es que sentí de pronto el orgasmo acercarse con pasos rápidos y atemorizantes, puesto que mi cuerpo por completo se tensó y tembló, entonces tuve mi experiencia extracorpórea, fui al infierno y le bese las manos al diablo, fui a la vez al cielo y me burlé en la cara del dios que se atrevía a juzgarnos. Todo cuando cerré los ojos y dejé mi consciencia volar conociendo el sabor de un fuerte remezón, del placer máximo de correrse de tal forma que tu mismo miembro fuese víctima de un fuerte remezón dado por el calor excepcional del fluido que sale de ti, de cómo cada musculo parece contraerse, cómo tu espalda se extiende demasiado, cómo tus paredes le apretujaran tanto que hasta tu pareja parece sentir la dulzura de tu magistral orgasmo.

Después de haberme derramado entre nosotros, Marco, quien ahora recuerdo no usó ninguna protección, explotó fuera de mí regando mi vientre, no solo con mi semilla, sino que también con la de él.

Cuando la oda a la carnalidad terminó ambos teníamos las respiraciones demasiado agitadas, los corazones a punto de salir, nuestras anatomías tiritando como hoja mecida por el viento y los cuerpos empapados en sudor.

Marco se derrumbó a mi lado y una vez ya nos habíamos calmado un poco me acurruqué en su pecho firme. Él entonces acarició y besó mi cabeza, con una dulzura tan especial que llegó a dejarme sin aliento de nuevo.

Sentí que el corazón ya no me daba de alegría e hice algo de lo que nunca me arrepentiré en mi vida: tome la mano de Marco, la que tenía más cerca en ese momento, tal como lo hago ahora, con la mano de quien camina a mi lado, entrelace mis dedos con los suyos, disfrutando de la calidez, tal como ahora, y luego cerré los ojos para suspirar y decir:

-          Te has convertido en lo más importante…

¿Lo he dicho o lo he pensado?

¿Fue un recuerdo o es mi voz nuevamente que pronuncia esas palabras?

Abro los ojos, esperando que tal vez sólo imagine nuevamente esa maravillosa escena a la luz de la luna. Sin embargo, mi mano se encuentra amarrada a la suya, mientras al final del pasillo se encuentra la sala de detención. Mi mirada viaja desde la puerta de color verde hasta el rostro de Marco, que debajo de su otra mano con la que oculta un notorio sonrojo, pronuncia:

-          Para mí siempre lo has sido…

Tal vez esta no sea la historia de amor perfecta, y estoy consciente de que hasta que no termine el colegio Marco no querrá hacer pública nuestra relación, sin embargo, son momentos como este en que todo eso me da exactamente lo mismo. Sé muy bien que aún tenemos mucho que aprender el uno del otro, sé que aún hay cosas que se nos van quedando en la garganta como el hollín en una chimenea, pero ahora que me pongo de puntas y agarro a mi profesor de física por la corbata para firmar nuestro pase libre al infierno con un beso, soy más que feliz porque tenemos un mañana juntos.

Notas finales:

LEMOOOOOOOOOOOONNN!!!! POR FIN ESCRIBO LEMON!!!1

jajajaja ya era su buena hora ue Marco se tirase a Ace!!! ya era la puta hora!!!

Dios me descargué tanto escribiendo este capítulo... no saben como me salvó de volverme loca entre tanta prueba xD

Esa que aaaayyy!!!! yo lo sé.... Ace tiene una memoria asi fotográfica :V PERO POR LO MENOS AHORA NO SE DURMÓ EL MUY PUTO!!! se imaginan el final en plan:

"y en ese momento desperté en su cama" :V que Trollera xD

jajaaja xD pero bueno bueno... ahora su relación se arregó un poco... y pues así es como termina la parte de Marco y Ace... mis dos amores preciosos :3

No desesperen que en un futuro pienso esribir un fic dedicado a ellos :3 si es que no muero en el proceso de terminar mi tercer semestre universitario xD

Bueno...

Quiero agradeccerles por ser las personas maravillosas que son... porque se dan el tiempo de leerme y algunas hasta de dejarme review... Yo les debo todo :3

Espero que les haya gustado el capítulo como a mi escribirlo C:

Espero sus deliciosos reviews!!!!!!!! :3

Devil (~*^*)~

::| Capítulo 11: “Para mi tú… para ti yo…”

 

Recordaba en mi piel cada momento en que hizo que mi cuerpo delirara. Mi mente trabajaba con una minuciosidad implacable…
Ese día, después de pensarlo con ahínco, con afán y algo de fanatismo al masoquismo, le esperé.
El tiempo que estuve rondando por el colegio, hasta que su hora de salida llegó, sólo rondaba en mi mente la buena excusa que le debía dar luego a Luffy por desaparecer de repente y dejar con Zoro un mensaje diciendo que no me esperase para cenar. Sé que Luffy comprenderá, sé que hasta intuirá el porqué de que ni siquiera llegase a dormir. Sé que se hará la cena, rica en proteínas, tal vez sólo de proteínas, y se irá dormir tarde, se quedará viendo una película de acción tal vez, o llame a algún amigo a quedarse con él; de seguro cuando llegue el viejo ya estará en el séptimo sueño.
Usé estos pensamientos para no tener que utilizar mi cabeza en nada más, ni en las palabras de quien esperaba, ni en su esperanza vacía, ni en sus silencios que son el fin de la vida, de mi vida.

Miraba la punta de mis pies mientras en el horizonte el sol ya se había puesto. Me encontraba esperando en un rincón cerca de la entrada, allí podía ver cómo salían los demás profesores, pero ellos no se dignaban a mirar a mi dirección, por lo que ninguno me advirtió siquiera. Él debía salir en cualquier momento.

Sólo recuerdo entonces que escuché mi nombre escapar de aquella boca venenosa, fue un dulce murmullo, demasiado cerca; recuerdo cómo mis vías respiratorias se volvieron inútiles, como si unas manos invisibles se ciñesen a mi tráquea y me asfixiaran. Levanté lentamente la cabeza para encontrarme con sus ojos brillantes y su rostro apaciguado.

Sentí el corazón retumbar ante aquellos faroles tan potentes, inclusive más cegadores que la sonrisa de mi hermano menor. Era increíble, pero esa fue la primera vez que vi verdadera ansiedad en su mirada, casi desesperación junto con una ternura tan plausible que sentí que estaba derritiéndome con sólo estar en la dirección de sus pupilas.

Le regalé una sonrisa que luego se disfrazó con discreción en desinterés, para que no notase que estaba perdiendo el control de mi centro de gravedad, que estaba deseando que me llevase hasta su departamento para por fin escucharle toda la noche decirme lo que sea, que me diese lo que quisiese darme, y resignarme por fin a que no podía esperar más de lo que cayese de la mesa: como perro debía acostumbrarme a comer de las migajas.

Puede sonar horrible, doloroso, pero lo estaría haciendo con consciencia, no estaría sufriendo por sufrir como lo hacía en esos momentos.

Emulé entonces sus pasos hasta la parada de autobuses. Me contó que no había traído el auto y por ende tuvimos que esperar en un paradero repleto a que pasase el autobús que nos dejase cerca de su departamento.

Sentí que era algo sinceramente ridículo, si es que buscaba que nadie se enterase de lo nuestro, por qué entonces paseaba tan despreocupadamente a mi lado en momentos así, sin temor al qué dirán ni de las miradas desaprobatorias.

Y me di cuenta en ese instante que nadie, ni una sola alma en ese paradero, se dignaba a darle mayor importancia a que un estudiante anduviese con un adulto; éste podía ser cualquiera, podíamos tener una relación común, o inclusive ser hasta desconocidos si lo queríamos.

Siempre he estado pendiente de la forma en que todos podrían juzgarnos, pero no era, ni es así. Por lo general las personas no reparan mucho en quién tienen al lado; es solo cuando haces muy evidente la situación, o sea, cuando armas un escándalo, cuando se percatan de que en vez de blanco eres negro.

Me sentí atacado por un ejército invisible, como quien se hace bolita frente a fantasmas. Lo increíble es que me di cuenta que quien juzgaba, quien me apuntaba con el índice mirándome en menos, era yo mismo; en cambio Marco se erguía a mi lado como un árbol maduro, de tronco firme y sin miedo a los piedrazos.

Tal vez era por mi propia culpa y juicio que él nunca se atrevía a tomarme la mano en público, tal vez era por esas razones que tantas veces se negó a formar conmigo un camino diferente, novedoso, ilusorio.

Mordí mi labio inferior ante la ansiedad que me produjeron mis propios pensamientos, y es que era impotente ante esas acusaciones y ante la verdad detrás del grueso velo.

Estábamos casi detrás de un tumulto enorme de personas, todas mirando como pollos hacia un solo lado, en cambio yo miraba el suelo, destinado a conocer cómo se siente el vacío entre él y yo.

Entre nuestros cuerpos parecía que se había instalado un mar completo: él en la otra orilla, yo allí pidiendo un poco de valor al cielo degradándose de oscuro. Pensaba cosas como: si tan sólo tuviese el suficiente descaro para tomar su mano, si tan sólo tuviese la valentía de acercarme a él, drenar el agua del mar y juntar continentes, si tan sólo pudiese…

Antes de darme cuenta mi cuerpo se había movido por sí solo y mi mano congelada se encontraba entrelazada con la suya, cálida y amable. Quise mirarle, ver qué clase de expresión tendría implantada, pero la oscuridad venía cayendo con su velo maldadoso y por la mala luminosidad del paradero no conseguí verle a la perfección, además que en esos momentos miraba como todos hacia donde deberían venir los autobuses.

Estuvimos así como quince minutos más sin que nadie se percatase de cómo mis mejillas se habían coloreado, de cómo mi cuerpo temblaba, de cómo mis labios urgían por un beso, cómo necesitaba de su atención. Nadie nos miró, nadie dijo nada, nadie… y es que sentí que éramos los únicos en el mundo, hasta me hubiese atrevido a besarle si es que no fuese porque la máquina que nos llevaría hasta su departamento llegó como bala y como balas nos subimos empujando a una que otra persona.

Me encontré siendo apretujado por un chico, más o menos de mi edad, una señora gorda, y un trabajador. Marco se encontraba detrás de todos ellos, como si se hubiese implantado una barrera esta vez entre nosotros, solo que en nuestro caso le hicimos un agujero por donde nuestras manos se encontraban, por donde nuestras falanges se destinaban y acurrucaban entre ellas.

No quise pensar que era por el tumulto de personas que nos daban calor dentro del autobús que mis manos ardían, quería pensar que había sido porque mutuamente nos brindábamos la calidez necesaria.

De vez en cuando entre nuestro trayecto Marco apretaba mi mano para que le mirase, me interrogaba con discreción sobre cómo me encontraba a lo que yo le respondía con una tenue sonrisa.

No hubo momento en que mi corazón bajase de frecuencia, no hubo instante en que no sentí que el piso de lava me derretía. Nos pasamos todo el camino de la misma forma hasta que el autobús comenzó a vaciarse y entonces nos bajamos al fin.

Su departamento estaba a unos cinco minutos del paradero en que dimos por terminada la travesía apretujada. Así que caminamos como sentenciados a una gloriosa pena de muerte.

Marco iba unos pasos más adelante. Recuerdo cómo su cadera se mecía ante mis ojos, en la ya casi oscuridad y a la precaria luz de los postes. He de decir que siempre ha tenido esa cosa al caminar, como un bamboleo hipnótico; y su trasero, demonios, en esos pantalones algo ceñidos se me hacía tan tentador, como las ganas de que mi mano se moviese y le tocase, más que tocase le apretujase.

Me he preguntado muchas veces si es que los novios sienten ese tipo de cosas por sus novias. La verdad no tengo ni idea, pero es lo que yo siento y sentía por Marco cada vez que mis ojos eran atraídos por la parte baja de su espalda. Uno de mis sueños indecentes era poder tenerle así entre mis brazos y amasar con mis manos su cuerpo por completo, crearlo de nuevo a cada roce de mis dígitos por él.

Y gracias a alguna divinidad lejana a la que se le ocurrió hacerme el favor, lo hice.

 

-          Señor, disculpe tengo una consulta…

Mi espalda se eriza al escuchar esa voz. Me tenso de tal forma que hasta el viejo adelante mío, después de dirigir la mirada a la puerta que se había recién abierto, me miró extrañado.

No quería voltear a ver, pero sabía quién era a la perfección, esa colonia era sin dudarlo algo que nunca confundiría, y es que, aunque cualquier otro podría usarla, en su cuerpo se torna una esencia especial, deliciosa, tanto que tengo cada vello de mi cuerpo de punta, y lo que era peor, la cara se me calentó de forma que supe estaba ruborizado.

Marco ha venido a la oficina del viejo a dejar unos papeles, los deja en la mesa del viejo quien parece contento, al parecer Marco siempre le ha caído muy bien, después de todo es el hijo de uno de sus amigos de copas, se enteró tiempo después de haberle contratado.

Si tan solo supiese lo que hace su profesor diligente cuando se encuentra a solas con su nieto…

Nunca he sabido nada más allá de la estima del viejo por Marco ni mucho menos la relación que éste tiene con el padre de la piña esa, tampoco es como si me interesase demasiado lo que él haga, sin embargo, esa miradita que tiene cuando le mira con orgullo es algo irónica desde mi perspectiva.

Al parecer, lejos de mi sonrojo porque el hombre que me roba el aliento se encuentra en la misma sala que yo, me encuentro con esa cara de escepticismo que tanto molesta al viejo, por lo que su cerebro vuelve a recordar el porqué estaba allí.

Marco hasta este momento no me ha mirado, sé muy bien porqué, porque se siente algo culpable, porque también si me mira estoy seguro que no se aguantará las ganas de tomarme entre sus brazos, yo por dentro estoy deseando que me tome, que me haga suyo…

-          Si tan solo fueses la mitad de bueno que es Marco no me tendrías tan preocupado, ahora entiendo por qué Barbablanca siempre está tan feliz si tiene un hijo ejemplar… - Hago rodar los ojos ante sus palabras.

-          No señor… yo… - Le veo tensarse de a poco, como si estuviese sintiendo vergüenza, pero como no se vuelve no puedo decirlo a ciencia cierta.

-          No seas modesto. Mira a ese chico… es tu alumno, ¿no? – Pregunta con una sonrisa, invitando a mirarme, por lo que no tiene mayor alternativa que hacerlo.

-          Sí, le va bien en mi materia… - Marco entonces se gira por fin hacia mí con una dulce sonrisa en su rostro. Se ve hermoso, como la aureola boreal en el cielo nocturno.

-          Oh… eso es inesperado…

-          Sí, usted sabe mejor que nadie que Ace es bueno en el colegio, sólo que es un poco animado…

Las palabras del rubio de ojos claros hacen que mi abuelo suelte una carajada estruendosa, después de todo Marco no podía encontrar una manera más políticamente correcta de decir que era un torbellino andante y que siempre encontraba la forma de arruinar todo.

Sin embargo, al parecer sí creía en sus palabras, y es lo que hace que el viejo suspire y le mire entre extrañado y comprensivo; ambos en el fondo saben que hay algo que los amarra irremediablemente a mí, y por ende, yo también estoy ligado a ellos con una fuerza irrompible.

-          Marco, ¿qué tienes ahora? – Le pregunta despegando los ojos de mí por un segundo.

-          Bueno ahora estoy en hora libre… - Confesó el chico, de seguro que el viejo ya lo sabía, sin embargo igualmente preguntó sabe dios por qué razón.

-          Entonces no te importaría que deje a este mocoso “animado” a tu cuidado por la próxima hora, ¿no?

Marco abre los ojos de par en par y se remueve en su lugar; en sus ojos se nota que no quiere que el viejo note que está siendo víctima del pánico, pero sé que el viejo zorro se ha dado cuenta, lo que es peor, yo también estoy demasiado nervioso.

Una sonrisa picarona llega a su boca mientras me levanto a protestar.

-          ¡No! Yo… eh… Está bien… iré a la sala de detención… No es necesario…

Hablo demasiado rápido, hasta como si las palabras se atropellasen unas con otras, después de todo si ambos nos quedábamos solos, ¿qué nos podíamos decir? ¿Qué podíamos hacer? Sería como morir de amor.

Marco al escucharme parece sorprenderse un poco, después de todo no es normal que yo rechace así su compañía, pero al parecer también hay cierto alivio en su expresión. Sin embargo, pronto vuelve a ser el Marco tan sereno de siempre, ese que me deja con las ganas de besarle y descomponerle en las múltiples caras, en las múltiples mascaras que construyen su verdadero yo.

-          Señor yo… - Al parecer Marco también se va a negar, a lo que el viejo zorro, con esa miradita pícara aun en el rostro, se apresuró a decir:

-          Ay, es tu hora libre no tengo derecho de tocarla, lo sé… – Le da una palmadita en el hombro mientras se levanta de su mullido asiento. – ¿Puedo pedirte entonces, como favor, que lo lleves a la sala de detención?

Marco me mira, espera a que me niegue, pero no puedo hacerlo, después de todo deseo estar a solas con él también, deseo que no se pueda controlar, deseo estar a su lado; puede que suene a que me contradigo, y es que aún sigue persistente esa parte de mí que se niega a que me lleve. Desvío la mirada y dejo que decida, sabiendo que en realidad no va a negarse a la petición del viejo, conociendo a la perfección que le cuesta negarse a sus encargos.

De algo el viejo astuto se ha dado cuenta; tal vez se ha dado cuenta que me gusta Marco, quizá piensa que le admiro y estoy siendo tímido, lo que sea que piensa estoy seguro que está alejado del por qué me niego, del por qué estoy tan tenso, de por qué Marco pierde de vez en cuando la compostura.
Al final terminamos saliendo de la oficina juntos. El viejo cerró la puerta deseándonos suerte a modo irónico. Y luego me preguntan por qué a veces soy un desconsiderado con el pastor que deja a sus ovejitas en la boca del lobo, aunque la oveja quiera ser devorada hasta la medula.

Sin decir nada, Marco comienza a caminar hacia la sala de detención que está al otro lado del colegio, por lo que por lo menos estaríamos como diez minutos juntos, y por el paso al que va el rubio de ojos claros sería más o menos el doble de ese tiempo. Me dispuse a seguirle, no detrás si no que al lado, como copiloto de su tranquilo andar.

Su olor me embriaga y hace que mi corazón se acelere, me deja con el alma destilando pasión, como si me hubiese empapado de él. Tengo las manos algo sudadas y el calor invade mi cuerpo como si mi sangre se hubiese reunido en mi pecho y mi corazón la hubiese expulsado en un solo latido, calentándome hasta la punta de los dedos enfrascados en un puño que, como nudo, me costaba deshacer más estando así de conmocionado.

Es entonces que mi recuerdo vuelve a tomar vida, como humo que se materializa frente a mis ojos:

Entramos en su apartamento. Él estaba ciertamente nervioso, se le notaba al estar buscando las llaves y luego no encajarlas en la cerradura; yo por mi parte mantenía las manos en los bolsillos teniendo marcado a fuego la sensación de la suya envolviendo mi palma, entrelazando los dígitos.

El apartamento era como siempre, igual de sencillo, aunque estaba un poco más ordenado de lo normal. Entré pidiendo permiso y escuché la puerta siendo cerrada a mis espaldas. Tenía el estómago pegado al diafragma y las náuseas provocadas por las mariposas tenían a mi cabeza dando vueltas entre ellas y la fiebre. Estaba y estoy enfermo de amor.

A penas el ruido hizo eco en la entrada me dispuse a sacarme la mochila y esperar a que Marco prendiese las luces de la sala, que iluminaban casi todo el departamento, ya que era pequeño.

Sin embargo, la oscuridad se aferró nosotros, y a mí se me aferraron a su vez dos fuertes brazos.

La mochila cayó de mis manos, el sonido que provocó en la silenciosa estancia no fue suficiente como para despejarme de los latidos de mi corazón, el cual se disparaba luego de haberse detenido inicialmente, como quien reúne fuerzas antes de esforzarse al máximo.

-          Ace… - Susurró a mi oído, bajito, tan bajito; grave, tan grave; delicado, tan delicado; apasionado…. Tan apasionado…

Hizo que me estremeciese de pies a cabeza, que el mundo se me fuese abajo con sólo mi nombre saliendo de esos labios; dedicó mi vida al infierno, me entregó como sacrificio al diablo y éste incendió mi cuerpo convirtiéndome en sinónimo de fuego.

Su cuerpo en mi espalda era como estar ceñido a un volcán lleno de lava, además en mi trasero sentí perfectamente cómo algo me pinchaba a pesar de que estoy seguro que él estaba tratando de que no se notase, eso fue lo que hizo que mi cuerpo se derritiese y que la sangre dejase de revolucionar mis venas y arterias para converger en mi miembro, el cual se sacudió de tal forma que me mordí el labio inconscientemente.

Mis manos fueron hasta sus brazos, esperando que con eso me dejase dar la vuelta y poder ver su expresión, poder ver esos ojos deseándome, codiciándome, queriendo hacer de mí un amasijo de placer.

Sin embargo, el no aflojó su abrazo, sino todo lo contrario.

-          ¿Marco…? – Mi voz sonó algo temblorosa, después de todo mi respiración se estaba acelerando y mi garganta se estaba secando a pesar de que tragaba altas cantidades de saliva, produciendo fuertes ruidos al ascender y descender mi tráquea.

-          ¿Podemos quedarnos así un momento…? – Suplicó casi sin aliento, cosa que me pareció conmovedora. Entonces noté que las manos que se aferraban a mis hombros temblaban ligeramente: Marco estaba descomponiéndose poco a poco.

Dejé que me abrazara mientras todo el dolor hasta ese momento se disolvía como azúcar en agua, al final sólo quedaba un dulce néctar que estaba dispuesto a tomar sin control, sin tapujos, sin remordimientos.

Entonces, mientras mi alma se tomaba el veneno que me llevaría a la muerte misma, fue que mi boca tomó el mando de mis acciones, y entonces articuló sin pensarlo dos veces, antes que los minutos siguiera avanzando y el abismo se hiciese cada vez más grande entre nosotros.

-          Marco… ¿Podrías decirme el significado de esto?

Y como siempre un muro de silencio nos dividió a pasar de estar tan juntos, a pesar de tener su calor allí a viva piel; él estaba demasiado lejos ya que el muro era demasiado grueso, tal vez era de acero, macizo e inamovible, no lo sé, pero con todas mis fuerzas comencé a golpear en contra del muro.

-          Por favor, Marco… - Dije por lo bajo, con el corazón en una mano y con los sueños en la otra. Sin embargo, mi voz estaba firme puesto que le gritaba al muro de silencio, lo bombardeaba con el sonido de mis lamentaciones. –Si no me dices, no lo comprenderé… Si no me dices, me haré una idea equivocada.

El muro parecía no querer ceder, aunque le atacase con todas mis fuerzas, no tenía la fuerza suficiente muy capaz o simplemente no tenía nada más que dar, como si se hubiesen agotado mis fuerzas, es ahí cuando te das cuenta que los milagros no existen y que debes ser tú quien tome la iniciativa, cuando no puedes debes resignarte a abandonar la contienda y entender que a veces hay cosas que pueden superarte y que a veces retroceder no significa fracasar.

-          Marco…

Le llamé nuevamente como si le rogase a que contestase, y es que mi alma se aferraba al muro, lo arañaba hasta que las uñas se hicieron rojas y se hincharon las últimas falanges de mis dedos. Parecía un moribundo tratando de domar a la adversidad.

Eso hasta que sentí cómo me tomaban por los hombros obligándome a levantarme, a darme cuenta que al otro lado del muro no había nada porque todo lo que deseaba estaba en ese lado, conmigo, brindándome alivio.

Marco no respondió, si no que hizo casi nulo el agarre que tenía sobre mí e hizo que me girase; la luz de la luna se colaba por la ventana de la sala puesto que las cortinas estaban descorridas.

El satélite de plata revotó en sus ojos y me iluminaron. En ese momento su iris me dijo cantadito y risueño que no tenía nada que temer, que mis respuestas habían sido contestadas una y mil veces. Sentí el aire escapar por mis pulmones.

Entonces Marco me sonrió tímidamente en un inicio, sus labios temblaban un poco, sus manos en mis hombros eran como vapor caliente que de pronto bajó por mis brazos, acarició mi piel indirectamente puesto que la ropa estorbaba, aunque hiciese frío afuera, llegó así, volátil, hasta mis manos.

Las arrulló entre las de él y entonces las subió hasta llegar a la altura de sus labios.

Me besó los nudillos mientras yo moría de amor, estábamos casi en la entrada de su departamento, pero sólo bastó que sus pupilas brillasen solo para mí, bastó con que su sonrisa enamorada acudiese a sus labios, bastó con que hubiese susurrado bajito un “no estas equivocado” para gatillar mi locura, mi desesperación, y antes de darme cuenta mis manos habían pasado por sus hombros hasta quedar juntas en su nuca, mi boca se cosió a la suya con hilo curado.

Le devoré los labios como si no hubiese mañana, como si para eso estuviese hecho. El vértigo se instaló en la boca de mi estómago y a su vez la felicidad en medio de mi pecho derrocó a la angustia y a su fiel sirviente la duda.

Sus manos se fueron hasta mi espalda, haciendo que ésta se extendiese de tal forma que pronto estaba pegado a su cuerpo.

Ni siquiera me di el tiempo de darle un beso suave, por el contrario, nuestras lenguas se encontraron tan pronto que hasta ellas estaban sorprendidas. El sabor de su cavidad bucal en ese momento nunca se me olvidará, y es que me pareció tan dulce, tan increíblemente irresistible que las piernas me fallaron por completo,

Mis dientes encontraron sus labios y los mordisquearon; su lengua encontró mi paladar y le dio una caricia lujuriosa, aquel músculo travieso en su boca se enredaba cada vez que tenía oportunidad a la mía volviéndome realmente loco, desesperando mi consciencia, liberando de feromonas mi alma, haciendo de todo mi cuerpo un amasijo de perversión y ganas de más.

Lo que era peor es que sus manos no se quedaban quietas nunca y me envolvían como columnas de fuego, combustionando mi carne a su hambriento paso. Eso hacía que cada vez estuviésemos más pegados, más, más, más… Tanto que mi cadera con la suya hacían fricción y sacaban chispas.

Marco estaba excitado. Yo estaba extasiado.

Cada que se movía en busca de otra caricia y su miembro se juntaba con el mío por sobre la tela sentía que la piel se me escaparía por tan erizada que estaba, como si en cada puntita tratase de desligarse de mis músculos para convertirse en una extensión de quien le hacía sentir tan bien.

Entonces mis manos bajaron por su cuerpo interponiendo una distancia antes de que me volviese realmente loco y terminase haciendo algo antes de tiempo. Es por ello que tan pronto el aire viciado, de  intercambiarse de él a mí y viceversa, se hizo insuficiente a la demanda, terminamos separándonos más fácilmente.

Estaba tiritando, y por lo que alcancé a notar cuando llevó sus manos y las posiciono en mis mejillas calcinándolas, él también temblaba.

Sus dedos pulgares encontraron mis labios húmedos y algo hinchados de tanto ser chupados, de tanto ser mordidos, sin embargo, aunque quedaban muchas chupadas y mordidas más, eso apenas era un beso. Si eso seguía su curso natural e ilógico, como todo lo bueno en este mundo, pronto nos encontraríamos pidiendo, mejor dicho, exigiendo otro tipo de placer.

Abrí la boca luego de sentirlos recorrer cada marco de mis labios, desde la costura al centro y de ahí a la otra costura. Introdujo uno, el de la mano derecha, en mi boca afiebrada, mis labios se moldearon a su alrededor formando una U.

Mi lengua la rodeó y luego mis mejillas se hundieron ligeramente para hacer notoria la presión que se siente cuando se succiona. Sus ojos brillaron esta vez en lujuria pura, más aún cuando sacó su dedo de mi boca y lo lamí desde la base hasta donde terminaba, allí en mis labios, cerrándose en un sonoro beso. En ningún momento le quité los ojos de encima, incitándole, coqueteándole tan descaradamente que hasta la prostituta más desvergonzada se hubiese escandalizado.

Él mordió sus labios antes de arrastrarme hasta la habitación.

Entramos allí a pasos torpes, puesto que nos íbamos besando de vez en cuando. La habitación nos vio aparecer y hasta se alegró, en la oscuridad pareció que brindaba la luz que no pedimos, puesto que yo le veía a la perfección y estoy seguro que él también me miraba con claridad.

Estaba algo nervioso, he de admitirlo, después de todo era la primera vez que experimentaba sensaciones tan poderosas, y lo que era peor, era la primera vez que estaba dispuesto a entregar mi cuerpo completo a otra persona, a que hiciese de mí lo que quisiera, que me desarmase y que decidiera la forma en que me armaría después, si es que decidía armarme nuevamente.

Antes de echarme en la cama descendió por mi cuerpo, lo recuerdo con tanta claridad que hasta ahora mi carne reciente la deliciosa sensación de ser desvestido, de que en cada oportunidad que tenía Marco, quien camina ahora a mi lado, tocaba ligeramente un pedazo de piel, volviéndola en seguida en una zona erógena.

Entonces, mientras él se daba el lujo de alborotar mi cuerpo, yo me di el lujo de llevar mis manos famélicas, que fueron hasta su espalda hasta encontrar el surco justo en el medio, el cual les brindó el camino para que respaldarán hasta la parte baja y más allá. Encontré su delicioso trasero el cual me tenía hace tanto tiempo encaprichado, mi palma abarcó todo lo que pudo y entonces mis dedos siguieron sus instrucciones precisas y apretaron con fuerza.

Marco pareció sorprenderse en sobremanera con mi actuar hasta el punto de ni siquiera saber qué decir cuando se separó de mí al terminar el exquisito beso que nos estábamos dando.

Por mi parte, simplemente sonreí como idiota, estaba sintiéndome tan excitado que mi miembro pulsaba sintiendo a la perfección cómo la sangre le recorría desde la base hasta la punta y se devolvía.

Entonces Marco, como venganza, me aventó a la cama después de sacarme toda la ropa de la parte superior regando con ella el suelo.

Brinqué ligeramente en la cama por eso, sin embargo, estaba tan expectante a sus atenciones que no me importaba si era un poco brusco, hasta parecía que mi cuerpo esperaba que lo fuese.

Subió a la cama trazando un camino con sus rodillas, avanzando hasta meterse entre mis piernas, cosa que yo pospuse hasta que llegué a la cabecera de la misma. Me sonrió coquetamente mientras se aflojaba la corbata, relamió sus labios como ave de rapiña hambrienta mientras sus pupilas descendían por mi cuerpo, tragando mi imagen, archivándola en su mente para siempre en los estantes llenos de información importante, esa que sé que nunca podrá olvidar, aunque lo intente, sé que fracasará en el intento.

-          Sé mío…

Dijo desabrochando los primeros botones de su camisa, sus ojos me lo suplicaban. Aunque me tuviese a su completa disposición, me quedé paralizado al verle desnudándose en frente de mí, aunque me hubiese gustado hacerlo yo, no pude evitar que mis sentimientos brotaran de tal forma que creí que estaba al borde de las lágrimas.

-          Eres tan injusto… - mordí mi labio perdiendo todo en una sola partida, después de todo yo era quien deseaba más, quien añoraba estar en esta situación, y ahora que estaba en ella, entregándome, así como así se me hacía hasta doloroso, el corazón me quemaba en medio del pecho y el aire que salía de mí era tóxico y horriblemente caliente.

Cuando Marco se sacó por fin la camisa y dejó al descubierto su torso bien formado y delicioso sentí que podía morir de éxtasis. Quería recorrer cada parte de su cuerpo entre besos, y no sólo mis labios, también mi lengua quería acariciar su piel acanelada.

Marco suspiró entonces y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre uno de sus brazos, el cual se fijaba a la cama gracias a la mano al lado izquierdo de mi cabeza. Quedó a solo unos centímetros de mí, tan cerca, su olor me embriagó, me dejó desesperado porque siguiera besándome, porque no hubiese pronunciado palabra alguna.

-          No me has entendido… - era extraño ver a Marco perder la paciencia, y por lo general eso ocurría por mi culpa, sin embargo, más que haberla perdido parecía buscar una forma clara y acotada de describir sus sentimientos sin que yo lo malentendiese. - Yo soy tuyo Ace, así que por favor, permíteme tenerte...

Como él siempre hacía, no le di respuestas con palabras, si no que más bien tomé su mano libre y la posicioné sobre mi pecho casi sobre mi corazón, entonces hice que esa misma mano descendiera por todo mi cuerpo, llegué a mi vientre y seguí guiándole, llegué a mi ombligo y seguí bajando, más abajo, hasta allí donde el deseo se hacía evidente, sus mejillas entonces se tornaron de un ligero sonrojo y yo le sonreí trémulamente.

¿Cómo no querer ser suyo con semejante declaración? ¿Cómo negarme a sus ganas de dárselo todo con un beso o con una caricia, o con una simple mirada?

Y es que en esos momentos no habían dudas que valiesen la pena desarrollar, por lo que cuando él me devolvió la sonrisa más radiante del mundo, esa que hacía que su rostro se viese tan joven y lleno de vida, y se agachó a besar mi cuello, a esconderse en el hueco entre éste y mi hombro y lo regó de besos y salvajes chupetones que hicieron brincar mi alma de placer, ya no tenía forma de replicar, ni siquiera de pensar en si todo aquello que me estaba destinando era cierto o no.

Los besos fueron río abajo, siguiendo caminos inesperados llegaron a mi pecho y lo marcaron propiedad de él, sus labios encontraron entonces mis pezones y los atraparon entre ellos, uno a la vez obviamente; su lengua los deleito con su textura, las oleadas de placer me hicieron retorcer debajo suyo, más si solo lamía y después sin misericordia, cuando ya estaban lo suficientemente duros, los succionaba.

La vorágine del acto era simplemente impactante, ni siquiera sabía que solo por juguetear un poco con mi pecho iba a conseguir tal respuesta de mi parte. Pronto estaba deseando que bajase, que siguiese recorriendo mi cuerpo con su boca voraz, sin embargo, de vez en cuando también tomaba la iniciativa y no sólo era él marcando y haciéndome de su propiedad, si no que yo también le dejaba estremeciéndose después de atacarle y besarle, después de llevar mi mano hasta su entrepierna y agarrar sin cuidado su virilidad erguida.

Entonces él dejó mi pecho, lo que significaba el placer, y esto porque en ese momento mientras descendía por mi abdomen que cada vez se tensaba más, Marco desabrochaba mis pantalones, los cuales pasó por mis piernas dejándome solo en ropa interior. Fue un acto un tanto torpe, pero él se veía desesperado, como si le urgiese tomarme en ese mismo instante, y obvio por el bulto que veía en sus pantalones parecía que en cualquier momento explotaba la cremallera y el botón.

Veía cómo sus ojos parecían devorarme, cómo ansiaba marcar cada parte de mi cuerpo. Creí que entonces simplemente bajaría mi ropa interior, tal vez se burlaría de mí por estar tan desesperado, sin embargo no fue eso lo que ocurrió.

Miro al hombre que ahora camina serenamente a mi lado como si nada de lo que recuerdo hubiese acontecido, su cara apacible me irrita en cierta forma, no puedo creer aún que ese mismo sujeto haya lamido mi ropa interior hasta que la había dejado completamente húmeda, yo me retorcía en el placer, he de admitir, aunque por más que le suplicase que dejase de hacerlo el seguía lamiendo y chupeteando por sobre mi ropa mi endurecimiento.

Lo que es peor es que si ahora lo recuerdo siento cómo en mi entrepierna mi miembro se agita, más aún teniéndole tan cerca. Tal vez no es solo él, sino que también soy un pervertido.

Recuerdo que cuando hubo tenido mis genitales por completo empapados se dispuso a continuar a irse más atrás aun, sin embargo, antes de que siquiera alcanzara a concretar la décima parte de su cometido huí como buen cobarde, y es que si seguía me correría antes de tiempo, por lo que antes de darme cuenta que la forma en que me alejé fue la más estúpida de todas, ya estaba a cuatro patas apoyado con las manos y las rodillas sobre el colchón, con Marco sujetando mi ya baja ropa interior y mi miembro destilando liquido pre seminal como si no hubiese mañana.

Le escuche reírse por lo bajo mientras yo me coloreaba de carmín. Creo haberle reprochado por su comportamiento hasta ese momento, pero no me duró casi nada el enfado puesto que sólo basto que me girase lo suficiente como para verle morder su labio inferior y que agarrase uno de mis glúteos, deseando seguir con su labor.

En ese instante Marco acercó su cara a mi trasero y antes de adentrarse a devorar mi entrada, me mordió como salvaje una nalga. No negaré que recorrió de arriba abajo un escalofrió delicioso que, seguido de los lametones algo rudos, preparándome para lo que venía, hizo que mi cuerpo por completo se revolucionase.

Tal vez Marco tiene una manía o fetiche con lamer y besuquear, porque estuvo un tiempo bastante considerable haciéndome gemir y ronronear contra las sábanas mientras atendía mi entrada con su boca dadivosa. Si de solo pensarlo comienzo a sentir que palpita aquella parte de mi cuerpo.

Lo que creo que era más maravilloso era su lengua, cómo de vez en cuando se metía y entraba, cómo dibujaba círculos alrededor, todos y cada uno de sus movimientos parecían llevarme al cielo y traerme de vuelta a la tierra en un par de segundos.

Entonces fue que supliqué con todas mis fuerzas:

-          Ma-Marco… mmmn ya… no más… hazlo. ¡Aaahh! Por favooor… Dame nngh khu… dame duro…

Ya no estaba en mis cabales, eso es claro, pero pronto escuché una cremallera bajarse con ese típico sonido de “zuiip”. Cuando sentí la punta de su miembro rozar mi húmeda entrada  y resbalar por ella para que entonces su miembro jugase un enfermizo juego de tortura: hacía como si se fuese a meterlo y luego se resbalaba, se iba a meter y pasaba nuevamente de largo casi como si se estuviese masturbando contra mi entrada.

Finalmente decidió terminar con mi sufrimiento y se fue introduciendo poco a poco, al parecer siempre con el temor a hacerme daño. Sin embargo, aunque dolía un poco, me encontraba tan o más desesperado que Marco por ser por fin uno solo con él.

Sus manos mientras se ceñían a mis caderas con fuerza, ya que imagino lo duro que debe ser controlarse y no meter semejante miembro de una sola vez en una cavidad sin usar. Aun así, Marco en ningún momento me hizo daño, y las lágrimas que me sacó posteriormente fueron de puro y duro placer.

Cuando hubo terminado de entrar en mi cuerpo Marco se quedó un rato besuqueando mi espalda haciendo que mil rayos atravesarán mi medula espinal y desencadenarán las corrientes eléctricas que producían el estremecimiento de toda mi complexión.

Llegó el momento en que ni yo soportaba el placer de sus besos y sus caricias y quería además sentir que podía alcanzar el cielo con las manos y el infierno con los pies, por lo que di rienda suelta a las afiladas caderas de Marco arremetiendo contra ellas.

Marco sonrió entonces complacido por mi aprobación y comenzó un lento pero seguro vaivén. Me sentía completamente lleno con su miembro entrando lentamente y saliendo de la misma forma, aunque no parecía tener nada especial, una vez ya me hube adecuado a la perfección a su miembro comencé a mecerme al mismo ritmo de Marco. Gemía y jadeaba por lo bajo más que nada porque mi rubio profesor atrapó mi miembro entre sus manos y me estimulaba. Volví entonces a mecerme contra sus caderas, volví a rogar porque le diese más a mi cuerpo, que me llenase del bendito placer.

Entonces le escuche reír nuevamente por lo bajo. Aconteció entonces otra cosa que no esperé, Marco hizo con su miembro una especie de circulo dentro de mi entrada golpeando todo dentro mío a su paso y entre todo el golpe dio de lleno con aquel dulce lugar que me hizo perder la cordura.

Gemí, chille y destilé lascivia y lujuria mientras Marco se abría paso en mi cuerpo dando de lleno contra aquel punto tan delicioso y surrealista. No sé cuántas veces llamé su nombre, no sé cuántas veces sentí que estaba a punto de correrme y entonces Marco con gentileza cambiaba de posición o de intensidad para seguir embistiéndome luego como salvaje haciendo la cama rechinar.

Solo sé que estuve a cuatro, en sus muslos cabalgando, acostado sobre mi espalda con una pierna sobre su hombro mientras me embestida casi de lado, en cada una de las posiciones encontraba nuevas formas de producirme el mayor placer. No había forma de frenar nuestro remolino de placer, entre besos, caricias, arañazos, chupetones, los aplausos entre mis caderas y las de él, mis gemidos, sus gruñidos graves y excitantes en mi oído.

Era como si todo se resumiese en ese solo instante en que su miembro acariciaba mi próstata, en que sus manos encontraban y hacia rodar mis pezones entre el dedo índice y pulgar, entre que me besaba o lamía juguetón el lóbulo de oreja, todas y cada una de esas cosas fueron marcando para siempre mi vida. ¿Cómo vivir y resistirse si ahora sabía lo delicioso que era hacer el amor? 

Todo era delicioso y surrealista hasta que de pronto escuché de su boca algo que me conmovió un poco: soy completamente tuyo…

Claro que fue eso, entre respiraciones alteradas y gravedades del averno mismo, entre pequeños gemidos de auxilio, de liberación. Sin embargo, para mí fue suficiente como para elevar mi corazón al máximo y con ello el placer de mi cuerpo; es como si hubiese necesitado solo eso para que me evaporase, para que me volviese un millar de burbujas y entonces me hubiese aferrado con fuerza a su espalda, tanto que de seguro hoy aún tiene las marcas de mis uñas sobre sus escapulas.

Y es que sentí de pronto el orgasmo acercarse con pasos rápidos y atemorizantes, puesto que mi cuerpo por completo se tensó y tembló, entonces tuve mi experiencia extracorpórea, fui al infierno y le bese las manos al diablo, fui a la vez al cielo y me burlé en la cara del dios que se atrevía a juzgarnos. Todo cuando cerré los ojos y dejé mi consciencia volar conociendo el sabor de un fuerte remezón, del placer máximo de correrse de tal forma que tu mismo miembro fuese víctima de un fuerte remezón dado por el calor excepcional del fluido que sale de ti, de cómo cada musculo parece contraerse, cómo tu espalda se extiende demasiado, cómo tus paredes le apretujaran tanto que hasta tu pareja parece sentir la dulzura de tu magistral orgasmo.

Después de haberme derramado entre nosotros, Marco, quien ahora recuerdo no usó ninguna protección, explotó fuera de mí regando mi vientre, no solo con mi semilla, sino que también con la de él.

Cuando la oda a la carnalidad terminó ambos teníamos las respiraciones demasiado agitadas, los corazones a punto de salir, nuestras anatomías tiritando como hoja mecida por el viento y los cuerpos empapados en sudor.

Marco se derrumbó a mi lado y una vez ya nos habíamos calmado un poco me acurruqué en su pecho firme. Él entonces acarició y besó mi cabeza, con una dulzura tan especial que llegó a dejarme sin aliento de nuevo.

Sentí que el corazón ya no me daba de alegría e hice algo de lo que nunca me arrepentiré en mi vida: tome la mano de Marco, la que tenía más cerca en ese momento, tal como lo hago ahora, con la mano de quien camina a mi lado, entrelace mis dedos con los suyos, disfrutando de la calidez, tal como ahora, y luego cerré los ojos para suspirar y decir:

-          Te has convertido en lo más importante…

¿Lo he dicho o lo he pensado?

¿Fue un recuerdo o es mi voz nuevamente que pronuncia esas palabras?

Abro los ojos, esperando que tal vez sólo imagine nuevamente esa maravillosa escena a la luz de la luna. Sin embargo, mi mano se encuentra amarrada a la suya, mientras al final del pasillo se encuentra la sala de detención. Mi mirada viaja desde la puerta de color verde hasta el rostro de Marco, que debajo de su otra mano con la que oculta un notorio sonrojo, pronuncia:

-          Para mí siempre lo has sido…

Tal vez esta no sea la historia de amor perfecta, y estoy consciente de que hasta que no termine el colegio Marco no querrá hacer pública nuestra relación, sin embargo, son momentos como este en que todo eso me da exactamente lo mismo. Sé muy bien que aún tenemos mucho que aprender el uno del otro, sé que aún hay cosas que se nos van quedando en la garganta como el hollín en una chimenea, pero ahora que me pongo de puntas y agarro a mi profesor de física por la corbata para firmar nuestro pase libre al infierno con un beso, soy más que feliz porque tenemos un mañana juntos.

 


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