Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Pequeñas Hiroshimas por KurageHime_

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola a todos!
El título de este fanfic viene del disco homónimo de A shelter in the desert.  (que pueden escuchar dando click ahí (?))Y cada uno de sus apartados lleva por nombre una canción del álbum. Lo escuché mientras escribía y me ayudó a que no me diera un derrame cerebral, así que, supongo, esos nombres se me quedaron en la cabeza.

 

Notas del capitulo:

Querida Hela: 

 

Soy una persona horrible (?)

Quiero compensarte la tardanza con un dibujo. Pero si lo hacía antes de entregarte esto, lo ibas a recibir hasta el siguiente año. Asi que tienes un cupón abierto para canjear por un chibi, el que gustes, cuando lo desees. 

Como ya te he dicho, espero que te guste aunque sea un poquito. 

I

Otra explosión se avecina

 

La primera vez que hablé a solas con Yukata fue antes de que se convirtiera oficialmente en nuestro baterista. Yo,  el último mes del año, había tomado uno de esos insufribles empleos eventuales en una tienda de rebajas en Shibuya. Me dedicaba a abrir el local y ordenar la mercancía por las mañanas, guardarla por las noches, y luego de que llegaban las dependientas, salía a la calle a repartir panfletos a los transeúntes y vociferar las ofertas del día. Para quien apartara la mirada un segundo de los productos del escaparate y la posase sobre mi rostro, sería evidente lo mucho que detestaba estar en ese lugar.

No esperaba, en realidad, que nadie se tomara la molestia de detener su rutina diaria para fijarse en mí. Nunca he creído en eso de la empatía por el desconocido, en ir regalando sonrisas sólo para mejorar el día de algún extraño aleatorio. Uno ya tiene suficiente consigo mismo, y si no es una norma general, por lo menos era, (es, incluso ahora) mi caso.

Por eso me sorprendió que, mientras estaba de rodillas, poniendo los candados en la cortina de metal del local, Yutaka (Kai, porque en ese entonces, todavía no sabía cuál era su nombre de pila) me tocara el hombro como si me conociera de toda la vida. Yo tardé en ubicar quién era, hasta que luego de unos segundos, pude asociar su rostro al del tipo insistente que le marcaba todos los días a Takanori, asegurándole que podía cubrir el puesto vacante de Yune sin problemas. Pensé que se había acercado a mí para mencionarme lo mismo. Fui incapaz, de hecho, de disimular el hastío que la idea me provocó.

Resultó que no quería sino más que saludarme. Me contó que había salido a la abarrotada plaza comercial a comprar lo necesario para disfrutar con su familia de aquella noche. Cuando por fin me digné a darle un vistazo, me di cuenta de que la imagen de Yutaka no podía ser más típica: llevaba una bolsa de KFC en la mano. Un pastel de fresas en la otra, y colgando del hombro, otra bolsa más con el logotipo de una juguetería famosa. Era gracioso ver con semejante pinta a un tipo que se las daba de a rudo haciendo música en bares indies. Más aún, era gracioso que Kai se las diera de tipo rudo, porque en ese tiempo, todavía tenía cara de niño.

Me dijo que era el obsequio para algún familiar pequeño, no puse mucha atención en el parentesco: recién acababa de darme cuenta de que la víspera de navidad era la responsable del día de mierda que había tenido en el trabajo.

Ni mi madre, ni mi hermana, ni yo,  hemos  sido nunca muy afectos a celebrar la Navidad. Mi hermana y yo solíamos aprovechar los empleos temporales que las plazas comerciales ofrecían por la fecha; pero no más que eso.  Con Kai las cosas parecían ser bastante distintas, o por lo menos era lo que me contaba mientras caminábamos de regreso a casa, luego de darnos cuenta de que, más o menos, tomábamos el mismo camino para volver.

 

Me dijo que había vivido con su madre un tiempo en Estados Unidos y desde entonces celebrar la festividad se había vuelto un hábito, independientemente del significado religioso.  En Japón no había forma de conseguir pavos sin pagar una barbaridad, pero  de vuelta a Japón, se las habían arreglado bastante bien con las cadenas de comida rápida. Hablaba con tanto entusiasmo que hasta para mí, que no podía serme más indiferente y que nunca en mis años de infancia había tenido contacto con ese dadivoso anciano con sobrepeso  y traje rojo, se volvió si no información relevante, sí un dato curioso.

Nunca he creído, tampoco, en esas idioteces del amor a primera vista. De hecho esa era como la tercera o cuarta vez que hablaba con Kai; pero fue, dentro de todo, lo bastante agradable como para que mi día no terminase tan mal. Para la sexta vez estaba secretamente esperando por verlo y la séptima fue cuando oficialmente se convirtió en parte del proyecto que nos unía a otras tres personas más.

Para la octava, tuve que admitirme a mí mismo que no era solo camarería lo que sentía por nuestro nuevo baterista. Y eso no me gustó en absoluto. 

No quería volver a ser sepultado por kilotones de sentimientos difíciles de manejar y complicaciones innecesarias. Ni por  las consecuencias que  traían consigo, como una desafortunada lluvia negra. Más grave que la detonación inicial.

Ya había tenido suficiente con el intento de relación que había tenido con Takanori hacía tres años, que nos terminó drenando un poco el alma a ambos.

Ya no quería volver a escuchar otra explosión.

 

II

La vida no tiene cura

 

Tengo una perpetua mala racha decembrina.  Tanto, que ya he intentado dejar de esforzarme por adquirirle el gusto a la temporada. Incluso ahora, cuando ya no tengo que trabajar en plazas abarrotadas de gente. O por lo menos no de la misma forma en la que lo hacía cuando era más joven.  Por eso mismo me gustan los finales de año en los que tenemos tanto trabajo que dejo de saber cuál es el día en el que estoy viviendo.

Si extrapolara todo esto con alguien, seguramente se preguntaría por qué, si realmente el día me es tan indiferente como afirmo, le pongo tanta atención. La manera más sencilla de responder se resume en Kai.  Es inevitable ligarlo a él con esta fecha. Yutaka, con abrigo pesado y botas para nieve recorriendo el centro comercial.  Con un pastel de fresas en una mano y  una bolsa con pollo de la cadena que fríe hasta sus platos desechables en la otra.

Yutaka, disfrutando de esta noche con alguien que no le pone los ojos en blanco cada que le señala (con una sonrisa entusiasta) alguna porquería hecha con luces de LED. Que sabe que es una velada para celebrarse en pareja y no intenta evitar las reservaciones en algún restaurante caro.

Kai, obviamente, con alguien que no soy yo.

Nos estamos haciendo viejos. Y no le he dicho nada en absoluto.

A lo mejor es uno de esos secretos que me voy a llevar a la tumba.

 

 

III

Dormir, por primera vez, con el alma al lado

La madurez es la mentira con la que a todos nos encanta llenarnos la boca. En su nombre, extendemos buenos deseos a nuestros enemigos mientras por dentro rumiamos venganzas. Afrontamos situaciones intragables con entereza, cuando lo que estamos deseando es desmoronarnos en silencio y soledad absolutos. Levantamos la frente en el momento menos oportuno, demeritamos nuestros logros para no lucir vanidosos y clamamos nuestras mediocridades (luego de adornarlas un poco) para no sentirnos perdedores.

He sido sumamente maduro en lo que respecta a Kai.  Todo en nombre de la amistad, de la banda, del trabajo, de nuestra mutua estabilidad económica y emocional.

 

IV

Todo podrá estallar, pero siempre habrá una adelfa que nacerá de entre los escombros

 

Cuando me arrepiento de a dónde me han arrastrado mis decisiones  (o la falta de decisión, según se vea) me froto el rostro con las manos, frente al espejo, y me repito a mí mismo que no era eso lo que yo quería, que jamás lo busqué. Mi Sutra no cambia en absoluto las cosas, pero la gente tiende a subestimar el efecto analgésico de la autoconmiseración.  Analgésico, porque no hace nada para eliminar el problema de raíz, pero es bastante útil para adormecer los síntomas y  convertirme en un ser humano más o menos funcional. Por lo menos, dentro de la amargura senil prematura que según Takanori, padezco.

 

Dentro del estudio se ha hecho tradición que cada víspera de Navidad, cuando tenemos que trabajar, Yutaka nos lleve un pastel de fresas, reparta las indicaciones del día, y luego se pegue al teléfono con su madre y su abuela, o bien, para excusarse por no estar con ellas esa noche, o para discutir los detalles de la reunión. Ruki, por supuesto, pasa medio día exigiéndonos algún presente y todos nos excusamos alegando que no es nuestro tipo, antes de que a la enésima vez perdamos la calma y lo mandemos a la mierda. Kai nunca le dice ninguna palabrota, sólo se limita a sonreírle y Takanori de calla de inmediato.

Creo que me sale salpullido cada que alguien me dice que Yutaka tiene una sonrisa agradable. No se puede negar que tiene encanto. Pero lo que vas descubriendo conforme lo conoces, es que el noventa por ciento de esas sonrisas son sarcásticas.

A veces suceden milagros. Como que yo sea capaz de llegar temprano a la sala de ensayos en el día que, se supone, el tráfico de Tokio hace que las avenidas principales se conviertan en un estacionamiento gigante.

Los milagros ocurren,  sí; pero no siempre son bienvenidos, ni nos traen cosas agradables.

Llevaba, en la mano, el habitual café de máquina de todos los días. Desde el pasillo escuché risas en el estudio. No me hizo falta entrar para saber que con quién estaba Yutaka.

─Si no te da regalos el día de Navidad, esa relación no va a funcionar.  

No saludé al entrar, ni ellos parecieron sorprendidos de que no lo hiciera; pero ambos voltearon a verme un instante y luego siguieron en lo suyo.  Kai estaba armando la batería, él, recargado contra la pared más próxima con esa actitud suya de el-edificio-entero-es-mío. Me giré para tomar el bajo del sitio donde siempre lo dejaba y de reojo pude ver como mi baterista recibía una bolsa de papel craft que ése le había dado.

Puse los ojos en blanco. Con tanta violencia que fui capaz de imaginarme con los iris mirando hacia el interior de mi cabeza.

Kai y su acompañante siguieron charlando y riendo un rato más, mientras yo intentaba que el sencillo chequeo de todos los días a mi instrumento sirviera como terapia para canalizar la frustración. Alcancé a escuchar que hablaban sobre un sitio al cual querían ir al terminar el día y el intruso le aseguró a Yutaka que lo esperaría en una estación del metro cercana.

Por fin se fue, excusándose con que también tenía cosas que hacer en el estudio de Kra. Salió, claro,  no sin antes dedicarme su típica sonrisa conejuna, llena de arrogancia.

Deseé raparlo. Luego recordé que en alguna ocasión me había prestado repuestos de cuerdas para el bajo… aun así, los deseos homicidas no aminoraron.

─¿Sales hoy con él? ─dije después de un rato en silencio. Llevamos tanto tiempo juntos que hace mucho el silencio dejó de ser un asunto incómodo. Nos vemos casi todos los días.

El énfasis en la última palabra salió solo. Y sonó casi como un insulto. La respuesta que obtuve fue un asentimiento, acompañado por el movimiento de las rastas castañas, lo único que sobresalía de detrás de la batería, donde Kai acomodaba quién-sabe-qué-diablos.

─Vamos a Ebisu a ver la iluminación ─respondió después de que varias tuercas  estuvieran ajustadas.

Volví al ataque.

─Pudiste haber ido con alguien más.

Una risa detrás del escondite de platillos y bombos fue lo que me garantizó que no estaba siendo pesado. O que por lo menos Yutaka había decido ser un poco indulgente

─Naoki es la única persona que no se avergüenza de que todas las parejas lo miren con recelo porque ambos seamos hombres, ya sabes…

Kai es de las personas que hablan con las manos. Fue el caso, esa vez, cuando salió de detrás de la batería. No fue necesario que lo hiciera, de cualquier forma. Entendí su punto y no me hizo sentir precisamente mejor.

─Entonces pudiste haber ido solo.

La risa fue genuina.

─¿Tienes idea de lo deprimente que suena eso?

Me gustaría rebatirlo con un “Podrías haber ido conmigo”, pero él sabe, de sobra, que nunca podría tomarme en serio un día como aquel.   También podría decirle que invitara a salir a alguna chica de un host club; pero esa perspectiva me gustaba menos, además me estaba arriesgando a molestarlo en serio.  

Takanori no tardó mucho en llegar y yo preferí dar el tema por muerto. Después de todo, ese no era un día que se celebrase entre amigos y yo no tenía ningún pretexto para invitarlo a ningún lado. Después llegó Uruha y la charla que mantuvo con nosotros sobre la chica con la que saldría esa noche a cenar era tan predecible, que unas cuantas respuestas estándar bastaron para mantenerlo aplacado.

El trabajo en el estudio, como no, terminó un poco más temprano de lo habitual. El primero en irse fue Ruki, no porque tuviera algo en especial, sino porque es un enano perezoso. Después le siguieron Kai y Uruha. Con Aoi, que tiene un nivel de apatía equivalente al mío, me dediqué a recoger el resto del material.

Salí hacia el estacionamiento sin darme prisa siquiera, incluso pasé por otra porquería con aspartame a la máquina de dulces.  Entonces, antes de salir del edificio, me encontré con Naoki y su sonrisa de conejo presumido.

─Kai estará esperando en la estación de Nakameguro dentro de dos horas. Tienes tiempo para dejar de lucir como si nunca hubieras descubierto una barra de jabón.

No recuerdo con certeza qué fue lo que le dije, pero estoy seguro de que no fue nada amable. Cómo no, a cambio recibí una carcajada que le hizo mostrar sus grandes dientes frontales. Le escuché mencionar algo sobre lo lastimero que era dirigirle miradas acongojadas a Yutaka cada dos segundos.

Lo impráctico de esperar a alguien varias estaciones antes del punto al que iban sólo delataba que la planeación de la “cita” era cosa de Nao.  Me di cuenta mientras una de mis piernas tenía un tic, y yo levantaba la mirada al reloj al tiempo que el tren de las 20:30 arribaba a la estación.

Apostaría lo que fuera a que Kai no llevaba los lentes de contacto. Lo vi, desde la distancia, entrecerrando los ojos para escudriñarme. Primero con extrañeza, luego con incredulidad.

─Naoki, te golpeaste con la pared y se te deformó, más, la cara.

Me reí, porque mostrar que el comentario me había molestado sólo hubiera desencadenado una lluvia de otros más mordaces.

Y a quién engaño. Me reí porque estaba nervioso y eso era lo único que podía hacer.

─Naoki es la persona más chismosa que conozco.

Kai bufó. Por lo menos no estaba molesto, ni parecía decepcionado por verme ahí.

─¿Y vas a acompañarme sin comportarte con un imbécil? ¿O mejor regreso a casa?

Para ser honestos, sí había estado sopesando la opción de comportarme como un patán.

─¿Qué remedio? Pero, oye, Kai, no creas que te voy a llevar a cenar a algún restaurante caro.

El efecto de cada sonrisa no-sarcástica que Yutaka me dirige es similar al de una Hiroshima armándose y siendo demolida. Y luego, volviéndose a armar.

─Puedes acompañarme a casa a recoger los adornos de Navidad, y ayudarme a poner los de año nuevo.

No es una sensación agradable. Pero seguro las hay peores.  

Notas finales:

Y eso sería :D.

 

¡Gracias por leer! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).