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Un Domingo Ajetreado por Adriana Sebastiana

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Notas del fanfic:

Hola, cómo ya se los había dicho en las notas de mis otros fanfics. Vengo con un KagaKuro.

¡Y qué mejor que por el mes de Kuroko!

Sinceramente, espero que lo disfruten. ¡Y me dejen reviews!

Sin más que acotar. Les deseo un buen día.

 

Todos los personajes de Kuroko no Basket son propiedad intelectual de Tadatoshi Fujimaki-sensei.

UN DOMINGO AJETREADO

 

—Hola... ¿quién es? —respondía con desagrado el moreno de un lado de la línea telefónica.

 

—Soy Kagami… ¿estabas durmiendo? ¡Já! —sonrió con sorna el pelirrojo, al escuchar como el otro se desperezaba.

 

—¿Qué quieres, Bakagami?

 

—Bueno, quería saber en dónde compraste tus tenis… es que los míos se desgastaron, otra vez. —rio y esperó pacientemente la respuesta. —¿Te volviste a dormir?

 

—No, Bakagami… ¿Cómo conseguiste mi número? —replicaba, con el fastidio habitual de una persona que recién se levanta de la cama.

 

—Kuroko me lo dio. Vamos, Aomine, solo es una pequeña información.

 

—¡Tsk! Está bien, pero te la voy a cobrar… no me gusta que me despierten un domingo por la mañana.

 

—Sabía que eras un alma caritativa, gracias Ahomine —volvió a sonreír.

 

—Pregúntale a Satsuki. Bueno, adiós.

 

—¿Eh? Pero si dijiste que… —la línea se había cortado. —¡Qué! Si lo hubiese sabido, la llamaba desde un principio… ¡Y de seguro me las va a cobrar! —gritaba al aire.

 

—Te dije que no lo llamaras tan temprano, se pone de mal humor. —resoplaba Kuroko, quien estaba junto al tigre en su departamento. Le había dado el número del As de Tôô con una condición: un delicioso desayuno estadounidense.

 

—¡Pero son las diez de la mañana! —replicaba molesto el tigre. —Dijo que llame a Momoi, ¿tienes su número? —el peli celeste asintió. —¿Y bien?

 

—Eso te costará, Kagami-kun. —sonrió de lado. Un hábito que se le venía pegando de Akashi.

 

—A veces pienso que no tengo amigos… —comentaba, con algo de resignación. —¿Qué quieres?

 

—Ya lo sabes, como vamos a salir, lo mejor sería…

 

—Lo sé, lo sé… a veces pienso que tu cuerpo está constituido de leche de vainilla en lugar de agua.

 

—No creo que eso sea posible, Kagami-kun. —le miró como si hubiese dicho una completa estupidez. —En ese caso, toma… —y le indicó un número telefónico guardado en la memoria de su teléfono celular.

 

—Oi, gracias… —se apresuró a marcar. El timbre sonó un par de veces y escuchó cómo descolgaban la línea.

 

—¿Hola? ¿Kagamin? —contestó pensativa la peli rosa.

 

—Hola, Momoi… sí, soy yo… ¿cómo lo supiste? —exclamó confundido.

 

—Escuché a Dai-chan mandándote a un lugar no muy agradable. —rio apaciblemente, mientras daba otro vistazo a la ventana de su habitación. Las cortinas de la casa de al lado seguían bloqueando la vista al interior, pero el ruido era claro, o al menos para ella, que estaba acostumbrada al comportamiento de su amigo de la infancia. —Y bueno, ¿qué sucedió?

 

—¡Cierto! Quería preguntarte sobre el lugar donde Aomine consigue sus tenis.

 

—¡Ah! Con que era eso. Por supuesto, te lo diré. Está en el centro, en la Avenida….

 

Kagami solo asentía y preguntaba alguna referencia de vez en cuando, el lugar le había resultado bastante claro, pero le resultaba extraño encontrar equipos deportivos. Bueno… con razón la vez anterior no los consiguió.

 

—Kuroko, vamos. —dijo con una sonrisa amplia, dirigiéndose con algo de prisa a la puerta.

 

—¡Hai! Kagami-kun. —le devolvió el gesto ligeramente, a su estilo.

 

Los dos bajaron las escaleras del edificio y fueron con algo de prisa a la estación de trenes. Ese lugar estaba a solo dos paradas, en un centro cultural.

 

—Momoi dijo que estaba frente a una tienda 24/7. ¡Oh! Es esa… —miró atónito el lugar.

 

“Los mapaches sonrientes”, era el rótulo que llevaba ese minimarket con letras chillonas y un poco exageradas. La puerta de cristal estaba cubierta por una malla con la forma de un mapache marrón con un par de hoyuelos rosas.

 

—Espera Kagami-kun —miró de un lado al otro, como tratando de entender una revelación que hasta ese momento se le había velado —Yo conozco este lugar. —sus ojos brillaron un momento, ¡bingo! —vine con Aomine-kun y Midorima-kun hace unos años.

 

—¡Pudiste habérmelo dicho antes, Kuroko! —sentenció, a lo que el aludido solo ladeó la cabeza como queriendo decir… “¿en serio? Pues se me ha pasado” —Y hablando del Rey de Roma —añadió, mirando a otro lado y poniendo una cara de pocos amigos.

 

—¡Wow! Ustedes también vienen de compras, tortolitos. —saludaba alegremente Takao. Detrás de él venía, nada más ni nada menos, que, Midorima Shintarô, con sus casi dos metros de altura.

 

—Buenos días, Takao-kun y Midorima-kun.

 

—Hola, Kuroko… Kagami —y tal como lo hizo su rival, puso cara de pocos amigos… aunque a él se le daba demasiado bien. ¡Era natural!

 

—¡Vamos Shin-chan! No seas tan amargado. —palmeaba con cariño al más alto. —Kuro-chan, vinieron por unos nuevos zapatos deportivos, ¿cierto?

 

—Estás en lo correcto. Kagami-kun acaba con los pobres en un abrir y cerrar de ojos.

 

—¡Oi, Kuroko! —replicaba el pelirrojo. Esas cosas no eran dignas para una conversación casual como esa.

 

—Pues es una coincidencia… —decía sonriente el pelinegro antes de ser interrumpido por su acompañante.

 

—…destino, Bakao. —se acomodó las gafas y mantuvo su seriedad habitual, con un toque de malestar, cortesía de la presencia de Kagami Taiga frente a sus narices.

 

—Bueno, bueno… “destino” —repitió, imitando la voz del peli verde. —¡vayamos juntos!

 

—Me parece una buena idea, Takao-kun —secundó con comodidad, atento a las reacciones de los más altos. Quienes cruzaron una mirada de odio y se acercaron más a sus amigos. O en el caso de Midorima, su ‘criado’. —Vamos Kagami-kun.

 

—¡Shin-chan! —el Halcón tiró de su suéter y siguió a la otra parejita.

 

Una vez en el local, que estaba en el segundo piso, los muchachos se probaron cuantos pares de tenis pudieron. Pasaron tiempo juntos, hablando de resistencia, color, materiales, y un montón de cosas más, que eran ignoradas por los más bajos, quienes se entretenían charlando sobre alguna que otra experiencia en sus institutos, o simplemente, disfrutando de las muecas y gestos de sus compañeros de equipo al compartir una actividad por tanto tiempo, además del baloncesto, obviamente. Era gracioso ver al tsundere de Midorima darle consejos al tigre se Seirin, incluso metía a Oha Asa en algunas cosas. O a Kagami, hablándole de las tiendas estadounidenses y lo genial que sería que todos jugaran allá, en un futuro.

 

Cualquiera los vería como buenos amigos, aunque por dentro no eran nada de eso, ¿o ya se iban tomando cariño? ¡Nah!

 

—Ya terminé. —anunció Midorima, tomando un par de bolsas en ambas manos. —¡Vámonos Takao!

 

—Yo también estoy listo, Kuroko. —le miraba sonriente, mientras tomaba sus compras. —Nos vemos, Midorima —amplió su sonrisa, en una clara señal de reto.

 

El de orbes esmeraldas no volvió la mirada, pero lo había entendido muy bien. Levantó su mano izquierda y se despidió con un movimiento algo altivo.

 

—Nos veremos pronto, Kuro-chan. —se despidió Takao con efusividad.

 

—Digo lo mismo, Takao-kun. —le devolvió una mirada cargada de determinación. Y de esa manera, pactaron un nuevo encuentro. Shutoku vs. Seirin. ¡Una batalla de nunca acabar!

 

Kagami y Kuroko salieron del edificio y fueron a un parque que quedaba bastante cerca de la estación.

 

—Creo que hay otro Maji por aquí. —comentaba el tigre agudizando su vista. —Por esa calle.

 

—Ya no importa, Kagami-kun. Si no podemos hoy, será otro día. Simplemente lo tomaré en cuenta. —respondió el oji azul, antes de desperezarse un poco en la banca en la que se habían sentado. —Creo que nuestras salidas terminan igual.

 

—¿A qué te refieres, Kuroko?

 

—A que nunca salimos a divertirnos, o bueno… con ese plan en mente desde el inicio.

 

—¡Ya veo! Es cierto… —secundó el de cejas extrañas —En ese caso, vayamos por un helado a la esquina. ¡Son deliciosos! Luego veremos qué hacer.

 

—Eso me encantaría, Kagami-kun. —le miró con los ojos brillantes por una inusual satisfacción.

 

—Eh… yo… este… ¡Mejor nos damos prisa! —evadió la mirada del más bajo y se sonrojó hasta las orejas.

 

“¡Qué tierno!”, pensó Kuroko, tomando como objetivo lograr ese gesto una vez más en ese día.

 

—¿Qué sabores desean? —exclamó con dulzura una jovencita de unos 19 años al par de Seirin.

 

—Vainilla y Choco-avellanas, por favor.

 

—Mango con Frutos Rojos. —respondió alegre el tigre.

 

—En seguida, muchachos. —sonrió la señorita muy amablemente. —Salen dos conos dobles con crema. —una compañera la ayudó con el pedido, y una vez que estuvieron listos, se dio la vuelta hacia sus atractivos clientes —¡Disfrútenlos! Fue un placer atenderlos.

 

—Gracias —replicaron los adolescentes al unísono. Mientras recibían sus helados.

 

Se alejaron de la tienda, mientras hablaban sobre tonterías y daban de vez en cuando, una probadita a sus postres. Bueno, en el caso de Kuroko, pues Kagami hizo desaparecer el delicioso suvenir.

 

—¡¡KUROKOCCHI~!!

 

—¿Kise? —exclamó anonadado el pelirrojo al distinguir la voz del rubio a sus espaldas.

 

—Hola, Kise-kun. —Kuroko se dio la vuelta y sin mucho ánimo, levantó la mano en la que tenía el helado, consciente de la efusividad de su amigo oxigenado.

 

—Es un gusto verte, Kurokocchi~ —se abalanzó sobre el más bajo y lo apretó con cariño.

 

—Suéltalo, Kise… ¿qué no ves que se está poniendo azul? —intercedía el As de Seirin con algo de preocupación. ¡Exageraciones!

 

—Gracias, Kagami-kun.

 

—¿Y qué los trae por aquí? —sonrió, apoyándose suavemente en su querido peli celeste, mientras que un par de ojos rojos lo miraban fastidiados.

 

—Vinimos de compras, a Kagami-kun se le desgastaron mucho los tenis. Luego nos encontramos con Midorima-kun y Takao-kun. Fuimos por un helado… y nos encontramos contigo. —expuso de corrido, dejando a Kise algo sorprendido.

 

—¿De qué es? —se fijó en el helado.

 

—Vainilla con Choco-avellana. ¿Quieres probar?

 

—Por supuesto, si Kurokocchi me lo ofrece tan amablemente.

 

—Ku-Kuroko —replicó el otro, sorprendido. Kise, mientras tanto, agarró el cono y le dio una probadita un tanto generosa.

 

—¡Está delicioso! ¡Sabes elegir muy bien!

 

—Gracias, Kise-kun… pero, ¿podrías devolvérmelo por favor? —comentó con frialdad.

 

—Chicos, ya que están por aquí. ¿Qué les parece acompañarme a mi sesión de fotos? Se van a divertir. —dijo, ampliando su sonrisa.

 

—¡Nah! Nosotros ya teníamos planes para más tarde, así que será imposible, Kise. —exclamó Kagami sin un ápice de inseguridad.

 

—¡Oh! Pero Kurokocchi me ofreció hace años que me acompañaría… ¿verdad mi lindo Kurokocchi? —le miró de soslayo, esperando una respuesta afirmativa, cosa que consiguió por parte del más bajo. A quién, por cierto, no le hacía muy feliz la idea. —¿Qué dices a eso, Kagamicchi~? —le miró con sorna, mientras abrazaba nuevamente a Tetsuya. Y aunque no lo quisiera admitir, o no supiera conscientemente, le encantaba ver ese tipo de expresiones en el rostro del tigre: enfado, celos, envidia.

 

—Suéltame por favor, Kise-kun. Te hice esa promesa hace tiempo, y creo que es hora de cumplirla. —dijo en tono solemne, y, fijando sus hermosos ojos en su compañero de equipo, dijo. —Lo siento, Kagami-kun.

 

—¡Tch! —se mordió la lengua, antes de soltar todo un cúmulo de palabras soeces al respecto. —Bien, pero permaneceré a tu lado siempre. No confío en este oxigenado.

 

—¡Rubio natural, Kagamicchi! ¡Rubio natural! —reiteró, antes de devolverle la jugada. —No me digas ahora que el tuyo es natural, porque claramente veo dos tonos en tu cabeza de balón.

 

—Es cierto, recién me doy cuenta. Los tintes de cabello no son muy saludables, Kagami-kun. —acotó el peli celeste, respaldando a su excompañero. ¡Ya saben! Sin bullying no hay amistad.

 

—¡Oi! Kuroko… ¿de qué lado estás? —preguntó altanero. Pero se detuvo, al vislumbrar claramente una delicada curvatura en los labios contrarios. —¡Bien, vamos Kise!

—¡Hai! —respondieron los otros dos. El rubio, lo hizo con entusiasmo, mientras que el otro… bueno… ¿cómo decirlo? Su voz fue apenas audible.

 

Caminaron juntos, con Kuroko en medio de ambos y se dirigieron a un edificio amplio de cinco pisos. Tenía un letrero simple, pero llamativo a la vista. En las ventanas, había fotografías de la marca y de todo lo que eran capaces de lograr. Sí, efectivamente, era un estudio fotográfico auténtico.

 

—Ya llegamos —anunció el rubio, abriendo la puerta de cristal para que sus dos acompañantes entren.

 

—Huele muy bien —replicó Kagami, al sentir una dulzura exquisita en sus fosas nasales. —Es… es… manzana con canela. ¿Bollos?

 

—¡Sí, son exquisitos~! No sé dónde los consiguen. ¡Compartiré algunos con ustedes! —respondió emocionado el de Kaijô, acercándose al pelirrojo.

 

—Esto me está gustando, Kise. —sonrió, sin dejar de disfrutar de ese agradable olor. “Bollos de canela, allá voy!”

 

Los muchachos subieron al tercer piso, y varias mujeres ataviadas con el traje de la compañía, que consistía en una blusa blanca de manga larga, adornada de una mascada roja muy delicada, y con una falda ceñida al cuerpo de color negro que llegaba hasta las rodillas, o un par de dedos sobre ellas; pantimedias oscuras y zapatos de tacón negros. Las muchachas eran jóvenes de 20 años en su mayoría, muy atractivas, con el cabello recogido en un moño prolijo y una sonrisa dentífrica adornando sus rostros.

 

—Kise-kun, ya mismo es hora de tu sesión… pero hay un inconveniente. —replicó algo malhumorada la muchacha de ojos violeta y cabello chocolate.

 

—¿Cuál? ¡Ah! Espero que no te importe que haya traído un par de amigos. —sonrió dulcemente a la joven, provocándole un leve sonrojo sobre su nívea piel… y por qué no, consiguiendo que la pobre sufriera de un “Síndrome de Ovarios Explosivos” en el proceso.

 

—No hay problema, y lo sabes. Eres nuestro niño mimado. —sonrió coquetamente. Pero sus pensamientos la abofetearon. —He sido una grosera. Bienvenidos, muchachos. Es un gusto verlos por aquí. Espero que se sientan cómodos.

 

—Muchas gracias, señorita. —respondieron los invitados con un leve sonrojo. Esa joven era guapísima, tranquilamente podría pasar como modelo. Y con esos tacones, era más alta que Kuroko. Aunque incluso sin ellos parecía tener una estatura favorable.

 

—¿Y cuál es el inconveniente, Tomoricchi?

 

—¡Oh, se me pasó! —rio como un murmullo y continúo con la explicación, mientras todos se encaminaban a uno de los pasillos. —Es que Yumiko-chan no podrá venir hoy. Dijo que tuvo un accidente con su hermanito y que estaba en el hospital. Y antes de que te preocupes, no fue nada grave, solo un raspón por ser tan travieso e hiperactivo. Sin embargo, como sus padres están en Hokkaido, no podrán pasar por él y ella tuvo que encargarse. ¡Estamos muy estresados! No hay otra que quede mejor con el papel de chica tierna y enigmática. —explicaba, mientras su rostro se deformaba en uno que denotaba la mayor de las preocupaciones.

 

—Ya veo. Eso es algo serio.

 

—Aunque… —se dio media vuelta y evaluó a Kuroko de pies a cabeza, quien simplemente se quedó de piedra bajo ese escrutinio. —¿Cómo te llamas, mi amor? —le preguntó con dulzura. Sabía perfectamente que el primer paso para engatusar a alguien era tratarlo con mucho cariño. Aunque… siempre dependía de con quién. ¡Pero haría que funcione!

 

—Kuroko Tetsuya —dijo con neutralidad, sintiéndose algo extraño frente a la mirada de la bella señorita.

 

—Es un hermoso nombre. —replicó, sin quitarle los ojos de encima.

 

—¡Pff! —Kagami, quien estaba junto al peli celeste, no pudo ignorar la tensión de su amigo. Estaba algo nervioso, era obvio… pero no era eso lo que le había causado gracia. —¡Mi amor, pff! —Sí, eso era.

 

Kuroko, simplemente le pellizco en el brazo, recibiendo un grito ahogado por parte del más alto. ¡Música para sus oídos!

 

—No te enfades, Kuroko —se dispensó, al rato que se frotaba la zona agredida por ese “pequeño diablillo con cara de inocente”, sabiendo bien, que de ‘inocente’ no tenía mucho. ¡Solo era su semblante de ángel, nada más!

 

—¿Qué pretendes hacer, Tomoricchi? —le miró perplejo, deduciendo en su cabeza lo que estaba pasando. —No me digas que…

 

—Tú eres muy lindo. —dijo de golpe la muchacha. —¿Te lo han dicho antes?

 

—Algo así. —respondió Kuroko, sin rastro de emociones en su rostro dulce, mientras miraba de reojo a la única persona que le llamaba de esa “ridícula” manera, cada vez que tenía la oportunidad. Kise, por su lado, sonrió con nerviosismo.

 

—¡Lo sabía! Eres encantador… y aunque apenas nos conocemos, quisiera pedirte un favor. —le miró, haciendo ademán de juntar las manos a modo de ruego.

 

—De seguro quieres que te vistas de mujer, Kuroko. —espetó Kagami, totalmente recuperado del pellizco de hace poco.

 

—Eres un chico muy inteligente. —acotó Tomori. Y de inmediato, tanto Kise como Kuroko, contuvieron una carcajada, al escuchar ese cumplido por parte de la muchacha. ¡Era Bakagami por el amor de Dios!

 

—¡Oigan! —repuso algo molesto, y sin querer estar más en ese lugar, se cruzó de brazos. Lo único bueno, eran esos bollos de manzana y canela al final de la sesión del oxigenado.

 

—No los escuches, guapo. Dime, ¿cómo te llamas?  —el tigre se sonrojó hasta las orejas, y sus “amigos” se rieron por lo bajo una vez más.

 

—Kagami Taiga —dijo en un tono de voz ‘inadecuado’ para su gran estatura. Maldijo de inmediato para sus adentros.

 

—Tengo una gran idea, Kise-kun. —se acomodó en la habitación y miró al rubio con orgullo. —Vamos a cambiar el tema de la sesión. Aún estamos a tiempo, y no es la gran cosa… algo, ligero. —sonrió de lado, y mantuvo sus ojos centelleantes y seguros en los invitados. —Y ustedes nos van a ayudar.

 

Kagami tragó saliva, y Kuroko miró al frente, impávido. Aún podían negarse, ¿no? Pero no era eso… ¿desde cuándo estaban involucrados en los problemas de la agencia?

 

—Tomoricchi~ —interrumpió con algo de desesperación el rubio. Sabía perfectamente lo que la chica pensaba, y no era nada bueno. Sobre todo, conociendo a Kuroko como lo hacía.

 

—Como no rechazaron mi oferta, tomaré ese silencio como un sí. —replicó con audacia, para después dedicarles una sonrisa cálida y divertida. —El tema será, un triángulo amoroso, ambientado en la maravillosa Inglaterra Victoriana. Un heredero rico, una doncella pobre, y su amigo de toda la vida. ¿Será que el arrogante Joven Amo conquista el corazón de la muchacha? ¿A quién ama ella? ¿Su amigo de toda la vida, se dará cuenta que eso es “amor”? ¿Podrá ofrecerle una vida digna a su lado? ¿Huirán? Una vida marcada por el deseo, las caricias fugaces sobre la delgada tela y las incertidumbres del corazón.

 

—Eso no me parece muy adecuado… —continúo Kise, con un sentimiento contradictorio dentro de sí. No sabía si sentirse alegre al poder posar junto a Kuroko como una pareja, o asustado, por la reacción de este.

 

—¿Por qué no? —repuso ella algo molesta. Su idea había sido genial. Incluso ya se imaginaba la foto de la portada: el rubio aristócrata tomando delicadamente la mano de Kuroko, mientras ‘ella’ le miraba con dulzura, a pesar de tener a su ardiente mejor amigo a un costado, tocándole la cintura, con un fondo clásico en tonos dorados y azules… ¿o quizás vino y crema?… eso lo decidiría más adelante.

 

—Eso suena interesante… —dijo en un susurro el pelirrojo. Algo dentro de él, moría por ver a Kuroko en un vestido de esa época.  —¿Yo seré el aristócrata? Seguramente… —sonrió confiado. —Y Kuroko me elegirá a mí. —observó de soslayo al rubio, quien hacía un mohín hastiado.

 

—¡No! Lo siento, tigre. Pero serás el mejor amigo de la doncella. Nuestro “niño mimado” tiene más experiencia. —le miró unos segundos más evaluando una posibilidad… —¿O es que has posado con anterioridad?

 

—…

 

—Me lo imaginaba. Y tú, ¿Kuroko-kun? —sonrió con ternura. —Vamos, será divertido.

 

—Creo que no puedo negarme. —resopló, escuchando un grito de victoria por parte de la extraña muchacha que los había recibido. —Solo espero que nadie me reconozca. —resopló una vez más, al tiempo que parte de su alma vagaba como un fantasma por la agencia.

 

—Ahora, esperen aquí. Iré a solucionar unos asuntillos con el boss, y ya. —guiñó un ojo en dirección a su rubio camarada. Quien, solo dejó escapar algo de aire. ¿Ya podía emocionarse?

 

—Kurokocchi~ ¡Discúlpame! No pensé que las cosas terminarían así. No fue mi plan ni nada de eso, sabes que no soy como Akashicchi~ ¿Estás enfadado?

 

—No te preocupes, Kise-kun. Fue inevitable. Y tampoco pienso que lo hayas planificado, esas cosas no se te dan muy bien. —Kise le miró agradecido, con una duda en la cabeza… ¿le había llamado idiota?

 

—¿Te disculparás conmigo también? —insistió el pelirrojo con soberbia fingida.

 

—No hace falta, mi Kurokocchi me perdonó. Si no quieres hacer la sesión, puedes irte… y seremos solo esta doncella y yo. —le miró desafiante. Kagami ya se estaba cansando de ese sentido de posesión tan marcado en el rubio. Ese peli celeste era más suyo que de él. Chasqueó la lengua y se guardó sus comentarios, de nuevo. ¡Iba a sacarle provecho a esa sesión!

 

—No me llames doncella, por favor. —su voz era gélida. Kise le miró aterrado, y se disculpó de nuevo.

 

—¡Ya volví, al boss le gustó la idea! ¡Ahora tenemos que arreglarlos, muchachos! Kuroko-kun, acompáñame. De ese par se encargará uno de los míos. Es genial en lo que hace. ¡De ti me quiero ocupar personalmente! —le dijo mientras lo llevaba casi a rastras, debido al poco entusiasmo que mostraba el de orbes celestes.

 

—… —no quiso decir nada, solo resoplar por tercera vez.

 

 

—¡Kurokocchi~! —exclamó Kise, con la mandíbula en el piso por la impresión. Y, ¿Cómo no hacerlo?

 

Kuroko apareció en la sala fotográfica con un vestido ligero y de mangas ¾ amplias. Los volados eran de color vino con crema, y los diseños florales bordados en negro eran delicados y parecían solo la textura de la tela. No estaba muy adornado, pues se suponía que era una joven pobre. Había una abertura en uno de los lados por donde podía escapar una pierna traviesa. El cuello tenía encaje negro delgado y sobrio, y sobre él, un ‘collar’ de tela roja con un lazo negro. El corsé tenía un color similar al de la sangre, y le daba un aire de grandeza. Como una flor de loto que crece sobre un estanque en el pantano. Una belleza más allá de la riqueza, y, aun así, inmarcesible. Los finos hilos negros que apretaban el corsé estaban desalineados intencionalmente.

 

—No me veas así, es vergonzoso. —musitó con algo de pena la bella doncella.

 

Kise, sin poder evitarlo, siguió contemplando a su lindo Kurokocchi. Su piel se veía de maravilla, tan pura y perfecta. Bajó su mirada hasta sus pies, que por alguna razón se encontraban descalzos. Rio un poco, al darse cuenta que le habían pintado las uñas. Le miró el rostro, y se sonrojó de inmediato. Los labios ligeramente coloreados de carmín, sin brillo, y aun así apetecibles. Las pestañas negras que eran mucho más largas que antes. Sus pómulos pálidos, sin muestras de rubor. Luego, sus orejas, sin señal de alguna joya cara. Y al último, pero no menos importante, el cabello celeste recogido en una especie de coleta desalineada, con algunas hebras cayendo como cascada sobre el pecho y la espalda.

 

—Kise-kun —se hizo notar con un tono cargado de frialdad. ¡Odiaba que le mirara de esa forma!

 

—Lo siento, Kurokocchi~ pareces toda una mujer. Aunque…

 

—¿Qué? —repuso, todavía molesto, pero sin perder la compostura.

 

—Tu imagen no se me hace la de una chica tierna, lo de enigmática lo entiendo, pero lo otro… —dejó salir un suspiro. Tenía que escuchar una buena explicación de Tomoricchi.

 

—Sí, yo también me preguntaba lo mismo. —repuso, alzando la tela del vestido y dejando ver sus esbeltas piernas.

 

—¡Kurokocchi! —chilló Kise, cubriéndolo de nuevo.

 

—Pero si soy un hombre.

 

—Lo sé, pero… —no quería continuar. Verlo así de vulnerable, de apetecible… le estaba turbando el cerebro. —Nada, no importa.

 

—Tú también te ves bien, Kise. Creo que mejor que en las fotografías de siempre. —¡Ok! Ese comentario inocente acabó con el corazón del rubio.

 

Mientras Kuroko veía al pobre modelo con un alma en pena sobre él, recapacitó sobre lo que le había dicho. Kise era algo sensible con los comentarios positivos. Pero no le importaba, ese era su problema, no el suyo. Tarde o temprano volvería en sí.

 

Y hablando del traje del Joven Amo… este consistía en un conjunto sobrio azul marino, con una mascada verde oliva, y un chaleco semi-abierto que mostraba una camisa bordada en diseños circulares. Los botones del traje eran dorados y tenían el emblema de un halcón con un pergamino en la patas. La textura de las solapas superiores de esa especie de gabardina era contrastante con lo demás. Sin dejar la elegancia, por supuesto. Kuroko siguió observando la constitución de ese atuendo y se dio cuenta de un reloj plateado, como el que llevaban los mayordomos de antaño. Como calzado, tenía unos mocasines marrones, con algún diseño que no pudo definir. El traje era común, para la época. Se veía caro, pero no excéntrico. Le pareció muy adecuado, y eso que no sabía de moda y ese tipo de cosas.

 

—¡Oi, Kuroko! —escuchó esa voz tan conocida a sus espaldas, y dejó de lado a ese rubio para dedicarle una mirada penetrante al tigre.

 

—Kagami-kun —replicó un poco sorprendido. Ni en sus sueños más locos imaginó verle así.

 

—No me mires, Kuroko… —esquivó la mirada del menor, al mismo tiempo que se daba cuenta de que éste se acercaba a estudiarlo con detenimiento. Sin aguantarlo más, se fijó en el peli celeste, que ahora era ella. Y con un sonrojo evidente, pasó saliva. ¡No podía quitarle los ojos de encima!

 

—No lo digas, por favor, Kagami-kun. —suspiró, y volvió a fijarse en el traje de su amigo. —Tu ropa es algo…

 

—Lo sé… —refunfuñó por dentro. ¡Mostrar tanta piel al público no le agradaba!

 

Seguro se están preguntando cómo es ese dichoso disfraz. Simple. Constituía en una camisa algo maltrecha pero limpia. Con las mangas arremangadas y los botones como si estuviesen cumpliendo una misión de adorno y nada más. ¡Sí, su pecho estaba al aire! Su cabello estaba revuelto, y un poco de maquillaje cubría su rostro, más por protocolo que por otra cosa. Los pantalones eran ligeros y de un color claro, agradable a la vista, con unos tirantes cobaltos con incrustaciones en cuero de alta calidad de color caoba. Como Kuroko, también estaba descalzo, pero no traía las uñas pintadas de “rojo sangre”. En las manos llevaba un sombrero de copa baja. Y otro reloj de plata, similar al de Kise, pero con el emblema de un tigre entre ramas de laurel. Muy adecuado para él.

 

—Kuroko, no seas pervertido. Deja de mirarme así. —se estaba poniendo nervioso, y la innegable ‘expresividad’ del peli celeste lo ayudaba a ahuyentar esa emoción con gran satisfacción. Sí, como no. Tetsuya se alejó un poco, y con ayuda de uno de sus pulgares, le dio el visto bueno.

 

—Muy ardiente, mejor amigo. —sonrió apenas.

 

—¡Ay, Kuroko! —hizo ademán de golpearse la cara con la palma de la mano, aunque por dentro, estaba que chillaba de la felicidad.

 

—Ya, ahora vamos frente a la cámara. Kuroko-kun, ya te expliqué que hacer. Y en cuanto a ti. —dirigiéndose a un despistado Kagami con las mejillas y las orejas carmesí —Quiero que actúes lo más natural posible, recuerda que eres sexy, todo un tigre feroz, queriendo devorar a tu presa, una bella doncella.

 

Kise tuvo que espabilarse a las malas, con algo de dolor, infringido por Tomoricchi. Los tres modelos, fueron frente a las cámaras. Y con esfuerzo (dos de ellos), trataron de complacer las exigencias del fotógrafo, que a veces, estaba a punto de perder la paciencia por la rigidez del pelirrojo, o por la inexpresividad de Kuroko. Los flashes eran atrevidos, y las poses muchas veces no eran muy agradables, pero se estaban divirtiendo. Actuar como alguien más, era inusualmente divertido. Cuando le cogieron el gusto, las personas tras bastidores salieron a felicitarlos por el arduo trabajo.

 

—Gracias muchachos, nos salvaron la vida. —exageraba una de las muchachas que ayudaba al fotógrafo. Era rubia y sus ojos esmeraldas.

 

—No hay de qué.  —respondió alegre el tigre. —Fue agradable.

 

—Me alegra escucharlo. —sonrió, tomando poco a poco color en las mejillas, al percatarse que el apuesto joven frente a ella estaba semi-desnudo. —Me retiro. Y gracias de nuevo. Igual a ti, Kuroko-chan. Estuviste increíble.

 

—Gracias… —dijo tímidamente el de orbes celestes.

 

—Bueno, chicos. ¡¿Alguien quiere comer bollos de canela y manzana?! —expresó con calidez la muchacha de cabellera chocolate que los acompañó desde el inicio. —Lastimosamente, mi “niño consentido” tendrá que hacer otras fotos. Pero pueden adelantarse. —y antes de ir tras el rubio con su siguiente cambio de ropa, hizo un movimiento con su mano derecha para que les llevaran una bandeja con los tan ansiados bollos.

 

—¡¡Por fin!! —chilló alegre el tigre. Se había relajado completamente. Hasta estaba pensando en volver a hacerlo. —Kuroko, ¿verdad que fue divertido?

 

—Lo fue… pero para la próxima, quiero ser un hombre. —Kagami rio con ganas, dándose cuenta de que el más bajo también esperaba hacerlo de nuevo.

 

Los bollos iban desapareciendo de la bandeja de plata uno por uno, hasta que ésta quedó vacía. Kagami había arrasado incluso con las migajas.

 

—¡Uff! Eso fue agotador~ Me alegra que me hayan esperado. —sonrió como siempre el As de Kaijô y se sentó junto a Kagami y Kuroko —¡EH! No me sobraron ni un bollo. Y son mis favoritos.

 

—Lo siento. —dijo el pelirrojo, para luego reírse.

 

—No lo sientes nada. —le miró algo juguetón —Pero me alegra que hayan participado en esto. Son los mejores. Por eso los quiero, muchachos. —y los abrazó con efusividad, como solo él lo sabe hacer.

 

—Ya no seas meloso, Kise. —lo apartó con fingido malestar, Kagami.

 

—Será mejor que nos vayamos. Tengo algo de hambre. —acotó el más bajo.

 

—Claro, y por su amabilidad. Les invito a comer algo. —respondió el rubio con entusiasmo… ¿es que nunca se agotaba?

 

—No creo que sea una buena idea, Kise-kun.

 

—¿Por qué lo dices?

 

—Kagami-kun acaba con la comida en un abrir y cerrar de ojos.

 

—¡Hey, Kuroko! —le regañó.

 

—No creo que sea tan malo. —respondió Kise, ignorando la advertencia del 11 de Seirin.

 

—En ese caso, gracias Kise-kun.

 

Los tres se despidieron de las muchachas que trabajaban en la agencia, salieron tranquilamente y terminaron en una tienda de okonomiyaki ya conocida por todos.

 

—Es bueno volver. ¡Quiero una con todo! —sonrió alegre el tigre al tomar un asiento en la mesa más cercana a la barra.

 

Kise hizo los pedidos, y estaba disfrutando de la compañía de ambos. Kagami no era tan glotón como imaginó, el peli celeste se había preocupado por nada. Pero…

 

—¿Vas a pedir otro? —exclamó atónito.

 

—Por supuesto, aún tengo hambre. —respondió el pelirrojo con la vista en su plato vacío.

 

—Te lo dije. —replicó Kuroko, con la mirada perdida en sus cavilaciones.

 

Un par de minutos más tarde, y por la insistencia del rubio más que nada, salieron del restaurante tras dejar una gran cantidad de dinero. ¡Era lo que hubiese gastado si llevaba a todo el Kaijô a comer! ¿Cómo haría la entrenadora de Seirin con ese problema llamado Kagami Taiga a la hora de alimentarlos?

 

—Kise, fue un gusto lo de hoy, pero ambos teníamos planes antes de encontrarte. —repuso con sinceridad el de orbes carmín.

 

—¿Eh? Vamos, solo un rato más… ¿Planes?

 

—Es cierto, Kise-kun. —secundó Kuroko.

 

—¿Eh? Ustedes solos se van a aburrir.

 

—No lo haremos, ¿verdad, Kuroko? —la voz de Kagami sonaba segura, y con un trasfondo inexplicablemente atrevido.

 

—Será divertido, solo nosotros dos. —afirmó, degustando la mirada perdida del pobre rubio frente a ellos. —Gracias por la experiencia y la comida, Kise-kun. Eres un buen amigo. —y como agradecimiento, le sonrió dulcemente. Dejándolo estático, con una especie de derrame cerebral por tanta dulzura… aunque no era para tanto… ¡Pero era Kise!

 

Kuroko sostuvo de la mano a Kagami y se lo llevó por una de las esquinas del centro cultural. La tarde estaba despejada, y había algunas cosas que hacer. Esos okonomiyakis eran maravillosos. Les devolvieron las energías perdidas en esa sesión fotográfica.

 

—¿Kise va a estar bien?

 

—Sí, pierde cuidado. Ya está acostumbrado.

 

—Y ahora, ¿qué hacemos?

 

—No lo sé, pensé que ya tenías algo en mente. —le miró inquisitivo, caminando para alejarse del lugar donde dejaron al modelo.

 

—Fue bastante repentino encontrarnos con dos de los milagrosos el día de hoy. —alegó el más alto. —No se me ocurre nada. ¿Y si solo caminamos?

 

—¿Tomados de la mano? —soltó Kuroko mirándole a profundidad.

 

—¿Qué?

 

—Es que entrelazaste tus dedos con los míos desde hace un rato. —contestó, sin una pizca de duda. Bueno, como siempre, tratándose de él.

 

—¡EH! —y fue ahí cuando el tigre cayó en cuenta de ese pequeño gran detalle. Kuroko solo lo había jalado para alejarlo del lugar, pero él había mantenido el agarre…y vaya qué agarre. —Lo siento. —y antes de que pudiera soltarse, el otro se aferró más a la ancha mano del 10 de Seirin.  —¿Kuroko? —el color empezaba a pintarle las mejillas.

 

—Quedémonos un rato así. Cuando salgamos a la calle principal podemos soltarnos. —tenía la mirada baja, claramente estaba avergonzado. Pero había tenido el valor de conseguir el tacto cálido del más alto. Giró la cabeza en su dirección, dispuesto a encontrarse con esos ojos salvajes, y por qué no, lograr el objetivo que se había planteado hace algunas horas.

 

Y en efecto, Kagami estaba sonrojado y un semblante de timidez dibujaba sus facciones. A Kuroko le encantó esa vista, pero obviamente, no lo admitiría… no ahora.

 

El enlace entre sus manos se hizo más fuerte y con el aumento de su temperatura, siguieron su camino por esa casi deshabitada calle. Los pocos transeúntes no les prestaban atención, y eso fue lo mejor que pudo haberles pasado. Ese momento era suyo, suyo y de nadie más. ¿Por qué incluir a terceras personas que no lo entenderían?

 

La avenida principal de ese distrito estaba a unos pocos pasos, y como habían acordado, se soltaron, pero con la esperanza de volver a encontrarse en un futuro. El primer paso ya estaba dado. Y ambos sabían que lo que sea que estuvieran sintiendo, era mutuo. Que esa avalancha de emociones avasalladoras los arrastraría a ambos, a dónde sea, cómo sea. Se miraron nuevamente, y ambos sonrieron a su manera. Kagami, mostrándole toda su dentadura, y Kuroko, por su parte, dibujando una curvatura perfecta con sus deliciosos labios.

 

—Kagami-kun.

 

—¿Sí?

 

—Creo que deberíamos salir de nuevo. —bajó la mirada, y un ligerísimo rubor cubrió su impoluta piel de porcelana.

 

—Por supuesto, Kuroko.

 

Y de esa manera, uno junto al otro, como siempre, como la primera vez, como nunca antes… caminaron en dirección a un sol opacado por un par de nubes traviesas, propias de las cinco de la tarde. Sí, el cielo estaba despejado, en su mayoría, tan solo esas nubes blanquecinas hacían acto de presencia. Pero fue suficiente para darle a esa tarde, un toque más… ¿cómo decirlo? ¿romántico?

 

Las casas de ambos estaban lejos todavía, necesitaban volver a la estación de trenes. Y quizás, allí, tocar un poco más al otro, aunque sea a través de la ropa.

 

¿Desde qué momento se necesitaban tanto?

 

Era un secreto velado, incluso a su propio corazón. Como a una madre a quien no le permiten conocer a su hijo incluso después de haber dado a luz. Sí, era algo así.

 

Se verían mañana, y los días posteriores, y, poco a poco, le darían forma a ese sentimiento.

 

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.

 

EXTRA

Cinco días después

[VIERNES]

 

—¡Tetsuya/Kuro-chin/Kuroko/Tetsu! —un grito histérico por parte de los muchachos de la Generación de los Milagros.

 

¿La sorpresa?

Una revista adolescente con un trío muy conocido de portada. Un joven de blonda cabellera en un traje azul marino y mascada verde olivo que estaba de pie en una lujosa habitación de color azul imperial y oro; al otro lado, un salvaje hombre semidesnudo con un sobrero de copa baja en la cabeza y los ojos impregnados de pasión, el cabello pelirrojo a dos tonos, desordenado y la camisa abierta, mostrando sus trabajados pectorales. Y en el centro, nada más ni nada menos que una bellísima señorita de aspecto celestial con un atrevido vestido vino con encaje negro, mostrando toda la pierna izquierda mientras estaba acostada tímidamente con los ojos cristalinos fijos en la cámara, a su vez, los otros dos, la miraban con, ¿amor? Unas hebras de su larga cabellera celeste caían como cascada sobre sus hombros. El que hacía de príncipe encantador sostenía una de esos hilos cielo con dulzura, y el salvaje, lo hacía desde la cintura con atrevimiento.

 

¿Cómo es que Kise había conseguido convencer a Kuroko para que hiciera esas fotos? Tanto Murasakibara, como Aomine, Akashi, y en contra de todo pronóstico, Midorima, se dispusieron a llenarlo de mensajes de reproche, y llamadas desesperadas por un poco más de información. Kagami no les interesaba en lo más mínimo, esos muchachos vivían por el peli celeste. Y esa revista en particular, sería guardada bajo llave como parte de su colección de cosa valiosas.

 

Kise se las vería negras durante el resto del día…

Quizás, al día siguiente, los diarios publiquen una historia insólita con él como protagonista. Ya se imaginaba el barullo de los noticieros. “Joven estudiante de Kaijô, sumamente apuesto, y de cabellera rubia totalmente natural murió asesinado por unas tijeras rojas”, o quizás, “aplastado por un hombre desconocido de fuerza sobrehumana”, y muy poco probable, “por un golpe certero en su cabeza de un objeto identificado como un balón de básquet con recubrimiento metálico arrojado con absoluta precisión desde algún lugar de la Tierra”. ¡No tenía permitido contestar su móvil en plena clase de Álgebra! Pero esos amigos suyos eran insistentes cuando se lo proponían.

 

Mientras que en el Instituto Seirin.

 

—¡Uy! —exclamó Kuroko con una voz muy inusual en él, simplemente extraña.

 

—¿Qué sucede Kuroko? —le preguntó a su compañero de salón en un susurro, pues el profesor de Historia estaba dando su clase.

 

—Solo fue un escalofrío. —se limitó a contestar, antes de dejarse caer sobre su pupitre, consciente de su falta de presencia. Estiró su delicada mano y la encaminó paso a paso sobre la espalda de su pelirrojo hasta llegar a la base del cuello.

 

—¡WAA! —chilló el tigre ante el contacto de su peli celeste.

 

—¡Kagami-kun! ¡Eres una bestia! Mantén la compostura… ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —el maestro le dirigió una mirada furibunda y luego le lanzó un borrador de pizarra, como había hecho con anterioridad. ¡Eso nunca fallaba!

 

Kuroko sonrió con dulzura ante la cómica escena, regocijándose por las carcajadas que lanzaban sus compañeros ante la vergüenza del As del equipo de baloncesto.

 

—Lo siento mucho, sensei. —y después de disculparse, volvió a su lugar, sin siquiera mirar al muchacho que se sentaba tras de sí. ¿Se daría cuenta de su sonrojo?

 

Por esa aura relajada y cálida, supuso que sí.

 

 

Notas finales:

Si ya me conocen, saben que fue inevitable que meta a Kise en esto. ¡Discúlpenme! Pero es que me mata de amor.

Que viva el KagaKuro.

Viva el mes de Kuroko.

 

 


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