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Hacía quince años en la ciudad de Domino habían nacido un par de gemelos de cabello tricolor, Yugi y Yami eran sus nombres, todos en la ciudad conocían al par de angelitos oji-amatista que no hacían más que pasar sus días juntos compartiendo grandes aventuras.
Desde el día que fueron engendrados estuvieron juntos, a los tricolores los unía algo mucho más fuerte que un simple amor mutuo.
El día en que nacieron tuvieron que ponerlos en la misma cuna ya que al estar separados los llantos no se hicieron esperar reclamando la cercanía de su par.
Los padres al darse cuenta de esto decidieron dejar que los pequeños durmieron abrazados por esa noche, lo que nunca se llegaron a imaginar fue que eso lo seguirían haciendo hasta el día de hoy, quince años después.
En su infancia los gemelos oji-amatista hacían todo juntos, nunca se separaban el uno del otro, a pesar de que al asistir al kínder los maestros trababan de presentarles a otros niños ellos se negaban rotundamente a dejar a un lado a su par ya que solo juntos se sentían completos.
Yugi y Yami pasaban el día contándose millones de secretos, viajando a lugares mágicos e inimaginables a donde solo ellos podían acezar, bosques, prados y montañas, mundos lejanos y galaxias.
Todos los que conocían a los gemelos pensaban que ellos se separarían al llegar a la adolescencia, sin embargo no fue así, cada vez crecía mucho más la cercanía de los tricolores y debido a esto la preocupación de sus familiares aumentó.
—¿Hijo, ¿por qué no se ponen guapos y salen a pasear?, seguramente habrá muchas chicas que quieren conocerlos –Les dijo un día su madre.
—Solo somos guapos mirándonos él uno al otro, somos nuestro espejito –Respondió el pequeño Yugi con una sonrisa.
¿Eran tan presumidos e inseparables para olvidarse de su propia individualidad?
Los gemelos habían acabado con lo poco que les quedaba de razón y su madre lo comprobó el día que se confeccionaron un camisón donde cupieran perfectamente juntos.
—Mira mamá –Dijo Yugi feliz -¿Qué hay más bello que dos gotas de agua? –Preguntó riendo feliz.
—¡¿Es que no te das cuenta de lo que pasa Yugi?! –Preguntó su madre casi al borde del llanto frustrada -¿Es que realmente no te ves? ¡Estás solo! ¡Siempre lo has estado! –Respondió frustrada comenzando a derramar lágrimas negras por sus blancas mejillas.
—Eso no es cierto… -Mencionó el oji-amatista negando con su cabeza retrocediendo un par de pasos de donde se encontraba. Por primera vez en su vida el joven tricolor se sintió solo, faltaba algo a su lado, al voltear a su costado se dio cuenta que Yami, su gemelo, no estaba para llenar la otra manga del camisón —Yami, ¿dónde estás? –Preguntó frustrado comenzando a buscar por los alrededores a su par, se quitó el camisón y recorrió los pasillos de su casa en busca de este sin hallarlo por ningún lado.
Se sentía frustrado, no entendía nada, inclusive se sentía asqueado, no podía escuchar nada, ni siquiera a su madre.
Mientras continuaba su búsqueda pasó por la sala y en la mesita de estar vio una hoja blanca que brillaba gracias a los rayos del sol que entraban por la ventana envolviendo la hoja.
“Yugi Mutou, Trastorno agudo del espectro autista y esquizofrenia paranoide".
Era lo que tenía escrito aquella hoja junto a una nota a lápiz que decía así:
"Cree que tiene un hermano gemelo desde que nació".
“Imagina que una parte de ti es ficticia. Y que todos lo saben menos tú”