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Debilidades por Luthien99

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La lluvia caía sobre su piel, fría y húmeda. El cálido día se había convertido en oscuro y gris, el sol parecía haberse apagado. Sirius pensó con ironía que todo parecía casualidad, el cielo oscuro y las nubes tapando el sol, como si estuvieran de luto. Pensó en cómo hubiera sido asistir a un funeral con el sol brillando sobre sus cabezas y cielo azul sonriéndoles, mientras ellos lloraban desconsolados la pérdida de un ser querido.

El cementerio de Londres era un lugar triste y desolado. Los padres de Marlene eran Muggles y habían pedido que su hija fuera enterrada en lugar sagrado para los católicos protestantes. Estaban todos presentes, todos asistieron vestidos de negro como la misma muerte, acompañando a la familia McKinnon y queriendo despedir a una chica que había demostrado la valentía absoluta hasta el final. Sirius pensó en lo que eso suponía. Iban a despedir a alguien por haber sido valiente. ¿Pero quien le había dicho que había sido valiente en vida? ¿De qué servía decírselo ahora si ella no lo iba a oír? ¿Por qué no se lo dijeron antes, cuando estaba viva?

Sirius miró a Lily, junto a los padres de Marlene y acompañada por James. Sirius y James se miraban y hablaban con la mirada, comunicándose sin ser necesarias las palabras. Sabían por lo que estaba pasando Lily y podía entenderlo. Si Sirius perdía a James no sabría que hacer, no podría mantener la con cordura de la manera en la que Lily lo hacía, no sabría controlarse como ella lo hacía. Si James perdía a Sirius, había un hueco en su vida que nadie podría ocupar nunca. Ambos sabían lo que suponía la pérdida de Marlene para Lily, porque ellos se sentirían igual de ser ellos quienes se perdieran.

Sirius se mantuvo callado toda la ceremonia, muy cerca de Remus. Sirius se cogía de su mano, sus dos cuerpos estaban tan pegados que nadie noto que sus manos se aferraban con fuerza. Sirius debía sujetarse a algo si no quería perder el equilibrio y caer.

—¿Cómo estás? —le preguntó Remus, mientras caminaban hacía la salida. Remus dejó que Sirius le cogió del brazo, no les importó pues todos ya sabían que estaba débil.

Estaría mucho mejor si no tuviera que tomarme cuatro putas pastillas al día que me dejan atontado —dijo con una mueca—. Quiero llegar a casa.

Te dije que debías quedarte en casa, no estás recuperado del todo...

Estoy bien, Remus.

Caminaron hasta la salida acompañados del grupo de personas que habían acudido al entierro de Marlene. De camino, Sirius se detuvo mirando otro grupo de personas que se reunía alrededor de otra  lápida. Estaban enterrando a alguien y su familia se reunió alrededor. Se habían celebrado muchos entierros aquella semana, uno para todos aquellos trágicamente fallecidos en el atentado del Callejón Diagón. Se hicieron eventos honoríficos en memoria de aquellos que habían perdido sus vidas a manos de las fuerzas terroristas. Pero en aquel grupo, había algo o alguien que llamó la atención de Sirius.

Remus se paró a su lado y miró sin entender qué era lo que llamó la atención de Sirius con tanta intensidad.

¿Sirius, qué pasa? —preguntó.

La niña... —Sirius señaló con la mirada a la niña que se aferraba de la mano de su padre junto a la lápida—. Esa es la niña que perdió a su madre.

Y Sirius supo que sus palabras tenían un doble significado entonces. La niña había perdido a su madre. Sirius no supo qué hacer, quiso ir hasta allí y abrazar a aquella niña, pero no lo hizo. Quizás la pequeña no se acordaría de él, y si ese no era el caso, no quería recordarle el fatídico momento.

¿Sirius, qué pasa? —la voz de Remus le devolvió al mundo real.

Sirius vio a la niña, aquella niña de apenas ocho años. Estaba llorando aferrada a su padre —supuso—, lloraba por la muerte de su madre. Si aquella niña no hubiera perdido a su madre y no se hubiera encontrado con Sirius, probablemente hubiera muerto también. Sirius pensó en eso, pero por alguna extraña razón, no le animó demasiado.

Nada... —suspiró—. Vámonos a casa, necesito descansar.

No tardaron en llegar. Pronto estuvieron en la calle Marchmont de camino a casa. Sirius no podía aparecerse por la recuperación de sus quemaduras, así que tuvieron que ir en metro. James y Lily se despidieron de ellos en el cementerio, luego marcharon hacia su casa.

Sirius y Remus llegaron.

El silencio reinó en sus corazones por un largo rato. Sirius llegaba a casa después de dos semanas en el hospital ingresado y a parte de todo eso, el entierro al que habían asistido esa mañana les había dejado los ánimos por los suelos.

No hablaron durante un rato.

Remus se fue a la cocina mientras Sirius entraban en el dormitorio para guardar alguna ropa en el armario. Se le hizo raro estar en casa de nuevo, lo había echado de menos. Remus entró en la habitación y miró a Sirius, sentado en la cama. El chico se quedó en el umbral mirando la estancia con detalle, guardando en su memoria cada parte de aquella visión. Sirius estaba sentando en la cama, guardando sus cosas y le miraba con los ojos enrojecidos, estaba llorando. Odiaba ver a Sirius llorar y durante todos esos días en el hospital, los dos habían llorado como críos. Se habían visto en situaciones extremas en las que habían tenido que comportarse como adultos. El que Sirius hubiera estado tan débil y herido, había hecho que Remus se enfrentara a emociones totalmente desconocidas para él. Pero, después de todo, Sirius ya estaba en casa. Al fin le tenía ahí, a su lado de nuevo. Era una alegría poder decir que por fin, de alguna manera, todo había acabado y las cosas volvían a ser para ellos como antes. Remus caminó hasta Sirius, se quedó de pie frente a él y colocó una mano sobre su mejilla. Sirius le miraba y sus ojos parecían no tener consuelo. Remus no sabía que hacer, la impotencia de no poder consolar a Sirius recorría todo su cuerpo. Sirius estaba traumatizado, estaba herido física y mentalmente y a Remus le dolía. Sabía que ese recuerdo viviría con él, era algo que su espalda siempre iba a cargar y que por mucho tiempo que pasará estaría presente.

Remus acarició su mejilla y Sirius subió la mano acompañando a la de Remus. No necesitaban palabras para decirse que se necesitaban.

¿Será esto siempre así? —le preguntó Sirius.

¿El que?

¿Vamos a estar sufriendo siempre?

¡Claro que no! —reivindicó Remus, frunciendo el ceño.

Ven aquí... —Sirius cogió a Remus y lo tumbó con cuidado sobre él. Sirius abrió las piernas y dejó que Remus se acomodará entre ellas. Sus bocas se unieron en un beso apasionado. Llevaban muchos días sin poder demostrarse cariño, y es que siempre hubo alguien delante mientras Sirius estuvo ingresado y nunca habían podido besarse más rato de lo que les hubiera gustado. Ahora les consolaba la idea de que tenían una casa entera para ellos dos solos.

Remus besaba los labios de Sirius con fiereza, como lo siempre lo hacía. Recorría poco a poco cada rincón escondido de su boca y luego, con más nerviosismo lo volvía a recorrer para que su textura y sabor no se le olvidaran. Sirius le quitó poco a poco la camisa y Remus dejó que hiciera mientras él se entretenía con su boca y es que, si tenía que elegir una parte del cuerpo de Sirius para poder perderse, siempre elegiría sus finos y ardientes labios, su dulce boca.

Habían estado esperando este momento durante muchos días. La fuerza de aquella idea que Remus había tenido que soportar de perder a Sirius, le había hecho necesitarlo más vivo que nunca y la única manera de sentirle vivo, era esa. Cuando notó que Sirius ya estaba tan excitado como él, no lo soportó más. Quitó la poca ropa que les quedaba en el cuerpo y que les separaba de un contacto total y con cuidado le colocó de espaldas a él. Acariciaba su cuerpo y, con una mano clavada en sus hombros y otra en su muslo trasero, apretaba con dureza su cuerpo contra el de Sirius, haciendo que el chico recibiera lentas pero duras y fuertes embestidas. Sirius se movía debajo del cuerpo de Remus haciendo que el contacto fuera más profundo. Ambos tenían la práctica necesaria para que todo saliera a pedir de boca de ambos y dado que los dos lo necesitaban cuanto antes, no habían esperado demasiado ni se habían entretenido en placeres previos.

Sus gemidos se unían en una misma canción.

Las manos de Remus, sin querer, se posaron sobre la espalda de Sirius y este soltó un gemido y Remus pudo distinguir que no era de placer.

Lo siento —dijo entrecortado. Detuvo las embestidas y le besó con cuidado la nuca, llegando sus mejillas. El sudor de Sirius se mezcló en sus labios al saborear la piel del chico.

Tranquilo, estoy bien... —susurró Sirius—. Sigue, Remus... Sigue. —Sirius condujo su mano a la nuca de Remus y le apretó contra él, haciendo que sus bocas se juntaran. Se besaron ahogando gemidos de placer y en seguida, Remus reanudó la marcha mientras seguían batiéndose en batalla con la lengua de Sirius. Al poco tiempo volvió a su ritmo inicial, atacando a Sirius nuevamente con su furia interna. Sirius gemía y Remus ardía de placer. Se sentían sucios y sudados. Estaban teniendo un sexo rápido y sin contemplaciones. Un sexo que no solían tener. Sirius y Remus eran muy cuidadosos con ese tema. Solían ser lentos, perfectos y precisos. Pero ese colapso de emociones estaba llevando a los dos amantes al extremo. No podían esperar a sucumbir a los placeres carnales después de haber estado en peligro de muerte. Y es que, necesitaban olvidar que habían vivido todo aquello, necesitaban desahogarse. Remus lo demostraba en cada embestida de su pelvis, cada una más fuerte que la anterior.

Estaban pegajosos. El sudor de ambos se mezclaba entre sus desnudos cuerpos y las blancas sábanas. Sirius y Remus necesitaban sentirse vivos y esa era su manera de demostrarlo mutuamente.

El día pasó y continuaron con su vida normal. Después de aquella sesión rápida de sexo de mediodía, estuvieron un rato tirados en la cama de cualquier manera. Luego se asearon y comieron algo. El sol ya despuntaba sus últimos rayos y ambos estaban sentados en el sofá, Sirius rodeaba a Remus mientras este leía un libro.

¿Cuándo tenemos reunión de la Orden? —preguntó Sirius.

Mañana a las nueve —contestó Remus sin levantar la vista del libro—. Dumbledore quiere que estemos todos, hay novedades.

¿Te lo ha dicho Lily?

No —dijo Remus—. He estado hablando con Frank —Remus dejó el libro a un lado—. Esta mañana me ha dicho que tienen información nueva sobre un nuevo posible movimiento y la causa de este atentado. Me ha explicado que probablemente sea una táctica de distracción para la población, quieren hacer creer que el nuevo aspirante a subsecretario del primer ministro tiene información sobre este ataque y lo han usado para que tenga más poder mediático... Pero él mismo es uno de los que está detrás de todo...

Quieren llegar al poder —concluyó Sirius con la vista perdida.

Exactamente.

¿Te dije lo de Regulus, verdad? —dijo Sirius.

Remus se incorporó lentamente y le miró.

Sí, lo hiciste.

Por la cabeza de Remus pasó la idea de contarle que Regulus había estado en el hospital mientras él había estado ingresado en la unidad de quemados. Pero supo que Sirius se enfadaría si le decía que su hermano había estado allí y él no le había dejado entrar. La idea le carcomía, pero sabía que Sirius se enfadaría con él.

¿Vas a denunciarlo a la Orden? —preguntó Remus, ya que Sirius le había visto como atacante durante la explosión.

No sé qué hacer..

No lo hagas —dijo Remus—. De todos modos, ellos ya lo tienen como sospechoso.

Supongo... —los ojos de Sirius estaban entristecidos.

La tarde caía precipitosa sobre ellos, el día sucumbía a la oscuridad que el atardecer traía consigo. Remus y Sirius esperaban la visita de alguien y sabía que no tardaría demasiado en aparecer. Sabían que no podían dejar que nadie supiera su pequeño secreto y el hecho de que solo hubiera un cuarto con una cama doble, no lo facilitaba. Tuvieron que hechizar su habitación y convertirla en dos habitaciones con camas individuales. Ese había sido el proceso que habían utilizado siempre que les visitaba alguien que no eran James, Lily o Peter.

El timbre sonó en un único sonido sordo y ruidoso, que hizo erguirse a los dos amantes recostados sobre el sofá. Sirius fue el primero en levantarse y caminar hasta la puerta. El fue quien bajó a recibir a los invitados. Bajo las escaleras que llevaban a la puerta de la calle. La abrió.

Hacía tiempo que no se veían y ambos habían cambiado. Ella era mayor que él, pero el parecido era extraordinario. Sirius saludó a su prima y esta le recibió con un fuerte abrazo.

¡Sirius! —exclamó Andrómeda abrazando a su primo—. ¡Cuanto tiempo! ¿Cómo estás? —Deshizo el abrazo y le observó—. ¡Oh, mírate! Estás guapísimo... ¡Mira que melana! —dijo mientras un estado de alegría le invadía por completo.

Sirius rodó los ojos.

An... —el chico se volvió a abrazar a ella—. Déjate de tonterías... Estoy igual que siempre.

Estás mayor, chico... —Ted Tonks, justo al lado de Andrómeda abrió los brazos esperando un acto recíproco por parte de Sirius, este así lo hizo. Abrazó al marido de su prima y le dio un par de palmaditas en la espalda.

¿Cómo estáis? —dijo Sirius mirándolos a ambos, sonriendo y lleno de alegría de tener allí a su prima después de tanto tiempo—. Estás guapísima, en serio. Te veo muy bien —Andrómeda río y fue entonces cuando Sirius vio una pequeña cabecita asomándose detrás de la pierna de Ted. Los ojos de Sirius se abrieron como platos mientras la niña le miraba —¡¿Qué tenemos aquí?! Ya me preguntaba yo dónde andarías metida... ¿No vas a saludarme? —Sirius se agachó para quedar a la altura de la niña. Ted pasó una mano por la espalda de la pequeña y la hizo avanzar con sutileza y suavidad. La niña caminó hasta Sirius torciendo una sonrisa.

¡Vamos Nymphadora.... Saluda a Sirius! —dijo Andrómeda.

Sirius le tendió una mano al ver que la niña se mostraba vergonzosa hacía él. Esta le miró con curiosidad, pero finalmente le tendió mano y en ver que Sirius sonreía con la mayor de las sonrisas, ella así lo hizo.

Me alegro de verte, Nymphadora —dijo Sirius.

¡Me llamo Tonks! —exclamó la niña y luego miró a su madre furiosa, entonces su pelo cambió de color violentamente, adquiriendo un color rojo fuego qual hoguera en medio de la noche.

¡Aquí no! —Ted la cogió del brazo y la niña volvió a su color habitual.

Es lo que tiene vivir en un barrio muggle... —explicó Sirius—. ¡Venga, entremos!

Subieron las escaleras y en llegar, Remus les esperaba en el umbral de la puerta. Sirius entró y esperó a que Remus saludara a su prima y a su marido. Fue entonces cuando Tonks, que se había quedado atrás curioseando en el pasillo, entró. Unos enormes ojos de color azules inspeccionaron toda la casa cuando se encontraron con aquel chico frente a ella. Remus la miraba con una sonrisa y las cejas alzadas. Era una pequeña niña con el pelo rosa chicle y unos enormes ojos azules. Remus sonreía mientras la niña le miraba. Tonks sintió una gran curiosidad por aquel chico y le inspeccionó de arriba a abajo.

¡Nymphadora! —gritó su madre—. Vamos deja de hacer tonterías y entra de una vez...

Andrómeda y Ted habían ido con Sirius a ver la casa. Mientras que Remus estaba solo en el salón con aquella niña que no dejaba de mirarle con los ojos terriblemente abiertos.

La niña entró en la casa y Remus cerró la puerta. Esta caminó mirando a su alrededor como si estuviera descubriendo algo totalmente nuevo para ella.

Me llamo Remus... —dijo el chico—. ¿Tu eres Nymphadora, no?

¡Tonks!

—¿Tonks? ¡Me gusta! —Remus sonrió, se acercó más a ella y le tendió la mano—. Encantado, Tonks.

Ella no podía creer lo que oía. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien le decía que su nombre le gustaba o al menos la elección de nombre que ella había escogido. Le gusto aquel chico que sonreía con aquella cálida bienvenida.

Encantada, Remus —se atrevió Tonks y le cogió la mano que le había tendido—. ¿Vives aquí?

Sí, vivo con Sirius —la chica alzó una ceja y se acercó al radiocassette que había sobre uno de los muebles del salón.

¿Qué es esto? —preguntó.

Remus sonreía.

Es un radiocassette

¿Y eso que es?

¿Quieres encenderlo? —la niña afirmó con energía con la cabeza. Remus fue hasta allí y tocando uno de los botones encendió el radio cassette. La música comenzó a sonar y la pequeña Tonks no salía de su asombro.

¿Música? —Remus afirmó.

¿Te gusta?

¡Me encanta! ¿Como se llama el cantante? —preguntó Tonks.

Son un grupo, se llaman The Beatles. ¿De verdad que te gustan? —Remus sentía gran admiración por la niña que tenía delante. Y no pudo evitar sentirse terriblemente enternecido por la curiosidad de la niña por todo aquello muggle que tenían en casa. Estuvieron escuchando el cassette de The Beatles hasta que los padres de la niña y Sirius aparecieron en el comedor. Sirius apareció con una bandeja de té y pastas y la puso sobre la mesa.

¿Nymphadora, ya estás haciendo de las tuyas? —dijo su madre al verla allí sentada en el suelo al lado de Remus. Él le había sacado todos los cassettes que tenía y los había tendido sobre el suelo. Ahora los miraban decidiendo cual pondrían después del que estaban escuchando ahora.

¡Déjame, mamá! —se quejó la niña y siguió mirando la cassette de Remus.

An, deja a la niña y ven a sentarte —dijo Ted, que se había sentado en la mesa del salón con Sirius. El chico estaba sirviendo el té mientras Andrómeda llegaba y se sentaba a su lado—. Está muy bien el piso, Sirius... Y la zona es muy tranquila.

Sí, Bloomsbury está muy bien —dijo Sirius—. Y quería estar en el centro de la ciudad, me gustaba la idea, así que me gustó mucho desde un principio —el chico hablaba mientras servía el té—. ¿Azúcar?

Sí, por favor —contestó Andrómeda.

¿Remus, quieres? —Sirius miró a Remus, de espalda a él y sentado en el suelo al otro lado del salón. Estaba al lado de la pequeña niña que reía a carcajadas mientras Remus le hablaba. Sirius adoró aquella imagen, un Remus tan adulto y tan niño a la vez. El chico se giró al oír que Sirius le llamaba y le miró sonriente.

Sírveme una taza, ahora voy... —contestó—. Ahora vengo, ¿sí? —antes de que pudiera ponerse en pie, una manita le sujetó del brazo tirando hacia abajo.

No te vayas... —suspiró Tonks.

Me tomó el té y vuelvo —le prometió Remus—. Puedes seguir escuchando música, si quieres.

El chico se puso en pie y se encaminó hacía la mesa donde le esperaban los padres de la niña y Sirius con el té listo. Se sentó al lado de su chico y dio comienzo una charla exhaustiva después de tantos años sin haberse visto.

Andrómeda Tonks tenía 24 años en ese momento. Había sido expulsada de su casa a las 19, después de anunciar su matrimonio con el joven Tonks. Ella no había reclinado la oferta de marcharse en cuanto antes y así lo hizo. Dejó atrás todo lo que había considerado hogar y se marchó. Tal como lo hizo Sirius. Siempre habían congeniado muy bien. La escasa diferencia de edad había hecho que los dos primos se llevan bien desde el primer día y el hecho de que fueran tan parecidos en carácter y en pensamiento, hizo que ambos cometieron el mismo crimen, traición de sangre. Ninguno de los dos había vuelto a pisar el lugar de donde habían salido, ninguno de los dos había vuelto a cruzarse con aquellos que habían considerado padres y hermanos. Andrómeda visitó alguna vez a su hermana Narcissa después de que ella tomara la decisión de marcharse definitivamente, pero eso ya es otra historia.

Es una pena que tengamos que reunirnos por estas situaciones... —dijo Andrómeda apenada—. ¿Por qué las familias se reúnen cuando pasa algo malo?

Sirius torció una dolorosa sonrisa.

¿Cómo está tu espalda? —preguntó Ted.

Mucho mejor... Parece que el dolor ha desaparecido, pero al mínimo roce o golpe ya me vuelve a doler —miró a Remus por el incidente de este mediodía en la cama—. Pero, es totalmente soportable.

¿Cómo lo curaron? —Ted era apotecario y estaba informado de la ciencia médica mágica del momento—. ¿Utilizaron medicina muggle?

Sí —contestó Sirius—. Morfina para los primeros días. Hasta que me estabilice por los golpes y la pérdida de sangre fue cuando utilizaron magia para curarme. Las quemaduras eran muy profundas y tuvieron que esperar al efecto de la morfina para que yo no sintiera dolor...

Nunca entenderán la importancia que tienen las medicinas muggles —dijo Ted—. Está bien que la utilizaran contigo, chico... Si te sigue doliendo no dudes en volver al médico.

Tengo visita dentro de dos semanas —explicó—. Me recetaron unas pastillas para el dolor y me dirán si tengo que dejar de tomarlas o qué.

¡Bueno! Hablemos de la poción que me pediste... —Ted puso las manos sobre la mesa y Remus se irguió nervioso. Sirius se dio cuenta de su nerviosismo y le acarició la pierna con la suya y la dejó allí, manteniendo así el contacto con el chico—. Debo decir que cuando recibí la carta no me esperaba que se tratara de ti, Remus —dijo el hombre dirigiendo su mirada a Remus—. ¿Cómo es que después de tanto tiempo decides tomarla? La poción lleva en el mercado más de dos años...

Remus se miró las manos.

Me daba miedo —miró a Sirius—. Me sigue dando miedo...

Le insté a que la probara, pero no hay nadie que pudiera proporcionársela y al preguntar en la Orden, Dumbledore me dijo que habláramos contigo...

Has hecho bien —dijo Andrómeda—. ¿Qué hacías hasta entonces durante las noches de luna llena?

Durante los años en Hogwarts Dumbledore me proporcionó la casa de los Gritos para pasar las noches de transformación y allí me convertía en lobo adulto. Y ahora hago lo mismo. Dumbledore me dijo que podía seguir viniendo a la casa de los gritos para mis transformaciones, así que así lo hago. No sé de otro lugar seguro donde no pueda molestar a nadie.

¿Tienes que aparecerte en Hogsmeade cada luna llena? —preguntó Andrómeda.

Es la única manera.

Pues no puedes pensártelo más —dijo Ted—. Tienes que empezar a tomar la poción matalobos ya. No puedes depender de la casa de los gritos siempre. Y además, a tu edad es un problema porque el lobo es más fuerte cada momento, más adulto. Puede que todavía que no hayas llegado a tu forma de transformación más fuerte y adulta. Debes empezar a tomarte la poción matalobos y de algún modo, cuando dejes de tomarla o dejes que la transformación lleve su curso normal, será menos agresivo y fuerte.

¿Cura la licantropía? —preguntó Sirius.

La poción no cura la licantropía, pero alivia los síntomas, lo que le permite al hombre lobo sujetarse a sus facultades mentales después de la transformación —explicó Ted—. Evita que se produzca la totalidad de la transformación, haciendo que el lobo adulto quede reducido a una lobo totalmente controlable. No se efectúa el cambio total, solo parcial del individuo. El lobo es totalmente controlable e inofensivo. Podrías quedarte en este piso encerrado en una habitación, perfectamente —a Remus se le iluminaron los ojos, esto significaba mucho para él—. Es algo muy beneficioso y controlable.

¿Y cuando tengo que tomarla? —preguntó el chico.

Todos los días durante la semana antes de la luna llena —el hombre miró al chico—. Es muy difícil de preparar, pues lleva una alta cantidad de acónito y como seguramente ya sabrás, el acónito es muy venenoso. Por eso se tiene que elaborar con mucha precisión, cualquier alteración o modificación puede resultar fatalmente dañina.

¿Cómo podría elaborarse entonces?

Sin un alto nivel en pociones, me temo que sería imposible su correcta elaboración... —explicó Ted—. No puedo dejar que te expongas, la poción podría tener efectos secundarios dañinos si la receta es manipulada.

¿Entonces, cómo la conseguimos? —preguntó Sirius.

Yo mismo puedo elavorartela, una vez al mes —dijo Ted—. Puedes venir a buscarla una semana antes y así empezar a tomarla ya... Te he traído un caldero con cantidad suficiente para una semana, así podrás probarlo y si decides seguir con ello, te entregaré uno igual cada mes.

Pero es una molestia...

¡Para nada! Lo hago encantado, no debes preocuparte por eso...

¿Y el precio? —Sirius se alarmó.

Por el momento, tengo acónito suficiente que es lo más caro de conseguir. Así que no os preocupeis por el precio. Pero si para Navidad decides regalarme una buena ración de acónito, te lo agradeceré encantado —Ted sonrió y puso el caldero sobre la mesa. Remus inspeccionó el voluminoso objeto que contenía lo que consideró su salvación.

No se como puedo agradecerte esto, Ted —Remus hablaba con el corazón en un puño, con una sensación de alegría que no había podido saborear nunca. Sabía que esa poción no erradicaría su licantropía pero era un gran paso el poder controlar sus síntomas. Sirius hizo más presión sobre su pierna, compartiendo así la ilusión del momento—. No tengo palabras suficientes para agradecértelo... De verdad, ¡muchísimas gracias!

No hay de qué.

La tarde continuó su curso. La visita estaba llegando a su fin mientras los Beatles sonaban de fondo. Tonks no había dejado de escuchar aquel cassette y en acabar, lo puso de nuevo. La tarde había pasado fugaz y sin darse cuenta la noche había caído sobre el mundo.

La visita había concluido y ya estando en el umbral de la puerta, Remus y Sirius se despidieron de la pequeña Tonks. La niña, que había accedido a llevarse uno de los cassettes de The Beatles por insistencia de Remus, se aferraba con fuerza al cassette y lo apretaba contra su pecho. La niña, cogida de la mano de su madre, miró una última vez a los dos chicos que dejaba atrás en el umbral de la puerta. Agitó la mano al aire a modo de despedida mientras Sirius y Remus le dedicaban el mismo gesto acompañado de una gran sonrisa.

Cerraron la puerta cuando la familia ya se había perdido en la oscuridad de la calle Marchmont. Subieron las escaleras y entraron en el piso, quedando resguardados del exterior. Volvían a estar los dos solos, volvían a estar en casa y ya no había nada que pudiera hacerles daño estando entre aquellas paredes.

¿Cómo te sientes? —le preguntó Sirius a Remus una vez en el salón. Estaban de pie junto a la mesa, allí donde residía el caldero con la poción matalobos—. ¿Qué opinás sobre la poción?

Remus no tenía palabras, subió y bajó los hombros suspirando, intentado buscar las palabras adecuadas que expresaran la alegría que sentía.

Creía que sería mucho más complicado... —Remus sonrió—. El pensar que puedo controlar la transformación significa un gran alivio. Podré quedarme aquí y ¡ser totalmente inofensivo!

Sirius se acercó a él y se abrazó a su cuerpo. Remus le correspondió el gesto, esta vez, con cuidado de no tocar su espalda. Cualquier roce o presión sobre ella podría hacerle daño.

¿Quieres celebrarlo? —dijo Sirius deshaciendo el abrazo y mirándole a los ojos con picardía.

Sirius...

¿Por qué no?

Como quieras... —Remus sonrió y dejó escapar una risa maliciosa.

Sirius cogió a Remus de la mano y estiró de él mientras le sonreía con un aire de picardía dibujado en el rostro. Arrastró de él y atravesaron el salón, el pasillo y llegaron hasta los dormitorios. Sirius sacó la varita y con un suave toque convirtió las dos habitaciones en un único dormitorio.

Ahora sí.... —dijo Sirius entrando en la habitación y arrastrando a Remus con él.

El chico se quitaba la camiseta con cuidado mientras Remus se relamía los labios y cerraba la puerta de un portazo. Lo que pasó allí dentro solo lo saben ellos.

 



Notas finales:

¡Al fin, aquí está! Lamento haber tardado tanto en publicarlo, pero les juró que me ha costado muchísimo escribirlo... Bueno, el gran dilema de este capítulo ha sido Tonks... En cuanto a lo demás, ya me dirán lo que les pareció ese lemmon (?) tan... Lo admito, nunca se me ha dado bien. Y Tonks, espero que no haya quedado demasiado raro o nada por el estilo. No quiero que Remus quede como un enfermo con los niños, espero que esa no sea la imagen que da... Ya me dirán, solo espero que lo hayan disfrutado. Hasta el próximo

Besos, Lúthien.


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