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Debilidades por Luthien99

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—Este era el último... —dijo Remus, agotada y descansando sus brazos sobre las rodillas flexionadas. Acaba de subir el último mueble a su nuevo piso. Era una gran butaca de color azul cielo, a conjunto con el gran sofá de color azul klein que habían colocado al lado. Les acababan de traer los últimos muebles que compraron la semana pasada, antes de que Remus se murada oficialmente con él. Era un salón grande. Habían añadido, también, una mesa de roble oscuro justo en medio de la estancia. Era lo primero que se veía al entrar por la puerta. Al lado derecho de la gran mesa, estaba el sofá, la butaca y una pequeña mesita con una radio y una televisión Muggle que Remus había insistido en comprar.

Sirius entró con una gran caja.

—Aquí está la vajilla y los cubiertos... —dijo mientras caminaba hasta la cocina, cargando la caja entre las manos.

Ambos fueron hasta la cocina, saliendo del comedor y girando en el pasillo principal que llevaba a las habitaciones. La cocina estaba al girar a la derecha, justo después de salir del comedor.

Era un espacio bastante grande. Las paredes estaban pintadas de blanco y los muebles eran de un amarillo limón. No habían cambiado nada de la cocina, la habían dejado tal cual como la encontraron. Sirius dejó la caja sobre la encimera. Sacaría la vajilla y los cubiertos más tarde.

Se dio media vuelta y subió de un salto sobre la encimera.

—Es oficial —dijo Sirius. Remus le miraba colocándose entre sus piernas—. Ya tenemos nuestra propia casa, Remus —Este sonrió satisfecho. Le brillaban los ojos— ¿Estás contento?

—¡Mucho! Llevo esperando este momento desde hace mucho tiempo —declaró el chico. Se dispuso entonces a besar a Sirius—. ¿Quieres que estrenemos la cocina?

—Aún no has pasado ni una noche aquí y ya estás intentado hacerme aullar... —dijo Sirius ladeando una sonrisa y acariciando la nuca de Remus.

—Los vecinos van a acabar hartos... —dijo Remus mientras soltaba una sutil risilla—. Tendremos que hacerles una tarta o invitarles al té...

—¿Hacerles una tarta? —preguntó Sirius entre risas.

—Costumbres Muggles —Remus le besó despacio. Había una especie de felicidad nueva en su interior, como si ahora ese fuera su hogar, su familia. Sirius había pasado a un nivel completamente superior al ya elevado del que gozaba antes. Ahora era su prioridad, su única preocupación. Sirius había pasado a ser aquel con el que compartiría todos sus momentos, aquel con quien pasaría las noches, aquel que se encontraría al despertar y con el que desayunaría en su nuevo cocina todas las mañanas. Estaban viviendo juntos y eso significaba compartir su vida. Vivir una vida juntos. Era una felicidad nueva, con otro sabor, otros olores y otras sensaciones nuevas mucho más maravillosas que todo lo antes saboreado, olido o sentido. Era un universo nuevo creado a partir de lo que Sirius y él eran juntos.

Su beso, antes lento y delicado, se convirtió en algo más fiero y salvaje. Un beso que los condujo a introducirse más en la boca ajena. El ritmo del beso les hizo friccionar sus cuerpos a medida que este avanzaba. Sus mentes se nublaron y por un segundo, creyeron saber en que acabaría ese beso.

Sirius le hubiera quitado la camiseta a Remus fieramente y este, devolviendo el gesto, se la hubiera quitado a él. Luego se habría desabrochado el cinturón rápidamente mientras Sirius hacía lo mismo. La cosa hubiera acabado entre gemidos de placer y gritos de lujuria si James no hubiera aparecido en la puerta de la cocina.

—Chicos, no sabéis cuanto siento cortaros el royo —dijo James con voz de fastidio. Estaba apoyado contra el umbral de la puerta de la cocina—. Pero no deberíais haberos olvidado de que estaba esperando abajo...

Remus soltó a Sirius de golpe, girándose a mirar a James frente a ellos. Remus quedó de espaldas a Sirius.

—Estábamos estrenando la cocina —dijo Sirius, pasando sus brazos por los hombros de Remus.

—Ya veo... —James rodó los ojos—. ¿No se os puede dejar solos ni dos minutos, no?

Sirius pegó un salto y fue hasta su amigo. Le rodeó por los hombros y caminaron hasta el salón. Remus les seguía intentando reajustar su cuerpo después de aquel beso que habían dejado a medias.

—Hermano, esto de tener casa nueva es genial... —dijo Sirius con una gran sonrisa—. ¿Te gusta como ha quedado el comedor?

James hecho una ojeada.

—Este sofá parece cómodo y me gusta esa mesa para venirme de vez en cuando a haceros una visita —dijo James, ideando planes para un futuro muy cercano.

—Mientras no nos interrumpas mientras estoy a punto de llevármelo a la cama —dijo Remus, guiñándole un ojo a James. Este soltó una sonora carcajada.

—¡No me ibas a llevar a la cama! —exclamó Sirius indignado. Rodó los ojos y añadió: —Te hubiera dejado hacérmelo en la cocina, cariño.

—¡Basta! —gritó James riendo.

Llegaron a las escaleras. Remus, con una sonrisa en los labios, cerró la puerta con llave y siguió a James y a Sirius. Los tres se quedaron en el recibidor, frente a la puerta cerrada que daba a la calle Marchmont.

—Llegamos un cuarto de hora tarde, chicos... —dijo James, mirando el reloj en su muñeca.

—Lily nos va a matar —Sirius cogió a Remus de la mano y posteriormente a James.

Los tres chicos desaparecieron de allí.

Las apariciones eran muy útiles. No debían depender de ir a pie o utilizar el servicio público de transportes de la ciudad de Londres. Un servicio que encontraban muy lento y abrumador. Siempre que Remus hacía a Sirius usar el metro, este sufría un repentino ataque de estrés y claustrofobia. Sirius nunca se acabaría acostumbrando al mundo Muggle, aunque el chico, pusiera de su parte.

Los tres aparecieron en un callejón no transitado en Leinster Garden.

—Nunca me acostumbraré a las apariciones —dijo James, poniendo las manos sobre su estómago—. Voy a echar todo lo que he comido hoy...

—Va, Prongs —dijo Sirius, empezando a caminar—. Deja de quejarte y mueve el culo...

Los tres caminaron a través de la calle. Tenían que llegar al número 24 de Leinster Garden. Era una calle poco transitada. El sol temía por expirar, sus últimos rayos brillaban furtivamente sobre sus cabezas. Las sombras de las casas se hacían largas a sus pies. Leinster Garden era una larga calle de casas blancas a ambos lados de la carretera. Eran casas grandes, de cuatro a cinco pisos de ladrillos blancos y puertas de roble negro.

El sol ya había desaparecido cuando llegaron al número 24.

—¿Esa es Lily o me lo parece a mi? —dijo Sirius, señalando una chica pelirroja de espaldas que se encontraba sentada sobre la valla blanca de piedra que delimitaba con el jardín privado de la casa.

Los tres chicos llegaron hasta donde se encontraba la figura de la chica. Esta, en notar la presencia de los tres Merodeadores, se giró. Tenía los brazos cruzados al pecho y las cejas fruncidas. Su melena roja cayó hacía un lado en girar el torso para mirar a los chicos. Pegó un saltó y quedó tendida de pie. Los chicos fueron hasta ella.

—Hola guapa —James se dispuso a darle un beso en los labios. Ella lo paró en seco mirándole iracunda—. ¿Qué pasa?
—Llegáis tarde —declaró.

—Va, Evans... Estoy seguro que no somos lo últimos —se excusó Sirius dirigiéndose hasta la puerta.

—Ya están todos dentro... —Dijo Lily, Sirius le sonrió enseñando los dientes.

Todos llegaron a la puerta y entraron.

—¿Cuál es vuestra excusa esta vez? —preguntó Lily mientras avanzaba por un pasillo.

Los demás la seguían.

—La de siempre... No sé porqué razón, siempre que tenemos prisa —decía James—. A estos dos les da por ponerse románticos...

—James —dijo Lily—. Siempre usas la misma excusa...

—¡Amor, es que siempre pasa eso! —se defendía inútilmente.

Remus y Sirius se reían sabiendo que James tenía razón.

El pasillo oscuro y sucio se acabo y una pared les cerró el paso. Los cuatro se quedaron ahí parados, frente a la pared de piedra gris.

—¿Nos hemos equivocado de número o qué? —preguntó incrédulo Sirius, dándose cuanta de que el pasillo de piedra no tenía salida—. ¿Estás segura de que es aquí, Evans?

La chica se giró hacía Sirius y le miró alzando una ceja. Se llevó las manos la cintura y resopló.

—El número 23-24 de Leinster Garden son edificios vacíos que se construyeron para que el tren, que pasa justo por debajo de este suelo, pudiera dejar salir el humo —explicaba Lily, dando por hecho que era algo tan obvio que era una tontería que alguien no lo supiera—. Este edificio, los dos, son solo su fachada. No hay nada a parte de este pasillo que lleva a unas escaleras que bajan a las vías del tren y la fachada con el jardín que da la calle —añadió.

—¿Y la reunión dónde se supongo que está? —volvió a cuestionarla Sirius.

Lily volvió a resoplar.

—¿Sirius, sabes que tenemos la cabeza para pensar y no para aguantar el pelo? —dijo ella.

Lily se giró bruscamente, haciendo que su melena colisionara sobre la cara de Sirius al dar el giro. Este se aparto y dejó hacer a la chica, sabiendo que no tenía nada que hacer contra ella. Lily se acercó a la puerta y empuñando la varita, pronunció un encantamiento y esta se abrió. Al abrirse, los cuatro se asomaron y se encontraron con el vacío. La puerta, como bien había dicho Lily, daba a las vías del tren. Las vías se veían desde lo alto, lejanas y frías ante la espectral noche.

—¿Y ahora? —preguntó Remus, dando un paso atrás por el vértigo que aquellas vistas le provocaron.

—Hechizo de extensión indetectable... ¿Os acordáis de la Sala de los Menesteres de Hogwarts? —los chicos asintieron—. Sí, vosotros la usabais mucho para vuestras citas ¿no?

—No importa eso ahora, —dijo James molesto—. Continua...

—Pues, es algo entre las dos cosas —aclaró—. Dumbledore no especificó el hechizo que había utilizado, solo mencionó el de extensión indetectable y me dijo la contraseña, claro esta.

Los tres amigos aún estaban asombrados por todo la información que Lily les estaba transmitiendo. También estaban un poco nerviosos, dado que esa era su primera reunión oficial con la Orden del Fénix. Sí, esa sería la primera vez de muchas. Lily había sido la encargada de hablar con Dumbledore para que supiera donde se daban estas reuniones.

La chica miró al vacío. Donde parecían verse vías de tren, apareció una puerta de madera flotante.

—Un buen hechizo... —dijo Sirius—. ¿Y cuál es la contraseña? —preguntó.

—No puedo decírtela ahora, Sirius... Podría estar viéndonos alguien, no es seguro —contesto.

La puerta se abrió, dando paso a que los chicos entraran. Lily pegó un salto sin pensarlo dos veces y quedó dentro de la puerta, sobre un suelo. Los demás la siguieron a continuación, dando todos un salto, viendo bajo ellos, las vías del tren y aterrizando sobre el suelo. Cuando Remus, el último en saltar había entrado, la puerta se cerró fuertemente y de un portazo.

—Que eficaz —James alzó las cejas sorprendido—. ¿Y ahora?

—Mira que sois impacientes... —declaró Lily rodando los ojos.

Se encontraban en una habitación bacía y oscura. En el fondo de la gran sala, había lo que parecía otra puerta. Bajo la puerta se refleja una luz cálida y amarilla, que provenía de detrás del portón de madera. Los cuatro caminaron hasta allá y abrieron la puerta. Al abrirla, un pasillo se extendió ante ellos. La luz era cálida y amarillenta y se oían voces provenientes de un gran salón que se distinguí al fondo del pasillo. Los cuatro caminaron, Lily iba por delante y los tres Merodeadores iban detrás, algo asustados.

No era un pasillo especialmente largo. A ambos lados tenía una puerta. Al pasar, se dieron cuenta de que una de ellas estaba abierta y Sirius, curioso, se asomó para ver que había dentro. Dentro de aquella habitación habían camas y literas, no le dio tiempo a ver nada más, pues la marcha de sus amigos continuaba. Llegaron al salón principal de donde provenía la cálida luz y el ruído de voces.

En efecto, había una gran multitud a lo largo de una gran mesa. Fue abrumador para todos ellos al principio, al sentirse observados por todos los allí presentes. Pudieron distinguir entre ellos, Dumbledore presidiendo la mesa, a su lado había un hombre y una mujer que no reconocieron, Marlenne McKinnon junto a Dorcas Maedowas, los hermanos Prewett, Edgar Bones y los Longbotton —recientemente casados— y demás gente que no pudieron reconocer. Alrededor de la mesa se reunían una veinte personas.

—Mi jóvenes amigos —dijo Dumbeldore, poniéndose en pie—. Llegan un poco a deshora, me temo.

Los chicos tomaron asiento. Lily se fue con Marlene y Dorcas, al lado izquierdo de la mesa. Mientras que, Sirius, James y Remus se sentaron en la última esquina del lado derecho.

—Lo sentimos, señor... —dijo James.

—No se preocupen, no hemos hablado de nada importante todavía —declaró el hombre—. Estábamos esperando a que llegaran así que ahora ya podemos dar comienzo a la reunión... —Dumbledore les miró y dudó un segundo—. ¿No falta uno?

—Peter, señor... No ha podido venir —contestó Sirius.

—Vaya —dijo—. Bueno, continuaremos de todos modos.

Nadie hablaba excepto Albus. Todos restaban callados y le miraban expectantes. Muchos de los allí presentes acudían a una reunión de la Orden por primera vez y no se aventuraban a emitir sonido ni pronunciar palabra. Todos se sentían expectantes ante lo que suponía formar parte de la Orden del Fénix, ninguno sabía realmente donde se estaba adentrando, a que nivel se estaban exponiendo ni en como acabaría todo aquello.

Sirius miró a Remus, tenían a James enmedio y tuve que inclinarse sutilmente. Este, le devolvió el gesto. Sus ojos tranquilizaron a Sirius y pronto el discurso de Dumbledore, dio comienzo.

—Es verdaderamente triste que exista la necesidad de tener que recurrir a este tipo de acciones —comenzó a decir Dumbledore—. Es una horrible sensación descorazonadora haber de llegar a estos extremos para poder convatir lo que parece algo incontrolable e impredecible —todos escuchaban atentos—. El tener que reunirnos clandestinamente, escondidos y con miedo a ser descubiertos con tal de salvar lo poco que puede llegar a quedar de lo que fue una sociedad justa y admirable, me recuerda la fragilidad del pensamiento de las personas. Estamos en guerra —matizó—. Y es ahora, en estos momentos cuando necesito de vostros, mis más fieles amigos. Os llamo para luchar contra esta guerra absurda y detener así este levantamiento, poniendo fín a sus absurdos ideales y confabulaciones que han llevado a nuestro mundo a la oscuridad. Y que puede condernos a la muerte —hizo una pausa y respiró—. Alastor, pon al día la situación en el Ministerio...

El hombre al lado de Dumbledore se erguió y dio comienzo a su discurso.

—El Ministerio ha filtrado información a sus más fieles Aurores y me ha llegado la información de un inminente ataque en los meses próximos. No sé ha expecificado lugar, fecha ni dimensiones pero esta clara una cosa, su única finalidad es causar el mayor número posible de daños —hablaba con una voz grave y con la mirada amanazadora, lúgrube y misteriosa—. Se han puesto unas patrullas de vigilancia por todo Londres, de día y de noche, y propongo que nosotros hagamos lo mismo. Hay aquí presente Aurores con una hora estipulada por el Ministerio, pero todos aquellos sin hora impuesta, será necesario que de frorma secreta, se añadan a las patruyas de vigilancia.

—¿De qué se tratan esas patruyas, Alastor? —preguntó Marlenne.

—Són misiones de vigiláncia en las que, vosotros que no sóis Aurores, en secreto vigilaréis a unas personas en concreto —dijo Alastor—. Se os hará conocedores de los Magos sospechosos y debeís vigilar que no aparexzcan en zonas expuestas a posibles ataques...

—Nos divideremos en grupos de dos y vigilaremos por guardias en lugares muy transitadas de la ciudad —dijo la mujer al lado izquierdo de Dumbledore. Era Hestia Jones, una mujer de mediana edat, de larga melena castaña y ojos pardos.

—¿En caso de encontrar a los magos sospechosos... —se aventuró a preguntar Sirius. Todos fijaron sus ojos en él—... qué debemos hacer?

—Detenerles —contestó Alastor—. Detenerles como sea...

—Debéis entender que esta asociación secreta es algo con lo que debemos enfrentarnos a aquella gente que no se a detener dos veces a matarnos —dijo Albus. Todos le escuachaban atentos—. La Orden del Fénix tiene como finalidad y única intención, irradicar la guerra absurda que se ha creado y eso, nos obligará a utilizar las mismas artes que aquellos con lo que queremos acabar, usan. Pero recordar —sonrió—, debéis detenerles, no matar a nadie.

Hubo un silencio en el que todos retuvieron las palbras de Dumbledore en sus mentes, digeriendo la información. Eran palabras duras para muchos. Palabras que significaban el darse cuenta de la situación en la que se contraban.

Una guerra.

—La situación actual es difícil —dijo Albus—. Hemos de ser conscientes de nuestros propies pensamientos. Nos haran daó, nos garan dudar de nuestros más allegados, incluso de nosotros mismos. Pero no debemos desistir ante su poder.

Sirius miró a Remus por detrás de la espalda de James. Remus se dio cuenta de l amirada de Sirius y le devolvió el gesto.

—¿Estás bien? —le susurró Remus.

Este le contestó en silencio, subiendo y bajando la cabeza.

—Alice ¿qué traéis? —preguntó Hestia Jones.

La mujer se erguió y miró a Haestia desde el otro extremo de la mesa. Alice Longbotton —recientemente casada, perdiendo así el apellido de soltera—, era una mujer bajita, de rostro afable, pelo corto y ropajes de colores llamativos.

—El Ministro ha encargado al Profeta que se publiquen unas fotografias de los sospechosos. Eso les hará saber que los buscamos y que sabemos de ellos —dijo la mujer.

—Y eso, no nos ayuda en su busqueda durante las misiones de vigiláncia —añadió Frank a su lado.

—¿Qué haremos entonces? —Edgar Bones era uno de los Aurores allí presentes, junto a Frank y Alice—. Sino publican las imagenes, podriamos exponer de mismo dodo a la población —añadió—. No podemos hacer nada.

—¿Puedo preguntar quienes son los sospechosos en busca? —se aventuró a decir James.

Albus miró a Alicce y la chica, inmediatamente, saco de una bolsa que tenía osbre las piernas, unos papales. Los repartió por la mesa y las hojas llegaron a todos los presentes en la reunión.

—Los más peligrosos son aquellos que se han dejado ver en público cometiendo delitos —dijo la mujer—. Han habido más de un encuentro entre Aurores y estos individuos. Algunos no acabaron muy bien, pero hemos podido obtener mucha información gracias a estos ataques...

—Son los más peligrosos y de los que sospechamos más para el atentado del que nos han avisado —dijo Frank, mirando a los presentes muy serio—. Lestrange, Rosier, Dolohov, Malfoy, Black...

Sirius sintió un nudo en el pecho. Se lo esperaba, pero no quería oírlo. Remus deseó poder estar a su lado y hacerle saber que estaba ahí y que no debía temer por nada.

—Son familias que se mueven juntas, han utilizado a sus miembros más jóvenes, instruyéndoles para las artes oscuras y para poder atacar en el momento propicio —dijo Edgar—. Pero ellos no son los más peligrosos...

—Los de alto peligro son los más cercanos a Voldemort —explicó Alice—. Aquellos que estuvieron con él desde sus inicios en Hogwarts. Ellos han sido los que han hurtado el plan con él desde el principio.

Sirius empezó a buscar en los retratos de las fotografías de las hojas que habían repartido. Buscó a Regulus, lo buscó desesperado. Encontró uno que parecía encajar y coincidir con el rostro del chico que recordaba como Regulus Black, su hermano menor. Hacía cerca de dos años que no lo veía. Él había dejado Hogwarts y se había ido a Durmstrang mientras Sirius cursaba su último año. Desde ese momento, no lo volvió a ver. No había oído nada de Regulus, nada hasta entonces, hasta esa noche. El retrato que encontró no sé parecía al Regulus que él recordaba pero, sin duda, era él.

—Bien, tengo copias para todos... —dijo Alice—. Es importante que tengan en la mente los rostros de esta gente para cuando sus turnos de vigilancia empiecen... Serán a partir de la semana que viene.

La reunión continuó. Sirius desconectó a partir de ese momento, pero los de más se mantuvieran atentos en todo momento. Acordaron las parejas para las vigilancias. A Sirius le tocó con Marlene, a James con Edgar Bones, a Lily con Dorcas y a Remus con Gideon Prewett. Todos cumplirían con sus misiones en sus horas estipuladas con la mayor seriedad y responsabilidad.

Salieron de allí en cuanto pudieron. Necesitaban escapar de realidad por un segundo y emerger, de nuevo, en su burbuja de felicidad. Sirius no podía soportar mucho más tiempo aquella reunión, se le había hecho eterna.

Sirius, Remus, James y Lily se aparecieron en casa de Sirius y Remus.

—Vayámos a comer algo —dijo Sirius—. Invito yo..

—Hay un bar a dos calles —añadió Remus—. Sirius y yo cenamos el otro día y no estuvo mal...

Salieron a la calle Marchmont y caminaron despacio hasta llegar al cruce con Tavistock Place, siguieron caminando por Marchmont Street y finalmente llegaron a la calle Leigh.

Caminaban en silencio, a penas habían hablando entre ellos desde que salieron de la reunión.

En el número 7 y 8 de la calle Leigh había un pequeño bar con las puertas rojas llamado North Sea Fish. Era un pequeño local de luz cálida. Al entrar se sentaron junto al ventanal que daba a la calle Leigh. 

Era tarde, habían salido de la reunión a las once y media de la noche. Cuando la reunión acabó, se habían quedado hablando con Marlene y Dorcas en Leinster Garden. Las chicas se habían marchado a su respectivas casas, cansadas por el agotador día y el exceso de información.

Pidieron sus comandas.

—¿Qué os ha parecido? —preguntó James, junto a un a Lily distraída.

—Ha sido difícil —comentó Remus—. Quiero decir, es difícil darse cuenta y entrar en una guerra. El darse cuenta de donde nos estamos metiendo...

—Creo que es una manera de estar atentos a la situación actual —dijo Lily—. Ojalá no fuera así.

Sirius miraba su plato. No había probado bocado y su trozo de pescado aún estaba entero.

—Las misiones me preocupan —dijo James—. No voy a saber como actuar o reaccionar si veo a algún sospechoso...

—Tu solo has de atraparlo—comentó Lily—. No debes tener miedo, el miedo paraliza.

—Mi chica es una valiente —comentó besándola mientras ella sonreía acariciando su pelo.

—¿Estás bien, Sirius? —preguntó Lily, apartando a James con la mano y tornando en un tono serio—. Apenas has probado bocado...

—No tengo mucha hambre —contestó el chico, desanimado.

—¿Qué pasa, Pad? —preguntó James, inclinándose.

Remus le miró y rodeó la espalda de su silla con el brazo.

—Mi hermano estaba entre ellos... —dijo Sirius sin levantar la vista del plato—. Su cara estaba entre los sospechosos de la Orden.

Sirius se llevó la mano derecha al bolsillo de su pantalón y sacó una hoja de papel doblada. Lo puso sobre la mesa y lo dejó allí. Remus cogió el papel y lo abrió, desdoblándolo.

Regulus Black estaba cambiado. Sus ojos habían menguado a causa de sus parpados caídos y sus ojeras oscuras. Sus rostro había envejecido. El pelo estaba mucho más corto, casi rasurado. Todo él parecía diferente, pero sin duda, era Regulus.

—¿No has sabido nada de él?

—No —contestó Sirius.

—¿Desde cuándo?

—Desde Hogwarts. La última vez fue antes del verano antes de séptimo —dijo el chico.

—Podrías ponerte en contacto y hablar con él —Lily intentó ayudarle, pero ella no estaba muy puesta en el asunto y no conocía de primera mano todos los problemas que los dos hermanos habían tenido.

—¿Hablar con él? —Sirius se rió lleno de dolorosa ironía—. Nunca más, él para mi ya no es nada.

Hubo otro silencio.

Comieron la comida en sus platos callados. Cada uno asimilando toda la información que habían recibido. Lily intentó cambiar de tema, quiso poder ayudar.

Habían acabado sus platos cuando la chica decidió intervenir.

—¿Qué tenéis para el día 6 de julio? —preguntó Lily.

—¿Por qué lo dices? —Remus la miró frunciendo las cejas.

—Tengo planes —la chica sonreía ilusionada—. Y cuento con vosotros...

—¿Qué planes tienes Evans? —dijo Sirius, entrando en su juego y sonriendo levemente.

—¡Me caso, Black! —exclamó la chica alzando los brazos en alto.

—¡Eh! —bramó James indignado.

—Vale, vale.. —rodó los ojos—. ¡James y yo nos casamos!

Sirius dio un bote en la silla, llamando la atención de todos los comensales allí presentes.

—¿Os casáis? —exclamó una vez tendido de pie frente a ellos.

La angustia y dolor causado por el recuerdo de Regulus se había almacenado en un pequeño hueco de su mente. Luego lo hablaría con Remus, él le ayudaría más tarde en llegar a casa, su casa.

—Si, hermano... ¡Nos casamos! —añadió James.

—¡Oh, Merlín! —Sirius se lanzó a James por encima de la mesa y lo abrazó—. ¡Hermano, enhorabuena!

—¡Gracias, Pad! —se separaron y James, poniéndole una mano sobre el hombro y le dijo—. Y en el día más importante, quiero que tu seas el Padrino —James sonreía con la mayor de las sonrisas, esperando una respuesta por parte de Sirius que parecía confabulado.

—¡Creo que voy a llorar! —dijo y volvió a abrazarle, emocionado.

La noche se había vuelto de otro color. Las cosas se habían mejorado en tener la buena nueva por parte de James y Lily. Sirius se había olvidado de todo por un momento y pensó, únicamente, en la felicidad de James y su futura mujer. No había nada que Sirius deseara más que la felicidad de aquellos que más quería.

Notas finales:

Y hasta aquí el segundo capítulo. ¿Qué les ha parecido? Espero ansiosa vuestras opiniones. 


Quiero aclarar algo, para aquellos que no entiendan porqué la Orden no es en Grimmauld Place, muy sencillo, Sirius aún no ha heredado la casa y por eso aún es propiedad de sus padres. El sitio donde he situado la sede de la Orden existe, Leinster Garden está en Londres y es cierto que son casas bacías, son solo su fachada. Me pareció un buen lugar y situé allí la sede. 


¡Nos vamos de boda! Mmm... ¿Os hace ilusión? Esto ya está en marcha, muy pronto el siguiente capítulo... Hasta entonces,


Besos, Lúthien. 


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