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Cuando el Día y la Noche se Juntan por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡He regresado!

No diré mucho ahora, para eso nos leemos en las notas finales. Ahora sólo espero y disfruten de la lectura. 

El sol, la luna y tú.

El tiempo es inmisericorde, por más deseos fervientes que en tu corazón puedan habitar, jamás detendrá sus pasos, jamás se desviará de su objetivo, el tuyo, el de ellos... el de todos. Es un parpadeo, un incontenible parpadeo, con tan sólo eso sabrás que el tiempo pasa a prisa, firme, constante y sin una respuesta fija. No te la dará hasta el final.

 

Quizá este en ti hallarla.

 

Los árboles perdieron todas sus hojas y los días se hicieron cortos. Así, el bosque te parecía un poco más sombrío, como al principio, pero recuerda, el tiempo jamás retrocede. Lo sabías, pero la sensación no abandonaba tu cuerpo, aun así, el sol siempre estaba ahí para reflejarse en la nieve que durante la noche caía, copiosa, cubriendo cuánto suelo había en todo el lugar. Estaba ahí para recordarte que tienes un hogar.

 

Extendiste tu mano capturando en ella un pequeño copo de nieve, había comenzado a nevar temprano, Kanon ya se había marchado. Apretaste tu puño sintiendo el frío tacto, viendo hacia ningún lado en especial, solamente sentiste ganas de quedarte ahí, de pie en la entrada a tu hogar, mientras en tu cabeza y hombro comenzaban a formarse pequeños cúmulos de la blanca nieve, el cielo estaba particularmente oscuro, por lo que supusiste la noche ya había llegado, pero de Saga todavía no había señales.

 

A veces sucedía. Recordaste la primera vez que pasó. Conforme los minutos trascurrían el temor se apoderaba de tus venas, disparando una señal de alarma en todo tu ser ante su ausencia. Habías estado a punto de salir en su búsqueda cuando su imponente figura abarcó tu angustiada mirada, recibiéndolo con un abrazo casi asfixiante apenas cruzó el umbral. Luego, esas ausencias comenzaron a parecerte normales, nunca preguntaste a qué se debían, porque lo sabías muy bien, luego de observar esos ojos cansados que trataban de esbozar una sonrisa que nunca llegaba.

Era una de esas noches, por lo que suspiraste apretando un poco tus parpados, decidiendo que ya estaba bien del frío, todavía no llegaba el invierno, pero la nieve tempranera lo anunciaba ya. Entraste a tu hogar, dispuesto a preparar la cena.

 

La convivencia entre tú y los gemelos después de saber las consecuencias de haberte quedado no fue sencilla, y lo sabías. No comprendías a ciencia cierta ese "momento" por el que los gemelos aguardaban al parecer, como el aire que mantiene vivo a los seres vivos. ¿Acaso era un día en específico? ¿Un acto? ¿Será acaso, que aguardaban por que seas tú quien despertara un día y dijeras a boca suelta que los deseabas desnudos para tocarlos a placer?

 

¡Oh, no! De sólo imaginarlo te ardían las orejas.

 

Concentraste tu mente en ser útil para ellos, recogías los alimentos, limpiabas la cabaña, incluso eras tú quien acompañaba a Saga en la noche a alimentar a tu caballo, el que te había dado tremendo remordimiento por haberlo olvidado después de todo lo que te sucedió. Nunca hablaban de aquello, pero sentías en tu espalda una mochila demasiado pesada.

 

Los días eran un poco más difíciles de llevar, con un Kanon cada vez con más confianza en tu espacio personal, largando a diestra y siniestra cuanta palabra sugestiva se le ocurriera para tu completo bochorno. Alabando tu destreza a la hora de utilizar el arco para cazar algún animal ¡Cuánto habías extrañado ese arco!

 

Incluso habías compartido más besos con el gemelo de azules cabellos. Eso te alegra, no puedes mentirte a ti mismo, cada vez que la mirada de Kanon comienza a traspasar tus defensas, sientes como es tu propio cuerpo quien acusa la cercanía, quien anhela el contacto y te aterra, porque de nuevo comienzan esa danzas de preguntas sin sentido que se aferran a tu consciencia, demasiado acostumbra todavía a tu antigua y represora manera en la que te hicieron vivir y creer. Estaba mal. Muy mal.

 

No debías besarlo, sin embargo cuando sus manos se aferran a tu cuerpo y te cubre de ese abrazo cálido y protector, todo termina por derrumbarse. Lo entiendes. Aun así no se siente correcto ¿Por qué?

 

Muy por el contrario, Saga mantiene esa distancia que provocaba un golpe como si de repente, una gran piedra cayera en tu estómago. Dolía. A pesar del tiempo que llevas con ellos, Saga sigue firme en su postura de aparente indiferencia, sus ojos siempre se mantienen fijos en ti, te estudia, analiza cada palabra y las noches pasan a ser jornadas de largos relatos de tiempos donde todo podía ocurrir. Tú sonríes, pero dicha sonrisa le cuesta llegar a tus ojos, acostumbrados a demostrar más que las palabras, en eso te parecías al gemelo, con la única diferencia de que a ti no te molesta exponer tus sentimientos. Cenan en armonía, y se recuestan, algo que descubriste de ellos dos en ese tiempo, es que Saga luce extremadamente cansado cuando regresa de su trasmutación, Kanon, por el contrario, rara vez dormía.

 

Escuchas un pequeño ruido cerca y tus labios instintivamente dibujan una sonrisa. Dejas la cena a medias para recibirlo, y te sientes estúpido por hacer esas cosas que generalmente hacen las mujeres; aguardar por sus maridos. Mas descartas esos pensamientos en cuanto el gemelo te regala una de esas sonrisas de bienvenida que ya te sabías de memoria. Esa que deja entrever que le ha costado mucho volver.

 

—Hola, veo que no te ha ido muy bien—y no sabes muy bien porqué, pero te acercas y depositas un beso rápido en su mejilla.

 

—Estoy agotado, pero bien, ¿Cómo te ha ido a ti?

 

Tomas su brazo y lo ayudas a acomodarse en la silla, sabes que en unos minutos volverá a ser el mismo de siempre. Y le platicas de tu día, de cómo Kanon ha espantado cuanto animal quisiste cazar porque le pareció divertido truncarte la cacería. ¡A claro! pero sabías que el travieso gemelo lo hacía solamente porque estaba celoso de que fueras tú quien le llevara la delantera en la puntería. Saga te observaba divertido y es que le enternecía, la manera en que inflabas tu pecho orgulloso cuando exclamabas que con el arco ninguno podría ganarte. Cenaron.

 

Y ahí estabas, el frío había comenzado a ser fiero en esa época del año, y muy pocas veces la luna se dejaba ver, el cielo se cubre una vez más de espesas nubes que dejan caer sobre el bosque la copiosa nieve. Saga te tiene entre sus brazos, mientras observan juntos el chisporroteo de la madera que arde dentro del hogar. Tu cuerpo se relajó con la bella imagen y dejaste caer tu espalda sobre el fuerte pecho del gemelo, si era posible, aferró más su abrazo. Giraste sobre tu hombro para ver su perfil, tan gallardo, tan masculino y hermoso. El fuego hace brillar su pálida piel y resalta esas dos gemas verdes que tiene por ojos. Y lo sentiste en tu pecho, ese palpito no podía ser por otra cosa, ese cosquilleo en tu interior, que baja vertiginoso hacia tu vientre y descubriste con algo de sonrojo, que son ridículamente ciertas las «mariposas en el estómago» Jamás sentiste nada igual, siquiera con Shura, de quien alguna vez pensaste estar enamorado.

 

E-N-A-M-O-R-A-D-O

 

Paladeaste con cuidado y sin sonido cada letra, recibiendo a cambio un ligero temblor ante lo pensado. Amabas a ese gemelo, amabas a Saga como no pensaste amar a nadie. O sí, porque inevitablemente tu mente te tajo a colación la pícara sonrisa de Kanon, tan radiante que el vuelco en tu estómago se tornó febril, tu mirada se desvió de Saga fugazmente hacia la ventana, la luna aún no se dejaba ver. Recuperaste tu posición inicial, conectando tu mirada a la curiosa del gemelo. Están inusualmente en silencio, pero no es incómodo, para nada, se siente natural, especial... revelador.

 

—¿En qué piensas?—Saga apartó una mano de tu cintura, para acariciar tu mejilla. Te dejaste hacer, disfrutando con renovada emoción el contacto, sintiendo como tu corazón se agitaba queriendo gritar lo que sentías.

 

—En ti, en lo hermoso que eres—dijiste sincero, sonreíste maravillado por el intenso sonrojo que decoró el rostro de tu gemelo.

 

Tuyo. «Mío»

 

—No digas esas cosas Aioros, o no podré contenerme.

 

—No entiendo por qué lo haces, yo estaría de acuerdo—Saga frunció su ceño ligeramente, suspiraste al fin—, de acuerdo, ya no insistiré... Saga.

 

—¿Qué ocurre?

 

—¿Cuándo sucederá?

 

El gemelo no te respondió de inmediato, pero pudiste sentir como su cuerpo se tensaba y se apartaba un poco de ti. Sentiste la decepción otra vez como ese trago amargo que te lastima el estómago, mas después de esos angustiosos segundos, Saga tomó tu cuerpo, para que giraras, ubicándose uno frente al otro. Sus ojos se encontraban distintos esa noche, no se sentían cálidos como siempre, no parecían susurrarte esos deseos que el gemelo no podía darle voz. Había algo de derrota en ellos. Y no querías eso, no soportabas presenciar cómo se desmoronaba, pedazo a pedazo. Y algo dentro tuyo resonó con violencia cual epifanía. Al parecer, Saga aún era reticente a la idea de que alguien en verdad podría haberse enamorado de ellos, de desear sinceramente el pertenecer tanto a Kanon como a él.

 

A ti también te costaba creer que un sentimiento así podría llegar a existir, pero era verdad. Algo absoluto y perfecto que cubría todas aquellas dudas que antes habías experimentado; esa sensación de que no era correcto. Algo que no está completo jamás será correcto.

 

Y a ti, te faltaba Saga para serlo. Kanon ya estaba en ti, ya te pertenecía. Un pedazo de aquella alma dividida ya te correspondía. Ahora debías hacerle entender a Saga, que estar juntos, era sin dudas, lo correcto.

Acariciaste su rostro, conmovido, una serenidad que hace mucho tiempo no sentías se instaló en tu corazón, deshaciendo ese peso en tu espalda... al fin estabas en paz con tu alma y pensamientos. Ya no había dudas.

 

—Saga...—pronunciaste su nombre en un susurro—, ¿por qué sigue habiendo dudas en ti?

 

—¿Acaso tú no las tienes?—habló, cerrando sus ojos ante tu tacto.

 

—No. Ya no—.Tu voz sonó tan firme, una vehemencia que no creías tener. Saga volvió a abrir sus ojos, la curiosidad nadaba en sus pupilas, eso, y también ansiedad. Extrema ansiedad.

 

—¿Qué cambió?

 

¿Qué cambió?

 

Hasta hacía escasos segundos, esas mismas dudas que no permitían a las emociones de Saga avanzar, esas mismas dudas eran las que a ti te carcomían. Las mismas por las que te sentías estancado en un punto ciego en el tiempo, imposibilitándote de caminar hacia algo nuevo y especial. A lo que en definitiva era tu destino, el que por muchos años soñaste con un velo que enturbiaba la visión, dejando ese sinsabor de correr sin poder nunca alcanzar a ver la claridad, llorando por aquello que se te negaba. Conformándote con ser el niño valiente que perdió a sus padres y se convirtió en guerrero, el hermano mayor y el mejor amigo. ¡Y claro! Cómo no dudar, si cuando decidiste revelar apenas un vestigio de lo que tu corazón anhelaba, se te fue quitado todo, con tan sólo mostrar una ínfima parte de ti, dejaste de ser el guerrero, el hermano mayor... el mejor amigo, formando parte de aquellos que viven en la oscuridad, repudiados, condenados a llevar la marca de Caín. Deshonra.

 

¿Qué cambió entonces?

 

—Que es tiempo de dejar de pensar en qué es lo correcto para los demás.—sonreíste—, tardé en entender que no porque alguien te diga que es malo, debe ser necesariamente cierto. Y para mí, Saga, tú y Kanon... es lo adecuado, lo correcto.

 

Y qué si los aldeanos te quemaban en la hoguera.

 

Y qué si el mundo se volvía contra ustedes.

 

Al diablo los demonios que no te dejaron nunca avanzar. Ya no dejarías que eclipsaran tu felicidad porque ellos no la comprendían. Ya no más de mantener tu felicidad encapsulada en tu interior por el temor al rechazo, por temor a pertenecer a la oscuridad y desdicha de la que te hablaron, sabías muy bien que no era así, que jamás habría oscuridad o deshonra en tu sentir, nunca junto a los gemelos.

 

El espacio que los separaba se esfumó al instante, siendo tú quien irrumpió en Saga, cansado de pensar tanto, de darles tantas vuelta a un asunto que estaba más que zanjado. Claro, como los días que Saga representaba, sereno, como las noches que Kanon vigilaba. Esencial. Así lo sentiste, cuando al fin tus labios reconocieron los del gemelo, cuando la unión se hizo presente y comprobaste que aquellos labios finos y ligeramente rojos sabían a amanecer. Y Saga también se rindió tomándote entre sus brazos para apresarte en un abrazo posesivo, marcando la necesidad de comprobar físicamente que estaba ocurriendo realmente, que eras tú y no otro quien lo besaba, quien se entregaba a él... quien lo amaba.

 

Y Saga besaba distinto de Kanon, era atento, cuidadoso, tortuosamente respetuoso. Tu cuerpo hervía, encendiendo una flama hasta ahora desconocida en ti, presionaste tu lengua sobre sus labios, con un claro mensaje que Saga correspondió entreabriéndolos para que tu lengua se apoderara de su boca. Sus manos rompieron el abrazo pero no te soltaron, se deslizaron por los costados de tu cuerpo, recorriendo tus curvas, acariciando el nacimiento de tu espalda, descendiendo al final para apresar tu trasero ¡qué bien se sentía! Tus labios se separaron en busca de una bocanada de aire, pero en vez de eso dejaron escapar un gemido cuando esas manos ya no te acariciaban sobre la tela de tus vestimentas, estas se habían colado tocando la piel de tu abdomen, de tu espalda, cadera... Saga abandonó tus labios bajando hasta tu clavícula, besando, dejando un rastro brillante. Apretaste tus ojos con fuerza mientras tus labios se mantenían entreabiertos gimiendo lastimeramente.

 

Y tus pensamientos se nublaron, infinitamente feliz, maravillado por esas primerizas sensaciones, ese deseo oculto de más. Los sonidos que de la boca de Saga salían te torturaban de una manera increíble. Quisiste llorar, reír y gritar.

 

—¿Cuándo?—dijiste ahogadamente.—¿Cuándo, Saga?—repetiste.

 

Saga te abrazó, enterrando su rostro en tu cuello, su cuerpo temblaba y su respiración estaba acelerada, tú te encontrabas en una situación parecida. Sabías que debían detenerse ahí, antes de llegar a un punto sin retorno y aunque esa idea te emocionaba demasiado, también era cierto que el deseo de tener a Kanon ahí era mucho mayor. Tus mejillas enrojecieron de pronto y sonreíste al percatarte de lo ridículamente natural que sonaba aquello en tu mente. Esencial, así era.

 

—Se dice que el solsticio de invierno marca la distancia más grande entre el día y la noche, existe la leyenda que cada dos siglos, durante la última hora de la noche, justo antes del amanecer, se produce el momento más oscuro, abandonando la noche pero sin presenciar el día... no existen el uno del otro separados; conviven, se unen... son uno solo. No hay minutos, no hay horas, el tiempo muere mientras el sol se aleja de la órbita eclíptica.—Saga se encontraba nostálgico o eso te pareció, no obstante, te mantuviste en silencio, no reprimiendo aunque quisiste un ligero escalofrío—.Con Kanon hemos presenciado muchas veces este fenómeno, pero jamás hubo quien estuviera ahí para nosotros. Es la única oportunidad que tenemos de coexistir durante un periodo extenso. Parece magia, el tiempo se distorsiona, como si fuésemos absorbidos por una dimensión errante sin tiempo y espacio… ya han transcurrido doscientos años desde el último.

 

—¿Qué sucederá después? Quiero decir, con el día, con la noche… con el tiempo. Ustedes representan algo eterno…

 

—No lo sabemos… pero antes de nosotros también hubo días y noches, entrenamos bajo un sol autentico, descansamos bajo una luna de brillante verdad. ¿Qué tal si fuimos nosotros los falsos? ¿Qué tal si esa bruja ocultó el verdadero sol bajo su hechizo? Si es así, durante siglos el mundo vivió lejos de un día real.

 

Vivir lejos de un día real… vivir lejos de una verdad, lejos de un ser autentico. Ese habías sido tú durante todos esos años, quien vivió bajo la sombra de tu verdadera naturaleza, sintiéndote infeliz con el correr de los días, de los años, ocultando una capa de amargura a la vez, demostrando que podías ser quien ellos quisieron que fueras. Pero no fue así, no lograste ser feliz, no lograste ser el guerrero de alabada virtud… ahora tienes la oportunidad de ser, por primera vez, lo que ellos te obligaron a callar.

 

El solsticio de invierno comenzará en tres días.

 

••

 

Había calma, se sentía, se respiraba; quietud. No estabas muy seguro de la hora, pero ya debería estar por amanecer, desde afuera se sentía un tenue sonido, como el rasguño de una rama sobre la madera y a eso se le sumaba el sonido reconfortante que producía Saga al dormir, su respiración era tan sosegada… tu mirada, que hasta hace instantes observaba el techo, se posó en el gemelo, en sus dorados cabellos, tan suaves, en el calor que su cuerpo te regalaba. Estaba un poco más pálido. Traslucido.

 

Ya era hora.

 

Un suspiro se escapó de tus labios preparándote para contemplar un vez más el fenómeno. Saga no despertó, pero a ti te pareció que lo prefería así, su cuerpo, con los primeros vestigios de luz que se asomaba, perdía densidad, y la primera luz apareció, el cuerpo de Saga comenzaba a desmaterializarse en miles y miles de pequeñas esferas de una luz dorada cegadora, cuyas se elevaban hasta el firmamento para pincelar el cielo de claridad, desdibujando las estrellas, terminando con el centinela de la noche.

Al mismo tiempo, pequeñas esferas de luz celeste comenzaban a descender, eran esas estrellas que del cielo desaparecían con la fulgor de Saga, caían cual lluvia, acumulándose en un sólo punto, delineando una figura harta conocida para ti. Un poco de aprensión se apoderó de tu pecho, últimamente no había contacto entre Saga y Kanon, ni unos segundos para contemplarse, ya que, cuando Kanon terminaba de bajar, Saga ya estaba despuntando.

Cuando terminaste de ver el amanecer, ya te recibía una sonrisa encantadora. Tú sonreíste también.

 

—No has dormido.

 

—¿Cómo sabes?

 

—Oh, lindura, ¡yo lo sé todo!

 

No pudiste evitar reír, Kanon estaba de buen humor, había un brillo intenso en su mirar que te llamó la atención. Estaba tramando alguna travesura, sin dudas. No pidió permiso y te estampó un beso de buenos días sobre tus labios, correspondiste, claro. Ahora mucho más emotivo que otras veces.

 

—Prepararé el desayuno.

 

—Deja, carga algunas frutas en la canasta y vístete, ¡saldremos!—alzaste las cejas con curiosidad, Kanon corrió, literal, al baño, perdiéndose de tu vista por unos momentos.

 

Sonreíste por la efervescencia que trasmitía el gemelo y te dispusiste a hacer lo que te había indicado. Colocaste unas manzanas, algunos frutos secos y una botella de leche en la canasta, recordaste también que sobre la encimera había algunas galletas que hiciste y las metiste dentro de la canasta también. Cuando te disponías a vestirte, Kanon regresó listo para enfrentar lo que sea que en su mente se estaba gestando.

 

—¿Y dónde iremos?

 

—Es sorpresa, sólo apresúrate, debemos aprovechar la mañana.

 

Asentiste y en menos de cinco minutos ya estabas listo y abrigado, afuera hacía un frío de los mil demonios. Kanon tomó de tu mano y se colocó la canasta a los hombros. Se veía emocionado y eso te generaba un calorcito en el pecho. Durante el camino intentaste hablarle, pero no conseguiste sacarle más que monosílabos, estaba concentrado y tú lo estabas en él que no notaste el paisaje a tu alrededor. Ahora el calor había desaparecido, reemplazándolo por un hielo que recorría tus venas. Conocías muy bien ese camino. Era el que conectaba el bosque de tu pueblo. Estaban las marcas y carteles que los aldeanos habían colocado para no perderse. Apretaste la mano de Kanon deteniendo el recorrido.

 

—Kanon, ¿qué haces?—tu voz sonó estrangulada.

 

—Dije que era una sorpresa—el gemelo seguía con su sonrisa.

 

—No quiero ir allí, no quiero cruzarme con nadie.

 

—No lo harás, confía en mí.

 

Suspiraste, asintiendo una vez más para continuar el recorrido. No pasó mucho tiempo para que el claro del bosque se hiciera visible, era el final del camino, de allí en adelante se encontraba el pueblo, ya podías divisar la enorme cruz que se situaba a lo alto de la iglesia y el hogar donde fuiste criado. Se escuchaba el trote de caballos cerca, el pánico se apoderó de ti por completo. ¿Qué harían al verte? ¿Qué harías tú al verlos? Pero antes de que alguien apareciera, el gemelo tiró de ti para ir por un pequeño sendero escondido, que rodeaba al pueblo. Kanon te explicó que era parte de la magia del bosque, ya que tanto tu voluntad como la de él, era no ser vistos. Algo que te alivió enormemente. Llegaron a un pequeño espacio cubierto de zarzamoras, y tu corazón dio un vuelco al observar hacia el frente.

Era el patio de entrenamientos del ejército, donde tú te entrenabas como arquero, pero no fue ver la arena de combate lo que te oprimió el corazón, claro que no. En esos momentos, Aioria blandía una espada, mientras Shura se defiende y contraataca con la agilidad y gracia que recordabas de él. Tu mirada quedó absorta en ellos dos, en las sonrisas de camaradería y la presteza que tenían al combatir. Aioria lucía tal y como lo recordabas, quizá con el cabello un poco más largo. Y un sentimiento agridulce te golpeó de repente, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuviste junto a él, y mucho más desde que entre ustedes las cosas funcionaban bien. Y ahora, podías notar con tan sólo observarlo, que se hallaba feliz, que al parecer no te necesitaba en lo absoluto. Quizá y ya no te recordaba. Pero no te sentías con el derecho de reprocharle nada, aquel día junto a Kanon habías tomado una decisión sabiendo que impactaría directamente entre Aioria y tú, que marcaría una distancia de la cual y muy probable, no había retorno. No te arrepentiste, hacía tiempo que comprendiste que a pesar de la innegable distancia, el amor que guardabas para con tu hermano, jamás desaparecería, y que si estaba en ti contribuir a que la vida de Aioria sea mejor, estabas dispuesto a sacrificar el no verlo nunca más.

 

Pero ahora lo tenías ahí, con un paso efímero y perenne a la vez. Deseabas abrazarle, como no pudiste hacerlo esa vez, una última vez, antes de perderte, de perderlo. Querías hablarle de ti, de lo que estabas viviendo, decirle que eras feliz, que al fin en tu vida, eras feliz, querías que él te hablara de sus días sin ti, por más doloroso que eso podría llegar a sonar… pero no lo hiciste, no tuviste el valor ni el corazón para romper la armonía en la que Aioria vive. O era el temor a volver a enfrentar sus ojos iracundos, repletos de una decepción que desquebrajaba tu alma.

 

—Sé que quieres hablarle, si lo deseas…

 

—No—interrumpiste—, es mejor así, Aioria se encuentra bien y eso es lo único que importa, el verme sólo lo alteraría y no deseo eso.

 

—¿Sabes por qué te traje hasta aquí?

 

—Porque a pesar de querer aparentar desinterés, te importo—sonreíste ante su sonrojo. Era un placer poder orillar al descarado gemelo a esos terrenos.

 

—El día que te encuentres preparado para enfrentarlo, ni Saga, ni yo ni siquiera el bosque te lo impedirá, mientras tanto, puedes venir aquí cuantas veces desees para verlo. Es un niño talentoso… aunque no puedo decir lo mismo del otro—.Sonreíste, adorabas por demás a ese gemelo.

 

—Gracias.

 

Kanon te regaló la más bella y perfecta de sus sonrisas; su genuina sonrisa. Aioria estaba bien, y tú también. Habías tomado la decisión correcta.

 

••

 

 

¿Y ahora qué seguía? Al haber aceptado tus sentimientos, pronto, ante ti se abrió un abanico de posibilidades que te regalaba esa reciente adquirida liberación. Un sinfín de emociones donde imperaba principalmente la ternura de saberte amado, no por uno, sino por dos personas. No por dos, sino por una sola y fundacional alma. Que se ensamblaba perfectamente a la tuya, haciendo marchar los engranes de esa particular y sorprendente relación que compartían. Era el destino quizá, era la magia, la curiosidad, el deseo y la perpetua honestidad.

Pero los nervios estaban ahí, presentes, más fuertes que nunca conforme las horas te acercaban cada vez más a terminar con las imprecaciones de una mujer que danzaba creyéndose victoriosa pues tal abominación nunca ¡jamás! podría suceder. Porque el razonamiento del universo iba en contra, y las leyes dictaban otras normas. Pero el universo es un misterio, y a la vuela de una estrella, toda ley existente, podría fenecer ante los ojos de un ley mucho mayor; la propia, la de cada individuo, la que marca el inimitable privilegio de ser sencillamente, uno.

 

Que la liberación de la maldición se llevara a cabo junto con el sexo, era una metáfora casi poética.

 

Le perteneces, hasta lo inaudito y ellos a ti. Y no hay dudas de querer llegar hasta el final, para comprobar que, efectivamente, ellos son la parte más esencial en ti. De una u otra manera, entre besos o risas, entre gemidos o suspiros al dormir, en miradas silenciosas que dicen todo, en roces de manos apenas sutiles que electrifican hasta el último de tus vellos. Así de inmenso deseas sentir. Los anhelas, tanto como ellos a ti.

 

Es por eso que con la hora haciéndose inminente, tomas ambas manos. Una te aprieta firme, otra apenas y te roza, mas ambas transmiten lo mismo… los tres van en la misma dirección. Quizá el contexto no fuese el adecuado, o el elegido por sobre el resto para iniciar algo tan significativo como es el hacer el amor por primera vez. No hay un escenario dibujado por sueños o relatados en un libro. Pero todo aquello carece de importancia cuando es la persona indicada. No el lugar indicado. No la atmósfera indicada. La persona.

 

Las personas.

 

Son tres. Ellos, guerreros fuera del tiempo. Gemelos diametralmente opuestos, comparten, sin embargo, una similitud casi exacta. Y tú, un arquero incomprendido. Los tres perdieron más que una guerra… aun así, la victoria es suya.

 

Es ahí cuando recuerdas las leyendas que de niño solían contarte los sabios del pueblo, tu maestro, el Sacerdote Shion. Todas mentiras. El día y la noche no se juntaban en los polos del alba y el crepúsculo. No, se juntaban en ese instante, en ti. Y no era el bosque quien cobraba vida, eras tú, invadido en alma y carne por una fuerza anudada al placer prístino del hombre.

 

Aquella que concibe la vida de todo.

 

La luz se quebró junto con el tiempo.

 

Silencio, negrura y quietud. Los sonidos del bosque, de los animales y el viento habían cesado, el cielo perdió sus faroles estelares y las hojas dejaron de mecerse. Era la hora exacta que daba inicio al solsticio de invierno; la hora en la que el tiempo moría. Te inquietaste por momentos pues la oscuridad era tal que no te permitía distinguir las siluetas de Saga y Kanon, sabías que se hallaban ahí, sentías el contacto de sus manos conectadas a las tuyas, el sonido relajado de sus respiraciones. Izquierda, derecha, tu cabeza volteó a ambos lados, apenas distinguiendo el contorno de sus cuerpos, y sus miradas brillantes en ti, dos pares de faroles que te guiarían hasta el final del camino. Sonreíste apenado, sabiendo cuál era ese final, y a pesar de haber repasado una y mil veces en tu mente, el cómo, decidiste al fin que cualquier idea debía ser rechazada, no necesitabas imponerte un puesto, no en ese momento. No en la primera vez. Deseabas empaparte de ellos dos, del amor que buscaban compartir contigo, sentir que lo esparcían a través de sus manos, de sus besos… del choque íntimo haciéndose paso dentro de ti.

Sí sentías que te tocaba la parte más difícil de todo, pero de la misma manera, soñabas con ello.

 

Y así como la luz y el tiempo, el silencio también se quebró.

 

—Aioros…

 

Es la voz de Saga, abriéndose paso entre la oscuridad y el silencio, sientes como entonces, todo cobra sentido en ti. Pasará. Es real. Tiritas.

 

—Estoy aquí—dices al fin, con el alma queriendo explotar dentro de ti.

 

Una mano, la que sostenía tu derecha, se suelta y sientes el vacío que eso produce, pero no dura mucho, porque aquella mano te roza el brazo, asciende por este trasmitiendo el calor y se detiene para posarse en tu espalda, permanece ahí pero no quieta, se mueve en círculos suaves sin atreverse todavía a ir más allá. La otra mano, la que sostenía tu izquierda, sí que se atreve y te rodea la cintura, se pega a ti y un escalofrío te recorre pues es fresca, pero sin llegar a ser fría.

Te entregas a ellas, a las respiraciones cada vez más cerca de tu rostro, de tu cuello… de tu piel. Te esmeras en acostumbrar tu mirada a la poca luz que de aquellos pares de ojos verdes se escapa y tu mente divaga unos momentos pensando sí los tuyos también trasmiten esa luz… ellos parecen acostumbrados, conocedores de la oscuridad, que no les impide saber dónde se encuentran tus manos, tus orejas, tu cabello. Una mano acaricia tu cuello, pasa el dorso de los dedos erizando los vellos de la zona, pero es el aliento cada vez más cerca el que te hace temblar… unos labios se posan en tu piel, da pequeños besos detrás de tu oído, baja, suave por el cuello, te besa la barbilla. Exhalas porque las manos no han dejado de recorrerte, de adaptarse a tu cuerpo, familiarizarse con tus curvas.

 

Permaneces estático y cierras tus ojos al fin, deseas reconocerlos, que la oscuridad que impera no te imposibilite el saber de quién son esos labios, de quién son las manos que te abrazan, las que te tocan. Y no lo hace. La oscuridad jamás será impedimento, su alma será una pero sus cuerpos son fáciles de distinguir, te ha costado antes, pero sabes que trasmiten diferentes temperaturas, que Saga siempre será cálido y que Kanon tendrá esa característica fresca que evoca las noches cerca del mar. Vuelves a abrir tus ojos, quieres verlos.

 

Te mueves por primera vez, alzas tu mano hundiendo tus yemas sobre la manta de cabellos azules de Kanon, él, quien te besa, y mueves la otra para acariciar el rostro de Saga, para tomar su barbilla y acercarlo a ti. Lo besas. Tomas participación con tus ojos más acostumbrados a la escasez de luz, sonríes sobre sus labios cuando Saga expulsa un jadeo, Kanon no ha abandonado los besos sobre tu cuello, apartando ahora un poco de tu ropa para besar tus hombros y toda la piel que quede expuesta a él, se ubica detrás de ti, apretando más el abrazo sobre tu cintura, pegando tu espalda a su pecho. Lo sientes latir.

 

Y las lágrimas caen de tus ojos.

 

Saga se aparta unos centímetros y sus ojos brillantes se clavan en ti, te observa con lo que intuiste era temor, desesperación de estar haciendo algo que no deseabas, o peor, saber que se ha colado en ti el arrepentimiento, que el rechazo se haya hecho poseedor de tu consciencia. Kanon se acerca a tu rostro y besa esas lágrimas, no le gusta verlas a pesar de saber a qué se deben, que ellas no perturban, que son simplemente una muestra más de la autentico que es todo esto para ustedes. Kanon le sonríe a Saga y ves como su cuerpo se relaja, comprendiendo al fin su significado. Ya, no es momento de llorar, aun si fuera por felicidad. No hay lugar para nada más que la conexión, unificarse en un plano lejos de razonamientos que sólo buscarían dañar lo que no comprenden. Allá ellos y sus fútiles y llanos juicios, aquí vivirán ustedes, concibiendo, consumiendo su sentir.

 

—¿Quieres seguir?

 

Asientes, con la emoción expuesta en tus ojos, y te abrazas con fuerzas a Kanon, quien había hablado. Todavía no tenían una idea de cómo proseguir, todo era nuevo y a pesar de saber que los gemelos ya contaban con algo de experiencia, nada de lo que estaban viviendo les era conocido. Todo era primerizo, y tal así se sentía en sus cuerpos, en sus caricias, que tímidas se trasladaban de un lado a otro, tus manos buscaban amoldarse a ambos, teniendo – para tu propio placer – la entera devoción de ellos. Unidos en su propio mundo, dentro de la pequeña cabaña que los cobija del fiero frío que el invierno trajo consigo. Sabían, Saga y Kanon, que cuando la primera esfera de luz hiciera su aparición, el tiempo volvería a correr, pero no se preocuparon, no le dieron importancia a nada que no fueras tú y tu exquisita piel. Sus manos se encargaron de quitarte tus atavíos, de exponer tu cuerpo, el cual para ellos no era del todo desconocido. Y ellos hacen lo mismo, se desvisten ante tus ojos, y caen juntos sobre el lecho, ese que estaba armado en el centro de la cabaña, entre pieles y sábanas blancas, Saga te sujeta y te besa, sus torsos chocan, y vuelves a sentir el latir, esta vez trasmitido por el de cabellos rubios, Kanon te abraza por detrás, te acaricia la espalda, regalándote dulces besos que descienden sin permiso ni temor, tus piernas se enredan con las de los gemelos, se deslizan entre ellos y sientes a ambos acercarse más a ti. Lo sientes. Sus durezas. Y tiemplas por ambas, tu cuerpo reacciona por ambas, aclama por ambas…

Saga deja tu boca y se incorpora unos instantes, Kanon hace lo mismo tomando tus hombros para dejarte postrado sobre las pieles, con el pecho subiendo y bajando en movimientos erráticos como efusivos. Tu rostro tiene una adorable expresión anhelante y sonrojada, la cual produce sonrisas en los gemelos, te ven ellos una a cada lado, unen sus manos con las tuyas y se acercan, sobre ti, en un beso. Los observas con los ojos eyectados, tu sonrojo aumenta, mas no se siente mal la escena, no es perversa. Te gusta ver sus perfiles unidos, fundidos en uno, con los colores del día y la noche. Te gusta verlos así. Elevas tus manos acariciando ambos perfiles, rompiendo así con el beso, besan ellos tus manos y vuelven a ti. Besas a uno, luego al otro, y tus manos toman confianza acariciando sus pechos, laten en ti, tus yemas se deslizan por los increíbles pliegues de sus músculos, de esos cuerpos que ahora te pertenecen. Suspiran sobre tu piel, a sí mismo, se escapan jadeos de tus labios cuando las caderas se pegan a tus lados, chocando las durezas, frotando sobre tu piel eléctrica. Tu cuerpo se arquea con sus manos, con los mimos que éstas te dan, con los labios que humedecen todo, y los sonidos se hacen más fuertes, retumban pues no hay nada más que sus voces amalgamándose allí. No sólo eso, se funden también el sudor y el aroma que de sus pieles se desprende, resbalan sus pieles en extremo juntas, produciendo más sonidos con la fricción.

 

Gritas de la impresión cuando una mano por fin toma posesión de tu miembro, acaricia con suavidad su longitud arrancando de tu garganta gemidos cada vez más sufridos, ávidos de hacerse escuchar. Otra mano toca tus muslos, relajando tus temblores, no desean que todo termine antes siquiera de empezar. Exhalas con efusividad, la mano se cierra sobre tu excitación a la par de tus ojos, que rendidos se refugian, aprietas los parpados, manteniendo los labios abiertos, con la garganta seca y los sonidos externos que llegan a tu mente, te concentras en ellos, en el sonido de ese beso húmedo que comparten, nuevamente, Saga y Kanon, con sus manos sobre ti, acariciando tus muslos, estimulando tu dureza con calma, pausado y torturante, te hundes en las pieles, cuando sientes que es tu propia cadera la que sigue tímidamente, los movimientos de esa mano, buscando el contacto, los besos vuelven justo antes de sentir la vibración en el centro mismo de tu pecho, electrificándote de pies a cabeza; el acabóse del mundo mismo, licuándose en tus venas, humedeciendo tus muslos… gritas exhausto y te dejas ir. Pasado unos minutos, te relajas ante la primera y genuina sensación de que todo es perfecto.

 

—¿Te encuentras bien?

 

Abres tus ojos con pereza y observas con una sonrisa a Saga, él te devuelve el gesto, de rodillas en uno de tus lados, Kanon se limita  a seguir con sutiles caricias. Ellos se observan, entonces reparas en que ha llegado el momento, y una mueca se dibuja en ti, una curiosa. ¿Quién sería? Los labios de Kanon rompen esa duda, besándote. Saga se mueve, tímido, recostándose a tu lado, mientras Kanon se inmiscuye entre tus piernas, las aparta, las alza. Enreda una sobre la cadera de Saga, la otra la deja flexionada, tú te dejas hacer, con la respiración martillándote en los oídos, y tu mano aferrada a Saga, sientes como éste, con besos y caricias busca trasmitirte su serenidad, y volteas a verlo, a observar esos ojos brillosos, llenos de amor, no te contienes y lo besas, ahogando una vez más, un grito, ante la sensación de humedad presionándose sobre tu entrada. Saga no interrumpe el beso y se abraza a ti, te siente templar, cuando la presión demanda más de ti, se aparta un momento e irrumpe nuevamente, humedeciendo y empujando, Kanon se sujeta de tu cadera, la eleva con cuidado y besa tu pecho al inclinarse, sus caderas empujan con más ímpetu, muerdes los labios de Saga y aprietas su carne. Duele. Pero hay otra sensación oculta que busca darse paso para vencer al dolor. Es esa misma sensación la que empuja a la par de Kanon. Saga toma tu mano y la besa, luego te besa a ti, sientes como todo lo conocido hasta ese momento se va… conectan sus miradas, empapadas de convicción; Kanon se hunde en ti, de una sola vez, gime y permanece estático, con los nervios expuestos. Tus ojos se llenan de lágrimas, pero el dolor se aparta, no desaparece, pero aquella sensación es mayor, la satisfacción; la liberación de siglos de soledad. Tus caderas se elevan, buscan el movimiento y el gemelo lo entiende. Kanon sale y se hunde nuevamente. Sale y hunde, sale y hunde. Gimen, y tus manos dejan de enterrarse en Saga para recorrerlo, para moverse en busca de liberar también a la parte dorada de esa alma. Tocas apenas su sexo y él jadea, te da el envión necesario y cierras tu mano en ese sexo duro, sonríes pues es por ti, que se encuentra así. Lo estimulas, y jadeas en su boca, con Kanon cada vez más frenético en sus movimientos.

 

—Aioros.

 

Escuchas dos voces jadear tu nombre. Sientes como puedes explotar con tal sólo eso. La vehemencia y devoción en ellos te conmueve de maneras inimaginables, sonríes pletórico ante tanta emoción, y es cuando Kanon detiene sus movimientos, lo observas curioso, pero te responde con una de esas sonrisas suyas, esas picaras y hermosas. Sale, y extiende sus manos para que las tomes, le obedeces. Cambian las posiciones, Kanon, cae sobre el lecho y tira de ti, tu sexo hace tiempo que cobró rigidez nuevamente y vibra al hacer contacto con el de Kanon, húmedo por las acciones anteriores. Saga se incorpora y es ahí cuando entiendes, te mueves sobre el cuerpo de Kanon con entusiasmo, Saga acaricia tu espalda y la besa, venera tu piel antes de tomar tus caderas y ubicarse entre tus muslos, tú te arrodillas apenas con Kanon debajo de ti, te preparas cuando Saga toma posesión de ti. Embiste con cautela, pero sus movimientos no son lentos, marcan un ritmo necesitado que eriza tus vellos cuando su aliento choca en tu nuca, Saga se mueve a gusto y gruñe, provocando que tu cadera se mueva estimulando a la par, la intimidad de Kanon, quien te besa aferrado a ti.

 

Todo en perfecta armonía.

 

Los tres gimen, en movimientos cada vez más frenéticos, con el corazón en la boca, balbuceando palabras inentendibles, Saga choca en el punto que te hace gritar con alevosía, arremete ahí otra vez. Y otra y otra, con la sangre quemándole en las venas, con el corazón estallándoles dentro, son esas pequeñas galaxias que fluctúan en el cuerpo de ambos gemelos, colisionan, discontinuándose en el tiempo, volviéndose eternas con su sangre, su carne. Se aprietan con fuerza, al llegar al fin.

 

Y ese final, despunta junto con la primera luz del alba. Saga llega al orgasmo, junto contigo. Junto con Kanon. Los tres unen el grito final, donde todo acaba. Caen rendidos, completos, mientras los sonidos del mundo regresan: las aves, los animales, las hojas que susurran con el viento. Lograron lo imposible, unido con el sol reflejándose sobre la nieve.

 

Tus ojos buscan los de Saga. El gemelo sonríe y sus ojos brillan – de ser posible – más, con las pequeñas lágrimas que le decoran.

 

Ganaron.

 

Le ganaron al tiempo, al desprecio de las personas, al prejuicio y a las palabras de una bruja que no conocía de amor. A la soledad. Pero sabes que ganaron más que eso; es la paz, el equilibrio de saber que tienes un lugar en el mundo. Pequeño y completo. Tu mundo: Saga y Kanon.

 

—Gracias.—Escuchas al unísono.

 

Sonríes. Y escuchas, Aioros, como es tu corazón el que agradece.

Notas finales:

Primero que nada, quiero agradecer a todas esas personitas que me han escrito para saber de mí y mis fics. Y aquellas que no pero quizá se han preguntado ¿Dónde carajo se metió esta mujer? xD he tenido una serie de situaciones (nada agradables) que me orillaron incluso a plantearme dejar todo, pues creo que el estado de ánimo afecta severamente la imaginación y las ganas de escribir, al menos en mi caso. Y sin embargo, gran parte de mí se rehusaba a eso, no estaría contenta. Tampoco me forcé, sólo escribí cuando realmente me entraron ganas de hacerlo. Y escribí varios capítulos de los fics que tienen pendiente una actualización, debo corregir y terminar, pero poco a poco voy retomando el ritmo que perdí. Estoy feliz de poder haber hecho este  capítulo, que me tenía emocionada, quería que aquí terminara la historia, pero no se siente un final como tal, es por eso que escribiré un pequeño epílogo.

Confieso que no tenía idea, hasta comenzar a escribir, si habría interacción entre Saga y Kanon  durante el sexo, no soy muy fanática del twincest, tampoco me disgusta, pero al final decidí que sólo quedara en algún par de besos y nada más. ¡Y vaya que me quedó dulzón! xD Creo que es uno de los capítulos más dulces que he escrito.

En fin, sin más que decir sino termino aburriendo a todos, espero sinceramente que hayan disfrutado de la lectura, infinitas gracias por la paciencia y por leer. Nos leemos en el capítulo final. ♥


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