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En los acantilados por Athair

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Notas del fanfic:

Primero de todo, pido disculpas porque en “El dios del ascensor”, se me olvidó poner que la historia era un universo alterno, sorry.

A mi marido MrVanDeKamp2 le dedico la historia sabiendo que uno de los personajes no le gusta ni un poquito, (yo me he tragado tus Shaka y Aioria cariño, así que tú, te portas bien y te tragas esto).

Los capítulos son cortos, once en total. Supongo que los subiré cada cuatro o cinco días.

Espero algún review, pero si no tengo, tampoco pasa nada, con imaginarme a estos dos juntos se me cae la baba un buen rato XD.

Ale, a leer.

Notas del capitulo:

Nada del mundo de Saint Seiya me pertenece (menuda mierda ¿verdad?) es todo de su creador.

No he visto Soul of Gold o como quiera que se llame la nueva saga, así que, para mí, lo último que ocurrió es lo de Hades.

No gano con esto nada salvo los review que queráis mandarme y la satisfacción personal de por fin, ¡por fiiiiiiiiiin!, haber podido escribir una historia con estos dos de protagonistas (se me cae la baba cuando los imagino juntos).

Iré colgando los capítulos, once en total cada cuatro o cinco días.

Fue algo tan extraño como curioso.
Cuando la diosa, en agradecimiento, les devolvió la vida, era más que obvio que sus cuerpos iban a estar un poco maltrechos.
Aioros, al menos, descubrió a los pocos segundos que sus piernas eran como gelatina, demasiado débiles para sostener el peso de su cuerpo.
Pero a pesar de eso, había visto a Aioria y quería abrazarle, abrazarle y dejarle claro que estaba una vez más allí, a su lado.
Al fin y al cabo, era su hermano pequeño, el que había tenido que crecer solo tras su muerte, el que había sufrido en su ausencia.
La suerte quiso que alguien se percatase de su estado y se apiadase de él.
Ese alguien, le había rodeado la cintura con unos fuertes y cálidos brazos, logrando que a pesar de sus escasas fuerzas, Aioros pudiese ponerse en pie y apoyado en esa persona, caminar los escasos pasos que lo separaban de su hermano.
Él y el leonino se habían abrazado con fuerzas, llorando ambos de emoción.
Catorce años.
Se decía rápido pero habían pasado despacio, con demasiadas cosas por medio que recordar.
Los resucitados tardaron un tiempo en poder decir que sus cuerpos estaban recuperados, pero cuando lo estuvieron, no dudaron mucho a la hora de ponerse a ayudar en reconstruir el Santuario.
La diosa había usado prácticamente todo su poder en la resurrección, así que, a falta de un poder divino, los muy destrozados templos iban a tener que ser reconstruidos a mano.
Hombro con hombro, cada uno había puesto lo mejor de sí mismo para volver a colocar cada cosa en su sitio, a veces, se reían, otras les podía un poco la desesperación, el Santuario había quedado hecho un autentico rompecabezas, y no era ni fácil ni sencillo volver a montarlo.
Sin embargo, todos tenían claro que rendirse no era una opción.
El caso fue, que los dorados y los de bronce solo coincidieron nuevamente cuando empezaron las tareas de reconstrucción del templo de Virgo, el más dañado de todos debido a las tres Exclamaciones de Atenea, una de ellas doble, que se habían lanzado en el lugar.
Y fue, cuando Aioros volvió a recordar que uno de aquellos jóvenes era el que le había ayudado a ponerse en pie.
Estaba en su naturaleza ser agradecido, y reconocía con vergüenza que con su cuerpo hecho polvo y a causa del reencuentro con su hermano, ni siquiera había reparado en el joven que le ayudó.
Recordaba claramente unos brazos cálidos y fuertes rodeándolo, pero no había dedicado ni una mirada al joven que le ayudó, no sabía quién era y se sentía culpable por ello.
Deseaba corregir su error, pedir perdón por su falta de tacto y de paso, agradecer por ese gesto de ayuda.
-Aioria-dijo en tono suave hacia su hermano, sin parar de juntar las piedras que todos se dedicaban a recoger en ese momento-¿Quién fue el caballero de bronce que me ayudó cuando resucitamos?
El caballero de oro de Leo paró de hacer su trabajo durante unos segundos, quedando pensativo. De hecho, frunció el ceño en un gracioso gesto que le recordó al mayor los días en que el leonino odiaba que le hiciese comer verduras.
-Pués la verdad hermano-dijo el menor-Lo cierto es que yo resucité con lo que parecía ser una resaca de campeonato, así que no recuerdo demasiado ¿por qué lo preguntas?
-Es solo que me gustaría agradecerle el gesto-reconoció el mayor-Pero, tampoco me fije demasiado y no sé a quién tengo que agradecerle la ayuda.
-Puedes preguntarles a ellos Aioros-dijo el de Leo-Son buenos chicos.
-No dudo de su bondad hermano-contestó el arquero-Pero lo cierto es que me avergüenza un poco mi comportamiento, debería haber dado las gracias en ese momento, pero……solo lo he recordado ahora, no quisiera que se molestasen, que pensasen algo que no és.
Ninguno dijo nada más, pero el de Sagitario no dejó de darle vueltas al asunto.
Días más tarde le había preguntado a todos y cada uno de los dorados.
Todos le dieron similares respuestas.
O no lo sabían o no lo recordaban.
Sin embargo, fue Dokho el primero que decidió ayudarle un poco. 
En la intimidad del séptimo templo, el caballero de oro de Libra había mantenido una conversación con su alumno, explicándole a Shiryu lo que sucedía con Aioros.
-Maestro-le había contestado el muchacho-Puedo decirle que a ninguno nos molestó que vosotros no estuvieses como para dar agradecimientos o reconocimientos, así que el caballero de Sagitario puede estar tranquilo, no nos sentimos ofendidos de ninguna manera.
-Lo sé Shiryu-contestó el pelirrojo con una sonrisa-Pero creo que pese a eso, a Aioros le gustaría saber quien de vosotros fue.
-Pués verá, maestro. El caso es……que como quiera dar su agradecimiento, el caballero de Sagitario va a tener que esperar un poco más-dijo el del Dragón un tanto apenado.
-¿Por qué?-preguntó con curiosidad el de Libra.
-Porque quien ayudó a Aioros a levantarse……-contestó el moreno-Fue Ikki.
El de China, le había dado días después esa información al griego. Y luego, al no entender, Dokho le explicó a Aioros que Ikki del Phoenix era un hombre que solía desaparecer cada dos por tres.
Lo cierto, es que el mayor de los chicos de bronce había desaparecido poco después de las resurrecciones y ni siquiera Shun, su hermano, sabía dónde podía haber ido el otro chico.
El Phoenix al fin y al cabo, no era demasiado sociable, y era un alma errante a la que no le gustaba quedarse por mucho tiempo en el mismo lugar.
Siendo así, y al no saber cuándo volvería el muchacho, Aioros le dijo a Shun de Andrómeda que aunque daría las gracias al Phoenix cuando este volviese al Santuario, si por algún casual, el jovencito se ponía antes en contacto con su hermano mayor se asegurase de transmitirle su agradecimiento.
Unos cinco meses después, Shion, reinstaurado una vez más como Patriarca, hizo llamar a los caballeros de oro.
Les agradeció su esfuerzo junto a la diosa, y les dijo, que a pesar de la paz prometida, no quería que detuviesen sus entrenamientos, que pronto empezaría a mandarles a misiones y que la vida, debía continuar tal y como estaban acostumbrados.
Todos aceptaron las palabras del lemuriano, y solo se permitieron a sí mismos unos pocos días de descanso.
Fue así, como pasado el tiempo, Shion volvió a hacer un llamado, en esta ocasión, a Aioros.
-Verás Aioros-dijo el de cabellos verdes-Como aún estamos un poco lejos de poder decir que todo está en orden, tengo que pedirte que vayas a una misión que de normal podría hacer uno de los caballeros de plata.
-No importa Shion-dijo con confianza el arquero-Puedes pedirme lo que sea.
-Te lo agradezco-admitió con una sonrisa el lemuriano-Verás, me han llegado informes algo alarmantes de los aldeanos que viven cerca de los acantilados, hablan de derrumbamientos consecutivos y dado que ya ha habido un par de sustos, me gustaría que fueses al lugar a hacer una inspección.
-¿Realizo tareas de contención?-preguntó el arquero con seriedad.
-Por seguridad las playas se han cerrado, pero hay acantilados muy cercanos a la aldea-comunicó el Patriarca-Así que sí, de ser necesario haz contenciones en esa zona, haz informes sobre las otras, a tu vuelta, veré que es lo que podemos hacer.
Sin más que decir, Aioros estaba preparado al día siguiente para partir. La zona indicada por Shion era amplia, así que era consciente de que tardaría unos días en volver.
Se despidió de su hermano y les pidió a Shura y a Milo que cuidasen del templo de Sagitario en su ausencia.
El viaje hasta los acantilados de Leitos, como los llamaban los aldeanos, fue tranquilo, pudo disfrutar de un tiempo maravilloso y de un paisaje que parecía no haber cambiado con el paso de los años.
La pequeña aldea, de casas blancas prácticamente iguales le recibió con honores. Cada aldeano agradeció su presencia, le alagó al reconocer quien era, pidiendo disculpas por haberle juzgado mal en el pasado y agradeciendo su sacrificio por la diosa.
El líder de la aldea, le propuso acompañarle para enseñarle las zonas afectadas, pero consciente del peligro y no queriendo arriesgar al hombre, Aioros denegó su oferta y le indicó que solo con que le hiciese un mapa ya sería suficiente.
Seis días más tarde Aioros reconocía que estaba un poco cansado.
Los informes eran tan ciertos como preocupantes. Los acantilados parecían estar cediendo por momentos, quizás debido a la guerra anterior.
Había tenido que emplear mucho de su cosmos para sellar las zonas más peligrosas, en una ocasión había tenido que utilizar el arco y la flecha de Sagitario para provocar un derrumbamiento que estabilizase una zona potencialmente peligrosa.
Uno de los aldeanos, a petición suya, había partido hacia el Santuario para informarle a Shion que se demoraría más de lo pensado, ya que el trabajo estaba siendo más complicado de lo que en un principio se suponía.
La séptima mañana partió hacia una zona complicada sin sentirse demasiado bien.
El día anterior había utilizado demasiado cosmos para sellar una enorme roca que amenazaba con caer.
Y puede que fuese un caballero de oro entrenado para cosas mucho más complicadas, pero también era humano y hacia todavía demasiado poco que le habían devuelto a la vida.
Aioros era consciente de que debía haber descansado, tomarse un día libre para reponer fuerzas. Pero su sentido del deber le había impedido pensar con lógica.
Encima, el sol esa mañana pegaba con fuerza.
Para cuando llegó a la zona, el sudor corría a raudales por su cuerpo y estaba un poco mareado. La botella de agua que siempre llevaba había sido consumida con demasiada rapidez, dejándole ahora sin el preciado líquido.
Pensó que si empezaba por las pequeñas cosas que no requiriesen un gran esfuerzo la tarea se le haría más sencilla.
Pero se equivocó.
Apenas dos horas después tuvo que sentarse en la arena de la playa para descansar un poco, quitándose la armadura de oro por unos minutos para que la muy escasa brisa le refrescase un poco.
Buscando un poco de sombra, no fue consciente de que a pocos centímetros de su espalda, uno de los acantilados se cernía alto.
Se oyó un “crack”.
El de Sagitario pudo voltear a tiempo para ver como una enorme roca caía directo hacía él, seguida de un millar de piedras más pequeñas.
Supo que ni le daba tiempo a ponerse la armadura ni a escapar.
Entre todo el estrepito del desprendimiento creyó escuchar un “¡cuidado!”, pero poco pudo hacer para prestarle atención.
En solo unos segundos, su mundo se volvió completamente negro.
 

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