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Never more. por MeganeShintaro

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Notas del fanfic:

Los personajes de KNB son propiedad de Tadatoshi Fujimaki.

Never more.

 

¿En qué momento su vida se había reducido a eso? ¿Cómo permitió que la situación llegara a ese punto? ¿Por qué le había cedido toda autoridad?

Lo que, en su momento, había confundido con amor, le había estallado en la cara en ya repetidas ocasiones, pero él no se alejaba. No podía, no quería. Poco a poco fue naturalizándolo, restándole cada vez más gravedad.

– Perdón –pidió desesperado mientras dichas interrogantes lo torturaban, haciéndolo sentir un odio, asco hacia su persona imposible de manejar: – Perdón –repetía con angustia, aferrándose a las ropas ajenas, inclinándose para esconder su rostro de aquella indiferente mirada. Las lágrimas, sus lágrimas, no tardaron en humedecer tanto sus prendas como las del contrario, o eso creía hasta que sus ojos, cristalinos y verdes cuales dos preciosas esmeraldas, notaron las pequeñas manchas borgoñas entre la blancura de la tela.

– ¿Qué acabas de hacer?

El tono empleado en esa pregunta lo hizo estremecerse. Lo que venía a continuación era tan obvio como inevitable. Ese tono era la advertencia que necesitaba para marcharse, cualquier persona consciente de lo que se avecinaba lo habría hecho. Quizás encerrarse en la habitación o en el baño, quizás probar suerte e intentar abandonar el departamento, pero él no. No lo haría. Sólo se limitó a afianzar su agarre, a aferrarse aún más al causante de ese temor que invadía y transitaba en su interior. Estaba permitiendo ser humillado una vez más, pero ¿por qué?

– Perdón –se disculpaba una y otra vez. Él, Midorima Shintaro, estaba rogando por perdón, pero… ¿por qué?: – Estabas…

– ¿Lastimándote? –terminó de decir por él, aun manteniéndose inmóvil mientras el más alto lo sujetaba con fuerza.

Sí, lo estaba hiriendo, como ya lo había hecho infinidades de veces en el pasado, en las cuales él soportaba y recibía cada castigo; uno cada vez más duro que el anterior; y aquella vez, simplemente fue demasiado. Un arranque de furia, podría llegar a decirse; uno en el que quiso dejarle en claro que, a pesar de amarlo, ya no seguiría aguantando sus agresiones, humillaciones y ultrajes; un arranque de ira, propio de la persona que solía ser antes de que aquella defectuosa, quebrada y enfermiza relación lo transformara en lo que ahora era, un cobarde. Sin embargo, aquella orgullosa persona desapareció en el mismo instante en que vio el rostro desencajado de su pareja, la sangre escapando del fisurado puente y fosas nasales, producto del golpe que le había propinado para evitar ser él el que estuviera en ese estado, producto de defenderse por primera vez. Y allí estaba ahora, el cobarde nuevamente, pidiéndole disculpas al tenso pelirrojo frente a él. ¿Por qué?

– Perdón –le dolía, quizás hubiera preferido que lo golpeara. De verdad se arrepentía y sentía ser el peor ser sobre la faz de la Tierra: – Akashi, perdóname –se arrodilló, sin dejar de sollozar, y sus brazos rodearon la cintura contraria. ¿Qué estaba haciendo?

– ¿Perdonarte? ¿Por qué haría algo semejante? –la mirada de colores dispares bajó para encontrarse con aquella suplicante: – Aleja tus asquerosas manos de mí –soltó lentamente mientras llevaba una de sus manos a su sangrante nariz, intentando quitar aquel carmín líquido que ahora manchaba sus labios y cuello. Le había fracturado la nariz.

– No, por favor.

– Aléjate… ahora mismo.

– Akashi.

Con un brusco y rápido movimiento, lo empujó por los hombros hacia atrás. La cabeza del peliverde impactó duramente contra el suelo, provocando en éste un breve aturdimiento que le impidió reaccionar con rapidez y evitar que el otro se colocara a horcajadas sobre él, inmovilizándole las manos bajo sus rodillas. Golpeó con furia su rostro, arrancando un quejido ahogado de los finos y agrietados labios que tantas veces había besado con o sin el consentimiento de su dueño. Repitió la misma acción varias veces más, ignorando los gritos que pedían, con un desgarrador sufrimiento, que se detuviera. Cegado por la ira, arremetió contra  la amoratada mejilla del contrario por última vez, cuando éste logró liberar una de sus manos.

Con todas las fuerzas que logró reunir, en un intento desesperado de quitarse de encima al encolerizado pelirrojo, Midorima, aquel que despertó frente al peligro, el que aún tenía cierto respeto hacia sí mismo, llevó su mano a la herida nariz de su agresor, presionándola con sus vendados dedos, y aprovechó el lacónico momento en el que éste chillaba de dolor para impulsarlo lejos con éxito.

Comenzó a arrastrarse, intentando apartarse de aquel que lo miraba con ojos  asesinos y una mueca salvaje, deformada por la furia. Un terror puro, como jamás había sentido antes, heló sus venas al verlo incorporarse. Ya no importaba lo mucho que lo amara, las viejas promesas de que jamás se apartaría de su lado, ya no tenía sentido intentar razonar con él; Akashi lo iba a matar. También se puso de pie, empezó a correr en el momento justo en que el pelirrojo se lanzaba nuevamente al ataque. Sin saber cómo, logró llegar hasta la habitación que pertenecía a ambos y cerrar la puerta bajo llave, sobresaltándose con el estruendo que provocó la patada del monstruo que se encontraba del otro lado, queriendo ingresar a toda costa y hacerle quién sabe cuántas más atrocidades.

Akashi estaba fuera de sí. No. No era Akashi, eso era lo que más le dolía; el joven del cual se había enamorado perdidamente había desaparecido hace mucho y él jamás tuvo el valor de aceptarlo, de alejarse antes de que las cosas terminaran de esta manera; quizás, en el fondo de su ser, aún guardaba la esperanza de que su Akashi volviera algún día.

Los fuertes golpes continuaron, Midorima temblaba cuando veía como la puerta se sacudía, cada vez, con más violencia. Las lágrimas no dejaban de brotar de sus hinchados ojos, su corazón trabajaba y palpitaba  tan rápido que no le sorprendería que se detuviera de un momento a otro. Iba a entrar, y el mismísimo infierno se desataría cuando aquello pasara.

Perdóname, Akashi, por favor… ya no puedo más.

– ¡Abre la puta puerta! –gritó bestialmente. El cansancio no le afectaba en lo más mínimo. No se detendría hasta que la puerta cediera y pudiera acabar con aquello, darle a esa basura la lección que merecía. Pateó, empujó y golpeó con rabia, ignorando el dolor en los huesos de su rostro, hasta que el sonido de la madera astillándose y quebrándose llegó a sus oídos. Dio el golpe final para que ésta terminara por hacerse añicos, provocando que la puerta se abriera violentamente.

No lo dudó; sabía que de hacerlo, moriría. Las filosas ramas se hundieron en la carne con tanta facilidad que resultaba irreal. La mirada del pelirrojo, inyectada y con sed de sangre, cambió a ser de sorpresa cuando, con rapidez, Midorima retiró las tijeras de su cuello y las enterró, por segunda vez, en otra zona de su garganta, donde sabía que la arteria carótida se encontraba para retirarla nuevamente, dejando otra herida profunda de la cual la sangre comenzó a brotar sin control alguno.

– Perdón –volvió a pedirle con la voz quebrada, sin poder asimilar lo que acababa de hacer.

El más bajo llevó ambas manos a su garganta, intentando, con agónica desesperación, detener el constante sangrado, sintiendo como aquel tibio y rojo líquido ascendía  hacia su boca, inundándolo todo a su paso, incluyendo sus vías respiratorias. Se apoyó contra la pared, y se deslizó hacia abajo por ésta a medida que sus piernas se fueron debilitando, quedando sentado en el suelo, luchando por respirar y mantener sus bicolores ojos abiertos.

Devastado, Midorima se dejó caer a su lado. Posó su cabeza sobre el abdomen de su pareja, sintiendo las cada vez más débiles respiraciones de éste. La sangre no tardó en manchar su rostro mientras más lágrimas saladas rodaban por sus golpeadas mejillas: – Perdón –se disculpó por última para luego declarar, palabras nunca dichas, por primera vez: – Te amo, Akashi.

Un grito cargado de dolor y agonía rasgó la garganta del peliverde al notar la caída de los inertes brazos a ambos lados de lo que ahora era el cadáver de Akashi Seijūrō.

¿Cómo permitió que la situación llegara a ese punto? Esa pregunta ya no era importante. Lo correcto habría sido marcharse cuando tuvo la oportunidad, cuando los maltratos comenzaron y aquel pelirrojo había dejado de ser él. Si se hubiera ido a tiempo, todo esto no habría sucedido. Por haber sido tan ciego, por haber permitido incontables veces aquellos abusos, se había convertido en un asesino, pero se había acabado. Nunca más, Akashi Seijūrō volvería a ponerle una mano encima. 


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