Señor Ryota “¿Son ciertos los rumores?” “¿Está viviendo con otro hombre por un acuerdo?” “¿Usted es homosexual?” “¿Tiene un hijo?” “¿Ese niño es suyo o de novia?” “¿Ese supuesto infante es adoptado?”
Eso era algo curioso de los medios, escuchaban algún rumor y lo daban por sentado preguntándole directamente al rostro, como si no tuvieran respeto, aunque considerándolo bien nunca lo habían tenido. Kasamatsu estaba algo irritado ante tantas insinuaciones, miro de reojo a su cliente y como esperaba se mantenía tranquilo. Cuando este acercó sus labios al micrófono que tenía enfrente, todos en la sala guardaron silencio.
-Agradezco que se hayan presentado- hizo una breve pausa asegurándose que todo le prestaban atención –Quiero desmentir todos y cada uno de los rumores que han estado circulando alrededor de mi vida privada y quiero dejar muy en claro que, mientras no sea algo que venga directamente de mi o mi representante no es verdad- ante la mirada atónita de los reporteros que esperaban su silencio para arrojarle un sinfín de interrogantes más, agregó –No más preguntas- Kasamatsu le ayudo a levantarse y lo dirigió hasta la salida contestando una y otra vez que Kise no iba a responder más preguntas.
El rubio sonreía ante las cámaras y continuaba su camino ignorándolos magistralmente. Los que manejan la opinión pública son crueles, construyen y destruyen reputaciones como si fueran los amos del mundo y se le hacía medianamente gracioso como su intimidad era motivo de alboroto.
Un hombre alto y vestido con un traje abrió la puerta del auto que aguardaba por ellos, ambos subieron y el chofer arrancó sacándolos del lugar. El rubio cogió la ropa que estaba en su asiento y comenzó a desvestirse.
-No importan cuanto los refutemos, los rumores seguirán apareciendo- le dijo el representante mientras él se sacaba los pantalones de marca para enfundarse en un par de jeans desgastados –Solo tienes que ser discreto- continuo. Kise doblo cuidadosamente la muda que acababa de quitarse, escondió sus cabellos dorados bajo un gorro de lana y se puso unas gafas de aro grueso y lente naranja. Un rápido vistazo a su espejo de mano y estaba listo.
-No te preocupes Kasacchi, seré cuidadoso- el auto se detuvo cerca del subterráneo -¿Me veo casual?- preguntó una vez fuera del vehículo. Kasamatsu lo inspeccionó rápidamente y le quito el reloj y un anillo (ambas cosas de oro)
-Listo, te ves bien. Ahora largo- Ryota hizo un puchero y antes de terminar de subir la ventanilla anunció –Me estaré comunicando contigo- dicho esto ordenó al chofer que se reincorporara a la calle y se marcharon.
“Kasacchi es cruel” dijo para sus adentros. Aunque eso lo decía más de cariño que por el significado real de la palabra. Kasamatsu era bastante puntual, leal y responsable y sinceramente no dudaba de tener uno de los mejores representantes. Desde su entrada al mundo del modelaje las personas en las cuales confiar eran cada vez menos por eso agradecía tener a alguien como él.
Se acomodó bien la camiseta y se adentró en el subterráneo. A pesar de ir vestido de la manera más casual posible, incluso con un par de zapatos bastante usados, Kise no pasaba del todo desapercibido, su altura y lo bien que le quedaba casi cualquier prenda atraía la atención de quienes se cruzaban en su camino además, sus finos rasgos eran algo que no podía ocultar del todo.
Subió al metro y se sentó lo más apartado que pudo, lo que menos quería era verse expuesto. Al llegar a su estación, bajo del tren y continúo su trayecto a pie. Unos minutos más tarde llegó a su vecindario, uno bastante tranquilo y discreto vale agregar. La mayoría de los residentes y vecinos eran ancianos jubilados que se dedicaban a recibir visitas de sus hijos y nietos o a cuidar sus jardines.
Entro a una tienda de conveniencia y busco un pote de helado sabor vainilla. Fue hasta la caja y la empleada le miraba algo atontada. Ahora que ya no vivía solo, era una costumbre que había adoptado, compraba algo que podía compartir con los otros dos inquilinos.
-Estoy en casa- anunció.
El lugar era bastante más pequeño comparado a su antigua mansión. Una edificación de una sola planta, cinco habitaciones repartidas entre la sala, la cocina (junto al comedor), dos dormitorios y el baño. A pesar de eso, era lo suficientemente grande como para que cada cosa tuviera su espacio sin que el lugar se viera demasiado saturado.
-Bienvenido- le saludo una monótona voz infantil. Un hombre moreno yacía tirado en una esquina del sofá, cambiando insistentemente los canales mientras el pequeño estaba del lado contrario perfectamente sentado. Kise carraspeo esperando una respuesta por parte del mayor, este miro por sobre su hombro y se limitó a un escueto y desinteresado “Ah, ya llegaste”
-Vaya forma de saludar- respondió molesto, pero el otro solo le ignoró. Se quitó las gafas y el gorro dejándolos en la percha de la entrada, fue hasta la cocina y sacó tras cucharillas.
-Mira Kurokocchi, traje de tu favorito- el aludido le miró como solía hacerlo, con esos grandes e inexpresivos ojos color cielo despejado. A pesar de estarle teniendo ahí por los últimos seis meses, no dejaba de ser incomoda la manera en que ese chiquillo miraba, escrutándolo todo.
Le tendió las cucharas y el niño tomó dos luego estiró su mano y le ofreció una al otro ahí presente.
-No quiero, gracias- respondió devolviendo la mirada al aparato. Kise se paró frente al televisor y le miró con reclamo “Aominecchi, más te vale tomar esa cuchara o juro que te hare el resto de la existencia imposible” Aomine juraba que podía leer la mente de Kise, así que tras bufar como si fuera una bestia tomo el maldito instrumento de la mano del niño.
Una imperceptible sonrisa se dibujó en los labios de Kuroko, Kise no la vio pero Aomine si, logrando que en su rostro se pintara un sutil sonrojo. Ese mocoso era extraño.
El rubio se sentó en medio y los tres comieron animadamente hasta que…
-Papá- llamo el menor.
Ambos hombres dejaron lo que estaban haciendo y se miraron confundidos. Creyeron escuchar mal y esperaron un rato a que Kuroko hiciera algo pero nada, solo estaba ahí mirándoles.
-¿Qué acabas de decir?- habló finalmente Aomine. Estaba tanto o mas perplejo que Kise ¿Papá? ¿Qué había hecho para merecer tal título? Vale, si era su padre pero no podía considerarse como tal después de pasar más de ocho años sin conocer de la existencia de ese niño.
El rubio por su lado no sabía cómo responder a aquel llamado, no esperaba que el infante se acostumbrara tan pronto a esa clase de vida y comenzara a llamarle “papá” ¿Qué tan normal es ser hijo de dos hombres? Y lo que es peor, quienes nunca se hicieron cargo. Si, definitivamente esa palabra era un trago amargo de pasar por la garganta.