Príncipe de hielo
Así es como le llaman, así es como fue conocido. Al ingresar a primero su aura era de ese estilo. Aunque en ese instante estoy seguro de que pude ver una mirada arisca que nadie más noto.
Los demás vieron en él un chico de mirada seria pero cálida, con una frialdad que se reflejaba en sus anteojos y que obstaculizaba la mirada directa de esos hermosos rojizos, sin ellos eran el mismísimo fuego, pero con esos cristales podían verse delicadas gemas rubíes. Aun así, cualquiera de las dos era digna de admirar.
Su porte no era menos, largas piernas, cuerpo fuerte y tonificado, pero oculto bajo su pulcra y cuidada ropa. Simplemente perfecto, ni una sola arruga ni nada.
El candidato perfecto y atrayente que los de tercero habían esperado para dejar en buenas manos el concejo después de su salida. Su vos era fuerte y delicada a la vez, no desobedecías una orden y lo hacías a gusto de solo escuchar que te hablaba a ti.
Le crearon una personalidad, para ser imponente y darse a respetar sin tener usar una especie de dictadura, su cálida vos doblegaba a cualquiera, la gentileza de su mirada era cautivadora, su sola presencia arrolladora.
Si, el hombre falso del que me enamore.
—¿Mura no entraras a clases de nuevo? — negué con la cabeza y me retire, no tenía ganas ya estábamos por terminar nuestro último año y prácticamente ya ni clases hacían. Por ahora tenía cosas mejores que hacer.
Camine aquel lugar al fondo del colegio. Aquel rinconcito que se había vuelto nuestro. El viento era relajante mi cabello se movía sin brusquedad, mis manos reposaban en mis bolsillos mientras mis pies seguían de manera autómata.
Un árbol, otro y pude divisar a Kagami. No estaba solo. Se encontraba parado y afirmado en el árbol sin expresión aparente, con un chico a su lado. ¿Qué rayos estaba haciendo?
—Me gustas ¿Por qué no puede entenderlo kagami-sempai?— el chico parecía querer llorar, no de tristeza sino más bien de frustración. Kagami suspiro y se puso enfrente de él sonriendo cálidamente.
—Akira, estoy muy conmovido, tu sentimientos son preciados para mí, no lo dudes — que estaba diciendo, kagami tú no puedes… apreté mis dientes y labios. — pero no puedo corresponderte, no me pidas algo imposible.
El chico había comenzado a llorar, ahora que lo recordaba ese pequeño era de primero y este último tiempo se había apegado mucho a kagami.
—Akira, eres lindo y muy tierno, de seguro encontraras a alguien que sabrá apreciarte más que cualquiera — se agacho un poco y beso su frente mientras cariñosamente acariciaba su mejilla —ahora ve a clases.
El chico sonrió tan brillantemente que parecía derretir al mismo sol, espere a que se fuera y me aparecí enfrente de él.
—¿No crees que te pasaste? — note su rostro sorprendido antes de acomodarse los lentes.
—¿Ahora me espías?
—¿Así rechazas a todos tus pretendientes?
—¿Es problema tuyo? — su mirada desafiante me hacía querer doblegarlo aquí y ahora.
—Bastante mío, ¡respóndeme! — demande acercándome a él y acorralándolo en el árbol, le sacaba casi veinte centímetros por lo que su cabeza se inclinó hacia atrás y me miro enojado.
—A veces si, a veces no.
—¿Qué quieres decir con eso? — ya estaba molesto y que él estuviera tan tranquilo me estaba molestando aún más.
—A veces beso sus mejillas, otras su frente, su muñeca — lo agarre fuerte de la cintura.
—¡Taiga! —cerré mis ojos y grite con desesperación, en cosa de segundos estaba tumbado en el suelo con el encima mío agarrándome de la camisa y mirándome con furia.
—Es mi papel que no se te olvide, no puedo ser cruel con ellos, deja tus estúpidos celos. Escúchame bien, y que te quede bien claro en esa cabecita violeta — ahora su mirada se suavizaba, mientras su agarre cedía y me sonreía como solo él sabía hacerlo —A ti es al único al que beso aquí — beso mis labios, algo casto — al que toco lugares ocultos — decía con su vos cargada de sensualismo mientras su mano se había colado por mi pecho — eres el único al que le permito que me bese, que me toque, que me desnude, que me invada hasta el último rincón de mi cuerpo, que haga y deshaga con él, por el que abandono mi mentira y mi propia personalidad, ya ni recuerdo como era — rio
—Eres mío, solo recuerda eso —cedi ante el.
—Egoísta —dijo riéndose.
—¿Lo soy? —dije en tono infantil y volvió a reír.
—Lo eres, pero así me gustas — se levantó de encima de mí y me dio su mano para ayudarme. — vámonos, tengo hambre.
—¿y las clases?
—Pero tengo hambre — dijo con un poco de vergüenza al escuchar la sonajera de su barriga.
—Vamos.
Si, ese era mi novio, un pelirrojo de carácter explosivo, glotón, dulce, en ocasiones infantil y encantador pero lo más importante…
Era mío.
Fin