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Familia por Khira

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Notas del capitulo:

Espero que os guste el final de la historia. No lo he podido subir antes porque no podía entrar a la web. Muchos besos a todas y gracias por los comentarios :)

Khira

2/2

Kakashi estaba en shock.

A medida que todo lo que le acababa de contar Tsunade calaba en él, diferentes sentimientos se entremezclaban: sorpresa, incredulidad, vergüenza, culpa y, sobre todo, miedo. Mucho miedo.

Paciente, Tsunade esperaba su reacción. Los dos estaban completamente a solas en el despacho, Kakashi sentado en su silla y ella de pie a su lado. El hombre tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

—¿Y dices que no quiere abortar…? —preguntó casi sin voz.

—No, no quiere —suspiró Tsunade, cruzándose de brazos—. He intentado convencerle con todos los argumentos médicos posibles, pero no ha habido manera. Lo único a lo que ha accedido es a permanecer en el hospital para poder tenerle monitorizado en todo momento.

Sabiendo como sabía Kakashi la aversión que le tenía Iruka a los hospitales, aquello tenía que resultarle un gran sacrificio.

«Sacrificio».

La palabra retumbó en su mente y Kakashi se estremeció.

—Le haré entrar en razón —susurró, más bien hablándose a sí mismo que a Tsunade.

Ella exhaló un sonoro suspiro, aunque no parecía muy convencida.

—Por fin un mocoso con algo de sentido común. Pero no pienses que lo vas a tener fácil. Iruka está completamente convencido de lo que está haciendo.

—¿Por qué? ¿Por qué se ha empeñado en seguir con esta locura, sabiendo lo arriesgado que es? Nunca antes había mostrado ningún interés por ser padre.

La antigua Godaime Hokage se tomó un momento antes de responder.

—Deberías saber que, si algo me ha quedado claro de todas las veces que he hablado con él esta semana, es que Iruka no está haciendo esto por él, sino por ti.

—¿Por mí? —Kakashi frunció el ceño—. ¿Por qué por mí?

—No lo sé, pero siempre que se ha referido al embrión, le ha llamado el “bebé de Kakashi”. Nunca “mi bebé” ni “nuestro bebé”. Solo el “bebé de Kakashi”.

Tras analizar esa información, Kakashi se quedó pensativo.

—¿Él cree que soy yo el que quiere ser padre? —inquirió finalmente.

—Eso parece. —Tsunade vaciló un momento, cosa rara en ella, antes de preguntar—: ¿Es así?

Kakashi meditó la respuesta un momento.

—Si te soy sincero, no estoy seguro. Supongo que, de estar con una mujer, habría accedido si ella me lo hubiera pedido. Pero al enamorarme de Iruka, dejé de plantearme esa posibilidad.

Tsunade alzó una ceja.

—Si le das esa réplica tan vaga a Iruka, no le convencerás de abortar.

—No te preocupes. Sé lo que he de decirle. No voy a permitir que siga con esta locura. No voy a perderle. No puedo perderle.

Tsunade descruzó los brazos, un atisbo de esperanza en sus ojos color miel.

—Entonces, ve con él. Y, sobre todo, no le alteres. Su estado es sumamente delicado.

—Entendido.

Kakashi se levantó.

***

A lo largo de sus treinta y dos años de vida, Kakashi había visto a muchas mujeres embarazadas. Y si en algo se había fijado, a pesar de su falta de interés en el tema, era en que todas lucían hermosas, llenas de vida, como si el hecho de llevar un bebé en sus entrañas hubiera multiplicado por dos su belleza y su energía.

No era el caso de Iruka.

Iruka, a pesar de que la lógica decía que debería ser al contrario, había perdido más peso aún. Su rostro se veía más fino que antes, de un color ceniciento, y lucía unas grandes y oscuras ojeras bajo sus ojos, cerrados en ese momento. Estaba tumbado en la cama, vestido con unos pantalones de chándal oscuros y una camiseta blanca manga corta, la cual llevaba un poco subida, mostrando el abdomen, rodeado por una gruesa tira negra con un sensor redondo de color gris.

Kakashi se acercó en silencio, sin poder evitar mirar fijamente el vientre del joven. Estaba un poco hinchado, sí, pero de no haber sabido lo que sabía habría pensado simplemente que el chuunin había comido demasiado ese día. Se quitó el sombrero de Hokage y lo dejó encima de una silla.

En cuanto estuvo a su lado, Iruka abrió los ojos. El joven maestro le miró con una mezcla de alivio y vergüenza.

—Ey —saludó con voz cansada—. Bienvenido a casa.

Yo… —De repente estaba sin palabras. Ver a Iruka tan débil le había dejado aturdido—. Lo siento —fue lo único que consiguió articular. —Le acarició el cabello, largo y suelto—. Lo siento, Iruka.

—No lo sientas —dijo Iruka, una pequeña sonrisa asomando en su rostro ceniciento.

—Iruka… —empezó Kakashi, pero fue interrumpido.

—Sé que estás preocupado —susurró Iruka—. Porque sé que Tsunade-sama te ha dicho lo mismo que a mí. Pero escúchame, Kakashi, ella no lo sabe todo. Nunca ha llevado un caso así, no sabe con seguridad lo que puede pasar…

—Iruka…  

—Así que debo intentarlo, ¿vale? Solo déjame intentarlo. Es tu bebé…

—Iruka —Kakashi trató de cortarle de nuevo, esta vez con más firmeza—. No vas a intentar nada. No quiero este bebé.

El chuunin no se inmutó.

—Sabía que dirías eso. Temes por mí, lo sé. Pero todo saldrá bien. 

—No, Iruka, no va a salir bien. Y no te estoy diciendo que no quiero el bebé solo porque temo por tu vida, que temo, y mucho, sino porque de verdad no quiero ese bebé.

—Eso no es cierto.

—¿Por qué me contradices? ¿Qué te ha hecho pensar que quiero ser padre?

—Te he visto con la hija de Kurenai.

Kakashi parpadeó. Por supuesto que estaba loco por Mirai, la hija de pocos meses de Kurenai y su difunto amigo Asuma. La niña, aún un bebé, era un encanto y era difícil resistirse a ella.

—Que le haga caso a la hija de unos amigos no significa que quiera una.

—No te creo —dijo Iruka, testarudo.

—Dioses, Iruka. Y aunque así fuera, ¿qué hay de ti? ¿Desde cuando quieres tú ser padre?

El joven bajó la mirada hacia su vientre medio expuesto.

—No quería —admitió—. Pero este bebé es parte de ti, y yo amo todo lo que sea parte de ti.

Conmovido, pero también enfadado por la testarudez del chuunin, Kakashi se sentó en el borde de la cama y le cogió de la mano.

—Iruka, aunque ambos quisiéramos este bebé, no puede ser. No puede ser. Tsunade ha sido muy clara. Si sigues adelante con esto, ninguno de los dos va a sobrevivir.

—Ella no…

—Me da igual que no pueda estar segura al cien por cien. No voy a arriesgarme a perderte por tener fe en una probabilidad remota. No lo haré. Tienes que dejar que te opere.

—No voy a abortar.

Kakashi le apretó la mano más fuerte e inclinó la cabeza un poco para poder ver fijamente a Iruka a los ojos.

—Iruka. Deja que te opere.

Iruka le devolvió la mirada, desafiante.

—No voy a abortar —repitió, sílaba por sílaba.

—Te obligaré si hace falta —le advirtió. Y lo decía en serio.

—No puedes. Tsunade no me tocará sin mi consentimiento.

Por desgracia, eso era cierto. Ni siquiera el Hokage podía obligar a un médico a practicar una operación sin el consentimiento del paciente.

—¡Joder, Iruka! —Kakashi le soltó la mano y se levantó de un salto, para empezar a dar vueltas por la habitación—. ¡Estás siendo irracional!

—Kakashi, cálmate.

—¡No voy a calmarme! —gritó el hombre—. ¿Cómo demonios quieres que me calme? ¡No quiere perderte!

—No vas a perderme…

—¡No lo sabes! ¡No lo sabes, joder! —Kakashi volvió a acercarse a la cama—. Así que te vas a operar. Te vas a operar, porque si no lo haces…

—¡¿Si no lo hago qué?! —estalló Iruka, quien hasta ese momento había conseguido mantener la calma ante el embiste de Kakashi, y sus gritos también llenaron la habitación—. ¡Es mi decisión, y no puedes hacer nada al respecto! ¡Así que no te atrevas a amenazarme!

—¡Haré lo que tenga que hacer!

De repente, uno de los múltiples aparatos a los que estaba conectado Iruka empezó a pitar. Un pitido intermitente, agudo, repetitivo. Los dos hombres giraron la cara hacia el aparato, callados.

—¿Qué es eso? —preguntó Kakashi. Se giró de nuevo hacia Iruka, estudiándolo—. ¿Estás bien?

—No lo sé —murmuró Iruka. Su pecho subía y bajaba rápidamente por el esfuerzo de gritar, pero aparte de eso parecía estar bien.

No pasaron ni cinco segundos antes de que Tsunade entrara a la habitación. Era evidente que se había quedado por allí cerca esperando mientras Kakashi hablaba con Iruka.

—¡Te dije que no lo alteraras! —siseó la ninja médico, acercándose al aparato que pitaba y empujando a Kakashi por el camino.

—¿Qué pasa? —preguntó Iruka en voz baja y trémula—. ¿Es el bebé?

—¿Qué ocurre? —preguntó Kakashi.

—Es la tensión —dijo Tsunade—. Tienes la tensión por las nubes —explicó mirando a Iruka, y luego se giró hacia Kakashi—. Kakashi, es mejor que te vayas.

—Lo siento, no quería alterarle, pero…

—Kakashi, de verdad, es mejor que te vayas. —Su tono se había rebajado un poco—. Ahora mismo, si te quedas en la habitación, harás más mal que bien.

El Hokage apretó la mandíbula, contrariado, pero había aprendido de errores del pasado y decidió que era mejor hacer siempre caso a la médico. Le echó un último vistazo a Iruka, quien le devolvió una mirada triste, recogió el sombrero de Hokage y salió de la habitación.

***

Kakashi no volvió a entrar en la habitación. A través de un ayudante de Tsunade supo que Iruka estaba bien, y que volvía a tener la tensión en niveles normales, pero que era mejor dejarle reposar. Es decir, Tsunade le estaba dando el mensaje que no más visitas por ese día.

Por la noche, a falta de algo mejor que hacer, fue a emborracharse a Kaito’s. Por suerte, Yamato, a quien se encontró de casualidad en la calle y adivinó enseguida que algo no iba bien, insistió en acompañarle.

Tras tres copas de sake, Kakashi ya le había contado todo a su ex kouhai.

—Es… increíble —murmuró Yamato—. No sabía que podía suceder algo así.

—Yo tampoco. Te lo aseguro… —Tras la cuarta copa de sake, Kakashi empezaba a arrastrar las palabras.

Yamato miró preocupado a su amigo. Y luego miró disimuladamente a su alrededor. Evidentemente, aunque Kakashi no llevara puesta en ese momento la túnica de hokage, casi todos los shinobis allí reunidos eran conscientes de su presencia y también de su actual estado.

—Entiendo que estés disgustado, pero creo que por hoy deberías dejarlo. Ya has bebido mucho.

—No… No lo suficiente.

—¿Es que pretendes beber hasta perder el sentido? Kakashi, eres el Hokage. Debes mantener una imagen…

—A la mierda la imagen…

—Va, se acabó. Te acompaño a casa. —Yamato llamó al camarero y pidió la cuenta—. Venga, esta vez invito yo.

Kakashi estuvo a punto de negarse a dar por finalizada su sesión de embriaguez, pero cuando de repente recordó que había sido precisamente otra borrachera anterior la que le había llevado a su situación actual, su adormilado sentido común despertó y convino en que ya era suficiente sake por esa noche.

El aire fresco le ayudó a despejarse un poco, pero aun así Kakashi necesitó de tanto en tanto el apoyo de Yamato para conseguir llegar a casa sin caerse de morros por el camino.

Ya estaban cruzando el portal cuando un chirleo se escuchó tras ellos. Kakashi conocía ese sonido, y se giró tan rápidamente que casi perdió el equilibrio. Allí, apoyado encima de la cancela del jardín, había un pequeño pájaro. Y no era un pájaro cualquiera. Era uno de los pájaros de Tsunade.

Kakashi supo enseguida lo que significaba.

Iruka.

De golpe estaba completamente sobrio.

—Tengo que regresar… —exclamó, y se soltó del agarre de Yamato.

—¡Oi, Kakashi! ¡Espera!

Pero Kakashi ya había empezado a correr.

***

Era lo que se temía.

Al llegar al hospital, Tsunade ya había metido a Iruka en quirófano. Otro ninja médico le explicó de parte de ella que, aunque los niveles de tensión de Iruka se habían normalizado, el estado del joven maestro seguía siendo extremo, ya que a cada día que pasaba el saco gestacional que tenía en el vientre crecía y con ello las posibilidades de sufrir un desgarro en cualquier momento. Y así había ocurrido finalmente, hacía escasamente media hora. Por suerte, el que Iruka estuviera monitorizado permanentemente había permitido detectar la hemorragia interna al poco de producirse, pero esta era tan severa que a los pocos minutos Tsunade ya había tenido que meter a un semi inconsciente Iruka en quirófano. 

Kakashi no podía hacer otra cosa que esperar. Fue al pasillo más cercano a los quirófanos del hospital y allí se sentó en una incómoda silla de plástico. Entre la sensación de embriaguez que iba y volvía y la preocupación que sentía por el estado de Iruka, se encontraba en una especie de doloroso sopor que le impedía pensar en nada coherente.

Ni siquiera supo cuánto tiempo había pasado cuando alzó la vista y Tsunade estaba frente a él, aún vestida con una bata de cirujana y —a Kakashi se le encogió el corazón— varias manchas de sangre en ella.

—Se pondrá bien —habló Tsunade.

Kakashi soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Se levantó.

—¿Y el bebé? —La mujer negó con la cabeza. Kakashi suspiró—. ¿Lo sabe él?

—Todavía sigue adormilado por la anestesia.

—¿Dónde está?

—Acaban de llevarlo de vuelta a una habitación. Deberá quedarse en el hospital varios días.

—¿Puedo verle?

—Claro. Creo que será mejor si le das tú la noticia…

—Entendido…

Tsunade le acompañó hasta la habitación donde habían llevado a Iruka, que no era la misma en la que había estado monitorizado durante la última semana. Un enfermero estaba aún con él, vigilando que se despertara del todo de la anestesia. La médico le indicó que saliera y luego ella hizo lo mismo, no sin antes darle un apretón cariñoso a Kakashi en el hombro.

Kakashi se sentó en el borde de la cama y le cogió de la mano. Iruka tenía la mirada aún un poco perdida, pero ya estaba completamente consciente. Kakashi sabía que tenía que contarle lo que había pasado, pero no sabía cómo empezar. Al final, fue Iruka el que habló primero.

—Ya no está… ¿verdad? —susurró con voz rasposa.

El Hokage negó con la cabeza y le apretó la mano con más fuerza. Iruka cerró los ojos y dos gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas.

—Deseaba tanto que saliera bien…

—Lo sé… —A Kakashi también se le quebró la voz—. Lo sé, amor.

Se tumbó a su lado, en silencio, y le besó y le acarició y le consoló lo mejor que supo hasta que Iruka se quedó dormido, agotado.

***

Físicamente Iruka se recuperó más pronto de lo previsto, y al cabo de apenas dos días Tsunade decidió darle el alta para que, sabiendo de la aversión del joven maestro a los hospitales, terminara de pasar la convalecencia en casa. Pero antes tenía que hacer una cosa.

Tocó suavemente a la puerta de la habitación. Escuchó un “adelante” y entró. Iruka ya estaba vestido con ropa normal, sentado en la cama esperando su alta, y Kakashi estaba de pie a su lado, vestido con uniforme ninja pero sin la túnica ni el sombrero de hokage, ya que se había cogido varios días de permiso para cuidar de su marido en casa.

—Buenos días —saludó la médico.

—Buenos días —saludó Kakashi.

—Iruka, te traigo el informe de alta, como sé que estás deseando.

—Gracias —murmuró el chuunin.

A ninguno de los dos hombres se le pasó por alto la pequeña cajita de madera labrada que ella llevaba en la mano y se la quedaron mirando.

—¿Qué es eso? —preguntó Iruka, pero por el tono cauteloso de su voz era evidente que lo sabía perfectamente.

Tras dejar el informe con el alta de Iruka sobre una mesita, Tsunade se acercó más a ellos y alzó un poco la cajita para que la vieran bien.

—Esto es para los dos. Para que lo enterréis y os despidáis de él.

Kakashi entendió entonces también de qué se trataba, y alzó las cejas, alarmado por la reacción que pudiera tener Iruka.

—Tsunade-sama, no creo que… —empezó.

—Es importante —interrumpió ella—. Es algo que debéis hacer, y que debéis hacer juntos. 

Kakashi miró a Iruka, quien no había apartado la vista de la cajita. Su expresión era triste y sombría, la misma desde que se despertara de la anestesia. Tsunade había visto esa misma expresión en mujeres que habían sufrido la misma pérdida (aunque las circunstancias fueran tan diferentes) y sabía que lo que le estaba instando a hacer le ayudaría a superarlo, y también a Kakashi.

—Debéis enterrarlo —insistió—. No en vuestro jardín, no en un lugar por el que paséis cada día, pero sí en un sitio al que podáis volver si un día así lo queréis. Debéis enterrarlo, despediros, y llorar la pérdida. Confiad en mí.

Por un momento ninguno de los dos dijo nada. Tsunade sabía que Kakashi le estaba dejando la decisión a Iruka. E Iruka finalmente asintió. Tsunade le entregó la cajita y luego le dio un apretón cariñoso en la muñeca. Le tenía mucho cariño al joven maestro y sentía compasión por él.

—Gracias —murmuró Kakashi—. Por todo.

Tsunade asintió y se marchó.

***

Esa misma tarde Kakashi e Iruka fueron a dar un paseo tranquilo por el bosque cercano a su casa y eligieron un lugar apartado pero que era fácil de reconocer por si, como había dicho Tsunade, algún día querían regresar al mismo punto.

Kakashi hizo un pequeño pero hondo agujero en la tierra junto a un viejo y gran arce, e Iruka depositó con cuidado allí la cajita. Kakashi tapó con tierra y colocó una flor encima. Luego se irguió y buscó la mano de Iruka.

—¿Estás bien? —le preguntó por primera vez desde la operación.

—Sí —respondió Iruka.

—¿De verdad?

Iruka suspiró.

—Lo estaré. Supongo.

El joven maestro tenía la mirada aún clavada en el pequeño montículo de tierra fresca y no la despegaba de allí.

—Todo irá bien —le dijo Kakashi, apretando más su mano.

—Sí —convino Iruka, aunque no lucía muy convencido.

—¿Qué piensas?

Iruka apretó un instante los labios, reacio a responder  a la pregunta, pero lo hizo.

—Pienso que se acabó. Era mi primera y última oportunidad de darte una familia. Y no he podido. Lo siento.

Kakashi se sorprendió, no por las palabras de Iruka (pues le conocía y sabía perfectamente lo que le atormentaba, aunque no tuviera sentido) sino porque finalmente fuera capaz de decirlas en voz alta. Y eligió las suyas con cuidado.

—Tú ya me has dado una familia, Iruka. —El aludido no levantó la vista—. Tú. Tú eres mi familia.

Iruka suspiró.

—No es lo mismo.

—Y no necesito, ni deseo nada más —continuó Kakashi, como si Iruka no hubiera dicho nada—. Pero si algún día lo deseara… —Notó a Iruka tensarse—. Y solo si tú también lo desearas… tenemos otras formas de aumentar la familia.

Ahora sí, Iruka alzó la vista del montículo y le miró fijamente.

—¿A qué te refieres?

Kakashi se encogió de hombros, queriendo restarle importancia a lo que iba a decir a continuación, para no turbar demasiado a Iruka.

—Bueno, hay un orfanato cerca de Konoha, ese del que Kabuto se ha hecho cargo. Podríamos ir a visitarlo un día y… bueno, ya veríamos.

El chuunin tenía la boca abierta, aturdido.

—¿Hablas en serio?

De nuevo Kakashi se encogió de hombros.

—Solo digo que es una opción.

Iruka cerró la boca, bajó la vista al montículo, y no dijo nada por varios minutos. Kakashi ya empezaba a pensar que quizás no había sido una buena idea decirle aquello tan pronto, cuando de repente una pequeña sonrisa afloró en el rostro del más joven.

—Es una opción —acordó.

Kakashi sonrió también.

Se quedaron un rato más allí, en silencio, y luego regresaron a casa dando un paseo.


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