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La sabiduría en las gotas de lluvia por Syarehn

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Notas del capitulo:

Se los dije, bello mundo: dos hacen uno. Iba a subirlo antes, pero no pude terminarlo. Esta es la versión de Aomine del primer capítulo.  

Permaneció recargado en la pared de la tienda de conveniencia, mirando la lluvia caer y la gente corriendo mientras él aprovechaba el cobijo de la marquesina. La ansiedad le gritaba que por lo menos lo llamara, pero no lo hizo.

¡Mierda! ¡Sólo debía cruzar la calle, tomar el elevador y tocar a su puerta!

 «Te saldrán raíces».

Aomine giró el rostro, dispuesto a mandar al carajo a quien se había atrevido a meterse con él . Sin embargo, no había nadie cerca.

«No va a esperarte por siempre». Esa nueva vocecilla era distinta a la anterior pero poseía la misma entonación y cadencia. Era estúpido, pero le parecía un sonido casi líquido.

—¿Pero qué…? —Debía estar alucinando. ¿¡Por qué diablos escuchaba voces!?

«Aquí, tonto». Una gota de lluvia lo golpeó fuerte en la frente, dejándole un punto rojo.

«¡Pero qué lento!» Se quejó otra, dándole en el mismo lugar y escurriendo por el puente de su nariz.

—¿Gotas? —Se preguntó incrédulo—. No más cafeína.

«¡Y sigue ignorándonos! ¡Qué descaro! ¡Qué infamia!»

Aomine rodó los ojos. ¿En verdad estaba escuchando a las gotas?

«Deja de perder el tiempo y ve».

«Sí, ve y díselo».

—¿Decir qué? —preguntó. Sin embargo, dejó de fingir cuando las gotas comenzaron a golpearlo sin tregua, dejándole el rostro mojado y adolorido—. Bastardas —masculló molesto, secándose con la manga. Suspiró—. No es el momento —dijo después de un rato.

«Y a tu paso no lo será jamás». Le recriminó una gota especialmente grande que apenas si se sostenía de la marquesina. Aomine apretó los dientes. «Es fácil, sólo debes ir y decírselo».

—¿Para que luego me cierre la puerta en la cara? —ironizó—. Paso —dijo mientras la gota caía al vacío, fusionándose con un charco.

«Deja de temerle al rechazo»le confortó otra, deslizándose por su oreja. 

—¡No le tengo miedo a nada!

«Sí, sí, lo que digas… Todo habría sido sencillo de habérselo dicho aquella vez».

—No pensé que todo se volvería tan problemático —replicó Aomine.

«¡Patrañas! Te acobardaste». Se burló la gota que escurría en la pared.

Aomine la aplastó con un dedo, moviéndolo hasta que sólo quedó una diminuta mancha de humedad.

«Asesino» le regañó otra. «¿Y así esperas ser policía?»

—¡Espero que dejen de joderme el día! —Casi gritó. El hombre que pasaba casualmente a su lado lo miró mal.

«¡Entonces ve y díselo ya!»

—Está lloviendo —declaró lo obvio cruzándose de brazos. Y no, Aomine Daiki no estaba nervioso.

«¿Y él vale menos que un poco de agua sobre tu ropa? Qué banales son los humanos».

El moreno resopló. Ya no podía postergarlo más, de hecho, postergarlo fue el error que originó todos sus males.

Desde que lo vio años atrás cuando lo golpeó el balón, Aomine pensó que ese chico rubio irradiaba luz propia. No hubo una atracción inmediata o un flechazo de enamoramiento, a él le enloquecían las extravagantes copas D. Sin embargo, decir que no le pareció un niño bonito, sería mentir.

Luego entró al equipo y sus sonrisas radiantes llenaron sus días. Las miradas de admiración que le dedicaba y el tono cariñoso en que lo llamaba se hicieron algo tan natural y necesario como respirar. Y Aomine sabía que no veía al rubio como al resto pero no por ello se sintió tentado a dejar su preferencia por los senos grandes. Era un gusto solamente, la curiosidad propia de un puberto moja-sábanas alborotado por sus hormonas.

Después se había sumido en un mar de tedio y apatía tan profundo que terminó encerrándose en sí mismo, excluyéndose del mundo y a la vez excluyendo al mundo.

Entonces se lo topó en la Winter Cup.

Su sonrisa encantadora seguía allí, la determinación en su mirada y su destellante presencia. El gusto regresó y se asentó con fuerza cada vez que lo veía jugar superándose a sí mismo a cada encuentro. Pero fue sólo cuando su estúpido senpai dio a notar la cercanía entre ambos que Aomine sintió la inminente presencia de los celos. Siempre tendiéndole la mano en su pose de protector y superior; siempre que se topaba a Kise, éste estaba con aquel idiota, acaparándolo.  ¡Hasta se había ganado la admiración del rubio!

Pasó noches pensando en él y su humor empeoró mientras sus ganas de verlo no hacían más que aumentar. Pero por suerte todo fluyó de mejor manera gracias a Kuroko y Satsuki, que buscaban reunirlos nuevamente a todos. Ese fue el final de una etapa de oscurantismo para todo su antiguo equipo de secundaria.

Poco a poco, él y Kise retomaron los partidos uno a uno. Kise lo visitaba en Tōō y él llegaba de improviso a su departamento. Comían juntos, salían juntos; la camaradería había vuelto… y un sentimiento arrasador había venido con ella. Porque puede que Aomine fuera lento pero no era estúpido, al menos no lo suficiente como para no notar la forma en que Kise ponía su mundo de cabeza con su sola presencia. No lo admitiría ni bajo tortura, pero una palabra suya o una mirada bastaban para hacer sucumbir el orgullo del gran Aomine Daiki. ¡Incluso era su primer pensamiento al abrir los ojos cada maldita mañana!

Kise era lo mejor y lo peor de su vida.

Sus mejores momentos eran los que compartía con él, sus sonrisas sinceras –aunque escasas– eran las que Kise le robaba y sus deseos más profundos eran los que el modelo le provocaba. Kise era su peor distracción, su perdición. Por pensar en él olvidaba todo lo demás, por mirarlo a él congelaba al mundo a su alrededor. Ese rubio de revista representaba su mayor debilidad y su más férrea fortaleza.

No supo en qué punto fue, pero había dejado de pensar en una chica de prolongadas curvas como expectativa al futuro para colocar en su lugar a un chico de piel de seda, mirada de ámbar y cabellos claros como rayos de sol.

Pensó mil veces en invitarlo a salir de otra manera, no obstante, el hecho de tenerlo y a la vez no, era como jugar básquet con una mano atada y un balón de americano; todo un reto pero no un imposible. Y a decir verdad, era esa misma dificultad lo que más lo atraía.

Hasta que un día, cansado de aguantarse las ganas de besarlo y ser visto como un amigo, decidió que iba a conquistarlo. No más noches de revistas para chicas y su fiel mano derecha.

Aomine no era de hacer planes, mucho menos cursis o tonterías de ese estilo, pero tenía un plan de conquista muy propio: aprovecharía que habían quedado dentro dos días para jugar y a medio partido, Aomine mandaría todo al carajo y besaría a Kise por sorpresa, tan profundo e insaciable que ninguno lograría fabricar ideas coherentes. No necesitaría palabras, lo besaría hasta que el rubio comprendiera lo que sentía por él. Hasta que el mundo lo comprendiera.

Quizá después de eso lo llevaría a cenar.

Pero los planes están hechos para irse carajo y joderte la existencia. Así que antes del día estipulado, apareció él –técnicamente siempre estuvo ahí, pero Aomine no vio venir el golpe–.

Aomine caminaba descuidadamente por la calle cuando los vio besándose ¡Hasta empujó a más de uno para asegurarse de que su miopía no lo traicionaba! Por desgracia su vista era aguda y nunca fallaba. Quiso separarlos, gritar y oponerse. Limpiar con sus labios todo rastro del sabor ajeno en la boca de Kise, reclamar su corazón y de paso enviar al hospital –o a la morgue– a ese idiota usurpador. Porque sólo él sabía interpretar correctamente   todo lo que Kise quería.  Ya fuera con pucheros, sus tonos de voz, el brillo en sus ojos ¡Incluso los puñeteros emoticones que tanto odiaba! Sólo él conocía a fondo sus gustos, sus fijaciones, sus temores y sus anhelos. Sólo él amaba cada una de sus facetas y las aceptaba sin desear modificar alguna.

Y por supuesto, sólo él quería entregarle los secretos del universo en una caricia. ¿Aquel idiota podría? ¿Lo haría?

Sin embargo, se quedó de pie en su lugar con el corazón desangrándosele a carne viva porque Kise sonreía, porque lucía tan contento que casi lo cegaba. Así que se tragó su orgullo herido diciéndose que el tipo a su lado, el usurpador, lo estaba haciendo feliz, mientras él…, él era tan solo el imbécil que había llegado tarde.

Dio la vuelta pensando que lo olvidaría y pasaría página, pero el enamoramiento había dejado de ser sólo un enamoramiento. De pronto, la certeza de amar a Kise se convirtió en la peor tortura jamás inventada. Ya no era sólo jugar maniatado con un balón ovalado, era querer tocar el Sol y respirar su fuego.

¿Qué se supone que haría ahora sin Kise, sin sus sonrisas, sin su calor, sin su aroma delirante? ¿Qué haría con todos los sentimientos que tenía por él y que no podría entregarle? ¿Qué sentido tenía amarlo como lo hacía si él era de otro, si en realidad jamás lo tuvo?

Luego Kise dejó de buscarlo, demasiado ocupado con su relación y Aomine dejó de visitarlo, demasiado celoso como para verlo con él.

Nuevamente su humor empeoró, desquitándose con todo lo que cruzaba su camino. Dejó que el tiempo pasara, recogió del suelo su rechazado corazón y siguió adelante; la melancolía siempre le pareció una pérdida de tiempo. Pero la certeza de que habría podido tenerlo todo de no haber perdido el tiempo, era avasalladora. Sí,  lo había perdido, pero ¡Carajo! Había ganado la felicidad de Kise aunque no fuera a su lado. No podía quejarse.

Y ahora estaba allí, a una calle de su departamento, hablando con la lluvia, lamentando su estupidez y repitiéndose que ir con él ahora no era una buena idea.

«¡Está saliendo, está saliendo!» Dijeron decenas de gotitas golpeándole el cuerpo para llamar su atención.

Aomine lo vio cruzar la calle paralela a la que él estaba y algo en su interior salió de su letargo. Era como volver a respirar con normalidad, como un golpe de aire fresco. Era ilógico, pero los colores brillaban más y la lluvia no se sentía tan fría.

Sus pies siguieron al rubio sin esperar a que Aomine fuera consciente de que iba tras él.

 «¿Se lo dirás? ¿Lo harás? ¿Lo harás?»  preguntaban las escasas gotitas que caían de los árboles; la lluvia había cesado.

—Lo haré —declaró Aomine apresurando el paso.

No obstante, se detuvo cuando estuvo a unos cuantos metros. ¿Qué iba a decirle? No podía declararse, sería precipitado, casi cruel. Kise estaba saliendo de una relación de años y él…

«Lo que necesita es esperanza. Dásela».

—No —murmuró.

Ryōta se había quedado parado frente al café de Susa y lucía tan pensativo que Aomine se dijo que no tenía derecho a irrumpir su calma, a tocar un tema que lo lastimaría más.

Entonces las gotas comenzaron a caer incesantes sobre él. La lluvia volvía y con ella miles de vocecillas golpeándolo y diciéndole que no era un error.

«Díselo. Es lo mejor».

«Anda, anda. Díselo. Confía en ti, en nosotras».

«¡Díselo, díselo!»

Y la lluvia se convirtió en una tormenta.

«¿Pero qué esperas? ¡Ve!»

Su mano viajó hasta el hombro ajeno con el único pensamiento de evitar que se mojara. Sintiéndose como un tonto en el proceso. Estaba nervioso y con la boca tan seca como el cerebro.

—¿Qué haces en medio de la lluvia, rubio tonto? —Se decidió a hablar, con la voz rasposa por lo apresurado de sus palabras.

—Quería un café. —El tono de Kise sonaba apagado y Aomine deseó patearle el culo al estúpido usurpador.

«No fue difícil ¿o sí? Ahora invítale algo» sugirió una gota sobre su cabello. «¡Anda! ¡Invítalo!» le ordenó al verlo rígido. Luego comenzó  a escurrir por su frente haciéndole cosquillas para relajarlo.

—Entra, conozco al encargado —dijo por fin.

«¡Pero no seas tan rudo!» Le reprendió otra al ver la forma posesiva en que Aomine lo llevaba a través de la multitud.

«¡Déjenlos ya!» decretó una gota gruesa y pesada que se precipitaba hacia Kise. Luego habló para el par de chicos. «Las mejores acciones son las que no se piensan, las que dicta el corazón. Por eso al amor lo guía lo imprevisto» dijo antes de extinguirse en el cuello del rubio.

Aomine tragó en seco al verla deslizarse por la piel blanca y perderse en los pliegues del abrigo. Sonrió. Kise seguía acelerándole el pulso igual que antes.

Lo llevó a su mesa predilecta. Iba tan seguido que incluso Susa colocaba bolsas de azúcar o café para que nadie se sentara en su lugar. No pudo evitar pensar que el lugar se sentía todavía más acogedor con el rubio a su lado. Las ansias por estrecharlo se hicieron apremiantes y llegó a la conclusión de que si no se tomaba un respiro iba a saltar sobre él en cualquier momento. No quería actuar visceralmente pero él no era de los que suelen cuidar lo que hace o dice ¡Y menos con Kise! Aquel rubio era su inhibidor mental personal. Así que como recurso de escape le avisó que iría al sanitario.

Al llegar abrió la ventana en busca de aire y consejo.

—Estúpidas gotas, vengan aquí —las llamó, sin obtener respuesta—. ¿Qué diablos se supone que haré ahora? —Nada—. ¡Digan algo!

—¿Todo bien, Aomine? —cuestionó Susa al otro lado de la puerta.

—¡Largo de aquí, idiota! —gruñó.

Escuchó los pasos de Susa alejándose y esperó con el rostro recargado en el alfeizar. Nada.

Resignado a no tener respuesta abrió el grifo y se mojó el rostro. Estaba secándose las manos cuando la gota que moría en su brazo dijo:

«Dale confianza, hazle saber que estás ahí para él. Todo saldrá bien».

—¿Y cómo carajo se supone que lo haga?

Sin embargo, aunque abrió de nuevo el grifo ya no hubo más consejos.  

Regresó con la cabeza hecha un lío, pero olvidó sus preocupaciones al mirar a Kise haciendo pucheros y hablándole a la nada. ¿Cómo algo tan simple lograba enloquecerlo tanto?

—Muere ya y déjame en paz. —Escuchó que dijo.

—Qué agresivo. ¿Midorima te lo dijo tantas veces que ya te contagió sus buenos deseos? —Sonrió ante el sobresalto del rubio.

Los ojos de Kise estaban irritados y su cabello mojado pero seguía siendo tan atractivo como siempre,  encantador y sensual a partes iguales. El chico al que deseaba proteger con su vida.

—No hablaba contigo, Aominecchi. —Kise parecía molesto y avergonzado—. Olvídalo, no importa.

—Claro que importa —aseguró Aomine e inmediatamente se sintió estúpido por hablar tan pronto, pero decidió fingir que tenía todo bajo control porque Kise lo observaba expectante, con ese brillo espectacular en los ojos—. Importa porque sería terrible para la reputación de un policía invitarle café a un psicópata en potencia.

Kise rodó los ojos y Aomine se maldijo por no saber usar las palabras.

—Sigues siendo un idiota, Aominecchi. —Y él no pudo más que concordar porque estaba embobado por la sonrisa y el cadencioso movimiento de los labios del modelo. Ni siquiera pensó cuando se llevó la taza a los labios, quemándose irremediablemente—. ¡Ni cómo defenderte!

Quiso decirle que era su culpa por embelesarlo pero en lugar de eso comenzó a maldecir la temperatura del café y la pésima costumbre del mundo por servirlo hirviendo. Y no, Aomine Daiki no estaba hablando para ocultar sus nervios. Jamás.

Todo fluía bien hasta que notó que la sonrisa de Kise se apagaba.

—Deja de pensar de más, Kise. No te va. —Odiaba verlo actuando como el maniquí perfecto que representaba en las sesiones fotográficas—. Tch. Quita esa sonrisa falsa. No tienes que fingir conmigo, rubio tonto. No hables de él si no quieres, sólo deja de pretender que no te duele…

Porque no era necesario. Él estaría allí, sosteniéndolo si se sentía caer y ayudándole a sanar sus heridas como siempre debió haber sido.

«Díselo.Díselo ahora. Debe saberlo» le apremió una gota desde la ventana. Pero no, no era el momento y aunque  él deseaba tocar el tema y decirle que se había liado con un imbécil que no supo valorarlo y que bastaba con ver a aquel idiota para notar que lo suyo no tenía futuro  o simplemente que Kise era demasiado para él, no lo dijo y no lo diría. No iba a decir nada que lastimara más al rubio así que se mordió la lengua.

—¿Sabías que la loca de Satsuki está aferrada en trabajar para la INTERPOL? —dijo lo primero que llegó a su mente.

Notó de inmediato el alivio en el rostro ajeno. La conversación siguió su curso, desviándose y perdiéndose en un millón de temas hasta que una pregunta de Kise le hizo pensar en las tontas gotas de lluvia.

—Dijiste que las decisiones imprevistas son las mejores. ¿Cómo es que eso tiene sentido? —Aomine sonrió de lado. Al menos en eso las gotas tenían razón. Esas bastardas eran tan sabias como molestas.

—Puedes pasar toda una vida planeando lo que harás a lo largo de ella, pero al final algo pasa y todo se va a la mierda —dijo, pensando en su ‘plan perfecto’ de conquistar a Kise—. Y aun así la vida sigue pasando sin importar lo que lograste y lo que no.

—Tienes un don para dar aliento a las personas. —Aomine rió por lo bajo. Si Kise supiera…

—Sólo digo que planear no sirve de nada. —Se encogió de hombros y continuó—. Es mejor tomar lo que la vida te da. Siempre hay algo tocando a tu puerta. —«Y yo estoy tocando a tu puerta»añadió en su mente—. Cuando hay una oportunidad debes tomarla, Kise.

Aquella frase fue más para sí mismo que para el futuro piloto. Debía arriesgarse o volvería a perderlo. Tenía qué.

—No me estás convenciendo, Aominecchi. 

—No quiero hacerlo —dijo, en lugar del «pero lo haré» que gritaba su mente—. Cada quien vive como quiere.

«Es el momento. Díselo» dijo otra gota, también desde el cristal. Aomine la miró sin ser consciente de que su mano se movía sin permiso paraposarse en la del rubio, hasta que notó la mirada inquisitiva de éste. Una parte de él temió el rechazo, por eso habló antes de que Kise lo hiciera.

Debía decírselo. Y que pasara lo que debía pasar.

—Sé que no es el momento, pero me gustas. —Casi se atragantó con las palabras—. No. Me gustabas en Teikō. —Miró de nuevo hacia la ventana esperando que las gotas dijeran algo. Una señal para continuar o no.

«¡Díselo! No te detengas ahora. Díselo justo como lo sientes.»

Y lo hizo.

—Kise, siempre has sido la luz más brillante en mi vida, incluso en tus días nublados, así que no vuelvas a salir ella, rubio idiota o iré por ti y te ataré para que no vuelvas a separarte de mi lado.

—Aominecchi…

—También sé que lo último que te hace falta es soportar una estúpida declaración —se adelantó, con el corazón bombeando en su pecho como nunca antes—. Pero no voy a fingir que no tengo ningún interés en ti; ya lo hice durante el tiempo que permaneciste con ese id… con él —se corrigió a regañadientes—. Quiero estar contigo, Kise. No como un amigo más, quiero… —dejó la frase al aire para tomar a Kise por la barbilla, desenado quedarse con el sabor ajeno grabado en los labios.

—No voy a ofrecerte un corazón roto ni te dejaré la carga de sanarlo. —Le detuvo el rubio con una suavidad que le rasgó el alma—. No sería justo para ti.  

Un corazón roto. Eso había dejado aquel bastardo. ¡Iba a matarlo, a destrozarlo! Pero antes debía poner las cosas claras con Kise. Ni él ni sentimientos eran una carga, jamás lo serían. Amaba a Kise, desde sus sonrisas hasta sus lágrimas. No buscaba compartir sólo los buenos momentos, estaba allí para acompañarlo en todo. Iba a ser todo lo que Kise necesitara porque el modelo era ya todo lo que él siempre había necesitado.

—No tienes que hacerlo solo, idiota, como si nadie se preocupara por ti. Voy a aceptar lo que puedas darme, pero lo quiero todo, Kise. —Se acercó de nuevo de forma inconsciente—. Si esperé tanto tiempo en decírtelo, supongo que puedo esperar un poco más.

Se inclinó para depositar un sutil beso en la comisura de sus labios para luego separarse, beber su café e iniciar una conversación totalmente diferente. Kise quería y necesitaba tiempo, y él iba a darle ese tiempo, así como el apoyo y el sostén que le hiciera falta.

Y la noche cayó sin que la incomodidad se hiciera presente.   

«¡Sabíamos que debías decírselo!» celebró una gota cuando se levantó a pagar. Ésta cayó en su mano a causa de una pequeña fisura en el techo.

«Ahora sólo tienes que hacerle entender que el amor verdadero no es un mito, que existe. Que lo harán real» dijo una segunda gota antes de que Susa la limpiara del mostrador y le dijera a Aomine que la casa invitaba.  

El moreno asintió y entonces escuchó el murmulló de otra gotita, una que escurría en la ventana.

«¿Lo ves? Existe» le dijo a Kise.

Así que esas bastardas también le hablaban a él, ¿eh?

—Es muy pronto para saberlo. —Le oyó decir al rubio cuando llegó a su lado sin que lo notara.  

—Pero existe —declaró Aomine con la seguridad casi arrogante que lo caracterizaba. El rostro de Kise era un poema a la incomprensión—. Confía en mí. Voy a demostrarte que el cielo no tiene límites —le prometió antes de tomar su mano entrelazando sus dedos para afianzar la declaración.

Porque iba a hacerlo, haría de su realidad juntos algo mucho mejor que un mito. Iba a cumplir su palabra aunque la vida se le fuese en ello.

.

“Porque todo en mí ama todo de ti.”

.

Notas finales:

Hasta pronto, mundito. 💋


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