Estaba sentado con pluma en mano en uno de los cálidos sillones que se encontraban frente a la chimenea, a esas horas aún apagada, de su sala común de Slytherin. En la otra mano un pergamino escrito, hacía horas que se había sentado en ese sillón esperando preguntándose si lo que iba a hacer era lo correcto o si solo ese trozo de pergamino que gritaba una dolorosa verdad a los cuatro vientos, sería un motivo más de burla.
Sí, él, Draco Malfoy el orgulloso Sangre Pura, el insufrible Príncipe de Slytherin tenía miedo. Tenía miedo al rechazo, a la burla, a que por una vez que mostrara que él también podía sentir eso que llamaban amor, todos se rieran de él como si de una atracción de feria se tratara.
La guerra hacia un año que había acabado y Dumbledore quien no había muerto como todos creían, había hecho que todos, incluso el trío de oro, repitieran el último año perdido a causa de la guerra. Ahora en los Slytherin los burlados, los que estaban por debajo de los demás, los que eran mirados por superioridad. Todos les habían dado la espalda desde los más pequeños Huflepuff hasta los más mayores de Ravenclaw y de Gryffindor.
¿Por qué ahora debía ser diferente? ¿Acaso San Potter debía sentir clemencia por él quien se había encargado de hacerle la vida imposible? ¿Por qué? ¿Sólo porque le decía en esa patética carta que llevaba enamorado de él desde hace tiempo?
Conteniendo las lágrimas que hace días querían resbalar de sus ojos, volvió a leer ese trozo de pergamino:
Potter:
Ni siquiera sé por qué te escribo esto, quizás me estoy volviendo ñoño o simplemente es mi alma la que cansada de llevar este peso en mí me hace escribir para finalmente poder descansar y quedar en paz.
Seguramente pensarás que esto es una pérdida de tiempo o quizás ni te habrás tomado el tiempo de haber leído la nota ni mucho menos de abrir el regalo pues va atado con los colores de Slytherin.
¿Sabes? Siempre me he sentido orgulloso de pertenecer a mi casa, siempre, hasta que me hicieron luchar contra ti y descubrí que eso no me hacía feliz, que me atormentaba el alma hasta niveles insospechados. Y eso me hizo odiarme y aborrecerme aunque al principio también te odié hasta que descubrí que no era odio, si no amor lo que mi corazón sentía hacia ti.
Sí, Harry, permite que te llame por tu nombre como he deseado hacerlo desde hace tanto tiempo que casi lo he olvidado, caí en tus redes, me enamoré de ti. Y aún a día de hoy te amo. No me preguntes cómo sucedió, ni cuándo, ni tan siquiera por qué puesto que ni yo mismo tengo las respuestas a tan sencillas pero a la vez complicadas palabras.
Tú que solo me hablaste para herirme, para sangrarme (pues yo hacía lo mismo, únicamente para obtener tu atención) te colaste entre los muros que tan celosamente protegían mi corazón. Hiciste que viera el mundo de otro color, ahora la esperanza y el amor brillaban para mí.
Suplico tu perdón por haberte herido de esa forma, sé que lo hice, pese a que tus labios no decían nada, tus ojos brillantes me decían que había dado en el punto correcto para hacerte daño. Perdóname. No voy a dar una patética excusa para esto, pero sí te digo que de todas aquellas veces en las que te hería, siempre quería abrazarte y con palabras cariñosas borrar todo sentimiento de dolor y a la vez quería lanzarme un crucio bien hecho por haberte herido, sí por haber herido lo más sagrado e importante para mí. Por haber hecho sangrar a mi corazón de esa forma. Pues sí, eres tan importante que has pasado a ser mi corazón mismo.
Cuando me lanzaste el “Sectusempra” cerré los ojos y sonreí, pues este era el castigo por haberme alzado contra ti, esperé el dulce beso de la muerte porque con ella me redimía, de esa forma no lucharía más contra ti, no vería en tus ojos el odio brillante que siempre veía. Pero Severus tuvo que venir y salvarme. Aún hoy no sé si darle las gracias por salvarme u odiarlo. Supongo que pese a todo era mi padrino y me quería y por lo tanto su deber como tal era salvarme, pero hay días en los que agradecería que no lo hubiera hecho, sobre todo cuando Ginny Weasley se pasea colgada de tu brazo muy ufana como dando a entender que solo ella era digna de merecer tu atención.
En esos momentos os odio, pues ya quisiera ser yo el que tuviera el placer de acompañarte a todos lados y de presentarte como mi pareja, siendo la envidia de todos…
Sí, pese a que puedas sorprenderte hasta un Slytherin, incluso yo, su asqueroso príncipe, tiene sentimientos puros como son el amor, aunque no sé si esto pueda considerarse amor; creo que un te amo apenas alcanza a relatar mis sentimientos por ti.
Quién diría que Draco Malfoy acabaría colado por los huesos de un Gryffindor, ¿eh? Y no cualquiera, el rey de la manada… Aún más imposible, ¿verdad?
¿Por qué un 14 de febrero para declararte mis sentimientos? Simplemente porque esta carta seguramente se pierda entre las demás, así no seré el motivo de tus burlas, ni las de tus compañeros. Te lo pido por favor, te lo suplico, no me hagas quedar como un tonto delante de los demás.
Pese a todo, me gustaría pedirte algo, un deseo, me gustaría que este día nos encontremos en la Torre de Astronomía, a las siete de la tarde, por favor, te estaré esperando.
Se despide de ti un tonto enamorado
Draco.
P.D: Espero que no hayas tirado el regalo y que te guste, pasé horas intentando buscar algo que te gustara y espero haberlo logrado.
Releía esas líneas y casi no se reconocía. No es que la mentira asomara en sus palabras, si no que no estaba acostumbrado para nada a desnudar su alma de esa forma ni a ser rechazado porque estaba seguro que lo sería de esa forma.
Una lechuza ululó a lo lejos y Draco al ver por la ventana encantada de las mazmorras de su casa, se dio cuenta que estaba amaneciendo ya. Suspiró, nada podría hacer ya.
Con paso lento se dirigió hacia su cuarto con un pensamiento en mente. No, no iba a enviar la carta, preferiría que Potter le odiara a que le tuviera lástima, preferiría que todo el mundo pensara que no tenía corazón a que este fuera destrozado en medio del Gran Comedor.
Se metió en la cama después de haber dejado la carta junto con el regalo encima de su mesita de noche y de haber cambiado su uniforme de Slytherin por su pijama negro de seda. Intentaría dormir los minutos que faltaban para que las clases empezaran, no creía ni que se presentara al desayuno. Bastante le dolía ver a Potter, a Harry, como hacía tiempo que lo llamaba en sus pensamientos, colgado del brazo de la comadrejilla menor en los otros días como para hacerlo en un día como San Valentín.
Lágrimas se acumularon en sus ojos, pero no las iba a derramar. Nadie merecía sus lágrimas, ni tan siquiera el niño-que-vivió-para-volver-a-vencer-a-Voldemort. Nadie.
Sin embargo al cerrar los ojos no pudo evitar que una solitaria lágrima, cristalina, una que reflejaba el dolor más puro de su corazón, descendiera por su mejilla. Apretó fuerte los ojos y los labios y se abandonó a los brazos de Morfeo quien lo acogió de seguida.
Pero no contaba con que Albus Dumbledore hiciera de las suyas y que la carta junto con el par de regalos que había en la mesita de noche desapareciera misteriosamente y el director sonriera como un niño con caramelos nuevos.
Definitivamente la magia de Hogwarts era maravillosa.