Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

O'im por Circe 98

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¿Hola?

 

Jelsenburg, O'im, 1018 años después de terminadas las guerras.

—¿Jezel? —Sean abrió la puerta, encontrándose a quien buscaba. Era un niño no mayor de los doce años, atado a servir a aquel mundo. Con su mano derecha cargaba un arco, la mano izquierda jalaba una flecha, un arma traída desde otro mundo, otro tiempo dentro de aquel planeta, uno lejos de toda la destrucción provocada por las distintas generaciones atrás. Un mundo que jamás volvería debido a las guerras que habían sufrido por diferencias. Era extraño que alguien siquiera estuviera interesado en ella teniendo tantas armas distintas a disposición de estirar una mano, en especial a los policías, como era el caso del lugar donde se encontraban—. Jezel, deberías estar en tu habitación desde hace horas, tienes toque de queda.

Un gruñido por parte de este se escuchó, bajando el artefacto. Tenía el cabello negro peinado hacia abajo, ojos del mismo color que su cabello que daba miedo a la gente por lo antinatural que era, no había nada de marrón en ellos. Totalmente negros, según lo que Said había investigado, no eran los propios pero le habían quedado debido al daño genético de los Naturales. La piel era extremadamente pálida que muchísimas pecas saltaban a la vista en su rostro y mano izquierda. Lo poco recuperado de su piel natural. Era imposible imaginarse la razón de que todo eso pasara. Siquiera imaginar que sobreviviría a un infierno. Un infierno tanto literal como metafórico.

—¿Por qué debería? —preguntó con brusquedad. Tenía un acento tosco, algo ronco. Regresó la flecha a la bolsa que colgaba de su cadera y dejó el arco en una banca cercana, encarando al adulto que iba a reclamarle—. Esto no me afecta. Los rumores que un Complejo haga sobre mí estando aquí adentro no pueden afectarme, he estado rodeado de peores.

Sean se acercó a él con pasos lentos. Ese niño daría ligeros problemas a su vida como soldado pero los aceptaba, sería un hermano mientras que Damien se encargaría de serle de padre del joven, algo noble para toda esa familia y él. Jezel era la esperanza de todos ellos. De sentirse normales. De recuperar lo irrecuperable para ellos. Claro que quería hacerse cargo de él como progenitor pero quien decidía al final era él, Jezel.

—Porque tu padre quiere que lleves una vida lo más normal que puedas a pesar de todo esto —dijo, llegando a su altura. Ese niño era más alto que la gran mayoría, atinaba que si pudiera seguir creciendo por cuenta propia, pasaría del metro ochenta. Tenía varios estirones más que solo el gobierno sabía si los cumpliría. Pero era muy alto, el cuerpo no era a base de sí mismo, dejando la cabeza y brazo de fuera, tuvieron que hacerlo a lo que fue, evitando llamar mucho la atención, iban perfeccionando esa tecnología. Una tecnología que existía desde hacía muchísimo tiempo pero que, debido a las guerras, fue dada como clandestina—. A Damien le preocupa mucho tu seguridad y quedarte entrenando a esta edad cosas que nadie más puede es justo lo que no quiere que hagas.

—Él me puso en esto —replicó.

Sean suspiró. Jezel sí que era testarudo. Sin embargo, debía recordarse que era un niño entrando a la adolescencia, un niño asustado de todo lo que había pasado y sin poder recordarla a profundidad. Una vida dentro del Inferior, una explosión que casi lo mataba, una operación que le arrebató la poca propiedad que consideraba única, haber visto por accidente fotografías de su cuerpo mutilado, quemado hasta lo irreconocible. Doce años creciendo y siendo capaz de sentir. El adulto no se sentía capaz de imaginar todo ese horror, menos creerse con la fortaleza que veía en él. Un niño que debía comportarse como adulto, un niño que deseaba recuperar su infancia arrebatada solo por ser marcado en un lugar de nacimiento. Poder olvidar en gran parte lo que le atormentaba en sueños.

—Para salvar tu vida —respondió, llevando una mano a su cabello.

—No merecía que me salvaran —dijo. Sean posó sus ojos azules como el cielo lejano a ese planeta, de varios mundos extraños pero incapaces de mantener la vida. Vio más dolor. Era muy fuerte, se decía, más fuerte que muchos adultos superando pérdidas de alguien amado. Jezel poco sabía de su pasado. Además, por eso mismo, no recordaba su verdadero nombre porque Jezel había sido creado a partir de Jezabel, lo más cercano que tendría jamás a su pasado. Algo que le conectara. No obstante, Amari prohibió decirle la procedencia de su nombre.

—Todos nos merecemos una segunda oportunidad —contradijo, revolviendo su negro cabello. Sintió golpes en su mano, cosa que no le sorprendió—. Y lo digo enserio. No me importa que vinieras de ese mundo, Jezel, tampoco le importa a Damien o a Amari o a Said, no nos importa. Sobreviviste por algo.

—Sizlardan bir xudbin istagi to'g'risida —replicó. Sean suspiró al no entender lo que había querido decir. Jezel no dominaba del todo la lengua estándar de Necrópilas, entendía más de lo que hablaba por lo que muchísimas veces terminaba diciendo frases en el idioma con el que nació y creció escuchando porque tampoco sabía escribirlo. Analfabeta había escuchado que políticos del territorio le llamaban de esa manera, asqueados con su sola presencia. No podía estar en desacuerdo pero tampoco de acuerdo. Jezel lo era, lo admitía pero no por el solo lugar en que provenía. Era por la falta de educación de su familia.

Su rota familia.

—Mejor acompáñame —dijo, irguiéndose. Escuchó más réplicas del pelinegro pero le siguió, viendo con anhelo el arma que usaba para entrenar. Antes de salir, Sean la colocó en su lugar para llevar al joven a su habitación, dejando un poco de comida para evitar que escapara de la misma durante la noche debido al hambre que se negaba a admitir que tenía.

Tal vez aprendiera algún día el nombre de lo que se relacionaba el uso del arco y pudiera pensar de la mejor manera la forma en que funcionaría. La mejor arma para él eran las pequeñas explosiones, dejadas para exterminar grandes oleadas de caraculos.

-.-

Jelsenburg, O'im, 1224 años después de terminadas las guerras.

Jezel entrenaba a la par contra Vanessa, siendo esta quien sudaba bastante contra el androide de su amigo. Sí, el pelinegro no iba a negar que tenía serias heridas en los brazos al grado de necesitar ir con Damien para ver si podrían reparar sus extremidades pero contra la castaña que, si no fuera por su habilidad regenerativa, estaría inconsciente por los golpes que le daba era poco todo eso, la veía. Durante los entrenamientos no jugaban como los demás, era a matar. Jezel sabía que él mismo no era inmortal y que podría ser herido hasta la muerte.

No había armas, eso provocaría una desventaja injusta debido a que la muchacha era más hábil en un mano a mano contra él, que se manejaba a la perfección a la distancia, ignorando contra quién peleara. Las peleas mano a mano le eran útiles después de las misiones donde perdía a sus compañeros por sus estupideces, cosa que sucedía más cuando iba acompañado de algún otro grupo, siendo él quien estuviera encerrado y no pudiera manejar o decidir las mejores tácticas de defensa y ofensa. La familia que le adoptó hacía doscientos seis años le conocía y sabía que era la manera en que pudiera desahogarse, incapaz de llorar o demostrar su frustración de esa manera.

Esquivó un ataque directo a su rostro, pateándole la pierna con muchísima fuerza. El dolor que sintió le hizo saber que había pasado el límite, otra vez. El pequeño nano dentro de su cerebelo se activaba lanzando receptores de dolor solo cuando estaba en peligro alguna parte del cuerpo extraño que poseía, su forma de decir que podría perder algo. La forma en que podía detenerse para salvar el pellejo que le pertenecía a Necrópilas.

Hizo ademanes con su mano, indicándole a la castaña que debían parar o él no podría levantarse nunca más durante largo tiempo, hasta que el gobierno considerara adecuado que ya había sido mucho castigo el mantenerle lisiado. Además, necesitaba centrarse un rato antes de irse, tenía una cita a la que acudir después de todo. No tenía tiempo que perder en sí si estaba con aquel muchacho.

Ella comprendió por lo que no hizo nada para atacarlo, ni siquiera una broma en venganza por haberla tumbado. Estiró su brazo, esperando la ayuda de su amigo, quien lo hizo de inmediato. Ambos medían más del metro noventa pero Vanessa era ligeramente más alta, cosa extraña incluso en ese lugar, las mujeres no pasaban del metro setenta y los hombres rara vez llegaban al metro ochenta, era aparatoso. A pesar de que estéticamente eran lo mejor, finalmente se había comprendido que era más aceptable el ser de una estatura medianamente pequeña por la agilidad que se poseía. Ambos eran la excepción a la norma. Ágiles, rápidos, mortales. Experimentos.

—Debería golpearte —dijo ella de pie, buscando una toalla para secarse el sudor. Jezel se levantó de hombros, mirando sus brazos desnudos. Recordaba el color que poseía antes, durante su vida en las calles, su piel era tostada debido a la caída a plomo de la estrella que moría pero luego de cuatro años de encierro, su piel adquirió el tono más blanco que jamás imaginara. Ese color seguía reluciendo en su cuerpo, el gobierno no deseaba hacer muchos tonos de piel, consideraban a la gente de color poco más que excremento. Solo conocía a Damien, un hombre de piel negra, demasiado oscura como para ser comandante de la milicia. No lo criticaría, era muy bueno en lo que hacía. Sin embargo, era extraño que llegara a tanto siendo de esa manera.

Además, regresando a sí mismo, solo uno de sus brazos poseía sus pecas, las mismas que su rostro. ¿Por qué no borrarlas mientras estaba siendo operado o poco después? Antes de que despertara.

—No me dolería y lo sabes, a menos que pongas en riesgo alguna parte de mi cuerpo —respondió con sinceridad.

Vanessa solo suspiró, sonriendo. Jezel era raro en todos los aspectos pero, viéndolo a través de sus ojos, era muy normal. Ella era capaz de ver la incomodidad que sufría en su propia piel —muy a pesar de que no fuera suya exactamente—, tenía que hacerle de soldado perfecto desde su muy temprana edad a ese mundo, evitar hablar de su pasado aunque muchos quisieran saberlo o dar a conocer sus gustos. Aquellos prohibidos en su mundo y en aquel otro que había descubierto.

Jezel trató de acomodar su cabello despeinado, recordando una época donde era distinto, más natural aunque maltratado a esa delicadeza artificial. Solía hacerlo para calmarse luego de todo lo que padeció en su encierro.

Lo logró con unas pasadas de sus dedos, sintiendo un vacío más profundo del que ya tenía. Su corazón no latía más dentro de su cuerpo, no como antes. Esa sensación que le asfixiaba era por el anhelo de recuperar su cuerpo. Una sensación producida por su cerebro. El del latir de su corazón de diversas maneras.

—¿Cuál sería tu nombre si pudieras reclamarlo? —preguntó Vanessa, ignorante a lo que aquellos oscuros ojos sentían y revelaban.

—No lo sé —respondió con rapidez. ¿Su nombre completo? No lo recordaba. Hacía menos de cuarenta años le habían revelado la verdad. Su hermana del Inferior era quien le había dado su nombre. Algo demasiado femenino incluso pero era suyo ahora. Dado por Damien. Un nuevo nacimiento, una identidad distinta a la que había muerto en una explosión. ¿Quién era realmente? Nadie, un fantasma—. Mis recuerdos del pasado están borrosos, son flashes mayormente, lo que más me provoca dolor o trauma es lo que está en mi cabeza pero lo demás... es muy confuso. Te puedo tener al asesino de mis padres y lo trataré con mucho respeto, no lo recuerdo. Tampoco a ellos. No los reconocería si supiera que viven. Ni siquiera sabía que tenía una hermana, hasta ahora sigo sin saber nada de ella, no puedo buscarla, orden de Necrópilas. Además, mi familia me lo ha prohibido, no queriendo que me involucre más.

La mujer sintió algo de envidia por su amigo, no recordar a los seres que más despreciaba en el mundo, era mucha suerte. Ella tenía cada uno de sus recuerdos quemados en su mente, jamás olvidaría nada. Ni su mente ni su cuerpo. Odio profundo la rodeaba con esos seres. La hirieron demasiado grave. Las entramadas cicatrices en su espalda, debido a la tortura más cruel que jamás le tocara

—Me gustaría Lightwood —dijo, con una sonrisa. Ambos rieron, aligerando el ambiente de recuerdos dolorosos. Ese apellido le había fascinado desde el momento en que lo leyera gracias a la insistencia de ese ser especial con el que tendría la cita aquel día pero, sabiendo todo, no lo usaría. No se sentiría completo si osara a usarlo. No le pertenecía. Jamás le pertenecería. Se conformaba con ser Jezel.

Él se acercó hasta una mesa muestrario donde su extraño artefacto descansaba. Era un arco de metal bastante avanzado para la época de donde lo había extraído tanto tiempo atrás pero muy primitivo ante el mundo donde vivía. Del mismo lugar tomó un carcaj repleto de flechas de distintos colores.

—Ve a descansar —dijo, sacando una flecha—, habla con Damien y demás y diles que no iré a cenar. Tampoco quiero obedecer el toque de queda, no hoy.

Vanessa le miró, todavía fascinada. La vida de Jezel había dado un brusco cambio, un camino distinto al que solía andar. Damien lo había adoptado como hijo después de encontrarlo y era una familia extraña pero veía mucho aprecio por parte de todos hacia el joven del Inferior. Años había jurado que odiaba esa zona, lugar de prostitutas y muerte, cuán equivocada estaba, juzgando a todos por algo que Necrópilas daba a entender. Había de todo en aquel mundo pero de lo que ahora estaba segura es que, en su mayoría, podrían decirse reyes del mundo. Hijos fuera de las limitaciones que la manipulación genética provocaba en la búsqueda de la perfección. Libres de elegir qué ser y quién ser pero no a quién amar.

—Claro —asintió, dando varios pasos hasta la salida—. Sabes, me hace feliz haberte dicho de quién terminarías enamorado, es un poco más fácil después de todo hacerle frente a ello. Agradece a Said por ello —sintió a su cuerpo quejarse, cosa alegre. Ese sujeto era el único capaz de llevarla al límite y poco más sin detonar su transformación. Su pierna dolía ligeramente debido al metal con el que estaba hecho él pero dentro de un rato dejaría de molestarle, así de rápido trabajaba su cuerpo. Sabía el look con el que cualquiera la vería: extraña. Cabello enredado, blusa sudada, rota en varias partes. Cansada, soportando la sangre seca.

 

Notas finales:

Me gustaría saber sus opiniones. Dios, me siento tan novata que es raro sentirme de esta manera. Hasta cierto punto, lo considero hasta de irme con cuidado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).