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O'im por Circe 98

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Notas del capitulo:

Bueno, al fin me dejó satisfecha el capítulo. Me tardé algo porque me sentía insatisfecha. Esto me gustó más.

Daniel se recostó sobre el pupitre que tenía, alegre de no tener nada que molestara su descanso. No había maestro todavía, además de ser la primera hora aún y de las últimas semanas que tenía de clases. ¿Cuál era la probabilidad de que algo se presentara como una verdadera urgencia? Cerró los ojos, sintiendo el cansancio por fin ganándole. Había vuelto hacía seis meses, antes de su vigésimo tercer cumpleaños, después de haberse casado con Jezel. Sin embargo, ese último semestre se le había vuelto demasiado pesado, teniendo que compararlo con el hecho de estar entrenando día y noche sin parar con Jezel quien no era exactamente indulgente. Estaba exhausto. Envidiaba a su esposo con ganas, solo por eso, por tener solo una vida por la cual preocuparse. Sin embargo, comprendía muy bien que esa vida era muy peligrosa, llena de tantos misterios que doscientos veinticuatro años conseguían.


Soltó un último bostezo y se acomodó más, quedándose profundamente dormido como no podía en esos días por la cantidad de proyectos que la universidad le dejaba.


-.-


Escuchaba el agua caer. Estaba en su cama, en la cama matrimonial que teníano en la individual que estaba en otro lado. En otro mundo. La caía del agua le relajaba pero también llegaba a aterrarle, pensando en cientos de cosas a la misma velocidad en que esta golpeaba el piso.0


Sus padres comenzaban a sospechar de sus desapariciones. Sus amigos se iban alejando de él por la enorme cantidad de secretos que le rodeaban. Pero no eran suyos, los había adquirido poco después de conocerlo.


Nadie de la universidad sabía que era gay, menos que acababa de casarse con un alienígena de cientos de años que aparentaba unos veinticinco. Tampoco lo conocía en verdad, no más allá de un parpadeo en la vida del mismo chico. No obstante, ambos habían acabado de esa manera, enamorados.


O lo más próximo a ello.


Él mismo tenía quince cuando le conociera. Ya habían pasado siete años desde entonces. Y solo unas horas desde que dijeran ambos el  en los votos matrimoniales. ¿Por qué estaba entonces tan asustado de escuchar esa caída de agua? Tal vez por una llamada de emergencia desviada de su teléfono descargado a Pixis quien le mostró el recado dado por su padre: lo quería de vuelta para esa misma tarde. Había una reunión familiar. Y lo querían allí. Fuera mayor de edad o no, sus padres le pagaban la universidad aunque fuera autosuficiente hasta para los nietos de los nietos de sus nietos. Pero no lo hacía porque ¿cómo explicarles que tenía dinero y sobre cómo lo ganaba? En especial porque eran piedras preciosas y semipreciosas.


La caída del agua le regresaba algunas memorias que deseaba no tener. Como la razón de conocer a Jezel, la razón de estar en ese lugar. De estar enamorado. Pero también de temer a las consecuencias. Porque no todo era hermoso y sus acciones y decisiones tenían algo a pagar. Tantos secretos y escapadas, una vida aparte de la que en verdad le tocaba. ¿Por qué estaba allí?


Y de pronto hubo silencio del agua y solo pasos, una puerta que se abría y su esposo saliendo de aquel lugar. Era exageradamente alto, posiblemente llegaba a los dos metros de altura, tenía la piel extremadamente blanca, repleta de pecas allí donde era su piel natural. El rostro era anguloso. La forma del cráneo era ovalada, el cabello negro como el vacío sin ese haz de luz que uno buscaba y veía, logrando captar un color ligeramente más claro. Y los ojos eran como almendras y del mismo tono que el cabello. Los labios eran largos y la nariz respingada. Era atractivo.


Cualquier otro diría que no por las imperfecciones de la piel, tal como las pecas o que fuera todo negro. Incluso le harían de menos al ver más allá de lo que no dejaba ver. Cicatrices escondidas en su cuerpo. Esparcidas sin orden aparente, imposibles de corregir debido a la naturaleza de las mismas.


Solo era un 46% orgánico. Su cabeza, un brazo, el tórax y quién sabe qué otra cosa más. Porque Daniel no era un conocedor total de un cuerpo y menos darlo en cifras de porcentaje. Estudiaba ingeniería biónica en la Tierra, no medicina. La miró, vestido con una camisa color gris manga larga y un pantalón negro, descalzo. Jezel le lanzó la toalla y él la atrapó en el aire, no dejando que le pegara en la cara, como era su objetivo.


—Te cubriré estos seis meses —dijo, confundiendo a Daniel por completo—, ¿crees que dejaré que abandones tu escuela? Tienes familia, ellos están esperando que te gradúes, al menos dales ese gusto. Después puedes escapar a este mundo, desaparecer de la Tierra para siempre si lo deseas.


Gruñó, dejándose caer de espaldas. La cama le recibió, desordenada. Estaba totalmente desnudo, cubierto por las sábanas. Jezel avanzó a zancadas largas y se colocó encima de él. Olía a jabón y a madera. ¿Cómo reconocía el olor si se supone que no olería? Su padre y abuelo eran carpinteros y él tenía conocimientos básicos. Su olor favorito era el del cedro, aroma que Jezel tenía impregnado. Volvió a gruñir al encontrarse debajo de Jezel, quien tenía la sombra de una sonrisa. Su esposo no sonreía nunca. No de la manera tan arrebatadora como cualquier otro pudiera, marcándosele los hoyuelos de las mejillas. El que sus labios se curvaran de manera invisible era mucho decir.


—¿Y si no quiero volver? No seré el primer estudiante que abandona la escuela por haberse casado, tampoco seré el último —dijo Daniel a modo de desafío. Jezel posó su negra mirada sobre él, examinándole con fuerza. Fiereza, se atrevería a decir.


—Sabes que te mientes —respondió, acercándose más. El olor a madera predominó sobre el jabón. Daniel cerró los ojos, disfrutando completamente de la fragancia que poseía su pareja—, por alguna razón, te mientes al querer estar donde yo esté.


—No me miento —dijo, abriendo los ojos. Jezel miró esos ojos dorados marcados por pestañas castañas y un color ligeramente rojo en la piel morena, su marca de nacimiento del lugar de donde nació. Había pasado demasiado tiempo bajo el sol, no se iría rápido el tono, ni siquiera si lo deseaba con fuerza—, nunca quise entrar a la Universidad.


—Pero querías estudiar robótica, ¿verdad? La robótica que me tiene vivo, la que es más biónica —susurró, acercándose a la boca contraria. Le besó, sintiendo las callosas manos rodearle la cabeza y pegarlo más.


Daniel creía que Jezel no compartía la profundidad del sentimiento que él tenía. Sabía perfectamente que aquel o'gan era renuente a amar por la razón de que viviría mucho más tiempo del que él mismo jamás se atrevería a soñar. No obstante, a ninguno parecía importarle. Al menos no después de infinidad de peleas sobre ello en el pasado.


Correspondió el beso, abandonándose a todas las sensaciones. Al olor que tenía, al placer que le provocaban esas manos. Al placer que él mismo se provocaba de solo pensar que Jezel le besaba. Era intenso y se sentía débil contra la ola enorme de sensaciones que le provocaba. Que pasara lo que fuera a pasar, aceptaría las consecuencias.


-.-


Sintió una mano jalarle pero se negó a moverse de su lugar. Se acomodó más sobre el pupitre. Seis meses de desvelo entregando trabajos, haciendo proyectos, olvidando comer. Si no fuera por la práctica que le había dado Necrópilas, estaría muerto desde hacía semanas. Debía recordarse agradecerle a Jezel por ser tan estricto aunque, más dormido que despierto, lo olvidaría a futuro. Podía durar y trabajaba con más eficacia aunque aún salía realmente mal en algunos aspectos, como lo era la presentación. Muchos no confiaban en él, dentro de la Tierra y O'im. No los culpaba. Era un soldado malo por ser humano y un estudiante poco sobresaliente además de un mal amigo. Y mal esposo. Casarse un día antes de volver... bueno, no era exactamente lo más ideal.


Nuevamente sintió el jalón a su cuerpo y de mala gana despertó. Miró al frente, no había nadie. Giró a la derecha, encontrándose con Jorge quien se veía molesto.


—Hay veces en las que me encantaría tirarte agua encima —le dijo, tendiéndole las notas que había tomado durante la clase— y si no fuera porque me has salvado la vida más de una vez al pasarme la copia de las tareas y salvándome en proyectos finales, jura que estarías muriéndote de pulmonía.


Gruñó algo entre dientes, aceptando a regañadientes la hoja. Le encantaría poder salir por él mismo, no dormirse, estar despierto en todo el día y toda la noche, como antes. Sin embargo, Jezel se lo pasaba diciéndole las cosas: era un ser humano, no una máquina. Ni siquiera el soldado perfecto como muchos le llamaban era inmune a los ciclos del cuerpo. Dormía, aunque las pesadillas le atacaran. Comía, aunque pareciera que lo hacía por obligación.


Limpió su cara, por si había babeado mientras dormía. Agradeció a lo primero que cruzó su mente que no pasara. Porque estaba cansado de las fotos que Jezel a veces tomaba de él durmiendo. Todas donde babeaba la almohada o su brazo. ¿Por qué exactamente esas?


Porque así tendré constancia de que no fuiste perfecto. Y de que tienes algo adorable debajo de toda cara amargada que pones siempre al gruñirme.


—Tierra llamando a Daniel —escuchó. Levantó la mirada y se encontró con Jorge que parecía cada vez más frustrado. Guardó las cosas, sintiéndose mal por hacerle eso al único amigo que compartía carrera y salón con él—, te preguntaba si tenías que volver a irte terminando la escuela.


—Sí, el día en que no tenga nada más que hacer, desapareceré sin dejar rastro —dijo, tallándose el ojo izquierdo. De mala gana, bostezó—. No tienes que preocuparte por mí, estaré bien, ¿no siempre pasa?


—En parte —respondió—, por otra, hace un año llegaste envuelto en fiebre y con cientos de heridas que tuve que revisar encontrando vidrio y metal enterrado en tu espalda, brazos y pies.


Punto para el enano.


Tas-toi! —exclamó sin pensar. Eso se ganó una mirada de sospecha por parte de Jorge pero no más allá de eso.


-.-


Jezel miró el portal número ciento cincuenta y nueve, que daba acceso a su habitación. Recordaba los días en que ambos se podían permitir citas y viajes con más frecuencia, terminando en que ambos usaran ropa para esconder las marcas que se dejaban mutuamente.


Pero ninguno se quejaba, no realmente. Jezel había superado su trauma respecto al sexo según lo podía recordar mientras que los preciosos ojos dorados de Daniel jamás mostraban incomodidad, solo adoración, ternura y amor. Había veces en que esos sentimientos podían contra él y terminaban arrollándolo completamente. Daniel era especial, plata como denominaba el humano a un metal caro en su mundo. Alguien con quien nunca deberías jugar y menos herir. Era prudente y peleaba a distancia. Evitaba todo tipo de contacto con la gente que fuera potencialmente peligrosa y tenía una fuerte intuición de cuándo algo saldría mal.


Pero eso no era la razón por la cual se terminó enamorando de él.


Bufó, recordando la distancia y diferencia de horarios. Posiblemente ni siquiera saliera de la escuela o estuviera en camino, teniendo que atender su hogar. Jezel había recibido la llamada a Pixis de Daniel avisándole que iría para allá ese mismo día. Sin embargo, la diferencia era inmensa, para Daniel podría ser de mañana pero para él ya era de noche, casi entrada la madrugada.


Estar con Daniel era una aventura compleja porque ninguno se aclimataba del todo al otro. Cada uno de ellos tenía sus propios ideales. Cada uno con sus valores distintos. Había veces en que él mismo se hacía la pregunta de qué tipo de valores podría tener él por haber vivido en el Inferior, el sector intermedio de la pobreza y desigualdad, donde no existía las reglas, el orden o la moral. Los reyes del mundo, se llamaban a ellos mismos. Afectaban la moral que consideraban correcta, tenían sexo con todo lo que podían encontrar.


Mientras que en Necrópilas la moral era totalmente distinta. Hipócritas eran felices sacando mujeres del Inferior y teniendo hijos naturales que jamás reconocerían. Sería pecado que alguno de ellos se presentara allí. El único castigado sería el hijo natural por ser eso, no producto de la modificación genética en busca de la perfección, teniendo su independencia en distintos aspectos. Casi todos los que vivían dentro del Complejo eran así, todos independientes de altura, Amari siendo la más baja con un metro y medio de altura, él de los más altos con casi dos metros.


Apartó el pensamiento, tratando de no hundirse. Sin embargo, no pudo. Su matrimonio era prácticamente inválido. Más que nada por ambos ser hombres y tener la autonomía que pocos tenían. Cualquier cosa que fuera distinta era penada. Además, era difícil para él en gran parte. Provenía de un lugar muy primitivo donde se penaba con mucha más fuerza el ser homosexual. Nunca había momento en el que estuviera muy cómodo en ese otro mundo pero no era como si se sintiera a gusto bajo la protección de Necrópilas donde tenía una casa —o departamento, como le llamaba—, un nombre y un lugar donde trabajar y un reconocimiento aunque fuera más personal entre los pocos que en verdad gustaban de su compañía. Casi nadie parecía querer saber el nombre que tenía.


Porque era producto de una hermana que no recordaba.


Alzó el rostro cuando vio abrir la puerta y sonrió, levantándose. Daniel apareció, el cabello ligeramente húmedo y vestido de negro. Quiso reír al pensar en que su madre le mataría cuando descubriera el complejo y extraño tatuaje en su espalda, además de los brazos, significando las veces en que había ido a juicio.


Los tatuajes en sus brazos eran para recordar que había sido considerado como tal pero era inocente, una marca que iban a compartir los funcionarios, cada una distinta según el culpable, cada juez libres de las marcas cuando enviaban a alguien a prisión. Tenía los brazos desnudos, mostrando cada marca. Estaban formando un círculo, el cual estaba a la mitad. Una vez lleno sería expulsado de Necrópilas, quitándole su nombre, su lugar en el mundo. Le quitarían todo y lo abandonarían en el Inferior o en su planeta, si se daba el caso. Se preguntaba lo que pasaría con él, teniendo solo una marca faltante para completar el círculo.


Daniel llegó con una mirada seria, furiosa incluso. Despotricó contra todo lo que se moviera en su lengua madre, el español. Jezel sonrió antes de atraparle el brazo y llevarlo consigo a la cama, sentándolo a su lado.


—¿Puedo saber la razón de que estés tan enojado? —le preguntó.


—Mi familia —dijo, gruñendo—, solo me dan malestar.


Jezel tomó la mano de Daniel y la entrelazó. Era su mano humana, la que poseía calor verdadero. El castaño ablandó su mirada y rostro. El pelinegro todavía se preguntaba la razón de que un pequeño gesto como ese le aliviara. Besó la sien de Daniel y luego le sintió abrazarle.


—¿Por qué volviste? —preguntó, acomodando su mejilla sobre la cabeza de su esposo—, para mí que faltaba una o dos semanas todavía para que cumplieras tu semestre.


—Te extrañaba, idiota.


Bajó la cabeza del pelinegro y juntó ambas bocas. Seis meses aguantando eso, no poder tener el cariño de Jezel. Qué le importaba que fuera de esa casa no lo hicieran por saber que era prohibido, allí dentro podían ser ellos mismos en parte. Y no todo el tiempo estaban así, desesperados por estar juntos. Solo cuando volvía.


Sintió el colchón contra su espalda, al mismo tiempo en que rodaba y quedaba encima de Jezel, besándole.

Notas finales:

Combinaré otros idiomas. Cuando aparezca algo que no entiendan, posiblemente se encuentre acá abajo.


Tas-toi: Cállate.


Tal vez se vea que tardo pero quiero actualizar entre domingo y lunes, muy tarde a mediados de semana, es cosa mía nada más, no se preocupen por ello.


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