-Rei-chan, para ti ¿qué es el amor?
Ese día Nagisa lo distrajo de los cálculos que realizaba para hacerle esa pregunta. El rubio miraba ensimismado hacia el horizonte, con los brazos afirmados en la ventana mientras el viento revolvía suavemente las hebras de su cabello.
-N-no lo sé ¿Es importante? Estoy ocupado Nagisa-kun, estoy estudiando para el examen, deberías hacer lo mismo.
-Sí… es cierto.
Le respondió mirándolo a los ojos, con una pequeña sonrisa triste. Solo verlo de esa manera hizo que algo en su corazón doliera, muy levemente, pero dolía.
Desde aquél día su forma de ver al rubiecito había cambiado. Observaba atentamente sus gestos, su sonrisa, sus manos. Había momentos en que se distraía de las clases solo para verlo juguetear, dibujar y perder el tiempo mientras los minutos pasaban y el profesor continuaba hablando.
Algunas veces sus miradas se encontraban, y en una fracción de segundo, sus ojos se enfrentaban e inmediatamente el rubor invadía sus caras, haciendo que se voltearan en sentido contrario, avergonzados y con el corazón latiendo a mil.
¿Cuántas veces se perdió mirándolo en la piscina, en el salón, afirmado en la ventana mirando al cielo?... ¿Cuántas veces deseó ser el viento que acariciaba su pelo? Muchas, demasiadas tal vez.
Pero un día, sorteando cualquier probabilidad, su corazón había podido más que la razón, y en un acto de desmedida sinceridad, le había confesado entre tartamudeos que estaba enamorado de él.
Y vio un hermoso espectáculo.
Los ojos de Nagisa se llenaron de lágrimas, su hermosa piel blanca se sonrojó y la más bella sonrisa apareció en su boca.
-¡Yo también te amo Rei-chan!
Dijo con la voz más dulce que jamás oyó. Y lo besó, muy torpe y dulcemente, como de seguro es el primer beso de cualquier persona.
Los días pasaron. Vieron juntos la piscina llenarse de hojas, de agua, de flores de cerezo. Vieron a Haruka estar deprimido por no poder nadar. Rieron juntos de sus peleas con Rin y de cómo Makoto intentaba calmarlos, y como Sousuke opacaba su mirada cuando reprendían al tiburón. Sabían el secreto de esas actitudes, conocían el calor que los hacía vibrar, porque padecían lo mismo: la fiebre del amor. Ellos habían encontrado la solución y dieron rienda suelta a sus sentimientos, pero al parecer, los chicos necesitarían más tiempo.
Cada tarde caminaban juntos hasta el tren. A veces, recorrían de la mano las orillas de la playa. Otras, se ocultaban del mundo en una habitación secreta. Como ese día.
Nagisa dormía a su lado, desnudo y sonriente. Él lo abrazaba y con ternura acariciaba su clara melena, esa que tantas veces quiso tocar. Habían hecho el amor durante horas, había memorizado cada rincón de su cuerpo y cada punto que lo hacía estremecer. Adoraba a ese chico. Su voz, sus gemidos, sus gritos de placer. También su dulce mirada. Y su sonrisa… y todo él.
Ahora podía responder aquella pregunta.
Apartó su cabello y le susurró al oído.
-Nagisa-kun, para mi el amor… eres tú.
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Fin.