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Confesiones En El Elevador por Dovah

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Notas del capitulo:

¡Después de tanto tiempo! Lloro de felicidad porque finalmente puedo publicar una parte que había escrito desde hace meses. Todavía tengo más que muero de ganas por ponerlos pero debo ser paciente. Aunque no hay que desesperarse porque muy pronto estarán.


Disfruten de este capítulo que por el momento es el más largo hasta ahora.


 

 

Kuroo soltó un gran bostezo mientras apretaba el botón del elevador. Cuando las puertas se abrieron volvió a bostezar y se adentró al cuarto metálico, esperando llegar pronto para dejarse caer en la cama.

Se encontraba exhausto. Su día que había empezado de la mejor manera terminó por convertirse en una pesadilla. Esa persona que no creyó volver a ver no sólo se apareció en el hospital, sino que tuvo el descaro de hacerlo frente a Hana. Todo se complicó y al final…

Las puertas estaban por cerrarse cuando una mano lo impidió. Levantó cansado la vista y su postura se enderezó al ver de quien se trataba.

—Tsukki, buenas noches.

—Buenas noches, Kuroo-san —entró y se posicionó a su lado.

Las puertas se cerraron y el elevador comenzó a ascender.

—Sí que es muy tarde, ¿No te parece? —Tsukishima asintió con la vista en el suelo—. Esto se parece a la primera vez que nos hablamos, ¿Lo recuerdas? Sólo que ahora yo llegué primero —Tsukishima volvió a asentir—. Sólo falta que nos quedemos atrapados como aquella vez —rio con nerviosismo.

De nuevo, el menor asintió.

—Tsukki, estás distraído, ¿Te encuentras bien?

—¿Qué?

—Qué si estás bien.

—Ah, sí.

—Kei —se le acercó—, sí estás en problemas o tienes algo que te preocupa recuerda que aquí me tienes.

—Lo sé, es sólo que…

Cuando levantó la vista se percató del rostro de Tetsuro a escasos centímetros del suyo y sintió la mano del mayor acariciaba su mejilla con suavidad.

Su corazón palpitó y sus mejillas se ruborizaron. Kuroo estaba muy cerca.

—Cerca —susurró.

—¿Eh?

—¡Demasiado cerca! —exclamó al momento que le dio un golpe en la nariz para apartarlo.

—¡Tsukki! ¡Auch! ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Demonios, justo como la primera vez! —exclamó mientras se sobaba la nariz—. Creí que habíamos dejado los golpes en el rostro varios capítulos atrás.

—¡Es tu culpa por acercarte demasiado, Kuroo idiota!

Las puertas se abrieron y Kei salió a toda prisa.

—Pero hemos estado más cerca antes —lo siguió—. Incluso dormimos juntos una vez, ¿Lo recuerdas?

—No… no digas esas cosas —se quejó avergonzado—. Y eso era antes.

—Antes de qué.

—¡De nada!

 Aceleró el paso pero se detuvo de golpe frente a la puerta de Tetsuro mientras contemplaba el pasillo.

—¿Tsukki? —se acercó a su lado y frunció el ceño ante lo que veían sus ojos.

Frente a la puerta del departamento de Tsukishima se encontraba un gran ramo de flores a un costado, una gran cesta con infinidad de dulces tanto tradicionales como extranjeros y del otro lado, una botella de vino adornado por un listón rojo.

—Eso fue rápido —susurró Kei.

—¿Rápido? Qué fue rápido —Tsukishima lo ignoró y entró a su departamento sin prestarle atención a los presentes—. Hey, espera —tomó las cosas y entró detrás de él.

Mientras Kei atendía a Junior, Kuroo contempló los regalos con disgusto. De la canasta distinguió una pequeña caja y una nota. Su disgusto aumentó cuando la abrió y leyó la tarjeta.

—¡Pastelito!

—¡Qué no me lla…

—¡Qué significa esto! —le mostró la nota.

Tsukishima tomó la pequeña tarjeta blanca con grabado en oro. La leyó y chasqueó molesto la lengua.

—“Un presente por aceptar mi oferta” —habló mientras señalaba la nota—. “¡Un presente por aceptar mi oferta!” ¡Qué oferta! ¡Quién te lo envió!

—Kuroo-san.

—¡¿Por eso querías que te diera tiempo?! ¡¿Alguien está detrás de ti?!

—Kuroo-san.

—¡Mira este reloj de marca! —observó la pequeña caja—. ¡Es rico, ¿Verdad?! ¡Dios, no puedo competir contra esto!

—Kuroo.

—¡No te vayas! ¡Piensa en nuestros hijos!

—¡Tetsuro! —al escuchar su nombre guardó silencio. Tsukishima suspiró y se sentó con cansancio en el sofá—. Me ofrecieron otro empleo.

—Wow, ¿Por eso son los presentes? —se sentó en el otro sillón—. Entonces felicidades por tu nuevo trabajo.

—Todavía no lo he aceptado —contempló el techo con disgusto mientras sujetaba su brazo.

—Es mejor que te despidas de todos tus colegas porque a partir de hoy trabajarás para mí.

Todos se habían quedado en silencio ante las palabras que había soltado el hombre.

—¿Qué?

—Ya me escuchaste —sonrió—. Quiero que trabajes para mí.

—Lo siento pero…

—Pero que modales los míos, todavía no me he presentado —negó con la cabeza a modo de desaprobación—. Mi nombre es Edward Leblanc y soy dueño de unas de las más grandes reposterías de Europa.

—Lo sé. Su apellido es muy reconocido.

—Vayamos al punto. Gracias a ustedes perdí un gran cliente —rio—. Se supone que mis muchachos iban a preparar los pasteles para la boda de la hija de uno de mis más grandes colegas, pero su esposa lo convenció de pedirlos en este lugar. Vale, lo dejé pasar —suspiró—. Pero la cosa se puso seria cuando volvieron a rechazarme a finales del año pasado.

—Lo siento por eso.

—Mis establecimientos se distinguen por la más alta calidad y mi repostero al mando que tengo en este país es uno de los mejores que he conocido —carcajeó—. Incluso es japonés como tú.

—Bueno…

—Pero no puedo permitir que alguien que trabaja en este lugar tan pequeño lo supere.

—¡Oiga! —se quejó Hinata pero el hombre lo ignoró.

—Así que te quiero en mi equipo.

—Señor Leblanc —se escuchó una voz que entraba—. Es un gusto tenerlo aquí.

—¡Oh, Koushi! —el hombre se apartó de Kei y se acercó a Sugawara con una sonrisa—. Ha pasado tanto.

—Ya lo creo —susurró con esfuerzo ante el fuerte abrazo que le había dado el mayor—. No pensé que lo volvería a ver.

—Ya vez —se separó y le estrechó la mano con fuerza—. Cosas del destino.

—Por lo que escuché —sonrió—, tiene pensado llevarse a Tsukishima.

—Así son los negoción —encogió sus hombros.

—Lo sé, lo sé.

—En fin —volvió a dirigirse a Tsukishima—. Hijo, guarda tus cosas que partimos en cinco minutos —contempló su reloj de bolsillo.

—Espere, yo no…

—¡Pero que tonterías estoy diciendo! Allá se te dará todo lo que necesitas y más.

Tsukishima emitió un ligero quejido cuando el mayor sujetó con firmeza su brazó y comenzó a dirigirse a la salida.

Una mano que aprisionó la muñeca de la persona que lo sujetaba hizo que parara.

 —No creo que sea prudente que intente llevárselo de esa forma si todavía no ha aceptado —habló Sugawara con sonrisa en el rostro.

—Lo hará.

—Pero todavía no lo ha hecho —apretó el agarre.

El hombre rio con fuerza.

—Veo que no has cambiado —soltó a Tsukishima—. Está bien, tú ganas —de su bolsillo sacó una tarjeta y se lo entregó al de ojos dorados—. Sólo quiero que sepas que te quiero en mi equipo y haré todo lo posible por obtenerte —comenzó a caminar hacia la salida—. Te daré un mes como máximo para que lo pienses. Claro que no hay nada que pensar.

Cuando el hombre salió del local, el pesado ambiente que se había creado comenzó a desaparecer. Sugawara suspiró fatigado.

—¿Te encuentras bien? —se acercó a Kei.

—Estoy bien pero—asintió mientras sujetaba su brazo con discreción—, tiene una mano firme.

—Muy cierto —Sawamura rio—. Ni se diga de sus abrazos. Se nota que sigue igual que antes.

—¿Lo conoce?

—Bueno —se cruzó de brazos—, también me ofreció trabajo.

—¿De verdad?

—Sí —sonrió—, pero lo rechacé.

—Hay mejores prestaciones, la paga es muy buena y tengo menos horas de trabajo.

—Y qué harás.

Tsukishima se levantó y emitió una pequeña risa.

—¿Acaso no es obvio?

Kei caminaba por el largo pasillo del hospital con el recipiente con panecillos.

Hacía días que no había visto a Hana debido a su trabajo, pero finalmente vería a su pequeña amiga. Por suerte Kuroo trabajaría en el turno de la noche, así estaba tranquilo de que no se aparecería.

Seguía confundido con sus sentimientos pero Kuroo estaba siendo amable y trataba de no sofocarlo. No había dormido en su departamento en esos días y le daba su espacio, limitándose y teniendo conversaciones cortas cada vez que se veían. Eso le desagrado.

Debía estar agradecido de que lo dejara solo, pero se sentía todo lo opuesto a agradecido. Estaba ¿molesto?

—Tsukishima.

Sus pensamientos fueron interrumpidos ante una voz neutra, volteó y se sorprendió al ver a la persona que tenía delante.

—Buenas tardes —realizó una reverencia—, Kozume-san.

—Te he dicho que puedes llamarme Kenma.

—Lo siento, Kenma-san —se disculpó.

—Está bien.

En la semana después de conocer a Kuroo, el mayor le presentó a casi todo el hospital. Conoció a varias enfermeras, al subdirector y sus colegas de trabajo.

Kenma fue de los primeros en conocer y aunque apenas se habían hablado debido a que el menor de estatura difícilmente salía de la morgue, compartían su disgusto hacia la actitud energética y un poco molesta de Tetsuro.

—Si buscas a Kuroo-san, no ha…

—Te busco a ti —Tsukishima se sorprendió—. Sólo quiero preguntarte algo, ¿Puedo?

—Ah, seguro.

—Le gustas a Kuroo.

El recipiente dónde llevaba los panecillos cayó al suelo ante el comentario directo de Kenma.

—Ah… yo… lo… lo siento —se inclinó y comenzó a recoger con torpeza lo que había tirado.

—¿A ti te gusta?

—¿Eh? —Levantó el rostro y se encontró con la mirada inexpresiva de Kenma—. No… yo… quiero decir… a mí no…

—Te gusta —confirmó.

Las mejillas de Tsukishima se sonrojaron. Quería negarlo, decirle que era mentira, pero no podía, o más bien no sabía cómo hacerlo.

 Que supiera sobre sus sentimientos era una cosa. ¿Pero que lo supiera alguien más?

¿Acaso era muy obvio? Porque de ser así, necesitaba alejarse más de Kuroo para que no lo notara.

—Entonces ya es tarde —suspiró y se dio la vuelta—. Tsukishima —habló mientras caminaba—, no te alejes aun cuando descubras la verdad. Kuroo te necesitan —dijo antes de desaparecer tras una puerta.

—¿La ver…

Tsukishima paró de recoger cuando sintió unos brazos sobre su cuello y un peso en su espalda. Sus ojos reflejaron molesta por la persona que estaba sobre él.

—Qué haciendo, Kei-chan.

—¿Podría quitarse de encima? Y es Tsukishima, Oikawa-san.

—¡Ah! —señaló los bollos que yacían en el suelo—. Pero quien fue el inhumano que los tiró. ¿Son panes de leche? Lo son, ¿Verdad?

—Fui yo. Lo siento.

—Si no los querías debiste regalármelos ¿Sabes?

—No los tiré porque haya querido —habló molesto—. Fue un accidente.

—Eres más cruel que Iwa-chan.

—¿Podrías quitarte? Pesas.

—¿Me estás diciendo gordo?

—Dios.

—Está bien, está bien —comenzó a reír y se apartó.

Después de su encuentro con Oikawa en las escaleras, el mayor no lo dejaba respirar. Cada que se lo encontraba en el pasillo con intenciones de ver a Hana, terminaba ayudándole en algo absurdo, ya fuera buscando la dentadura de un paciente, escapando de sus deberes u ocultándolo de Iwaizumi.

¿Qué acaso no podía tener un día tranquilo sin algún idiota a su alrededor? ¿No ya tenía suficiente con el par de Brodiotas como para que ahora tuviera que soportar a un doctor infantil y mimado?

—Hey, Kei-chan. Vamos a comer.

—No, gracias. Debo visitar a Hana y es Tsukishima.

—¡Perfecto! —lo sujetó de la muñeca y comenzó a caminar hacia la salida—. Tú pagas.

Tsukishima rodó cansado los ojos.

El mayor lo llevó al restaurante que estaba cerca del hospital. La comida resultó muy estresante y cada vez que Tsukishima quería irse, Oikawa lograba retenerlo todo el tiempo posible. Cuando la noche cayó, supo que no podría ver a Hana hasta el día siguiente.

Una vez que lo despidió, Oikawa se dirigió al hospital. Saludó a la recepcionista y se dirigió al área infantil. Se detuvo frente a la puerta que estaba decorada con una flor, suspiró y abrió la puerta.

—Tienes más paciente y lo sabes—sonrió—, Kuroo.

Tetsuro se encontraba sentado en la cama, con mirada seria y acariciando las hebras oscuras de la pequeña que dormía con un respirador artificial.

—Kei.

—No te preocupes —se acercó y tomó el expediente de la menor—. Me lo encontré antes de que llegara. Casi no habló pero fue divertido pasar tiempo con él.

—Gracias —se levantó—. No quiero que la vea en este estado.

—¿Cómo sigue? —acarició la frente de Hana—. Hacía tiempo que no le daba un ataque así.

—Ver a esa persona de nuevo y justo ahora —habló con seriedad—. Fue una impresión demasiado fuerte.

—Qué pasará si vuelve a aparecer.

—No lo hará —frunció el ceño—. No permitiré que esa mujer la lastime de nuevo.

—Merece ser feliz, todos merecen serlo —sujetó la mano de la pequeña—. Vamos, Kuroo, es mejor que vuelvas con tus demás pacientes, yo la cuidaré el resto de la noche.

—Gracias —suspiró—. Debo ver a Mika, parece que el nuevo tratamiento está funcionando.

—Es bueno escuchar eso.

—Oikawa —observó la pequeña muñeca rusa que adornaba una de las mesas—. Me alegra que regresaras, Hana te extrañaba mucho.

Kuroo salió de la habitación. Oikawa se sentó en la silla que estaba enfrente y siguió acariciando su cabello.

—Hana —comenzó a hablar aun cuando la menor seguía dormida—, has pasado por mucho pero debes ser fuerte ¿Sí? Por favor sigue adelante, porque tú más que nadie debe ser feliz y sonreír —se aferró a su pequeña mano mientras sus orbes marrones se cristalizaban—. Mi… —suspiró—, tu madre así lo deseaba.

Casi una semana para que finalmente Tsukishima pudiera ver a Hana. Cuando lo hizo, la imagen que presentaba la pequeña lo preocupó.

—¡Hana! —habló alarmado.

Su pequeña amiga yacía en la cama. Con labios pálidos, mejillas carentes de color y ojos que mostraban cansancio y sin el lindo brillo de siempre.

—Kei-chan —se incorporó y sonrió—. Qué bueno que viniste.

—¡¿Estás bien?! ¡¿Te sientes mal?! ¡¿Te sucedió algo?! —sujetó su rostro y la contempló con cuidado.

—Está bien, está bien —aspiró con suavidad—. Sólo me descuide un momento, pero ya estoy bien.

—¿Estás segura? —Hana asintió y sin pensarlo dos veces la abrazo—. Por favor ten cuidado para la próxima, recuerda que debes cuidar tu salud.

—Lo siento —le devolvió el abrazo—. No volverá a pasar.

—Eso espero.

—Kei-chan, ¿Tú me quieres?

—Cómo no podría hacerlo.

—Yo también te quiero y por eso —su voz se quebró—. Kei-chan, ¿Podrías ser mi nueva mamá?

—Ha… Hana —intentó separarse pero la menor se aferró a él y ocultó su rostro.

—Me gusta cuando me enseñas nuevas cosas y me traes postres deliciosos. Eres amable conmigo y te preocupas por mí. Incluso me llamas la atención cuando hago algo que está mal. Justo como lo hacen las mamás de mis amigos.

—Hana.

—Te quiero mucho y quiero que seamos una familia. No como el juego de papá Kuroo, mamá Tsukki e hija Hana. Quiero una familia de verdad.

—Sabes que no se puede. Además, tienes a tu padre.

—Pero quiero que seas mi familia también. Así estarás siempre conmigo.

—Es imposible que sea tu nueva madre —acarició su cabello—. Pero no es necesario que lo sea para que esté a tu lado.

—Entonces, ¿No piensas abandonarme?

—Hana, sabes que jamás lo haría.

—¿Lo prometes? —le mostró su dedo meñique—. ¿Por la garrita?

Tsukishima le sonrió con ternura.

—Por la garrita.

Hana permaneció así por varios segundos. Aspiró hondo y se separó de él. Cuando lo hizo, Tsukishima comenzó a reír con discreción.

—¿Sucede algo?

—Tu nariz —tomó varios pañuelos—, está escurriendo.

—¿Eh? ¡Ah! —se cubrió la nariz—. No te rías, Kei-chan.

—Ya, ya. Vamos, límpiate esa nariz, pequeña llorona.

A pesar de que Hana había actuado de ese modo, Tsukishima se sentía más tranquilo. Hana sonreía, sus mejillas no estaban tan pálidas como antes y sus ojos chocolates se habían llenado de vida.

Mientras ellos hablaban, Kuroo soltó un largo suspiro. Se separó de la pared de donde estaba descansando y caminó por el largo pasillo sin que ellos se dieran cuenta de su presencia.

—Familia —susurró.

Recibir la oferta de trabajar en un establecimiento reconocido en todo el mundo era un honor. Con grandes prestigios y la oportunidad de conocer personas importantes. Muchos aceptarían sin pensarlo, incluso él llegó a pensarlo en cuanto la oportunidad se le presentara. Entonces, ¿Por qué estaba dudando a la grandiosa y tentadora oferta que le ofrecían? No podía encontrar explicación coherente para su titubeo.

—Sugawara-san —le habló—. ¿Puedo hablar con usted?

Las personas que estaban ahí guardaron silencio y lo miraron con atención.

Desde lo sucedido aquella tarde, el ambiente en el lugar había cambiado. Cada día que se acercaba la fecha límite, la tensión aumentaba. Muchos lo felicitaban por su futuro nuevo empleo, Kageyama hablaba de poner un anuncio de empleo. Hinata le decía que no se fuera y Nishinoya parecía que deseaba decirle algo cada que lo veía. La única persona que parecía no afectado por eso era Sugawara, quien seguía con su sonrisa maternal en el rostro.

—Claro.

—No quiero parecer entrometido, pero me dijo que había recibido la oferta de trabajar para Leblanc-san y lo rechazó.

—Así es, fue antes de que trabajaras aquí —se quedó pensando—. Quería comprar “El Pequeño Karasuno”.

—¿Por qué?

—Bueno —sonrió—, al parecer le gustó este pequeño lugar  a su esposa.

—Ya veo —bajó la mirada.

—La oferta era que a pesar de que el lugar ya no sería mío. Seguiría teniendo mi puesto y el nombre sería el mismo. También iba a darme más establecimientos para que creciera. Una oferta muy tentadora —asintió.

—Si lo era, entonces porque lo rechazó.

—Porque si lo hacía iban a haber muchos cambios.

—Pero ahora tendría más…

—Tsukishima, ¿Puedes acompañarme un momento? Quiero mostrarte algo.

—Seguro.

Ambos salieron por la puerta de empleados y el mayor lo dirigió a la entrada del lugar.

—Dime Tsukishima, ¿Qué ves?

—Bueno.

Tsukishima observó el lugar: una pareja platicaba cómodamente mientras bebían unas malteadas y comían pequeños en medio de su plática. En otra mesa un grupo de jóvenes charlaban cómodamente mientras Kageyama les entregaba sus bebidas, el de cabello negro se sonrojó ante un comentario que no logró escuchar. Un hombre que estaba sólo leía un libro. Nishinoya se acercó para darle lo que había pedido y en menos de un segundo llevaban una agradable charla. Del otro lado, varias personas disfrutaban de un tiempo en familia. En eso salió Hinata con un pequeño pastel que él había preparado esa misma mañana. Shouyo parecía que cantaba con alegría mientras dejaba el pastel frente a un pequeño que sonreía. Al final todo se llenó de aplausos.

—Yo veo —habló Sugawara—, personas que pasan un momento con sus seres queridos, parejas jóvenes que desean obtener recuerdos agradables, ancianos recordando los momentos de su juventud, incluso personas que sólo quieren olvidarse de sus problemas. Pero, ¿Sabes que más veo? —sonrió—. Familia.

—¿Familia?

—No sólo son clientes —negó—. Son personas que llevan día a día una vida. Sonríen ante la alegría y lloran ante la desgracia. Se enojan y tienen miedo —suspiró—. Y para eso estamos aquí. Para celebrar sus logros con una rebanada de pastel, reducir sus penas con una taza llena de chocolate caliente o simplemente brindarle un café para que puedan empezar el día con energía.

—Entiendo.

—Somos un lugar pequeño pero como dije antes, también somos una familia —rio—. Ahora entiendo porque Daichi dice que sería una excelente mamá, pero es natural ¿No lo crees? —Revolvió el cabello de Tsukishima—. Preocuparse por los suyos.

—Sugawara-san.

—Debes aceptar la oferta. Te ayudará en tu carrera y es importante seguir adelante —le dio una suave palmada en el hombro—. Abandonar el nido para poder avanzar.

—¡Oh! Me alegra saber que hayas venido. ¡Bienvenido, bienvenido! —habló el hombre mientras le estrechaba la mano con fuerza.

Después de la plática que había tenido con Sugawara en los días anteriores, Tsukishima se encontraba más confundido que antes. Por lo que decidió visitar la pastelería Leblanc que se ubicaba en la zona céntrica de la ciudad para finalmente poder tomar una decisión.

—Disculpe las molestas.

—¡Para nada, para nada! —frunció un poco el ceño—. Veo que no estás usando el reloj.

—Con respecto a eso…

—¡Oh, bueno! Supongo que te gusta ser discreto.

Tsukishima observó a su alrededor con detenimiento. El lugar era enorme, el aroma a dulce se respiraba por todos lados y los colores pasteles se hacían notar.

En la pequeña zona para degustar los pasteles y disfrutar de la hora del té, los meseros eran unos profesionales de primera que trabajaban con seriedad y en perfecto orden. Nada que ver con sus ruidosos compañeros que le hablaban cada que podía.

La mujer de la entrada recibía con elegante reverencia a todas las personas que entraban. Había orden y el lugar era inundado por la música que transmitía un pianista.

—Pero que hacemos aquí —rio el dueño—. Este lugar no es de tu interés.

Comenzó a caminar y Tsukishima lo siguió. Llegaron a la cocina y cuando entró, el aroma a merengue y azúcar invadió sus fosas nasales.

—Bienvenido al área de repostería.

El lugar era grande e impecable. Todos los reposteros trabajaban en orden y sus pláticas eran sobre los pedidos que debían entregar.

—Increíble.

—¿Verdad? —asintió orgulloso—. Me hubiera gustado que conocieras a mi chef encargado de todo esto pero fue a entregar un pedido personalmente. Dejando eso a un lado —le entregó una pequeña carpeta de color crema—. Son todos nuestros postres. Verás que hay una amplia lista para todos los gustos. Puedes comenzar mañana con…

—Disculpe —interrumpió—. Pero no estoy porque haya aceptado, sólo…

—Ya entiendo. Querías ver el lugar ¿Verdad? —Tsukishima asintió—. Es raro que todavía no aceptes pero lo entiendo. Saliste justo como Koushi —rio—. Entonces, déjame darte unos pequeños incentivos.

—¡Kei-chan! —se alegró Hana al verlo.

—¿Cómo sigues? —A pesar de que Hana se veía saludable y con energía, no podía evitar preocuparse.

—Mucho mejor. Hoy Kuroo me dejó bajar al área de juegos —sonrió cuando Tsukishima acarició su cabello—. Cierto, Mika ha mejorado y Kuroo dice que dentro de unos días podrá jugar conmigo.

—Me alegra escuchar eso. Hana —Le enseñó una pequeña caja con el logotipo de una rosa y una espada impreso en él—, te traje algo.

—Waaaa —sus ojos se iluminaron y su ánimo aumentó—. Son galletas de ese famoso lugar ¿Verdad? Lo leí en una de las revistas que me dista y también la enfermera Yuko me platicó de sus postres. Dicen que son los mejores. Pobre —sonrió con inocente burla—, se nota que no ha probado los tuyos.

Abrió la caja y soltó un pequeño grito ante las galletas.

—Se ven hermosos… y huelen delicioso —tomó una y después de admirarla por unos segundos, le dio una gran mordida—. Ah.

Mientras el sabor invadía su paladar, poco a poco su sonrisa fue desapareciendo.

—Qué tal están.

—Ricas —dejó la galleta que mordió en la caja—. Kei-chan, ¿Puedo preguntarte algo?

—Seguro.

—Si sabes hacer galletas entonces, ¿Por qué compraste estas? Además, son muy caras.

—Me las dio el dueño de la tienda.

—Por qué.

—Me ofreció trabajar allí.

—Ya veo —bajó la mirada.

—Hana, ¿Tsukki ya se fue? —la pequeña que observaba la ventana asintió y Kuroo entró a la habitación—. Es hora de tu medicina pequeña traviesa. ¿Sucede algo? —pregunto al ver que no apartaba su vista del ocaso.

—¿Es cierto? —se aferró a la caja que traía en sus manos—. ¿Es cierto que Kei-chan se cambiará de trabajo?

—Es probable.

—¡No debe hacerlo! ¡No puede!

—No es tu decisión.

—¡Claro que sí! —lo desafió con la mirada—. Es mi amigo. Además, no le conviene.

—Por lo que me contó, la paga es mejor y tendrá más tiempo para visitarte.

—¡Yo le pagaré con mis ahorros! —Abrió el cajón de un mueble que estaba al lado y le mostró un pequeño monedero en forma de flor—. No es mucho pero se lo doy todo.

—Hana.

—Y me conformo con que me visite una vez a la semana o una vez al mes, puedo aguantarlo. Incluso si sólo son cinco minutos.

—Hana.

—Pero no quiero que se cambie.

—Por qué tanta insistencia.

Hana le enseñó la caja mientras fruncía el ceño.

—Son de ese lugar.

—¿No están buenas? —Tomó una galleta y la observó con detenimiento.

—No es eso —negó con la cabeza—. En realidad están muy ricas, demasiado. A una enfermera le encantó pero…

—Les falta algo —habló después de darle una mordida.

Hana asintió.

—La primera vez que probé el pastel de Tsukki estaba delicioso, al igual que todo lo demás que llevó. Pero conforme pasó el tiempo el sabor de lo que preparaba comenzó a cambiar. No sé cómo explicarlo, el sabor era el mismo pero a la vez no —apretó la caja—. Si él se va, todo lo que prepare sabrá cómo a estas galletas. No quiero que eso pase.

—Y a que saben estas galletas—. Regresó la que había tomado.

—Delicioso. Saben a frutos rojos y chocolate blanco.

—¿Y las de Tsukki?

—Cuando las pruebo me siento en el lugar que siempre he querido estar —bajó la mirada—. Me siento en casa.

Tsukishima suspiró frente al establecimiento que emanaba aroma dulce. Lo había pensado mucho en esos días y finalmente se decidió. De hecho, no había nada que pensar. La oferta era la mejor que pudiera recibir en toda su vida.

La decisión ya estaba tomada y no iba a cambiar de opinión.

—¡Qué bueno verte, ya me estaba preocupando! —sonrió el señor Leblanc cuando entró—. Aunque llegaste antes de la fecha límite —aplaudió y una mujer en traje se acercó con una pequeña bandeja de plata donde se encontraba un sobre—, una vez firmado el contrato mi asistente te llevará a tu nuevo…

—Me siento muy horado por su oferta —interrumpió —. Y sería absurdo rechazarla —suspiró—, pero tendré que hacerlo.

El mayor guardó silencio por varios segundos para después soltar una gran carcajada—. Pero que buen chiste. No sabía que te gustaba bromear —rio—. Bueno —suspiró con fuerza—, continuando con…

—Estoy hablando enserio.

—¿De verdad?

—Así es.

—¿Y puedo preguntar por qué?

Kei observó a su alrededor.

—Ambos lugares son diferentes.

—Pues claro que lo son. ¡Este lugar es mil veces mejor! No me lo tomes a mal. Ese lugar es bonito, tienen fama y todo pero mira —extendió sus manos—. ¡Aquí es un paraíso! Todo hecho con materiales de primera. Mientras allá tenías a unos pocos. ¡Aquí tienes todo un grupo de ayudantes a tu disposición!

—Lo sé pero…

—No sólo eso, sino también trabajarás con herramientas modernas y junto a chefs profesionales. Conocerás gente muy poderosa. Viajaras por el mundo y en menos de un año tendrás reconocimiento internacional. ¡Qué más puedes pedir!

—lo agradezco y todo pero…

—¡Tu ganas! —sonrió—. ¡Te pagaré el doble! —Tsukishima lo observó con respeto pero a la vez indiferencia—. Muy bien, muy bien, será el triple. Dios, sí que eres bueno negociando. Siempre se conforman con mi primera oferta pero veo que aspiras a más. Eso me gusta.

—Gracias pero…

—¡Bien, me rindo! Qué es lo que quieres. Dímelo y será tuyo. Todo sea por tenerte en mi equipo.

¿Lo que quisiera? Qué era lo que podría pedir para estar en ese… equipo.

—Hay cosas que no se pueden dar —susurró.

—¿Disculpa?

—Sugawara-san —bajó la mirada— dice que somos una familia.

—Pero que dices —le dio una palmada en la espalda—. Nosotros también somos como una y eres más que bienvenido en ella.

—Lo sé y lo agradezco —realizó una reverencia—, pero ya tengo una familia —levantó la mirada y con voz firme, continuó—: Y mi familia me está esperando.

A pesar de que Tsukishima se había ido, él seguía ahí. Pensando en las últimas palabras.

—Sin duda —sonrió—, igual que Suga.

—Rechazado por segunda ocasión —escuchó detrás de él.

—¿Eh? Ah, eres tú. Dime, ¿Qué tal el pedido?

—Entregado a tiempo, como siempre. Entonces, ¿Quién era esta vez?

—Eso ya no importa. Rechazó mi oferta.

—Supongo que no va a insistirle.

—¿Insistirle? —carcajeó—. Leblac jamás suplica y bien lo sabes —el joven se encogió de hombros —¡Bueno! —palmeó su hombro—. La vida sigue y no hay que vivir en el pasado.

El joven con uniforme blanco tomó el sobre que descansaba en la bandeja. Por suerte no iba a trabajar junto a otra persona pero al menos quería saber quién era la persona que representaba una amenaza a su puesto.

Sus labios se torcieron en una divertida sonrisa ante el nombre.

—Así que así que aquí estabas escondido todo este tiempo —lamió su labio superior—, conejito escurridizo.

—Vamos, idiota —lo reprendió Kageyama mientras caminaban por la calle—. Deja de andar de depresivo y acelera el paso o llegaremos tarde.

—Pero es que —observó la pantalla de su teléfono—. Nishinoya me envió un mensaje diciendo que vio a Tsukishima entrar a ese lugar.

—Lo sé. Nos envió mensajes a todos.

—Y justo cuando comenzaba a caerme bien.

Llegaron a “El Pequeño Karasuno” y entraron por la puerta de empleados.

—Dije que dejaras de hacer esa cara, Hinata idiota —volvió a regañarlo mientras sacaba su uniforme.

—Bien, bien —aspiró con pesadez y se detuvo cuando estaba por tomar una pequeña corbata —Kageyama, ¿Hueles eso?

—¿Uh? —Kageyama aspiró y un aroma a mantequilla le llegó a la nariz—. Es muy temprano para que alguien se ponga a hacer algo.

Con curiosidad se acercaron a la cocina y en la entrada estaba Sugawara con una sonrisa en el rostro.

—Sugawara-san, ¿Sucede algo?

—Nada en realidad —habló mientras señalaba al frente—. Sólo un día como los anteriores.

En la cocina, Tsukishima se colocó un mitón y sacó una charola del horno que estaba frente a él, logrando que el dulce aroma se volviera más presente. Kei sonrió con discreción ante su creación.

—¡Tsukishima!

Kei se sorprendió ante el grito de Hinata y por poco tiraba la charola.

—¿Sí?

—Qué haces aquí —preguntó Kageyama.

—Bueno —dejó el recipiente en la mesa—, trabajo aquí.

—¡Tsukishima! —Hinata corrió para abrazarlo pero Kei se apartó. El menor siguió de largo.

—Pensé que ibas a tomar la oferta.

—Yo también pero seamos sinceros —sonrió con burla—. Serían un desastre sin mí.

—¡¿Uh?!

—Ya, ya —intervino Sugawara—. Mejor hay que apresurarnos para abrir. Es bueno tenerte aquí, Tsukishima.

—Sugawara-san —habló una vez que Hinata y Kageyama habían salido del lugar—. ¿Alguna vez te arrepentiste de no haber tomado la oferta?

—Nunca me he arrepentido.

—Entiendo —comenzó a sacar las magdalenas del molde.

—¿Y tú? ¿Te arrepientes? ¿Crees que lo harás en un futuro?

Tsukishima bajó la mirada y con una discreta sonrisa, respondió—: No.


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