Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cómo joder a tu ex. TERMINADO por Ritsuka27

[Reviews - 74]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Pese a todo, yo no perdía las esperanzas. Una parte de mí, la más inteligente, avispada y femenina, estaba segura de que Laura se moría por estar conmigo. No en vano tuvimos esos acercamientos, ni esas miradas de amor carecían de significado. Yo sabía que ella me amaba, y que sólo se estaba haciendo la difícil, como una de esas chicas inocentes y santas que realmente no saben lo que quieren, o fingen que es así.


La escuchaba tararear una canción alegre, y su voz melodiosa se oía desde la cocina. Estaba tan metida en su mundo de fantasía y negación que no era capaz de darse cuenta de que lo mucho que me estaba lastimando con sus estúpidas cosas de “ay, sólo quiero una amiga” “ay, no estoy lista aún” ¡Que se fuera al diablo! La odiaba y al mismo tiempo, la adoraba. Era tan, tan raro, como darse cuenta de que el amor es una manzana podrida, con partes dulces y amargas a la vez, llena de gusanos y de jugo al mismo tiempo.


De pronto llamaron a la puerta y Laura fue a abrir con un muy buen humor. Yo me quedé en el sofá, echada como un gato y comiendo malvaviscos. Cuando escuché la voz de Camila, sentí que la cara se me calentaba de la vergüenza y tuve deseos de salir de allí a toda velocidad.


—¡Tania! ¡Ven a ver a Camila!


—Voy… —dije de mala gana y me levanté con pesados pasos. Cuando vi a Cami, vestida con esa preciosa camiseta de colores abstractos y jeans de estampado militar, tuve que admitir que se veía más guapa que yo, y en consecuencia, mi autoestima descendió dos puntos. Tal vez tres.


Le saludé con un beso en la mejilla, una sonrisa falsa y volví al sofá, a echarme con más flojera y depresión que al inicio. ¡Dios! Ver a Camila y a Laura juntas me rompía un poco más el corazón, porque eran dos personas a las que quería mucho y sin embargo no podía estar con ninguna. Jodido amor, la verdad. ¿Has pasado por algo así? Por otra parte, yo me sentía muy inferior a ellas, como si toda mi alta autoestima de antes de reencontrarme con Laura se hubiera ido de vacaciones. Nuevamente me sentía como la fea de las tres, la enana con cabello desordenado y arrugas en la cara.


—Hola —saludó Cami, poniéndose en cuclillas para verme mejor a la cara —¿qué te pasa? Parece que viste un muerto.


—Estoy triste.


—Ah, ya. ¿Por qué?


— Tú ya deberías saberlo. Hazte a un lado. No me dejas ver la televisión.


Cami me acarició la mejilla con gesto cariñoso y agregó.


—¿Sabes? Vine sólo para estar contigo, así que no seas infantil y acepta que estoy aquí.


—¿Terminaste? Homero Símpson está a punto de cortarse el dedo.


Camila puso los ojos en blanco y se apartó del televisor. Fue a la cocina en donde se puso a charlar animadamente con Laura, quien actuaba como si su abuelita no estuviera al borde de la muerte. ¿Qué tan difícil puede ser fingir que todo anda bien? Envidiaba a Laura por esa habilidad. ¡Genial! Otra cosa en la que ella era mejor que yo! Como si me faltara más.


Total que me vi todo un maratón de los Símpson. Laura y Camila terminaron de cocinar el almuerzo mientras que yo me hice de parásito todo el día y sólo me senté para picar unas cuantas verduras y comer sin mucho interés. La tensión en la mesa era evidente, tan espesa como la mantequilla que Cami le untaba a su pan tostado.


—¿Y todo está bien? —preguntó la capitana de voleibol —. Me refiero a ti, Laura. Tu abuela…


—Se está muriendo —contestó con una falsa sonrisa de “estoy bien, no te alteres”.


—Ah… si necesitas que te lleve, sólo tienes que pedirlo ¿sí?


—Gracias, Cami. Eres buena amiga —Laura me miró y se detuvo un segundo a pensar en qué decirme —. Oye, Tania, creo que es bueno que Camila haya venido. Te puedes ir con ella y no en el aburrido autobús.


—¿Ah? Me estás sacando —respondí mordaz —. Porque si quieres me voy ahora mismo.


—No dije eso..


—Cálmate, Tania —dijo Camila con tono serio, la misma que mi madre usaba cuando estaba cerca de gritarme a la cara.


Respiré hondo. Comí lo más rápido que pude y volví al sofá. Ya no me importaba hacer más intentos con Laura para tratar de ganarme su atención. Todo con ella se había acabado, y lo jodido es que yo todavía la quería. ¡No era justo! ¡Lo había perdido todo! ¡A ella, a mi hermano! Me daban tantas ganas de arrancarme las greñas.


El resto de la tarde las tres nos la pasamos viendo televisión. Laura, por cierto, miraba a cada rato la pantalla de su teléfono, como si esperara una llamada importante, o como si contara las horas que su abuela se la pasaba en esa cama de hospital. Camila, sentada a mi lado y de piernas cruzadas, se moría del aburrimiento. Cada vez que nuestras miradas se cruzaba, ella sonreía o me guiñaba un ojo. Se estaba portando tan coqueta conmigo que era raro, puesto que por muchos cambios buenos que ella hubiese tenido, en mi cabeza siempre iba a ser la niña desarreglada, debilucha, pálida y de pocos amigos de la secundaria. Era difícil ver a Camila con otros ojos.


—Me tengo que ir —avisó Laura —. Es urgente.


—¿Te llevo?


—Gracias, Cami. Será más rápido.


—Un placer ¿vienes, Tania?


—¡Nah! Estoy mejor aquí.


Las dos se marcharon y volví a sentirme sola, casi arrepentida de no haberlas acompañado.


El tiempo transcurrió y durante eso apagué la televisión, jugué con mi teléfono y lavé los trastes del almuerzo. Todo sin perder de vista el reloj, cuyas manecillas se movían sin piedad en la misma dirección, como un compás frío y despiadado. Empecé a preocuparme mucho por Laura e imaginármela llorando me partía el corazón.


Le llamé a ella y a Camila. Ninguna de las dos me respondió. A las seis de la tarde ya me estaba volviendo loca, dando vueltas de aquí para allá como una leona enjaulada, a punto de romper a tiras el sofá de pura frustración. Algo malo había pasado. Me lo gritaba el instinto femenino, y decían que éste casi nunca fallaba. Por una vez, deseé que esa afirmación fuera una mentira. De repente me di cuenta de que no quería que esa abuelita muriera. Con su vida se iría también la alegría de Laura, y con ello, todas mis pocas esperanzas de volver a ser su novia, de verla reír y de desvelarme con ella por las noches.


Mi teléfono sonó justo cuando me estaba dando un baño. Salí de la ducha y contesté antes de que el tono se terminara. Era Camila.


—La abuela de Laura acaba de fallecer —dijo con tono neutral, igual que si no supiera qué sentir al respecto.


—Oh… no.


—Está hecha un mar de lágrimas. Sus papás ya llegaron. Está muy mal, Tania. Le han tenido que dar un calmante.


—Tienes que venir por mí. ¡Quiero ver a Laura!


—Será mejor que no, cariño. No quiero que tengas esa fea imagen en la cabeza.


—Camila… por favor, ven por mí. Tengo, necesito estar con Laura ahora.


—Amor, ya te dije que no puedes. Te conozco, Tania. Te vas a traumar y no dormirás durante varios días.


Sollocé porque imaginarme a Laura sufriendo me partía en dos, o tres pedazos el alma.


—¿Crees que se ponga bien?


—Ahora está llorando, pero se encuentra un poco más calmada. De todos modos creo que se quedará aquí toda la noche. Volverá con sus padres. Tania, creo que ya no hay nada que nosotras debamos hacer aquí.


—Somos buenas amigas —exclamé —. ¡Debemos estar con ella en todo momento! ¡Ven por mí!


— Bueno… estoy de acuerdo en eso — Cami hizo un silencio sepulcral y luego habló —. Está bien. Voy por ti. Prepárate.


Cami llegó unos veinte minutos después. Subí a su coche y en silencio condujo hasta el hospital. Con cada metro que avanzaba, cada calle que cruzaba, yo no dejaba de sentirme mal por haberle ocasionado a Laura tantos problemas, por haberla molestado con mis tontos sentimientos. Yo sabía que quería decirle tantas cosas, pero no lograba articular las palabras ni preparar cualquier discurso en mi cabeza. Tampoco podía llegar y abrazarla, decirle que todo se pondría bien porque esa sería una gran mentira.


Por fortuna, o quizá mala suerte, el calmante que le dieron la había hecho dormir con la cabeza apoyada en las piernas de su madre y recostada en la fila de sillas metálicas. La señora también tenía los ojos hinchados, y nada más verme, sonrió con tristeza.


—Gracias por estar con ella. Son buenas amigas de mi hija.


— Es… todo un placer.


—Ahora está durmiendo. Será mejor no despertarla. Se puso mal con la muerte de su abuela. Para ella, mi suegra era como una segunda madre ¿sabían? Laura la adoraba.


— Lo sabíamos. Ella nos lo contó.


Camila me tomó de la mano y tiró de mí para alejarme de la sala de espera. Yo, tan impactada por el shock que Laura había tenido, no hice muestra de resistencia. Quería irme de allí. Camila tenía razón: no había sido buena idea verla.


Me llevó hasta la cafetería del hospital, que a esas horas estaba casi vacía.


—Amor ¿quieres algo de comer?


—Un café estaría bien, y no me digas amor.


—Te lo traeré enseguida.


Suspiré con mucha calma. Tenía la mente en blanco, como si una parte de ella se hubiera aislado del resto del mundo para no tener que soportar más cosas tristes. Era un buen método de defensa. Unos fingían que nada malo pasaba. Otras, como Laura, se inventaban una vida donde todo estaba bien. Yo me quedaba como zombie.


Camila volvió con dos tazas de café y unos panecitos dulces rellenos de queso, calientitos y olían rico.


— Deberías comer algo, Tania.


—Gracias. No tengo mucha hambre. Todo esto de Laura… ella dijo que cuando su abuela muriera, su mundo se vendría abajo. Debe ser difícil saber que eso va a suceder.


—Es parte de la vida afrontar que nuestros únicos seres queridos van a desaparecer para siempre. Son palabras duras, como una advertencia que dice “hey, sigo vivo. Quiéreme porque me iré”. Laura debe soportar esto sola.


—¿Qué hay de nosotras? Se puede apoyar…


—Podemos ser las amigas incondicionales —dijo Camila y cruzó una mano sobre la mesa para tomar la mía. Sus ojos hacían contacto directo con los míos, acentuando cada una de sus palabras —, pero al final Laura tendrá que superarlo. Por un momento deja de pensar en lo que hay entre tú y ella. Mírala con ojos distintos. Tania, sé que la amas, y yo te amo a ti. Estamos metidas en un patético triángulo amoroso, como una novela de mala calidad.


Sonreí. Yo pensaba lo mismo.


—Pero por más tonto que suene, no voy a desistir en mis intentos por gustarte.


—¿Por qué, Camila? Es decir… no te rindes.


—No, en lo absoluto —contestó con total franqueza —. Aunque no lo creas, yo soy una mujer muy cariñosa, y contigo quiero serlo todavía más. Así que si necesitas algo, estoy aquí para ti.


Exhalé aire. Era como la segunda vez que Camila se me confesaba y tuve que admitir que era valiente por hacerlo. No me había dado cuenta de me estaba acariciando los nudillos mientras me sostenía la mano, y sus ojos posados en mí trataban de lanzar magia para atraparme. Mis defensas, por suerte, eran más altas que ella.


—Gracias, Camila.


—Me estás mandando a la friendzone ¿verdad?


—Dije gracias, Camila.


Se rió.


—Te quiero, Tania. Me gusta que lo sepas.


—Yo también te quiero. Como amiga, pero ya sabes de qué hablo.


Camila sonrió. Rodeó la mesa y me abrazó por detrás.


—¿Ey? ¿qué haces?


— Sólo estoy demostrando mi afecto hacia ti, no tienes por qué alterarte. Eres un amor, Tania, de los pies a la cabeza —me dio un besito en el cuello y luego hizo un brr brr en mi nuca con su cabello, lo cual sólo sirvió para arrancarme unas risas increíbles, porque era raro que yo me riera en un momento así.


—¡Jajaja! ¡Camila, espera! ¡No! ¡Para!


—¿Ves? Puedo hacer reír con mucha facilidad. El amor empieza por una sonrisa, tonta, y también por unos pocos besos en las mejillas, así, mira.


Okey. Sí. Dejé que me diera unos cuantos besitos en los cachetes, pero incluso ella supo que se estaba propasando y que no era el mejor momento para actuar como una chica conquistando a otra. Por último me mordió el lóbulo de la oreja y luego me tocó los hombros.


—Mi amor, tienes que descansar. Iré a hablar con los padres de Laura. Veré si nos podemos quedar en su casa, o en caso contrario hay que irnos.


—No me quiero marchar.


—Lo sé, por eso iré a hablar con ellos. Volveré en seguida. Disfrute el pastel. ¡Muaa! Te quiero.


Y se fue con paso veloz fuera de la cafetería.


A pesar de que yo estaba triste, molida por dentro, tuve que admitir que quería ser como Camila y tener esa fuerza y seguridad para lanzarme con todo y perseguir mis sueños. Además, daba resultado ser tan directa, puesto que Cami había dejado a mi corazón latiendo como un desesperado en busca de amor.


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).