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Cómo joder a tu ex. TERMINADO por Ritsuka27

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Capítulo 24

 


Las caóticas semifinales terminaron oficialmente con la premiación de los equipos, y yo no dejaba de tomarle fotos a Camila y a sus compañeras. Verla sonreír, pese a su muñeca vendada, era algo que me producía una sensación reconfortante y orgullosa. Compartía su felicidad y esa era una inequívoca señal de… bueno, tú sabrás, y lo mejor de todo es que podría acostumbrarme a esto.


Además Camila no perdió tiempo en abrazarme cariñosamente y darme una larga serie de besitos por las mejillas. Sus compañeras se quedaron con el ojo cuadrado al vernos demostrar tales afectos, pero como ya sabían que su sensual capitana estaba enamorada de otra chica, tampoco se les hizo una sorpresa. Por fortuna la clase de relación que Camila y yo estábamos formando era cada vez más común y ya no nos sometían a juicios extremos. Suerte que mis padres no estaban aquí.


Pero mientras me abrazaba y yo a ella, veía que Joshua nos miraba desde las gradas con una expresión entre desinteresada pero profunda, como si quisiera que la cabeza me explotara por el sólo efecto de sus ojos. El hombre me odiaba y no era para menos. Decidí hacerle poco caso y concentrarme en abrazar a mi hermosa campeona y tomarme un par de fotos sólo de nosotras.


Después de eso la llevé a su casa. Tuve que conducir yo porque ella la tendría difícil con su muñeca dolorida y porque al estúpido de su hermanastro se le ocurrió largarse a quién sabe qué sitio. Eso nos había molestado a las dos, especialmente a Cami, que no dejaba de lanzar maldiciones acerca lo estúpido que era Joshua. Cada vez que la oía mencionar su nombre, el estómago se me revolvía un poco más, y empecé a creer que yo era una especie de maldición para los hombres. Primero al alejar a Laura de mi hermano y ahora robándole la hermanastra al fantástico escritor de ficción. Con razón me odiaban tanto.


—Gracias por traerme. Ya sabía que era importante enseñarte a conducir.


—Con cuidado. No te vayas a resbalar.


Ayudé a Camila a subir a su departamento. Ella se quejaba de mis atenciones, como si tuviera todos los huesos de papel. Claro que no me importaba lo mucho que chillara sobre eso, yo iba a cuidarla para que la muy tonta pudiera competir en las finales y trajera la gloria a su equipo.


—¿Joshua? —llamó nada más entrar al departamento. Nadie nos respondió ya que él no estaba allí. Eso me causó un gran alivio porque lo que menos deseaba era verle la cara a ese muchachote. Ya me había ganado suficientes enemigos masculinos por el momento.


—Te pondré el agua tibia para que te des un baño —dije a Cami y fui a prepararle la tina. Hacía frío afuera debido a tanta lluvia, así que algo caliente le vendría bien a su cuerpo estresado por el partido y mejor para su muñeca, que empezaba a hincharse cuando le quitamos los vendajes.


—No se ve tan mal ¿verdad?


—Si tú lo dices. Es una fortuna que no te la hayas fracturado.


—Sólo le pegué mal a la pelota. No es la gran cosa. Que haya salido con esa potencia fue todo un tiro de suerte, literal.


—Pues a tu entrenadora no le hizo mucha gracia. Anda, a bañarte.


—Uy, me ayudarás a desvestirme ¿verdad?


Me sonrojé, y aunque Camila de seguro iba a disfrutar que yo le quitara la ropa, lo cierto es que no tenía opción. Respiré nerviosamente, pensando en que no era la primera vez que veía a una mujer desnuda. Cami, sonriente, dejó que le desabrochara los botones de la blusa y sí, como te podrás imaginar, inevitablemente mis ojos se fueron hacia sus hermosas y apretujadas nenas copa C que lucían felices detrás de su sujetador negro con bordes de encaje.


—¿Qué opinas? —preguntó con una coqueta sonrisa.


—Nada mal —exhalé aire y durante sólo un instante consideré la posibilidad de hundir mi rostro entre sus encantos.


Camila se giró antes de que pudiera hacerlo. Ahora me tocó desabrocharle la falda, la cual cayó. Me abstendré de comentar lo que vi, pero me gustó y fue todo un festín para mis ojos. Sólo diré que cuánto quisiera aprender a jugar voleibol.


—Ya, en serio, necesito ayuda con el sujetador.


Le desabroché el bra. Camila lanzó una risita nerviosa que me subió los colores a la cara. Luego entró al baño, me dedicó una mirada por encima de su hombro y cerró la puerta con el pie.


—Si necesitas ayuda sólo llámame. Estaré aquí.


Me senté cruzada de piernas en su cama, y luego me dejé caer de espaldas con los brazos extendidos. Aspiré el aroma de esa habitación, como si pudiera sentir su presencia colmando el aire, igual que una rosa inunda de perfume todo un jardín. Coño, qué cursi me estaba volviendo, y todo gracias a ella; pero entre pensamiento y pensamiento, la realidad de que a Joshua le gustaba Camila me estaba atormentando más de lo esperado. Y en cierta forma no se me hacía raro dada la situación en la que se encontraban. Para empezar Cami era tan linda que llamaba fácilmente la atención. Tampoco eran hermanos de sangre y no tenían un pasado infantil que les pusiera alguna clase de barrera emocional. Vivían juntos, comían juntos y era usual para él verla vistiendo sus cortísimos shorts deportivos, o mirándola en toalla después de salir de la ducha.


¿Qué era esa molestia minúscula que sentía en el pecho? Celos, concluí, y luego, como toda mujer en de sano juicio haría, rechacé esa idea por absurda. No había motivo para sentirme celosa porque Camila y Joshua no eran nada más que hermanastros y compañeros de piso. Además, ella le había dejado en claro que yo le gustaba (eso me puso feliz), pero no dejaba de ser raro. Por un segundo los imaginé como pareja… y quedaban bien. Los dos eran atractivos y yo… bueno, algo debilucha y no muy lista.


Me incorporé decidida a no dejar que mi autoestima pisoteada por Laura cayera un nivel más. Miré hacia la puerta del baño, pensando en que al otro lado tenía a una dulce mujer que me quería, que incluso en los peores momentos había estado conmigo porque yo de verdad le interesaba, que sabía de mis defectos, virtudes y errores del pasado y todavía así me encontraba increíble. Me di cuenta de que anhelaba estar junto a Camila porque… la amaba.


Decirlo en mi cabeza no era tan válido como hacerlo en persona, pero sí. Además incluso tú te has dado cuenta de que estoy enamorada de ella, así que no vengas a decirme que es muy pronto para echarme para atrás.


Camila salió del baño vestida con unos cortísimos pantalones deportivos y una blusa de los Rolling Stones. Su pelo húmedo se le pegaba a las mejillas y se lo estaba secando con una toalla rosada. Olía a una dulce combinación de perfume femenino, sutil para los demás, pero muy fuerte para mí. Tragué saliva.


—¿Me ayudas a ponerme la venda?


—Claro. Ven.


En serio. Al ver cómo se sentó y cruzó sus formidables piernas, más que atraída me sentí envidiosa. Mis muslos no eran fofos, estaban algo fuera de forma. Camila se ejercitaba a diario, especialmente el tren inferior. Ya te imaginarás qué delineado tendría el trasero, como toda buena jugadora de voleibol. Yo babeaba.


Le apliqué un poco del spray analgésico y un ungüento para bajar la hinchazón. Después envolví su muñeca con nuevos vendajes y le di un besito en el dorso de la mano para que se sintiera mejor. Eso conmovió a Camila, que me miró con una dulzura de esas que expresan algo como “eres un hermoso ángel bajado del cielo, mi amor” y yo, que últimamente no dejaba de fantasear con sus palabras, me apenaba y bajaba la cabeza.


—¿Te quedas un rato?


—Sí. Además la lluvia ya arreció.


—Entonces ven —me jaló del brazo y logró que nos cayéramos directo al colchón.


—Te vas a lastimar más la muñeca.


—Estaré bien.


Nos quedamos muy juntas, frente con frente, mirándonos con aquella ilusión propia de una pareja que se sabe enamorada pero que teme dar el siguiente paso. Bueno, más bien era yo la que no quería ir más allá por la sencilla razón de… esto… no lo sé. Quizá sólo me faltaba tomar esa decisión. Alargaba el momento porque me daba un poco de temor no saber qué pasaría después. La vida me había enseñado, luego de soltar a Laura, que cambiar no siempre es bueno. Si algo iba mal con Camila… me sentiría devastada.


Pensaba en esto cuando ella empezó a acariciarme la mejilla. Pese a que yo desviaba los ojos de un lado a otro, como lanzándole una indirecta de que dejara de mirarme, ella no la captaba y sus ojos grises como el cielo de allá afuera recorrían cada poro de mi piel. Me decidí a sostenerle la mirada sólo un poco más, y al final de un rato olvidé el nerviosismo y mi respiración se hizo más lenta. Joder. Parecía primeriza en esto de estar intimando con otra mujer.


—Sobre el beso de pico que me diste en la enfermería ¿sí sabes que fue la primera vez que nuestras bocas estuvieron juntas?


—Te lo merecías —sonreí.


—Dame otro.


—No, sólo en ocasiones especiales.


—Vamos, vamos. Me muero por otro beso, Tania. No seas cruel. He hecho muuuchas cosas por ti.


Me reí porque protestaba como una niña pidiendo su merienda. Camila era tierna cuando realmente se lo proponía. Yo me hice a un lado pero eso no sirvió porque me jaló hacia ella y en un momento comenzamos a forcejear como dos hermanitas jugando a las luchas. Claro que todo se jodió cuando ella lanzó un gritito cuando se aplastó la muñeca.


—¿Te duele mucho?


—Un poco. Auch… creo que no debo forzarla demasiado. Pasada la emoción de haber ganado el partido, creo que sí me siento mal.


—Vamos, descansa un poco más.


Me recosté con ella como al inicio, y ésta vez fui yo quien tomó la iniciativa de acariciarle la cara y los brazos, sin apartar mi vista de sus ojos grises. Mi mente estaba en blanco porque era tanto el estado de relajación en el que me veía inmersa, que no quedaba espacio para nada más.


—¿Qué tienes?


— ¿Eh? ¿Por qué lo preguntas, Cami?


—Te conozco y sé que estás pensando en algo muy serio. Deberías decírmelo.


Torcí los labios. Con Camila era difícil fingir que las cosas iban bien o mal. Yo no quería que entre nosotras hubieran secretos, así que se lo confesé.


—Escuché a Joshua y a ti hablando en la enfermería. Sé que tú le gustas.


—¿Nos espiaste?


—Sólo un poco. No fue intencional… bueno, sí. El punto no es ese.


Camila arrugó la nariz. Sentí como todo ese bonito momento comenzaba a perder la temperatura.


—Es cierto —suspiró después de un rato, durante el cual creí que lo había fastidiado perfectamente.


—No debí tocar el tema.


—Descuida. Desde hace un par de semanas que Joshua se me confesó. Él sabe que no me interesa en lo absoluto y que tú eres la dueña de mi amor. Eso lo pone mal en ocasiones, pero no tienes de qué ponerte celosa.


—¿Celosa? No estoy celosa —dije casi ofendida.


—Tania… veo en esos ojitos tuyos que no es así. Ups. Ya tienes competencia.


—Es tu hermano.


—Hermanastro, y quién sabe qué pasará porque acepto que es guapo.


Sólo me estaba jodiendo. Lo vi porque se aguantaba las risas. La fulminé con la mirada y le di un golpecito en la cabeza.


—Sé que nunca me engañarías.


—¿Por qué? Ni siquiera has aceptado ser mi novia y tampoco te has enamorado de mí. A veces creo que… sólo estoy jugando un juego de una sola persona.


Quise reírme porque creí que se trataba de una broma; pero no lo era. Los ojos de Camila se tiñeron de rojo y avergonzada, desvió la vista para otro lado y se cubrió la cara con el antebrazo. Intentó ocultar sus lágrimas, pero yo vi cómo una de ellas bajaba por su mejilla. En ese segundo me sentí terriblemente mal. Había estropeado algo lindo sin siquiera darme cuenta, y esa gotita de agua hizo que recapacitara la tontería que estaba cometiendo con el sólo hecho de posponer el sí para Camila.


Ella sufría ¿cómo es que no me di cuenta de eso? Era como, hablando en términos de ella, tener una victoria asegurada pero no poder reclamar el trofeo. Camila predijo que yo me enamoraría de ella y puso todo su esfuerzo en hacerme sentir amor otra vez. Ese era su secreto: el esfuerzo, el demostrarme con actos que sí estaba enamorada de mí, en prometerme sin palabras que la chica de sus sueños era yo, que me había estado esperando desde que estábamos en la secundaria.


Experimenté en ese momento la tristeza inherente del amor, y la más crítica de las emociones: arrepentimiento. No quería que el pasado volviera a tirarse sobre mí por cometer errores, pero con el paso del tiempo comprendí una cosa, una verdad universal:


Si no lo intentas, nunca sabrás que fue un error.


Mi corazón brincó como un loco cuando esa frase tomó sentido, y de inmediato todas las respuestas vinieron a mí como un río que busca liberarse en el océano. Me armé de valor para acercarme a Cami, quitarle el brazo de la cara, acariciarle las mejillas y luego de sostener su mirada un segundo, cerrar mis ojos y plantar un dulce y atiborrado beso de amor en sus labios.


—Te amo, Camila, y por supuesto que quiero ser tu novia.


Ni ella se lo creía, ni yo me esperaba que esa misma tarde me comprometería a ser su pareja, sin embargo las dos sonreímos, y luego, entre besos y abrazos sobre su cama, ella me susurró:


—Te lo dije ¿verdad?


—Sí… lo prometiste —dije en uno de esos momentos en los que me separé de su boca para hablar. ¡Dios! No podía dejar de besarla —; lo prometiste y se cumplió. Te adoro, corazón.


Y sin darle tiempo de responder, invadida por una nueva adicción, volví a besarla como si tuviéramos todo el tiempo del universo.


 

Notas finales:

saludos!


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