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Cómo joder a tu ex. TERMINADO por Ritsuka27

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Capítulo 27


Llevar a Laura al departamento de Cami era una buena y mala idea al mismo tiempo, porque por un lado ella podría tener un lugar donde quedarse a dormir el resto del fin de semana, y por otro, que mi ex y mi novia se encontraran bien podría ser el presagio de que algo malo pasaría. Confié en que Camila sabría comportarse a la altura y no diría nada que pudiera herir al ya maltrecho corazón de nuestra amiga, la cual necesitaba tanta ayuda como fuera posible. En ese sentido todas estábamos de acuerdo, incluso Ximena, quien se sentía contentísima al saber que otra vez las cuatro volvíamos a estar juntas.

—Tengo que decirte que me pone nerviosa ver a Camila —me confesó Laura cuando bajamos del taxi —, ahora que ella es tu novia, será raro. La última vez que la vi era un cero a la izquierda y casi no hablaba.

—Te caerá bien —me limité a decirle porque iba en contra de las reglas femeninas hablar bien de la novia en curso, especialmente a la ex. Podría desencadenar algo así como la Tercera Guerra Mundial.

Cuando Camila y Laura se encontraron en la puerta del departamento, por un segundo creí que se molerían a golpes. Yo no sé, pero a lo mejor en la cabeza de alguna de ellas algo así estaba sucediendo, porque detrás de sonrisas, se sostuvieron la mirada durante lo que pareció ser una eternidad.

—¡Ejem! —carraspeé y las hice reaccionar. De inmediato Laura abrazó a Cami, otorgándole un beso en la mejilla como si se tratase de la mejor de sus amigas. Mientras se estrechaban mutuamente, mi novia me vio y arqueó una ceja, como si sugiriera que las cosas habían salido mejor de lo espero, y tenía razón. Quizá todo ese drama de que ellas se odiarían estaba en mi cabeza.

—Entonces ¿te quieres quedar? —preguntó Camila, sirviéndole a Laura una taza con té helado cuando fuimos a la cocina —. Joshua se fue de campamento con unos amigos y no vendrá hasta mañana. Hay espacio suficiente en su habitación.

—Pero es que no quiero ser una molestia, aunque gracias. Lo necesitaré —en ese momento bostezó —, no he dormido mucho.

—Anda, ve a acostarte un poco. Te mostraré el cuarto de mi hermanastro.

Nada más Laura vio la cama, se tiró sobre ella. Quitó sus zapatos y hundió la cabeza en las grandes almohadas de plumas, las cuales Joshua adoraba y al que poca gracia le haría encontrarse con una chica en su dormitorio. Camila le explicó algunas cosas, como que el muchacho era escritor y que tuviera cuidado de no manchar ninguna de las notas que tenía desperdigadas por toda la mesa. Sabíamos que Laura era algo adicta a desaparecer el desorden, y para ella, un cuarto vuelto un caos era un llamado de la naturaleza para que pusiera manos a la obra y se dedicara a limpiar todo el santo día.

—¿De verdad no vendrá? Sería muy incómodo si viera a una extraña en su alcoba.

—Ya te dije que se fue de campamento y tú tienes que dormir un poco. Mira esas ojeras, y has perdido todo el color de tu piel.

—Quisiera tener una piel bronceada como la tuya.

—Eso dicen todos. Tania y yo iremos a comprar algunas cosas, así que no salgas de aquí.

—Descuiden. Dormiré la siesta.

Cuando Camila cerró la puerta del departamento, lanzó un suspiro tan sonoro que casi pareció adrede. No se le veía triste, aunque tampoco brillaba de alegría. No dijo una sola palabra más mientras bajábamos hasta el estacionamiento y montábamos en su coche, rumbo al supermercado. Tuve que ser yo quien soltara la primera piedra.

—¿Y bien? ¿Qué te tiene tan tensa?

—¿De qué hablas?

—No te hace mucha gracia que Laura esté en tu hogar ¿cierto?

—Te diré la verdad: Laura nunca ha sido muy de mi agrado. No es que la odie ni me caiga mal. Simplemente trato de mantener mi distancia. Ya sabes… ustedes fueron pareja y es natural que haya cierta repulsión la una por la otra.

Crucé las piernas y le sonreí a Camila. Verla celosa era una nueva parte de ella y me gustaba.

—A pesar de todo la aceptas. Eres una buena amiga, aunque no lo quieras admitir.

—Son las cosas que hago por ti. Tampoco iba a dejarla a su suerte.

Mientras comprábamos lo necesario para la pijamada de adultas que continuaban sintiéndose niñas, Camila y yo no perdíamos el tiempo de hacernos algunos cariños en público, como besos de pico y cosquillas. No teníamos temor de que alguien nos viera porque estábamos metidas en nuestros roles, en demostrar lo mucho que nos queríamos aunque sonara irreal para el resto de las personas y fuera incorrecto para los ojos de los más conservadores, como mis padres, que se morirían al saber que su preciada hijita tenía a una mujer como pareja sentimental. ¿Por qué el mundo tiene que ser tan complicado a veces? Quisiera poder comprender al resto de las personas, especialmente a esas que sólo fruncías las cejas al ver como yo besaba a mi novia. La mayoría eran ancianitas, demasiado tradicionales como para entender que ya estábamos en otro siglo y que la vida era tan corta que no se debería de ignorar al amor cuando se tiene en frente, y mi amor era esa capitana de voleibol que se había ganado mi corazón a base de esfuerzo, y yo la recompensaba por esa hazaña.

—¿No crees que ya va siendo hora de que le digas a tus padres que estás saliendo conmigo? —sugirió mientras yo examinaba los lácteos —, no me gusta guardar secretos.

—Créeme que mis padres están mejor así. Son algo homofóbicos.

—Pero… quiero que tú conozcas a mi mamá. Le dije que salgo con una chica y le dieron ganas de conocerte. Verás, creo que el próximo sábado te quiere invitar a comer. Hace una pasta que está para comerse los dedos ¿vendrás?

Prefería estar con la madre de Cami que con la mía, así que acepté conocer a la suegra en cuestión, y para sellar esa promesa, le di a mi campeona un cálido beso en la boca. Luego la abracé fuertemente y todo parecía ser felicidad hasta que vi, al otro lado del pasillo, justo en la sección de frutas y verduras, a mi madre comprando algunas legumbres.

—¡Oh, demonios! ¡Debemos irnos!

Tiré fuertemente del brazo de Camila y anduvimos a grandes zancadas con el carrito hasta escondernos en la sección de juguetes. A mí el corazón estaba que se me salía por la garganta, aterrada de que mi madre me hubiera visto comiéndome a besos con otra mujer.

—Era mi madre ¿qué hace aquí? ¿por qué justamente hoy tiene que salir de compras?

—¿Quieres que vayamos a saludarla?

—¿Estás loca? Mejor paguemos y vámonos.

—Mmm…

—¿Qué?

—A veces creo que te avergüenzas de nosotras.

—Claro que no. Sólo soy cuidadosa. No sabes el lío en el que me metería si mi madre me ve de cariñitos contigo. Ya tengo muchos problemas con mi hermano, que se enteró de la peor de las formas. Por fortuna guardó el secreto. Creo que hasta él sabe de qué es capaz mi familia si se llegase a enterar.

—¿Y de qué sería capaz? —me preguntó mientras íbamos a la línea de cajas.

—Me separaría de ti. Haría de todo para intervenir en nuestra relación.

Camila puso cara agria, con el labio chueco y la frente fruncida. A ella no le gustaba guardar secretos a la gente y deseaba que nuestro noviazgo no fuera uno de esos en donde hay que verse a escondidas, corriendo como si estuviéramos haciendo algo malo.

—Me molesta que estés en esa situación. Tal vez si yo hablara con tu madre…

—Ni de loca lo vayas a hacer.

—¿Por qué? ¿Quieres mantenerme en secreto? No estamos cometiendo ningún delito. Te quiero ¿es que tus padres no lo van a comprender?

—Créeme que no.

—Pienso que eres cobarde por no arriesgarte.

—No soy cobarde —repliqué, mosqueada porque de repente ese tema estaba adquiriendo una importancia que yo no deseaba darle —. Tú no conoces a mi familia y sí, me da algo de vergüenza que sepan la clase de preferencias que tengo. Es mejor que mantengamos lo nuestro en secreto, y deja de hacer tanto drama. No vale la pena que nos peleemos por cosas insignificantes. Una cosa es demostrar amor en público ante desconocidos y otra frente a mi familia.

—No es algo insignificante. ¿Qué tal si quiero irte a visitar? ¿Tengo que pretender que soy tu mejor amiga?

—Te agradecería que dejaras el tema ¿sí? Ya te dije que no quiero discutir.

—En algún punto vas a tener que presentármelos, porque quiero ser parte de ese mundo.

—¿Y crees que mis padres te recibirán con los brazos abiertos? Le caes bien a mi mamá, sí, pero si se enterase de nosotras, le saldrían canas verdes. Tema zanjado. No quiero hablar más —empujé el carrito hasta la caja registradora, y Camila me siguió con la cara visiblemente fastidiada. Estaba estaba siendo algo así como nuestra primera pelea y vaya que era por una tontería.

—¿De compras? —preguntó la voz de mi madre, justo cuando íbamos a pagar. Yo me quedé paralizada y la miré, hasta el final de la fila.

—¿Mamá…?

Camila sonrió.

—Hola, señora ¿cómo le va?

—Bien. Vine a comprar algunas cosas para preparar la cena ¿ustedes también?

—Sí, por lo de la pijamada.

—¿Qué no están algo grandecitas para eso?

—Será una noche de chicas —dijo Camila con gesto afable y luego de que me diera su tarjeta para pagar las compras, se quedó fuera de la caja esperando a que mi madre terminara de entregarle el efectivo a la cajera. Yo le insté con la mirada a que nos fuéramos, pero ella me ignoró rotundamente, y todavía peor fue cuando se colocó al lado de mi mamá y la acompañó todo el camino por el estacionamiento hasta su coche.

Yo iba unos pasos tras ellas, empujando el carrito de nosotras y tratando de no darle demasiada importancia al asunto. Era como si tuviera terror de que de pronto Camila dijera la verdad de nuestra relación, y sí que tuve miedo porque estaba segura de que mis padres me someterían a una terrible tortura psicológica si se enteraban.

—El fin de semana —comenzó Camila mientras ayudaba a mamá a poner las bolsas en la cajuela —, invité a Tania a la casa de mi madre.

—Ah ¿y ese milagro?

—Pues le dije que tenía una amiga muy especial, y ya que yo no tengo muchas, dijo que la quería conocer. Espero que no le moleste que me robe a su hija por un fin de semana.

—Si ella quiere ir no hay problema. Es más, te prepararé un pay para que le lleves a tu madre.

—Creo que usted y ella se harían buenas amigas. A las dos les encanta probar nuevas recetas y son bastante buenas con los postres. Ella prepara unos panqués muy ricos, con relleno de chocolate. Son los que le llevé hace semanas ¿recuerda? Durante su cumpleaños.

—¡Ah! ¡Esos estaban muy buenos!

Yo estaba al borde del colapso.

—Entonces… creo que podría tomarme el fin de semana para ir con Tania y conocer a tu mamá. Parece una señora agradable.

—Lo es, y si se anima, es bienvenida cuanto guste.

—Ay, Camila, si fueras un chico ya serías mi yerno.

Me puse tan colorada que necesité un respiro, y abrí la botella de refresco que acabábamos de comprar.

—Tomaré eso como un halago, señora. Es una lástima que su hija y yo seamos mujeres, o usted ya sería mi suegra.

Escupí la bebida. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Mi madre y Camila se quedaron mudas un segundo, y luego, la primera estalló en risas.

—Eso sí que sería interesante ¡Jajaja! Qué disparates dices. Bueno, pues me tengo que ir. Fue un gusto verlas. Tania, pórtate bien y tú Cami, eres bienvenida a la casa cuando quieras.

—Gracias. Lo tendré en mente.

Cuando mi mamá se fue y nos dejó solas en el estacionamiento, toda la presión que había tenido que soportar salió y le di a Camila un puntapié.

—¡Auch! ¿qué te pasa?

—¿Qué te pasa a ti? ¿cómo se te ocurre decirle esa clase de cosas a mi mamá?

—Sólo estaba tanteando el terreno, tonta. No parece tan mala persona. Ya me acepta como tu mejor amiga.

—No vuelvas a mencionar nada de eso ni a invitarla a tu casa.

—¿Por qué no? No hagas un drama ¿quieres?

—Yo no hago ningún drama —dije, sulfurada y avanzando con el carrito hasta su coche. Camila me alcanzó poco después.

—Tania, espera. Sólo lo hago por el bien de las dos. Es mejor que tu madre se entere ahora y no luego.

—Es mejor que NUNCA se entere.

—¿Y me tendrás en secreto para siempre?

—Si se puede, sí.

—Pues no estoy de acuerdo.

La miré fijamente, como si quisiera que su cabeza estallara por acción de alguna clase de poder sobrenatural. Era la primera vez que estaba tan molesta con ella, y no lo sabía controlar. Necesitaba algo que cambiara la tensión, aunque un beso no era mucho, dadas las circunstancias. ¿Un abrazo? Ni tenía ganas de tocarla después de lo sucedido.

—Además ya eres mayor de edad. No te puede decir que hacer o con quién salir.

No le respondí. Tuve que morderme la lengua mientras metía todas las compras en el coche y después, nos metíamos en él e íbamos por las calles, guardando las dos un viscoso silencio. Nunca creí que el hecho de conocer a la familia nos podría dar problemas. Si yo amaba a Camila y ella a mí ¿qué importaban nuestros padres?

—¿Por qué te aferras tanto en darnos a conocer? —le pregunté cuando, después de unas calles, yo ya me sentía más tranquila.

—Pensé que ya no deseabas hablar sobre eso.

—Pues tú dime.

—Ya dejaste muy claro tu punto de que te avergüenzas de nuestra relación. Si yo fuera un chico de seguro que las cosas estarían mejor.

¿Qué demonios tenía que ver una cosa con la otra?Molesta, más que antes, crucé piernas y brazos y no le dirigí una sola palabra en todo el trayecto hasta el departamento. 

 


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