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Cómo joder a tu ex. TERMINADO por Ritsuka27

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Notas del capitulo:

Hola! bueno, bienvenidas al final de la historia. Síi, el final uwu. Sin mas preámbulos, disfrútenlo! 

Capítulo 35

 

 

—-Laura—

 

 

Alice me abrazó por la cintura y plantó un bonito beso en mis labios, de esos donde la punta de su lengua se rozó con la mía y me produjo toda una oleada de deliciosos escalofríos.

—Creo que la fiestecita salió muy bien. No dejabas de bromear con todas. Me hacia falta ver esa parte de ti.

—En la secundaria éramos unas locas, aunque debo admitir que jamás habíamos llegado a algo como hoy, todas mostrando los pechos como si fuera lo más natural del mundo.

—Todo gracias a tu amiga Camila.

—A la cual no dejabas de verle las ubres.

Hice una falsa cara de molestia. La verdad es que disfruté de la vista que ofrecía Camila y creo que hasta Tania se dio cuenta de lo bien que se veía su novia. El haber jugado con ellas, platicado de cosas íntimas y reír juntas me transportó a esos días cuando las cosas eran más simples, cuando era yo la chica alegre. Tanto deseaba el pasado que a veces sentía ganas de llorar por la mera nostalgia.

Pues bueno, eso se estaba acabando. Tenía que dejar la melancolía atrás y darle una buena patada en los bajos para que se olvidara de mí y me dejara ser feliz. Con Alice yo tenía una segunda oportunidad para renacer, encontrar mi camino y alejarme de esos problemas familiares que tanto daño me estaban causando. Sacar todo lo malo de mi sistema. Necesitaba una fuerte diarrea emocional, como Ximena decía.

—Y me sacó de onda que Ximena resultara ser bisexual.

—Eso hasta a mí me sorprendió —tuve que admitir que ninguna se lo esperaba. Después de que nuestra amiga lo confesara, nos contó que había estado enamorada en secreto de una chica llamada Scarleth, la cual, por desgracia, tenía novia y por si fuera poco tuvo que dejar la ciudad para irse a estudiar a otro lado. Nos mostró unas cuantas fotos que guardaba de ella en su teléfono, y debo decir que esa tal Scar era bastante atractiva, como una Camila en versión pelirroja. Desde eso la pobrecita de Ximena trataba de mantener sus otros gustos recluidos en una parte muy oscura de su mente. Ojalá tuviera una segunda oportunidad. Todas queríamos lo mejor para ella, por ser la que nos había unido en la secundaria, y no sólo entonces, sino también ahora.

Durante el almuerzo Alice y Tania habían conversado animadamente, y a mi parecer las dos estaban empezando a caerse de maravilla. Eso me alegraba porque si tanto ella era capaz de aceptar a Alice como nuestra nueva amiga, más fácil sería para mí aceptar a Camila. En fin que las cosas no irían tan mal si lográbamos establecer un fuerte vinculo de amistad entre las cinco, o como Ximena lo llamaba: tener una orgía amistosa. Era una locura.

 

—¿Sabes que es lo mejor de que tus amigas se hayan ido? Que ahora tenemos la casa sólo para nosotras. Ven, tengo algo que hacer contigo.

Me tomó de la mano y me subió hasta su habitación. Nada más llegar allí, me tiró a la cama de un empujón y no perdió un sólo segundo en quitarse la blusa y tirarse encima de mí. Atacó mi cuello con veloces mordidas, sonoros besos y húmedas lamidas. Yo me estaba muriendo de la risa porque me producía tantas cosquillas en la garganta que casi me asfixié. Cuando logré detenerla de las mejillas, la besé muy suavemente. Ella se separó un poco, permitiendo que me deshiciera de mi camiseta. Con el torso desnudo, rodé para quedar arriba y me apresuré a comer sus labios a besos.

 

Sentía mucha adrenalina por todo mi cuerpo. Nadie nos iba a interrumpir porque su mamá volvería hasta el lunes. Además, Alice y yo ya habíamos conversado y llegamos a la decisión de que aprovecharíamos éste fin de semana para dar rienda suelta a todos nuestros deseos reprimidos. Toda esa tensión sexual que brotó desde que me conoció. Me sentía lista, animada y sobre todo, hirviendo por dentro.

—Entonces ¿lista para pasar el mejor rato de tu vida? —le dije, quitándole el resto de la ropa.

—No suelo ser muy cursi en la cama, así que prepárate.

—Ay, ajá.

Nunca había experimentado tanto placer, y me encantó que casi creí que me podría volver adicta. Ahora esperaría cada fin de semana sólo para tener la posibilidad de acostarme con Alice, de hacernos el amor tan rico y lento como si todo el tiempo lo tuviéramos a nuestro favor. ¡Qué feliz me sentía!

Más tarde, al anochecer, mientras estábamos cobijadas mirando la televisión en su sala, recibí la llamada de mi mamá. Me temía que eso sucediera porque ésta vez vine sin su permiso. Resulta que ella estaba cansada de que saliera cada fin de semana. Pensaba que me escondía un novio y ya que ella estaba en su etapa de “todas las relaciones son una mierda”, se había puesto muy brusca en su intento por no dejarme venir.

Obviamente no contesté esa llamada y me limité a mirar la pantalla de la tele, pero el maldito teléfono siguió sonando y sonando, pese a ponerlo en silenciador. Incluso decidí apagarlo, pero antes de eso Alice me detuvo y sugirió que contestara, porque daba igual lo mucho que detestara a mi madre; tenía que decirle que yo estaba bien y que volvería cuanto antes. Resignada, y sobre todo porque no podía negar que mi novia tenía razón, contesté y lo primero que recibí fueron los gritos de mi madre.

—¡¿Es que te has vuelto loca?! ¡¿Con quién estás?!

Con una amiga… volveré mañana.

—¡Vienes ahora mismo! ¡Tengo algo muy importante que tratar! ¡Es sobre la herencia de la abuela!

—¿Herencia?

—Sí. Al parecer… la casa en la que vivía está en el testamento y a tu nombre.

—¿Tengo… una casa?

—¡Ven, rápido!

—¡Tengo la casa! —exclamé, si es que se puede estar más feliz —¿No me estás mintiendo?

—Hija, por favor… mamá está preocupada y quiero que vengas ahora. Toma un taxi y que te traiga. Yo lo pagaré.

Sí… esto… —tapé la bocina un segundo —¿Alice? Me llevas a mi casa. Es de urgencia.

—Sí, claro —dijo mi novia y se levantó para cambiarse e ir por las llaves.

— Estaré allí en un par de horas.

—Gracias, cielo. Y perdón por gritar.

—No te preocupes. Está bien.

A penas colgué, salté de alegría. La casa, la adorable casa en la que mi abuela y yo habíamos vivido era mía. Estaba en el testamento, y eso significaba que ya no tendría que preocuparme por el futuro. De inmediato imaginé cómo sería vivir otra vez allí, despertar por las mañanas y cuidar de su jardín, regar los rosales y plantar zanahorias y papas en el pequeño huerto que tenía en la parte trasera. Ese aroma tan peculiar a canela y sentarme en la chimenea a mirar las fotos de mi abuelita mientras las llamas me daban calor.

—¿Tan importante es esa casa?

—No tienes idea de cuanto —de la pura felicidad besé a Alice muchas veces antes de subir a su coche. Le platiqué de lo bonita que eran esas cuadro paredes y techo, porque era mi hogar, en sitio en el que había vivido la mejor época de mi vida al lado de una mujer que me quería más que a su propia hija. Mi abuela era lo mejor del mundo.

—Nunca te había visto tan feliz.

—Le llamaré a Ximena. Tiene que saberlo.

Y aunque Xime no comprendió muy bien porqué me ponía tan contenta tener una casa para mí sola, compartió la alegría conmigo. Y es que ahora no tendría porqué mudarme a ninguna otra parte, y cuando fuera mayor y tuviera empleo, me iría a vivir allí y comenzaría una nueva vida con la segunda oportunidad que el universo me había dado. Creo que todo lo que necesitamos los seres humanos es algo que nos motive a seguir adelante. Si nos lo quitan… simplemente nos queremos morir. Así somos y esa es nuestra naturaleza.

—¡Maldición!

—¿Qué pasa, Alice?

--Nada… me pasé la entrada. Me distrajo tu felicidad.

—Lo siento. El siguiente retorno está hasta…

—Diez kilómetros. Creo que mejor seguimos por aquí. Perderíamos tiempo volviendo.

—Tú eres la experta —me incliné para besarle la mejilla con mucho cariño y continué ilusionándome en las cosas buenas que estaban en mi porvenir. Inclusive me moría de ganas por entrar a la universidad y comenzar una nueva vida, de mejorar, porque de eso se trata la vida. De ser siempre la mejor versión de sí mismo y de…

—¡Sujétate!

Hasta ese momento no comprendí porqué Alice gritó de esa manera, ni porqué todo el coche dio vueltas. En algún punto, en esos poquísimos segundos, mientras toda la mente se me ponía en blanco, mientras sentía mi cuerpo hacerse más pesado y dar tumbos hasta detenerse abruptamente y golpearme muy fuerte la cabeza con el vidrio, sólo me pregunté ¿qué estaba ocurriendo?

Y lo supe poco después, luego de que volviera en mí y que mis ojos respondieran a los estímulos del interior. Un sonido metálico, casi eterno, se escuchaba y me taladraba los oídos. Era la bocina del auto, gritando sin parar porque la cabeza de Alice, estrellada contra el volante, la mantenía sonando. Quise hablar, mas no pude hacerlo porque no lograba articular una sola palabra. Intenté moverme, pero mis piernas estaban atrapadas entre los retorcidos fierros del coche.

Y la bocina sonaba.

En mi mente llamé a Alice. Con un tremendo dolor, extendí mi brazo, y sólo al verlo lleno de heridas, deformado por la fuerza del impacto, supe cuánto me dolía. Todavía así estiré la mano para rozar la mejilla de mi chica, y al hacerlo, la sangre que escurría de su sien mojó mis dedos.

Y la bocina sonaba.

En ese momento oí el ulular de las sirenas. A mi alrededor todo estaba oscuro, pero mi mente cruel se defendía de la muerte llenándome de recuerdos, de esos besos de miel, de esa mirada de amanecer y ese rostro tan hermoso que ahora se encontraba cubierto de heridas. Y a pesar de no poder hacer sonido alguno, lloré.

Y la bocina sonaba.

*****

 

Alice no murió. Dos días después sus parientes habían venido a visitarla y me habían gritado a mí, reclamando toda la culpa de que ahora ella ya no pudiera caminar. El daño en su columna era grave. Podría recomponerse si hacía terapia. No todo estaba perdido… pero eso a ellos no les interesó. Sólo veían lo que querían ver.

—¡No quiero que te vuelvas a acercar a Alice! —me gritó una tía —. Maldita perra tortillera ¡ojalá te lleve el diablo!

—¡Nos iremos a otro lado! ¡Alice no tiene por qué seguir aquí!

Inclusive la propia Alice, al verme, desvió la mirada.

—Lo siento… —lloré a solas junto a su cama. Tomé su mano. Ella la retiró y sus ojos mostraron lo que sus labios no podían decir.

“Te odio”.

Y me odiaba con razón ¿Cómo no hacerlo? Había sido yo quien le exigió salir. Fui yo la causante de su accidente, de que las cosas salieran de esta manera. Aunque también podría culpar a mi madre, o a lo que produjo que el coche se estrellara.

Fuera como fuere, ya nadie podría volver el pasado atrás. El destino de Alice y el mío estaba dictaminado por alguna clase de fuerza sobrenatural. Al menos eso le daba un sentido a todo.

El origen del accidente fue una toro que se cruzó por la carretera, y que se había escapado de una granja que estaba a penas a 500 metros de allí. No era el primer percance de ese tipo que se registraba en ese camino porque aquella era una zona sin mucha vigilancia, donde los animales pasaban de la cerca y se alejaban de esos terrenos.

Era mi culpa. Si tan sólo me hubiera mantenido callada, si no hubiera distraído a Alice con mis tontas ilusiones de una vida mejor, ella hubiera tomado la salida adecuada y habría conducido por la nueva autopista. Habríamos llegado a mi casa en dos horas, se la habría presentado a mi madre e inclusive hubiéramos pasado ella y yo la noche en mi recámara, dándonos de besos y riendo con los recuerdos de la fiesta en la piscina cuando, por una vez más, fui inmensamente feliz al estar rodeada de las personas que sí me querían y que se preocupaban tanto por mí que estaban dispuestas a dejar lo que estuvieran haciendo con tal de venir y consolarme.

Pero ahora me sentía sola, y así era mejor ¿verdad? Porque… todos ya eran muy distantes. Mi abuelita en el más allá, mis padres divorciados, mi novia Alice, cuyo amor tierno y todavía en pañales había muerto. Y yo no quería vivir sin ellas. Necesitaba el cariño y el amor de cada una de esas personas, sus abrazos, sus besos, sus palabras de aliento porque imperaba en mí el deseo de superarme, más nunca lo podría hacer ahora porque al final de cuentas me quedé sin nadie. Me tenía a mí, por supuesto, y quizás yo podría ser mi mejor amiga. No obstante ni yo misma me quería ver en el espejo porque de todas esas separaciones, una, al menos una, pude haberla evitado.

Con esa amargura en la mente, con mi corazón dando tumbos en mi pecho y las lágrimas escurriendo de mis ojos ante la dura ausencia y el efímero amor que ahora se me escapaba de las manos, deslicé la cuchilla a lo largo de toda mi muñeca hasta que la sangre emergió cual océano plagado de melancolía, y se derramó por las losetas del baño.

Qué patética forma de suicidarse ¿verdad?


EPÍLOGO

 

 

4 de abril del año 2029.

 

Me apresuré a meter las maletas en la casa de mi abuela, pero las muy condenadas pesaban tanto que bien podría donarlas a un gimnasio y pagaría por ver a alguien levantarlas. O tal vez yo era muy vaga como para hacer algo más que dieta. ¿Caminar a las cinco de la mañana? Olvídalo, eso nunca sucedería. Me conformaba con ejercitarme con la bicicleta estática que tenía arrumbada en alguna parte del sótano, eso si es que todavía funcionaba. De hecho, me pregunté cuántas cosas servirían de ésta vieja casa, como las tuberías y los contactos eléctricos.

Miré a mi alrededor y descubrí que, como venido de una dimensión secreta, el polvo se había asentado en todos los muebles. La vitrina de la sala tenía los vidrios opacos, pero los adornos de mi abuelita seguían allí, brillando otra vez ahora que volvía a encontrarme con ellos. La puerta de la entrada rechinaba horrible. Quizá sería el mejor momento para cambiar las bisagras, y dicho sea de paso, darle una completa remodelación.

—¡Me encanta el estilo rústico! —exclamé, feliz de estar en mi hogar.

—Pues yo le haría unos buenos arreglos, fijo que sí. Algo más contemporáneo no te vendría mal. Quizá podamos poner un jacuzzi en el jardín.

—Sobre mi cadáver.

—¡Anda! ¡Muévete que no me dejas pasar!

Me hice a un lado para que Ximena entrara trayendo otro par de pesadas maletas. La pobrecita venía cayéndose con ellas, y encima de eso, en la espalda cargaba su tubo de planos de arquitectura y su regla de un metro de largo. Dejó su pesado equipaje en un rincón cuando vio que le sería imposible subir las escaleras, cuya madera rechinaba como el sonido de un cerdo en el matadero.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo, mirando de un lado a otro —, quiero la televisión justo allí. Ya es hora de quitar ese vejestorio. Parece un baúl.

—¿De qué hablas? —me acerqué a la vieja tele de mi abuelita —. ¡Es hermosa! Es toda una reliquia!

—Amor… ya te dije que te actualices. Mira, que la mudanza traerá mi radiante televisor de plasma de 39 pulgadas y no va a dar allí.

—Bueno, podemos colgarlo de la pared.

—Mmm… no lo sé. Mi ojo de arquitecta me dice que tendremos mucho trabajo por hacer si queremos que esta casa salga a la vida. Es la más fea del vecindario y yo no me maté en la carrera para vivir en éste sitio del siglo XX.

—Ximena, Ximena, anda, no seas así —la abracé por la cintura y le di un tierno besito en la boca —. Acordamos que al vivir juntas, íbamos a tomar las decisiones como pareja ¿recuerdas?

—Pero…

—Ah, ah. Eso quiere decir, mi bella arquitecta, que ese ojo tan perspicaz que tienes va a tener que consultarme antes de hacer una modificación. No vamos a agregar un jacuzzi al jardín trasero.

—Ajá, la señorita científica está enamorada de las plantas. Pues por mí vuélvete vegetariana, que yo no me pondré a cavar y a tener vida de granjera.

—¡Jajaja! No empieces. La naturaleza es hermosa y de hecho estaba pensando en que podríamos comprar el terreno de aquí al lado y hacer un pequeño vivero ¿no te parece buena idea? Podemos llenarlos de flores y de plantas de todo tipo. Una especie de palacio botánico.

—Uhm… eso suena bien —replicó Xime, que finalmente daba su brazo a torcer, y como muestra de que habíamos llegado a un bonito acuerdo, se puso de puntitas y me plantó un besito en la boca —, sólo si me dejas tú diseñar dicho invernadero.

—¿Diseñar? ¿Qué hay que diseñar? Sólo es plantar cosas y ya.

—¿Ah? Eso lo dices porque no tienes ni idea de arquitectura. Mira, tenemos que poner zonas de riego y no puedes mezclar unas plantas con otras. Hay de sol, de sombra…

—Bla, bla, bla. Dejemos de hablar de eso ¿vale? Estamos aquí para iniciar una nueva vida. Nuestra vida.

Ximena suspiró con resignación, y como siempre, fingiendo que estaba enojada conmigo, se dio la media vuelta y se cruzó de brazos adoptando la mejor actuación de tía snob. A mí me encantaba cuando comenzaba con sus pucheros, sobre todo cuando la cortaba una vez que había empezado a hablar de arquitectura. Me reí y la abracé por la espalda, ahora para darle tiernos besitos en el cuello.

—Quiero vivir contigo —le susurré —, porque cuando todos se fueron, tú te quedaste a mi lado como mi mejor amiga, y ahora quiero que seamos algo más ¿vale?

—No sé cómo me convenciste para que haga esto.

—Es simple, me amas.

—Te amo, mensa, pero yo quería vivir en la gran ciudad, rodeada de fabulosos edificios y… terminé aquí.

—Junto a mí.

—Bien, eso es lo único bueno.

Con un par de cosquillas más, Ximena cedió y se giró para devolverme el beso.

—Bueno, iré a ver cómo está el resto de la casa. Tú quédate aquí y prepara algo de beber. Una limonada estaría bien, con mucho hielo, por supuesto.

—Anda, ve, y no te vayas a caer al pozo —le advertí y cuando se iba le solté una coqueta nalgada.

Fui a la cocina para comprobar si las tuberías de agua funcionaban. Desafortunadamente no, pero con la ayuda de Ximena podría darle a la casa esa remodelación que tanto necesitaba, claro que sin acabar con el diseño rústico original, pues éste sitio me traía tantos recuerdos.

Mientras pensaba en eso, vi por la ventana a mi dulce Ximena investigando el jardín, que ahora estaba lleno de plantas silvestres que se habían trepado a los rosales. Ciertamente ella era una chica de ciudad, poco acostumbrada a un estilo de vida sencillo, pero prometió que se adaptaría si con eso lograba permanecer a mi lado. Y yo quería que estuviera, porque cuando la gente a mi alrededor pareció alejarse y darme la espalda, fue ella, mi buena amiga, la que siempre intentó animarme sin importar qué día era, la que se quedó conmigo.

 

Después de la salida de Alice, la cual todavía me causaba dolor, y luego de mi intento de suicidio, cuya vergonzosa y fea cicatriz todavía tenía en la muñeca izquierda, Ximena me apoyó en todos los aspectos de mi vida. Camila y Tania, aunque habían intentado permanecer conmigo, con el tiempo terminaron distanciándose porque su relación comenzaba a menguar, y dado que no querían terminar esa bonita conexión entre ellas… bueno, ya te imaginarás qué sucedió.

Los meses que siguieron fueron muy duros, demasiado como para poder recordar cuál fue el peor día. Las penas de todos mis fracasos se hicieron evidentes, como la vez que Tania me abandonó en nuestro viejo árbol, nuestro reencuentro que resultó en un triste final, la muerte de mi abuela, el divorcio de mis padres y el adiós a Alice terminaron por corromperme tanto que de no haber sido por las insistencias de Ximena de que me pusiera a hacer algo que valiera la pena, ya hubiera intentando quitarme la vida otra vez.

Aunque Ximena siempre fue la extraña del grupo, muy cariñosa con todas, especialmente conmigo. Tal vez no era raro que terminara con ella. Mi tristeza en esos fatídicos años me había dejado muy vulnerable, encerrada en una burbuja de acero e incapaz de mirar hacia el frente. Se necesitó de alguien muy inteligente como para hacerme salir de allí, y todo se lo debía a ella.

Durante un tiempo dejé de verla, pues se fue a estudiar arquitectura a España. Yo, que amaba a la naturaleza tanto como mi abuela, decidí estudiar ingeniería ambiental. Nos volvimos a encontrar por mera causalidad en una excursión, y desde ese momento nuestra amistad revivió como quien arroja gasolina a una pequeña flama. Y de alguna manera esa amistad se volvió algo más cuando me dio un beso, y yo se lo devolví. Claro que ésta vez no me enamoré de ella en un mes como había sucedido con Alice, sino que tuvo que pasar casi un año para que aceptara la bonita realidad de que mi esposa iba a ser mi buena amiga de la secundaria, y ahora ¡llevábamos años juntas!

Venir a vivir aquí fue decisión mía. Como ingeniera ambiental, estaba consciente de los problemas de contaminación de la ciudad, y tardé meses en convencerla de que era lo mejor para nosotras recluirnos en ésta zona, alejada del bullicio de las calles infestadas de coches.

Amaba a Ximena, tanto que no podía imaginar cómo sería mi futuro sin ella. En consecuencia cuidaba a Ximena como si fuera mi hermana menor, y creo que esa es la clave de nuestra relación, pues somos amigas, amantes, hermanas y esposas a la vez.

—¡Una puta abeja! —gritó, dando de manotazos al aire —¡Aléjate de mí! ¡Jodida naturaleza!

Me carcajeé y salí al patio.

—¡Ximena! No le pegues. Ella te perseguirá.

Corrió hacia mí y se escondió a mis espaldas.

—¡Detesto las abejas! ¡Son inútiles!

—No digas eso —me acerqué a la flor silvestre donde la pobrecita abeja recolectaba polen —¿sabes? Las abejas son muy importantes para el ecosistema…

—Aquí vas otra vez..

—Polinizan a las plantas y los grandes campos de cultivo no serían nada sin la ayuda de estos pequeños seres. No tienes porqué tenerle miedo. Mira, ve que no pasa nada. La sostendré.

La puta abeja tardó tres segundos en mi mano antes de clavarme el aguijón. Tuve que apretar los labios para no gritar, ni llorar. Ximena, por otro lado y como venía haciendo desde que éramos jovencitas, se estaba meando de la risa.

— ¡¿Ves?! Eso te pasa por querer ser la señorita naturaleza.

—De seguro… no le caí bien.

—Anda, ven aquí —dijo y me llevó tomada de la mano hasta la cocina. Abrió la nevera portátil que trajimos y sacó una lata de Coca-Cola, que estaba enterrada en el hielo —, necesitas frío o se te va a hinchar.

—No es culpa de la abeja.

—No, que va. ¿Te duele?

—Sí… ay.

—Ya, ya. Puedes chillar.

Sí, abracé a Ximena y lloré un poquito mientras el dolor de la picadura se iba. Ximena no dejaba de sonreír, muy divertida por todas mis desgracias. Le pellizqué los cachetes. Ella odiaba que lo hiciera.

 

—¡Auch! ¡Noooo! ¡Déjameeeeee!

—Mensa. No te rías.

—Tienes que admitir que fue chistoso.

—Sí, claro. ¿Qué harías si tu mujer fuera alérgica a las abejas?

—No lo es porque yo sé todo de mi esposa —se sentó en mis piernas y me dio dos dulces besos en la boca —, sé todo sobre ti ¿o es que ya te olvidaste?

—Lo sé, lo sé.

De eso se trata la vida. No hay segunda oportunidad. De hecho, ni una tercera. Son tantas que es imposible asignarles un número. Eso lo había aprendido bien y yo solita. El tiempo lo cura todo, pues justo ahora, después de siete largos años desde la partida de Alice y de mi abuela, al fin volvía a encontrar a alguien a quien amar, alguien que peleara a mi lado en éste singular camino de la vida, llena de abismos, llanuras y montañas, donde nunca se sabe en dónde vamos a parar. Alguien con quien comer galletitas con leche a las cuatro de la tarde, con quién desvelarme mirando películas de acción, con quien ir al cine, tomar un café, leer un libro, escribir un cuento, llorar, bailar, reír cantar, y lo más importante ¡vivir! Porque el tiempo es lo más preciado que tenemos, nuestro tesoro, lo que nos queda y lo que nos debe impulsar a salir adelante, el escultor de la realidad, aquel que reforma la Tierra.

Así pues, sólo hay una pregunta que quiero hacerte ¿con quién quieres pasar el resto de ese efímero momento que es tú vida?

Piénsalo bien.

FIN

Notas finales:

dasdad Fue hermoso... bueno, al menos para mí. al final dejé una bonita enseñanza ¿no lo creen? Aunque la protagonista fue Tania al principio, quien de verdad sufrió grandes cambios fue Laura. Ella, que había sido abandonada y rechazada, logró encontrar el amor en una persona muy cercana a ella, alguien que sí la iba a valorar como lo que era.

Tenemos que agradecerle a Ximena todo esto jaja. Así que ya saben, mis queridas lectoras. Disfruten la vida. No teman.

Por otro lado ésta historia será mi despedida del mundo de los fanfics y las historias. Actualmente estoy pasando por una ruptura amorosa y francamente no quiero seguir teniendo pensamientos románticos en mi mente, por lo que... en cierta forma, por el momento, me veo incapaz de traerles otra historia. Aun así, agradezco que hayan permanecido conmigo, sus comentarios, sus buenos deseos... ha sido un placer convivir con ustedes y responderles jeje. 

Ojalá la historia de Mika y la de Samanta, de Scarleth, Casandra, Lia, Victoria y MIrah, así como la de Tania, Camila, Laura y Ximena les hayan emocionado y les haya hecho pasar un bonito rato :) 

saludos, y se despide de ustedes una fiel amante de la lectura, los libros y del Yuri. 

 

-Ritsu-


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