Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Derecho a mi propia Historia por VhopeForever

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Ya tenía listo el cap lo que pasa es que la mismisima escuela y su exigentes trabajos me dejan exánime y fuera de combate TT-TT

Diganme que se enteraron de que nuestro Sexo portnista Sexo pornista (más o menos lo que dijo Taehyung en una entrevista, pero se había equivocado ya que quería decir Sexophonista. Ay, este alíen) Bueh, como iba... Se enteraron de que el Novio Alíen del caballo esperanza debutará como actor en la proxima Kdorama, denominado: Hwarang ('caballeros florecidos') Será emitido a la segunda mitad del año.

V actuando!!!! Será bien cool!!!! 

Volviendo a lo que me concierne:

Este es Jin, bebas

 

  —Jin… Jin, cariño, levántate tienes clases.

  —Mmm… ¿Em?…

6:50 a.m. Recordé que debía ir al instituto, a pesar de mi pesadez para levantarme debía prepárame e irme. Me acostumbraron a ser totalmente responsable; despertar temprano, a pesar que mucho yo no podía hacer; los quehaceres de la casa, que eran los momentos de profunda alegría para mí. Cuando tenía 8 años admiraba a mi madre trapeando el piso, encerarlo en algunos casos, lavar los platos, limpiar y desinfectar cada rincón de la casa, etcétera. Yo también quería hacer todo eso, me llene de valor para rogarle a mi madre que me enseñara las cotidianas labores de casa, ella era una persona sentimental y estricta, si me fuera a caer por andar pasando la cera por el suelo de madera seguramente no me dejaría hacer más nada, por cuidar de que no me golpeara con nada. Pero lo obtuve, obtuve mis “clases” de quehaceres hogareños y ahora ayudo en casa con algo que no está fuera de mi alcance. Que sea ciego no exactamente significa que no pueda hacer estas cosas.

  —Jin, debes ir al instituto —insistió una poco más, tomó mi brazo derecho posado por arriba de mi cuerpo acostado de lado, tiró de él y determiné que ya era hora de desperezarme sentándome en medio de la cama. — ¿Querrás desayunar cereales o te preparo algo más? —asentí a lo que fuera que quisiera hacerme de desayuno, aún tenía los parpados pesados y mis piernas se enroscaban entre sí. —Bueno, ya levántate. En la esquina de la cama te dejé tu uniforme y sobre éste los zapatos –me dijo antes de marcharse por completo de mi cuarto.

Me di cuenta que mi cabeza colgaba de mi nuca y que la boca la tenía abierta, lista para convertirse en una magnifica fuente de baba. Alcé la cabeza cerrando la boca, pasé las manos por todo mi rostro rascando la zona que rodea mis ojos café oscuros, según mis padres, y por último me lance hacia atrás para estirar todas mis extremidades, como si fuera una estrella tratando de agrandarse. Tomé un profundo respiro y exhale con fuerza, y como si tuviese propulsión, me senté otra vez con las piernas estiradas a los costados de la cama. Tantee el largo que seguía delante de mí, buscaba guiarme para alcanzar el uniforme, cuando lo tomé tiré de él para tenerlo más cerca. Como ya saben, los ciegos desarrollamos los cuatro sentidos restantes y con ello sobrevivimos olímpicamente todo el tiempo, por lo tanto para que yo sepa cuál es la parte de arriba del traje, paseo mi mano por toda la parte del tórax hasta encontrar el logo bordado en un tamaño medio por debajo del hombro derecho, ahí en el corazón. Cuando lo palpe pude saber más o menos como era el dibujo, era una especie de escudo que delineado por los extremos, resaltaba más; parecía que en el medio hubiera dos… dos algo como tapas. No. Como… manos, sosteniendo algo largo y con otro algo circular, que encima resalta más, al final. Podría ser un cetro, un palo. Lo más lógico que se me viene a la mente es: dos manos sosteniendo un cetro.

  —Hijo, ya está el desayuno —esa fue mi madre otra vez, debo bajar que el estómago me cruje. Rote en mi lugar y puse los zapatos en el suelo para guardar mis pies dentro del material de cuero negro. Un sentimiento de orgullo me abrazó e hizo que me sintiera revivido de no sé qué, era como si me invitaran a vivir otra vida. Se sentía tan bien, ¡Me sentía tan bien!

Me levante de la cama ufano y me dije: —Contra toda adversidad —debía admitir que el pundonor, aunque se mostrara en pocas cantidades, era parte del ritmo de mi jubilo corazón. La sonrisa era tal que ya podía sentir que pronto dolería los músculos de mi cara.

Palpe al aire, cerca de la mesita de luz donde se encontraba mi bastón posado sobre la pared, lo tomé y tantee todo lo que sería el camino que iba a tomar para salir del cuarto. Anoche, cuando llegamos con mi padre y luego de cenar en familia, dejé mi amigo bastón sin desarmar pegado a la pared, sometiéndome al arbitrio por simple sueño. Escuché unos pasos fuertes acercándose a una gran velocidad, como si trotaran con ganas, luego ese ruido se escuchó frente mío junto a una respiración audible. Me detuve pero seguí tanteando un poco con el bastón, ya me había dado una idea de quien era.

  —Mi vida, perdóname. Déjame ayudarte con eso —era mi madre, una vez más. Y yo ya me hacía ilusiones de que al fin me dejaría caminar en paz por los alrededores de casa. Si bien les conté que había conseguido hacer por mi sólo algunas de las tareas del hogar, mi madre no deja que me desplace con normalidad. Sí, estoy ciego y todo, pero creo que esa no es razón para herirme el orgullo de esta manera, a pesar de que no lo hacía con esas intenciones, ella solo quiere ayudarme pero involuntariamente me lastima de manera emocional. A menudo es: “Puedes limpiar los platos, hazlo con lentitud para que no se rompa nada. Yo te ayudaré” (termina haciéndolo ella); “Trapea el piso, no hay problema. No, mejor deja que yo haga la otra parte”; “Por qué no mejor descansas, talvez estés cansado, yo continuaré con esto” (ni que hiciera deportes).

Tomó de mi mano para colocarse a un lado mío, queriendo guiarme hasta la cocina, porque conociéndola me llevaría o cargaría para llevarme a todas partes que yo quisiera. Rápidamente detuve sus movimientos interponiendo el codo del brazo libre entre nuestros cuerpos sin llegar a hacerle daño, ella permaneció quieta, seguro viéndome con uno de sus famosas caras de: “Deja que yo lo haga, mi angelito”. Es una mujer tan humilde, encantadora y servicial, que me duele saber que dejó su trabajo como escritora de una destacada editorial para cuidar más de mí luego de que…. En otro momento les contaré con más tiempo y detalles.

  —Mamá, deja que lo haga yo, lo estaba haciendo bien.

  —Mentira, parecía que ni te movías.

  —Porque aún no me movía del todo —la oí quejarse despacio, pero aun así yo no bajaría los brazos. Me adelante y continúe con lo que estaba haciendo antes que ella insista en llevarme, percibí como se ponía a mi lado y me tomaba con una mano el ante brazo izquierdo y con la otra me sostenía la espalda (ni idea por qué la espalda). En ese momento me resigne con mi madre, no había manera de persuadirla, ella siempre estaría haciendo de todo por mí. Por un lado es muy gentil y cordial que las personas que quieres tanto te ayuden en lo que necesites, pero por el otro es inevitable sentirme inútil, por lo menos yo.

Apenas llegamos a la cocina, ella me soltó para correr una silla de su lugar y así volver rápidamente a mí para acompañarme a tomar asiento en esa misma silla. Dios, me duele que haga eso, que ya pare. Ya he aprendido a manejar mi situación por mi propia cuenta, ¿Cuándo se dará cuenta?

  —Mamá… —estaba por hacerle recordar mi incomodidad mientras tomaba asiento, cuando ella se adelantó a decir lo que era más que obvio cuando teníamos este tipo de “charlas”.

  —Sí, ya sé, ya sé. “Mamá, soy ciego pero no una momia. Sumado a que me haces sentir que no sirvo para nada. Por favor, deja de hacerlo” Pero no puedo, hijo mío, debo cuidarte, es mi deber —me hablaba y ponía el desayuno que había preparado delante de mí.

  —Pero nadie te obliga, mamá. No digo que no me cuides, sólo te pido que me dejes expandirme en el ámbito de independizarme con algunas cosas, ¿Comprendes? —esperé por esa negación o pretexto que siempre derruía  mis intentos de un poco de libertad, había momentos donde me daba por vencido con mi madre. Lucho por saber que más es lo que le impide darme eso que tanto pido, máximo he llegado a entender que quiere evitar que me pase algo o que, en esos azares de la vida, me dé otra convulsión o cualquier cosa que pueda agraviar mi salud física y/o neuronal.

Ella no me contestó, o eso parecía, pero en un tris yo ya sabía que ella estaba negando con la cabeza mediante la preparación de los panqueques de papá, eso me molestaba, siempre se negaba, me costaba sacarla de esa privación que tenía para ciertas cosas.

  —Mamá.

  —Luego hablaremos, ahora termina tu desayuno —contestó rauda y oí como caminaba hasta la sala a un costado mío, se había ido para llamar a papá a que desayunara y me impuso continuar con la charla, que no necesariamente era grata las invariables veces en que estipulábamos, más por mi lado, hacer ver al otro nuestro punto de vista y, si es que se podía, que colaborara con nuestra petición ya sea las circunstancias del caso.

Me quedé solo en la cocina, meditando las posibles razones de mi madre, pero por más que quisiera buscarle la quinta cara al cuadrado, mi entusiasmo juvenil por querer sentir la misma adrenalina que correría las venas de los demás chicos me nublaba la mente, obligándome a tomar ese camino que me alteraba porque mi madre no daba el brazo a torcer. Bufé un poco acedado pero principalmente entristecido, yo realmente deseaba respirar en otro entorno de mi vida, que tuviera un giro que me bienaventurada como venía ilusionándome en mis momentos a sola con mi imaginación.

Levanté las manos que en algún momento se ocultaron entre mis piernas y se abrazaban rehuyendo las contradicciones de mi madre, tomé un respiro decidido a relajarme y dejar que las cosas se enfriaran hasta nuevo aviso. Busque con la mano derecha la cuchara que estaba a un lado del tazón de cereales, la adentré en éste y comí en la silenciosa hambre hasta que ese ambiente se vio interrumpido por el ingreso de mis padres a la cocina. Al parecer mi madre le argüía a mi padre como debía hacerse el nudo de la corbata, a lo que me lleva a preguntarme: ¿Todos los padres tienen este problemas con las corbatas? Si es así, deberían de hacer una especie de agrupación donde aprendieran entre todos a hacer el nudo de la renombrada corbata. Yo los llamaría Congregación de Padre Aprendiendo a Atar un Corbatas. En eso que mi madre le explicaba a mi padre, olí como empezaba a quemarse el sartén.

  —Mamá, se te está quemando el sartén —le recordé, a lo que ella dejó de hablar para auxiliar su encantadora sartén que hacía los mejores panqueques, espero que este percance no le saque lo mágico al objeto porque ahí sí que no sabría qué hacer. La comida nos hace uno, hermanos.

  —Cuidado, cariño, no te vayas a quemar —le dijo mi padre. Supuse que insistiría en hacer el nudo con diferentes métodos inventados, me levanté corriendo la silla hacia atrás para darme paso a ayudar a mi padre.

  —Permíteme ayudarte, Papá.

  —Oh, gracias Jin.

Dejó que tomara la corbata y la desatara, empezando desde cero. Cuando tenía 10 años, a mi padre se le presentó el mismo problema de hoy, la corbata tenía uno y mil nudos pero ninguno el correcto, o por lo menos adecuado. Mi madre no estaba porque la llevaron a un viaje hecho por la editorial donde pertenecía, la parada era al Sur de Australia- Adelaide. Ni mi padre ni yo sabíamos cómo atar una corbata, fue vergonzoso porque tuvimos que pedirle permiso a la secretaría de mi madre, una mujer muy amiga de la familia, para que nos dejara hablar con ella; así fue que guiado por las instrucciones de mi madre, conseguí hacerle el nudo a mi padre. En esa época mi madre trabajaba como una de los tantos buenos escritores de novelas. En cambio, mi padre trabajó y sigue trabajando como maestro mayor de obras, pero en cuanto a viajes que alguno debía realizar siempre se quedaba uno para acompañarme.

Cabe decir, que he practicado luego de esa vez y que ahora ya no me hacía falta ir paso a paso con calma para que me saliera bien, pues hoy en día cuando lo hago se me hace tan fácil y rápido como respirar. Agradezco tener memoria de elefante, ésta es una virtud la cual es mi favorita en cuanto a la pequeña lista de cosas que rescato de la invidencia.

  —Está hecho —le advertí a mi padre una vez había terminado.

  —Oh, gracias hijo —afirme con una sonrisa a su dirección y me hice marcha atrás lentamente para tantear con mi mano derecha la silla y mesa, evitando chocarme y de esta manera tomando asiento de nuevo.

  —Jin, hijo, ¿Has terminado de desayunar? —me preguntó mi madre. Se le escuchaba con cierta frustración, supuse que por lo de la plancha, soltó un bufido y recargo parte de su peso en su extremo de la mesa con la mano.

Terminé en tres cucharadas ligeras y me levante, estirando mis manos hacia adelante para topar con el royo de la cocina y tomar una servilleta de papel para limpiarme lo que sobraba a orillas de mis labios— Sip, ahora me voy —corrí la silla, me hice a un lado, y volví a colocarla en su lugar.

Me giré un tanto urgida de irme sólo, pero sentí el brazo de mi madre pasar por debajo de mí izquierdo y entrelazarlas para conducirme con ella, apoderándose de mí trayectoria, o por lo menos la que pensaba hacer. Estuve a punto de quejarme pero decidí quedarme callada, no iba tener suerte de todas maneras. Llegamos a mi cuarto, pero antes que les diga más déjenme comentarles que cuando quedé totalmente ciego, más o menos luego de tres meses de caídas y choques accidentales con las escaleras de la antigua casa en donde estábamos, nos cambiamos a esta donde estamos con mi familia; es igual de grande que la anterior pero la diferencia es que no tiene escaleras, lo que sí tiene algunas que otras plataformas casi nada altas pero son obstáculos que ya he aprendido a superar, lo que pasa es que no quiero que mis padres se la pasen de un lado al otro buscando una casa conforme a mis limitaciones. Esta casa me gusta, nunca le he visto de ver en el puro significado de la palabra, pero si la he visto en ciertos aspectos a través de los sentidos que predomino con mayor habilidad, sino de qué otra manera.

No me había dado cuenta que terminé sentado en la esquina en el escritorio, recargando mi peso con las manos mientras tenía la cabeza encerrada entre mis hombros, mirando el suelo. Frente de la cama y de mi madre. Escuché como ella tomaba un libro de la biblioteca o estante donde guardo todo tipo de libros; sé lo que se estarán preguntando, ¿Por qué tiene libros si no puede leerlos? Pues algunos de esos libros los tengo desde que era muy pequeño, es decir cuando podía ver aunque sea borroso., otros son libros para ciegos, por lo tanto las letras resaltan para que podamos sentirla con los dedos y leer de esa manera. Y también hay otros que mi prima, Ji Eun-unni, me los regaló con la promesa de que todos los días de por medio me los leyera antes de irme a dormir. Ella llegaba por aquí a las 20:00 o 4 minutos después, cenábamos en familia y luego, cuando nos íbamos a dormir, ella se recostaba a mi lado mientras me leía las osadías del joven Tin tin, o las grandes proezas mágicas de Harry Potter. Esos recuerdos no me los borra nadie. Ella es una mujer tan dulce y honesta, es un orgullo para mí ser el primo menor más apreciado de UI… Bueno, ponerse en esa posición de esta manera, no le hace daño a nadie. Como iba, la extraño tanto.

  —Bueno, cariño… —habló mi mamá. Creo que lleva mi bolso, otra vez. Dios, no avancé nada con lo de ayer, cuándo empezará a confiar más en mí. —Vamos, tu padre ya debe haber prendido el auto. No lo hagamos esperar mucho —caminó un poco apresurada hasta la puerta, pero las palabras salieron de mi boca por si solas.

  —Mamá… —alcé el rostro, estaba por volver a plantearle mis incomodidades, pero me detuve a tiempo; << Jin, ella no lo hace con la razón de hacerte sentir inútil. Solo quiere ayudarte… lo lamentarás el día en que necesites su ayuda, o la de tu padre, y ya sea demasiado tarde >> Es la verdad. Jin guarda silencio, no te pases. Antes de hablar, el silencio era lo único que se escuchaba, y creo que hasta cierta incertidumbre temerosa también— Gracias por todo, ahora continuaré yo— me levanté de donde estaba sentado y caminé hasta ella, estirando la mano derecha para que me entregara el bolso, sin embargo…

  —De nada, hijo mío —continuó el camino llevándose el bolso, y tanto mi mano como todo mi cuerpo se inmovilizaron con esa acción, acompañados con mi rostro de póker face que lograba sobreentender como me sentí. Atraje la mano hasta mí, agitándola de arriba abajo con una mueca en mi rostro de exasperación. Parecía una niña que no le dan lo que pide, pero a fin de cuanta tengo la razón, ¿O no?

  —Jin, ¿Qué esperas? —gritó mi padre desde lejos.

  —Sí, sí, sí —reafirme la cinta de mi bastón y camine con cuidado hasta salir de casa. Ahora lo único que espero es que el instituto no sea tan malo conmigo hoy, porque creo que no estoy de muy buen humor.

~         ~         ~         ~         ~         ~         ~         ~

Guau. Me sorprendería que alguna de las chicas presentes en el curso me dijera que no es cantante de ópera, con lo fuerte que son sus pulmones y garganta como para soportar gritar como si el mundo se estuviera acabando, sería una decepción enterarse de lo contrario.

Los oídos no se le revientan a nadie al parecer, lo digo porque no he oído ninguna queja, es más se le unen en sus hilarantes griteríos que asaetarían a cualquiera que los escuchara, solo con el resultado de hacerse daño gutural inconscientemente. Sé que he dicho que me gustaría aprovechar todas esas locas manías que tiene la mayoría de los adolescentes, pero creo que vociferar de esta manera está fuera de la lista.

Me mantengo inalterable en mi pupitre, cavilando respecto a mis alrededores y sobre lo que debo hacer luego. Mi bolso cuelga en un ganchito, que nadie me dijo que existía, soldada a un lado de la mesa cuadrada. Por momentos me removía inquieto en el asiento, estaba nervioso de lo que sería el día de hoy; ayer, apenas inicie ya tuve mi primer brabucón molestándome y a su público festejándole la insolencia. El profesor Mun, y los demás directivos del instituto, me advirtieron de posibles faltas de respeto hacia mí, ya que consideraban que había alumnos autosuficientes que tenían todo el tiempo y dinero del mundo para molestar a simple gusto.

Pero el profesor Mun me brindó su apoyo siempre que lo necesitara, ayer no hizo falta las clases de apoyo de la cual me hablaron porque no se explicó un tema nuevo, que precisara de estudiarlo mucho. Aunque hoy sí lo haría, me advirtió ayer antes de irme. En mi estómago se encontraba una mezcla entre emoción y nervios, pues aprendería algo nuevo, por otro lado no sabría qué me esperaba hoy. Sólo pido que no vuelvan a burlarse de mí, realmente angustia que te alejen por tus discapacidades, que no entiendan que uno no elije nacer o perder alguna extremidad; carecer de alguno órgano neurálgico; o no tener la capacidad de hablar correctamente, o simplemente no poder hablar. Eso y más son cosas que a uno le hace pensar que la falta de conciencia para con la gente con dificultades de todo tipo, es realmente lamentable como seres humanos inteligentes que somos.

Chocaron con mi pupitre, fue accidental supongo ya que fue rápido y escuché un leve “Lo siento” volar por el aire como queriendo evitar que se oyera por oídos que no fuesen los míos. No salieron palabras de mi boca, ¿Por qué? Que tonto soy; es que los nervios me ganaron, era la primera persona en todo el día que me hablaba. Mejor aún, era la única persona que no me dijo nada ofensivo y, encima, fue educado pidiéndome disculpas por haberse chocado accidentalmente conmigo… Rayos, parezco una niña que recibe un piropo por primera vez. << No seas ridículo, así menos se te acercarán, Jin >>.

Aquella persona que se disculpó evidentemente ya no estaba, y sólo quedaba yo y mi inútil inquietud para no decir nada, debí por lo menos modular una frase. En cambio, nada.

Agaché mi cabeza y cerré los ojos; los dedos escondidos entre mis piernas, simulando una especie de juego donde salen en pareja con los dedos de la otra mano y vuelven a esconderse, reiniciando el pequeño juego. Detesto ser tímido y no atreverme a dar el primer paso en busca de socializar, sentir esa sensación de estar rodeado de gente pero sentirme sólo y sin quien me entienda, o me ayuda; más el miedo de ser rechazado no me deja avanzar con nada, le temo ser desoído por mis compañeros e ignorado completamente, de aquí hasta que termine estos dos últimos años que me quedan seguir. Es hermoso soñar con lo que se quiere, planearlo y divulgarlo con las personas más cercanas para que apoyen tus ambiciosas fantasías, lo malo es que ver todos los óbices que se tiene en contra a lo que se quiere llegar; me duele admitir que por más que mi voz se escuche esperanzadora y animada cuando refiero a mis sueños, con frecuencia mis palabras quedan flotando en el aire, o son puestas en una caja de cristal donde son vistas pero no oídas. Talvez mi madre no tenga la intención de hacerme sentir así cuando le explico, hasta ruego, por esta ilusión, pero el miedo que le abunda el corazón, y la vaga culpabilidad que carga sin propósito, no la dejan creer que yo puedo sólo.

Suspiro y luego me doy cuenta que lo he hecho, estando tan inmerso en mis dilemas no me doy cuenta de lo que hago o dejo de hacer, ni de lo que pasa a mi alrededor; entre esto está la llegada de un profesor, deteniendo instantáneamente el promiscuo barullo de mis compañeros.

  —Buenos días, alumnado —su forma de saludar llama mi atención e inmediatamente me yergo a seguir oyéndolo, picado por la curiosidad espontanea, pues por mi mente cruzó una idea de qué tipo de profesor es con quién estamos ligados ahora a tener clases.

  —Buenos días, profesor —como se nos acostumbra, nos levantamos de nuestros bancos y saludamos con una reverencia de 90° al mayor frente a nosotros, retomamos los respectivos asientos y esperamos por que se dé comienzo al aprendizaje del día.

Un ligero alboroto se hace y la voz del profesor vuelve a escucharse junto al silencio nuestro.

  —Jóvenes, permítanme presentarme ante ustedes, quienes espero escuchen sin estrépitos todo lo que diré en mis clases —el tono que utilizaba para referirnos y la labia de sus palabras, caían más en la conjetura de mi mente y de las sospechas de la materia que daba. —Mi nombre es, Gaylord Hudson Lauper —la tiza hacía un leve chillido al ser restregada contra el pizarrón, escribiendo aquel dicho nombre—, soy su profesor de literatura o lengua, como ustedes lo quieran llamar.

Me gusta su forma de hablar, con esa mínima elocuencia ya debe de haber atraído muchas miradas suspirantes de las chicas. A mí me llamó la atención, y no porque me haya enamorado o encantado de forma romántica, por supuesto que no, soy y siempre he sido heterosexual; la razón de mi inclinación a atenderle es por la forma tan elegante de hablar, me recuerda a los libros que me ha leído mi prima y los que yo mismo he leído también.

  —Soy británico, de Birmingham. Sin duda alguna mi amada cuidad es el corazón de la bella Inglaterra. Si algún día desean recorrer alguna parte en especial de Inglaterra, les recomiendo visitar mi ciudad. Cuidado, no menos precio las demás ciudades, pero les digo por experiencia que Birmingham es el lugar para todo adolescente aventurero y deseoso de experimentar —caminó a lo largo de entre las dos filas de mi derecha, hablándonos sobre su lugar de nacimiento y recomendándose lo hermoso que lo era, pero el ruido de la puerta del salón siendo abierta detuvo su tan orgullosa y emocionada charla.

  —Buen día, profesor Lauper. Disculpe mi interrupción, pero debo darle a conocer una noticia muy importante sobre sus alumnos —ese fue el profesor Mun, el que me ofreció gentilmente su ayuda ayer. ¿Debo de entender que esa noticia muy importante soy yo? Las probabilidades de que sea así me dice que sí, ojala que no, no quiero ser el centro de atención ni por segundos, el otro día lo experimente y no fue lo que esperaba sin duda alguna.

  —Bien, ¿Qué será? —supongo que el profesor británico se acercó al profesor Eric Mun, puesto que sus pazos se iban alejando conforme preguntaba cuál era la noticia. Tiene una voz muy elegante, ¿Digno de un nacido en Inglaterra?

  —Talvez no lo ha notado, pero hay un alumno nuevo en el instituto que quiero presentarle. Joven Jin —me nombro y mi corazón saltó de su lugar, por un momento sentí un leve calor recorrer desde mi cuello hasta mis mejillas, cuya reacción que me provocó solo fue la de una sonrisa nerviosa y un pensamiento inquieto: Ho, ¿Por qué soy noticia ahora? Por favor, no haga eso, pudo haberme presentado cuando la clase haya terminado y nadie más que usted, el profesor británico y yo quedáramos en la sala.

  — ¿Sí, profesor Eric Mun? —me levanté del banco, derecho como tabla y con las manos entre lazadas en mi espalda, sin que supieran que jugaban al tira y afloja una a la otra. ¿No habré sido demasiado formal?, ¿Y si los chicos creen que soy engreído?, ¿Por qué me presenta ahora? Vamos, Jin, ya basta. Tú quisiste esto, no te portes como una niña.

  —Si quieres puedes decirme profesor Eric, Jin —me dijo con serenidad, yo solo asentí energético. En el silencio del salón se oyeron algunos murmullos que lograron inquietarme más todavía. —Acompáñeme un momento —oí que le decía al otro señor, caminaron hasta donde yo me encontraba y se plantaron a mi lado a la vez que yo tragaba grueso, sin animarme a moverme. —Este chico presenta invidencia, se llama Kim Seok Jin y viene de otra institución, una que solo le pertenece a los discapacitados o gente con alguna especialidad. Su historial de vida y él cuentan que desde nacido sufre de NVI, la cual degenero a los 5 años por un ataque convulsionario, breve estado de hidrocefalia detenida y diminución de oxígeno, todo de una sola vez.

Cada una de sus palabras producían en mi un revuelo por los recuerdos que reaparecían en mi mente, ese día pude escuchar muchas cosas como también pude sentir mi cuerpo ser agitado violentamente para al otro medio día despertar creyendo que te usaron como bolsa de box. Si seguía pensando en ello terminaría descomponiéndome allí mismo.

  —Me sorprende, ¿Cómo pudo soportar tanto? Tengo entendido que la Hidrocefalia es el aumento excesivo del líquido cerebroespinal, producida por la dilatación anómala de los ventrículos. Pero tal me cuenta el profesor, y por suerte, ha sido hidrocefalia de tipo detenido por lo tanto, y supongo yo, no tiene secuelas en la actualidad, ¿Verdad, alumno Kim? Corríjame si no es el caso.

Sí, es la verdad, todo lo que dijo es verdad. Pero ni yo sé cómo responder a su primera pregunta.

  —No, tiene toda la razón. La… eh… Hidrocefalia Detenida que experimente fue producida por la convulsión como conse- consecuencia d-de mi Discapacidad… eh… Visual C-cortical —pero por qué estaba nervioso, acaso por la presencia del profesor británico Lauper, no puedo ser más tonto. Odio ser tan tímido.

  — ¿Pero sus capacidades, exceptuando la visión, se encuentran en buen estado ahora, cierto? —que inútil eres Jin, contesta lo que te preguntan.

  —Sí, sí, sí, por suerte. Lu-luego de que pasara por examinaciones craneales los resultados dieron que solo fue de tipo detenido por lo que fue un gran alivio para mi familia y para mí —ahora me siento un total estúpido, estoy cada vez más nervioso.

  —Ya veo, es un gran consuelo saber eso —palmeo suave mi espalda y creo que me sonrió, su voz esta vez se escuchó amigable. Talvez han notado lo tensionado que estoy y quieren relajarme, eso es bueno porque está funcionando. Ansió demostrarle que soy un buen alumno y que merezco estar en este instituto, a pesar de que realmente no pertenezco aquí.

Agaché la cabeza y volví a entrelazar mis manos ahora posándolas sobre la mesa, una pequeña sonrisa hizo presencia en mi rostro pues la emoción de ser reconfortado me alegra un poco.

  —Y dime —volvió a hablar el profesor Lauper—, luego de tanto supongo que ya te has acostumbrado a ciertas cosas de la vida en la que te encuentras, ¿Hay alguna mitigación en ésta? —ay, rayos, ¿Qué era mitigación? Si bien antes he escuchado todo tipo de palabras de fundamental importancia retórica, no recuerdo cual era el significado de “mitigación”.

  —Emm…

  —Lauper, háblale sin tanta retórica que pones al joven más nervioso de lo que estaba. Discúlpalo, Jin, es que a veces el profesor Lauper no siempre recuerda que los alumnos no son diccionarios abiertos la veinticuatro horas del día, o que por lo menos aún no cursan la Universidad —habló con informalidad el profesor Mun, y por el comentario de él el profesor Británico se carcajeo un poco, yo solo asentí murmurando un “Okey”. De repente pensé que los demás alumnos podían vernos y eso me avergonzó de nuevo, tensé el cuerpo. Por el amor de… hasta cuando estaré así…

  —Lo que quise decirle, Joven SeokJin, es que si ha habido algún cambio favorable que sea de tu agrado —me siento un tonto, pero ahora sé cuál era el significado de esa palabra.

  —Sí, sí, sí los hay… s-son m-muchos —mentí.

  —Es bueno oírlo. Bien, Kim SeokJin… —palmeo mi hombro derecho con cuidado—, lo que sea que necesites dime, por favor, yo estoy encantado de ayudar a mis alumnos con lo que soliciten.

  —Muchas gracias, profesor Lauper —me eché hacia atrás para luego hacer una reverencia.

  —De nada.

  —Bien, muchas gracias por tu tiempo Hudson, ya puedes continuar con tu clase —puede que ellos sean buenos amigos puesto que el profesor Mun le habla con informalidad totalmente cómoda, aunque el profesor Británico siga con su tono demasiado formal.

  —En el trabajo la conversaciones entre amigos es formal, Mun —le comentó y la respuesta fue una leve risa, hasta creo que le palmeo la espalda porque pude escucharlo. —También las muestras de afecto se involucran en las condiciones de trabajo —por un momento quise reírme, parecían dos niños.

  —Está bien, Lauper. Puede continuar con su clase, yo debo de llevarme conmigo al alumno Jin para hablar de algo respecto a las clases extra que tomara—se le escuchaba divertido, y eso me contagio de manera que sonreí sin poder evitarlo, siendo un tercero en la juego de mis mayores.

  —No tarde, no quiero que mi alumno se pierda la clase.

  —O de las inolvidables y repetitivas anécdotas de la tan preciada Birmingham, ¿Verdad, Lauper? —volvía a jugarle una broma, me está empezando a doler los músculos de la cara por sonreír tanto aguantándome la risa. ¿Les conté que soy muy risueño?

  —Solo comuníquele lo que debía al joven Kim —comentó para ya terminar con la charla y se marchó, estoy seguro que era verdad eso lo de Birmingham y él no quiso aceptarlo. Dejó al profesor Mun riendo gracioso y a mí frunciendo mis labios con fuerza para no soltar ningún ruido.

Luego de eso, el profesor Mun me llevó hasta otro salón donde él daría clases dentro de una hora y cuarto, para explicarme sobre dos clases extras en especial que me darán hoy al final de clases; me choqué con la puerta una vez ya que cuando estaba por entrar la punta de mi bastón se topó con la esquina del lumbral y yo, como soy tan tonto, al querer avanzar el objeto no me dejó continuar y me golpe el hombro con la puerta. El profesor se preocupó y me aconsejó que debía ser más cuidadoso, normalmente lo soy pero es que he estado muy nervioso desde que entre aquí, no tengo ni un amigo y ya me han tomado el pelo ayer. Dios, sí que será difícil adaptarse, pero lo lograré, algún amigo ganaré.

  —Es gracioso, ¿Cierto? Gaylord siempre ha tenido esa manera tan pomposa de ser —me habló el profesor Mun, estaba ordenando algunas hojas y carpetas que me había contado, debían de estar para dentro de dos horas porque serían entregadas al director para que tuviera al corriente de las situaciones del gran número de alumnos del instituto entero. Guau, eso es mucho trabajo.

Me encontraba sentado en un muido sillón de tela acolchonada, de madera dura y gruesa que, a mi noción, debía de ser pesada para trasladar, si con solo decirles que al sentarme y no sentirme muy cómodo traté de moverla un poco pero que no lo logré. El lugar olía muy bien, eso aumenta mi opinión de que el instituto es realmente pulcro y cuidada de las condiciones del lugar.

  —Desde que éramos niños, él ha querido ser profesor de literatura y viajar por muchos lugares, siempre me decía que algún día les contaría a todos sus alumnos como eran los países que visitó. Aunque mayoritariamente habla sobre su ciudad natal, como habrás visto.

Sin duda alguna.

  —Él es de allá y yo de Ulsan, nos conocimos en la Universidad Hanyang en Seúl. Él mantenía un perfil de soberbio y serio, mientras que yo era tan monótono como una patata —sellé los labios en una rara mueca para evitar reír por su comparación. —Ríete si quieres, no me enojare —lo sabía, me vio.

Reír con tan solo un poco para desahogarme al fin.

  —Bueno, en fin… él es un gran profesor, aunque un poco arrogante. Si les cuenta sobre sus historias muy seguido, llámame, me lo agradecerás —se levantó de su asiento al otro lado del escritorio frente mío, caminó hasta mí y yo me levanté como un resorte; mentiría si dijera que no me encontraba más a gusto y que empezaba a tener más confianza en el profesor Eric Mun.

  —Lo tendré en cuenta, profesor —comenté siguiéndole el juego.

  —Perfecto. Aun estas a tiempo para seguir oyendo sus historias, te acompañaré hasta haya —me ofreció colocando una mano sobre mi espalda en señal de que fuéramos yendo hacia la puerta.

  —No, no hace falta, profesor —me negué porque quería ir yo solo hasta el salón, ya me estudie más o menos como era el trayecto hasta aquél salón, no quedaba muy lejos y podría llegar calculando, como lo venía haciendo, los casilleros. Él sacó su mano de mi espalda para posarse a lado mío a una distancia prudente y hablar de nuevo.

  —Jin, puedes decirme Eric y hablarme informal, ¿Recuerdas? Si no te agrada sigue llamándome Profesor Mun, personalmente me hago amigo de mis alumnos para que haya  más confianza y nos podamos entender con facilidad sin llegar a llamar a los padres por algún percance —me parece bien ese método, además que no hace mal hacerse amigo de tu profesor, claro que siempre con el debido respeto. Esperen, eso quiere decir que puedo tener un amigo después de todo, no hay problema con que ese amigo sea mi profesor mientras tenga alguien para apoyarme aquí dentro para adaptarme.

  —…eh… ¿Profesor Eric? —dudé en si llamarlo así, es que no estoy acostumbrado.

  —Simplemente Eric —me animó a decirle por su nombre.

  —…Eric… —murmuré con cierto nerviosismo.

  —Exacto, Eric. Ahora somos amigos —tomó mi mano para estrecharla, agitándola de arriba abajo con energía. Sentí como transmitía en mi esa energía que me llenaba de tranquilidad, sumado a sus palabras de “Ahora somos amigos” que logró reconfortarme con respeto a lo de hacer amigos. Me soltó. —Vamos que Gaylord se quejará conmigo si no llegas a su clase —volvió a insistir en acompañarme pero no dejaré que sea así.

  —Prof-… Eric —aún estoy incomodo con llamarlo por su nombre, el emitió un “Uhmm” en respuesta— permíteme ir yo solo, por favor, yo enserio podré hacerlo —escuché como dudó por un rato en si dejarme ir sin ayuda más que el de mi bastón amigo— No por nada he aprendido a vivir siendo ciego durante doce años, me valgo de mí mismo —o es lo que intento.

  —No estoy muy seguro, pero creo que confiaré en tus habilidades. Hazme el favor de tener cuidado mientras llegas, y dile al profesor Lauper que tú decidiste irte por tu propia cuenta —yo afirmé con una sonrisa, estaba muy contento porque lograría desplazarme con agilidad por los pasillos, mejorando mi habilidad para recordar.

Caminé hasta la puerta, escuché que me advirtió que no le volviera a chocar con la puerta, lo que provocó que ambos riéramos y yo continué, abrí la puerta y salí despidiéndome de mi profesor. Inhalé y exhalé con lentitud para luego dar un paso con el bastón extendido hacia adelante, el mismo cosquilleo que me recorre cuando salgo a caminar sólo, que no es muy seguido, ahora se hacía en mí con voluntad propia para que después yo muerda mi labio inferior como acto reflejo. Me apegué a la pared que estaba revestida de casilleros, algunos con algo de más colgando de ellos. Seguí desplazándome como araña hasta que se acabó el tramo con el cual me guiaba, faltaba uno más y llegaría al salón del profesor Lauper. Caminé hasta que sentí como era empujado hasta caer al suelo a un lado de un bote de basura con el que choqué, me dolía la pierna que amortiguo parte del golpe al igual que el brazo del mismo sentido.

  —Pero qué… —traté de levantarme, me di cuenta que no sostenía el bastón y eso me apuró, omití el hecho de estar tirado en el suelo junto a un bote de basura que había desparramado su contenido, y empecé a tantear a mi alrededor pero no lograba dar con él.

  —Oye… — ¿Quién me habla? ¿Será el mismo que me chocó? —Lo siento, no te vi —talvez venía corriendo y no se percató de mi presencia, como sea él ya se disculpó y supongo que eso cuenta, pese a que sonó sin el respectivo interés.

  —No hay problema —bueno sí, hay uno y es que no encuentro mi bastón. Me puse de rodillas y seguí tanteando para encontrar a la bendita cosa que se suponía era mi amigo, por qué se alejaba ahora.

  —Esto es tuyo —me dijo el que me chocó, y hasta ese entonces me di cuenta que era un chico, su voz era gruesa, áspera y fría, como si no hubiera ningún remordimiento luego de haberme chocado porque “no me vio”; vamos, ni que fuera enano de jardín, mido 1, 66 y no me vio. Al levantar la cabeza y mi mano, pude percatarme que lo que me entregaba era mi bastón.

  —Oh, gracias, es mi bastón —afiance mi mano en la empuñadura de goma y me levanté con la otra posada en la pared.

Ni se dignó a auxiliarme, aun cuando seguía parado a más o menos un metro de mí. Sacudí mi uniforme para luego tratar de ubicar mi oscura visión a donde sentía su presencia, lo escuché dar unos pasos marcha atrás de manera lenta para luego alejarse más. Espontáneamente recapitulé las situaciones fantásticas de las novelas que he leído, donde ella le decía a él cuál era su nombre, al igual lo hacía él, para luego terminar juntos a mitad del libro; tengamos en cuenta que no era el mejor ejemplo para esta oportunidad pero creo que se entiendo a lo que quiero llegar.

  — ¡Gracias!... Por cierto, me llamo Kim SeokJin —alcé un poco mi voz para que escuchara, se iba a la misma dirección donde yo estaba yendo cuando sentí que se detuvo. Me dirá su nombre y tendré algún día la sazón de encontrármelo para cruzar palabras. Esperé ansioso por la respuesta, con una sonrisa amigable.

  —… ¿Y eso?

Y se fue, sin más ni menos, caminó con la misma serenidad conque lo hizo luego de chocarme y dejar que me levantara solo, sus pasos hicieron eco hasta ser aminorados por el abrir pesado de una puerta que gruñía negligente a las posibles protestas.

“… ¿Y eso?”

  —Claro… ¿Y eso a mí qué?...

Notas finales:

Revierws POR FAVOR. Vamos, que no cuenta nada.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).