No se dio cuenta, ¿cómo podría haberlo hecho? Él estaba seguro de que conocía a su Sensei incluso más que el propio susodicho, pensaba que no habría nada en el mundo más venerable y puro que aquel calvo, por ello escogió permanecer a su lado, entregándole cada milésima parte de su ser que nadie más podría poseer jamás e incluso le brindo un tesoros invaluables; su fidelidad infinita y un amor incondicional. Pero ahora no podía siquiera reconocerlo, era imposible que fuera el mismo Saitama que alguna vez conoció un tiempo atrás, lo observaba a lo lejos detenidamente mientras el mayor era ajeno a su presencia, Genos no pudo evitar perderse en esa mirada furica, ese ceño fruncido, aquellos puños impiadosos cubiertos de sangre, pero lo que definitivamente nunca olvidaría era esa sonrisa, no, no era para nada aquella por la cual se había enamorado pues ahora estaba cargada de sadismo y frivolidad, se quedó estático mirando a su Sensei entre una mezcla de escepticismo y una profunda tristeza.
-No…- susurró de tal forma que Saitama dirigió su ahora, desinteresada mirada hacia el joven rubio - Este no eres tú… caos, destrucción, dolor… muerte… ¡T-tú no eres esto!- comenzó a respirar agitadamente tratando de contener el llanto.
El hombre más fuerte del mundo bostezo aburrido y le dio la espalda al cyborg mientras continuaba caminando. Genos estaba estupefacto, ¿cuándo fue que se distanciaron tanto?, no podía recordarlo, él siempre estuvo ahí para proteger a su amado de cualquier amenaza, no física eso sería ridículo, más bien aquella que dañara sus emociones, sentimientos, que pudiera oscurecer sus sueños y… su alma. Sin embargo, al final todo esfuerzo fue en vano. Saliendo de su trance pudo ver que el calvo se colocaba en una posición particular, estaba predispuesto a saltar… y así lo hizo, dejando un enorme cráter en un suelo de por sí desgastado.
-¡¡No, espere Sensei!!- gritaba desesperadamente el cyborg, corriendo tanto como sus piernas se lo permitían- ¡¡Por favor no, no me deje!!- múltiples lágrimas de aceite inundaban su rostro blanquecino, estaba al borde del colapso- ¡¡Saitama, llévame contigo!!- con la garganta lastimada de tanto gritar y extendiendo los brazos al aire en un inútil intento de alcanzar a aquel quien era el amor de su vida, Genos se tropezó desplomándose en el suelo, no había más, tuvo que conformarse con ver la silueta de su maestro alejándose por los aires, perdiéndose entre las nubes y el inmenso cielo.
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No sabía cuánto tiempo llevaba tendido en el frío y sucio concreto de una ciudad destruida, aún continuaba un tanto shockeado por lo que no podía reaccionar apropiadamente a lo ocurrido. Entre lágrimas y un dolido corazón metálico fue que comenzó a rememorar aquellos días gloriosos junto a su Sensei, esos por los cuales mataría para poder revivir siquiera unos segundos, era imposible y lo sabía pero no por ello podía dejar de desearlo. Comenzó a sentir una extraña fatiga que le hizo cerrar los ojos, sólo para descansar, nada grave.