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Ten Years later por Kristy

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Notas del capitulo:

Este capítulo va dedicado a aquellas personas que, por una razón u otra, han decidido huir hacia adelante con este tipo de decisión. He conocido dos casos. Uno en el que finalmente no se casó y el otro en que se casaron. Ojalá llegue el día en que nadie deba huir hacia adelante solo para “vivir en las apariencias”, siendo infelices. Va por ellos y ellas. 

Tic, tac, tic, tac.


Los minutos marcaban con lentitud esa madrugada. Shin Dongwoo estaba sentado en el salón de su casa, la casa donde había crecido, había sido un niño y de la que había partido siendo un adolescente. Muchos recuerdos, algunos buenos y  otros no tanto.  A su lado y dormido en el sofá se encontraba su padre. Su madre estaría durmiendo o intentándolo.  Él estaba sentado, observando el vaso vacío,  preguntándose si merecía la pena lo que iba a hacer. Al lado del vaso estaba su teléfono móvil. Estuvo tentado en marcar algunos números, pero desistió. ¿Acaso le cogerían, incluso siendo de madrugada?


“Hola Channie, ¿te importaría venir mañana? Es que me caso…”.


Sonaba hasta ridículo. Además ¿quién era él para llamar e invitarlos a su inesperada boda? Nadie. Porque en el fondo no había sido nadie en sus vidas. Con los años se lo habían demostrado todos, los cuatro. No se iban a molestar en detenerle y mucho menos en descolgarle el teléfono. Desvió la vista a la puerta, pero ni sus sobrinos iban a entrar, y su hermana seguiría en sus trece, sin querer ni verle ni hablarle. Curiosamente la única persona que le apoyaba “moralmente” era el señor que estaba sentado a su izquierda, roncando.  Su madre había estado histérica toda la noche, gritando, “pegándole” y diciendo tonterías como que no pensaba ir mañana ni a la ceremonia.  Y se suponía que era la madrina. Suspiró. Se levantó, cogió el vaso vacío y se fue a la nevera. Había cerveza. En casa siempre había alcohol, les gustase o no. Cogió la lata de cerveza y se la sirvió, ahí en la cocina. Volvió al salón y se sentó en el viejo sofá, escuchando a su padre roncar. Había hecho un esfuerzo enorme por no beber nada, para “estar presentable” al día siguiente. Como si eso fuese a solucionar algo. 


Tic, tac, tic, tac.


Dos meses antes Min le dijo que estaba embarazada. Min era su única amiga, la única persona que había estado a su lado, apoyándole y animándole en los últimos tres años, desde que abandonó Seúl y volvió al pueblo. Dongwoo no hubiera sido capaz de reengancharse a la vida normal sin Min. Era una mujer excelente y con un corazón enorme. También, Min era muy inteligente. Supo perfectamente que era gay sin decírselo. Ambos se hicieron amigos en la academia donde daban clase, en Cheongju. Ella daba clases a los niños de solfeo y él les daba clase a “los más grandes” de piano y composición. Fue el único empleo decente que encontró de regreso a la vida lejos de las luces de neón, que le proporcionaba ingresos aceptables y bajo un horario flexible que le permitía cuidar y ayudar a sus padres en casa.


El problema de Min era que sus padres eran personas de épocas anteriores. Nada de hijos fuera del matrimonio, nada de novios no aceptados por ellos y nada de salirse del guión. No era de las familias más ricas de la zona, pero su nivel adquisitivo era alto y, para colmo, era la única heredera. Conocía al padre de Min, era el dueño de la academia donde trabajaba. Un tipo estricto, rígido y cuadrado. Afortunadamente el señor no tenía ni idea de que era homosexual, porque de saberlo ni siquiera se habría planteado contratarlo. Sin embargo, su hija era todo lo contrario a sus padres: encantadora, de mente abierta, sociable… Dongwoo se quedaba en blanco pensando si realmente Min era su hija, porque le parecía imposible que fuese de la forma que era habiendo crecido en un hogar como ese.


Min jamás le dijo a su padre que Dongwoo era gay. Min siempre le había salvado en los apuros, Min había sido la que le había cubierto cuando había habido problemas (entre ellos, una fase de depresión en la que casi cae en la bebida).  Min la que miraba sus composiciones en ratos libres y le sugería que montara un grupo con los alumnos. Min la que le escuchaba cuando estaba frustrado y agobiado. Min fue la que impidió que se viniera abajo definitivamente y cayese en el alcohol cuando se arrepintió, a los dos años, de haber dejado Seúl y de haber renunciado a todo. Min era su mejor amiga, su confidente, y la persona de la que dependía emocionalmente porque era la única persona que le aguantaba en realidad.


Y Min, que jamás pidió ningún favor en tres años, le llamó una madrugada, llorando y gritando que se despedía porque iba a quitarse la vida. Que no podía soportar enfrentar sola el mayor desafío de su vida. Dongwoo consiguió que se estuviese quieta, hasta que la alcanzó en su casa. Lo que se encontró fue a Min incapaz de entrar en su propia casa y decirles a sus padres que se había quedado embarazada. El padre tenía nombre y apellidos, y era un señor casado que vivía en Busan. Min le confesó su mayor secreto: en el último año había estado saliendo con un hombre “felizmente” casado, del que estaba totalmente enamorada, pero que era “la querida”. Por tanto no podía reclamarle el bebé y abortar no estaba en sus planes. Quería a ese niño. El problema era cómo contarlo a sus padres sin que la desheredaran o la repudiaran (porque el padre lo haría sin dudar por mucho que fuese su única hija) por deshonrar “a la familia”.


Min, por primera vez en su vida, estaba sola y no sabía cómo encontrar una solución viable a su situación. No quería abortar (tal y como le había sugerido “el padre” de la criatura), no quería abandonar su vida en la academia, no quería decepcionar a sus padres, no quería… Dongwoo había crecido ahí, en aquel pueblo grande al que llamaba hogar. El pueblo no es como la ciudad donde nadie se conoce y es más fácil “huir” o no ser juzgado. O al menos no con tanta dureza o crueldad. En la ciudad podías ir con la cabeza alta, sabiendo que tú eres el único responsable de tus actos. En un pueblo tus actos arrasan a toda tu familia. La marcan y la destruyen en cuestión de segundos.  De eso sabía mucho. Su familia seguía marcada por su padre. Aún la gente les miraba casi con lástima y murmuraban a su espalda. Les ignoraba, pero era duro. Los actos de su padre, aunque intentase levantarse, perduraban y les repercutía a ellos: a su madre, a su hermana y a él mismo.


No era capaz de ver a Min autodestruyéndose por intentar mantener el honor de su familia. No podía quedarse sentado sin hacer nada viendo cómo ella, la única que había sido valiente, una piedra bien orgullosa en medio de la nada, se deshacía solo por haber seguido un instinto tan natural y primario como el amor. No podía quedarse sentado viendo cómo Min podía ser anulada por sus padres y obligada a hacer cosas que no quería, como deshacerse de su bebé, para “cubrir las apariencias”. No podía ver a Min incapaz de pensar por sí misma, anulada y acosada por su “novio”, que estaba empeñado en que ella abortara.


— Podemos casarnos. —Esas fueron las dos palabras que soltó esa noche, mientras Min se descomponía entera y se aferraba a su barriga con desesperación, pensando en el destino de dos vidas. Recordaba los ojos enormes de su amiga, incrédula. Al principio se negó. Dijo que no pensaba destruir tres vidas. Él le dijo que no destruía nada. El padre no iba a hacerse cargo, el niño tendría padre (porque a él no le importaba criarlo), y sus padres no tendrían por qué saber nada de lo sucedido jamás. Y que podían firmar un acuerdo por el cual, si uno de los dos conocía a alguien con el que compartir su vida, solo tenían que divorciarse. A fin de cuentas, él no iba a acostarse con ella ni ella con él. Y salían ganando los dos. 


Min pareció tranquilizarse y aceptar la sugerencia, pero con condiciones. Cada uno era libre de ir con quien quisiese, y como le había sugerido, si conocían a alguien debían informar al otro. Su intención inicial, antes de que le propusiera esta alternativa, era pedir a Dongwoo que fuese el padrino y el tutor legal del bebé si a ella le pasaba algo como madre soltera. Si se casaban, quería que la parte de “tutor legal” del futuro bebé se siguiese manteniendo, aunque él figurase como padre. Y antes de nada, juntos o separados, debían seguir siendo los amigos que eran. Si esa parte no se podía cumplir, se negaba a casarse con él.


Dongwoo aceptó. Aceptó porque le convenía. Habían pasado tres años y todos sabían que no había salido con ninguna chica: “Es raro”, “¿por qué no sale con mujeres?”. Los murmullos estaban empezando a ser más ruidosos. Si se casaba con Min no despertaría sospechas. Era la única mujer que había entrado en su casa, aparte de su hermana, y había comido en la mesa con sus padres. Evidentemente, como invitada y como agradecimiento, como amiga. Pero eso no lo podían saber sus vecinos. Además, le gustaban los niños… y ya se había resignado a no poder tener uno. ¿Qué más daba que no fuese “suyo”? Lo iba a criar él, por lo que iba a ser suyo, les gustase o no a sus padres o a su hermana. Conocía a Min, cumpliría su palabra.


 


— ¿Nervioso? —Parpadeó confuso, cuando escuchó a su padre hablar. Eran las seis de la mañana. Se suponía que debía ducharse y adecentarse para su propia boda. Sonreía, cómplice. Para el pobre hombre por fin su hijo dejaba de estar en las nubes y se centraba de una vez. Dongwoo, tras aquella comida en la que Sunwoo le dejó plantado, no se atrevió a decirle a su padre qué era. Si ni siquiera la única persona que debía haberle apoyado y haber estado ahí ese día tuvo valor… ¿Para qué esforzarse? Realmente le hubiera gustado que Baro hubiera tenido el valor de haber ido ahí para que le escuchara decir al “viejo” que ese hombre llamado Sunwoo era la persona con la que quería compartir su vida. Que le presentaba formalmente “al hombre de su vida”. Pero nunca llegó a hacerlo, porque no tenía sentido hacerlo cuando la persona que amó decidió dejarle en la estacada en ese momento. Ahí comprendió que Sunwoo nunca contempló “su relación” como algo de dos o una relación de compromiso vital de dos. Entonces su mundo se hizo pedazos y comprendió que el amor “entre los dos” solo había sido interesado por su parte y unidireccional por la suya durante los años en los que “estuvieron juntos”. Y renunció.


— La verdad es que no —Respondió tranquilo, apático.


— ¡Pues quién lo diría! Menuda cara que tienes hijo, parece que vamos de funeral  y no de boda —el padre de Dongwoo alzó una ceja, sin creerle.


— En realidad solo vamos a un acto social, papá —Le vio mirarle extrañado, pero no se lo tuvo en cuenta. El padre tampoco insistió. Se apoyó en el reposabrazos y le palmeó la cabeza, como si fuera un crío, para estirarse e ir directo al baño a afeitarse. En ese instante escuchó pasos procedentes del pasillo. Su madre apareció, con ojeras y cara de disgusto.


— ¿Sigues decidido a arruinarte la vida, hijo? —La observó, casi no reconociéndola. Seguía siendo la mujer guapa que había encandilado a su padre y había criado a dos hijos como buenamente había podido, pese a las circunstancias. La admiraba profundamente por eso, pero también la culpaba por no haber tenido el valor de dejarle y haberles arrastrado con ella, “para quedar marcados”. Divorciarse era peor que la peste en aquella época, era curioso. Tal vez por eso estaba tan en contra; igual que su hermana, que ya le había avisado en cuanto le había contado lo de la boda, que se negaba a asistir a un suicidio colectivo (palabras suyas, literales).


— No lo veo así —Dongwoo le contestó, intentando mantenerse tranquilo. Su madre suspiró de nuevo, acercándose a él y sentándose a su lado, encogida, como la persona mayor que era. Tenía arrugas, canas, y parte de la vitalidad que le había caracterizado se había esfumado con los años.


— Dongwoo… A mí me da igual que nunca te cases o me des nietos. Solo quiero que seas feliz, me da igual con quién. Y ambos sabemos que con ella no lo serás. —Sus manos arrugadas atraparon la de Dongwoo, con una fuerza impresionante.


— Mamá… —Se quejó, intentando apartar esa mano furiosa que le estaba haciendo daño.


— ¿Por qué vas a cargar con un bebé que no es tuyo? —Lanzó la pregunta, con desesperación y frustración, casi en un susurro. Dongwoo se quedó sorprendido. Sorprendido por la sagacidad de su madre, por su dolor y su desesperación por detenerle. Pero ella no entendía. No entendía nada, por desgracia. Nunca le había entendido.


— ¿Qué te hace suponer que no es mío? —Escupió, a la defensiva, cansado ya de sus reproches, apartando su mano de forma brusca.


— Soy tu madre. ¿Crees que no he sabido durante todos estos años que a mi único varón nunca le han gustado las mujeres? —Se quedó mudo, mirándola, incapaz de responder. Ahora entendía su cara de profunda pena cuando del “quiero presentaros a alguien” al “supongo que llegará en un rato” y nunca apareció, ella supo que lo acababan de plantar.  Y supo que quién le dejó ahí solo, con la familia delante, no fue una mujer sino un hombre.


— ¿Dónde está la corbata? —Su padre, perfectamente peinado y afeitado, apareció de nuevo por la puerta con su mejor traje, contento. Por alguna razón se sintió agobiado, asfixiado y perdido. Por un lado quería hacer caso a su madre, pero, por otro, ver a su padre no hacía sino reafirmarse en su decisión. Su padre era el reflejo de lo que querían ver todos. Él ya no vivía en Seúl y era responsable de las vidas de sus padres. Se giró, dio un beso a su madre en la mejilla y le quitó las lágrimas que pugnaban por seguir su camino.


— Lo siento, mamá. Pero ahora mismo, aunque no te guste, es la mejor decisión que puedo tomar. Sígueme, papá, que la buscamos y te la pongo.


Esa había sido la escena durante la madrugada y la mañana. Tampoco era una boda religiosa, ya que él era ateo, y Min había conseguido convencer a la familia de hacer una boda civil. Así que solo irían al ayuntamiento, cumplirían con el acto y se irían a comer. Su futuro suegro ya le había cogido manía por “embarazar a la niña”, pero como “se había hecho cargo” se lo pasaba por alto. Tampoco había muchos invitados para que “el menor número posible de invitados” supieran que “la niña se casaba de penalti”. Si él supiera…


— Aún estamos a tiempo de echarnos atrás, Dongwoo. Si no quieres, no tienes por qué hacerlo —Miró a Min, preciosa, con su sencillo y precioso conjunto blanco. Su mejor amiga estaba tan asustada como él en el fondo, asustada de huir hacia adelante. Dongwoo apoyó la mano en su vientre, acariciando la zona donde el bebé de Min estaba creciendo.


— Estoy dispuesto de ir hasta el final, Min. Pero tampoco quiero obligarte —Vio a Min mirar a lo lejos, donde estaban sus padres y los compañeros de trabajo de la academia, los únicos invitados extra que habían acudido a la ceremonia, además de los padres de Dongwoo. Min se volvió, dándose cuenta que en  el fondo estaba acorralada. Si se echaba para atrás, Dongwoo tendría que irse también de su propia casa.


— Dongwoo… Gracias.


No le respondió, le dio la mano y ambos entraron en el recinto, cada uno de ellos sabiendo que lo que estaban haciendo estaba mal. Que, en el fondo, estaban huyendo hacia adelante, sin tener valor de parar y enfrentarse a sus propios miedos. Que estaban  optando por la comodidad, en lugar del desafío. Sin embargo, Dongwoo se había cansado de someterse al desafío. Durante años lo había intentado y todo lo que había recibido como respuesta era un no o humillaciones. Así que era el momento de optar por la comodidad. La comodidad de una esposa y un bebé en camino, un niño que no era suyo pero que iba a criar como tal. La comodidad de una familia “feliz”, tal y como marcaba la sociedad.


¿Cobarde? Sí. Pero Shin Dongwoo estaba agotado de ser valiente. 

Notas finales:

Y así se queda descubierto uno de los grandes misterios del fic. No sé si alguien se lo veía venir o no ^^. Os animo a comentar impresiones... ¡que no muerdo!

Este capítulo es cortito, lo sé, pero el de la semana que viene tiene casi 20 páginas de WORD y es un capítulo MUY importante. El capítulo de hoy, es más bien de transición, porque tras el capítulo de la boda del Gongbin de la semana pasada y cómo terminó el mismo, sería demasiada intensidad seguida con el que está por llegar.

Espero que os esté gustando la historia. Sigo teniendo problemas para fijar fecha, pero entre el viernes y el sábado de la semana que viene, os prometo que subo el siguiente capítulo. ¡Nos vemos!  

 

 

 


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