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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

¡Es un milagro! He tardado lo indecible para escribir este capítulo, porque... estoy en mi final de carrera y estoy bastaaante apurado, pero ayer estaba agotado de tantos griegos matando persas, así que venga, capítulo va XD ya aviso que este es el final de la historia, pero me queda hacer el extra, como en la primera parte 7v7

Música: La banda que he escogido es de folk metal, Dalriada, con su disco Ígéret, lo que curiosamente quiere decir Abril en húngaro, casi lo opuesto a lo del capítulo XD pero como Atem y Yugi representan el sol y la fertilidad...

10. Genbu misericordioso

 

—¿Cómo está? —le preguntó Tea a Atem.
—Agotado. Sejmet ha dejado su cuerpo exhausto. Se ha dormido casi de pie.
—Pobrecillo…

Tea y sus amigos habían salido del edificio algo sucios, pero sin ningún rasguño, y sin sacar a nadie más. Todos habían huido a tiempo. Kaiba había salido detrás, pero parecía que él no hubiera entrado. Probablemente había ido a ver si la fábrica estaba bien. Muy típico del ricachón, quien era observado con cierto desdén por Joey, desde la distancia.

Cuando los bomberos y la policía llegó al sitio y empezaron a tomar el control, Kaiba se acercó al grupo.

—Quiero que me contéis que demonios ocurre aquí. ¿Qué ha pasado con vuestro amigo? Y ¿qué tiene que ver Gouda en todo esto?
—¡Qué te importa! Nuestro amigo está hecho polvo, ¡déjanos en paz!
—No importa, Joey —le calmó Atem, en inglés—. ¿Se lo cuentas, Tea?
—No sé si te lo creerás. No eres muy fan de la magia.
—Tendrás que probarlo—replicó amargamente Kaiba—. Ya he visto volar por los aires mi coche oficial a causa de un rayo de luz que una bestia enorme ha lanzado por la boca.
—Esa bestia era Yugi —puntualizó Tristán, expresando la molestia de todos.
—Lo sé.
—Tu rival secuestró a Yugi. Aún no sabemos porque, Yugi no ha dicho nada, pero ha usado a los dioses antiguos y los espíritus para buscarle a él y a Atem. Concretamente a Genbu. Gouda es el causante de tantos hechos raros con el frío estos días.
—Buen cuento, aunque me temo que tendré que creerlo —rezongó Kaiba, bastante molesto—. Gouda es un empresario frío y calculador, centrado en controlar todo lo que esté en su mano y ganar dinero por ello. Esta fábrica que me ha robado, en concreto, tenía placas fotovoltaicas experimentales, capaces de retener más luz solar y conseguir un contacto directo con la electricidad, casi sin procesar nada más. ¿Vuestro amigo tiene algo que ver con esto?
—Atem y Yugi tienen poderes de los dioses egipcios vinculados al sol.
—Lo suponía. Gouda ha intentado robarle energía a Yugi. Energía solar ilimitada, gratuita, diaria y muy potente. Se hubiera vuelto mil veces más rico de lo que ya es. Suerte que la pinta de debilucho de Yugi es una cara falsa.

Todos los amigos de Yugi se giraron a verle. Estaba tranquilo, durmiendo, con cara de agotamiento. Hacía un rato estaba arrasando con todo el edificio. Daba miedo.

—¿Qué tenemos que hacer ahora? —preguntó Tristán.
—Tenemos que encontrar el sitio desde donde Gouda controla al dios Genbu. Inari le dijo a Atem que su presencia estaba sellado en alguna parte, de forma sagrada.
—Gouda tiene un templo privado a las afueras de la ciudad —informó Kaiba—. Llamaré a otro coche oficial. Vamos todos juntos. Voy a demostrarle quien manda aquí.
—Bájate los humos, porque quienes van a solucionar todo esto serán Atem y Yugi —le replicó Joey.
—Como sea.

Mientras llegaba el coche oficial, Kaiba se fue a hablar con los suyos. Justo entonces, Yugi despertó. Había dormido como media hora. Estaba algo cansado aún, se le notaba en la mirada.

—Hola… —le dijo con voz débil a Atem, quien lo mantenía sujeto en su pecho. Lo había dicho en egipcio antiguo sin querer.
—¿Cómo te encuentras?
—Cansado… veo que ha funcionado. ¿Están todos bien?
—Sí, no te preocupes. Ahora iremos a casa del que te ha capturado para acaba con esto. Recupera fuerzas para entonces.
—¿Cómo llegaremos?
—Kaiba nos lleva.
—No me fío…
—Ni yo. Pero no tenemos más remedio, sino tendríamos que ir a pie y se nos escaparía. Ahora descansa, no pasa nada.
—Vale —le sonrió.

Y se volvió a dormir. El resto de sus amigos no habían entendido nada de nada, obviamente, pero entendieron que Yugi necesitaba seguir descansando. Atem pensó que ya le transmitiría el poder luego.

El coche tardó otra buena media hora en aparecer. Era muy espacioso, era casi una limusina. Yugi pudo dormir completamente tumbado en el asiento más alejado del conductor y el resto aún tenía espacio para estar cómodos. Como tuvieron que cruzar toda la ciudad, todos aprovecharon para dormir un rato y recuperar energías. Bueno, excepto Kaiba, que estaba siempre pendiente de su teléfono y de lo que le decía su hermano Mokuba desde la sede de Kaiba Corp.

Kaiba les despertó al cabo de un buen rato. El primero fue Yugi, luego Joey. El segundo casi le da una buena leche sin querer, pero al reconocer la cara de Kaiba se contuvo. Ellos dos despertaron al resto.

—¡Hala! ¿Qué es esto? —soltó Yugi, cuando se dio cuenta de lo que estaba notando.
—¿Qué quieres decir? —se preguntó Tristán, estirándose aún sentado.

Todos bajaron del enorme coche y se encontraron en las afueras de la ciudad, casi en el campo. Estaban delante de un edificio tradicional japonés, muy cerrado, como si fuera la pared de un palacio. Se podía ver una torre de piedra y madera de tres pisos dentro de los muros, algo que no era tan habitual. Atem y Yugi miraron fijamente al edificio, como si estuvieran viendo un monstruo.

—No lo podéis notar —les dijo Atem—. Yugi y yo sí. Este sitio… La energía que contiene es enorme. Me siento abrumado.
—Pensaba que iríamos a la sede de Gouda… —comentó Joey.
—Era demasiado fácil que estuviera allí, en el centro de la ciudad —lo descartó Kaiba, cruzado de brazos, mirando la entrada del edificio.
—Y ¿cómo entramos? ¿Echamos la puerta abajo?

Atem entonces se acercó a Yugi y recordó lo que Inari le había dicho. Tenía que traspasar a Yugi la parte del poder que le correspondía. Yugi se dejó hacer, aunque se ruborizó por la proximidad. De repente notó un torrente de energía nueva llenando su cuerpo. El poder de sanación y de antimaleficio de Inari era muy agradable para alguien puro. Y entonces se les ocurrió:

—Primero hay que aliviar el peso de la magia de Genbu —dijo Atem.
—Usaremos la energía de Inari para crear una esfera de protección y luego Atem forzará la entrada con el Udyat de Horus.
—Acercaos todos, vamos a empezar ya.

Los seis se agruparon, como si estuvieran todos atados con una gran cuerda, manteniendo a los enviados en lados opuestos para que el escudo antimaleficio de Inari fuera más eficaz. Ellos dos alzaron una mano al aire y emitieron esa luz azulada de la diosa japonesa. El efecto de Inari se notó al instante.

—Hala, qué sensación tan agradable… —susurró con cara de tonto Joey—. Fíjate que casi me olvido de Kaiba me está sobando el hombro…
—Por esta magia extraña y divina no te voy a replicar, da gracias —soltó Kaiba, que no había cambiado su cara, pero su voz no era tan potente y dañina.

El resto se rio, algo más aliviado. Esa magia era parecida al aroma de Bastet, pero además alejaba el frío que habían empezado a notar al salir del coche. También era invisible, aparte de la luz que los enviados emitían, así que podían pasar mínimamente desapercibidos.

Atem, que iba al frente del grupo, se detuvo delante del portón e hizo la invocación a Horus en voz baja. El Udyat apareció, iluminando la puerta y mezclando los colores con los de la luz de Inari, y se escurrió por la rendija de la cerradura. Un quejido metálico indicó que la puerta se había abierto.

—No sabía que Horus tuviera el poder de abrir puertas… —comentó Tristán, el más informado a parte de Yugi.
—Sí, si la puerta contiene un maleficio o magia adversa —explicó.
Nada más decirlo, una oleada de frío congeló el portón y luego se descongeló desde el centro hacia fuera. Acababa de demostrar lo que había dicho Atem.
—Hay que apresurarse —les apremió Kaiba—. Gouda ya debe de saber que hemos entrado y seguro que está enviando refuerzos.

Mientras se acercaban a la torre, se empezaron a oír ruidos extraños proviniendo de los alrededores. El grupo miró asustado a su alrededor, buscando en el patio, hasta que de algunas de las esquinas de la torre aparecieron espíritus del frío como los que ya se habían encontrado.

—Kaiba tenía razón, ¡ya están esos bichos otra vez! Atem, ¿no podemos ir más rápido? —avisó Joey.
—Fíjate en el suelo. —Todos miraron. Estaba lleno de cristales de hielo que se fundían cuando estaban bajo la influencia de los enviados de Isis—. Si corremos, nuestros poderes serán menores y el frío empezará a ocupar vuestro cuerpo como un parásito.

Todos vieron con temor (en especial Joey) cómo los yōkai les cerraban el paso a la entrada de la torre. Les acabaron rodeando.

—No se acercan…
—Es la magia de Inari —explicó Yugi—. Es especialmente efectiva contra ellos. Usando la luz de Isis podíamos defendernos y rechazarlos, hacer que desaparecieran. Con la magia de Inari no podemos hacer eso, pero es mucho más fácil impedir que se acerquen.
—Vaya, ya veo por qué Gouda os quería apresar —soltó Kaiba, impresionado—. Le solucionaríais la vida. Menos mal que ese imbécil se olvidó de uno de vosotros.
—Ni que nos atrapara a los dos —le replicó Atem, que había entendido a retazos el japonés formal de Kaiba—. El poder de un dios no puede ser apresado eternamente. Ni siquiera el de Genbu. Verás lo que pasará cuando le liberemos.

Esa pequeña profecía hizo callar a Kaiba, que se centró en vigilar a los espíritus que tenía más cerca. Joey tuvo tiempo de soltar una risa de superioridad por haber presenciado esos últimos comentarios.

Cuando llegaron a la puerta, prácticamente escoltados por los espíritus, Atem usó el mismo truco con el Udyat para abrir la puerta de la torre. Los yōkai se quedaron fuera, pero dentro les esperaba otra sorpresa: un montón de guardaespaldas armados.

—¡Rendíos ahora mismo! —amenazó uno de ellos—. Estáis rodeados.
—¡Dime que vuestros poderes incluyen parar balas como Superman…! —soltó Joey asustado.
—Me temo que no… —se lamentó Yugi, que retrocedió un paso.
—Dejadme esto a mí, paletos —replicó Kaiba con superioridad, sacando un aparato raro—. Vamos a abrirnos paso con mi nuevo invento. Espero que no llevéis mucho metal encima.

Era una especie de escudo oval de metal con varios botones por dentro. Kaiba se lo puso y pulsó uno de los botones y de repente todos los guardaespaldas gritaron asustados (junto con Joey, que veía como un montón de armas volaban hacia él) y todas sus armas se precipitaron al escudo, donde se quedaron pegadas.

—¡Genial! Los ingenios de Kaiba siempre sorprenden —le halagó Tristán.
—Gracias. Ahora sigamos.

No les resultó muy difícil a los del grupo cruzar la línea de guardaespaldas cuando Atem sacó sus Kefresh, que hicieron retroceder a todos sus enemigos de golpe. Aunque el mayor efecto lo causó la presencia de Bastet, invocada por Yugi, que les atontó a todos y de nuevo provocó que Joey se relajara y se apoyara en Kaiba. Eso suscitó risitas. Pero cuando empezaron a subir las escaleras de madera, la presión de la magia de Genbu acabó totalmente con el aroma de Bastet, Kaiba se quitó de encima a Joey y éste se cabreó de nuevo.

—Eres un borde desagradecido, encima que hacemos todo esto para ayudarte… —le recriminó.

A Kaiba no le dio tiempo de contestar a su eterno rival, pues al final llegaron al piso de arriba, que tenía las puertas abiertas. Lo que había allí era tétrico e increíble a la vez: un remolino de energía blanquecina, como una bruma luminosa, cubría el centro de la habitación y congelaba parte de la misma. Esa bruma no rebasaba los límites de una cadena hecha de papel blanco y plateado con un montón de sellos colgados de ella. Parecía que rodeaba la bruma.

—Después de todo, Gouda no es muy listo —dijo Yugi cuando lo vio. Ninguno preguntó, pero lo pensaron—. Estos sellos son muy débiles y se tienen que renovar o cambiar cada poco tiempo. La mayoría de espíritus aparecen y se acercan aquí porque están descontrolados.

Entonces se oyó un ruido extraño y vieron aparecer y desaparecer algunos de los espíritus como los de la entrada, rodeando la bruma y la cadena. Atem y Yugi se armaron al instante, pero esos espíritus solamente intentaban alcanzar el frío que tanto deseaban. Casi ni se percataban de la presencia humana. Y luego desaparecieron de nuevo.

—¿Cómo rompemos los sellos? —preguntó Tristán.
—No podemos. Solamente hay que esperar que se gasten y entonces usar la energía de Inari para liberar a Genbu.

Entonces Yugi oyó unos pasos firmes que reconoció al instante.

—Me temo que no os voy a dejar hacer eso. Me ha costado mucho hacerme con todo esto…
—¡Gouda! ¡Detén esto ahora mismo! ¡Ya no puedes ganar! —se avanzó Kaiba.
—Ay, sí, mi nuevo rival… bueno, vamos a solucionar todo esto. —Entonces se mostró, saltando entre la bruma, y en un abrir y cerrar de ojos había hecho cortes a todos los amigos de la pareja con unos kunai—. Listo. Ahora podremos hablar los tres tranquilamente.

Atem y Yugi se miraron a sus amigos, asustados. Estaban azulados, paralizados. Esos kunai eran mágicos. Congelaban con cada corte.

—¿Por qué les has hecho eso? —saltó Yugi, cabreado—. ¡Devuélveles su estado normal!
—No. Es más, siguen siendo una distracción.

La pareja vio con impotencia (pues la energía de Inari casi no hacía efecto allí) cómo la bruma se extendía hasta los cuerpos de sus amigos y luego desaparecían. Lo que en realidad ocurrió, fue que ellos se habían movido: Se encontraban los tres en un campo brumoso, con algo de nieve. Apenas se podía ver a diez metros a su alrededor. Y el frío atenazaba.

—Esto es… la casa de Genbu…
—Lo es. —Gouda sacó una katana, aún envainada, y la puso delante, dirigiéndose a Atem—. Aquí vuestros poderes no sirven. Sé que eres un buen espadachín. Si me derrotas aquí y ahora, saldréis de aquí, porque perderé mis poderes y Genbu me echará de su casa. Si gano, tú, Yugi y todos vuestros amigos quedaréis atrapados en hielo y podré seguir extrayendo vuestra energía para mis propósitos… ¿Y bien?
—Yugi, quédate atrás —le recomendó, sabiendo que el joven no tenía ni idea de pelear cuerpo a cuerpo—. Consigue algún contacto con Isis. O con quien sea.
—Es inútil —replicó Gouda, sin inmutarse—. Estamos en casa de Genbu. No hay dioses que valgan. Malgastad vuestro tiempo a gusto.

Entonces desenvainó y pegó un salto brutal hacia Atem, que a duras penas pudo defender con sus kefresh. Trastabilló por la presión y se cayó al suelo húmedo. Gouda era demasiado alto para atacar desde allí, así que se vio obligado a dejar que Atem se levantara para luego volver a dar estocadas al pecho de Atem.

Por su lado, Yugi estaba intentando no mirar, no oír. No podía ocultar el temor y la angustia por Atem, pero tampoco podía ocultar la sensación de vació al descubrir que ni la esencia de Isis, ni la de Hathor, ni la de Inari se encontraba en su cuerpo. O sí estaba. Pero parecía de otro mundo. No era capaz de contactar. Era como saber que en el cielo diurno había estrellas y no podía ver ninguna. Solamente había una opción, una de remota y que no esperaba racionalmente respuesta.

Genbu misericordioso, que ahora te encuentras atrapado por un alma vil. Por favor, contacta conmigo. Estoy en tu casa en contra de mi voluntad. Háblame.

Un temblor sacudió toda la esplanada. Yugi abrió los ojos de repente y vio a Atem tumbado en el suelo, lleno de cortes y sangre, y a Gouda unos metros atrás, buscando en el cielo, con su katana en alto.

—¡Atem!
—Estoy bien… ¡sigue!
—¿Qué demonios intentáis hacer? ¡Es mi terreno! ¡Mi propiedad! —exclamó Gouda, fuera de control. Luego se relajó un tanto—. Esto se ha acabado. Es hora de seguir con mi plan. No tengo tiempo para juegos.

Gouda se lanzó a por Yugi, quien retrocedió como pudo unos pasos. Atem le defendió casi al instante, pese a que estaba en el suelo, y consiguió darle un tiempo a Yugi que éste no desaprovechó.

¡Él nos manipula y controla! Lo sientes en tu ser. Ha invadido tu casa, ha liberado tu poder, ha desequilibrado la balanza. Frío y calor se complementan en este mundo. ¡No permitas que todo el equilibrio se desvanezca!”.

Un segundo temblor, mucho más duradero, interrumpió el combate entre los dos espadachines justo en el momento en que ambos derramaban sangre por nuevos cortes superficiales. Los tres se dieron cuenta de un cambio sustancial. Los sellos se estaban a punto de debilitar. Atem y Yugi notaban sus fuerzas renovadas al reconocer la energía solar en su interior.

—¡Maldita sea…! —soltó Gouda, mirando a su alrededor, buscando algo—. Esto no va bien.

Atem y Yugi percibieron una enorme energía acercándose. Era lo que Gouda buscaba. No tardaron mucho en ver una enorme sobra entre la niebla. No dejaba ver su cuerpo, pero la silueta era clara: una gran tortuga y el movimiento sinuoso de una serpiente en su coraza. El mismo Genbu, alto como un rascacielos. El dios rugió con rabia, sin decir nada, e inundo los pensamientos de los diminutos humanos con rabia contenida, despecho y ansia de castigo.

Entonces la bruma se movió, rodeó a Gouda como si una mano le constriñera y éste dejó de gritar, pasando a ser un cuerpo azulado, congelado, con un aspecto tan viejo y deteriorado como el resto de espíritus que había invocado él mismo. Sólo que Gouda no se movía cuando Atem y Yugi reaparecieron en la casa del magnate.

—¡Atem! ¡Yugi! —Era la voz de Tea—. ¿Estáis bien?
—Pe-pero… ¿vosotros…? —empezó Yugi.

Joey y Kaiba se pisaron las palabras para explicar que apenas un par de minutos antes se habían descongelado de repente y que la bruma se había empezado a disipar, liberada de su sello. Parecía que algo había pasado entre ellos dos, por lo animados que se mostraban, sin insultarse. Entonces callaron ambos y miraron a Atem.

—Está… lleno de heridas…
—No es nada…

Pero su cuerpo no estaba de acuerdo. Atem se desplomó casi al instante dentro de las cadenas de papel, que ya estaban rotas de antes. La poca bruma de Genbu que quedaba se dispersó como asustada de tanta energía solar, por débil que fuera.

—Hay que llamar a la ambulancia. Salgamos de aquí —les echó prisa Kaiba.

Yugi cargó con su novio, en brazos, y dejó que Kaiba liderara el camino. Aunque no hizo falta. Los yōkai ya no estaban y los guardaespaldas habían supuesto qué había pasado con Gouda al verlos aparecer, así que les ayudaron a salir.

A fuera, el sol empezaba a abrirse paso entre las nubes. Genbu se iba, libre de nuevo hasta la llegada del verdadero invierno.

* * *


Atem pasó un par de días en el hospital, en observación. Había despertado nada más llegar y estaba deseoso de salir a tomar un poco el sol, que para entonces ya entraba por la ventana a raudales. Yugi y Tea le regañaban, preocupados por su estado. Pero él solamente sabía mirar plácidamente y con una sonrisa a Yugi, cosa que aplacaba bastante al chico. Le daba la impresión de que Atem sabía que su novio había cargado con él durante una media hora, sin soltarle, hasta que la ambulancia se presentó.

Sugoroku tardó nada y menos en presentarse y no se alejó de la pareja en los dos días que estuvo Atem en el hospital. La mayoría de veces acababa escuchando todas las conversaciones de los chicos.

—Los yōkai ya no están en la ciudad —anunció Joey, para distraerles, al día siguiente—. Ya nos están metiendo prisa para que volvamos a clase.
—¿Y Kaiba? —preguntó Atem.
—Se fue ayer cuando te dormiste. Apenas dijo nada —se quejó Joey, en un intento de disimular su descontento.
—Pero se le veía afectado —añadió Tea—. Y nos prometió entradas gratis para el parque de atracciones cuando se juegue el nuevo torneo. Y le ha deseado suerte a Joey.

Esa última frase fue con todas las indirectas posibles y Joey les mandó todos a callar, saliendo de la habitación bruscamente, con la excusa de que iba al lavabo. El resto se reía de su reacción.

Cuando por fin Atem fue “liberado”, el grupo quedó en verse el día siguiente en el instituto y se separaron. Sugoroku y Yugi esperaban tener una vuelta apacible para charlar los tres, pero a la que se encontraron solos, Atem desapareció, transformado en golondrina.

—Lo necesita —dijo solamente Yugi, cuando lo vio—. Notaba sus ganas como un peso en la barriga.
—Atem es enigmático… me gusta. Qué bien que seáis pareja. Así le puedo descifrar.
—Abuelo… anda que…
—¿Qué pasa? Tranquilo, no os interrumpiré en vuestras “sesiones a puerta cerrada” para estudiarle…
—¡Abuelo!

Y Yugi supo que todo, todo, estaba en su lugar.

Notas finales:

Voy a explicar aquí al final una curiosidad: Cuando atribuí a Atem los poderes de Horus y a Yugi los poderes de Hathor (y compañía) pensé "bueno, quiero un Atem violento y guerrero (y demasiado orgulloso) y un Yugi pacificador y tranquilo". Entonces no había dado ciertas clases de mitología egipcia en la universidad, así que cuando llegué a esas clases, descubrí que Horus y Hathor son pareja, según los mitos de las ciudades de Edfú y Dendera. Allí, fueron los dioses principales y es más, tuvieron su propia procesión, el Buen Encuentro, para asegurar la protección y la fertilidad un año más.

Bueno, fin de la clase de mitología y de esta más que grata y conveniente coincidencia jeje ¡hasta el próximo capítulo!

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