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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Gracias a todos por leer! Me encanta ver notificaciones nuevas por mi fic jeje ^-^ si podéis haced algo de spam por ahí, a ver si más gente se lo lee jajaj

Os dejo sin más con el tercer capítulo jeje que se me fue un poco de las manos, la verdad sea dicha XD

Para este capítulo me inspiró mucho escuchar el disco Seventeen Seconds de The Cure y el Echos de Lacrimosa. Es que estoy muy gótico últimamente, normalmente soy más vikingo XD

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

3. El templo de Isis

 

 

 

Ese torbellino de emociones y problemas no había cesado en el cansado cuerpo de Yugi en toda la noche. ¿Cómo se suponía que podía existir un amor tan fuerte que trascendiera miles de reencarnaciones? ¿Era siquiera posible? ¿Cómo podía Atem saber que un japonés con cara de crío era su milenaria pareja, si los egipcios aunque creyeran en la reencarnación, no sabían dónde iba a caer el alma del antepasado? ¿Quién se lo había dicho? ¿Cómo demonios se había enterado él solito de lo que era?

 

Era una locura se mirara por donde se mirara. “Quizás ha hablado con Isis personalmente”, pensó. Luego lo descartó, meneando la cabeza. Era otra estupidez. Los siervos de Isis debieron descubrir quién era Atem cuando era pequeño, si lo que dijo de aprender egipcio entero era cierto.

 

Poderes. ¿Cómo podía haber convivido con esa luz extraña durante toda su vida y ni tan siquiera percibirla? En cambio, Atem levantó la mano y se armó la de los dioses, con ese resplandor y el viento repentino. Él estaba entrenado. A saber cuántos poderes tenía. Y solamente había mostrado el de transformarse en golondrina y el del viento. Al parecer el de la luz lo tenían ambos.

 

—Sabes, Isis lleva el disco solar en la cabeza en las representaciones, como símbolo de conexión con Ra, que es el Sol mismo —explicó su abuelo esa noche cuando se hubieron calmado un poco—. Significa muchas cosas. Luz, vida de todo tipo, calor… si tenéis el poder de Isis, la luz solar parece lógica.

 

—¿Entonces nuestros poderes tienen que ver con Isis y Ra?

 

—Y con más dioses, pero la lista es larga. La cuestión es que debemos averiguar más sobre tus poderes antes de mañana por la tarde.

 

Yugi se quedó un instante cabizbajo.

 

—Abuelo… ¿Cómo me puedes creer? No has visto nada, no has visto a Atem, ni a los ladrones, no puedo demostrarte nada de todo lo que te cuento… Yo…

 

—Eres mi nieto, Yugi. Debo ayudarte. Creo en ti, en tu intuición, porque…

 

—… Es la misma que la tuya, lo sé —acabó la frase el chico.

 

—No me creo que mi propio nieto sea capaz de mentirme. No tienes motivos. Te creo.

 

—Gracias, abuelo.                                                                

 

Su abuelo probó de ayudarle en todo lo que pudo hasta que les venció el sueño, pero no hablaron de amor. Yugi no se dejó, porque eso era lo único que tenía clarísimo. Estaba dentro de él, era un aura interna que percibía, era como si la luz de Isis ocupara su pecho en vez de salir a relucir como el sol. Solamente había bastado un toque de Atem con la luz de Isis para que su corazón recordara cada detalle de ese sentimiento, aunque no supiera nada de sus vidas pasadas.

 

Sí hablaron, en cambio, de mitología. Yugi explicó los poderes de Atem, y Sugoroku los clasificó como poderes solamente de Isis y de Ra. Cuando explicó que Atem llevaba dos kefresh, Sugoroku puntualizó que solamente había un dios que quisiera voluntariamente blandir un arma y fuera del bando del sol.

 

—Horus. Batalló con Set varias veces, una de ellas para vengar la muerte de su padre Osiris, que fue descuartizado y lanzado al Nilo. Set le quitó el ojo… pero Horus recuperó la vista con ese símbolo que conocemos del Ojo mágico, el Udyat, fabricado por Thot.

 

—¿Para qué me va a servir eso de Horus?

 

—Puede que Atem sea más afín a Horus por su fortaleza. Este dios es el protector de los faraones y la humanidad en su lado poderoso. Tiene diversos poderes, y el Udyat en particular es extremadamente poderoso. Cura, purifica y estabiliza el orden cósmico. Imagina si Atem tuviera un resquicio de ese poder.

 

—Entiendo… y yo ¿qué puedo hacer? No sé nada de mis poderes.

 

—Yo tampoco. Pero podemos prevenir al enemigo.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Set es el claro enemigo, siempre ha envidiado el poder de Osiris y Horus… y el eslabón débil es Isis. Por eso va a por ella.

 

—Dijiste que Set era dios del desierto, ¿no?

 

—Sí. Pero no solamente de eso. Es dios de las tormentas, de la fuerza bruta y de la guerra. Y en sitios se dice que es padre de Anubis, dios que ayudaba a enviar al otro lado a los muertos… imagina qué pasaría si él y sus sirvientes decidieran apoyar a Set, quien normalmente es responsable de todo el trabajo de Anubis.

 

—¿Me estás diciendo que podría reunir un ejército? —preguntó Yugi estupefacto.

 

—Así es…

 

—¿Cómo vamos a luchar contra un ejército entero?

 

—No lo sé… pero encontraremos la manera. No por nada Isis ha vencido siempre hasta ahora, ¿verdad?

 

Sugoroku lo dijo tan convencido, que Yugi se creyó por un rato que la victoria estaba asegurada. Pero Yugi se sentía débil e inútil en esa enorme batalla que iba a tener lugar en el templo de Isis.

 

Durante la noche, Yugi tuvo pesadillas repetidas sobre el encuentro con los seguidores de Set. Formas diversas en las que Yugi o Atem podrían haber muerto. Descansó, pero su cuerpo le decía lo contrario. Deseaba en esos momentos que realmente Isis le ayudara y le dejara dormir en paz.

 

Cuando se levantó por la mañana, su abuelo había encendido la tele, para ver las noticias donde vieron lo de los asesinatos. Podía ser que ofrecieran más datos.

 

—Abuelo… ¿pasa algo?

 

—Sí, Yugi. Han robado en el museo de ayer.

 

—¿Cómo? ¿Quién?

 

—No lo saben. Pero solamente se han llevado una cosa. La otra parte del relieve que vimos ayer.

 

Y aquello ¿qué significaba? ¿Dónde estaban todas las respuestas cuando las necesitaba? ¿Y a dónde se fue Atem? También le necesitaba a él. Se encontraba perdido. Él parecía saber mucho.

 

—Abuelo… ¿La transformación de Atem es también poder de Isis? —La pregunta no era azarosa. Atem no podría controlar esa transformación a voluntad y quería saber por qué.

 

—Sí. Pero ayer me dijiste que no pudo serlo todo el tiempo, ¿no? —Yugi asintió—. Entonces puede que Atem hiciera algo malo. Parece más bien un castigo.

 

Lo que él había pensado. Atem tampoco era del todo bueno. Su corazón se lo había dicho cuando se disponía a atacar a los seguidores de Set el día anterior.

 

En la tele salieron imágenes del robo del museo. También aparecieron las pirámides, pero no sabía qué decían. Su abuelo le hizo la traducción: Las visitas a las pirámides se suspendían hasta averiguar quién lo había hecho porque la pieza pertenecía al recinto. Ese mensaje dejó claro que era la otra parte del relieve lo que habían robado.

 

—¿No hay forma de ponernos en contacto con Atem? —preguntó Sugoroku.

 

—No. No lo sé…

 

Eso fue una llamada en toda regla. Y fue escuchada. Al cabo de unos segundos, casi como una flecha, una forma picó contra el cristal. Era Atem en su forma de golondrina.

 

—¡Atem! —saltó más contento Yugi, mientras le abría la ventana—. Mira, abuelo, es Atem.

 

La golondrina revoloteó unos instantes en su sitio, se empezó a hinchar como el día anterior y, en unos pocos segundos, ya tenían al Atem humano saliendo del tornado de plumas.

 

—¡Impresionante! —se permitió decir Sugoroku—. ¿Cuánto tiempo tienes antes de que vuelvas a ser golondrina?

 

—Vaya, está informado tu abuelo —comentó Atem, algo sorprendido, aún respirando fuerte por el esfuerzo. Yugi se disculpó con una sonrisa incómoda—. Quiero reservar energías para esta tarde, no voy a hablar mucho.

 

—¿Eres realmente el enviado de Isis? —le preguntó muy serio Yugi.

 

—Pues claro, ¿qué clase de pregunta es esa? Lo viste ayer.

 

—Entonces ¿por qué no controlas tu transformación?

 

Atem se quedó en silencio. Estuvo a punto de bajar la cabeza, pero no le gustaba mostrar sus debilidades tan fácilmente. Cerró los ojos, resignado. No podía empezar con mentiras.

 

—Cuando era más joven y mucho más insensato, pedí a Isis que me concediera más poderes físicos para poder combatir. Me confió habilidades y protección de su hijo Horus, pero a cambio me maldijo a llevar un cuerpo de uno de sus pájaros sagrados casi todo el tiempo, para poder vigilarme. También me dijo que rompería la maldición cuando conociera la paz interior y la libertad, pero no dijo si me seguiría transformando o si perdería mis otros poderes.

 

—¿Ves? Había una explicación —le apoyó Sugoroku—. Y también acertamos con los poderes de Horus.

 

—¡Qué entrometidos! —replicó sonriendo Atem, cruzándose de brazos. Estaba agradablemente sorprendido. Ese par eran astutos y buenos investigadores—. ¿Qué me delató?

 

—Tu ansia para la batalla —dijo secamente Yugi. No le gustaba que Atem tuviera esos impulsos y hubiera sacrificado parte de sí mismo solamente para conseguir más poder. Le preocupaba esa fiereza. Atem no estaba tranquilo y estaba arrastrando a Yugi con él—. El abuelo dijo que la batalla era algo de Horus.

 

Hubo un segundo de incomodidad, en el que Atem fue golpeado emocionalmente por ese desprecio a la violencia de Yugi. Debajo de esa mirada seria percibió tristeza, angustia y decepción. Yugi estaba preocupado y esperaba que él se encontrara en mejor estado, no tan en conflicto… no podía esperar menos de su dedicado amante.

 

—Supongo que no conoces tus poderes, ¿verdad?

 

—Pues no —le confirmó, fastidiado.

 

—Los sirvientes de Isis que me criaron dijeron que el otro enviado sería opuesto a mí —explicó. Estuvo a punto de llamarle “amante” o “pareja”, pero no quería poner más tensión en el ambiente. No sabía si su abuelo lo aprobaba—. Yugi, tú estás hecho para la paz. No sé cómo eres de personalidad, pero te sugiero que busques en tu interior a Isis o a alguno de sus hijos. Podrías encontrar tus respuestas ahí.

 

El pobre Yugi no supo qué decir, pero no tuvo que sufrir mucho el silencio, porque Sugoroku vio los dos kefresh de Atem y flipó un poco:

 

—¡Uooh! Están en muy buen estado, ¡cómo relucen! —Probó de levantar uno, pero lo tuvo que hacer con las dos manos, pero le costó y no aguantó mucho—. ¡Vaya! Pesan muchísimo… en teoría es una arma a dos manos, ¿cómo puedes cargar con dos?

 

—Fue cosa de Horus —contestó, sonriendo con orgullo.

 

Yugi hizo caso omiso al último comentario. Le preocupaba más lo del museo.

 

—¿Qué sabes del relieve que han robado?

 

—Los seguidores de Set probablemente lo quieran corromper en el templo de Isis, pero no me preocupa. Mientras el tuyo se mantenga puro, no pasará nada. —Esas últimas palabras las dijo con una sonrisa conciliadora que despertó unos sentimientos en Yugi que no creía existentes. Su mirada le calmó, le hizo ponerse rojo y a la vez le inspiró confianza. Era una sensación que llenaba. Pero se rompió enseguida—. Tengo que irme. Quiero reservar fuerzas y quiero abrir camino al templo de Isis para que vosotros no os encontréis con problemas.

 

De nuevo, nada más decir eso, Atem se arrodilló, doblado por el dolor de una punzada, y desapareció en el torbellino de plumas, para luego salir volando en su forma de golondrina.

 

—Caray, visto y no visto… —comentó Sugoroku, mirando por la ventana—. Qué curioso que las plumas luego desaparezcan. Bueno, no habrá que limpiar.

 

La broma le sentó bien a Yugi, porque se rio un buen rato y se relajó un poco. La visita de Atem le había hecho mucho bien, pese a toda la tensión. Atem era buena persona, él lo sabía, y no podía evitar sonreír pensando en él, mientras redescubría esos sentimientos milenarios.

 

La lástima es que ese momento de tranquilidad quedó interrumpido cuando en las noticias dijeron que unos personajes extraños estaban en las ruinas al alrededor de las pirámides. Atem había predicho que pasaría algo así.

 

—Habrá policía, periodistas, todo el mundo lo verá… ¿cómo llegaremos al templo? —se preguntó Yugi.

 

—Atem encontrará la manera. Y nosotros también —afirmó su abuelo, convencido.

 

A Yugi no le sirvió de mucho ese comentario. La inseguridad le embargaba. Y sentía que no podía hacer nada hasta que de alguna manera supiera que Atem ya había actuado. No quería detenerse… No tenía otro remedio que moverse.

 

—Abuelo —le llamó, al cabo de un buen rato—. Tenemos que acercarnos todo lo que podamos a las pirámides.

 

—¿Intuición?

 

—Sí.

 

Sugoroku no cuestionó esa decisión. Él también pensaba que era sensato, aunque algo arriesgado. Pero la intuición mandaba en la familia.

 

Se pusieron en marcha inmediatamente. Se llevaron comida para comer en el bus (que pese a todo seguía dirigiéndose hasta las pirámides) y planearon quedarse cerca, sin llamar demasiado la atención.

 

Cuando llegaron allí, encontraron lo que ya esperaban: estaba la zona acordonada, en las entradas a las ruinas desde el pueblo de al lado, con furgones blindados de la policía y también furgonetas de periodistas. Aquello estaba atestado de gente se mirara por donde se mirara.

 

—Va a ser difícil cruzar esa multitud… —comentó el abuelo.

 

Había mucha gente, sí, pero la mayoría en movimiento. Se podía ver qué había al otro lado. De hecho, Yugi atisbó a gente encapuchada andando por el templo de Isis, pero no eran como los del día anterior. El color de sus ropas era parecido al de la arena del desierto. Los seguidores de Set iban de marrón oscuro, esos no.

 

—Esos de ahí… no son enemigos —dijo sin pensar en voz alta.

 

—¿Cómo dices?

 

—Abuelo, esas personas que están en el templo son amigos. —Luego tuvo un fugaz recuerdo de cuando emitió por un segundo su propia luz. Era el mismo color que el de ellos. No era arena lo que representaba su ropa—. Llevan el color de la luz solar que Atem y yo usamos.

 

—¿De veras lo crees? —No esperó una respuesta—. Pues esto debe de ser la distracción de Atem. Así a nuestros enemigos les costará más llegar hasta nosotros.

 

—Pero nosotros tampoco podemos… —se cortó él mismo la frase.

 

—¿Yugi? —le instó a hablar su abuelo, pero él no hizo caso.

 

Yugi”. Era otro quien le llamaba. Otra. Otras. Se oían varias voces femeninas. Le llamaban todas a la vez. El desorientado joven miró por todas partes esperando encontrar a alguien que le mirara como hizo Atem cuando se transformó por primera vez, pero se encontraba solo, a parte de su abuelo. “Podemos ayudarte. Llámanos”.

 

—Abuelo. Oigo voces. Creo que son tres mujeres.

 

—¿Qué te dicen?

 

—Que me pueden ayudar. ¿Serán diosas?

 

Sugoroku se quedó pensando. Le sonaba mucho eso de las tres diosas, pero no recordaba exactamente de qué. Miraba al vacío y a Yugi intermitentemente para encontrar respuesta, pero tuvo que dejar eso para luego: Yugi estaba haciendo de las suyas de nuevo, siguiendo su intuición. El chavalín pelopincho estaba caminando como perdido, por la calle. Buscaba algo sin mirar a ninguna parte. Probablemente seguía a las voces de las diosas.

 

—¿Yugi? —Era la segunda vez en poco rato que preguntaba.

 

Entonces él se dejó caer de rodillas justo en el borde de la acera, a unos pocos metros de la enorme multitud. No pensó en si alguien le veía actuar de forma tan rara. Tanto él como Sugoroku vieron cómo la luz empezaba a hacer acto de presencia en los límites de su cuerpo, como un aura, igual que el día anterior. Lo único que hacía Yugi era dejarse llevar. Cuando vio esa luz, alargó una mano al vacío, y de ese vacío apareció el rostro difuminado de una vaca.

 

—Abuelo… ¿lo puedes ver? —preguntó Yugi, algo abstraído.

 

—Sí, sí puedo… pero el resto creo que no.

 

—Sólo pueden los que lo desean —dijo una de esas voces femeninas que oía Yugi. Era suave pero firme. Y Sugoroku también pudo oírla.

 

La vaca empezó a cobrar una forma entera. Lo primero que alcanzaron a ver abuelo y nieto fue un disco solar, que emanaba una tibia luz, sostenido por sus cuernos. Sugoroku se arrodilló al lado de Yugi para disimular hacia dónde miraba, pero estaba tan asombrado como su nieto.

 

—Ya sé quiénes sois —dijo solamente él.

 

—Joven Yugi… veo mucho amor en tu corazón. Felicidad. Inocencia. Recibirás mi bendición. Usa parte de mi poder con cautela.

 

La vaca empezó a emitir más y más luz hasta que cegó a Yugi, a la vez que notaba cómo un calor reconfortante y una paz interna se sumaban a todo lo que ya sentía. Cuando abrió los ojos, no tenía una vaca delante, sino un gato.

 

—Un… ¿gato? —se preguntó Yugi, sin ninguna pizca de desprecio, solamente pura curiosidad.

 

El gato se lo miró con confianza, sentado en el asfalto. Su pelo de color marrón suave y liso soltaba un aroma que relajaba mucho a Yugi. Se quedaron unos segundos así, en silencio, y entonces el gato empezó a caminar hacia la multitud a un paso relajado. Conforme se acercaba, toda la gente se giraba y miraba tanto al gato como a Yugi y a Sugoroku. Saludaban, acariciaban al gato, sonreían, y de repente había una multitud contenta y animada hablando como si nada pasara. Parecía que en cualquier momento fueran a poner música y a montar una fiesta ahí mismo. Incluso la policía que vigilaba que nadie entrara se comportaba así, y no tuvo ningún reparo en dejar pasar al gato y a sus acompañantes en el recinto de las pirámides.

 

Cuando ya estuvieron algo lejos de la multitud y pudieron hablar con tranquilidad, Yugi pidió la explicación de todo aquello:

 

—¿Has visto? De repente todos estaban tan felices y relajados… ¿Qué ha pasado? —preguntó, atónito.

 

—La vaca de antes era una diosa. Supongo que por lo del disco solar era evidente. Era Hathor, diosa del amor, la alegría, la música y la belleza. Pero no solamente eso. Hathor tiene dos “alter ego”. Uno de ellos es el que tienes delante.

 

—¿Un gato?

 

—Sí, la diosa Bastet, diosa de la protección, el hogar, las ganas de vivir, la armonía y la felicidad.

 

—Por eso toda esa gente se ha comportado así ante su presencia… Ella lo transmite allá por donde va —reflexionó Yugi, mirando a la encarnación de Bastet, quien ni se molestó en aguzar el oído—. ¿Y el otro “alter ego”?

 

—Es su opuesto. Se llama Sejmet, y tiene forma de leona, o de humana con cara de leona. Es como Set, caos, fuerza bruta, violencia, el enfado, pero al ser hija directa de Ra, consagró su existencia a la protección del sol. Por eso también está de nuestra parte.

 

—Así que… ¿he recibido una bendición triple?

 

—Pues sí. Y, ¿sabes qué te digo? Que podrías invocar más poderes que únicamente a la diosa triple. Quizás sus animales también estén de tu parte, porque Sejmet sabe de magia.

 

—Entiendo…

 

Anduvieron un rato en silencio, siguiendo a esa Bastet en diminuto, fascinados por tales muestras de poder y magia por todas partes. De vez en cuando giraban la cabeza y miraban al pie de una pirámide pequeña, donde estaba el templo de Isis, muy deteriorado. Allí había cinco personas esperándoles.

 

—Bienvenidos —dijo uno de ellos, primero en inglés y luego en egipcio antiguo, cuando llegaron. Tenía la cabeza agachada, así que no se le veía del todo bien. Pero cuando levantó la cabeza…

 

—¡Eres tú! —exclamó Yugi, que inconscientemente hablaba egipcio antiguo. Su abuelo estaba más bien perdido, pero se imaginaba de qué hablaban—. Tú me vendiste el relieve. Pero… estabas…

 

—No. Fingí mi muerte. Sabía que vendrían a por mí. Ni siquiera Atem supo qué pasaba hasta hace un rato.

 

—¿Atem ha estado aquí?

 

—Se ha ido a distraer a los seguidores de Set hace un rato. Debería volver en poco rato —explicó con toda la calma del mundo—. Me llamo Asim. Déjame el relieve, vamos a invocar a Isis.

 

Yugi le dio el relieve (que como siempre estaba en su bolsa) y, de mientras, Asim explicó en inglés a Sugoroku toda la conversación. Yugi se miró a los otros cuatro seguidores de Isis. Estaban en perpetuo silencio, en calma, moviéndose despacio. Estaban tan relajados, para saber que se iba a producir una batalla…

 

El relieve fue colocado en un hueco oculto entre las ruinas del centro sagrado del templo, bajo una columna caída. Allí, los cinco seguidores se pusieron en semicírculo (porque no había mucho espacio) y empezaron a meditar, o algo así, en silencio. Abuelo y nieto esperaron alguna acción, pero solamente oyeron balbucear suavemente unas palabras.

 

El aleteo de un pájaro distrajo a Yugi. Se dio media vuelta y allí estaba Atem, con su porte firme, como siempre. Iba vestido casi igual que los seguidores, pero los pantalones, o lo que fueran, le llegaban hasta las rodillas solamente.

 

—¡Habéis pasado! Sabía que lo lograríais —se alegró Atem, abrazando a Yugi de sorpresa.

 

—He-hemos recibido ayuda —comentó Yugi, recomponiendo sus emociones, y acariciando a la encarnación de Bastet, que seguía impasible a su lado.

 

—Veo que te has encontrado con tus poderes. No me los cuentes, quiero que sea una sorpresa —dijo con cara de travieso. Luego explicó su desaparición—. He perdido a los siervos de Set en el desierto. Es su terreno, en cuanto se ha levantado una nube de polvo me he tenido que retirar. Vendrán por el sur, es todo llano, les veremos.

 

—¿Cuánto tiempo tienes en esta forma? —preguntó Sugoroku en inglés.

 

—El que quiera, siempre y cuando se lo pida antes a Isis y a Horus.

 

Y eso se fue a hacer. Se apartó un poco del resto y empezó a balbucear también, con la diferencia que él empezó a emitir esa aura débil de luz solar. Sugoroku y Yugi salieron del recinto del templo, se sentaron en uno de los muros y miraron al sur, al desierto.

 

—La calma antes de la batalla es aterradora… —soltó Sugoroku.

 

—Bueno, pero va a ir bien. Tenemos muchísima ayuda, más de la que esperaba —sonrió Yugi, acariciando al gato, que esta vez respondió muy agradecido.

 

Al cabo de un rato, cuando ya empezaba a menguar la luz del sol, Atem salió de su trance y se acercó a Yugi, que en ese momento estaba sentado solo, oteando el horizonte. Simplemente le cogió de las manos, se puso delante de él para levantarlo, y posó su barbilla en la cabeza de Yugi, sonriendo apaciblemente. Yugi enrojeció, pero se sintió muy tranquilo y en harmonía. Nunca había sentido ese tipo de amor por nadie, así que era un novato… pero ahora lo sentía y se dejaba guiar por él. Le apretó las manos como respuesta y luego le abrazó con firmeza.

 

—Cuando todo esto acabe, redescubriremos el amor juntos —le dijo Atem, leyéndole el pensamiento—. Quiero vivir contigo.

 

Yugi se estresó por un instante, intentando encontrar una respuesta o siquiera intentar rebatirle su decisión diciéndole que Egipto era su casa, pero… Yugi oía los latidos del corazón de Atem y se habían acelerado. No iba a dar marcha atrás con su decisión. Sonrió, más relajado.

 

—Haré lo que sea para que se cumpla —dijo como respuesta.

 

Se quedaron así por unos instantes, escuchando el silencio, pero un fuerte viento les alteró al cabo de nada. No era un viento normal.

 

—Chicos… se acerca una tormenta de arena —les avisó Sugoroku.

 

—Son ellos.

 

Ahora solamente podían esperar a que se dieran a conocer con toda su fuerza.

Notas finales:

Pliiiis, comentad, que a los autores nos hace mucha iluuuu! :3


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