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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Hola-holaaaaa! Espero que os guste la batalla final! jeje también se me ha ido algo de las manos, pero es ligeramente más corto que el capítulo anterior jeje disfrutadlo!


Música: como este capítulo no es tranquilito precisamente, me he puesto música de batalla jeje el disco Voimasta Ja Kunniasta de la banda Moonsorrow, aunque como siempre Lacrimosa (el disco Hoffnung) tuvo algo que ver también jeje


Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

4. En los dominios de Set

 

Yugi y Atem se quedaron mirando la tormenta de arena. Parecía más bien un tornado, dependiendo de cómo se miraba. Se acercaba despacio, pero amenazaba con cubrir toda la zona arqueológica. Y no era pequeña.

Los sirvientes de Isis frenaron sus plegarias para aconsejar a Sugoroku que se uniera a ellos, pues el sitio donde estaban rezando estaba resguardado precisamente del viento y la arena que proviniera del sur.

—Dejemos que los enviados luchen por nosotros. A cambio, nosotros les ayudaremos a encontrar a Isis —dijo con calma Asim.

—¿Y yo qué hago?

—Tener paciencia y creer en tu nieto. Eso sirve mucho más de lo que te puedes imaginar.

Sugoroku se quedó quieto por unos instantes. Luego miró a su alrededor. Todas las ruinas… podrían quedar tapadas de nuevo por la arena. La tormenta aún quedaba lejos. Si podían llegar hasta la Esfinge, por lo menos (que era lo más grande cerca, directamente al sur)…

—Debemos movernos. La batalla no se puede producir aquí.

—No. Hay que proteger el relieve. No sabemos que trucos usará Set.

Sugoroku reflexionó un segundo y luego caminó hasta Yugi y Atem con prisas.

—Debéis ir hasta el desierto, más allá de la Esfinge. Hay que proteger las ruinas.

Atem se quejó, pero Yugi lo entendió enseguida. Miró al gato, que no había dejado de estar a su lado en todo el rato, y le pidió amablemente:

—¿Crees que me podrías llevar rápidamente hasta la Esfinge?

Como toda respuesta, el gato saltó de la piedra donde estaba descansando y en pocos segundos creció hasta convertirse en una leona más grande de lo habitual. Ella le hizo una seña para que se subiera y Yugi le dio las gracias con una sonrisa adorable de las suyas, mientras le acariciaba el lomo.

—Haces bien —le dijo Atem, antes de convertirse en golondrina—. Quién sabe cuándo Bastet se convertirá en Sejmet.

—No le hagas caso, está celoso porque eres más grande que él —bromeó Yugi con la leona. Aunque él tampoco tenía claro si ahora era Sejmet por ser leona o Bastet por estar calmada.

Cuando Yugi se hubo acostumbrado bien, la leona se lanzó a perseguir a Atem por tierra, mientras éste inspeccionaba una buena zona para la batalla. En un periquete se encontraban delante de una pequeña llanura arenosa, delante de la Esfinge. Desde allí no se podía ver tan bien la tormenta, porque un cementerio moderno les tapaba bastante la visión, pero había espacio de sobra pasara lo que pasase.

—Ya están cerca —dijo Atem cuando se volvió a transformar en humano—. El viento es mucho más fuerte ahora. Necesitamos a Isis.

—¿Cómo podemos hacer que nos ayude?

—Asim y el resto están en ello. Esas plegarias no se lanzan al azar —le dijo mientras guiñaba un ojo—. Deben de estar a punto de acabar.

La tormenta de arena ya impedía ver todo lo que no fuera lo que había a espaldas de los enviados. Una pirámide ya no era visible, y la de Kefrén empezaba a desaparecer también. Tampoco el cementerio moderno, ni la ciudad a su izquierda.

—¿Notas eso? —le preguntó Atem—. Esta tormenta no es normal. Set ha usado uno de sus trucos.

—¿Qué quieres decir?

—Set y sus seguidores pretenden llevarnos al desierto con su magia. Allí Isis no podrá ayudarnos… si no se presenta antes de que aparezcan los enviados de Set.

—Pero tenemos a Sejmet y tus habilidades otorgadas por Horus… ¿no?

—Si no tenemos contacto con Isis, las perderemos. Y en el desierto de Set, aunque haga sol, Isis no tiene ningún tipo de poder. Solo podemos confiar en Asim ahora.

Yugi miró preocupado hacia el templo de Isis, que quedaba oculto por la Esfinge. Entonces vio algo raro: había un pequeño foco de luz proviniendo de allí.

—A-Atem… ¿Eso es…?

Él se giró, pero no dijo nada. Solo vio con la boca abierta y ojos desorbitados lo que estaba seguro que ni ellos ni nadie más en el mundo volverían a ver en milenios. La diosa Isis en persona. Incorpórea, transparente, apenas unas líneas de luz formando su silueta bien detallada, pero suficientemente poderosa para mostrarse tan alta como la pirámide de Kefrén. Sus pasos gigantes tocaban el suelo como si sus pies fueran de verdad y dejaban huella en la arena. Isis se detuvo unos metros detrás de sus enviados y miró hacia la tormenta: ya estaban dentro.

—¡Ola de arena! —gritó Atem, advirtiendo a Yugi y a la leona para que se protegieran.

Set había lanzado sus más fuertes vientos para azotar con arena a sus enemigos, pero al parecer no se había dado cuenta de que Isis también se había presentado, pues, cuando no podían mirar sus enviados, la diosa levantó la mano con fiereza (levantando de paso una de sus alas de milano) y la arena se levantó en columna justo delante de los chicos, como un enorme muro.

—Uau… —dijo asombrado Yugi, cuando los tres se dieron cuenta de que la arena no llegaba. Luego la arena empezó a tomar una forma—. ¿Qué es eso?

—Isis no es la única que se ha presentado físicamente —explicó Atem, con un deje de desprecio.

Una parte de la arena rodeó a todos los presentes, incluida Isis, convirtiendo la tormenta en un tornado bien cerrado, y la otra parte formó un cuerpo humano de arena con cabeza de animal… un cerdo hormiguero. Ese era el rostro de Set. A sus pies, estaban sus seguidores, que eran los cuatro asesinos que Yugi y Atem ya habían conocido.

—Has llegado tarde, hermano —vociferó Isis. Su voz era femenina pero a la vez potente, ruidosa y con un eco cavernoso que ensordecería a cualquier humano normal—. Mis seguidores han llegado antes que tú. Esta batalla está perdida par ti, de nuevo.

—Esto no ha hecho más que empezar —tronó su hermano Set, con el mismo tipo de voz—. Acabáis de entrar en mi reino, el desierto. Tu poder es menor y yo estoy en casa. Como más tardéis en salir del desierto, más se extenderá el caos en el mundo. Y no pienso permitir que salgáis.

La tormenta frenó, perdió fuerza muy rápidamente. La arena cayó despacio y se extendió por la llanura, revelando lo que Set ya había advertido: ya no estaban en Guiza. Allá donde miraran Yugi y Atem solo veían dunas, desierto, arena, ni ruinas, ni ciudad, ni pirámides.

—Set… ¿se ha ido?

—No —negó con furia Atem—. Peor. Nos ha dejado un regalo de bienvenida.

Set se había fundido con su propio terreno y no estaba físicamente, pero detrás de su enorme cuerpo arenoso había dejado una buena protección a sus súbditos.

—¿Qué son? Hay muchos… Son todos negros… —se iba fijando Yugi, entrecerrando los ojos—. ¡Espera! ¡Están armados!

—Son los siervos de Anubis, chacales guerreros con cuerpo de hombre. Huelen la muerte y el miedo igual que su dueño. Set debe haberse ganado la confianza de Anubis de alguna manera.

Yugi miró a su alrededor. Y como más miraba, más chacales veía que les estaban rodeando. Había centenares. ¿Eso era lo que habían conseguido los seguidores de Set, robando el otro fragmento del relieve? Algo le decía que lo habían corrompido de alguna manera y que la solución era recuperarlo. Tenía esa corazonada. Pero no sabía si Atem la compartiría.

—He escuchado lo que piensas —dijo Atem, mientras veía acercarse a los siervos de Anubis por todas direcciones—. Es nuestra única opción por ahora. Pero hay que cubrirnos por todos los lados. No pueden hacerle nada a Isis, pero a nosotros nos pueden destrozar. Necesitamos ayuda.

Yugi asintió y empezó a pensar en algo, mirando a Sejmet, que estaba tranquilamente sentada en la arena. Ella tendría la respuesta. Aunque se preguntaba por qué Isis no les recomendaba hacer nada.

—Isis nos mantiene en contacto con ella con su poder, ¿verdad?

—Es lo que creo —respondió Atem—. Está concentrada en otorgarnos todo el tiempo posible.

—A ella no le podemos pedir más. Pero a Sejmet sí.

—¡Uoh! —Se sorprendió Atem. Pero no era por lo que había dicho Yugi—. Pues más vale que se lo pidas rápido, ¡tenemos un problema!

Yugi levantó la cabeza una vez más. Los chacales habían frenado lo justo para darse impulso para lanzar millares de jabalinas. Se quedó bloqueado de miedo.

—Son armas malditas —tronó Isis, con calma y ese eco ensordecedor.

Yugi no entendió pero, al parecer, Atem sí. “Entonces es cosa mía”, dijo para sus adentros. Él sabía concentrar la energía de Isis lo suficientemente rápido para prevenir ese ataque. Alzó sus brazos iluminados y gritó a pleno pulmón:

—¡Horus, Señor del Cielo, protector de Egipto! ¡Concédeme la magia del Udyat!

Un halcón graznó a lo lejos, aunque Yugi no vio pájaro alguno.

—Tu plegaria ha sido escuchada —dijo Isis, sin moverse un pelo en su forma luminosa.

El aura luminosa de Atem se expandió en cuestión de un segundo, cubriendo bajo una cúpula lleno de signos del ojo de Horus a los protegidos de Isis, en el momento justo en que las jabalinas iban a caer encima de ellos. Todas se desintegraban en contacto con el poder del Udyat, sin dejar rastro, y la cúpula de luz no recibía un solo arañazo.

—¡Date prisa! ¡Pierdo mucha energía usando el Udyat!

Yugi salió con nervios de su asombro por la cúpula y volvió la cabeza de nuevo a Sejmet, que estaba en la misma posición, algo más cerca de la luz de Isis, que no se sabía muy bien dónde empezaba.

—Me temo que no voy a poder resolver este problema con amor y mi bondad, Sejmet. Ojalá pudiera. Por favor, tienes que ayudarme a defenderme. Solamente necesito llegar hasta el relieve…

La leona gigante le miró a los ojos, agachando un poco la cabeza para estar a su altura. Yugi sintió temor al tener a una diosa con esa forma violenta mirándole, pero no desvió la mirada un segundo. Estaba decidido. Como consecuencia, la leona empezó a gruñir, retrocedió un par de pasos y empezó a cambiar su forma: sus patas traseras se convirtieron en piernas, su cuerpo peludo en el cuerpo de una mujer, cubierto por una ropa fina blanca y, aunque su cabeza mantuvo la forma de leona, salió un aro de luz en su cabeza. El mismo símbolo del sol que había visto en Hathor. Además, su tamaño casi igualaba al de Isis.

—Quieres el relieve y lo tendrás, joven Yugi. ¡Vamos a sembrar el caos!

Atem se giró, asustado por la potencia y violencia de esa voz, para encontrarse con la diosa en todo su esplendor, rugiendo a los cielos, con los ojos emanando la luz de Isis. La cúpula desapareció para ser substituida por un montón de elipses de luz que rodearon tanto a Sejmet como a los enviados.

—¡Que la naturaleza del Nilo guíe nuestra victoria! —clamó Sejmet.

De todos los elipses empezaron a salir criaturas de todo tipo en todas direcciones: pájaros como ibis, flamencos, gaviotas, halcones. Luego salieron leones y leonas, hienas, guepardos, cebras, gacelas de todo tipo, caballos, toros enfadados. Poco a poco los animales que iban saliendo eran más grandes, pues salieron hipopótamos, elefantes y rinocerontes embistiendo en dirección a los siervos de Anubis. Al final, salieron unos escarabajos gigantescos, más grandes y más rápidos que cualquier rinoceronte, con unas pinzas que podrían atrapar a dos o tres chacales a la vez.

Era una explosión de naturaleza que Yugi estaba admirando como un niño. Además, toda esa fauna tenía la aureola solar de Isis y los suyos. Quería decir que estaban protegidos por la misma diosa. Eran seres mágicos.

—Hora de entrar en batalla —dijo con confianza Atem, desenvainando sus kefresh, mientras baja la cabeza—. Hasta tenemos montura.

Yugi se giró hacia Sejmet de nuevo, para ver que volvía a ser la leona descomunal de antes. Y se estaba ofreciendo para llevarles a la batalla.

—No tenemos mucho tiempo. Los chacales son muy resistentes, no sabemos cuánto aguantará la fauna de Sejmet —apremió Atem a Yugi, cuando subieron—. ¡A por ellos!

Sejmet salió disparada hacia los seguidores de Set, alcanzando en unos pocos segundos a sus escarabajos (que iban detrás del todo como apoyo) y se abrió paso hasta alcanzar a los elefantes y los rinocerontes, que ya estaban arrollando a los primeros chacales.

—No podemos pararnos a luchar con ellos —dijo Atem, mientras acuchillaba a todos los enemigos que podía. Aunque no brotaba sangre de esas heridas—. Hay que llegar lo antes posible a los seguidores de Set.

—Seguro que los animales distraerán a los chacales —dijo Yugi, acariciando el lomo de Sejmet, en señal de agradecimiento.

En medio del tumulto, la leona avistó a los seguidores de Set, rodeados de chacales, que estaban subiendo a una pequeña duna que se deshacía por momentos, por el temblor de la estampida. Uno de ellos se giró de cara a los jinetes.

—¡Nosotros también tenemos trucos bajo la manga!

El temblor se intensificó y un montón de dunas se deshicieron al instante para revelar a unos enormes escorpiones, listos para atacarles.

—Los escarabajos —le susurró Yugi a Sejmet, en un momento de lucidez estratégica. La diosa leona rugió, frenando en seco y mirando atrás y, casi al instante, los escarabajos cercanos acudieron en su ayuda. Yugi sonrió—. Tú y yo seremos buenos amigos.

Los escarabajos cargaron contra los escorpiones, pero éstos eran más, así que Atem saltó del lomo de Sejmet para unirse a la batalla. Yugi se giró, sorprendido y asustado por perder entre la nube de polvo y las bestias a su amado.

—¡Estaré bien, Yugi! ¡Horus me protege! —le gritó Atem instintivamente, mientras ya empezaba a destripar al primer escorpión—. ¡Recupera el relieve!

Eso último ya casi no lo oyó. Sejmet no había aminorado un ápice de su velocidad para ver qué pasaba con Atem. Seguía esquivando a chacales sin parar, ayudada por los rinocerontes y elefantes y, de hecho, ya casi tenían a tiro a los seguidores de Set y los pocos escorpiones libres que montaban.

—¡Salta! —ordenó Yugi.

Sejmet pegó un bote enorme que le permitió morder la base del aguijón de uno de esos escorpiones. El animal frenó en seco y chirrió de dolor, lo que provocó la caída del jinete que lo montaba. Los otros escorpiones se detuvieron para defender a su compatriota, pero se libraron de sus jinetes y huyeron cuando vieron que Sejmet y dos elefantes se abalanzaban sobre ellos. El primer escorpión quedó chafado por las enormes patas de los elefantes y los otros animales que venían detrás.

—Dadme el relieve —les dijo suavemente Yugi, desmontando de la leona. Ella gruñía furiosa.

—¡Ni hablar! —dijo asustado el que lo llevaba, mientras ayudaba a sus tres compañeros a recuperarse—. ¡Aún podemos luchar! ¡Set gobernará en el Nilo de nuevo!

—Espera —detuvo Yugi a Sejmet, que empezaba a perder la paciencia, como era habitual en ella. Ella se calmó un poco, pero los de Set sacaron sus cuchillos—. No voy a pelear contra vosotros. Estoy cansado de tanta guerra. Sólo quiero la paz y la verdad.

—No digas… tonterías… —balbuceó el de siempre.

Algo les frenaba de lanzarse a atacar. Miraban a Yugi y eran incapaces de acercarse. Su piel empezaba a relucir como si estuviera bañada en oro, brillaba con luz propia. Pero no cegaba. Era una luz bondadosa y calmada. Como el del sol por la mañana. Los cuatro acabaron arrodillándose, indefensos, incapaces de hacer daño a nadie. Esa era la bondad y el amor que desprendía Yugi, gracias al poder de Hathor e Isis. El enviado de la diosa se arrodilló al lado del que siempre hablaba y le puso una mano en el hombro.

—Mi abuelo siempre me ha contado historias sobre Set, gran dios del desierto, que luchaba codo con codo con Horus para defender la barca solar, para que cada día saliera el sol. No somos enemigos. Vuestro fanatismo ha vuelto violento a Set, pero si rezáis por él como el dios protector que es, os perdonará igual como yo hago ahora.

Los cuatro se quedaron estupefactos, por la presencia de Yugi y por sus palabras. Claro que sabían todo eso. Pero habían dejado que la mala fama de Set les pusiera en contra del resto de dioses.

—Lo sentimos mucho…

Uno de los cuatro seguidores sacó el relieve de la bolsa y se lo dio a Yugi, sin mediar palabra. En el relieve se habían marcado unos símbolos encima de los pocos originales. Tenían que ver con Set, y lo alababan como un dios malvado. Ese cántico violento era el que había provocado la batalla. Pero en manos de Yugi parecía que esos grabados se difuminaban. Sólo necesitaban un empujón para desaparecer.

—Estas palabras ya no son escuchadas por nadie… han perdido su función —dijo, pasando el dedo por encima—. Desapareced.

Los grabados se convirtieron en arena en un destello de luz breve y desaparecieron. Yugi tuvo entonces un escalofrío. La batalla seguía y Set no se rendiría, pese a que sus sirvientes sí lo habían hecho.

—¡Atem! —gritó Yugi—. ¡Por favor, debemos volver con Isis!

Se guardó el relieve, montó en Sejmet, que estaba lista para correr de nuevo, y se fueron a por Atem.

Le encontraron rodeado de chacales, con dos escarabajos muy magullados protegiéndole. Sejmet abrió paso con los pocos elefantes que quedaban y Yugi agarró el brazo de Atem para subirlo al lomo de la leona.

—¡Gracias, Yugi! Lo estaba pasando mal.

—Hay que volver con Isis. Solamente ella puede acabar la batalla.

Pero había un problema. Los chacales serán muy superiores. Estaban acabando con la fauna de Sejmet y estaban cerrando filas al alrededor de Isis. Llegar allí era casi imposible.

—Atem, mira eso —le avisó, mirando a su izquierda.

—Es Set —dijo Atem cuando vio un tornado acercarse a Isis, en la lejanía—. Va a solucionar en persona todo esto. Hay que llegar antes que él.

—¿Cómo? Isis está rodeada…

—Pero solamente por chacales —sonrió, triunfante—. Dame el relieve.

Yugi le hizo caso, golpeado emocionalmente por esa confianza repentina. Cuando pensó que era eso lo que Yugi había hecho con los seguidores de Set, entendió su posición.

Atem lo cogió, saltó del lomo de Sejmet una vez más y en el proceso se convirtió en golondrina. Salió volando por encima de las cabezas de todos los animales de la batalla a una velocidad que no creía posible para un pájaro tan pequeño.

Y se convirtió en una carrera. Atem (agarrando con sus patas el pesado relieve) contra Set. Chacales y pájaros de Sejmet impidieron el avance de ambos, pero Set simplemente les hacía volar por los aires y Atem era suficientemente ágil para esquivar cualquier ataque de los siervos de Anubis.

—No llegarás —tronó la voz de Set. Estaba ya muy cerca—. El relieve es mío.

El viento era demasiado fuerte para Atem. Acabó por chocar contra el suelo y se transformó en humano, bastante magullado, pero para su alegría estaba a unos pocos metros del cuerpo luminoso de Isis. Luchó contra el viento de Set con todas sus fuerzas, hasta que tuvo que cerrar los ojos por la arena y perdió la noción del espacio.

De repente, el viento frenó en seco. Se encontraba casi cubierto de arena. Pero su mano, con el relieve, estaba brillando con la luz de Isis. Había llegado. Se desenterró y miró al cielo. Isis estaba frente a frente con Set.

—Hermano. Por favor. Ya ha acabado. Vuelve en ti. —Isis hablaba a su hermano como si hubiera sido poseído—. Tus seguidores han acabado con esto.

—Hermana… —dijo, con voz algo aturdida.

Entonces todo empezó a desaparecer. La forma de arena de Set, los chacales, los animales de Sejmet que quedaban con vida, el desierto… incluso Isis se desvaneció. De repente, se encontraba cerca de la Esfinge de nuevo. Yugi, Sejmet y los seguidores de Set estaban tan solo unos metros más allá. Todos se acercaron corriendo a Atem.

—¡Atem! ¿Cómo estás? —le preguntó Yugi entre lágrimas.

—Tranquilo, me recuperaré de esta… ¿Qué ha pasado con todos?

—Set ha decidido acabar con la batalla —explicó el seguidor de Set que siempre hablaba—. Se ha llevado a los caídos para que Anubis y Osiris los cuiden.

—¡Tú! ¡Te voy a…! —Pero fue frenado en seco por Yugi—. ¿Pero qué haces? ¡Son nuestros enemigos!

—No, no lo son. Ya no. Solamente rezan a otro dios del mismo Egipto en el que tú crees.

—Así es —dijo una voz a sus espaldas. Era Asim. Venía con Sugoroku y el resto—. Este era el objetivo real de todos estos acontecimientos. Se debía restaurar el orden natural. El equilibrio de fuerzas.

—Pe-pero… yo… —balbuceó Atem, quien siempre había entendido esta eterna batalla como blanco y negro.

—¡Abuelo!

—¡Yugi! ¡Estoy tan orgulloso de ti…!

Entre ellos dos se escurrió un gato muy mimoso, que había sustituido a una leona feroz. Yugi cogió la gata y ésta, muy feliz, se dejó acariciar por Sugoroku, mientras irradiaba un aroma de paz y serenidad.

 

Notas finales:

Parece que esto es el final, pero faltan algunas cosas que cerrar jeje habrá 5o capítulo :P


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