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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

MUAAHAHAHAHAHA MENTÍ!!! Os doy la bienvenida al inicio de la segunda parte de esta historia, ambientada esta vez en Japón jeje va a ser igual de fantasioso que la primera parte, claro está jeje

¡Esperad con ansias los próximos capítulos!

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

6. Interludio – Adaptación

 

Yugi se despertó en un rincón de la cama, con un brazo colgando. El sol le daba en la cara y tuvo que girarse de espaldas a la ventana para evitarlo. Se estaba achicharrando. Y en ese giro, dejó caer el brazo y topó con algo duro. Confundido, abrió los ojos con esa dificultad “legañosa”.

—¿Qué…? ¡O-oh!

Atem estaba boca arriba, durmiendo con la boca entre abierta. El golpe ni le había inmutado. Yugi enrojeció al instante porque recordó todo lo que había ocurrido la noche anterior. Por un segundo había creído que había sido un sueño… ¡y unos huevos! Aún había rastro de las manchas en la cama de… de… Yugi quiso desaparecer en aquel instante. No se imaginaba a su abuelo cogiendo las sábanas para lavarlas y encontrar la mancha. O peor: sí lo imaginaba. “Oh, ¿qué es esto? ¡Vaya! ¡Este par de tortolitos han estado haciendo travesuras nada más llegar Atem!”. Algo así diría. Y lo más probable era que lo dijera a gritos para que se le oyera.

—Por todos los dioses… —soltó en voz alta el pobre Yugi.

Curiosamente, fue entonces cuando Atem se removió en su sitio y despertó, reclinándose sobre sus brazos.

—¿Ya es de día? Qué rápido… ¿te ocurre algo?

—N-no, nada, nada que no se pueda arreglar.

Atem sonrió por la timidez de su chico y, con los ojos aún entrecerrados, abrazó a Yugi por la espalda. Éste se sorprendió por un instante, pero en seguida sonrió también y se relajó. Notar la barbilla de Atem en su hombro y su pecho en su espalda le hacía sentirse rodeado de amor, dulzura, tranquilidad… era como soltar a tres o cuatro “Bastets” en la habitación, con ese aroma que desprendía la diosa.

—¿Yugi? ¿Te has despertado? ¡Es hora de desayunar! —Adiós, Bastets…

La voz de Sugoroku rompió el hechizo, pero por suerte no se le ocurrió subir hasta la habitación. A veces lo hacía.

—Vamos, hay que darle la buena noticia, ¿no? —le animó Atem, levantándose de golpe, con energía.

—Sí, supongo que no hay más remedio…

—Pero tienes que decirlo tú.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Hombre, no puedo hacer una aparición sorpresa, quedaría raro.

En otras palabras, Atem quería ver cómo su novio se fundía de la vergüenza presentando al egipcio bajando de las escaleras. El troleo era intenso. Aunque también tenía razón, no podía aparecer Atem en la cocina hablando un inglés con acento marcadísimo y sin dejar reaccionar al pobre Sugoroku.

Yugi tragó saliva y abrió la puerta.

—¡Abuelo, Atem ya ha llegado! —Lo dijo tan de carrerilla, que dudaba que su abuelo hubiera entendido nada.

—¿¡No me digas?! —gritó, con ese eco que caracterizaba la zona de la cocina—. Pues tráelo, tontaina, ¡que no entenderá lo que dices!

Yugi miró a Atem y se dio cuenta de que lo había dicho todo en japonés, así que Atem no se habría enterado de nada. De hecho, le miraba entre expectante e interrogante. Una cara más corriente en Yugi. Éste le cogió del brazo y tiró de él, sin decir nada, bajando las escaleras y llegando hasta la cocina.

—¡Atem! ¡Por fin has llegado! —dijo Sugoroku en inglés. Por lo menos tanto él como Atem tenían ese inglés entendible e imperfecto. Yugi empezaba a pillarle el truco también—. Ya empezaba a preocuparme que no encontraras el camino.

—La luz de Yugi siempre se puede encontrar, es como un faro —sonrió Atem. Yugi no entendió, y menos mal, porque le hubiera resultado divertido a su abuelo ver cómo se moría de la vergüenza por el cumplido.

—¡Qué bonito! Hacéis una gran pareja, si se me permite decirlo —sonrió de vuelta.

Atem se puso rojo, miró a Yugi y fue como ver a un camaleón cambiar de color a través de dos personas, porque el menor se puso blanco (esta vez sí había entendido) y luego se mimetizó con el rojo de Atem. Sugoroku no pudo evitar echarse a reír.

—Vamos, vamos, no hay para tanto… anda, sentaos y comed. Debéis estar hambrientos, con lo tarde que es…

—Gracias por tu hospitalidad, em…

—“Abuelo” —le aclaró, en japonés. Luego volvió al inglés—. Me puedes llamar igual como me llama Yugi. Al fin y al cabo, realmente lo voy a ser, ¿verdad?

Camaleón, segunda parte.

*  *  *

Durante los siguientes días, como una semana, fueron apareciendo preguntas, dudas, planes y, por encima de todo, el viaje de Atem. Eso fue lo que reinó durante el primer día. Tuvo que contarlo dos veces, por el escollo de la lengua, pero no le importó. Yugi tuvo preferencia, cuando estuvieron en la habitación de nuevo:

—Al principio estaba muy perdido. Isis me había dicho que interpretara mi camino, tú me dijiste que podía disfrutar volando, Asim me había liado con sus acertijos… no sabía qué hacer. Simplemente me dedicaba seguir volando. Pero como seguías en Egipto, miraba atrás y sentía tu presencia… Quería ir hacia allí. —Hizo una pausa, en la que Yugi se puso algo tierno por el detalle, pero no le dijo nada—. Pero un día sencillamente cambiaste de lugar, supongo que porque volviste a casa, y tu atracción era más débil. Así pude concentrarme en otras cosas. Empecé a ver el cielo, las nubes, los árboles, ríos, el desierto… me preocupaba por comer y punto. En vez de volar alto y dejarme llevar por el viento todo el rato, para llegar cuanto antes, me metía en los bosques y observaba a los animales. Me sentía parte de la naturaleza. Luego de vez en cuando solamente sobrevolaba montañas, ciudades, pero dando rodeos, solamente por la curiosidad por saber qué había.

—Vaya, qué emocionante… —decía Yugi, contento. Veía a Atem no tan serio como lo era normalmente, estaba relajado, casi soñaba despierto con seguir volando y explorar el mundo. Se divertía volando—. Entonces… ¿ya puedes transformarte cuando quieras?

—Bueno, sí y no. A veces el cuerpo me dice que me va bien transformarme en golondrina y dejarme llevar por el viento. Y le hago caso. Pero ya no me duele nada cuando me transformo.

—Entendiste lo que te dijo Isis.

—Sí… me dejo guiar un poco más. Me da confianza en mí mismo, porque sé que no sé qué me encontraré, pero lo superaré.

Atem irradiaba seguridad y felicidad. No era un chico perdido como el que acabó una batalla machacando a siervos de Anubis solamente por ver enemigos a su alrededor. Era íntegro. Se sentía libre. Su energía estaba correctamente dirigida. Y se notaba.

También fue durante el primer día que Yugi (pese a las quejas de Sugoroku sobre su falta de hospitalidad) mencionó cómo iban a mantener a Atem. El invitado permanente sorprendió a abuelo y nieto cuando explicó que, cuando los seguidores de Isis le acogieron, empezaron a acumular cierta cantidad de dinero para su futuro.

—Lo hicieron voluntariamente. Me hicieron de padres en muchos aspectos —explicaba a Sugoroku.

—¿Y tus padres de verdad?

—No les conocí nunca. Tampoco me contaron nada sobre ellos. Asim y su grupo han sido mi familia. Y ahora también lo sois vosotros.

Eso entristeció un poco a Yugi, aunque de forma algo irracional. No le gustaba que Atem no supiera de su linaje. Era como que estaba algo desprotegido. Pero por otro lado, había cruzado medio mundo él solo. ¿Qué más desprotección que esa?

Por voluntad propia, Atem quiso estudiar donde estudiaba Yugi. Dijo que quería hacer una vida normal, que era hora de tocar de pies en el suelo. Encontrar una profesión de la que vivir, y no vivir del cuento, era lo apropiado y era lo que deseaba.

—¿No estudiaste con los seguidores de Isis? —preguntó Yugi en una de las ocasiones.

—Bueno, sí. Lo básico. Hablo un par de idiomas, las matemáticas y la tecnología de uso diario lo tengo por la mano, me gusta la historia… pero no he hecho nada por gusto. Era por la necesidad de conocer lo justo para luchar contra Set. Era así de tozudo… Ahora quiero estudiar de todo y encontrar lo que me gusta.

—Pues tendrás que empezar por aprender japonés…

—Sí, tenemos mucha suerte de entendernos por el egipcio antiguo. Y si tengo que trabajar aquí o conocer a tus amigos, más me vale aprender.

Cuando se lo propusieron a Sugoroku, estuvo muy de acuerdo. Aunque él y Yugi se ofrecieron a enseñarle cuatro cosas básicas, el abuelo no tardó en ponerse a buscar una escuela de idiomas para Atem. Antes de empezar el curso en el instituto de Yugi, el egipcio ya había empezado a atreverse a hablar en japonés en casa, aunque fuera decir hola y adiós.

—¿Qué asignaturas tienes? —le preguntó Atem, cuando faltaban pocos días para empezar clases. Ambos tenían libros y matrícula acabados.

—Pues… Mates, japonés, inglés, geografía e historia, física y química, biología, tecnología y educación física. —Con cada asignatura que nombraba, el pobre se deprimía más. Los estudios no eran lo suyo, pero es que nada le gustaba del todo.

—En inglés os machacaré —avisó Atem, en su modo competitivo. Luego puso cara de confusión—. ¿Educación física? Pensaba que no aprendíais a luchar en las escuelas…

—Y no lo hacemos… son deportes y baile —dijo, bastante asqueado.

—¿Qué tendrá que ver lo uno con lo otro?

—¡¡Eso digo yo!! ¡Estoy harto de hacer el ridículo!

—Bueno, si te sientes mejor, yo bailo contigo si hace falta.

Yugi tuvo una imagen fugaz de los dos bailando y se puso rojo. Sonrió y se dejó caer encima del pecho de Atem, que estaba recostado en la pared detrás de la cama. Notó los brazos del mayor rodearle con firmeza y se quedaron así un buen rato. ¡Ya les podría haber reunido antes, Isis! Yugi se habría ahorrado muchos malos ratos.

Lo último que hicieron durante las vacaciones fue conseguir un colchón nuevo. Atem necesitaba un sitio para él, la habitación de Yugi no era suficiente para los dos. Por eso hicieron espacio en un cuarto lleno de juguetes viejos para dejarlo algo decente para Atem. Estaba a dos pasos del baño y a poco más del cuarto de Yugi. El menor pensó que aún estaba a tiempo de que Atem se colara en su habitación de noche.

—¡Pero en qué piensas, pervertido…! —se dijo, cuando se encontró a solas en la habitación.

*  *  *

Era la noche antes del primer día de instituto. Atem ya llevaba días con el japonés básico, se había instalado en su nueva habitación (que solamente consistía en poner bien el colchón y mover algún estante de sitio para dejar sitio a la ventana) y ya se había preparado todo lo que podía para el día siguiente: Libros, mochila, estuche, uniforme…

Pero no se encontraba cómodo. Por eso, cuando bajó al comedor para cenar, se dirigió directamente a Sugoroku antes de nada:

—¿Me dejarías dormir con Yugi esta noche? —Yugi escupió todo el agua que intentaba tragar—. Por favor.

—Oh, vaya, sí que vais rápido… Supongo que muchas vidas os han dado confianza de sobras, hehe —comentó como si nada.

—¡¡Abuelo!! —le gritó el pobre Yugi.

—Eh… ya, bueno… no es por eso —siguió Atem, algo incómodo y avergonzado—. Es que… me siento inseguro.

—Entiendo. Mañana empieza otro mundo para ti.

Atem asintió. Sugoroku le puso una mano en el hombro, le sonrió piadosamente y asintió. Yugi, que aún estaba digiriendo las emociones, miró algo consternado a su novio, pero esperó a después de cenar, cuando ya estuvieron en la habitación, para preguntar.

—¿Cómo te encuentras?

—Nervioso… temeroso. Inseguro. No estoy acostumbrado a estas cosas. No tengo tu habilidad para adaptarte.

Atem se abrazó casi como un niño pequeño a Yugi, de esa forma encogida, casi como una bola, en el pecho de Yugi. Él sonrió con ternura y le besó en la frente como el propio Atem hubiera hecho en una situación normal.

—Estaré a tu lado. De alguna forma debo empezar a devolverte todos los favores que me hiciste en Egipto.

—No eran favores… —sonrió él, dejando colgada la frase.

De esta manera, se durmieron.

Pero aquello estaba muy lejos de ser una noche tranquila. La mente de Atem jugaba malas pasadas cuando llegaba un enfrentamiento serio con la vida real. Enseguida que empezó a soñar, se encontró de nuevo en casa de Set. El desierto mágico. Esta vez no estaba Isis para protegerle… pero tampoco había enemigos. Sin embargo, notaba la presencia de Set. Era intrigante y a la vez asustaba un poco.

Empezó a caminar por las dunas. Pero al cabo de unos pocos pasos, el desierto se deshizo y apareció en una isla con un templo construido encima de ella. El templo de Isis de Philae. Él ya había estado, y Yugi había enseñado fotos esos días, así que fue con paso firme hasta el interior del templo. Algo le decía que ese sueño no era casual.

—¿Hola? —dijo, al aire, despreocupadamente.

Nadie contestó. Atem entró en la estancia del altar, la más privada del templo, y observó las paredes. Nada le decía que fuera a suceder algo… bueno, nada excepto su propio cuerpo, que empezó a brillar por su cuenta. Entonces, igual como ocurrió en su momento después de la batalla, Isis salió del cuerpo de Atem en su forma luminosa, esta vez igual de alta que el chico.

—¡Isis! —se sorprendió Atem, haciendo una leve reverencia de respeto—. ¿Qué está pasando? Este no es un sueño corriente, ¿a que no?

—No lo es. Mi enviado, quiero advertirte. Necesito que tengas los ojos abiertos. El sitio donde estás no me es conocido, necesitaré aprender de él a través de tus ojos y los de Yugi, pero… ya he visto algo: frío. En nuestro país no conocemos el frío, pero en tu nueva casa sí. Ese frío va a ser vuestro enemigo. Y no estoy segura de que sea un enemigo como Set, aturdido por el fanatismo. Puede ser malo de verdad. Por favor… ve con cuidado…

—¡E-espera! —la llamó Atem, mientras se desvanecía. Y con ella, todo el templo—. Por… por favor…

No dio tiempo. Todo se deshizo. Se encontró en el cielo, en su forma de golondrina. Se encontraba cerca de una montaña nevada que le sonaba de haber visto mientras llegaba a casa de Yugi. Al otro lado, se veía una tormenta. Estaba lejos, pero se acercaba lentamente. Lo notaba. Además, vio una sombra allí dentro, pero no atisbaba a ver que era. Solamente sabía que era enorme y era capaz de cubrir el sol.

Despertó, sobresaltado. No se movió, para no despertar a Yugi, pero mantuvo los ojos abiertos un buen rato, esperando que se le cerraran o que algo más le viniera a la cabeza.

Ni una cosa ni otra sucedió.

Notas finales:

Espero que no me matéis jajaja


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