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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Bueno, he vuelto jeje más pronto de lo que pensaba! Con la de trabajo que (teóricamente) tengo XD Como mínimo estoy acortando los capítulos un poco, el anterior se había hecho un poco largo XD

Musica: Violet Cold - Lilu (todo el álbum)

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

8. Cinco colas

 

 

 

Atem ya llevaba un día entero durmiendo. El día anterior, nada más subir a la habitación, lo acomodó en un cojín y ya no se había vuelto a mover. A veces Yugi se tenía que acercar a ver si respiraba, porque le asustaba ese cansancio repentino. En realidad, él también estaba agotado. Atem le había transmitido energía, pero la había usado casi toda. Al final, no se supo de la pareja en el resto del día.

 

Dos días después del incidente con los yōkai, cuando Yugi ya estaba recuperado, Atem despertó. Revoloteó hacia el menor, que estaba en la cama, y se transformó casi a medio aire.

 

—¡Hola! —le saludó con tono cariñoso. Le había sorprendido, pero también estaba encantado—. ¿Ya estás recuperado?

 

—Pues sí, me ha venido bien el descanso. ¿Qué ha pasado mientras dormía?

 

—No sé mucho… yo también he descansado. El instituto sigue cerrado. Dicen que hasta la semana que viene, nada. Le he contado con detalle qué pasó a mi abuelo, también. Y creo que hoy vendrán mis amigos. Están preocupados y hay que contarles cosas.

 

—Supongo… pero antes… —Atem se acercó con una sonrisa malévola y probó de arrinconar a Yugi. Él no lo pilló, simplemente iba a levantarse, pero Atem le pilló un brazo con su mano y con la otra le empujó por el pecho—. ¿A dónde vas tan rápido? ¿Te acuerdas de cuando les dijiste a tus amigos que éramos novios? Me prometí que te iba a compensar.

 

—¿A-ahora? Pe-pero… Mis amigos…

 

Atem le atrapó por las piernas y consiguió maniatarlo con una mano. Yugi estaba totalmente indefenso.

 

—¿Vas a obligarme a que te ate?

 

—¡¿Pero qué tonterías dices?! —le gritó Yugi con voz trémula. Las palabras decían una cosa, su cuerpo decía otra.

 

—Vaya, no sabía que fueras tan pervertido… me gusta —le dijo Atem con voz traviesa, al notar las reacciones de su cuerpo.

 

Yugi estaba indefenso. Apenas podía moverse. Atem se dedicaba a juguetear por su cuerpo con los labios y él no podía hacer absolutamente nada… lo cual le resultaba excitante. Nada a lo que resistirse, simplemente cerrar los ojos y disfrutarlo.

 

—¿Yugi? —dijo la voz de su abuelo desde lejos—. ¡Tus amigos han venido a verte!

 

La pareja se quedó mirándose a los ojos. Ambos ponían la misma cara de perrito abandonado, ansiosos por seguir aquel jueguecito más que divertido… pero ninguno de los dos era tan descarado para echarles de casa.

 

—La próxima vez no nos van a interrumpir. Que lo sepas —le advirtió Atem, hablándole suave y amenazadoramente a la oreja de Yugi.

 

Y como si no hubiera pasado nada, Atem se levantó y fue abajo a dar una sorpresa a Sugoroku. Yugi esperó a recuperar un poco el aliento, mientras oía murmullos en el piso de abajo. Al cabo de un par de minutos, cuando ya había recuperado la serenidad, bajó también.

 

—¡Hola Yugi! ¿Cómo estás? —Tea siempre era la primera en preguntar.

 

—Bien, bien, bastante recuperado del susto… —Aunque no se refería al de los yōkai.

 

Se sentaron todos en el sofá y Yugi explicó la verdadera historia de su aventura en Egipto. Los relieves, los poderes de Atem, la batalla final contra Set… Sus amigos estaban con la boca abierta.

 

—¿Espera, espera, así que tenéis poderes de dioses? ¡Oye, podéis haceros ricos usándolos!

 

—¡Joey, no seas ceporro! —le regañó Tristán, a base de colleja—. Mola más ser un superhéroe famoso.

 

“El otro…”, pensaron el resto.

 

—Es mejor no hacer enfadar a los dioses —dijo Atem en inglés—. Tan rápido como nos conceden los poderes nos los pueden quitar si abusamos de ellos. Nuestro trabajo ya acabó, puedo dar gracias que haya conservado mi fuerza y mi transformación.

 

—La honestidad es muy importante —dijo Sugoroku como frase de colofón.

 

Estuvieron un rato vagando entre historias concretas y sobre los poderes. Joey quiso ver de nuevo algún tipo de poder pero, aunque lo probaron, ni siquiera la aureola de luz solar apareció. Yugi interpretó que, como no estaban en peligro, no los necesitaban.

 

—Bueno, nada, entonces os perseguimos por la casa y listos, ¿no? —propuso Joey. Aunque Tea le pegó la segunda colleja.

 

—No creo que funcione —dijo Yugi medio riendo por la escena—. No se les puede engañar, a los dioses.

 

El tema no tardó en cambiar. Joey aún estaba asustado por los yōkai del otro día y pidió una explicación. Atem pensó en su sueño cuando lo hizo. No contó nada, pero no se resistió a preguntar:

 

—¿Habéis notado u os han contado más de estos hechos?

 

—Bueno, un amigo nuestro dice que cerca de su casa, un bloque de edificios se había quedado sin calefacción por lo mismo —explicó Tea—. Y en las noticias empiezan a salir hechos extraños con el frío que hace últimamente.

 

—Hay que estar atentos. Podría repetirse.

 

—¿Cómo lo sabes?

 

—Seguimos notando una incomodidad extraña. Si oís más cosas de estas, decídnoslo.

 

Atem miró a Yugi un instante, como diciéndole que no quería que el resto supiera lo del sueño. Era una forma de proteger y no asustar a los amigos de Yugi. Tea y Tristán no se quejaban mucho, pero Joey era como un altavoz de sus pensamientos. Con el escándalo que armaba siempre… Seguro que más problemas alterarían al grupo.

 

Para cuando los amigos de Yugi se fueron, ya se había hecho de noche. Yugi se encontraba cansado de tanto cambio de idioma y le dolía la cabeza. Estaba agotado. Atem lo vio enseguida, así que dejó el modo pervertido y se tumbó con él en la cama, para abrazarle. Se quedaron dormidos así, pobrecillos.

 

Al día siguiente, Atem tuvo que ir a la academia de japonés por la tarde, así que Yugi aprovechó para quedar con sus amigos de nuevo. Era jueves, día de videojuegos, así que fueron al salón de la ciudad para jugar a las maquinitas. Él iba por su cuenta, Joey también, y Tristán tenía que llegar con Tea… pero vino solo. Saltaron todas las alarmas.

 

—¿Cómo que no está en casa? —saltó Joey cuando Tristán apareció al trote.

 

—Sus padres han dicho que se fue este mediodía a por unas cosas a la biblioteca y que en teoría sigue allí, pero le he enviado un mensaje y no lo ha recibido.

 

—¿Queda muy lejos la biblioteca? —preguntó Yugi.

 

—Bueno, a un rato caminando. Si vamos ahora, llegaremos antes de que cierren y podremos preguntar.

 

—Avisaré a Atem para que nos encuentre allí. Vamos.

 

Todos fueron a paso ligero por las calles ajetreadas. Bueno, Yugi se retrasaba un poco explicando la situación a Atem por el móvil. El egipcio estaba considerablemente más cerca de la biblioteca, pero no sabía dónde estaba, así que Yugi estuvo un buen rato dándole señas para que llegara.

 

Al final, encontraron a Atem mirando alternativamente a la puerta de la biblioteca y a las calles del alrededor, buscando a alguien conocido.

 

—No la he visto —fue todo el saludo que dio.

 

—¿Has entrado?

 

—No, no estaba seguro de si era el sitio.

 

—Vamos.

 

Los cuatro se acercaron a la entrada, pero nada más cruzar el umbral, se toparon de cara con Tea.

 

—¡Tea! ¿Dónde estabas? No contestabas a los mensajes, ¡estábamos preocupados! —dijo al primer arranque Tristán, abrazándola.

 

—Bueno, es que me había olvidado de que habíamos quedado… y tenía trabajo por hacer.

 

—Pero si acaba de empezar el curso, ¿qué hay que estudiar? —dijo Joey en su tono habitual.

 

Atem y Yugi se habían quedado un poco atrás, esperando a encontrar mejor espacio. El umbral no era precisamente ancho. Pero desde allí, pudieron observar algo inquietante.

 

“¿Has visto eso? Se acuerda de que tenía que venir aquí, pero no que después habíais quedado”, empezó Atem.

 

“¿En qué piensas? Yo la veo normal. Se debe de haber olvidado”.

 

¿No puedes notarlo? Hay algo… distinto en ella. No sé qué es. Pero no es algo natural”.

 

“¿Crees que le ha pasado algo? Hablas como si notaras las mismas sensaciones que con los espíritus del otro día. Piensa que aún rondan por aquí, eso sí lo noto”.

 

Ya. Pero hay algo que no me cuadra. Veremos el lunes cómo se comporta en clase”.

 

Eso último lo dijo porque a la hora que era, todo empezaba a cerrar. Y los fines de semana no acostumbraban a quedar.

 

Cuando estuvieron en casa, Yugi contó no con mucha preocupación el susto de Tea. A Atem le molestó un poco que no se tomara en serio la sensación que él había tenido. Tardó un rato en volver a recordar que Yugi no había sido entrenado duramente en el misticismo y la magia de los dioses egipcios. Yugi era un chico normal y corriente al que la vida le había dado un enorme giro. A la fuerza tenía que sentirse perdido o confundido.

 

Pensó en todo ello durante el viernes, mientras planeaba por el barrio en su forma de golondrina. Irónicamente, tocaba más de pies en el suelo cuando volaba. Le costaba menos pensar. Aunque no fue lo único que hizo. También intentó rastrear las sensaciones de los espíritus del frío, pero era como si fueran las propias nubes, una capa densa y poco detectable de magia divina. Y le daba la sensación que alguien había atraído la atención de la magia, porque no se iba. Y por eso los espíritus seguían apareciendo. Les parecía atractiva.

 

Tanto pensar le distrajo. Acabó cambiando de barrio. A la lejanía vio un parque de atracciones que no había visto en todos esos días. Se posó en el tejado de uno de los edificios para observar el barrio, pero no vio nada que le llamara la atención, así que volvió a casa para disculparse con Yugi. Cuando hubo pasado, Atem soltó su curiosidad:

 

—No sabía que hubiera un parque de atracciones por aquí.

 

—Oh, lo has visto. Es el parque temático de Kaiba Corp. —Atem le miró algo interrogante—. Es una empresa de videojuegos y de parques. La lleva Seto Kaiba. Joey le conoce bien, a veces por opulencia Seto monta torneos de juegos y Joey siempre se apunta. Y siempre acaba segundo.

 

—No hay narices de bajarle los humos a Kaiba, ¿a que no?

 

—Pues no. Oye, ahora que dices, quizás nos podría ayudar con esto de los espíritus…

 

—¿Sabe algo?

 

—Eehh… no —contestó sonriendo de forma incómoda—. Y en realidad es muy incrédulo. Pero tiene dinero. Seguro que está enterado de los hechos raros de estos días y ya está investigando.

 

Hablar de Kaiba fue como si lo estuvieran invocando. Porque lo primero con lo que se toparon los chicos cuando volvieron al instituto el lunes, fue un montón de trajeados inspeccionando los alrededores. De la nada, se toparon con Kaiba, quien personalmente se había acercado a ver qué ocurría.

 

—Lo suponía —dijo cuando vio a Yugi y los demás—. La panda de pringados de Joey Wheeler. Se notaba a la legua que vosotros habíais hecho algo. Siempre me causáis problemas.

 

—¡Eh, oye! —saltó Joey, plantándose a centímetros de él—. ¡No te hemos pedido ayuda! ¡Ni siquiera deberías estar aquí! Ya te puedes ir llevando a toda tu panda de empanados de vuelta a tu parquecito para críos. No hemos hecho nada.

 

—Mírame, Wheeler —le dijo con una sonrisa estremecedora, mientras le cogía del mentón—. Alguien me ha estado tocando las narices con el sistema de ventilación de mi empresa y sé que ha pasado del mismo modo que al resto de la ciudad. Y este instituto ha sido el primero en librarse de estos problemas. Sé que estáis metidos de algún modo, aunque dudo que unos seres insignificantes como vosotros hayan provocado este caos. No os quitaré ojo de encima.

 

Luego le soltó dándole un empujón, se metió en una limusina y ésta arrancó. A Atem le pareció como si hubiera estado esperando la oportunidad de insultar al pobre Joey aunque no tuviera nada que ver con los espíritus.

 

—¡Ese desgraciado siempre me saca de quicio! —gritó enfadado Joey, después de un segundo de quedarse quieto.

 

—Vamos Joey, tranquilízate… —le dijo Tristán, con ademán de darle un masaje en los hombros. Joey se liberó de él como quien se quita la mochila.

 

—¿Qué piensas? —le preguntó Yugi a Atem—. ¿Notas algo de magia?

 

—Lo único que noto de él es esa aura de falso dios que irradia por todas partes. Me he imaginado a Bastet usándolo de pelota de golf para compensar.

 

—¡Que malo eres! —se rió con ganas Yugi, que podía imaginar perfectamente a una Bastet enorme haciéndose visera con la mano para ver como la “kaibapelota” caía.

 

—También he notado que Kaiba ha ido directo a por Joey —dijo en egipcio antiguo, para asegurarse que no le oía nadie más que Yugi—. Y sabe que no tiene nada que ver. Ata cabos.

 

—¡O-oh! ¡Uau, menuda vista! —dijo impresionado. A Kaiba le gustaba Joey. Y solamente se le ocurría acercarse a él a base de insultos. Muy típico del ricachón.

 

Después de la escena graciosa y del cabreo de Joey, todos fueron a clase, observando a los trajeados de Kaiba Corp analizando el terreno. También estaban por dentro del edificio. Atem rápidamente se despistó, porque estaba más entretenido con el comportamiento de Tea. Casi no decía nada, solamente escuchaba y sonreía. Y a Atem le miraba de una forma rara. De no ser porque ella sabía que Atem y Yugi eran pareja, habría jurado que le hacía ojitos de la misma forma que Atem hacía a Yugi. Y eso le alteraba, y no para bien. Era como si le entumeciera los sentidos. Era peor que la presencia de los yōkai… casi mareaba y todo. A Tea le pasaba algo.

 

Cuando bajaron al patio, todo eso se hizo evidente. El resto estaba mirando a los trajeados, por eso no se dieron cuenta de que Tea apartaba a Atem del grupo con la excusa de querer hablar. Encontraron un callejón que pasaba por detrás del edificio.

 

—Por fin estamos solos… —dijo Tea con una voz perturbadora.

 

¡Yugi! ¡Tea no…! ¡…prisa!”. Eso fue todo lo que recibió Yugi como grito de socorro. Lleno de vacíos e interferencias extrañas. Había perdido el contacto mental y la presencia. Eso le asustó mucho. Por eso echó a correr hacia la última señal de Atem.

 

—¡Yugi! ¿A dónde vas? —le llamaron Joey y Tristán, que en ese momento se enteraron de que faltaba más de uno.

 

Yugi llegó el primero al callejón. Vio a Atem medio apoyado en la pared con la mirada perdida y la boca entreabierta. Pero se movía, como si se resistiera. Tea tenía una mano en su pecho, como si le estuviera aguantado, y una mirada atrevida y algo violenta. Se dio cuenta enseguida de la llegada de Yugi.

 

—Oh, cariño, tenemos a un mirón… bueno, qué más da, Yugi no es importante.

 

Entonces, en un arranque de lujuria, Tea empezó a besar de forma muy dominante a Atem, que no era capaz de resistirse. Apenas su cuerpo reaccionaba.

 

—Pero Tea, ¿qué haces, tía? —soltó escandalizando Joey, cuando llegó a alcanzar a Yugi.

 

—¡Ella no es Tea! Atem tenía razón desde el principio. Debería haberle hecho caso.

 

—¿Entonces…?

 

—Bueno, Yugi, no soy Tea… pero tendrás que detenerme igual. ¿O quieres que siga? —le amenazó, mientras la mano en el pecho de Atem empezaba a bajar.

 

La ira, la rabia, la amenaza que suponía esa “Tea” fueron sentimientos que Yugi no fue capaz de digerir. Casi al segundo, su cuerpo se iluminó como un faro, sus ojos se encendieron en color blanco muy luminoso y perdió momentáneamente el control de su cuerpo, liberando una oleada de luz que pretendía quemar a todo aquél que se acercara. La falsa Tea era el primer objetivo. El rayo solar impactó en ella primero.

 

—Yugi… —La voz suave y debilitada de Atem se abrió paso por esos sentimientos irrefrenables.

 

—Atem…

 

Yugi se dejó caer de rodillas al suelo, llorando, temblando violentamente y mirando al frente. La luz que había irradiado simplemente se había dividido al alrededor de un cuerpo que ya no era el de Tea, sino el de un zorro con cinco colas.

 

—Es un kitsune… —se sorprendió Tristán, que había estado atento a las explicaciones de Sugoroku el día que estuvieron en casa. Yugi le miró—. Es un zorro mágico. Son seres de mucho poder y conocimiento. Son embaucadores, toman forma de humanos y seducen a otros. Como más colas tienen, más poder.

 

—Eso es cierto, humano —dijo el kitsune, que conservaba una voz femenina potente y un tamaño equiparable al de un niño de diez años. Además era de un color blanco increíble—. Pero yo no soy un kitsune cualquiera. Vengo en nombre de la diosa Inari, protectora de la fertilidad y el arroz. Antes tenía que asegurarme que había acertado con vosotros.

 

Entonces hizo un ademán suave con una de sus patas delanteras y Atem se desplomó, temblando también. Había recuperado el control de su cuerpo.

 

—Lo siento, Yugi… no pude hacer nada. Es muy poderosa.

 

—Oh, gracias, es todo un halago —dijo henchido de orgullo el kitsune—. Necesito vuestra ayuda. Sé que tenéis poderes divinos relacionados con el sol y la vida. Nos llevaremos bien.

 

—¿Cómo vamos a llevarnos bien después de todo lo que acabas de hacer? ¿Y dónde está Tea? —inquirió Joey con un merecido cabreo.

 

—La chica está bien. Está en casa. Yugi aún no ha dicho nada… —le pinchó la criatura.

 

—No nos vamos a llevar bien. Nunca. Pero te escucho —dijo Yugi, en un esfuerzo por controlar unos desbocados latidos que nunca había sentido. Nada que ver con intentar frenar una pelea, como en Egipto. Lo que sentía era ganas de provocar otra. No sabía cuánto tiempo aguantaría delante del kitsune.

 

—Ya os habéis dado cuenta de que rondan muchos espíritus estos días. Muchos de ellos relacionados con el frío. Hay alguien que los está invocando aprovechando la primera oleada de Genbu.

 

—¿Genbu? ¿El dios del invierno y la montaña?

 

—Sí. Él no ha hecho nada, solamente anuncia que se acerca el invierno. Pero hay quien se ha aprovechado de este mal tiempo para anclar las nubes de Genbu en la ciudad y sembrar el caos. No sabemos qué propósito real tiene, pero quiere atraer a seres como yo, o como vosotros dos, los opuestos al frío.

 

—Entonces ahora sabe dónde estamos —dedujo Atem, con voz muy compungida aún.

 

—Sí, no esperaba que Yugi reaccionara tan violentamente.

 

—Solamente es un chico normal con poderes. No ha aprendido a controlarlos… —le protegió el egipcio.

 

—En fin. La cosa es que Inari en persona me ha pedido que os informe de esto. Y también me ha dicho que conoce a vuestros dioses y que vayáis a una capilla suya cerca del parque de atracciones de Kaiba Corp. Allí se os otorgará una forma de curación y de escudo protector contra espíritus mucho más eficaz que el que usa Atem.

 

—¿No se supone que los kitsune de Inari son amables y generosos con los humanos? —se quejó Tristán.

 

—Sí, pero para vuestra desgracia algunos como yo tenemos debilidades. Me voy. Cuidaos.

 

El kitsune blanco desapareció en un haz de luz repentino, antes de que nadie se pudiera quejar, o que Yugi le pudiera insultar, que era lo que estaba esperando hacer. El pobre enviado de Isis fue a recoger a Atem.

 

—Perdóname… —musitó él.

 

—No es tu culpa. Ha sido el kitsune —le dijo Yugi, ayudándole a levantar. Ambos temblaban, uno por falta de fuerza y el otro por exceso de ira.

 

Realmente les costó recuperarse todo lo que quedaba de clases. Ninguno de los cuatro estuvo atento. Tea no estaba. Yugi estaba luchando contra sus sentimientos negativos. Atem intentaba recuperar el control de sus poderes, que seguían entumecidos.

 

Cuando acabaron las clases, se encontraron en la salida y decidieron ir a la capilla de Inari que el kitsune había nombrado. El fin de semana era la mejor opción. Pasarían más desapercibidos y se podrían ocultar de quien fuera que les estuviera buscando.

 

—Hasta mañana, chicos, recuperaos —les dijo Joey, que se iba con Tristán—. Os diremos algo de Tea si hablamos con ella.

 

—Vale, hasta mañana.

 

La pareja, algo más recuperada, caminó tranquila hacia casa. Aparentemente tranquila.

 

No consigo ponerme en contacto con mis poderes. Esa criatura me los ha… anulado. Absorbido. Apenas los noto en mi interior”, le reveló Atem.

 

“¿Me notas? ¿Notas mis poderes?”, le preguntó Yugi, preocupado. Atem asintió. Eso no había cambiado. “Eso es que solamente te los ha confundido un poco. ¿Y transformarte en golondrina? ¿Podrías?”.

 

Creo que sí. En casa probaremos”.

 

Pero cuando llegaron a casa, se olvidaron de todo. La habían… saqueado. Estaba toda hecha un estropicio, todo desordenado. Sugoroku no estaba.

 

—¿Abuelo? ¿Hay alguien? —preguntó al aire Yugi.

 

—No deberíamos entrar.

 

—Es mi casa. Y voy a encontrar a quien haya hecho esto.

 

Yugi entró casi corriendo a la casa. Atem iba a seguirlo, pero vio a Sugoroku acercarse y esperó a que llegara para explicarle lo que acababa de pasar.

 

—¿Quién habrá hecho algo así? —se lamentó el abuelo.

 

—Quien nos esté buscando.

 

Entonces Atem sintió una alarma repentina en su interior. No era una voz. Era una sensación intuitiva de que algo ocurría. Subió corriendo a las habitaciones, que era donde Yugi había ido a ver pero… no había nadie. La ventana de la habitación de Atem estaba abierta y mal colocada.

 

—Se… lo han llevado… ¡Mierda!

Notas finales:

Gracias por leer :3 comentarios son siempre bienvenidos jeje me animan a escribir!


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