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Wings of Destiny por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

Boom! He reaparecido :v como siempre jeje parece que como más trabajo tengo, más masoca soy y más escribo fics jajajaja

Música: Ha sido un capítulo... especial. Me he reconciliado con un disco que tenía encallado por culpa de problemas de hace unos meses. Así que... el disco Shelter de Alcest, rock ambiental, ha sido mi opción esta vez. Highly recommended, en serio, es muy bueno.

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

9. Las cadenas de Sejmet

 

Yugi despertó cuando notó que le ponían cosas frías en su cuerpo. Estaba algo aturdido, apenas abría los ojos. Notó que casi no llevaba ropa encima. Cuando empezó a percibir mejor su entorno, notó que no era un sitio donde hiciera frío. Se oía ruido de calefacción. Lo que había notado frío eran unos objetos metálicos sujetados por un adhesivo de papel. Estaban por todo su cuerpo.

—¡Idiota! ¡Solamente hay uno de ellos! ¡Se supone que teníamos que traer a ambos! —gritó una voz autoritaria, en otra habitación.

—Nuestro detector solamente nos señaló a ese chico… —se lamentó una voz más débil.

—Eso es imposible. Siempre van juntos. Por eso su energía es tan fácil de detectar por nuestros espíritus. ¡Tenéis que atrapar al otro antes de que nos encuentren! ¿A cuál tenéis?

—Al japonés.

—Pues el egipcio es el más peligroso, es experto en la magia divina. Le he visto en acción, podría destruir este edificio en un instante si liberara todo su poder.

Atem… ¿Me puedes oír? Te buscan…”, intentó comunicarse Yugi.

En lugar de una respuesta, los metales de su cuerpo transmitieron la energía y un ordenador empezó a pitar, lo que alertó a los dos captores. Oyó un “ha despertado”, pero no notó tono amenazador, ni que supieran qué había activado los sensores que llevaba. Ojalá no supieran que podían comunicarse mentalmente.

Fue entonces cuando, algo más recuperado, notó cómo estaba. Medio de pie, medio en el aire, sujetado por los brazos por una cadena anclada al techo. Apenas podía poner el pie plano en el suelo. Estaba atrapado.

—Soltadme… ¡Soltadme! —empezó a gritar Yugi, revolviéndose.

A fuera nadie le oyó. Seguían hablando. ¿Dónde estaría Atem? ¿Por qué no le habían capturado a él también, si era igual de importante? Pensó que, siendo como era su novio, ya debía de estar muy cerca de encontrarle y rescatarle. Debía hacer tiempo, distraer a sus captores, para que llegara Atem y lo sacara de allí.

Notó que las cadenas no le constreñían demasiado, para ser que estaba casi suspendido en el aire. En otras circunstancias, más cómodas y relajadas, podría ser divertido y todo. Yugi no se sorprendió realmente con esos pensamientos, ya los había tenido y además su mente no estaba del todo activa aún. Parecía que iba flotando entre recuerdos y hechos presentes. Recordaba demasiado bien el momento de quedar acorralado por Atem.

Cuando ya empezaba a desechar esos pensamientos inapropiados y a recuperar un poco la lucidez, la puerta se abrió.

—Buenos días, Yugi. —Era el hombre de voz autoritaria. Un japonés más alto y fornido que Atem, vestido con ropa tradicional japonesa. Le sonaba de algo—. Sí, ya veo que te acuerdas. Me viste en Philae, en el patio. No te acordabas de mí entonces. Y también por la tele, salgo con frecuencia. La cosa es que te llevo observando desde hace un tiempo. Me servirás para mis propósitos.

—Tú… eres el rival de Kaiba…

—Sí, últimamente se está metiendo en la batalla por la electricidad. Ese es mi terreno. Por su culpa, ahora otros han tomado el control. Debo recuperarlo. Y tú me vas a ayudar. Conozco tus poderes, y los de tu compañero también. Me vais a hacer rico. Sois una fuente inacabable de energía. Solamente contigo puedo reunir suficiente luz para superar la de todas las placas fotovoltaicas del país.

—No tienes… ningún respeto… No sabes qué poder tenemos —le replicó, con una voz débil y apagada.

—Da igual lo que tengáis. Se basa en la luz solar de vuestros dioses. Uses lo que uses, lo absorberé con estos sensores y las placas que hay en esta habitación y tú solamente malgastarás energía. Pero ahora que sabes que usar tu poder te perjudicará, no lo usarás y esperarás a que tu compañero venga a rescatarte. Por eso… vamos a tener que ayudarte.

El hombre fornido recitó una serie de oraciones que a Yugi le parecieron hirientes y casi del aire aparecieron dos espíritus muy parecidos a los yōkai del instituto. Emanaban frío. Y sabía qué podían hacer al contacto.

—Estos amigos míos te obligarán a sacar tus poderes. Tu cuerpo reaccionará solo, por el contacto con el frío, e intentará compensar el desequilibrio sacando a la fuerza tu luz solar. O eso, o te defiendes de ellos directamente y me das lo que necesito.

—¿Cómo…? ¿Cómo puedes… invocarlos?

—Sujetando a un dios. Es largo de contar. Pero tranquilo, no le sujeto desde aquí. Sería demasiado fácil para tu amigo.

Yugi no pudo preguntar más. El enorme hombre se fue y le dejó a solas con los yōkai. Enseguida le rodearon y empezaron a sujetarlo, haciendo mucha presión con sus destrozadas manos. La fría energía de los espíritus chocó con la de los dioses de Yugi, que rechazaban al enemigo involuntariamente. Yugi probó por todos sus medios de detener la reacción de su propia magia pero, si lo hacía, el dolor de la magia fría se intensificaba. Estaba atrapado.

Entonces un latido violento en su pecho hizo sonar todos los sensores y los yōkai se apartaron un poco, asustados. Yugi recordó esa sensación. Era un descontrol interno, una sensación de desbordar. Era como lo que había pasado con el maldito kitsune. Algo le llamaba a la batalla. A destruir todo lo que había a su alrededor. A liberar toda su energía sin importar nada más.

Libérame”, dijo una voz en la cabeza de Yugi. Era Sejmet. “Deja que me ocupe de esto. Podemos escapar ahora”.

—No… hay que esperar a Atem… él nos sacará. Nosotros aguantaremos. Debo controlar esto…

¡Atem no está! No puedes esperar que lo solucione todo. Ya has pensado antes en esta energía. En Egipto no pensaste nunca en luchar de esta manera. Ahora sí. Eso significa que ya te has planteado llamarme. Solamente… libérame. Deja que tome tu cuerpo”.

—No… por favor… Va a pasar algo malo… —Pero se estaba rindiendo. La voluntad de salir de ese sitio y arrasarlo era más fuerte que la de esperar a Atem. Yugi notaba la sensación de querer demostrar su poder.

Gracias”, solamente oyó decir a la diosa.

Entonces su mente empezó a ir en modo automático. Podía ver, podía sentir, podía moverse, pero se estaba dejando llevar por una energía diligente con él, pero inclemente con el resto del mundo. Emociones destructivas y descontroladas tomaban posesión de su cuerpo y de su mente. Una nueva forma estaba surgiendo de su interior. Notó sus ojos resplandecer con luz propia de nuevo. Notó sus brazos endurecerse y volverse más fuertes y algo peludos, y lo mismo de las rodillas para abajo. Notó la cara… diferente.

No tuvo tiempo de pensar. Todos sus sentidos se concentraron en las cadenas. El cuerpo de Yugi escapó de las garras de los yōkai, trepó por la propia cadena con una fuerza desconocida y empezó a tirar de ella violentamente, sacudiéndose, hasta que la cadena cedió por el techo y Yugi cayó ágilmente al suelo, apoyado en sus pies… o sus patas. Tardó menos en separar la cadena de las ataduras. Ya tenía los brazos libres.

“¿Qué es esta fuerza?”.

Es mi fuerza”, le contestó la voz de Sejmet.

En un momento de memoria casual, recordó el aspecto de Sejmet: cabeza de león, cuerpo humano y lo supo.

Sejmet y Yugi se habían fusionado.

*  *  *

Unas horas antes

—Se lo han llevado delante de mis narices —se lamentaba Atem—. ¿Cómo he podido ser tan… estúpido?

—Tranquilo, le encontraremos —le tranquilizó Tea.

Nada más saberse del robo, Sugoroku llamó a los amigos de Yugi y a la policía. La casa ahora estaba inaccesible y Sugoroku hacía papeles con el comisario. Joey y Tristán habían conseguido recuperar a Tea que, según contó ella misma, nunca llegó a salir de la cama por una fuerza misteriosa.

—El kitsune te atrapó y tomó tu forma para atraer nuestra atención —le explicó Tristán, en su momento.

—¡Sí, besando a Atem y cabreando a Yugi! —soltó Joey sin poder evitarlo.

Evidentemente, Tea lo primero que hizo fue disculparse con Atem cuando le vio sentado en el bordillo de la acera delante de su casa. Y luego preguntar por Yugi. Atem solamente explicó cosas que la policía había dicho, que ya le estaban buscando, que lo de la casa se arreglaría… y entre frase y frase se lamentaba. Nunca había estado así. Tan falto de acción, tan inseguro.

—¿Sigues sin recuperar tus poderes? —preguntó Tristán. El dedo en la llaga.

—Me cuesta sentirlos. Noto que Yugi está lejos… pero no sé dónde. Es como si mi detector interno se hubiera vuelto… borroso.

—¿Miope?

—Eso. —Suspiró—. Ese maldito kitsune me ha dejado hecho cisco. No tengo claro que pueda invocar todos mis poderes como antes.

—¿Puedes levantar tus megaespadas? —preguntó Joey con un patosísimo inglés, poniéndose delante de Atem, con cara seria.

—Sí.

—¿Puedes… brillar?

—Sí.

—Más que suficiente para cargarte a todo el que se te meta por el camino. Sólo te ha minado la confianza. —Se levantó de nuevo para mirar al resto, pasando al japonés—. Hay que seguir el plan. Nos vamos a la capilla de Inari. Si los poderes que tenían que recibir Atem y Yugi son los que dijo el bicho ese, Atem recuperará al instante su fuerza.

—¡Buena idea! ¡Pues vamos! —saltó animado, Tristán, levantando a Atem, casi a rastras.

—¿Cómo llegamos allí? —cuestionó Tea—. El parque de Kaiba debe de estar cerrado. Y a estas horas no creo que haya bus…

—¡Lo hay! No son ni las diez de la noche, más que de sobra para llegar allí y pirarnos a rescatar a Yugi.

Los cuatro asintieron, preparados, aunque Atem solamente entendió que debían seguir el plan de Inari y encontrar la forma de llegar allí para recuperar los poderes. Ya era mucho. Y la energía de Joey le había animado.

Y así se fueron todos a coger un bus que a saber a dónde les llevaba, porque solamente lo habían visto en un mapa. ¡A la aventura, claro que sí! Solía pasar con las ideas de Joey, a veces no había pro dónde cogerlas.

Durante el trayecto, Atem se distanció del resto. Metafóricamente. Estaba ahí al lado, oyendo, pero no escuchando. No entendía algunas partes y las que sí entendía no le atraían. En lugar de eso, miraba por la ventana, o perdía la mirada entre Joey y Tristán, hacia el conductor. Se estaba esforzando de verdad para percibir de nuevo a Yugi: oraba a los dioses para la futura ayuda que necesitaría, sin despertar sospechas en el bus; probaba de distinguir entre la energía difusa de Yugi y la energía fría de Genbu y el resto de espíritus; buscaba la sensación de libertad y de ligereza, una sensación que venía apenas unos segundos antes de que, en situaciones normales, se convirtiera en golondrina. Eso último lo consiguió, y tuvo que centrarse por un segundo en sus nuevos amigos para no salir volando literalmente. Era buena señal. Sí que se estaba recuperando.

Al final, Joey avistó la entrada del parque de atracciones y casi empujó al resto para que salieran del bus rápidamente.

—Pues ya estamos —dijo, cuando vio el caminito que se perdía por el bosque hasta la capilla. Estaba bien señalizada—. No perdamos tiempo.

Eso dijo al principio, pero al quedarse sin luz de farolas, Joey se acobardó un poco y Atem tomó la delantera, iluminando el camino con su energía. De paso comprobó que sí podía hacerlo ya.

—Me alegro de que te encuentres mejor —le dijo Tea, cuando empezó a emanar luz—. Perdona por todo esto. No pude hacer nada.

—Bueno, yo tampoco, así que estamos empatados —dijo, con una sonrisa agridulce—. No te preocupes, encontraremos a Yugi y se arreglará.

Y ya volvía a ser el Atem seguro de siempre. Cuatro palabras mal pronunciadas de Joey en casa de Yugi y ale, un semidiós recuperaba el ánimo. Joey tenía que ser experto en eso, o es lo que pensó Atem.

Cuando llegaron arriba del todo, quedaron algo decepcionados. Todos, en especial Joey, que siempre quería mucho teatro, esperaban un templo de madera de los antiguos, bien hecho y restaurado, y que dentro tuviera la capilla. Pero no. Lo único que había era un claro en el bosque. En el centro, estaba la capilla, una roca muy bien pulida y trabajada, en forma de columna rectangular, con una pequeña estatuilla de un zorro de nueve colas encima. Atem era más alto que toda la capilla.

—¿Esto es todo? —se quejó Joey.

—Bueno, si te contara yo lo que queda de un templo de Isis en el delta del Nilo… —le respondió Atem, en inglés.

Se encontraron que no sabían qué hacer. ¿Esperar? ¿Acercarse? ¿Rezar? Atem se decantó por lo segundo. Se quedó sentado sobre sus piernas, como hacían en Japón, y con una mano tocó la piedra pulida de la capilla. Casi al instante, la luz de Atem pasó a la piedra y se tornó mucho más blanquecina, quizás con un toque de azul. Atem no osaba mirar directamente a la figura del zorro, pero Joey le dio lo que esperaba:

—¡Hala! ¡Los ojos del zorro también se han puesto a brillar! ¡Atem tío, tienes que enseñarme cómo lo haces!

—¡Calla, Joey! No digas tonterías —le recriminó Tea.

Pero Atem ya no estaba pendiente de sus amigos. No miraba arriba, pero notaba cómo una energía muy parecida a la del kitsune de ese mismo día se presentaba delante de él. Pero no le invadía. En lugar de eso, notaba un calor muy agradable emanando de la estatua. Le revigorizaba.

Hola, enviado de Isis. Soy Inari. Sé a lo que has venido.”, empezó a hablar una voz, en su mente. Atem no podía distinguir si la voz era de un hombre o de una mujer, pero era muy suave. “También sé lo que le ha pasado al otro enviado y lo que os ha hecho mi propio enviado. Mis disculpas por todo ello”.

¿Sabes dónde está Yugi?”, preguntó, olvidándose de sus poderes y del incidente.

No, lo siento. Su energía se encuentra bloqueada ahora mismo. Está rodeado por la energía de Genbu, indulgente con tu amigo, pero espesa como la niebla. Si usa sus poderes en algún momento, le percibirás enseguida.”, le aseguró, al final.

¿Cómo podemos liberar a Genbu? Tu enviado nos dijo que está siendo retenido contra su voluntad y controlan parte de sus poderes”.

Cierto. Quien sea ha usado una reliquia sagrada de Genbu para atraer su atención y luego lo ha atrapado con un sello. Solamente el poder que os daré a ti y a tu amigo podrá liberarlo. Ahora levanta y mírame”.

Esas fueron palabras parecidas a una orden, pero su tono para nada indicaba eso. Era amable y taimada. Atem le hizo caso, instintivamente mirando al zorro de nueve colas con los ojos iluminados. Entonces la luz se expandió por toda la estatua y de esa luz apareció un zorro de verdad, tan blanco que dañaba los ojos y con sus nueve colas en alto. El zorro puso una pata en la frente de un inmutable Atem, y éste sintió el mismo calor de su estatua recorrer todo su cuerpo, revitalizando todos sus músculos y percibiendo de nuevo, con toda claridad, sus poderes. Inari tenía una energía y una magia muy eficaces.

Ahora tenéis parte de mis poderes de sanación y de rechazo del mal. Cuando veas al otro enviado, concéntrate en mi energía y ponle una mano en la frente. Le transmitirás la parte de poder que le corresponde”, dijo mentalmente el zorro, mientras se volvía a petrificar, en la misma posición que anteriormente.

Gracias por todo lo que habéis hecho por nosotros”.

Una cosa más: ahora vuestros enemigos sabrán dónde estás. Tienen un espíritu guía que les indica los tipos de magia que hay en la ciudad. Mi consejo es que te ocultes bajo la forma de golondrina hasta que detectes a tu amigo y no duermas solo”.

Después de eso, los ojos se apagaron, así como la estatua. Atem mantuvo su propia luz como linterna.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Joey—. Ha sido todo un espectáculo de luces.

—He recuperado mis poderes. Pero debo transformarme ahora, porque quien se haya llevado a Yugi, ahora me puede detectar. Estaríais en peligro.

—De acuerdo. Deberíais quedaros a dormir en mi casa —propuso Tea—. Si dormimos juntos y Atem nos avisa cuando note a Yugi, será mucho más difícil que nos encuentren.

—¡Fiesta de pijamas! —exclamó Joey.

—¡Joey! —le gritaron Tea y Tristán a la vez.

Mientras hacían broma, Atem se transformó en golondrina y todos se quedaron a oscuras. Joey se acojonó, se escondió detrás de Tristán y le obligó a caminar hasta la calle, que se vía al fondo, bien iluminada.

—Eres una nenaza…

—¡Lo que tú quieras! Pero yo no voy delante.

Joey no salió de su escondite hasta que no se encontraron en la parada del bus. Atem se iba posando en los hombros de sus amigos mientras esperaban el bus. A Tea le parecía muy mona esa forma de estar con sus amigos, por eso no resistía a acariciarle la cabeza cada vez que Atem aterrizaba en su hombro.

Cuando el bus apareció, Atem alzó el vuelo y desapareció en la oscuridad.

—¿A dónde va? —preguntó Joey.

—Bueno, no puede coger el bus, quedaría muy raro —se rio Tea—. Seguro que ya se dirige a la parada donde nos hemos subido antes. Queda bastante cerca de mi casa.

Y así fue. Cuando se bajaron del bus, Atem bajó del poste de la parada y se posó en la cabeza de Joey.

—¡Eh, tú! ¿Qué son esas confianzas? ¡Pobre de ti que te cagues en mi cabeza!

Todos menos Joey se rieron. Atem mentalmente, claro.

No costó mucho convencer a los padres de Tea para que les hicieran un hueco en su propia habitación para dormir los tres (pues Atem se puso vigilando por fuera de la ventana y de allí ya no se movió). Un par de capas de sábanas y ambos chicos ya se habían quedado fritos durmiendo. A Tea le costó más conciliar el sueño. Estaba pendiente de Atem, que estaba acurrucado en una esquina de la repisa de la ventana. Al final, también se durmió.

Atem también consiguió dormir, pese a lo vigilante que estaba con su entorno. Resguardado del frío y protegido por las paredes de la repisa, se podría haber quedado allí muchas horas. Pero abrió los ojos como platos nada más salir el sol. No es que la luz le diera en la cara, es que notó una enorme cantidad de energía rebosando como una cascada, a lo lejos, en la misma dirección que enfocaba la ventana. Era Yugi. Había despertado de forma inusual.

La golondrina trinó como nunca y picoteó la ventana varias veces hasta que Tea le abrió la ventana para que entrara Atem.

—¡Hora de levantarse!

—Cinco minutitos más… —dijo Joey aún en sueños.

—¡Yugi está en peligro!

—¡Mierda, Yugi!

Y se levantó sobresaltado, asustando a Tristán en el proceso.

Cinco minutos después ya estaban en la calle siguiendo a la golondrina, que volaba un poco más alto. No tardaron mucho en darse cuenta de que Atem se dirigía a la zona industrial. Eso eran como unos diez minutos a paso ligero. No, si al final ejercicio harían y todo.

Las casas de la zona industrial estaban más hechas caldo, pero las que estaban adosadas a las fábricas aún estaban presentables. Atem pensó que tenía que estar en una de esas fábricas. Era un sitio fácil para ocultar a alguien. Y acertó: una de las más grandes, y que tenía a varios bloques de edificios adosados, emanaba una energía brutal. Era mucho más grande de lo que Atem pensaba. Era energía de Yugi pero… era como si desbordase. Era mucho más poderoso. Eso le recordó a cuando le vio usar toda su energía contra el kitsune.

—Es aquí —anunció Atem, después de transformarse.

—¡Pues ya era hora! Estoy agotado…

—Siempre te estás quejando, Joey… —replicó Tristán, igual de cansado de correr.

Entonces un coche chirrió cerca de ellos. De éste, salió, para cabreo de Joey, Seto Kaiba, acompañado de unos pocos guardaespaldas. Kaiba parecía sorprendido de verles allí.

—¿Qué se os ha perdido aquí?

—Pues un amigo, mira tú por dónde. Algo que nunca tendrás —replicó Joey con toda la mala leche.

—A mí se me ha perdido mi dinero —dijo, después de dudar un instante, por la dureza de Joey—. Ese desgraciado de Gouda me ha robado comprando esa fábrica. El material de su interior es mío.

—Espera, ¿Seichiro Gouda? ¿El magnate de la electricidad?

—¡Dejad de cotorrear, aquí tenemos un problema! —gritó Atem, exasperado. Se contagiaba del exceso de energía que desprendía Yugi.

Kaiba y Joey iban a replicar, pero entonces una explosión sacudió toda la fábrica y sus alrededores. Un breve rayo de luz salió por una ventana, entre la nube de polvo.

—Pero ¿qué demonios…? —soltó Kaiba.

—¡Yugi! —gritó Atem, intentando llamar a su novio. Se disponía a entrar en el edificio adosado de donde había salido la explosión, pero una segunda en el piso de abajo le obligó a cubrirse—. ¡Yugi! ¡¿Me oyes?!

Una tercera explosión con su respectivo haz de luz dejó sordos a todos los presentes, pero todos alcanzaron a oír gritos de gente en el interior. Esa tercera explosión había sido en la planta baja. Pasara lo que pasara, fuera quien fuera, se dirigía a ellos.

La humareda ya se alzaba en el cielo cuando algunos trabajadores y algunos trajeados estaban saliendo por patas del edificio, que parecía que iba a desplomarse.

—¡Es un monstruo, huid! —chilló uno de los trajeados.

—Ese tiene que ser Yugi —dijo Atem.

Esta vez sí que consiguió acercarse a la entrada, pero nada más hacerlo se topó de cara con Yugi, que iba a lanzar un zarpazo sobre el egipcio sin querer. Se detuvo casi al instante.

—¡Yugi! ¡Por fin…! —Algo no andaba bien—. ¿Yugi?

Su cuerpo era más grande de lo normal. Superaba en altura a Atem. Además tenía partes de piel y pelo de león, cara, brazos y piernas sobre todo. Esto se lo conocía.

—¡Sejmet! Por favor, abandona este cuerpo. Ya has cumplido tu misión.

—¡Tengo… que castigarlos! ¡Ellos han perjudicado a Yugi! ¡Deben ser… destruidos! —La voz distorsionada y grave de Sejmet acabó en un rugido que se convirtió en un rayo de luz. Adiós al coche de Kaiba, que saltó por los aires. La explosión se llevó por delante a uno de los últimos trajeados que huían. Entonces el cuerpo de Yugi creció más y su voz habitual reapareció—. ¡Ayúdame Atem! ¡Sejmet controla casi todo mi cuerpo, ha usado mis emociones para liberarse! ¡Debes atraparla!

—Pero… ¿y qué pasa contigo?

—No te preocupes, puedo liberarme de su posesión, pero debe estar inutilizada. ¡Corre!

De nuevo, Yugi rugió, liberando otro rayo, esta vez hacia el cielo, y se puso a perseguir a los supervivientes a una velocidad pasmosa.

—¡Buscad a otros supervivientes! —les dijo Atem al resto, que no sabían qué hacer—. ¡Yo me ocupo de él!

—¡Ve con cuidado! —le respondió Tea, mientras entraba con los otros en el edificio.

Atem se transformó el golondrina allí mismo, dejando pasmados a más de uno, entre ellos el propio Kaiba, y persiguió a Yugi. Le encontró un par de calles más allá, acorralando a unos pobre trabajadores. Se volvió a transformar en humano.

—Solamente Ra consiguió distraer a Sejmet, convirtiendo el agua del Nilo en cerveza, cuando se descontroló como ahora —dijo, pensando en voz alta—. Quizás… el olor le distraiga.

El problema era que el olor era la especialidad de Bastet, y no estaba, obviamente. Pero había alguien más que podía darle un olor.

—Isis, madre de todos, yo te imploro: proporcióname el aroma de la naturaleza que haces crecer para apaciguar a esta criatura.

Su cuerpo se iluminó de nuevo y empezó a oler a lino, vino y al aroma del delta del Nilo, que atraía a tantos animales. Sejmet se percató enseguida y se giró, muy calmada, olisqueando en dirección a Atem. Se paró a pocos centímetros de él, distraída. Atem miró a los ojos brillantes y enrojecidos de Sejmet y atisbó la energía de Yugi. Ahí estaba.

—¡Udyat, Ojo de Horus! ¡Atrapa a esta criatura con tu magia!

Cuatro señales de Udyat luminosas rodearon al cuerpo de Yugi y crearon una pantalla de luz. Sejmet se dio cuenta de la trampa, intentando liberarse y sacudiendo el cuerpo de Yugi, pero entonces se llevó las manos a la cabeza y se arrodilló.

—¡Ya has cumplido! ¡Por favor, sal! —Era la voz de Yugi.

Un cuerpo totalmente luminoso salió de la espalda de Yugi, mientras el cuerpo de éste se reducía a su tamaño natural. Esa luz ya no probaba de escapar desesperadamente, pero el poder del Udyat se cerró entorno ella hasta atraparla. Yugi salió por su propio pie de la pantalla de luz y abrazó a Atem, mientras ambos veían como el cuerpo luminoso se transformaba en la leona que ya conocían.

—Lo siento —se le oyó decir a Sejmet, antes de ser totalmente leona.

—No pasa nada —se compadeció Yugi.

La leona se acercó a ellos dos y lamió un poco a Yugi, antes de salir corriendo y desaparecer entre los callejones.

—Lo siento —se disculpó, esta vez, Yugi—. Dejé que me dominara.

—Ha salvado tu vida.

—A un alto precio…

Yugi se quedó dormido en brazos de su novio, quien se sentó en la acera, mientras veía como todo el mundo huía de la escena.

 

Notas finales:

Eso es todo gente jeje gracias por leeeeeer :V :3

Queda poco para acabar, ya aviso jejeje


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