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1953 (TaeGi) por Kantona Park

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Notas del fanfic:

Hola de nuevo ^^ Escribí este oneshot para el segundo exchange de Spanish BTS fics. Este fic está inspirado en el libro "Los árboles en la cuesta" de Hwang Sunwon. Espero que os guste :)

20 de Marzo de 1953.

Hoy ha sido un día demasiado duro. En silencio, rodeábamos una pequeña población cercana al paralelo 38. La carabina se sentía pesada sobre mi hombro. Haciendo que mi brazo temblara al tener que sujetarla con fuerza por si debía abrir fuego. El sargento Min, tan valiente como siempre, encabezaba la unidad dando indicaciones silenciosas sobre qué hacer. Creo que no hay persona que respete más en el mundo que al sargento Min.


¿Ya está escribiendo de nuevo en su diario soldado Kim? Recibí la burla de uno de mis compañeros.


¡Cállate Kim Namjoon! Más vale que hagas algo de provecho y traigas leña le regañó el sargento Min.

Namjoon se levantó a regañadientes, caminando hacia el oscuro bosque para traer madera y avivar la fogata en la que nos encontrábamos sentados. El pueblo había sido completamente destruido por el enemigo, por lo que en una zona cercana levantamos un campamento con tal de continuar nuestra marcha a la mañana siguiente. Era una noche extremadamente fría. El calor del fuego no era suficiente para calentar nuestros entumecidos cuerpos, teniendo que recurrir a la ingesta de alcohol.

La guerra era la peor de las pesadillas. Hace nueve meses que me reclutaron en el ejército. Antes de eso, era profesor de primaria. Aún recuerdo los ojos vivaces de mis alumnos, ansiosos por aprender. Alejados de la guerra pero conscientes de que quizá no volverían a ver a sus padres y hermanos. Llevo nueve meses escribiendo en mi diario. El cual recoge todas mis vivencias desde el mismo momento en el que pisé por primera vez un campamento militar.

Durante estos meses, he hecho algunos amigos en la unidad. Kim Namjoon, a pesar de hacerme bromas pesadas, era un amigo fiel que amenizaba mis noches con sus alegres historias. Quizá ese buen humor le ayudaba a sobrellevar los tiempos que estábamos viviendo. Jeon Jungkook era otro de nuestros amigos cercanos. A pesar de ser callado y permanecer la mayoría del tiempo inmerso en sus pensamientos no se alejaba en ningún momento de nosotros. Hablaba poco, pero sus comentarios escasos siempre eran elocuentes y acertados.

Y luego estaba el sargento Min. Una persona que admiro en extremo. Desde el primer momento de mi ingreso siempre ha permanecido a mi lado. Los demás soldados me suelen llamar «el niño mimado de Min». En realidad no sé si puedo considerarlo un amigo. No hablamos más allá de lo estrictamente necesario. Es frío, con un gesto amenazador que desmantela la confianza del más valiente. Pero gracias a él puedo decir que aún estoy vivo.

Recuerdo una de las peores batallas llevadas a cabo contra el enemigo. Atravesábamos un campo rodeado de árboles de alforfón, donde la hierba era alta y apenas podíamos avanzar. De repente, los motores de los aviones contrarios hicieron que me temblaran las piernas. Numerosas explosiones se cernían a mi alrededor a causa de la metralla de gran calibre. Eran pequeñas bombas que provocaban agujeros en el suelo de unos dos metros de diámetro. En aquel momento me sentía en pánico, corría despavorido hacia los árboles en busca de refugio cuando una de las bombas casi me alcanza. En lugar de eso, alguien tiró de mi brazo con fuerza, haciendo que ambos cayéramos a uno de los agujeros.

Nunca cae una bomba dos veces en el mismo sitio. No lo olvides. — El sargento Min me sonrió de manera tétrica. Pero agradecí su intento de tranquilizarme.


Siempre había cuidado de mí. Cuando los demás soldados visitaban el prostíbulo, él siempre se quedaba conmigo. Bebíamos en las tabernas de manera silenciosa, pero su mera compañía era suficiente para no sentirme sólo.

Al día siguiente continuamos nuestra marcha por el campo. La vista era digna de admirar. El sol culminaba el cielo, dándonos tregua ante el frío que estábamos sintiendo durante este mes de marzo. Parecía que la primavera se acercaba por fin. Caminábamos a buen ritmo, cargando nuestras mochilas junto con la pesada carabina. Debo admitir, que he accionado el arma en muy pocas ocasiones durante este tiempo. Es irónico que esté participando en una guerra y sin embargo, no haya hecho uso de mi arma. No puedo decir lo mismo de los demás soldados. He visto a Namjoon y al sargento Min disparando con acierto en incontables ocasiones. No es que yo sea un cobarde, simplemente por meras casualidades, he estado a buen recaudo en los momentos de máxima tensión.

Tardamos diez días en llegar a un pueblo tranquilo donde poder descansar. La mayoría de la población eran los encargados de las tabernas y prostitutas que satisfacían las necesidades de los soldados que llegaban. Aparte de eso, era un pueblo fantasma. Tras hablar con uno de los dueños de una taberna céntrica, el sargento consiguió que pudiéramos dormir en las habitaciones de un hostal. No tengo ni la más remota idea de cómo le había pagado, pero le agradecía desde lo más profundo de mi corazón que hubiera conseguido una cama dónde poder reposar mi adolorida espalda. Supongo que el hecho de ser solamente doce hombres, ayudó a la hora de acomodarnos.

Entramos al edificio, el cual parecía estar en dudosas condiciones estructurales. Sin embargo, no podía importarme menos en aquel momento. Subimos por una escalera estrecha de madera, notando el sonido de los crujidos a cada paso que daba sobre un peldaño. El sonido de mis pies sumado al de mis compañeros, me pareció muy gracioso. Era como una sinfonía amorfa, rítmica, pero amorfa. Por primera vez en mucho tiempo, esbocé una sonrisa.

El sargento Min realizó el reparto de habitaciones a su antojo. Creo que fue aleatorio conforme veía aparecer a los hombres. A mí, me tocó con él. Y a decir verdad no me extrañó. Namjoon me miró con burla, intentando decirme algo con los ojos que no llegué a comprender. Antes de entrar a su habitación, la cual compartía con Jungkook, se giró para hablarme.

¿Vendrás esta noche al prostíbulo con nosotros Taehyung? Los hoyuelos de sus mejillas adornaban su sonrisa socarrona.


Ya sabes que la respuesta es no. ¿Por qué sigues insistiendo? — Namjoon se encogió de hombros antes de entrar a la estancia donde dormiría.

 

Ingresé a mi habitación seguido del sargento Min. La estancia era pequeña, con unos pocos muebles de madera muy sencillos. Como el baño estaba en el pasillo, esa mera estancia era la única en la que pasaría la noche. Había una cama grande situada en medio. Las sábanas blancas relucían misteriosamente sobre ella. Era muy extraño que estuvieran tan limpias. Seguramente la persona que regentaba este lugar era una mujer, y no el tabernero mugroso que nos atendió. Una ventana cuadrada de pocas proporciones se situaba encima de una mesita de té donde había dos taburetes. Todo estaba muy amontonado, pero no era desagradable ni me pensaba quejar.
El sargento se sentó en uno de los taburetes mientras encendía un cigarrillo. Yo no fumaba, pero no me molestaba que los demás lo hicieran a mi alrededor. Saqué de mi mochila algo de ropa medianamente limpia, rezando por que nadie estuviera en el baño y así poder asearme después de muchos días sin hacerlo. El sargento se levantó, tomando mi ropa sucia con la manos junto a la suya.

— Mandaré que la laven.— asentí con la cabeza sin preguntar nada más. Yo nunca le cuestionaba.
Tras una ducha que se me antojó la más satisfactoria de toda mi vida, me dirigí de nuevo a la habitación. El sargento Min se encontraba sentado en el mismo lugar donde le dejé. Pero había sacado su propia ropa limpia, la cual estaba depositada sobre la mesa. Seguramente él también quería limpiar su cuerpo.

Una vez que salió por la puerta, decidí escribir en mi diario. Me coloqué sobre la cama, apoyando la espalda en la pared y doblando las rodillas. Apoyé el pequeño diario de tapas de azul índigo sobre mis muslos, comenzando con mi relato diario. En medio de mi redacción, me percaté de un detalle que me había pasado desapercibido. Éramos dos, y había una sola cama. Tendría que dormir con el sargento Min. No es que la idea me disgustara. Cuando se está en guerra, no se le da importancia a este tipo de cosas. Sin embargo, me sentí algo incómodo.

Tras unos minutos el sargento Min regresó a la habitación. Yo ya había acabado de escribir en mi diario, por lo que volví a guardar el libro en la mochila para acomodarme en la cama. Inmerso entre las sábanas blancas, mirando hacia el techo, noté como un peso se acomodaba a mi derecha. A pesar de que la cama era de matrimonio, no era de dimensiones desorbitadas, por lo que nuestros hombros se rozaban. Un poco incómodo, me giré dándole la espalda. Sin embargo, no esperaba lo que pasaría a continuación.

El sargento Min imitó mi gesto, pegando su pecho a mi espalda mientras me rodeaba la cintura con un brazo para acercarme a él. Es cierto que la postura era más cómoda ahora que ambos compartíamos más espacio, pero mentiría si dijera que mi corazón no se aceleró. Apreciaba su sutil respiración chocando contra mi nuca. Como su nariz hurgaba entre mi cabello hasta encontrar una posición que le satisfacía. Podía notar el aroma a jabón que desprendía su cuerpo. Era una situación que me desconcertaba. Sin embargo, caí rendido ante la comodidad en cuestión de un par de minutos.

7 de Mayo de 1953.

Hemos retrocedido hacia el sur una vez más. El relevo de unidades está siendo realmente efectivo. Por fin nos toca descansar un poco en la retaguardia. No quiere decir que podamos bajar la guardia, pero al menos ya no estamos en plena línea de fuego. A pesar de alejarme del conflicto no me siento tranquilo. He dormido varias veces con el sargento Min. He notado otros cambios en su conducta. El otro día, tras mi turno de guardia nocturno, me ofreció una sonrisa amplia y sincera. Nunca había visto sonreír al sargento Min.


— ¿Otra vez estás escribiendo sobre tu enamorado? — la risa de Namjoon sonó estridente junto con la de otros compañeros. Fruncí el ceño confuso, no comprendiendo sus palabras.


— Kim Namjoon, si no te callas juro que te meteré el cañón de la carabina por el culo hasta que se desgaste. — Una vez más, la voz ronca del sargento Min salía en mi defensa.


Suspiré resignado. Nuestros compañeros nos miraban extraño desde que se percataron de que el sargento Min y yo, dormimos juntos cuando disponemos de una cama para descansar. Ellos fueron rotando, cambiando de compañero de habitación. Pero no nosotros. Era una ley del universo que si había una cama, yo la compartiría con Min Yoongi. El comportamiento del sargento no había variado demasiado. Sin embargo, existían pequeños detalles. Aparte de dormir con él, se preocupaba más de lo normal sobre mi estado. Me daba agua si notaba que estaba sediento. Ordenaba unos minutos de descanso si me veía cansado. Y lo más importante, me sonreía cuando creía que nadie le veía. Ahora sí que me sentía su niño mimado.


Ese día decidí acompañar a mis compañeros a la taberna. El local estaba lleno de humo, impidiendo que la vista fuera clara. Namjoon pidió una botella de licor para amenizar nuestra conversación. Era fuerte, raspando mi garganta a cada trago que bajaba por mi esófago. En nuestra mesa sólo estábamos Jungkook, Namjoon y yo. Mientras que algunos de nuestros compañeros se situaban en una mesa cercana.

Mis compañeros estaban animados. Estar alejados de la línea de batalla les había puesto de buen humor, por lo que invertirían su poco dinero en diversión. Unas chicas se acercaron a nosotros. El maquillaje, de escasa calidad, se notaba en los rostros de las muchachas que coqueteaban con mis compañeros. Una de ellas intentó acercarse a mí, pero mi gesto fue suficientemente claro como para deducir que no quería disponer de sus servicios. Cuando mis compañeros se fueron con las chicas a otras habitaciones más privadas, decidí que mi tiempo en ese lugar había culminado.

Me dirigí hacia el campamento. No habíamos podido conseguir un hostal donde hospedarnos, por lo que nos alojamos en unas tiendas cercanas que el gobierno había instalado en las cercanías. El tiempo era mucho más cálido, vaticinando la cercanía del verano. Metí las manos en mis bolsillos, disfrutando del paseo nocturno que bajaba los niveles de alcohol en mis venas a causa de la suave brisa. Al llegar al campamento, todo estaba semi a oscuras. Una luz titilante salía de la tienda del sargento Min. Y sin saber muy bien el motivo, me dirigí hacia allí.

Aparté la lona que hacía las funciones de puerta, asomando levemente la cabeza por ella. El sargento Min se encontraba sentado en una mesa plegable. La estancia constaba de dicha mesa, un camastro parecido a una camilla y las pertenencias del sargento. Carraspeé suavemente para anunciarle mi presencia, a lo que alzó la mirada de los documentos que estaba leyendo para sonreírme con dulzura.

Taehyung, ¿qué haces aquí? Su voz sonó más suave que de costumbre. Nunca me había llamado por mi nombre sin mencionar mi apellido. Se sintió cercano.

Vi como se levantó de la mesa para acercarse a mí, tomando mi brazo para que entrara en la tienda. Nos sentamos en la mesa, iniciando una amena conversación. Creo que nunca había cruzado tantas palabras con mi superior. Era una persona completamente diferente a como se mostraba ante el pelotón. Incluso compartimos algunos chistes que nos hicieron soltar carcajadas sonoras.

En un determinado momento, la conversación se detuvo. Me miraba con fascinación mientras inhalaba el humo denso de un cigarrillo. Me sentí algo cohibido ante su mirada, mordiéndome el labio a la vez que me sonrojaba. Se acercó a mí tomándome la mano, por lo que fruncí el ceño con desconcierto. Aplastó el cigarrillo contra el cenicero con firmeza, dirigiendo su mano hasta mi mejilla derecha para acariciarla con suavidad. Tragué grueso.
Por un lado sabía lo que iba a suceder, no estando completamente seguro. Sus labios rozaron íntimamente los míos. Una suave caricia que expandió una corriente eléctrica a lo largo de toda mi espalda.

— Sar-sargento...— acalló mis palabras con otro beso breve.


— Yoongi a partir de ahora.

Se levantó de su asiento, repitiendo yo sus acciones por inercia. Se acercó a mi cuerpo con lentitud, como si tuviera miedo de que me escapara. Hecho que me hizo mucha gracia. Nunca escaparía del sargento. Era la persona en la que más confiaba en el mundo después de mis padres. Deslizó sus níveas manos por mis caderas, acercándome a su anatomía. Coloqué mis extremidades temblorosas sobre sus hombros, no sabiendo qué hacer. Decidiendo dejarme llevar por él.


Me besó con premura. Los labios de ambos se rozaban con lentitud, reconociéndose. Noté los contrarios un poco resecos, por lo que saqué mi lengua para delinearlos y humedecerlos. Una risa suave salió de su garganta, provocando mi propia sonrisa. Volvió a besarme, con mucho más ahínco que antes. La jugosidad de su boca se me hizo adictiva. Su sabor levemente amargo, era exótico.

Poco a poco nos dirigimos hacia el camastro, cuyos muelles resonaron ante el peso de nuestros cuerpos al caer. Yoongi se levantó para apagar la luz, dejándonos casi completamente a oscuras. En ese lapso de tiempo fui consciente de lo que estaba sucediendo, y un miedo aterrador se instaló en mi vientre. Yo quería hacer esto. Estaba completamente seguro de que lo deseaba. Pero estábamos hablando del sargento Min. El ser más frío, cuadriculado y eficiente de todo el ejército.

Perdí el hilo conductor de mis pensamientos cuando sentí su cuerpo sobre el mío. Acomodándose con cuidado de no hacerme daño. Sus caricias en mis costados eran efímeras, como si temiera presionar demasiado. Sus besos delicados me hacían sentir acalorado. Sus dedos ásperos a causa de la guerra desprendían las prendas de ropa de mi cuerpo con sumo cuidado. Era increíble el contraste del hombre que estaba sobre mí. A cada paso que avanzábamos notaba más dulzura, mas cariño de su parte.

Sentir la piel ajena en todo su esplendor sobre la propia era delirante. Acariciaba y besaba cada rincón de mi cuerpo. Memoricé sus formas, cada uno de sus vellos al pasar las yemas de los dedos. Me estremecí en cada aliento que exhaló de sus labios cuando me coloque sobre él. Las oscilación era lenta, apretando mis manos contra su espalda en cada movimiento. Sentía su respiración errática en mi cuello, poniendo toda mi piel de gallina. Fue uno de los momentos mas hermosos de mi vida.


27 de Julio de 1953.

Hoy es un día de buenas noticias. Por fin se ha firmado el armisticio. Los soldados podremos volver a casa paulatinamente ante el cese de la guerra. Mi familia, a través de cartas, me ha informado de su traslado a la provincia de gyeongnam. Lugar donde han construido una granja de gallinas. Tengo miedo de ir allí y no ver nunca más a Yoongi. Estos meses han sido los más hermosos de mi vida. Me trata como si fuera el regalo más preciado. Mis compañeros intuyen nuestra relación, pero se mantienen al margen. Ahora que ha acabado la guerra, ¿qué vamos a hacer?
Unos brazos me rodearon desde arriba. Al estar sentado en una silla mientras escribía en mi diario, Yoongi tuvo que inclinarse para atraparme. Depositó un beso dulce en mi mejilla, arrancándome una sonrisa. Me levanté para abrazarlo con todas mis fuerzas. No quería perderle. Como si leyera mi pensamiento susurró contra mi oído.

— Deja de preocuparte Taehyung. Iré allá donde tú vayas. Sólo espera a que me den permiso para salir del ejército. — las caricias en mi espalda eran realmente reconfortantes.

Y es que Yoongi tenía que estar allí más tiempo que yo. Al ser soldado raso, fui de los primeros en volver a la vida cotidiana. Al día siguiente tendría que dejar el campamento militar. Cogería un tren que me llevaría hacia Busan, lugar donde residía ahora mi familia.

— No quiero perderte. Te amo Yoongi. — dije con ojos llorosos.


— Prometo que no vas a perderme. Siempre he cuidado de ti, ¿verdad? — rió levemente — Te amo.


Desperté algo desconcertado sobre el camastro de Yoongi. Una vez más, nos habíamos amado como otras tantas veces a lo largo de estos meses. La noche había sido muy intensa por la pronta despedida que tendría lugar en la mañana. Ninguno quería alejarse de los labios ajenos. No estábamos dispuestos a despegar nuestras pieles por tiempo indefinido.

Escuché unas voces fuera de la tienda. No le dio mayor importancia hasta que una de ellas fue demasiado conocida para mí. Me vestí lo más rápido que pude para salir a toda velocidad. La imagen que presencié, era peor de lo que esperaba. Dos militares llevaban a Yoongi preso. Los golpes en su cara habían hecho que su ojo izquierdo luciera casi cerrado. No entendía nada. Corrí hacia él, pero Namjoon no me lo permitió.

— Taehyung, quieto. No lo empeores... — los ojos tristes de Namjoon me sorprendieron.


Dejé de forcejear haciendo caso a mi compañero. Yoongi, a lo lejos, me sonrió ampliamente. Guiñándome el ojo que tenía sano. Namjoon no queriendo que viera las escenas posteriores, me cogió en peso para meterme dentro de la tienda de nuevo. Sólo sentía confusión, queriendo salir de allí mientras mi amigo franqueaba la puerta. De repente, el sonido de un disparo sobrepasó a cualquier otro ruido. Mi mente quedó en blanco. Lágrimas gruesas se deslizaron por mis mejillas cuando asimilé lo que había ocurrido.

Namjoon me abrazó. Golpeé su espalda con todas mis fuerzas para que me soltara. Pero era tres veces más fuerte que yo. Lloré en sus brazos de manera desconsolada, no encontrando consuelo en las caricias que me daba.

— Tu enamorado te ha salvado el culo Taehyung...no la cagues ahora.

Mi amigo me explicó lo sucedido. Uno de nuestros compañeros de unidad, le había contado a un militar de alto rango sobre nuestra relación. No era necesario que explicara más nada. Dos hombres, el ejército, Corea del Sur en 1953. Era una ofensa para el ejército y su nación. Yoongi no había confesado quien era su pareja. Me había salvado sacrificándose por los dos.
28 de Julio de 1956.

Hoy, hace tres años que me mudé a Busan. Aún recuerdo los difíciles momentos que viví aquel día. Tras la muerte de Yoongi, volví destrozado al seno familiar para ayudar con la granja. El trabajo físico tan pesado me ayudó a evadir mi mente. Poco tiempo después, encontré trabajo como profesor de primaria, volviendo a mi profesión de siempre. Mis padres me concertaron un matrimonio con la hija de un terrateniente que posee tierras a las afueras de la ciudad. Era un negocio beneficioso para ambos, según mi padre. Ahora mismo, mi mujer yace a mi lado. Respirando acompasadamente a causa del sueño. Al mirarla, siento dolor. Podrá ser mi esposa, pero nunca olvidaré los ojos profundos que me miraba con cariño durante la guerra. Su tacto es suave, pero no es el mismo. Sus besos son jugosos, pero no se sienten igual que los de Yoongi. Hoy, tres años después, sigo llorando cada noche por el hombre de mi vida. Porque mi cuerpo ha continuado hacia adelante. Pero mi corazón se quedó en aquel campamento para siempre.


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