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Punto y coma, punto y aparte por OneUnforgiven

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—¿Qué es lo que harás? —consultó Anna con un tono dulce de voz mientras le sostenía de las manos. Estaban sentados en el sillón, él con un vaso de agua entre las manos, intentando calmarse y pensar las cosas fríamente. James negó con su cabeza, todavía no podía creerlo—. James, quizás te estás confundiendo... Si estabas saliendo con su hermano a la vez, significa que le reconocería cuando vino aquí el día de tu accidente.

—Estaba mintiendo —aseguró él. Era la primera vez que desde el coma estaba tan seguro en algo—. Joseph me empujó del balcón y Fred le encubrió.

Anna suspiró, incómoda, y él bebió más agua.

—¿Tú recuerdas eso? —consultó ella al rato—. ¿Recuerdas que te haya empujado?

James suspiró hondamente.

—La verdad es que no tengo la imagen clara de Joseph haciéndolo, pero desde hace mucho que sueño con unas manos que me empujan y luego caigo.

Anna se removió intranquila en el sillón y ambos guardaron silencio un momento. James no era capaz de asimilar aún los recuerdos fugaces que iban apareciendo por su mente.

Joseph aparecía en su memoria, sereno y tranquilo, tocando el violín con pasión, la misma que él entregaba al piano. Recordaba su mirada cristalina, sus ojos marrones expresivos, mostrándole cariño al otro lado de la cama, cuando despertaban juntos. James recordaba el aroma de su piel y el contacto de sus manos sobre su cuerpo, recordaba su risa, recordaba su llanto.

Sintió un nudo en la garganta y bajó la cabeza, avergonzado de sí mismo. ¿Cómo había podido ser capaz, no solo de ser engañar y ser infiel, sino de hacerlo entre hermanos? Sintió asco de sí mismo.

—Debes hablarlo con Frederick —dijo Anna, sacándolo de sus pensamientos, haciendo que alzara la cabeza de nuevo—. James... debes aclarar lo del accidente.

—Él quiere olvidarlo todo, Anna... —suspiró, frotándose el puente de la nariz.

—¿Podrías estar con un hombre que no sabes si te empujó por el balcón o si encubrió al hermano de hacerlo? —James negó y volvió a bajar el rostro—. Cuanto más claras dejen las cosas entre vosotros, más fuerte y estrecha será la relación. Esto, con el paso del tiempo, podrá iros desgastando a ambos, a lo que tenéis.

—Vale... —suspiró—. Hablaré con él esta semana.

Anna le acarició las manos y se las presionó, en señal de apoyo y se lo agradeció con una sonrisa, o intento de sonrisa.

Cuando su hermana se fue, James ni siquiera tuvo deseos de sentarse al órgano, todo lo que hizo fue meterse entre las sábanas e intentar dormir.

Soñó con Joseph. Él tocaba el violín junto a la ventana y James había dejado el órgano por unos minutos, para descansar los dedos. Estaban en la habitación del mayor, era un lugar ordenado y pulcro. Tenía las paredes pintadas de un suave color ocre, estanterías con algunos premios y varios libros de música en la pequeña biblioteca cerca de la puerta; guardaba vinilos, viejos cassettes ordenados en orden alfabético y cuadernos, toneladas de cuadernos que guardaban partituras, todo aquello en un mueble bajo frente a la cama, aquella que era grande y estaba pulcramente tendida.

Joseph tocaba de espaldas a él, de vez en cuando echaba una ojeada a la partitura que estaba descansando sobre el atril a unos cuantos pasos frente a él, pero continuaba tocando como un profesional. James sonrió admirando su belleza, palpando la calma... y a la vez, el frío.

Tenía un cuaderno de música en blanco, quizás había intentado componer; en la mesita junto a la cama, había una bandeja con dos tazas de café vacías y un plato con migajas de galletas. Se levantó y cogió la bandeja, para salir de la habitación en silencio, procurando no interrumpir.

Afuera, se encontró con una casa grande, amplia y tan ordenada como la habitación, olía a lavanda. James caminó directo a la cocina y lavó las tazas, la bandeja y el pequeño plato.

La casa parecía vacía y fría, había pocas cosas fuera de lugar, pero no eran las suficientes para darle vida. Todo estaba rígido, silencioso, como si en esa casa hubiera algo que faltara.

En el pasillo que rodeaba la sala hundida un escalón más abajo, encontró cuadros familiares colgados y alineados. Una familia grande, de personas serias y rígidas; quizás eran una veintena de personas reunidas bajo un árbol, posando para una fotografía, intentando fingir familiaridad. A los lados, había diplomas, un doctorado en medicina, en pediatría; una maestría en interpretación de música contemporánea.

Allí estaban Joseph y Frederick, juntos y distantes a la vez, mirando a la lente junto a sus padres. El mayor sostenía un cuadro envidriado, un certificado de algo. Sus padres sonreían vestidos de gala, así como sus hijos; Joseph tenía orgullo y Frederick... su mirada estaba perdida.

—¿Admirando el muro del orgullo familiar? —oyó que una voz le dijo desde la distancia, y él se volteó hacia su dirección. Frederick estaba sentado en los sillones en el salón, en la oscuridad.

Estaba muy distinto a lo que recordaba. Llevaba jeans desgastados y descosidos, zapatos de tela deportivos, sucios y en pésimas condiciones, el cabello largo hasta los hombros, despeinado y rebelde, ojeras bajo sus ojos avellanas tristes, una camiseta grande y amplia con el logo de Pink Floyd, The dark side of the moon.

Frederick sonrió de medio lado, con la guitarra entre las manos y se mordió los labios luego.

»Por supuesto que sí —dijo él, con un tono de voz extraño y mirándole a los ojos—, ¿quién no querría una vida de éxitos y aprobación? ¿Quién no querría ser parte de la familia perfecta? Os acopláis bien...

—Frederick... —le llamó y avanzó unos pasos hacia él sintiendo culpa.

—No, comprendo que le elijáis —desvió su mirada a otro lado, con esa sonrisa melancólica en su rostro—. Él lo tiene todo, es un gran partido.

—Cállate —le ordenó con algo de fastidio y Frederick volvió a mirarle—. No vuelvas a decir eso.

James avanzó, bajó los escalones, le jaló del cabello para alzar su rostro y le besó. Probó sus labios de nuevo y se sintió hambriento otra vez, le dio hambre de su lengua, de sus brazos, de su cuerpo. Le dio hambre de su alma.

»Tú no eres menos que él —le susurró contra sus labios y éstos formaron una sonrisa contra los de él. Sus miradas se encontraron otra vez.

—Y sin embargo, siempre seré el segundo.

James despertó de un movimiento brusco cuando un bocinazo muy fuerte inundó las calles. Un camión debía de intentar hacerse paso en algún lado, seis pisos hacia abajo.

Se fregó el rostro y remoloneó un poco en la cama. Su teléfono lanzó un pitido, recordándole que tenía algunos mensajes sin leer, se estiró y lo cogió, esperando que olvidaría ese amargo gusto en la boca oyendo los mensajes.

El día se me ha hecho eterno —suspiró Fred al otro lado, con el sonido del tráfico tras él—, hoy volveré a mi apartamento a ordenar unas cosas y si quieres pasamos el domingo juntos.

El mensaje de audio terminó ahí, lo había enviado a las diez de la noche.

»¿Estás despierto? ¿Tienes ocupado mañana? —preguntó en otro audio, media hora más tarde—. Podemos dejarlo para luego si tienes visitas.

Esos eran todos los mensajes de Frederick, abrió la siguiente conversación, hundido entre las sábanas.

Cariño, ¿cómo te encuentras? —oyó la voz de su madre—. Respóndeme cuando tengas algo de tiempo. Te quiero, cielo.

James suspiró y pasó a la siguiente conversación, no tenía muchos ánimos de hablar con su madre, necesitaba reflexionar, asimilar todo lo que había descubierto.

Hola —saludó la voz de Diana y James no pudo evitar sentarse en la cama—. Sé que no nos hablamos mucho, pero... por azares de la vida, me he enterado mediante mamá que has empezado a recordar y...

James bajó los pies de la cama, nervioso, cuando Diana dejó de hablar. Su corazón empezaba a chocar contra su pecho de nuevo y sentía un nudo en la garganta al oír los silencios de su hermana mayor.

»Sólo quiero decirte que... —su hermana suspiró hondamente y la bola de nervios que le estrujaba su estómago crecía con cada silencio—. No persigas a Joseph, James. Él no merece que le sigas haciendo más daño.

El audio terminó allí, sin ninguna despedida, sin ningún detalle. James volvió a oírlo, una, dos, cinco veces hasta que soltó el teléfono y se agarró la cabeza con desesperación.

¿Diana lo sabía? ¿Todo ese tiempo estuvo acallando la verdad? Joder, es que ella era amiga de Joseph, era normal saberlo todo... pero él era su hermano, joder, ¿podría haberle dicho algo, no?

Chester entró en la habitación y le empujó con su hocico varias veces y le dio algunas lamidas.

—Ahora no, Chester —James tanteó la cama y luego se arrodilló en el piso, para buscar el teléfono con sus manos—. Joder... Diana, Dios santo... ¿por eso eras tan distante conmigo? Maldita sea...

Su perro le ladró y le jaló de la camiseta, haciendo ruidos nerviosos. James siguió buscando con sus manos, frustrándose cada vez más.

»Chester, el teléfono. Dame el teléfono.

Su perro ladró y le escuchó olfatear el piso, James siguió buscando por su cuenta, nervioso, mientras empezaba a comprender. Diana había golpeado a Frederick en el hospital, ella sabía todo del engaño, de la relación que tenían. Era distante, discreta... todo tenía sentido.

Chester le alcanzó el teléfono en sus manos.

»Gracias, amigo —le dijo a su perro y le acarició detrás de las orejas mientras éste se movía como si estuviese moviendo su cola. Le quitó las babas con el puño de la camiseta y buscó la agenda de contactos.

El programa de invidentes fue relatando los nombres uno a uno y escogió el de Diana, la llamó y se llevó el teléfono a la oreja. Esperó unos cuantos tonos a ser atendido, pero tras unos cuantos, le enviaba al buzón de voz.

James suspiró y decidió probarlo de nuevo más tarde.

Mientras le daba de comer a Chester y él se cambiaba para sacarlo luego, meditó un poco la situación. Sabía que una conversación con su hermana mayor quizás aclararía las cosas para luego discutirlas con Frederick, aunque no estaba del todo seguro que aquella fuera la manera correcta de proceder. Quizás debía hablarlo primero con Frederick y luego con Diana. Estaba inseguro.

Sacó a Chester a hacer sus necesidades fuera y mientras esperaba sintió deseos de visitar a su hermana. Necesitaba saber la verdad, necesitaba saber qué diablos había hecho, cómo diantres se había enrollado con dos hermanos, cómo podía haber sido tan cabrón de engañar a la gente así.

James recogió los desechos de su perro y los arrojó con una palita en el cesto de la esquina, cuando su teléfono sonó. El programa de invidentes le indicó que era Diana quien le llamaba y no dudó en atender.

—Hola —saludó él, nervioso.

Recibiste mi mensaje —dijo ella y su voz sonaba tan fría que le dio un ligero estremecimiento.

—¿Qué he hecho, Diana? —preguntó él, asustado.

Creí que ya lo habías descubierto.

—Sí... no —dudó—. No lo sé. Es todo tan confuso.

¿Qué dudas puedes tener cuando has destruido una familia? —replicó ella y él se quedó de piedra—. Mi consejo es que no vuelvas a caer en el mismo pozo, James... Aléjate de Frederick y de Joseph.

James suspiró, no podía creer lo que estaba oyendo, pero fueron solo segundos, solo unos segundos para recordar que su hermana mayor siempre había sido dura con él.

—Tú me odiabas —sonrió él, con la imagen dura de Diana muy palpable—. No querías que saliera con Joseph y desde el mismo momento que te enteraste, me comenzaste a odiar...

Oh, por favor... —dijo ella, con un tono de voz extraño, que le recordó mucho al pasado, a las discusiones banales que solían tener antes del accidente—. Yo sabía que ibas a destruirle, tú siempre tuviste un don especial para atraer a la gente y joderla, James...

Se mordió los labios con nerviosismo, sin saber qué hacer o qué responder. Se sentía atacado por su propia hermana y no tenía idea de cómo defenderse.

»Si me preguntas, no sé qué decirte, pero de alguna manera siempre lograbas tener a todos a tus pies —continuó Diana—; y de la misma manera rápida en la que le ponías atención a algo o a alguien, de la misma forma lo perdías. Sabía que ibas a hacer eso con Joseph, porque te conozco, porque eres mi hermano y te he visto crecer, pero Joseph no quiso escucharme...

—Ya sé que es mi culpa, ¿vale? —le dijo presionando los puños, intentando retener las palabras filosas que empezaban a mermar en su boca—. Y no te preocupes, no pienso volver acercarme a Joseph, pero necesito saber si él me empujó del balcón.

Diana suspiró hondamente y él empezó a sentirse cada vez más furioso.

¿Y qué cambiarás con eso? —quiso saber ella—. ¿Qué, si te empujó irás a acosarlo, a denunciarlo? ¿Con qué derecho?

—¡Pudo haberme matado!

Y tú a él, pero ambos seguís vivos. ¡Deja el pasado atrás, joder!

—¿Yo a...? Pero, ¿qué...? —James empezó a perder las palabras, producto de los nervios, Chester ladró a su lado y él continuó intentando formar palabras, frases. Estaba pasando de nuevo, las secuelas—. ¿Cuánto tiempo esperaste para atacarme, verdad? Tanto tiempo fingiendo...

No hablemos de fingir, por favor... que tú eres el menos indicado —James se rió en su interrupción—. Perdiste tu memoria y yo tuve la esperanza que cambiaras, que te alejaras de los Norris, que fueras alguien diferente... pero me equivoqué.

James se rió para no llorar.

—Menuda decepción soy, vaya... —dijo él, dolido—. Sólo quería saber del accidente, pero ya me has confirmado que Joseph me empujó, así que seguir esta conversación no tiene sentido.

¿Joseph, empujarte? —rió—. Tú te caíste solo, joder, por meterte en la pelea entre ellos dos. Pero tenías siempre la manía de meterte entre ellos, ¿verdad? No podías evitarlo...

James tembló cuando recordó los meses en los que Joseph estaba siendo tan frío con él, en los que intentaban hablar, pero nada funcionaba. No sabía qué sucedía, no entendía porqué Joseph lo alejaba tanto de él y sus problemas... recordó que lo habló con Frederick, el amigo que casi había perdido cuando empezó a salir con Joseph, y éste le contestó que era así, que siempre se encerraba en sí mismo, quizás para esconder quién era en realidad. James recordó que ese día lloró en su hombro, perdido, asustado... y también recordó que Frederick fue quien le besó y le dijo que no merecía estar con él.

»¿Qué? ¿Frederick no te ha dicho nada? —continuó Diana, sacándolo de la marea de imágenes y recuerdos fugaces—. ¿O es que os pagáis con la misma moneda todos? No puedo esperar menos de vosotros.

—¿Qué... qué dices...? —dijo, sin aliento, prácticamente dejándose caer, apoyándose contra un poste de luz mientras Chester ladraba desesperado.

James se quedó con la boca abierta, recordando la imagen de ese momento. Joseph entrando en la casa con su copia de llaves, llorando, preguntándole era cierto, si si seguía viéndose con Frederick... agarrándole de los hombros, sacudiéndolo, preguntándole a gritos si le amaba, si alguna vez le había amado, preguntándole por qué le castigaba así.

Sintió deseos de llorar al recordar esa mirada destrozada, al oír a ese corazón partido. Sintió el pánico de nuevo cuando Joseph miró a su habitación al escuchar un ruido y avanzó hasta allí, encontrándose con Frederick.

Les oyó discutir, pelearon en la habitación y luego en el comedor cuando Frederick intentó irse, diciéndole que ya no tenían nada juntos, que no tenían por quien competir. Joseph le gritó que era un bastardo, que siempre estaba intentando obtener todo lo que él tenía y Frederick le contestó que él siempre creía ser el centro de atención, y que si le había descuidado, haciendo que él buscara afecto en alguien más, no era culpa suya.

Se golpearon, se enroscaron uno en otro e intentaron matarse. James intentó detenerlos, pero era imposible, eran unas fieras descontroladas que sólo querían destruir al otro. Recibió algunos golpes también, producto de movimientos rápidos y ágiles.

Entró en pánico al ver que Joseph tenía agarrado a Frederick del cuello y le estaba ahorcando contra la biblioteca, intentó detener sus manos, esas que podían tocar el violín con tanta delicadeza pero que en ese momento estaban apunto de partir las vértebras y llevarse la vida de su hermano menor.

La única manera que vio de detenerlo fue de darle un golpe en las costillas, sacarle el aire, pero sucedió todo tan rápido... cuando Joseph le soltó, Frederick cayó al piso y James recibió un manotazo en los hombros que le hizo trastabillar hacia atrás.

—Pues vale, ya —murmuró Joseph, con los ojos vidriosos y el labio partido temblándole—. Espero que seáis felices...

James tropezó con el borde del ventanal y buscó apoyo en algún lado, se topó contra el borde del balcón y se sostuvo.

—¡Tenías al mejor de todos en tus brazos y tuviste que hacerle sentir así! —gritó Frederick desde el suelo mientras Joseph se intentaba ir—. ¡Nada de esto hubiese pasado si te hubieras abierto a él y te hubieses entregado por completo! ¡Le hiciste ir a buscar en alguien más todo lo que no le dabas!

—¿¡Y qué hay de ser honesto, eh!? —gritó Joseph—. ¡Estuvisteis follando a mi espalda en vez de decirme la verdad, capullos!

La pelea comenzó de nuevo y James intentó detenerla, parecía no tener fin, y en una de esas... un manotazo de alguien, de alguno, le hizo perder el equilibrio... y esa vez no hubo en qué apoyarse.

Sintió el vértigo, la angustia. James había hecho mucho daño, a Frederick, a Joseph, a Diana, a los Norris, esa familia que ahora seguro estaba más que dividida.

—No puede ser... —dijo sin aliento, agarrándose la cabeza porque sentía que se le estaba por caer del cuerpo.

Evidentemente has recordado sólo lo que querías recordar, ¿o Frederick te dijo eso? —cuestionó Diana—. ¡Tú no estabas primero con Frederick, estabas primero con Joseph, y a él es al que engañaste, no a la oveja negra de los Norris!

—Ya... —susurró, sumamente aletargado y tembloroso—. Basta... no puedo... no puedo con esto...

Pudiste en su momento —le acusó su hermana y él comenzó a llorar de la impotencia—. ¡Le dejaste en la miseria, James! ¡Le fuiste infiel con su hermano, con Frederick, ese desgraciado que toda la vida estuvo envidiándole e intentando hacerle caer porque él no es capaz de hacer nada por su cuenta! Ahora déjale vivir y vete con su hermano si te place, pero a Joseph déjalo en paz o te las verás conmigo y no me importa que seas el niño mimado de mamá.

Diana colgó la llamada y él sólo pudo gritarle al teléfono. Chester le ladró y él sintió el impulso de arrojar el móvil al suelo y pisotearlo, pero se contuvo. Lo guardó en el bolsillo y fue de regreso a su apartamento. Fue tan ofuscado que realizó todo el recorrido sin ningún tipo de inseguridad o miedo sobre dónde avanzaba, no hizo uso del bastón para ciegos y casi ni se guió por Chester.

Al encontrarse rodeado de nuevo de las paredes de su hogar, James se dio el lujo de descargar su frustración contra los sillones y las cosas que tropezó a su paso. Se sentó frente al órgano y tocó las teclas con fuerza. Petricor se distorsionó bajo sus dedos, al igual que Exit. Todo se fundió y se distorsionó.

Lloró hasta que no le quedaron lágrimas, tocó hasta que la música se volvió áspera y distante, cuando ya no lograba contenerle ni trasmitirle nada. Se abrazó a su perro y aceptó que no tenía nada por hacer.

El pasado era el pasado y ahora comprendía porqué había tenido miedo de buscarlo. James había jugado con fuego y se había quemado, había quemado a las personas de su alrededor.

—¿Tú me amas, verdad? —le preguntó a Chester, que seguía acostado a su lado, mimándolo y besándolo cuando lloraba—. Tú me amarás así sea la peor persona del mundo...

No había consuelo para lo que había hecho. No podía enmendar las cosas, disminuir el dolor, sanar las heridas ajenas. Debía aceptar que se había equivocado, que la había arruinado en grande. Ya no tenía nada por hacer más que aceptar las consecuencias de sus actos.

Frederick le llamó por teléfono a la tarde. Dudó un momento si contestarle o no, pero si no lo hacía iba a ser demasiado evidente que algo estaba mal... Y sin embargo tampoco se sentía capaz de mentirle.

James se sentía bastante despegado de la imagen de quién había sido antes del accidente, era como oír historias de otra persona, así que por eso no comprendía cómo había podido engañar y mentir tanto.

Tras la segunda llamada, James tomó coraje y lo atendió, nervioso y sin saber qué decir, en realidad.

—Hola —saludó, intentando ser normal.

Ey —una corta y sencilla palabra expresada con cariño y él ya sintió que temblaba. No podía ver, pero sabía que la decía con una sonrisa, una sonrisa ignorante a todas la mareas que cruzaban en su interior en ese momento—. ¿Qué tal, cariño? ¿Estabas ocupado?

—No, no... —empezó a decir, pero luego se arrepintió, debía dejar de mentir—. Bueno, sí, tal vez...

Frederick rió y él se sentó de nuevo en el sillón, angustiado.

¿Con visitas? ¿Tocando el órgano?

—No, la verdad no.

Oye —le oyó decir con un tono de voz distinto, preocupado—. ¿Sucede algo? Suenas raro.

Si el James del pasado había optado por vivir en las mentiras y los engaños, era justamente pasado. Él no iba a tolerar vivir en esas circunstancias, no de nuevo; tenía que cambiar su vida, sus acciones. Suspiró profundamente y se mentalizó para pronunciar las palabras con sumo cuidado.

—Sí —admitió por fin—. No me siento muy bien.

Y era cierto, su estómago le daba vueltas constantemente y sentía deseos de vomitar a pesar que no tenía nada dentro.

¿Qué tienes? —preguntó con el mismo tono de voz.

—Tengo la sensación que en cualquier momento voy a... no lo sé, explotar.

¿Quieres que vaya por ti? ¿Que llame a un médico?

—No, yo... —James tomó aire de nuevo, era tan difícil hablar—. Fred, yo he...

Su voz le falló, el nudo en su estómago se trasladó a su garganta y le impidió hablar.

»Sé que no quieres hablar de esto, que quieres dejarlo atrás... Pero es que acabo de recordarlo todo y...

James... —esperó a que le dijera algo, en su tono de voz percibió algo extraño, algo diferente. Frederick suspiró—. ¿Qué has recordado?

—Que os engañaba —dijo sintiendo que el cuerpo le temblaba, que el alma le dolía—. Que os engañaba de la peor forma de todas, a dos hermanos.

Hubo un silencio al otro lado de la línea, un silencio desolador, que no hizo más que incrementar su angustia. James lo sabía, sabía cuánto daño había hecho y no podía comprender cómo aún así Frederick siguiera apostando por él, siguiera intentándolo.

Ya has recordado a Joseph... —dijo éste, con la voz amarga.

—Sí.

Un silencio aún peor. En el fondo, esperaba que Fred explotara, que le insultara, que le reprochara algo. Que le dijera algo.

Iré a tu apartamento, ¿vale? —le oyó decir con la voz partida y él suspiró. Pasara lo que pasara, Frederick siempre seguía siendo amoroso, calmo... con un dulce tono de voz que parecía intentar sanar todo a su alrededor—. Debemos hablar.

—Sí —aceptó él. Debían conversarlo, ser personas civilizadas y sacar de una vez a la luz todas las asperezas del pasado. Debían seguir adelante... o detenerse y dejarlo allí.

Oye... —le escuchó decir, y él levantó la cabeza, con el teléfono aún en su oreja—. Te quiero.

Antes que pudiera responder, antes que pudiese decirle que él también, Frederick cortó al otro lado. Presionó sus labios y se tragó el sollozo, quizás por un minuto o dos, pero al final las lágrimas se le escaparon.

Se levantó del sillón e intentó dejar el apartamento algo más presentable, más cálido y no tan abrumador como lo estaba en ese momento, y al mismo tiempo podría ocupar su cabeza en algo más y escapar al nerviosismo.

Cuando Frederick golpeó su puerta y Chester fue hasta allí, dando algunos ladridos y oliendo bajo la puerta, él aún no estaba listo para afrontar lo que se venía, pero estaba un poco mejor que antes.

La cola de Chester le golpeó al pasar, él la sacudía sabiendo quién estaba al otro lado, y sonrió por la actitud de su mascota. Se dejó abrazar por esa sensación de felicidad, debía contagiarse, debía alegrarse de poder estar con Frederick una vez más, quizás la última... ¿Quién lo sabría?

—Ey... —saludó Fred cuando le abrió la puerta y sintió a Chester avanzar por entre sus piernas y acercarse a su novio, sacudiendo su cola de un lado al otro—. Hola Chester.

James sonrió, a pesar de la tristeza, porque en el fondo le alegraba y le dolía que su mascota se hubiese encariñado con él, tanto o más que él mismo.

Una mano le rozó la barbilla y se sobresaltó un poco ante el contacto, pero regresó a la normalidad, sabiendo quién tenía delante. Cerró sus ojos y saboreó el contacto, inclinando su mejilla. Frederick se acercó y le tomó de ambos lados para besarle, un beso algo amargo y angustiante, pero tan puro como todos los demás.

—¿Quieres tomar algo de té? —le invitó, intentando mantener la calma tras ese beso—. Aunque no sé qué horas serán...

—Nueve y media —le informó Fred, mientras la cola de Chester aún seguía moviéndose de un lado al otro en sus pantorrillas—, pero creo que no hay horarios para beber un buen té o algún café.

James sonrió y tras oír sus pasos avanzar, cerró la puerta.

—Puedes adueñarte del equipo de música mientras pongo la caldera —le comunicó mientras caminaba unos pasos al costado para no tropezar con su mascota, luego estiró la mano hasta dar con la mesada de mármol y la rodeó hasta llegar a la cocina.

—Me adueñaré de la música —James asintió y le colocó agua a la caldera mientras oía que Frederick se abría la chaqueta de cuero y se la quitaba, las pisadas de Chester le seguían y él puso el agua al fuego.

Oyó un sonido algo hueco junto al sillón y luego otro cierre abrirse, Frederick suspiró mientras se oía el ruido de la tela del sillón y volvió a escuchar un sonido hueco de madera, mucho más nítido que la otra vez.

—¿Te has traído la...? —el sonido de las cuerdas de la guitarra clásica le respondieron por él. James se acercó hasta el borde de la mesada, con curiosidad.

—Sip —dijo Fred, para luego volver a tocar las cuerdas.

Dio unos cuantos punteos, quizás intentando afinarla y empezó. Al principio no la reconoció, estaba muy acostumbrado al sonido del piano en esa canción que no distinguió cuál era con facilidad.

Frederick tocó la canción "Love is a mystery" de Ludovico, y él sintió que su corazón se volvió loco. La adaptación era muy buena, pero iba sola, sin violín alguno que le acompañara, pero sabía tan bien...

James se emocionó escuchándola, no sabía si lo había hecho a propósito, pero le transmitía un cierto mensaje oculto para él, que hablaba que las cosas a veces simplemente nacen solas, de la nada, misteriosamente y sin premeditación alguna. En el fondo, él sentía que Fred quería decirle que nada de lo que había pasado entre ellos había sido planeado. Ninguna de las dos veces.

Cuando la canción terminó, él intentó fingir que no había entendido porqué había escogido esa canción, y se centró en preparar el té.

Cuando lo llevó hacia los sillones, ayudado con una bandeja, Fred dejó de tocar la canción que había empezado a puntear, y oyó el sonido hueco de la guitarra apoyarse al otro lado.

—Te ayudo —le oyó decir mientras sus manos tocaban las de él, intentando asir la bandeja. Él le dejó y se sentó a su lado mientras la oía depositar en la mesa enana frente a ellos. Chester se quejó cuando él le empujó un poco para hacer espacio y éste volvió a acomodarse.

—No te quejes, usurpador de sillones —le dijo a su mascota, acariciándole el lomo.

—El sillón es de él, claro que tiene derecho a quejarse —James rió y le dio un beso en el hocico a su mascota, que se apresuró a acomodarse de nuevo, esta vez de lado a él, para apoyar su cabeza en su regazo, mientras sacudía la cola en donde estaba Frederick—. Me golpeas así encima que te defiendo, eres un traidor...

Chester sacudió la cola con más fuerza y James rió de nuevo, Chester se quejó y volvió a levantarse, incómodo, pero tras un rato decidió bajar del sillón y supuso que se acostó en el piso, por el ruido de la chapita con su nombre contra el suelo.

James aprovechó y cogió una taza de té, la bebió con prudencia y su estómago sintió el no haber ingerido nada en todo el día.

—Admito no saber cómo iniciar la conversación —le oyó decir a Frederick y él levantó su cabeza, como si pudiese mirarlo. De verdad deseaba hacerlo, pero no podía, así que se inclinó de nuevo y siguió bebiendo.

—Yo tampoco —suspiró y luego dejó la taza en la mesa enana frente a ellos—. Y la verdad, tampoco sé muy bien qué quiero decir.

James se acomodó de costado, reposando su cabeza contra el respaldo del sillón, cruzando una pierna y sosteniéndosela con las manos.

—¿Lo que sientes, tal vez? —le oyó preguntar con cautela—. ¿O quizás quieras preguntar qué pasó la última vez...?

—Ya sé qué pasó la última vez —admitió, quizás con voz más severa de la que había pretendido—. Aunque... hay algo que necesito aclarar.

—Dime.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Fred se mantuvo en silencio, luego oyó que depositó la taza de cerámica sobre la bandeja en la mesita.

»¿Por qué me ocultaste lo que había pasado entre los tres?

Le oyó suspirar, moverse en el sillón, acomodarse, mientras él era un manojo de nervios que a duras penas podía controlar.

—Tenía miedo —le escuchó admitir—. Tenía miedo que si te contara que lo nuestro había surgido de improviso mientras tú salías con Joseph, me juzgarías por ser capaz de ocultarle algo así a mi hermano.

—Me juzgo más a mí mismo que a ti —optó por decirle la verdad—. Quizás vosotros no teníais buena relación, y sinceramente no recuerdo porqué yo estaba algo mal con él, que me llevó a empezar a mirar a otro lado; pero menos entiendo cómo fui capaz de algo así. No entiendo por qué no terminé con él para estar contigo.

—Porque le amabas —respondió Fred, y él se quedó de piedra, escuchando—. Porque le apreciabas, y sabías que no iba a tomarse a bien que luego salieras conmigo.

James bajó su cabeza y asintió, empezando a entender, muy lentamente. No había pensado en las repercusiones.

»Estábamos condenados, James. De una manera u otra, habríamos hecho daño a todos... y sin embargo, al menos para mí, fue pensar por una vez en mi propia felicidad que en la de los demás.

—¿Aún a costa de la felicidad de tu hermano?

—Sobre todo a costa de la felicidad de él —admitió Fred, con voz rígida.

James recordó el sueño que no le parecía un sueño, sino un recuerdo. Ante él se encontró de nuevo la imagen de Frederick, recelosa y autodestructiva, y sintió deseos de sacudirlo. ¿Por qué esa comparación? ¿Por qué esa distancia, ese dolor?

—¿Por qué os odiábais tanto? —Frederick suspiró ante su pregunta.

—Él ni siquiera me odiaba, simplemente me ignoraba, como toda mi familia —Fred se movió incómodo en el sillón y él se acercó un poco—. Todos en mi familia fueron exitosos, talentosos, siempre tenían algo de lo que enorgullecerse. Excepto yo.

—Te comparabas siempre con él.

—No. Él simplemente triunfaba en lo que yo no podía, y si podía hacer algo bien, él lo hacía mejor. Se llevaba el elogio de todos y yo... yo simplemente hacía lo que podía y aprendí a vivir en las sombras de una persona talentosa.

No importaba lo que Frederick pudiera decirle, sabía que no iba haber un momento en el que Fred no se comparara con Joseph. ¿Diana tenía razón? ¿Fred quería tener todo lo que su hermano tenía? No estaba seguro, pero no iba a ser tan ingrato de preguntar algo así.

Suspiró, intentando analizar con calma, con la cabeza fría.

»Cuando pasó el accidente... —continuó Fred, y él alzó su cabeza para oírle mejor—. No sé bien cómo fue que caíste. No sé si fue culpa mía o de él... pero cuando caíste, fui de inmediato a ti. Bajé las escaleras a trompicones e intenté... intenté...

Oyó el ruido del sillón, a la vez del llanto de Frederick y él no pudo evitar sentarse más cerca de él. Dudó, pero al final terminó acariciándole la espalda y el brazo, Fred temblaba bajo él mientras se inclinaba para esconder su rostro entre sus manos.

»Oh, dios, intenté hacer de todo para salvarte. Llamé a la policía, a la ambulancia. Intenté detener la sangre que se escapaba de tus heridas. Yo...

—Tsh... está bien —intentó calmarlo, y aunque Fred dejó de llorar, seguía respirando agitado.

—Te llevaron al hospital y de inmediato la policía me llevó a hacer declaraciones, me preguntaron qué había pasado, cómo habías caído y... —Fred se levantó y él le acarició con las manos, para saber qué era lo que hacía. Le tocó la barbilla rasurada y la sintió inclinarse hacia su dirección, mirándole. Sintió que algo tibio le resbaló por el pulgar y entonces lo alzó para secarle las lágrimas—. Lo siento tanto, James...

—Fue un accidente... —le negó con su cabeza—. Ya sé que no fue culpa de nadie.

—Le mentí a la policía —admitió al fin—. Les dije que no sabía quién era el otro hombre.

Fred inclinó el rostro hacia el frente y él se quedó inmóvil, escuchándole.

»Si pasaba lo peor... quería dejar de darle problemas a mi hermano y asumir la culpa de lo sucedido. Porque nada hubiese pasado si yo no te hubiese besado la primera vez.

James tragó saliva, aún no recordaba todo, no recordaba cómo habían iniciado el affaire. No podía hacer más que escuchar.

»Yo fui quien dio el primer paso, tú solo estabas confundido y adolorido por tu situación con Joseph, pero sé que si yo no hubiese dado el primer movimiento, tú no habrías intentado nada conmigo —James negó con su cabeza, porque sentía que aquello no era del todo cierto—. El resto fue compasión.

—Compasión no. Yo te quería —afirmó, agarrándole del mentón—. Te quería y te sigo queriendo, Fred.

—¿Cómo lo sabes? —le oyó preguntar—. ¿Cómo sabes que me querías?

—Porque lo siento.

—Es sólo lo que sientes ahora —dijo, intentando escapar de sus manos.

—No, es lo que siento cuando lo recuerdo todo —volvió a agarrarle de la mano y a obligarle a mirarle, a pesar que sus ojos ya no cumplían su función, a pesar que estaba totalmente ciego. Quería creer que en ellos aún podía reflejar la verdad de la mentira—. Os quería a ambos, y sé que tú querías que le dejara, pero yo me negaba. Me negaba a dejar a ninguno. Yo fui quien provocó todo esto.

—James...

No pudo evitar tener ganas de llorar, le abrumaba tanto el caos que había provocado, el dolor.

Le besó con angustia, sufrimiento y aflicción. Le abrazó con la tenacidad que no sabía de dónde provenía y saboreó sus labios sintiendo miedo de perderlo.

No sabía qué deparaba el futuro, pero estaba aterrado que aquello se volviera algo que no se pudiera interrumpir.

¿Era el destino el colapso? ¿Estar separados por esa enorme brecha de acontecimientos desastrosos?

James percibió un crujido, similar a cuando dos glaciares chocaban en la profundidad, pero en la superficie parecía que estaban tan lejos.

—¿Sigues queriéndole? —le oyó preguntar en sus labios, con la respiración agitada—. ¿Sigues queriendo a Joseph?

James se alejó un poco y siguió con los ojos cerrados. No, no podía verle, pero tampoco quería que él le viera. Negó con su cabeza.

—No voy a volver con él, no podría... —se mordió el labio, tragándose el "y él no me aceptaría".

Fred suspiró de forma temblorosa y él siguió acariciando su rostro, frente con frente. Sintiendo su perfume, su respiración.

—¿Sigues queriéndome? —le oyó preguntar, y él abrió sus ojos—. ¿A pesar de las mentiras?

James lo pensó. Si bien uno no puede apabullar a un amnésico con la verdad, debe ir soltándola poco a poco. Honestidad, James necesitaba la honestidad, y sabía que Frederick no lo había contado todo desde el principio, pero comprendía que tuviese miedo que, al decirle la verdad, él recordara a Joseph y siguiese otro camino.

Entendía, mas no lo justificaba.

—Necesito algo de espacio y tiempo —se animó a decirle, apesadumbrado y compungido.

Le oyó respirar con dificultad mientras se alejaba, pero luego le escuchó asentir en un murmullo.

»Necesito aclarar mi cabeza ahora mismo —insistió él, intentando apaciguar el golpe—. Fred, yo no sé que...

—No, está bien —le interrumpió—. Está bien... Entiendo.

Fred acarició su mano, en un gesto cariñoso que a él se le volvió sumamente nostálgico y taciturno. James le devolvió el gesto, sintiendo un trago amargo en la garganta.

Cuando Fred se puso en pie y guardó la guitarra en su funda, sentía algo en su pecho, en su corazón, que le gritaba que estaba haciéndolo mal, que no le tenía que dejar ir... pero su cabeza decía que era la correcto.

Escuchó sus pasos alejarse y el sonido de la puerta abrirse, entonces él se puso en pie de un salto.

—¡Fred! —le llamó sobresaltado, y se dirigió hasta él, guiándose con sus manos al bordear el sillón y avanzar hasta la entrada. Lo buscó, torpe y a tientas como lo haría cualquiera en su condición, sin poder tomar referencias de su posición, porque Fred no hablaba... Fred ya no estaba.

Respiró con dificultad, agarrado a la puerta de madera, sintiendo deseos de llorar largo y tendido. Aún sentía su aroma, pero no sabía si era producto del recuerdo o del deseo.

Entonces, así de la nada, sintió un beso corto y rápido en sus labios.

—Te quiero —dijo Fred y escuchó sus pasos apresurados correr por el pasillo, para empezar a bajar las escaleras con la misma rapidez.

Y otra vez no pudo decirle que él también.

 

Notas finales:

Ludovico Einaudi - Oltremare

https://youtu.be/R8MzHqkNBwo


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