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Punto y coma, punto y aparte por OneUnforgiven

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Afuera llovía, a su derecha podía oír las gotas chocar contra todo lo que se hallaba a su paso, las imaginaba vívidas cayendo del cielo, transparentes, gruesas y frías mientras a su alrededor sentía el aroma a tierra húmeda. Le pareció distinguir que el agua caía en hojas de árboles, por ese sonido algo hueco y particular que traía de su niñez o de algún lugar remoto de sus memorias lejanas, entonces vio un llamativo verde en un árbol delgado y alto; también oyó un ruido metálico, debía de haber una banca, un poste de luz o algo cerca... o quizás era la misma ventana. ¿Y si en vez de ser árboles eran plantas? Quizás había una maceta colgada del balcón y por eso oía lo que oía. Sonrió, sintiéndose torpe, nada de aquello importaba en realidad. Él estaba encerrado ahí sin posibilidades de ir afuera y mojarse, como tantas veces había hecho de pequeño.


Sintió que el nudo en su garganta regresó, dándole ese malestar de nuevo. No sabía qué era lo que más angustia le daba, el no poder controlar su cuerpo o la repentina ceguera.


¿A qué se dedicaría ahora? ¿Qué haría con su vida si es que pudiese recuperar parte de su libertad motriz? Porque apenas podía hablar o mover las manos, y ni hablar si por algún milagro podía mover los dedos de sus pies. Y para empeorar las cosas, no recordaba a nadie de su familia ni sus amistades. Pero, ¿qué había sido de él antes de todo eso? ¿Cómo podía pensar siquiera en el futuro cuando no sabía su pasado, cuando no se conocía a sí mismo?


James tuvo deseos de llorar, se sentía abandonado y encerrado bajo su propio cuerpo, mientras que no sabía nada de él. Quizás se estaba precipitando, quizás pudiera recuperar gran parte de todo lo perdido, como la memoria y la libertad motriz, e incluso la vista; quizás, se anteponía demasiado a las cosas. Sonrió con amargura, porque en el fondo sabía que las cosas no iban a mejorar demasiado, no podían.


Suspiró con pesadez y continuó haciendo los ejercicios que su terapeuta de neurorehabilitación le había enseñado el día anterior, abrir y cerrar las manos unas tres veces y descansar, luego volver a repetir.


La tarde pasada, cuando había terminado de despertar, la enfermera llamó a Francis Sizemore, su médico de cabecera. Éste tuvo una lenta, larga y muy pausada conversación con él —principalmente porque él hablaba con excesiva lentitud— y le hizo diferentes tipos de chequeos rápidos mientras tanto. Le comentó que su ceguera seguramente se debía al accidente, pero que esa semana comenzarían los estudios para comprobar las razones y buscar posibilidades de recuperación, si era posible, pero que no se estresara con eso, que irían de un paso a la vez. También le comentó que era normal no tener control de su cuerpo, debido a que había estado mucho tiempo sin moverlo, los músculos estaban algo rígidos, por lo que debía realizar ejercicios de rehabilitación para recuperar la libertad motriz.


Cuando preguntó acerca del accidente, el hombre que estaba junto a él respondió por el médico, le dijo que cayó del balcón de su apartamento la noche de su cumpleaños, porque estaba sentado allí y perdió el equilibro, le dijo que cayó del sexto piso. James no recordaba nada de eso, ni siquiera su apartamento o quién era ese hombre, pero no se molestó en preguntar, estaba demasiado conmocionado por la información que recibía como para poner detalles en los demás.


Esa mañana había despertado por el sonido de un trueno y se quedó oyendo la lluvia hasta que la amable enfermera apareció y con ella, un suave perfume a flores. Se llamaba Judith y le deseó los buenos días con una voz alegre y cariñosa; le dijo que le extrajo sangre desde el catéter para realizar estudios y también tomó una muestra de orina, le comprobó la presión sanguínea, escuchó su respiración con un estetoscopio y se fue, luego regresó y le sirvió el desayuno a la cama: un sabroso té verde con azúcar, junto a galletas de agua con crujiente textura. Ella le ayudó mover un poco las manos para que tuviera la posibilidad de alimentarse por sí mismo, pero se encargó de ello cuando él se agotó.


Tardó más de lo que esperaba tardar en poder digerir todo aquello, aunque el desayuno era bien poco; Judith decía que debía acostumbrar de a poco a su cuerpo a la nueva rutina y dieta, ya que antes sólo se alimentaba por intravenosa. Le ayudó a asearse, aunque él al principio se sintió muy incómodo con ello y más aún cuando Judith le dijo que no debía sentir pena, que había hecho esa labor muchas veces, incluso antes de que él llegase al hospital. Cuando le preguntó cuánto tiempo había estado en coma, ella le contestó que había sido año y medio.


—Bien, ahora cuando se desocupe la sala, te llevaremos a hacerte unos estudios para verificar que todo esté en orden, ¿de acuerdo?


James asintió mientras sentía a la mujer acomodar las sábanas sobre sus piernas y mullirle la almohada en su cabeza, cuando oyó el sonido de la puerta, a su izquierda.


—Buenos días —oyó una voz masculina decir y unos pasos que se aproximaron. James creyó recordar que era la voz de ese hombre que le había acompañado el día anterior, pero no estaba seguro.


—Buenos días, Frederick —le oyó decir a la enfermera, con amabilidad—. ¡Vaya clima hace hoy! ¿Te has mojado mucho al venir?


—Más o menos, pero ahora más que nunca tengo más razones para venir incluso aunque hubiera un huracán —dijo con algo de alegría, o eso le pareció, y escuchó una risa tímida de Judith. Él siguió inmóvil, prestando atención a su entorno, intentando imaginar lo que sucedía. Oyó los pasos acercándose más a él y empezó a sentir un aroma diferente, uno que no podía explicar, era algo áspero y seco—. Hola, James... Buenos días.


Él sólo pudo ponerse tenso al escuchar su voz tan cerca y encogerse un poco cuando un ruido metálico sonó cerca de él, supuso que era una silla que se arrastraba.


—Sé que probablemente no me recuerdes, pero no te preocupes. Te traje algo para ayudarte, aunque quizás no para que me recuerdes a mí en específico, pero sí para que recuerdes más cosas sobre ti —le oyó decir y sintió algo en su mano.


Dio un respingo ante el repentino contacto y alejó su mano, pero luego se calmó y lo tomó como pudo. Sintió un peso sobre sus piernas, no era excesivo, pero era el suficiente para notarlo. El objeto era grande y frío, con una textura lisa que se hundía y tocaba contra algo duro por debajo.


—El médico dijo que era buena idea traértelo, que incluso te ayudará mucho en tu rehabilitación.


James alzó la otra mano y lo rodeó, era largo, rectangular; tragó saliva por los nervios, era la primera vez que iba a ver algo con sus manos y quería descifrar por sí mismo qué era. Era completamente liso en la parte superior, excepto en el centro, casi llegando a la mitad, en donde había una pequeña hendidura con un botón pequeño rectangular, una palanca pequeña que podía moverse de izquierda a derecha, y otro botón similar al primero; por los bordes laterales, notó agujeros que sobresalían y en la parte inferior había teclas rectangulares unas más altas de las otras, entonces lo reconoció inmediatamente.


—Es... un órgano —dijo con dificultad y bastante convencido de ello.


—Así es —le oyó decir, no supo por qué, pero le dio la impresión que sonreía—. Un Yamaha P35.


—¿Sé tocar el órgano? —consultó lentamente, incrédulo con una sonrisa, sin dejar de recorrer el instrumento con sus manos, tocando los las teclas blancas que parecían algo pesadas.


—Lo tuyo era el piano en realidad, pero solías utilizar uno similar a éste para cuando querías practicar en espacios pequeños. Si no recuerdo mal, el que tuviste siempre se te rompió, así que te regalé este en tu último cumpleaños —James ensanchó su sonrisa y siguió recorriendo el objeto, tocando las teclas como si fuera un pianista—. ¿Quieres que lo encienda?


James asintió con una sonrisa, oyó que la silla hizo ruido, luego oyó un sonido extraño y unas manos tocaron las suyas por un momento.


—Con el botón de aquí se enciende —le dijo, tomando sus dedos con cuidado, para señalárselo. James lo tocó e intentó ubicar en dónde se encontraba mientras aún sentía el calor de las manos de su acompañante. Era el botón de la izquierda, el primero; asintió e intentó memorizarlo, tenía una pequeña figura rectangular encima, quizás podría reconocerlo fácilmente con el tiempo—. No lleva baterías, debe conectarse a la corriente desde aquí —le señaló, llevando su mano hacia el primer agujero lateral, en donde ahora había un extenso cable conectado—, pero puedes pedirle a Judith que lo conecte por ti, ¿verdad?


—Por supuesto, me encantará oírle practicar —dijo ella, alegre.


James tocó una tecla y al escuchar el sonido, un escalofrío de placer le recorrió el cuerpo y sonrió con nervios. Movió los dedos de su mano derecha haciendo una pequeña escala cromática descendente e intentó aguantar el cansancio que empezó a hacerse cada vez más pesado sobre su cuerpo. Respiró hondo intentando relajarse y movió su rostro hacia donde creía que se encontraba el hombre.


—Gracias —le dijo con dificultad, sonriéndole, pero luego su gesto se disipó al no recordar quién era—. Lamento no poder recordarte.


—Tenemos tiempo para ello, no te preocupes —y una mano grande le dio una pequeña caricia en el antebrazo por un momento y luego se fue.


James regresó su rostro a donde tenía el objeto e intentó seguir tocando, pero el cansancio era cada vez más palpable.


—Bueno, es contagioso verte tan contento, pero será mejor que descanses un poco, James —oyó que dijo la enfermera y luego unos pasos huecos sonaron cada vez más cerca—. No te sobreexijas demasiado, ya tendrás mucho tiempo para ir practicando —y unas manos pequeñas se le colocaron encima de las suyas, él las apartó con cuidado y éstas tomaron el objeto de su falda, pues no sintió más su peso—. Además, debes ahorrar energías, seguramente recibirás varias visitas hoy, ¿cierto Frederick?


—Eso me confirmó su familia ayer a la noche —le oyó decir, y él se preocupó.


—¿Mi familia? —repitió con voz temblorosa. Con el solo hecho de pensarlo se sintió incómodo, apenas era capaz de empezar a conocerse a sí mismo como para que más personas se le presentaran para confundirlo aún más e incomodarlo. No sabía cómo debía tratar a las personas, todos eran extraños, incluso él mismo. ¿Debía ser cortés? ¿Debía ser distante?


—No te preocupes, seguro pasarán de a poco para no confundirte y serán comprensivos con el hecho de que no les recuerdes, James —le dijo Judith, con suavidad—. De todas formas, ahora debemos prepararte para los exámenes médicos. Te inyectaré un calmante vía intravenosa para que no te asustes ni marees mientras te trasladamos a hacerte una tomografía computada y otros estudios, ¿de acuerdo?


James asintió, intentando calmarse mientras sentía el perfume de Judith y el del otro hombre cerca de él, el estómago le daba vueltas como si estuviese a bordo de un navío.


—Todo saldrá bien, ya verás —oyó decir al hombre, que le tomó de la mano y le dio un ligero apretón.


James suspiró con pausa y asintió, por más que no le recordaba su presencia allí le reconfortaba y estaba acostumbrándose a tenerlo cerca, lo mismo que le pasaba con Judith, pero ésta se disculpó diciendo que debía ir a atender a otro paciente, pero que podían llamarla cuando la necesitaran, y la oyó salir de la habitación.


Al quedar a solas con el hombre, decidió tomar algo de coraje y empezar a preguntarle cosas, para saber quién era en realidad.


—¿Cómo me has dicho que te llamabas? —le consultó girando su rostro hacia él, intentando mantener un ritmo normal del habla y fingir parecer calmado. De los nervios cerró su mano entorno a la suya y sólo notó el gesto cuando él también cerró sus dedos contra la suya.


—Frederick.


—Frederick —repitió con dificultad, intentando grabarse el nombre—. ¿Y... qué somos? —preguntó inseguro de cómo realizar esa pregunta—. ¿Familia?


—Algo así —James frunció el ceño, sin comprender—. Digamos que somos amigos de hace tantos años, que somos como familia.


—Oh, ¿nos conocemos de hace mucho?


—Sí, desde que íbamos a la preparatoria.


—¿Y qué edad tenemos? —Frederick rió a su lado y le acarició con la yema de su dedo pulgar.


—Tú tienes veintiocho y yo veintiséis —James irguió su cuerpo. Era extraño oír a otra persona decirle qué edad tenía, pero no tenía otra forma de averiguarlo—. No compartíamos el salón, pero mi hermano era amigo de la tuya, así que fue inevitable terminar conociéndonos y hacernos amigos.


James asintió y relajó la posición de su mano, aún sintiendo el calor de la del otro hombre. Se sentía en una montaña rusa, su estómago no dejaba de darle vueltas con el corazón palpitándole contra el pecho, como intentando salirse.


—¿Tengo una hermana?


—Dos. Una se llama Diana, tiene treinta y dos, es farmacéutica y está casada —escuchó que le dijo y él reacomodó su cabeza en la almohada. Quizás sería más fácil afrontar a su familia si oía la historia desde la perspectiva de alguien fuera de ella—. Su esposo se llama Jacob Packard y tienen un pequeño niño juntos, es muy parecido a él, tiene tres años y se llama Wyatt.


James intentó mantener controlada su respiración mientras escuchaba el calmado relato de los integrantes de su familia que Frederick le ofrecía, intentando imaginarlos o recordarlos, pero a su mente solo llegaban rostros vacíos, cuerpos sin identidad.


—Tu otra hermana se llama Anna y tiene veinticinco, no tiene pareja, al menos que yo sepa, pero está estudiando para ser dentista —James sonrió, sin saber realmente porqué, quizás eran los nervios—. ¿Quieres seguir escuchando?


—Claro.


—Tu madre se llama Naomi, tiene cincuenta y seis y trabaja en una pastelería donde hacen cosas exquisitas, tu padre se llamaba Henri, pero él ha fallecido hace algunos años ya, antes de tu accidente, cuando tenía cincuenta y cinco. Luego tienes tres tíos y algunos primos, pero ve despacio, no es necesario que lo recuerdes a todos ahora, creo que con los más cercanos estará bien por hoy.


James asintió, sí, lo mejor era ir de a poco. Le iba a costar recordar los nombres, y sobre todo reconocer a todos ahora que no podía verlos. La posibilidad de recordarlos era escasa para él, pues tenía la mente totalmente en blanco, pero iba a hacer el esfuerzo.


—¿Y tu familia? —le preguntó con curiosidad—. Decías que tu hermano conocía a la mía.


—Oh, sí. Mi hermano mayor se llama Joseph, tiene la misma edad que Diana, compartían el curso en la preparatoria. Después están mis padres, Christian y Cameron.


James oyó un golpe sobre una madera a su izquierda, supuso que era la puerta y ésta se abrió. Frederick dejó de hablar y alejó un poco sus manos de la suya.


—Naomi, Anna —dijo su acompañante y oyó que la silla rechinó contra el piso. James supuso que se había puesto de pie, pues dejó de sentir el contacto con sus manos y oyó unos pasos avanzar y luego un ruido extraño, como de un cuero que crujía. De inmediato, sintió un perfume cítrico cerca de él y se puso tenso de nuevo.


—Frederick... —dijo una voz femenina, temblorosa.


—¡James! —oyó otra voz de mujer, muy diferente a la anterior, y unos pasos se acercaron. Él permaneció inmóvil y sintió un aroma extraño y dulce que le dio nostalgia. Inspiró lentamente, intentando impregnarse de él y reconocerlo. No sabía bien qué era, pero le recordaba a algo suave y tibio, cremoso. Una sonrisa femenina apareció entre los recuerdos más lejanos de su mente y dio un respingo cuando una mano lo tocó desde la derecha, apartándolo de todas esas imágenes inconexas.


—Despacio, mamá, ¡por favor! —pidió la otra voz a su izquierda, supuso que debía de ser su hermana, Anna; entonces, las manos debían ser de Naomi, su madre.


—Lo siento —musitó la mujer, con una voz temblorosa y débil—. Verlo despierto después de tanto tiempo me... me...


La mujer hizo un ruido extraño, como un sollozo y él se sintió profundamente incómodo. Había perdido la noción del tiempo, y con ello, su identidad y la de todos los demás. Escuchar llorar a alguien por su estado, conociéndole y él ignorando todo, era lo más extraño del mundo.


—Qué felicidad que estés de nuevo con nosotros, James —dijo la voz de su izquierda, y él por una extraña razón, supuso que estaba con lágrimas en los ojos—. Todos te extrañamos muchísimo y temimos tanto por ti...


James respiró hondo, no podía con los nervios. Intentaba recordar a ambas mujeres, recordar sus rostros y algunos momentos juntos, pero le era imposible. Se mareaba como si estuviese en una tormenta en medio del océano, con un pequeño bote que siquiera tenía un mástil de dónde sostenerse.


—Aún no ha recuperado la memoria —oyó decir a Frederick y él viró el rostro para donde oyó su voz, aliviado de escucharle, había creído que le había dejado solo con ellas—. El médico dice que le realizarán estudios para verificar que no sea un problema neurológico, pero que puede que sea por el estrés y vaya desapareciendo poco a poco. Hay que ser pacientes para ver los resultados de los análisis que le hagan.


Oyó el sonido de unas sillas arrastrándose por el piso desde ambos lados y sintió que la cama se hundió un poco del lado izquierdo.


—Ya nos recordará, estará bien —dijo la mujer de la derecha, que suponía que era su madre y la cama se hundió por donde la voz venía, oyó el tintineo de algo, pero no supo qué fue. Los aromas de los tres se mezclaban y le confundían, lo mareaban; intentaba mantener la orientación de dónde estaba cada uno pero le era difícil, no estaba seguro si Frederick se había alejado o no, pero extrañó tener su mano cerca para poder agarrarla con fuerza y sentirse seguro.


—Claro que sí, es nuestro pequeño James, siempre ha superado todos los obstáculos que se cruzó —oyó decir a Diana, con cariño, y sintió unos dedos acariciarle los suyos a su izquierda. Él viró el rostro hacia allí por más que no podía distinguir nada y tuvo deseos de llorar.


Un recuerdo fugaz apareció en su mente, él estaba sentado en el piso sobre una alfombra tupida de color pardo, acomodando bloques de madera de colores formando un castillo, junto a una niña pequeña con dos coletas que estaba de pie colocando unos bloques en forma de cono, sobre la superficie más alta, hasta donde alcanzaba, porque era bastante pequeña. Recordó los colores, amarillo, azul, rojo y verde por doquier, los recordó tan vivaces que le parecieron brillar frente a él. Oyó una risa de la niña y luego distinguió una sonrisa y unos ojos grandes y cafés en una cara regordeta.


—Anna... —dijo él, sumergido en ese recuerdo que pareció no desvanecerse y levantando su mano. Inmediatamente dos manos pequeñas y suaves se la tomaron—. Anna —repitió sintiendo su voz temblorosa.


—¡Sí! James, soy yo... —sonrió, pero los nervios le hicieron perder el gesto. Él recordaba a la niña pequeña, no a la mujer que tenía enfrente. El estómago pareció darle un vuelco y tuvo que soltarse de ella. Intentó levantarse y huir, con los brazos temblándole.


—Ey, ey, calma... Despacio... —dijo Frederick y sintió su mano grande en el hombro izquierdo.


James viró el rostro de un lado al otro, le costaba respirar y todos los sonidos que de repente llegaron le desorientaron, como las sillas que se movían, ese tintineo metálico que venía de su derecha, ese crujido de cuero y el perfume extraño que le daba un cosquilleo en la nariz.


—No... —murmuró él intentando levantarse, pero sus piernas no reaccionaban, por lo que se las agarró para saber si aún seguían allí—. Dejarme, tengo que irme...


—James, despacio... —oyó una de las voces de mujer decirle, pero ya no distinguió cuál era porque se había movido hacia sus pies y no sabía de quién procedía—. No puedes...


—Anna, sal un momento —pidió la otra voz de mujer, impidiéndole hablar.


—Pero...


—Algún recuerdo le habrá confundido... —dijo Frederick y él empujó su mano del hombro, respirando con agitación. Se sentía inseguro y cualquier tipo de contacto le asustaba, sentía que iba a caer de cabeza al piso y estaba tan mareado que no sabía de dónde procedían las manos, de quién o con qué propósito. Quería huir, alejarse de todo aquello y quedarse en un lugar seguro, como el que estuvo al principio, en la blancura de la nada misma.


—Dejarme solo, dejarme solo por favor —se agarró la cabeza con angustia, deseaba estar oculto en la oscuridad sin que nada ni nadie hiciera ningún ruido. Incluso deseaba volver a esa habitación blanca en la que había estado antes de despertar. En ese momento se le hacía demasiado apetecible y como el paraíso.


—Ve a llamar a la enfermera, Anna. ¡Anda, ve! —pidió la voz, supuso de su madre y entonces oyó unos pasos apresurados salir y él se quedó quieto, intentando recuperar la orientación y los estribos.


—Mamá... —dijo entonces, a punto del llanto—. Mamá, no te recuerdo.


Por más que no era capaz de recordar nada, sabía lo que el concepto "madre" refería, la unión que la mayoría podría sentir con una mujer. Cariño, protección, ayuda; James se sentía atado a algo que no sabía qué era y deseaba conocer, deseaba saber si él había sido uno de los que tenía un cobijo bajo unos brazos maternos. Lloró, con la desesperación de la soledad abrasándole el pecho, rasgándole la garganta y congelando su interior.


—No te preocupes, todo estará bien —le oyó decir, un poco más cerca, y sintió ese perfume extraño—. Todo estará bien hijo.


No podía normalizar su respiración ni controlar su desbocado corazón que le latía fuerte contra el pecho, pero pudo bajar una mano de su cabeza e intentar tocarle. Se encontró con una mano gordita y cálida, y ante el contacto tuvo la imagen de algo, pero no sabía exactamente qué. Sintió aquel aroma extraño más fuerte que nunca en su nariz, a la par que unas manos suaves le acariciaban el rostro una y otra vez, era su madre, estaba seguro. Sintió algo frío y punzante entre sus dedos y se asustó, pero volvió a recorrerlo y comprendió que era un anillo.


—Ese es el anillo que me dio tu padre para nuestro primer aniversario de bodas —dijo ella, y él siguió tocándole la mano, nervioso.


En ese momento en que la otra mano le rodeó la suya comprendió qué era ese aroma que le cosquilleaba en la nariz, era el de su madre. Cuando sus manos jóvenes le recorrían su rostro una y otra vez en su recuerdo, comprendió de dónde provenía, era de una crema que ella siempre utilizaba, una crema rosa con un aroma dulce que siempre le había recordado a ella.


—Mamá... eres tú —murmuró y escuchó el tintineo metálico de nuevo. James alargó su mano izquierda y le tocó las suyas, más allá de la muñeca, entonces se encontró con algo metálico rodéandole. Debían ser las pulseras que siempre usaba, esas que eran doradas y finas.


—Sí, hijo. Aquí estoy y siempre estaré...


James se largó a llorar porque no podía verla ni imaginarla y una angustia enorme se le incrustó en el pecho. Intentó encogerse y resguardarse, entonces las manos le soltaron y unos brazos le rodearon. El aroma a su madre lo inundó por completo y él se aferró a ese cuerpo grande. Hundió su rostro en su cuello y lloró, con ese perfume rodéandole y el cosquilleo de su cabello en los ojos y el cuello. La oyó llorar, pero le notó feliz y él no pudo más que aferrarse a ella, con la respiración entrecortada, sintiéndose como un niño pequeño de nuevo... como si hubiese vuelto a nacer.


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