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Punto y coma, punto y aparte por OneUnforgiven

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Podría decir que con el paso de los días estaba recuperando su vida normal, que la rehabilitación cumplía su meta en ayudarle a recuperar su libertad, pero no podía decir que las cosas estaban bien; había algo que no terminaba de encajar.

Habían pasado tres meses ya desde que había despertado del coma, podía mover los brazos y las manos casi con total naturalidad, podía llevar una conversación —aunque a veces le costaba—, podía alimentarse sólo aunque muy lentamente y podía tocar algunas melodías en el órgano que le había dado Frederick. Poco a poco pudo adaptarse a reconocer las voces y los aromas de las personas que solían rodearle con frecuencia, y más o menos aprendió a medir los espacios de la habitación en donde se hospedaba, aun cuando estaba en la silla de ruedas.

Durante esos meses, había recibido las visitas de todo aquellos que le conocían, como su cuñado, su sobrino, sus tíos, sus primos y amigos, aunque éstos habían sido bastante pocos. Pasó tiempo con Dominic, que se entusiasmó enseñándole piano de nuevo, con su hermana Anna que le relataba qué cosas había hecho durante su vida, con Diana, que era algo escueta con él contando cosas de su pasado y con su madre que siempre se encargaba de hacerle distintos tipos de comidas para que probara las diferentes texturas y sabores. Conoció a su cuñado y su sobrino, pero era muy pequeño para comprender que él no podía verle; también pasó tiempo con Frederick, oyendo cómo tocaba la guitarra y le contaba las anécdotas de la adolescencia de ambos.

Adaptarse a todo ello requirió esfuerzo, esfuerzo que adquirió con las terapias con su psicólogo, Marcos Silva, que le ayudó a abrir su mente ante la situación que estaba viviendo. Con todas las cosas que debía hacer y las visitas constantes, no tenía mucho tiempo en soledad y eso le incomodaba un poco. Quería reflexionar, estar un momento en silencio e intentar recordar lo ocurrido. Necesitaba tiempo para poder aceptarse a sí mismo, pues dentro de él se blandía una guerra muda por su integridad personal.

Por momentos, su ceguera le ahogaba, le abrazaba tan fuerte que sentía que le hundía hacia el más profundo de los abismos y le llenaba de una sensación inexplicable de vacío. Era en esos momentos en los que deseaba estar solo, porque los demás no comprenderían por lo que estaba pasando. Pero a veces en otras ocasiones, parecía que no necesitaba de ella para saber lo que sucedía a su alrededor, sentía todo tan vivaz, tan nítido, que por momentos olvidaba de su nueva condición.

A pesar de los meses transcurridos, James se sentía muy incómodo consigo mismo; tenía el leve presentimiento que había sucedido algo muy malo en su vida, que todos se lo ocultaban, y se sentía muy inseguro. Sí, todo era muy bello cuando estaba acompañado, cuando oía las risas sinceras y despreocupadas, las charlas amenas y las leves caricias, pero él no pertenecía a todo aquello. James no pertenecía a ese círculo.

Tocó algunas teclas en su órgano, visualizando una música en su interior. No dudó un instante en empezar de nuevo y seguir el ritmo que en su cabeza aparecía, suave, lento, doloroso. Se repitió una, dos, tres veces, hasta que un violín imaginario le acompañó. Una figura irreconocible le brindaba un manto de calidez y protección; le seguía, le marcaba el énfasis necesario a esa canción que no recordaba su nombre, pero que parecía estar hecha para él.

El violín le dio la forma a la canción, mientras él repetía una escala cromática lenta, suave y pausada. Cuando esas cuerdas sinuosas comenzaron a levantar su voz, sus dedos continuaron el compás lento y ahogado. El violín se alzó, danzando con la melancolía, el ritmo del piano permaneció, paciente, hasta que los dedos de James se empezaron a mover rápidos y ágiles, reconociendo a la perfección el camino que debían seguir, como el pianista que le decían que era. O había sido.

Intentó seguir el ritmo del violín, aun a costa de utilizar todas sus fuerzas y quedarse sin ellas. Sintió el gozo, la dicha de poder expresarse. James comprendió que había sido hecho para eso, para tocar el piano. ¿Por qué antes lo había rechazado, en su antigua vida?

Estaba en el auge de la canción, ahí, expresando el dolor, la angustia, la desesperación, pero se detuvo abruptamente cuando sus brazos comenzaron a entumecerse. Respiró con dificultad, la frustración se abrió camino en su interior como si el río calmo que era él en ese momento mientras tocaba, empezaba a menguar y desbordarse.

Preticor —dijo Frederick a su lado y entonces James viró un poco su rostro a donde escuchó la voz. Sólo por sacarlo de su trance, decidió intentar mantener el semblante, porque habría sido capaz de empujar el órgano si la fuerza se lo permitiera—. Solías tocar muchísimo esa canción.

Respiró hondo, intentando controlar sus emociones, sintiendo un gusto amargo en la boca y un vacío en su estómago, mientras la canción seguía sonando en su interior.

—Le falta algo —dijo, intentando menguar la frustración.

—Un violín —oyó que le respondió con una voz queda. Si había algo que había empezado a distinguir, eran las emociones de la gente en los tonos del habla, y Frederick era muy transparente.

—Yo tenía uno, ¿verdad? —preguntó con cautela—. Yo tenía a alguien que me acompañaba en este ritmo.

Frederick inspiró aire con suavidad y su silla rechinó a su lado, quizás se había recostado en ella.

El silencio para que su compañero hablara comenzó a hacerse demasiado largo, tanto que James comprendió que no iba a oír una respuesta, así que viró su rostro de nuevo hacia el órgano que tenía sobre su regazo y volvió a empezar.

Pasó mucho tiempo analizando aquella breve conversación; la rememoró una y otra vez, esperando que le diera las respuestas que necesitaba. Se obsesionó con la canción, la tocó una y otra vez, todos los días, a la mañana al despertar y cada noche antes de ir a dormir. Habló de ello con su psicólogo, pero éste solo le explicó que aquello le pasaría muy a menudo hasta que su mente se adaptara poco a poco al presente. Le pasaría de conectar a algo o alguien rápidamente, mientras que con otras personas o situaciones, aquello se daría en forma más gradual, como le pasaba con su hermana Diana. No debía forzarse a intentar recordar, todo llegaría a su debido momento.

—¿Quién soy? —preguntó de repente, en el silencio de la lluvia, consciente de la presencia de su hermana Anna. Podía oler su perfume, ese suave y dulce sabor a cítricos.

—¿Quién eres? —rió con inocencia e imaginó la sonrisa en su rostro, allá, en el rincón del armario en donde guardaba su ropa—. Eres James, ¿quién más?

—Sí, pero, ¿quién soy en realidad? ¿Quién es James?

El repentino silencio que Anna dejó, terminó por confirmarle que las cosas no irían bien hasta que él no lograra responder esa pregunta.

—Eres mi hermano —dijo ella, con seriedad o preocupación, no supo distinguir cuál. Oyó sus pasos acercarse, hasta que el aroma a cítricos se intensificó—. Hijo de Naomi y Henri, el segundo y el único varón, hermano de Diana...

—¿Y quién es él? —le interrumpió antes que continuara entregándole más títulos familiares, para él insignificantes, como "el tío de Wyatt" y "el nieto de Dominic".

—Él no, tú —le corrigió ella, y entonces sintió su mano sobre la suya, era más pequeña, suave y blanda—. ¿Sabes? Hace no mucho vi un video que decía algo así como: "Nosotros somos, pasado, presente y futuro". Somos quienes fuimos, quienes somos en este momento y lo que pronto seremos mientras este momento transcurra.

James permaneció en silencio intentando asimilar sus palabras, cerrando su mano en la suya.

—Hablaba de un viejo barco, que lo dirigía un gran capitán, y que cuando éste falleció, la tripulación siguió utilizándolo. Pero con el paso del tiempo comenzó a deteriorarse, así que comenzaron a quitar las partes viejas y reemplazarlas con las nuevas para poder seguir navegando. Un seguidor, inconforme con la decisión tomada, comenzó a guardar cada parte que desechaban, y con los años, fue armando el barco de nuevo. ¿Cuál era el barco del capitán: el que tenía un buen estado y seguía navegando, o aquel que se había armado con partes viejas?

—Ya —sonrió James, sintiendo calidez en su compañía. Por eso amaba hablar con su hermana menor.

—Nosotros somos lo que fuimos en el pasado, lo que somos en el presente, y lo que seremos en el  tiempo que vendrá. Cambiamos, aprendemos de nuestro pasado y reaccionamos de diferente manera a lo que nos puede tocar. No te preocupes si aún no te sientes conectado contigo mismo, quizás se deba a que no puedes recordar quién habías sido, pero lo sabrás. Ten paciencia.

—¿Estás segura que tú eres la más chica de los tres? —sonrió James. Anna rió con soltura y sintió que su mano se movió, luego llegó la otra y le acarició con cariño.

—A veces digo cosas interesantes, sí —la oyó reír de nuevo y le pareció distinguir su sonrisa en algún lado, en algún lugar de sus memorias. Sus mejillas tersas, su rostro redondeado, sus ojos oscuros y brillantes, llenos de vida y felicidad. Prácticamente vio su cabello oscuro, castaño y lacio, caerle con soltura sobre sus hombros, vio un mechón largo que alguna vez había sido un flequillo, pero ahora estaba hacia un costado.

James no pudo contener la sonrisa, el gesto se disipó en el aire en cuanto una imagen de ella, tan nítida como esa, apareció en su mente para desorientarlo. ¿Estaría mal intentar pedirle que se describiera? ¿Estaba mal permanecer en el mundo sin dar una descripción de las personas de su alrededor? ¿Qué era lo más apropiado?

—¿Qué sucede? —preguntó ella, con preocupación. James se deshizo de su agarre y se frotó sus manos con recelo.

—Nada —mintió, intentando volver a sonreír—. A veces siento... a veces veo cosas que no sé si sucedieron en realidad, y me confundo.

—¿Como qué cosas?

—Un hombre con un violín, rostros, descripciones que no sé si son reales o mi imaginación. No lo sé... Creo que aún debo adaptarme a la ceguera.

—¿Quieres intentar verme con tus manos?

James reclinó su cabeza hasta donde creía que estaba ella, guiado por su voz. Los nervios afloraron cada parte de su pecho y estómago.

—No lo sé...

—Inténtalo —le dijo ella, con una voz tranquila, como si estuviese sonriendo—. Si te sientes incómodo, puedes dejarlo si quieres. A mí no me molesta.

James alzó un poco sus manos y se guió con las suyas, siguió el tramo por sus brazos, sus hombros y llegó a su cuello y rostro. Rodeó sus mejillas primero, su rostro era ligeramente redondeado y tenía la piel muy suave, con sus pulgares sintió su barbilla pequeña y redonda, con un hendidura en el medio, muy pequeña, casi imperceptible. Siguió el tramo hasta sus orejas, el cabello le cosquilleó sus dedos pero continuó observando la forma de sus orejas, en donde tropezó con algo.

—Oh, olvidé quitármelos —dijo ella, James sonrió y continuó observando con sus dedos, aquello eran anteojos—. Siempre olvido que los utilizo, una vez entré a ducharme con ellos.

James continuó el camino, el marco era de plástico o algún material sintético y se le hizo poroso al tacto en la zona central, por los bordes comprendió que eran ovalados en donde se encontraba la zona del vidrio.

—Quítamelos, así podrás saber mejor cómo soy.

James los retiró con cuidado, con miedo de lastimarla, y ella sonrió, lo pudo saber cuando sus manos tocaron de nuevo sus mejillas, subieron por los bordes y contornearon su frente amplia. Delineó sus cejas con los pulgares y bajó hasta sus largas pestañas, en donde ella cerró los ojos y pudo notar que parecían algo pequeños. Bajó por su nariz, algo prominente por las fosas nasales, pero al mismo tiempo, acorde a su rostro. Tocó sus labios con sus pulgares, pero intentó pasar fugazmente, sintiendo algo de vergüenza, eran suaves y no muy preponderantes, que formaron una sonrisa en cuanto él empezó a alejarse para tocar su cabello. Era suave y lacio, como lo había imaginado o recordado, lo tenía suelto y largo hasta un poco más abajo de los hombros; cuando lo movió para acariciarlo, sintió de nuevo ese aroma a cítricos que le ayudaba a distinguirla.

—¿Ya? ¿Era como me imaginabas?

—Creo que sí —sonrió, regresando sus manos de nuevo a su regazo.

—Luego ya verás cómo podrás verte a ti de la misma manera, poco a poco irás recuperando lo perdido, y ya no te sentirás incómodo contigo mismo.

James quería creerle, quería creer en las personas que estaban a su alrededor, quería creer en sí mismo. Pero tenía deseos de estar solo, en la soledad de un hogar, un refugio abandonado, en donde nadie pudiera romperle.

Los momentos en donde debía socializar con los demás influían en él de una forma abrumadora, era como colocarse en piloto automático y seguir la corriente. Al menos tenía la decencia de hablarlo con su psicólogo para que sus palabras lo reconfortaran. Atravesaba un duelo, en cierto modo, él lo sentía así.

Lo que más anhelaba era recuperar la movilidad completa de sus brazos, tocar el órgano era lo único que lo motivaba en verdad. Expresarse a través de la música era a lo que él estaba destinado.

Bañarse, comer, trasladarse, hacer la rehabilitación... eran todas situaciones por las que debía pasar pero no se sentía a gusto. Solamente el tiempo diría a lo que estaba destinado, en realidad. Sólo el tiempo diría quién era James, quién había sido.

Poco a poco recuperó la movilidad, se adaptó a su ceguera. Comenzó a ponerse en pie, con ayuda, por supuesto, luego comenzó a dar pequeños y torpes pasos. Lo de volver a nacer iba muy en serio, ahora debía volver aprender a caminar.

Todos se mostraban muy entusiasmados en ayudarle, James supuso que quizá se había hecho querer en su vida anterior.

¿Cuánto tiempo pasó hasta que su médico le envió a casa? ¿Siete, ocho meses? Perdió la cuenta de los días, las semanas. Debía de convivir con alguien y continuar con la rehabilitación, por supuesto, pero el saber que ya podría recorrer el mundo más allá de esas paredes del hospital, produjo en él una oleada de sensaciones. Fue extraño, caótico. Se sintió absurdamente feliz y nervioso a la vez, con miedo, mucho miedo.

Allá afuera se encontraba el mundo acelerado, los excesivos sonidos de la calle, la gente desconocida y el lugar en donde él había perdido su identidad, su apartamento, su casa.

Ahora debía explorar el mundo, aun sin terminar de conocerse del todo. 

 

Notas finales:

"Preticor" de Ludovico Einaudi.

https://www.youtube.com/watch?v=-8xeStLTnhM


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