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Punto y coma, punto y aparte por OneUnforgiven

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Cada día era más difícil mantener callado a su corazón cuando estaba con Frederick. Latía fuerte y desbocado, le hacía reír, ponerse nervioso, pensar tonterías... Cada semana era peor que la anterior.

Tocaba canciones pensando en él, aunque no se lo dijera a nadie; no podía reprimir la sonrisa cada vez que le llegaba un mensaje de audio. Era demasiado tarde para detenerse, ya estaba flechado; no había nada por hacer.

Los sueños aterradores y angustiantes fueron cambiando poco a poco; nada de empujones ni frases hirientes, sino recuerdos efímeros —o al menos eso creía James—. Charlas matutinas, desayunos, almohadas, paseos, cafés y muchas cosas más compartidas, como la música.

Soñaba que componían juntos hasta la madrugada, que tomaban vino y se reían de cualquier cosa, que tocaban juntos hasta que los dedos se les entumecían, soñaba que por un juego tonto terminaban besándose y enrollándose en el sillón. Despertar así, con esas sensaciones tan nítidas, lo volvía loco. Necesitaba darse duchas frías muy a menudo, porque intentaba retener los impulsos de su cuerpo. Despertaba todas las mañanas con una urgencia pujante entre las piernas y tenía que detenerlo de algún modo.

Frederick lo estaba volviendo loco, y sin embargo ahí seguía, sin hacer o decir nada al respecto cuando lo tenía en su apartamento, como en esa ocasión.

Estaba tocando el piano con él, ya ambos se habían acostumbrado a leer en braille y esa vez estaban tocando teclas al azar, componiendo una canción en ese momento, sólo por diversión.

La sala estaba tibia, entraba el sol por la ventana y era un domingo muy calmo.

—¿Preparo algo de té? —le oyó preguntar a Frederick mientras se levantaba del asiento.

—Vale —asintió girando el rostro en su dirección, sintiendo su mano deslizarse por su brazo hasta el hombro y luego desaparecer, junto con su aroma.

James regresó a la posición inicial, de frente al órgano, y tocó algunos acordes.

Quería decirle de alguna manera lo que estaba sintiendo, que cada vez era más fuerte, pero tenía miedo de perder aquello que estaban formando. Comenzó a tocar Love is a mystery, ignorando el violín que sonaba en su cabeza, dándole importancia al mensaje en sí que a todo lo demás.

Deseaba decirle a Frederick la verdad, deseaba poder verlo de la misma manera que lo estaba sintiendo, pero se estaba amoldando a lo que tenía. Poco a poco, James iba a acostumbrarse a estar así, disfrutando de los breves momentos. Sería sólo cuestión de tiempo.

—Ya está el té —le escuchó decir y él suspiró. Debía mantener la calma, debía acostumbrarse a ello y simplemente dejar que todo transcurriese. Comenzó a tocar Nuvole Bianche y Frederick no le interrumpió.

Cuando acabó, le acarició el antebrazo, intentando separarlo del órgano, quizás, y se puso nervioso del contacto; tenía la camiseta arremangada hasta los codos y había sentido su piel directamente sobre la suya, tal y como le pasaba en sus sueños.

—¿James? —le llamó y él giró el rostro. Habría dado todo por verlo en ese momento, pero tenía en su memoria la vaga idea de cómo se veía.

—Creo que ya te recuerdo —le dijo con voz calma, susurrante, como si tuviese miedo de molestarle—. En realidad, siempre me has invocado la imagen de una sonrisa y un cabello oscuro —admitió y sonrió con nerviosismo, que incrementó cuando su mano volvió a tocarle el antebrazo—. Recuerdo que tenías... un pequeño hoyuelo aquí.

James levantó su mano derecha y llevó sus dedos a donde creía que tenía la barbilla, pero se encontró con sus labios sin querer, y bajó hasta dar con la pequeña hendidura junto en el medio de su mentón. Sonrió y Frederick se movió bajo sus dedos cuando dio una leve carcajada.

—Mi maldita barbilla partida —dijo él, haciendo que James ensanchara la sonrisa—. Sí, lo heredé de mi padre, y éste de su abuelo. Es como una marca familiar de los Norris.

James retiró y bajó su mano izquierda, pero sintió que la presión de los dedos de Frederick sobre su antebrazo derecho aumentó y le pareció algo extraño, le provocaba taquicardia. Sus rodillas chocaron cuando Frederick hizo un movimiento extraño sobre la banca, bajó su brazo sin dejar de sentir sus dedos sobre su piel y buscó ver qué estaba haciendo.

Sus rodillas volvieron a chocar, deslizó la mano hasta allí y notó que era la rodilla derecha, pasó la mano por su muslo y lo confirmó. ¿Se había sentado con las piernas abiertas, una de cada lado, para poder acercarse más?

—¿Fred? —le llamó algo confundido.

—¿Qué más recuerdas, además de cómo me veo?

Su tono de voz había cambiado, y por alguna extraña razón le pareció que quizás estaba tan nervioso como él. No obstante, James no pudo hablar, no pudo encontrar las palabras correctas. Los sueños quizás habían sido solo eso, sueños, no recuerdos.

—Que pasábamos mucho tiempo juntos —oyó un sonido leve, un poco afirmativo, y él intentó apartar su mano de su pierna, pero Frederick se la asió, con los dedos ágiles y firmes.

—¿Haciendo qué? —James se mojó los labios, sintiendo su boca reseca y sin saber qué hacer con la mano que tenía inmovilizada, el corazón le latía demasiado fuerte en el pecho.

—¿Lo que estamos haciendo ahora? —dijo inseguro y esperando que su voz no saliera temblorosa—. Tocar música juntos, beber, comer... ir de compras de vez en cuando.

Frederick suspiró.

—¿Y eso no te recuerda a nada más?

James frunció un poco el ceño, ¿a dónde quería llegar?

—Fred, es que yo... no... —no sabía hablar, no sabía explicarlo. Estaba mareado y perdido, si Frederick estaba intentando decirle algo, esperaba que se lo dijera ya—. No sé bien qué es realidad y qué no, porque a veces mis sueños son... son solo sueños y no realidades que ya hayan pasado; no sé distinguirlas.

—¿Y qué es lo que estás soñando últimamente?

En ese momento, James lo comprendió. Comprendió porqué se había sentado así, para estar más cerca de él, comprendió porqué no le permitió alejar su mano de él, porqué sus dedos le agarraron como pinzas, porqué su corazón latía tan fuerte.

Hablaba de sueños y realidades, hablaba del pasado, de cosas que tendrían que volver a suceder.

Se inclinó un poco hacia adelante, pero dudó. Levantó su mano izquierda y volvió a buscar el pequeño hoyuelo de su mandíbula, cuando lo encontró, lo acarició con el pulgar, cerró sus ojos, se inclinó y lo besó. Así, sin más.

Si había creído en algún momento que su corazón se iba a estar quieto, se había equivocado; prácticamente saltó de su pecho y se perdió por algún lugar de la sala, entre el órgano, la tibieza del sol o el perfume de Frederick.

Sus labios eran lo que había creído, o recordado; le correspondieron al instante, y esa mano que le sostenía de sus dedos le agarró con más fuerza, la otra le agarró del cuello. Necesitaba conseguirse otro corazón, el que tenía debía estar mal latiendo tan rápido y fuerte por tanto tiempo.

Cuando sus labios se abrieron un poco y se separaron una milésima de segundo para volver a acoplarse, sintió el roce tímido de su lengua sobre su labio inferior, pidiendo permiso. Le contestó con la suya, y al principio eran como niños pequeños aprendiendo sobre la marcha, pero Frederick no lo necesitaba.

El beso se volvió efusivo poco a poco, íntimo y desbordante. James le acarició su cabello corto y Frederick le sostenía con fuerza, se separaban para buscar bocanadas de aire y volvían a besarse. Ingirió su aroma, recordó su calor y sintió un escalofrío placentero recorrerle el cuerpo cuando la memoria de estar junto a él en la intimidad llegó como un torbellino.

Oyó el ruido seco y brusco del órgano cuando sus dedos se enterraron en la teclas, al intentar apoyarse en algún lado cuando Frederick atacó su cuello. Suspiró, intentando mantener la cordura, y le recorrió con los dedos una y otra vez, viéndolo.

—Fred... —le llamó, saboreando el nombre, el recuerdo. Bajó su mano de sus cabellos, pasó por su espalda, rodeó el tórax y se detuvo en su pecho, allí, donde podía sentir su corazón latiendo como el suyo, loco y acelerado.

Frederick le tomó con ambas manos y le besó de nuevo, hambriento. James tembló cuando le dio una ligera mordida en el labio inferior y se agarró de sus hombros porque sentía que se iba a caer.

—Joder... —suspiró Frederick, con su frente contra la suya, tan cerca que su aliento chocó contra su boca—. Joder... No te das una idea lo que me llevo aguantando de poder hacer esto.

Iba a preguntar, sólo por el producto de la sorpresa, pero cuando sintió de nuevo sus labios en él, la pregunta se perdió en la nada y careció de sentido.

—No habían sido sueños, habían sido recuerdos —dijo él cuando intentaron recuperar el aire. Frederick rió y escondió su rostro entre el cuello y el hombro. James le acarició el cabello de nuevo, sintiendo aún que no había recuperado su corazón.

—¿Cuánto llevabas recordando y no decías nada? Cabrón...

James rió nervioso con él, sintiéndose algo tonto.

—Es que... creí que.... que era algo nuevo o que estaba volviéndome loco.

—No, loco estaba yo —Frederick salió del escondite de su cuello y se irguió—. Estaba loco cuando pasaba el tiempo y no despertabas, cuando lo hiciste y no me recordabas, cuando me llamaste y seguías sin saber quiénes habíamos sido, cuando buscabas mi compañía de nuevo pero no tenías la menor idea de todo lo que habíamos pasado juntos.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No podía decirte que nos queríamos —contestó con voz dulce, acariciándole la barba que le había crecido otra vez—, tenías que recordarlo tú, sino sentía que estaba intentando forzarte a algo que quizás no sentías de nuevo.

James sintió deseos de llorar, pero se mordió los labios y lo aguantó, retuvo esa emoción desbordante de alegría por fin al reencontrarse con algo concreto; con alguien.

Todo cambió desde ese entonces.

Había menos música tocada por ellos, porque sus manos estaban ocupadas dándose calor entre ellos, recorriéndose, recordándose. El gramófono empezó a utilizarse más, para cuando estaban en el sillón abrazados y recordando viejas épocas, riendo y molestándose por cosas sin sentido. Los discos de vinilo sonaban una y otra vez cuando se besaban, cuando pasaban las tardes en un santiamén.

Disfrutaron del momento, de esa felicidad de reencontrarse. Fueron de compras juntos, acompañados de Chester, para adquirir más música; compusieron canciones y hasta degustaron comida juntos.

Una noche, se pasaron de juegos y se enrollaron en el sillón, tal y como lo había soñado. James aprovechó para recorrer todo su cuerpo con sus manos, aprendiendo los detalles que no conocía.

Contó los lunares en su piel, se aprendió las ligeras cicatrices que tenía en el abdomen, producto de una riña callejera cuando estaba en la preparatoria, se aprendió la forma del tatuaje que tenía en la espalda, justo en el medio de los omóplatos. Era algo redondo, de forma extraña, más tarde aprendió que era un lobo aullando a la luna.

Aquel revelador detalle le hizo detenerse, a pesar de la urgencia que tenía entre las piernas.

—Un lobo... —jadeó—. ¿Por qué un lobo?

Fred suspiró en sus labios y contuvo sus movimientos, la labor de removerle los pantalones tras haberle dejado sin camiseta, quedó a la intemperie.

—Porque... sí —le oyó decir, apoyando su frente contra la suya, pero eso no se asemejaba en nada a una respuesta.

—Dime —le pidió, intentando sonar lo suficiente suplicante para obtener respuesta—. Anda.

—Porque tenía miedo, ¿vale? —admitió por fin, apartando sus manos del borde del pantalón. James llevó sus manos a los brazos de Frederick y los sintió haciendo fuerza a los lados, se debía estar sosteniendo de los laterales del sillón—. Tenía miedo que jamás fueras a despertar, que no podría escucharte otra vez, ni hablar o tocar tu piano... entonces me tatué un maldito lobo aullando.

James no supo si sonreír o llorar, así que lo besó. Lo besó con muchas ganas y no lo soltó hasta que perdió el aliento.

—¿Vas a seguir, o prefieres que esté callado otro rato? —le preguntó agitado y con una sonrisa tímida, al ver que Frederick se había quedado algo quieto y silencioso. Le oyó dar una ligera carcajada y éste volvió a besarle.

—¿Estás haciéndome una propuesta indecente? —James rió.

—¿Propuesta indecente? Indecente sería no usarte como colina y aullar sobre ti.

Frederick rió y le jaló de los pantalones.

—Sí, quiero escucharte aullar de nuevo sobre mí.

James no iba a mentir que no estaba nervioso, porque a pesar de todo, era humano y sentía algo de ansiedad. Pero la noche fue larga y el juego pasó del sillón a la cama, en donde poco a poco fue perdiendo el pudor y recordó cómo satisfacer a otro hombre.

Fue como volver a tener una primera vez y, al mismo tiempo, reconocer sobre la marcha los caprichos de Frederick y los suyos propios.

Sus manos eran más inquietas, porque ahora no sólo daban placer, sino que estaban mirando, recorriendo a su compañero una y otra vez. Memorizándolo.

No fue ni la primera vez ni la última. Su cama empezó a impregnarse del aroma de Frederick y algunas las veces despertaba con él a su lado, aunque no todos los días se quedaba a dormir. Despertaba con una sonrisa, despertaba agradeciendo a la vida por estar vivo y sólo tener un par de cicatrices.

Tuvo sus dudas respecto a contárselo a alguien, quería hablarlo con su madre o con Anna, pero tenía algo de nervios. ¿Y si ellas no sabían nada de su preferencia sexual? ¿Y si él nunca se había manifestado abiertamente como homosexual? ¿Y si le rechazaban?

Prefirió esperar un poco, que la relación fluyera lenta, calmada y de forma constante, precisa.

—Buenos días —le saludó, aún algo somnoliento, mientras sentía la leve música del gramófono y un aroma delicioso en la cocina, al mismo tiempo del ruido a algo asándose.

—Buenos días —le saludó Fred de la cocina—. No te das una idea de lo que parece tu cabello —rió.

—Uf... debería cortármelo, ¿no? —dijo él y se lo aplastó, a la par que sentía a Chester caminar hacia él. Acarició a su peludo amigo y éste movió la cola complacido—. Buenos días a ti también, ¡usurpador de sillones!

—¿Qué dices? Él es el dueño del sillón, no tú, admítelo.

James rió y negó con la cabeza, le dio un beso en la frente a su perro y buscó el sobre con pienso que estaba en la mesada de la cocina, para poder servirle un poco a Chester.

A él no le molestaba la rutina, le gustaba apreciar esos momentos pequeños juntos, detalles tan insignificantes como cocinar a la par, ir de compras, enloquecer para encontrar vinilos en una tienda de segunda mano, libros, partituras... y tenía muchos recuerdos de esos.

—Por cierto, ¿cuánto tiempo llevábamos juntos? —le consultó mientras le llenaba el plato a Chester con pienso.

—¿Quieres la verdad? —le oyó preguntar y él sonrió, levantándose y guardando la bolsa con comida de su perro en un apartado de la cocina que tenía dedicado a su mascota.

—¿Por qué no querría la verdad?

—No habíamos formalizado del todo —James frunció el ceño y buscó hacia donde oía su voz—. Sí, no tenemos una fecha para decir: "pues desde ese día comenzamos a salir".

—¿Por qué no?

—Porque fue algo muy gradual, creo que ninguno de los dos nos dimos cuenta de lo que nos pasaba.

—Pero... —James se acercó a él, con precaución porque sabía que estaba cocinando y no quería provocar un accidente—. ¿Y todas esas cosas que recuerdo? Pasar la noche juntos, ir de compras al otro día, cenar y beber vino hasta deshoras de la madrugada... ¿no decían nada para nosotros?

—Eh... —le oyó dudar y le abrazó desde atrás, para apoyar sus labios en su hombro mientras sentía que se movía—. Pues... —se encogió de hombros—. No lo sé. Pasábamos mucho tiempo juntos, sí, pero no lo formalizamos ni lo difundimos a familiares o amigos, ni nada de esas cosas. Lo que sentíamos y vivíamos nos alcanzaba.

James pensó un poco en ello, pero le terminó restando importancia. Lo importante era lo que vivían y sentían, no las etiquetas.

—Vale —dijo entonces—. Entonces, ¿prefieres seguir así? ¿Sin formalizar?

—Bueno, pero, ¿qué es formalizar? ¿Eso de decirle a los demás que somos pareja y tal?

—Establecer que solo seremos nosotros dos y que no se lo ocultaremos a nadie, supongo —dijo él, no muy convencido.

—Vale, por mi está bien —Frederick huyó de sus brazos para darse la vuelta y besarle los labios—. ¿Vamos preparando la mesa del desayuno?

Desde ese día, ambos pudieron decir que tuvieron una fecha para recordar, para comenzar a decir un número del año si alguien llegara a preguntar cuánto tiempo llevaban juntos.

Pasaron algunas semanas luego de formalizar hasta que finalmente se decidió a decirle a su madre la verdad. Eligió hacerlo a solas, cuando estuviesen nada más que ellos dos.

La llamó y la invitó a cenar, le dijo que quería comentarle algo. No dio muchos detalles y sin muchos rodeos, ella pareció algo sorprendida; primero dijo que tenía cosas que hacer, pero al final tras insistirle un poco, desistió y aceptó cenar con él.

Le preparó una de las recetas nuevas que había conseguido en braille, era salmón al horno, llevaba cebolla, puerro, ajo, aceite de oliva, sal y pimienta; una receta para él sencilla y bastante rápida para una cena.

Al llegar, Chester era siempre el primero en recibir atención, y eso le beneficiaba así él podía terminar de cocinar. Cenaron en tranquilidad mientras su madre le comentaba cómo había sido su día de trabajo y le consultaba a él cómo le iba con su afán de volverse profesor de piano.

James se dejó llevar por la conversación y no supo dirigirla a lo que le importaba, los nervios le invadieron e hicieron de él una persona torpe.

—Hijo, ¿qué tienes? —sintió que le preguntó su madre cuando él no pudo reírse con sinceridad respecto a un chiste que su madre hizo respecto a tomar a Wyatt como conejito de indias para enseñarle piano, pero enseñarle de verdad—. Pareces nervioso.

—Sí... —dijo él, intentando sonar normal. Buscó con cautela la copa de vino que tenía cerca de su plato ya vacío y se bebió todo el contenido de un trago, buscando coraje. Tosió y se limpió la boca con una servilleta de papel—. Es que... quiero contarte algo, pero no sé cómo te lo tomarás.

—Ya me parecía algo extraño que me invites a cenar porque sí —rió ella, despreocupada, y le dio un ligero toque en la mano—. Dime, te escucho.

Oyó que la silla de su madre rechinó, seguramente se estaba acomodando en el asiento para prestar más atención. James suspiró hondo y esperó que aquello simplemente saliera bien.

—No sé si... —empezó, pero luego se arrepintió, negó con su cabeza y se sirvió más vino, guiándose por la cantidad con la punta de su dedo, como hacía con todos los líquidos—. ¿Quieres más? —le ofreció con una sonrisa nerviosa, alzando la botella.

—A ver, vale —le oyó decir con un tono de voz que ya había empezado a reconocer, si daba muchas vueltas, su madre le metería presión—. Cuéntame, James.

Le sirvió vino tinto hasta que ella levantó un poco su copa y le dio un toque en la muñeca, entonces volvió a colocar la botella en su lugar y le dio un trago a la suya.

—Bueno... —dijo cuando terminó de beber y se inclinó hacia ella, como si pudiese observarla, luego suspiró brevemente—. ¿Alguna vez, antes de mi accidente, te he dicho si salía con alguien?

Su madre calló un rato, y por el ruido de la copa contra la mesa, supuso que había dado un trago a su bebida.

—¿Por? —preguntó, algo ahogada, luego tosió.

—Porque... he empezado a salir con alguien.

Toda su cara le ardió al rojo vivo. Al oír nada más que silencio, se rascó la barbilla, incómodo. En esos momentos odiaba profundamente no poder ver sus expresiones.

»¿Sigues ahí, mamá? —consultó al ver que ella no decía nada. Sabía que seguía ahí, pero siempre decía ese comentario para hacer de recordatorio que él no podía ver y que necesitaba de sonidos o toques para saber que lo estaban pensando o algo del estilo.

—Sí, lo siento. Es que no me esperaba esto —admitió a medio reír, pero lucía nerviosa—. Y... ¿Quién es? ¿Le conozco?

James intentó analizar su voz, odiaba no poder mirarla.

—Sí, bastante.

Un incómodo silencio de nuevo, James tenía ganas de recoger las cosas de la mesa y escapar de allí.

—¿Y bien? —insistió—. ¿Quién es?

—Frederick.

James oyó el sonido de la copa caer y sintió algo húmedo salpicarlo, se sobresaltó de inmediato y se inclinó hacia atrás, sin saber hacia dónde se había derramado el vino.

—¡Oh, cielos! —exclamó su madre—. Lo siento, ¡traeré un paño para limpiarlo!

—Está bien, yo puedo... 

—No, no, no —le interrumpió, sin dejarle levantarse. Oyó el ruido de la silla desplazarse y unos pasos correr—. Ya lo hago yo, deja.

James escuchó a su madre farfullar y limpiar la mesa con un paño de la cocina, lo escurrió en el fregadero y luego lo volvió a pasar.

—Quítate la camisa, te la he manchado con vino y si no la lavas ahora, no se le quitará la mancha —James se tanteó la ropa y la notó húmeda en el brazo izquierdo, con un intenso aroma a uvas y alcohol—. Oh, también deberás lavar este mantel. Es una lástima, era un blanco precioso; te compraré uno nuevo.

—No hace falta, mamá —le dijo él, poniéndose en pie y desabrochándose la camisa—. Tengo otros.

—No importa —suspiró—. Bien, recogeré la mesa.

Por las prisas de su madre, James comenzó a sospechar de su actitud. ¿No era demasiada casualidad?

Su madre recogió los platos y copas a prisa y se puso a fregarlos ni bien él colocó la lavadora con el mantel y su camisa manchada, con un poco de jabón concentrado en las zonas donde el vino había alcanzado la tela. Era demasiado sospechoso, pero no dijo nada, fue hasta su habitación y se colocó una nueva camiseta, luego regresó con su madre.

—Oye, si antes no había dicho nada sobre mi preferencia sexual... —comenzó a decir mientras entraba en la sala, oyendo el ruido de ollas y platos en el fregadero.

—¡No, cariño! —le oyó decir, cerrando el grifo. James se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la entrada a la pequeña parte que unía la puerta del baño con la del dormitorio—. Jamás nos ha molestado o decepcionado eso. No se trata de eso...

Oyó los pasos de su madre acercarse, pero él no aflojó su expresión fastidiada y ella suspiró, luego sintió sus manos regordetas en sus brazos.

—Es... diferente.

—¿Diferente qué? —preguntó él, sin dejar de sentirse enfadado—. ¿A qué?

Su madre guardó silencio un momento y luego la oyó suspirar.

—¿Vamos al sillón? Es algo largo y difícil de explicar...

James hizo una mueca y se dirigió al sillón sin su ayuda, tanteó los lugares buscando ver si Chester estaba acostado allí, para no aplastarle, pero éste se encontraba cerca de la mesa en donde se había volcado el vino, pues oyó su chapita tintinear por esa zona.

Se dejó caer en los mullidos almohadones y esperó, sin cambiar la expresión, su madre se sentó a su lado y le tomó de las manos.

—Cielo...

—¿Qué? —sí, estaba algo borde, pero no podía evitar ser él mismo. Su madre volvió a suspirar, como si no se cansara de hacerlo.

—¿Tú sabes que... ya habías salido con Frederick antes del accidente?

—Sí —asintió, un poco confuso y sorprendido que ella lo supiera, siendo que éste le había dicho que no le habían comentado a nadie que habían empezado a salir.

—¿Te lo dijo él? ¿O lo recordaste?

—Me lo dijo él... ¿Por qué?

—¿Y qué te comentó? ¿Cómo te lo dijo?

James se sintió algo incómodo de contarle cómo habían empezado a salir y a aceptar sus sentimientos mutuamente, pero no comprendía a qué venía tanto dramatismo.

—Salimos mucho, pasamos mucho tiempo juntos; yo me empecé a sentir atraído y se lo confesé, él me dijo que también y... —se encogió de hombros—. Bueno, me comentó que antes también habíamos salido. ¿A qué viene tanto rollo?

Su madre le juntó ambas manos y le palmeó la de arriba, la izquierda.

—¿No te dijo nada más? ¿Sólo eso?

—Mamá, dime qué sucede de una vez —se cansó y torció el gesto.

Oyó de nuevo el silencio, sólo roto por la lavadora cumpliendo sus funciones y el sonido de la música que venía de la radio.

James empezó a sentir miedo, ¿acaso Frederick le había mentido en algo?

—Cielo... Han sucedido cosas complicadas entre ustedes, ¿vale? No sé si me corresponde decirte...

—Si me estás haciendo tanto dramatismo, sí —le interrumpió—, creo que te corresponde decirme qué pasó. No tengo a quién más preguntarle...

No estaba muy cómodo presionando a su madre, pero sentía que le estaba tratando como un niño pequeño. Ella suspiró pesadamente.

—Vale...

—¿Cómo es que sabes que teníamos algo? Él me había dicho que no se lo dijimos a nadie.

—Y no lo hicieron... Nos enteramos el día de tu accidente.

—¿Qué? —preguntó aturdido, sintiendo que su corazón se le detenía.

—Hijo... Frederick estaba contigo en el momento del accidente.

James intentó procesar lo que su madre le había dicho. Apartó sus manos de ella, con miedo y estupor.

—Él... ¿me empujó? —preguntó con mucho temor, sintiendo que el corazón bombeaba lastimosamente en su pecho.

—No lo sé, cariño, no lo creo. No hay nada que lo indique —James se quedó atemorizado, intentando rememorar, pero se sintió bloqueado—. Yo te había llamado por teléfono, estabas hablando conmigo cuando sucedió, era tu cumpleaños y te había llamado para felicitarte, que no iba a poder visitarte porque tenía mucho trabajo...

»Frederick llegó y te gritó cosas, sólo entendí algo de un violín y... no sé bien... —la voz de su madre se entrecortó y él buscó agarrarle las manos, estaba muy nervioso—. Te disculpaste y cortaste la llamada, me dijiste que me llamarías luego.

—¿Y no te llamé más?

—No, sí me llamaste —afirmó su madre—. Me dijiste que tuviste un malentendido con Frederick y que ya se había ido. Te pregunté qué había sucedido, y en ese momento llegó alguien a tu apartamento. Escuché otra discusión, pero no supe quién era. Escuché ruidos, golpes, gritos... luego escuché que alguien gritó muy, muy fuerte tu nombre, una y otra vez, salió corriendo. Entonces fue todo silencio...

James tomó aire, le costaba mucho respirar. No recordaba nada de lo que le estaba diciendo, pero tenía una sensación extraña en el pecho, que se lo oprimía y le hacía doler como si alguien se lo estuviese golpeando.

Su madre se oía agitada y sabía que estaba llorando, no sabía cómo o porqué, pero lo sabía. Chester se acercó a ellos e hizo un gemido ahogado, sintió que empujó sus manos con su hocico y él agarró a su madre, le dio un abrazo fuerte y la escuchó sollozar.

»Lo siento, cariño. No sabía si debía contarte esto o no, pero....

—No, está bien —le acarició la espalda, intentando calmarla, luego se separó y buscó secarle las lágrimas con cuidado—. Hiciste bien, si estoy saliendo con él, debo aclarar bien qué pasó antes del accidente.

—Yo hablé mucho con él mientras estabas en coma, pues en mi desespero le acusé de que había sido él el que te hizo caer del balcón, pero.... —su madre suspiró y Chester siguió empujándolos con el hocico, así que acarició a su perro para que se calmara—. Me comentó que tú habías estado saliendo con alguien más mientras estabas con él y que por eso habíais discutido, pero me dijo no saber quién era el otro muchacho que se acercó a tu apartamento. No le creí mucho, ¿sabes? Tú nunca me pareciste ese tipo de chico que va por ahí engañando a la gente...

James no necesitó oír más... En su cabeza sólo pudo pensar en algo, en el violín, la persona del violín. Por algo Frederick se ponía tenso al hablar de él, por algo no le comentaba nada al respecto. Dios, ¿le había sido infiel? ¿Le habían empujado por el balcón, después de todo?

»¿Cómo no iba a saber quién era el otro muchacho —siguió insistiendo su madre—, si él sabía, o al menos decía, que tú le habías engañado con otro? ¡Algo debía de saber! Pero no insistí, hijo... temía tanto por ti en ese momento, que luego ya no le pregunté nada más al respecto —suspiró hondamente—. Conozco a Frederick desde pequeño, no le veo capaz de algo así...

—No... —dijo él, algo ido—. Puede que tú le conozcas... pero yo no.  

 

Notas finales:

Ludovico Einaudi - Nuvole Bianche.

https://www.youtube.com/watch?v=kcihcYEOeic


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